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Ocho mil kilómetros en campaña

Álvaro Obregón

CAPÍTULO QUINTO

Cuarta parte


PREPARATIVOS PARA LA EVACUACIÓN DE MÉXICO

La victoria obtenida por el coronel Martínez y los mayores Sobarzo y Siurob y el coronel Sánchez en la batalla de Peón, fue un hecho de grande significación, que nos ponía en condiciones de emprender con más facilidad nuestro avance al Norte.

Si Martínez hubiera sido derrotado en Peón, el enemigo, probablemente, se hubiera posesionado de la vía hasta Tula, y entonces nuestra salida de México habría presentado mayores dificultades.

El enemigo que atacó a nuestras fuerzas en Peón, cerca de San Juan del Río, era en número cuatro veces mayor y, sin embargo fue derrotado. Los jefes de la columna reaccionaria derrotada, según informaron algunos prisioneros, hechos por nuestras fuerzas, eran: Estrada, Martínez y Martínez, de la Peña y Canuto Reyes.

Debe ser un legítimo timbre de orgullo para los jóvenes estudiantes, incorporados en el Ejército Constitucionalista, el comportamiento de sus compañeros pertenecientes al 21° Batallón de Sonora, que tomaron parte en la batalla de Peón; allí tuvieron una muerte heroica el teniente Ciro Gavito, el subteniente Isaac Aguila, el subteniente Rafael Hinojosa y el subteniente Arturo Noriega (ex-estudiantes de Puebla los tres primeros, y de México el último), a quienes fue encomendada la defensa de uno de los puntos más peligrosos, y murieron en su puesto, valientemente, antes que dar media vuelta ante el enemigo.

El mismo día 8, ordené al coronel Martínez que se replegara con sus infanterías hasta estación Nopala, y al general Maycotte -quien ya había dejado de ser Gobernador y Comandante Militar del Estado de Hidalgo, y se encontraba con su brigada de caballería en Tula- que avanzara hasta ocupar las Estaciones Polotitlán y Cazadero, a 39 y a 29 kilómetros al Sur de San Juan del Río, respectivamente, para quedar como vanguardia del Ejército de Operaciones al Norte.

Para tal fecha, estaban por terminarse las reparaciones que el teniente coronel Gutiérrez llevaba a cabo en la vía del Ferrocarril de Ometusco a Pachuca, y habíamos recibido ya algunos pertrechos remitidos por la Primera Jefatura, por lo que empezamos a hacer nuestros preparativos para la evacuación de la ciudad de México a fin de emprender la campaña por el centro de la República.

Por acuerdo de la Primera Jefatura, se procedió a desarmar la maquinaria de la Fábrica Nacional de Cartuchos para conducirIa a Veracruz, comisionándose para esto al general Benjamín Bouchez, que había sido enviado de Veracruz con tal objeto.

Ordené poner trenes especiales para conducir a Veracruz a todas las personas que querían salir de México, a prestar sus servicios en cualquier forma, a la causa ConstitUcionalista, o que sencillamente no querían quedar en territorio controlado por fuerzas enemigas.

Presté toda clase de facilidades a los enviados de las diversas Secretarías de Estado, para transladar a Veracruz el mobiliario, personal, etc., que debían llevar de México.

Ordcné que, a efecto de expeditar nuestra movilización al Norte, y evirar el bloqueo de los patios de las estaciones del ferrocarril, empezaran a ser despachados, con destino a Pachuca, vía Ometusco, todos los trenes de artillería; de equipo; carros con talleres de reparación de armamento, etc., etc., para que se nos incorporaran, después, en Tula.

Hice reconcentrar en México los contingentes reclutados por las diversas oficinas de reclutamiento, que había establecido en Veracruz, Orizaba, Puebla y otras plazas.

Nuestros heridos y enfermos fueron cuidadosamente transladados a los hospitales previamente establecidos en Orizaba y Veracruz, haciéndose este translado bajo la inmediata vigilancia y atención de un competente cuerpo médico, y de enfermeras de nuestro servicio sanitario, de que era jefe el coronel Andrés G. Castro.

Para entonces, se había producido en la capital una corriente de simpatía hacia el Constitucionalismo en las clases populares y en general entre todos los elementos conscientes, que no habían sido corrompidos con las prebendas de la dictadura, quienes supieron apreciar mi esforzada labor, tendiente a conjurar la espantosa miseria de que era víctima el pueblo bajo, dándose cuenta también de la criminal oposición que a mis disposiciones, encaminadas a tal fin, presentaban las clases privilegiadas y el clero, y esa simpatía se había revelado ya en grandiosas manifestaciones prorrevolucionarias, organizadas por los gremios obreros.

El partido reaccionario no descansaba, y un día llegó a organizar una gran manifestación que, tUmultuosamente, se dirigía al hotel St. Francis, donde estaba instalado mi Cuartel General, para exigirme la libertad de los frailes que estaban presos por su desobediencia a mis disposiciones; pero el partido revolucionario obrero se dio cuenta de aquel tumulto reaccionario y diligentemente preparó una contramanifestación. Ambos grupos se encontraron en la Alameda, precisamente cuando los fanáticos se aproximaban al Cuartel General, y allí tuvo lugar el choque: al grito de ¡viva la Religión y muera Juárez!, los fanáticos agredieron a los liberales; éstos, al grito de ¡vivan Juárez y las Leyes de Reforma!, repelieron la agresión, y se trabó una lucha entre ambos manifestantes, por espacio de más de una hora. La policía acudió a dar fin al escándalo y fue agredida por los fanáticos, causando éstos al coronel Octavio Bertrand, jefe de la gendarmería, una herida en el costado derecho, que interesó el hígado, una en el carrillo del mismo lado y otra en el brazo izquierdo, con puñal, a consecuencia de las cuales murió este jefe poco después. El coronel Bertrand, al verse herido, hizo uso de su pistola y mató a dos de sus agresores; y al ver esta resolución, los fanáticos huyeron en distintas direcciones, disolviéndose también la manifestación liberal. De la lucha entre los manifestantes resultaron varios heridos.

Desde aquel día, los fanáticos suspendieron sus manifestaciones, y esperaban abnegadamente la libertad de sus sacerdotes, al ser evacuada la plaza por nuestras fuerzas.

Es de hacerse notar que cuando los clericales iniciaban ese día su manifestación, las fuerzas del llamado Ejército Libertador del Sur emprendían simultáneamente sus asaltos sobre nuestras posiciones en la Escuela de Tiro, San Ángel e Ixtapalapa, por lo cual era de presumirse que había un acuerdo entre los asaltantes y los reaccionarios de la ciudad, debiendo éstos llamar nuestra atención con su manifestación tumultuosa, para desatender nuestra defensa; pero los asaltantes fueron rechazados en todos sus intentos, causándoles considerables pérdidas. Así fueron castigados simultáneamente los de afuera y los de adentro, demostrándoles, una vez más, la fuerza del Constitucionalismo con el apoyo del pueblo.

Era tan grande el entusiasmo despertado entre las clases populares en favor de la Revolución, que si hubiéramos tenido armas suficientes, habríamos podido armar más de veinticinco mil hombres, antes de salir de la ciudad; pero carecíamos de armamento para nuevos contingentes, y por esta razón tuvimos que desaprovechar muchas voluntades que se ofrecían a ir a la lucha armada en contra de la reacción. Sin embargo, nuestras filas se aumentaron con cuatro mil hombres, que pudimos armar con igual número de armas, que me fueron remitidas por la Primera Jefatura, y un contingente de más de cinco mil hombres desarmados; la mayor parte pertenecientes a los gremios obreros sindicados en La Casa del Obrero Mundial, fue remitido a Veracruz, para esperar allí ser armados, cuando llegara a aquel puerto el armamento pedido por la Primera Jefatura a los Estados Unidos.

Un grupo de empleados de comercio, a iniciativa del señor Manuel Carbajal, se adhirió también a nuestro movimiento; abandonando muchos de ellos muy lucrativas posiciones en casas comerciales, bancarias, industriales, etc., de la Capital, así como a sus familias, para salir a Veracruz a organizarse en cuerpo de combate, y después incorporarse a mi Ejército, para cooperar en la campaña contra la reacción. Es de justicia dejar consignados, cuando menos, los nombres de los que de ese grupo, que dio un bello ejemplo de patriotismo y abnegación, más tarde encontraron la muerte o recibieron heridas, luchando por la causa del pueblo:

Pedro Riquelme, muerto el 14 de abril en las trincheras de Celaya; Francisco González Vázquez, muerto el 3 de junio en estación Trinidad; Jesús T. Rodríguez, herido en estación Trinidad; Luis Piña, herido en estación Trinidad y José Hernández, herido en estación Trinidad.

Los zapatistas, al conocer nuestra intención de evacuar la plaza de México, redoblaron sus ataques, y cargaron sobre la vía del Ferrocarril Mexicano, para evitar que sacáramos, rumbo a Veracruz, nuestros trenes con impedimentas, y en este esfuerzo lograron destruir un tramo de vía cerca de estación Tepéxpam, obligando a retroceder a las fuerzas que de México habían sido destacadas para proteger esa vía; pero después hice salir una regular columna con artillería, la que desalojó de la vía al enemigo y restableció la comunicación.

El día 9 comuniqué órdenes al general Cesáreo Castro, para que notificara a los sacerdotes presos que si se obstinaban en negarse a pagar la contribución que se les había señalado para la Junta de Auxilios al Pueblo, deberían alistarse para emprender la marcha con nosotros.

Igual acuerdo fue comunicado a los comerciantes que aún permanecían arrestados.

El general Castro, al comunicar mi acuerdo a los sacerdotes, recibió de algunos de éstos la súplica de que se les practicara un reconocimiento médico, para justificar que estaban imposibilitados, por motivos de salud, para salir con el Ejército de Operaciones; el general Castro accedió a aquella petición y comisionó al médico de su división, doctor Gilberto de la Fuente, para que practicara los reconocimientos solicitados por los sacerdotes.

El doctor de la Fuente rindió el informe correspondiente, que acusaba que más de una tercera parte de los arrestados padecía enfermedades venéneas; pero que éstas no constituían un motivo de imposibilidad para hacer la marcha.

En vista del citado informe, ordené que fueran puestos en libertad los sacerdotes que, materialmente, estuvieran imposibilitados para emprender la marcha, así como los que tuvieran una edad de 60 o más años.

Los comerciantes que estaban presos ofrecieron entregar las cuotas que se les había fijado en el decreto del día veintitrés, y fueron puestos en libertad.

Para tales fechas habían ya dejado de depender de la Jefatura de Operaciones a mi cargo las fuerzas de los Estados de Puebla, Tlaxcala, Veracruz y Oaxaca, quedando directamente a las órdenes de la Primera Jefatura; pues se había previsto que, al iniciar yo mi avance al centro, no podría atender a los asuntos relacionados con dichas fuerzas, ya, que entonces toda mi atención la requeriría la campaña contra los núcleos villistas.

El día 10, por la mañana, habían terminado ya de salir de México todas las personas y los elementos que se dirigían al puerto de Veracruz, y el Cuartel General de mi cargo comunicó la siguiente


ORDEN DE MARCHA PARA LA EVACUACIÓN DE LA PLAZA DE MÉXICO POR LAS FUERZAS DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES

El general Cesáreo Castro, con las fuerzas de su mando, y las caballerías de la brigada Triana que comanda el C. general Carlos Martínez, emprenderá la marcha a las 3 a. m. de la mañana 11, por Atzcapotzaltongo a Toluca e Ixtlahuaca, destruyendo la vía del ferrocarril que va de México a Toluca, y entre Toluca e Ixtlahuaca. De este último punto, marchará a incorporarse al grueso de la DivisiÓn, que se encontrará entre Cazadero y Nopala, sobre la vía del Ferrocarril Central. En caso necesario, el general Castro podrá variar esta ruta conforme a su criterio, y como lo crea más conveniente para las operaciones militares.

El C. general Gabriel Gavira, con las fuerzas a su mando, a las 5 a. m., de mañana 11, emprenderá la marcha a Ometusco, donde permanecerá hasta recibir nuevas órdenes.

El C. general Antonio Norzagaray, con sus fuerzas y la escolta de este Cuartel General, conduciendo la mulada de la artillería, marchará a la 1 a. m. de mañana 11, por Tacuba, a Tlalnepantla, donde se le incorporarán todos los caballos de jefes y oficiales, para continuar la marcha en la forma que lo ordene este Cuartel General. También se le incorporarán, allí, las fuerzas de caballería de las brigadas 1a. y 2a. de Infantería de Sonora.

El C. general Miguel V. Laveaga, con la 1a. Brigada de Infantería de su mando, emprenderá la marcha mañana a la 1 a. m., por Tacuba, a Tlalnepantla, donde embarcará las infanterías en los trenes que estarán dispuestos, al efecto, dejando la fuerza de caballería y los caballos de jefes y oficiales (al cuidado de asistentes), incorporados al C. general Antonio Norzagaray.

El C. general Francisco R. Manzo, con la 2a. Brigada de Infantería de Sonora, que es a su mando, emprenderá la marcha mañana a la 1 a. m., por Tacuba, a Tlalnepantla, procediendo allí al embarco de sus infanterías en la misma forma que la 1a. Brigada de Infantería, y entregando también, al igual que ésta, las caballerías y los caballos de jefes y oficiales al C. general Antonio Norzagaray.

El C. coronel Lino Morales, con el 20° Batallón de su mando, emprenderá la marcha a la 1 a. m., de mañana 11, a Tacuba, para continuar a Tlalnepantla, donde se embarcará, dejando los caballos de jefes y oficiales al cuidado de asistentes, incorporados al C. general Antonio Norzagaray.

Se recomienda a todos los jefes proveerse de buenos guías, sugiriéndoles la conveniencia de que éstos sean choferes de taxímetros, que conocen perfectamente los caminos.

En caso de que los zapatistas ataquen alguna de nuestras actuales posiciones esta noche, el jefe respectivo deberá dar inmediato aviso a este Cuartel General, que dictará las órdenes que sean del caso.

México, Estado del Valle, a 10 de marzo de 1915.
El General en Jefe. Álvaro Obregón.


EVACUACIÓN DE LA CIUDAD DE MÉXICO Y AVANCE AL NORTE, DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES

El día 10, en la noche, la ciudad de México quedó evacuada, y emprendimos la marcha al Norte, habiendo quedado establecidas lás oficinas del Cuartel General del Ejército de Operaciones en un tren especial que se había formado con ese objeto.

Marchaban incorporados a nosotros, y con carácter de prisioneros, en los carros que se habjan designado para el efecto, el canónigo Antonio de J. Paredes y los demás miembros del clero que no habían pagado la contribución que se les fijó, ni justificado su imposibilidad de salir, por causa de seria enfermedad, o por edad avanzada.

El enemigo había logrado esa noche destruir la vía del ferrocarril Mexicano adelante de la Villa de Guadalupe, obligando a replegarse al teniente coronel Gutiérrez, que había salido con un tren rumbo a Ometusco.

Sobre la vía que nosotros seguimos, fueron destruidos también dos pequeños puentes, antes de llegar a estación Tlalnepantla, obligándonos a permanecer el resto de la noche en repararlos y continuando, en la mañana, hasta Tlalnepantla, estación en que había acordado yo hacer la reconcentración de todas las fuerzas que durante la noche evacuaron México.

La evacuación se logró hacer sin haber tenido que sufrir ningunas pérdidas, no obstante que el enemigo estaba pendiente de todos nuestros movimientos, era en número superior a nuestras tropas y de antemano sabía nuestra resolución de evacuar la plaza. Esto se debió, principalmente, a la torpeza del enemigo, y en segundo término, a la eficacia con que todos los jefes ejecutaron las órdenes transmitidas por el Cuartel General.

Las bajas que sufrimos en nuestras filas, durante el período de la ocupación de la ciudad, fueron inferiores en número a las del enemigo; pero entre ellas se contaron algunas muy sensibles, debiendo, de éstas, citar las de los valientes tenientes coroneles Tiburcio Morales, Daniel Mariñelarena, José Muñoz Infante y coronel Quirino Pérez, antiguos y ameritados revolucionarios, que murieron en la defensa de la plaza.

Hecha la reconcentración de fuerzas en Tlalnepantla, ordené el avance de los trenes, con las infanterías, hasta estación Tula, transmitiendo órdenes al general Castro para que, con su División de caballería, continuara por tierra hasta incorporársenos en aquella estación, adonde siguió el tren de mi Cuartel General, llegando a Tula la noche del mismo día 11.

El día 11 se acabaron de incorporar los trenes procedentes de México y se terminaron algunas reparaciones en la vía que corre de Tula a Pachuca.

Inmediatamente ordené que se hicieran seguir de Pachuca a Tula los trenes de artillería, que estaban reconcentrados en Pachuca, encargando de este movimiento al teniente coronel J. L. Gutiérrez, Jefe de Trenes Militares.

En México había quedado, con el carácter de agente confidencial de mi Cuartel General, el señor Felipe Bertrand, quien, por todos los medios posibles, me enviaría informes sobre la situación de la ex-capital'y los movimientos del enemigo por el Sur.

Como nuestra principal base de aprovisionamiento era el Estado de Veracruz, ordené al señor Guillermo Domínguez, que era el Proveedor General de la columna, se transladara a aquel Estado, y procediera, desde luego, a adquirir las mayores cantidades posibles de víveres, para el abastecimiento de nuestras tropas.

El día 13, terminó de incorporarse en Tula la División de caballería, al mando del general Castro.

Las reparaciones a la vía del Ferrocarril Central se continuaban al Norte, y nuestras avanzadas llegaban ya a San Juan del Río.

Cuando se iniciaba la movilización de los trenes que habían sido reconcentrados en Pachuca, con artillería e impedimentas, se desató un continuo período de lluvias, que puso en condiciones casi intransitables a dicha vía. Los trenes que venían en marcha se descarrilaban frecuentemente; las máquinas de gran potencia no podían caminar por la vía, por ser ésta de riel delgado, y las chicas remolcaban solamente unos cuantos carros, haciendo muy tardada la movilización.

Nuestra situación era muy comprometida, no habiendo sido de consecuencias debido a que el enemigo, con el fracaso que había tenido en Peón, el día 7, se había replegado hasta Querétaro, y no hizo ningún movimiento ofensivo sobre nosotros.

Yo había iniciado ya el movimiento de las infanterías al Norte, haciendo avanzar algunos cuerpos hasta las estaciones de Polotitlán y Cazadero, en las que antes estuvieron destacadas las fuerzas de nuestra vanguardia, al mando del general Maycotte.

Con muchas dificultades, por las causas indicadas, estuvieron incorporándose a Tula los trenes con artillería e impedimentas Que se encontraban en Pachuca, habiendo sido necesario para ello, los esfuerzos unidos de nuestros jefes de trenes, teniente coronel J. L. Gutiérrez y mayor Paulino Fontes; así como la personal vigilancia del mayor de mi Estado Mayor Jesús M. Garza, a quien comisioné para que se transladara a Pachuca e hiciera allí todo lo posible porque la salida de nuestros convoyes no se demorara más, ayudando a Gutiérrez y Fontes a salvar las dificultades que se les presentaran, con la representación del Cuartel General.

Pocos días después de habernos incorporado a Tula, acordé remitir a Veracruz a los sacerdotes prisioneros, debido a que éstos constituían una impedimenta en nuestra columna.

Los obreros salidos de México, dispuestos a empuñar las armas en favor del Constirucionalismo, se habían reconcentrado en Orizaba, y estaban listos para recibir organización. Ordené al coronel Juan José Ríos, que se encontraba en Veracruz, se transladara a Orizaba a organizar batallones con aquel contingente, y marchara a incorporarse con ellos al Ejército de Operaciones, recogiendo entonces a todos los soldados que habían sido ya completamente curados en los hospitales de Orizaba y Veracruz, para incorporarlos también.

Las noticias que recibíamos del Norte eran muy desconsoladoras: las defecciones se repetían con mucha frecuencia, y en los combates librados contra los villistas habían sido nuestras fuerzas muy desafortunadas. Al desastre del general Villarreal, en Ramos Arizpe, Coah., cuya magnitud es del dominio público, se siguieron otros muchos; y, por fin, el Primer Jefe me transcribió en clave un mensaje del general Pablo González, procedente de Tampico, en el que decía que con motivo de los últimos fracasos sufridos en los Estados de Nuevo León y Tamaulipas, sus tropas habían quedado de tal manera desmoralizadas, que consideraba indispensable mandar desde luego las infanterías a Veracruz, aconsejando que éstas no fueran utilizadas en la campaña, porque podrían sembrar la desmoralización entre las demás tropas; que las fuerzas de caballería que le quedaban, las dividiría en guerrillas para que hostilizaran las vías de comunicación del enemigo, y terminaba pidiendo transportes para salvar la artillería que tenía en Tampico.

El Primer Jefe me indicaba la necesidad de activar nuestro avance al Norte, para ver si era posible llamar la atención del enemigo que marchaba sobre Tampico.

En la frontera Norte se conservaban solamente las plazas de Agua Prieta, en Sonora, y Laredo y Matamoros en Tamaulipas, y éstas se encontraban completamente aisladas, sin que fuera posible auxiliarlas, para evitar que cayeran también en poder del enemigo. El puerto de Tampico, de grandísima importancia comercial e industrial, y principalmente por ser la llave de la rica región petrolera, y ubicación de las más importantes refinerías, de donde el enemigo podía obtener todo el combustible que necesitara para perfeccionar su tráfico ferrocarrilero, era defendido por un reducido número de tropas constitucionalistas, que no contaban con más refuerzos que los que podían serles enviados de Veracruz para resistir los rudos ataques que por El Ébano hacían los villistas. Los generales Diéguez y Murguía estaban también en condiciones difíciles, sin poder combinar ningún movimiento con otras fuerzas, y teniendo que atenerse a sus propios elementos para las operaciones militares que desarrollaran con los pertrechos que, por Salina Cruz y Manzanillo, les enviaba el Primer Jefe desde Veracruz.

En tales condiciones, se hacía indispensable activar nuestro avance en el Centro, para resolver de una vez una situación que empeoraba día a día.

Al recibir el citado mensaje del Primer Jefe, lo mostré a los generales Hill y Castro manifestándoles la necesidad que existía de activar nuestro avance, para ver si lográbamos atraer la atención de Villa por el centro, y así debilitar su ofensiva sobre el puerto de Tampico. Ellos estuvieron de acuerdo, y desde luego activamos los preparativos para nuestro avance.

La situación general de nuestras fuerzas era muy destavorable, dado que ocupaban plazas completamente aisladas, no habiendo la posibilidad de auxiliarse o de combinar operaciones entre sí; en tanto que Villa contaba con la red ferroviaria del Norte y del Centro de la República, teniendo comunicadas entre sí todas las plazas que estaban en su poder, lo que le facilitaba movilizar, en un tiempo relativamente corto, todos los elementos de que podía disponer, a un lugar deseado.

El día 21 hice el avance hasta estación Cazadero, con la mayor parte de las infanterías y el total de las caballerías.

En este lugar se incorporó a mi columna el general Alfredo Elizondo, con sus fuerzas, informando que el general Joaquín Amaro se encontraba en Michoacán reconcentrando las suyas, y que no tardaría en incorporarse también, de acuerdo con las órdenes verbales que de México les había comunicado mi Cuartel General, por conducto del general Luis M. Hernández.

Incorporado a la columna, marchaba el general Benjamín G. Hill, con los miembros de su Estado Mayor.

Como tuviera conocimiento de que el enemigo hacía una regular reconcentración de fuerzas en Querétaro, creí que iniciaría su avance sobre nosotros, y como estación Cazadero, donde nos encontrábamos acampados, ofrecía algunas ventajas para librar allí una batalla, estuve haciendo reconocimientos en los contornos de la hacienda, y principalmente sobre el cerro alto que queda al norte, a muy corta distancia, el cual tiene magníficos atrincheramientos naturales.

Para nosotros hubiera sido muy poco probable el éxito, si el enemigo se hubiera dado cuenta de las dificultades que el mal estado de las vías nos estaba presentando, y las hubiera aprovechado en su favor para hostilizarnos y atacarnos formalmente.

Aquella situación tan difícil me tenía constantemente preocupado; máxime cuando me daba cuenta de la imperiosa necesidad que existía de activar nuestra marcha para obligar al enemigo a distraer fuerzas de las que estaba movilizando sobre El Ébano y Tampico, tanto de San Luis Potosí como de Monterrey, sobre Matamoros, y demás importantes plazas que aún estaban en poder de fuerzas leales.

El día 23 recibí un parte del coronel Felipe López, jefe de uno de los batallones de juchitecos de la brigada del general Gavira, que estaba destacado en estación OmetUsco, para proteger nuestra comunicación con Veracruz, informando que el día anterior había combatido rudamente, desde las 11 a. m. hasta las 5 p. m., con una fuerte columna zapatista, que intentó desalojarlo de Ometusco, para interrumpir nuestras comunicaciones, habiendo los nuestros defendido con toda bizarría aquella estación hasta rechazar a los atacantes, y obligarlos a huir con rumbo a La Palma y Otumba, causándoles muchas bajas. Esta acción del coronel López fue muy meritoria, tanto porque el enemigo era en número muy superior al de sus fuerzas, como porque su victoria permitió que pasara, sin demora, hacia nuestro campamento, un tren que venía en camino, procedente de Veracruz, conduciendo pertrechos para nuestras fuerzas, a cargo del coronel Alfredo Murillo, a quien había despachado yo de Tula con aquella comlSlon.

El día 24, y después de haber explorado hasta la hacienda El Sauz, adelante de San Juan del Río, emprendimos nuestra marcha, acampando ese mismo día en San Juan del Río.

El día 25 salí en compañía de los generales Hill, Maycotte y Novoa y otros jefes de alta graduación, a practicar un reconocimiento en el valle que está al norte de San Juan del Río, con objeto de elegir un sitio apropiado para presentar combate, pues las noticias que obteníamos de nuestro servicio de espionaje, aunque contradictorias, hacían suponer que ya el enemigo no tardaría en presentar una batalla formal, y todos los días se registraban escaramuzas de mayor o menor importancia, entre las avanzadas enemigas y las nuestras.

En Orizaba, continuaba la organización de los obreros, labor encomendada a los coroneles Juan José Ríos e Ignacio C. Enríquez.

El gran puente de fierro del ferrocarril Central, adelante de San Juan del Río, había sido destruido por el enemigo, y tuvimos que emprender su reconstrucción. Estos trabajos se llevaban a cabo con toda actividad, de día y de noche, por nuestros campos de puenteros, a las órdenes del señor J. P. Kafranish.


DERROTA INFLIGIDA EN TUXPAN A LOS REACCIONARIOS Y NOMBRAMIENTO DEL GENERAL HILL COMO SEGUNDO JEFE DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES

El día 26 recibí un telegrama del general Diéguez, procedente de Colima, comunicándome el triunfo obtenido sobre el reaccionario Rodolfo Fierro, en la población de Tuxpan, Jal., después de nueve horas de desesperado combate, en que nuestras fuerzas derrotaron completamente al enemigo, capturándole armas, parque y caballos en buen número. En esa acción, nuestras fuerzas estaban comandadas por los coroneles Quiroga y Abascal, según lo asentaba el mismo parte del general Diéguez.

El mismo día 26, algunos miembros de mi Estado Mayor y jefes y oficiales de las distintas divisiones del Ejército de Operaciones; organizaron una velada literaria para celebrar el segundo aniversario de la promulgación del Plan de Guadalupe, y segundo aniversario también de la toma de la plaza de Cananea, Son., por las fuerzas de mi mando. La velada tuvo verificativo en la noche, y resultó muy lucida, habiéndose pronunciado en ella discursos elocuentes sobre el tema de actualidad -la lucha contra la reacción- en que se reveló el ánimo que reinaba entre los constitucionalistas, ya cuando se creía muy próxima una batalla decisiva.

El día 28 recibí mensaje del general Calles, en que me comunicaba que de la columna mandada por Villa a Sonora, a las órdenes del general Juan G. Cabral, habían desertado cuatrocientos hombres, al mando del teniente coronel León Cárdenas, los que se pasaron a nuestras filas, y que en el resto de aquella columna había gran desmoralización, porque el mismo jefe, general Cabral, se había pasado a los Estados Unidos, declarando su resolución de permanecer neutral en la nueva contienda.

En igual fecha, nuestra vanguardia extrema, al mando del coronel Ildefonso Ramos, sostuvo un reñido combate en el kilómetro 500, adelante de San Juan del Río, obligando al enemigo a replegarse con serias pérdidas.

El día 29, por medio de la Orden General de la Comandancia del Ejército de Operaciones, comuniqué el nombramiento del general Benjamín G. Hill como jefe de las infanterías de la columna, y segundo en jefe del Ejército de Operaciones, para substituirme en el mando supremo en mis ausencias o falta absoluta.

El día 30 emprendimos nuestro avance a San Juan del Río, pie a tierra, hasta acampar ese día en hacienda El Sauz.

De allí salí en compañía del general Maycotte y de algunos oficiales de nuestros respectivos Estados Mayores, a practicar un reconocimiento sobre el enemigo, que estaba posesionado de la hacienda El Colorado, hasta donde había sido replegado por nuestras fuerzas, después de un serio tiroteo, ese mismo día.

El día 31 proseguimos el avance, y el coronel Ramos, de las fuerzas del general Maycotte, hacía su entrada en la ciudad de Querétaro, capital del Estado del mismo nombre, sin haber encontrado resistencia por parte del enemigo.

En la tarde del mismo día acampamos en la hacienda El Colorado, con la artillería y el grueso de las infanterías, quedando a 7 kilómetros al poniente de estación La Griega, que dista 16 kilómetros de Querétaro.

El día 1° de abril, a las 12 m., nos incorporábamos a Querétaro con el grueso del Ejército de Operaciones, y el coronel Ramos avanzaba hasta Mariscala, 18 kilómetros al norte, obligando al enemigo a replegarse a la población de Apaseo.

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