Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro ObregónCAPÍTULO IICAPÍTULO III - Segunda parteBiblioteca Virtual Antorcha

Ocho mil kilómetros en campaña

Álvaro Obregón

CAPÍTULO TERCERO

Primera parte


PREPARATIVOS PARA LA LUCHA ARMADA

De antemano había yo conseguido del gobernador Pesqueira su autorización para salir a batir las fuerzas enemigas que estaban controlando el norte del Estado; habiendo incorporado al 4° Batallón de Sonora las fracciones del 47° y del 48° cuerpos rurales.

En la misma fecha en que se hizo la declaración de que el Congreso y el Ejecutivo de Sonora no reconocían como Presidente de la República al usurpador Huerta, el gobernador Pesqueira extendió despacho de coronel al mayor Salvador Alvarado, nombrándole jefe de las operaciones en el centro del Estado.

Al coronel Hill le fue proporcionada una escolta del 5° Batallón y se le dieron algunos pertrechos, nombrándolo jefe de las operaciones en el Sur, y al coronel Juan Cabral se le extendió nombramiento de jefe de las operaciones en el Norte.

Posteriormente, el mismo gobernador Pesqueira me expidió nombramiento de jefe de la Sección de Guerra, con permiso para salir a campaña al frente de mis tropas.

Con toda oportunidad, destaqué al mayor Antonio A. Guerrero con un piquete de soldados a destruir algunos puentes entre Guaymas y Estación Ortiz, para que los federales que estaban en el Sur no pudieran hacer un avance rápido y, de esta manera, poder hacer yo mi ataque sobre la plaza de Nogales, antes de que Hermosillo pudiera ser amagada.

El día 5, con permiso del señor Gobernador, organicé una parada militar con todas las fuerzas que había en Hermosillo,desfilando por las principples calles y haciendo alto en la plaza de Zaragoza, frente al Palacio de Gobierno, lanzando un Manifiesto al pueblo de Sonora, cuyo documento reproduzco íntegro a continuación:

Al pueblo de Sonora.

Ha llegado la hora ...; ya se sienten las convulsiones de la patria que agoniza en manos del matricida, que después de clavarle un puñal en el corazón continúa agitándolo como para destruirle todas las entrañas. La Historia, retrocede espantada de ver que tendrá que consignarse en sus páginas ese derroche de monstruosidad.

El mundo civilizado contempla nuestra actitud y espera que sepamos defender la dignidad nacional.

¡Volemos a disputarnos la gloria de morir por la patria, que es la mayor de las glorias!, lancémonos sobre esa jauría, que con los hocicos ensangrentados aúllan en todós los tonos, amagando cavar los restos de Cuauhtémoc, Hidalgo y ]uárez, para profanarlos también. Saciemos su sed de sangre hasta asfixiarlos con ella y seamos dignos del suelo que nos vio nacer.

¿Con qué derechos reclamaremos para nuestros hijos el título de ciudadanos si no somos dignos de serlo?

Sonora siempre ha sabido colocarse a la altura que le corresponde, y ahora dará una prueba de ello. Lancémonos, pues; a la lucha armada, porque la lucha del Derecho no puede llevarse a la práctica, porque el Derecho ha sido asesinado; y disputémosles a esos pulpos los ensangrentados jirones de nuestra Constitución. Arranquémosles todos los tentáculos, de un golpé, pero con la dignidad del patriota, siempre a la altura de nuestra causa; no descendamos al bajo nivel en que ellos se encuentran, cometiendo asesinatos. El respeto al vencido es la dignidad de la victoria.

Es tiempo de renunciar a las delicias del hogar por las del deber cumplido. No toleremos la dignidad de la patria ultrajada. ¡Con los crímenes registrados en la capital, Nerón se horrorizaría! ...

¡Monstruos sin dignidad ni conciencia! ... ¡Malditos seáis!

Hermosillo, marzo de 1913.
El comandante militar de la plaza, coronel Álvaro Obregón.

El mismo día preparé mi salida para efectuarla al siguiente.

El día 6, a las diez de la mañana, en la estación de Hermosillo, había terminado el embarco de mis tropas,. que se componían del 4° Batallón Irregular de Sonora y fracciones del 47° y del 48° Cuerpos Rurales, haciendo un efectivo total de 500 hombres.

El coronel Alvarado había quedado comisíonado en Hermosillo para dar organización a los contingentes de voluntarios que se estaban presentando para ofrecer sus servicios, y encargarse también del reclutamiento, a fin de aumentar los batallones del Estado.

A las 9:15 emprendimos la marcha al Norte.

Por aquellos días la situación militar del Estado erá como se indicA en el siguiente cuadro.


SITUACIÓN DE FUERZAS FEDERALES

En Naco,700 hombres con 2 morteros de 80mm. y 8 ametralladoras, al mando del general federal Pedro O}eda.

En Cananea, 600 hombres con 4 ametralladoras, al mando del coronel Moreno.

En Nogales, cerca de 400 hombres perfectamente pertrechados, al mando de los coroneles Reyes y Koerlitzky.

Estas treS plazas estan comunicadas entre sí por ferrocarril y el camino de las más distantes entre sí puede hacerse en tres horas, siendo, por lo tanto, sumamente fácil un rápido movimiento de concentración en cualquiera de ellas.

Al sur de Hermosillo controlaba la División del Yaquí, que tenía su cuartel general en Torin, Río Yaquí, siendo su general en jefe el general federal Miguel Gil, con efectivo aproximado de 2,000 hombres, distribuidos desde GuaymáS hasta cerca de Cócorit.

Al sur del Yaquí, y en marcha para Torin, contaba el enemigo con los voluntarios del río Mayo, al mando de José Tiburcio Otero, quien había recibido nombramiento de coronel expedido por Huerta al aceptar éste las servicios que aquél le ofreciera para apoyar su Gobierno. Estos voluntarios sumaban aproximadamente 200 hombres.

En Alamos, el prefecto político Adrián Marcor, quien había hecho traición al GObierno del Estado, de acuerdo con los principales acaudalados de la cabecera del Distrito, tenía alrededor de 200 hombres, entre los que figuraban los principales capitalistas que se habían afiliado sin escrúpulos al Gobierno usurpador.

Con la colocación que tenían las fuerzas federales quedaban cortadas completamente nuestras comunicaciones con el resto de la República y con la frontera de los Estados Unidos, siéndonos, por lo tanto, imposible conocer los acontecimientos que se desarrollaban fuera de nuestro Estado.

El efectivo y la situación de nuestras tropas eran como sigue:

En Hermosillo, alrededor de 1,200 hombres, con una reserva de cartuchos aproximada a 60,000.

En Agua Prieta, Calles y Bracamontes con una fuerza aproximadamente de 500 hombres, regularmente armados pero con muy poca organización, debido a que la mayor parte de ellos eran voluntarios levantados recientemente.

En Estación del Río, donde se unen las vías del Ferrocarril Central de Naco y Cananea a Nogales, se encontraba el presidente municipal de Cananea, Manuel M. Diéguez, con una fuerza de 300 hombres aproximadamente, con un armamento heterogéneo y careciente de parque.

En Navojoa, río Mayo, Obregón y Carpio con un gran número de indios armados de flechas.

En Sahuaripa, los hermanos García con algunos voluntarios que habían logrado reunir.

Y en otros puntos del Estado existían pequeños grupos que se organizaban para marchar a incorporarse al primer núcleo más importante que se aproximara a ellos.

Además de los contingentes federales que se dejan anotados, en Guaymas estaban a disposición del jefe de la División del Yaqui tres buques de guerra, que eran los cañoneros Guerrero, Morelos y Tampico.

Como se ve, militarmente nuestra situación no era muy envidiable.

La situación económica de la Revolución no era mejor; pues los únicos doce mil pesos que había en la Tesorería General del Estado cuando Maytorena preparaba su huida, éste los hizo sacar con pretexto de pagarse sus sueldos por los seis meses que llevaba de licencia y para distribuir el resto entre Randall y demás funcionarios que lo acompañaban en su huida, según queda dicho anteriormente.

Para mejorar en algo esa situación financiera, el gobernador Pesqueira había convocado a una junta de acaudalados, y les había impuesto un préstamo de cincuenta mil pesos en total.

Para estas fechas, en el distrito de Álamos había estallado la revolución, encabezando el movimiento los señores José J. Obregón, hermano mío, Fermín Carpio, Severiano Osuna y los hermanos Chávez, secundados por algunas otras personas más.

A la salida de mi columna para hacer la campaña en el Norte, fue nombrado pagador de la misma, a pedimento mío, el señor Enrique Breceda, quien desde un principio manifestó resolución y entereza para afiliarse a la revolución.

Las operaciones sobre la plaza de Nogales, que fue mi primer objetivo, se emprendieron, desarrollaron y consumaron con la toma de dicha plaza, en la forma que lo relata el parte oficial que oportunamente rendí al C. gobernador del Estado, con fecha 15 de marzo, y el que se reproduce a continuación:


TOMA DE LA VILLA DE NOGALES

Hónrome poner en el superior conocimiento de usted que obedeciendo la orden verbal que recibiera de marchar con la columna de mi mando a tomar posesión de esta plaza, salí de esa capital el día 6 del presente a las 9 a. m. llegando a las 4 p. m. del mismo día a Magdalena, deteniéndome allí el tiempo indispensable para reparar la vía que tenía varios puentes quemados: salí de allí el día 10 habiéndose incorporado el coronel Cabral con algunos oficiales y 25 de tropa, deteniéndose el convoy en el cañón de Los Alizos, donde acampamos a las 7 p. m.; se nombró el servicio y se aprovisionó a la tropa para emprender la marcha pie a tierra, pues la vía estaba muy destruida y no había tiempo que perder, porque el general Ojeda podía reforzar Nogales y colocarnos en una situación difícil, habiendo emprendido esta marcha a las 2 a. m. del siguiente día, dejando una fagina competente para que trabajara día y noche en la construcción de puentes; se marchó todo el día, acampando en Troncón a las 5 p. m.; durante toda la tarde y noche estuvo nevando y nuestras tropas sufrían estas inclemencias, sobre las lomas de los flancos, frente y retaguardia, sin que se notara en los soldados el menor signo de desagrado; tal marcha se emprendió de nuevo; todo el día fuimos azotados por una lluvia menuda y fuerte viento del Norte, en todas las alturas se veía la nieve, y el frío era intensísimo; llegamos a Lomas a la 1 p. m. Después de establecer el servicio se pidió la rendición de la plaza, siendo comisionados para ello los señores Carlos Montague e ingenieros Juan Serrano y Pedro Trelles, quienes volvieron manifestando que los jefes, coronel Emilio Kosterlitzky y teniente coronel Reyes decían estar dispuestos a defenderla hasta quemar el último cartucho y derramar la última gota de sangre.

Inmediatamente salí para hacer un reconocimiento para ordenar el ataque; reconocido que hube las fortificaciones del enemigo, creí conveniente un asalto de noche, pues de día podría causarnos grandes daños, por las ventajas que sus trincheras ofrecían. Organicé dos columnas de 150 hombres cada una a las órdenes del mayor Antonio A. Guerrero y capitán primero Gonzalo A. Escobar.

A las 8 p. m. mandé formar dichas columnas y después de exhortar a jefe, oficiales y tropa, al fin del cumplimiento del deber, les ordené: al mayor Antonio A. Guerrero, que marchara con su columna, que se componía de 150 hombres del 4° Batallón de Sonora para que marchara con ella a la 1 a. m., emprendiera el asalto sobre las trincheras del Oriente, marchando paralelo a la línea internacional, para evitar que los proyectiles fueran a causar daños en territorio norteamericano; iguales órdenes recibió el capitán Escobar, diferenciando solamente en que Escqbar debería atacar las trincheras del Poniente. El coronel Cabral y yo entraríamos por el frente con 15 dragones del coronel Cabral, para iniciar el ataque y llamar la atención del enemigo, facilitando así el asalto general. Desde luego se pusieron las columnas en marcha, pues tenían que hacer un gran rodeo. A las doce y media salí con los 15 dragones avanzando por el centro, como estaba acordado, devolviéndome a las dos, porque las columnas no llegaban y nuestra situación era comprometida. A las cuatro, acompañado del coronel Cabral y los 15 dragones, avancé de nuevo por el centro y a la vez trasmitía órdenes a los jefes de las columnas para que si no podían emprender el asalto antes de amanecer, se retiraran al campamento, pues repito que de día no juzgaba prudente el asalto. Y a empezaba a aclarar y cuando los federales empezaban a tocar la diana reglamentaria se rompió el fuego por el flanco derecho y centro, porque los comisionados para trasmitir la orden de que no atacaran por haberse perdido la noche no llegaron a tiempo y lo hicieron cuando el combate había empezado. El mayor Guerrero, obedeciendo la orden, suspendió el fuego y marchó al campamento; el capitán Escobar hizo lo mismo, no pudiéndose retirar el capitán Acosta, que era uno de los oficiales de Escobar, porque su retirada habría sido peligrosa, porque con la fracción de su mando había avanzado mucho; en vista de esto mandé protegerlo con otra fracción del 5°; el fuego no cesaba y al hacer un reconocimiento a las 10 a. m., pude ver que la situación de Acosta era comprometida; entonces destaque una fracción del Cuerpo Voluntario de Hermosillo al mando del capitán Fernando S. Betancourt a tomar una loma alta que está al sureste de Nogales, protegiendo así a las otras fracciones.

Este movimiento se hizo en seguida, y a las doce el fuego continuaba; el capitán Acosta, al ver cubierta su retaguardia, emprendió un ataque vigoroso sobre las trincheras federales; entonces ordene al coronel Jesús Chávez Camacho destacara al capitán Reyes N. Gutiérrez con una fracción del 5', para que tomara los cerros del Poniente y los conservara para emprender el asalto en la noche, marchando el capitán Gutiérrez con los oficiales capitán segundo Francisco D. Santiago, teniente Delfino Alvarez, teniente Raúl Gallegos, subteniente Florencio León, capitán segundo Rafael Durazo con 22 de tropa del 5° Batallón y 15 del 47°. A las tres de la tarde, el fuego continuaba y recibí yo una nota del cónsul norteamericano comunicándome que nuestros fuegos estaban causando daños dentro de su territorio, cosa que no podía explicarse dada la colocación de nuestras tropas; inmediatamente despues ordené a Acosta y Gutiérrez suspendieran el fuego para dar el asalto en la noche, manifestándoles la queja del cónsul; el fuego no fue suspendido, porque los federales, al verse perdidos, hacian descargas sobre Nogales, Arizona, esperanzados en que un conflicto pudiera salvarlos. Comisioné al coronel Chavez Camacho para que hiciera un reconocimiento de nuestras posiciones con instrucciones de hacer esfuerzos porque se suspendiera el combate para dar el asalto en la noche; pero no fue así; antes que pudieran dictarse estas órdenes, Acosta y Reyes emprendieron un ataque tan vigoroso, que los federales no pudieron resistir y empezaron a pasarse al lado norteamericano; el ataque fue forzándose y momentos después huían los llamados coronel Kostelitzky y teniente coronel Reyes, sin quemar el último cartucho, ni derramar una gota de su sangre, dando con ella la primera prueba de su absoluta falta de dignidad y pundonor militar al rendir las armas, que en mala hora les confiara la nación, a un ejército extranjero, probando a la faz del mundo que no son dignos de llamarse mexicanos los que violan la bandera que han jurado para pedir protección a otra.

La fracciones de Acosta y Reyes habían tomado ya posesión de esta plaza, cuando hice avanzar 100 hombres más para guardar el orden, que quedó perfectamente restablecido. A las siete de la noche recibí una carta del coronel norteamericano, diciéndome que ya retiraba sus tropas de la línea, porque veía que el orden en Nogales en nada se había alterado y que así lo comunicaba a su Gobierno, dándome también las gracias por haber sujetado el ataque a las Leyes Internacionales, pues estaba seguro que nuestros proyectiles no habían cruzado la línea y que nosotros no éramos responsables de los heridos que habían resultado en Nogales, Arizona. Al siguiente día hice avanzar toda la columna, entrando a esta plaza a las 8 a. m., en medio de un desbordante entusiasmo. Las pérdidas de nuestros enemigos fueron: un capitán primero, un teniente y 22 de tropa muertos, y heridos 24, habiendo quedado presos, en poder de las tropas americanas, todos los que atravesaron la línea en número de 250, quedando en nuestro poder algunas armas y cartuchos. Las pérdidas por nuestra parte fueron: 6 muertos y 9 heridos, contándose entre éstos el subteniente del 4° Batallón de Sonora, Anselmo Armenta.

El comportamiento del capitán Acosta fue heroico, así como el de sus oficiales tenientes Julio Montiel y Juan B. Humar y la fracción del 48° Cuerpo Rural en número de 65, habiéndose distinguido el capitán Reyes N. Gutiérrez, así como oficiales y tropa.

Felicito a usted, señor Gobernador, y por su conducto al pueblo de Sonora por la victoria obtenida contra la usurpación.

Sufragio efectivo. No reelección.
Nogales, Sonora, marzo 15 de 1913.
El coronel jefe de la columna. Álvaro Obregón.

Al C. Gobernador Interino del Estado, Ignacio L. Pesqueira. Hermosillo.

Con la captura de Nogales, todo el centro del Estado tuvo una base de aprovisionamiento de todos los elementos necesarios, y la revolución ganó facilidades para la introducción de pertrechos con que debía fomentarse el movimiento armado.

Siempre he creído que la toma de Nogales se debió a torpeza del enemigo y no a habilidad de nosotros, y me fundo en la siguiente consideración:

Nuestra marcha de Hermosillo a Nogales no podía hacerse en menos de seis días, mientras que el enemigo habría podido reforzar Nogales en menos de un día, hasta el grado de hacer bien difícil para nosotros la empresa de atacar y capturar aquella plaza; pero el enemigo, seguramente, no dio importancia a mi avance, no juzgó necesario reforzar la plaza, y tal confianza fue la causa de su primer fracaso.

Obtenida ya la comunicación con la vecina República Norteamericana por Nogales, por la prensa de aquel país tuvimos conocimiento de que el señor Carranza no había reconocido a Huerta y que en su carácter de Gobernador Constitucional del Estado de Coahuila había protestado contra la bárbara usurpación, levantándose en armas en aquel Estado con los pocos elementos que quisieron secundarlo. Esto nos alentó mucho. Primero, porque el señor Carranza, conservando su carácter de Gobernador Constitucional del Estado de Coahuila, representaba la autoridad legítima de aquel Estado; y segundo, porque conocíamos el importante papel que éste había tenido en el partido antirreeleccionista y en la revolución de 1910.

Antes de emprender la marcha sobre Cananea, como lo tenía resuelto, recibí un telefonema de Calles, comunicándome su resolución de atacar al general Ojeda en Naco, con una fuerza aproximada de 600 hombres que había logrado reunir, teniendo como principales jefes a Pedro Bracamontes, Miguel Antúnez, Samaniego, Escajeda, Gálvez, Gómez, y otros cuyos nombres no recuerdo.

Conocedor yo de los elementos y organización de las tropas de Ojeda, por haber sido la columna de éste aquella en que estuve incorporado con el 4° Batallón de Sonora, trasmití orden a Calles por teléfono, vía Douglas, para que suspendiera el ataque, augurándole un fracaso si lo efectuaba antes que yo me incorporara; y así atacar a Ojeda con todo nuestro efectivo reunido.

Mi telefonema fue recibido en la Agencia Comercial de Roberto V. Pesqueira, que se había convertido en Agencia Revolucionaria, regenteada por el mismo Pesqueira y Francisco S. Elías; y de allí, fue enviado a Calles por conducto del diputado Adolfo de la Huerta que, procedente de México, había llegado a la frontera en aquellos días. Mi orden no pudo ser entregada con oportunidad a Calles, y éste llevó a cabo su ataque, realizándose, muy a pesar mío, mi profecía, pues nuestras tropas sufrieron un serio descalabro en el ataque que emprendieron contra el susodicho Ojeda.

Cuando hubo sido tomada la plaza de Nogales por nuestras fuerzas, se incorporó a aquélla el señor Francisco R. Serrano que, hasta poco antes, había sido secretario particular de Maytorena, y quien, al convencerse de la ineptitud y cobardía de aquel gobernante, lo abandonó, incorporándose a las fuerzas de mi mando, habiéndolo efectuado como ya digo, en Nogales. El señor Serrano fue comisionado para instalar algunas oficinas públicas en Nogales, labor a la que se dedicó mientras nosotros avanzábamos sobre Cananea.

Las operaciones que se emprendieron sobre Cananea dieron por resultado la captura de esta plaza por nuestras fuerzas, según se relata en el parte oficial respectivo que íntegro se reproduce a continuación.


TOMA DE LA CIUDAD DE CANANEA

Hónrome comunicar a usted, que inmediatamente que fue tomada la plaza de Nogales destaqué al mayor Carlos Félix sobre la vía que viene a este mineral, para que procediera inmediatamente a la reparación de puentes que había quemados en dicha vía y poder marchar sobre Naco y esta plaza. En Nogales, y previo consentimiento del coronel Cabral, lo nombré segundo jefe de la columna, dándole a reconocer por la Orden General de la Plaza del día 16 del presente mes. El día 19, y ya cuando se había incorporado el coronel Alvarado, con sus tropas, ordené se emprendiera la marcha, llegando hasta Santa Cruz donde acampamos ese dla, emprendiéndola el siguiente hasta llegar a Molina adonde se acampó esa noche; al día siguiente se abandonó la vía para marchar rumbo a Naco, emprendiendo dicha marcha a las 7 a. m. En San Pedro Palominas se dio a la tropa dos horas de descanso y la marcha continuó hasta llegar a Agua Verde, a las cinco de la tarde, acampando allí la columna. Esa misma noche se puso una nota al general Pedro Ojeda excitándolo a que saliera a batirse fuera de la población para evitar un conflicto internacional, cuya nota fue firmada por el coronel Cabral, con el fin de que Ojeda creyera que Alvarado y yo estábamos amagando esta plaza; sin embargo, Ojeda no salió. El 22 se hizo un llamamiento sobre Naco, como último recurso, para ver si Ojeda salía, presentándole 200 hombres solamente, no consiguiendo nuestro objeto; las avanzadas sostuvieron un ligero tiroteo replegándose hasta Naco. Reuní a los jefes y les manifesté mi determinacion de marchar sobre esta plaza para atacaria y obligar a Ojeda que saliera en su auxilio; todos estuvieron de acuerdo, habiendo ordenado la marcha a las siete de la noche y atravesando la sierra de San José, para no ser vistos por el enemigo. Se marchó hasta la 1 a. m. del siguiente día, deteniéndonos en Sauceda, donde se le dio descanso a la tropa hasta las nueve, marchando por ferrocarril a Estación del Río donde estaba el coronel Diéguez, guien desde el cuartelazo encabezó el levantamiento de este mineral y permaneció en aquella estación para evitar que los federales avanzaran a la frontera. Mientras la tropa tomaba descanso, se le mandó una nota al coronel Moreno intimándole rendición y fijándole para ello 18 horas que deberían cumplirse a las 6 a. m. del día 24. El coronel Moreno contestó que tenía orden superior de defender la plaza y que así lo haría. Reuní a mis jefes y les manifesté que yo no conocía Cananea y no podía desarrollar ningún plan de ataque antes de hacer reconocimientos detenidos; pero que tenía plena confianza en ellos y que de común acuerdo presentaran e! plan que juzgaran más conveniente, porque no había tiempo que perder, habiendo presentado el siguiente: El coronel Diéguez con la fuerza que era a su mando, atacaría por el lado de los tanques; el coronel Alvarado, con su Cuerpo, atacaría por e! lado de la población, y Cabral y yo, con los cuerpos 47° Voluntarios de Hermosillo y una fracción del 5°, por Luz Cananea, quedando el corone! Camacho en Lechería, con una fracción del 5°, para que cuidara, si intentaban los federales salir por aquel rumbo y estableciera avanzadas sobre el camino de Naco. Este plan fue aprobado desde luego ordenando que las ametralladoras fueran distribuidas en la forma siguiente: una al coronel Diéguez, otra al coronel Cabral y yo, y dos al coronel Alvarado.

La marcha se emprendió a las tres de la tarde, deteniéndose el tren en Lechería, donde se dividieron las columnas, marchando cada una a su destino. La marcha que tuvimos que hacer el coronel Cabral y yo con nuestras tropas, resultó penosísima por lo accidentado del terreno y porque la temperatura había descendido mucho. A la 1 a. m. del 24 llegamos a Luz Cananea y desde luego procedí a colocar la gente, y al iniciarse el día destaqué algunas fracciones al mando del capitán Escobar a posesionarse de unas colinas que estaban a nuestra izquierda y que ofrecían algunas ventajas. Ya cuando la luz del día lo permitió, emplacé personalmente una ametralladora enfrente de la oficina telefónica de Luz Cananea, cuyo fuego batiría perfectamente todo aquel flanco. A las seis abría el fuego con la ametralladora sobre un pelotón de federales que avanzaban del cuartel a reforzar otro, que se había parapetado en una casa de adobes, haciéndoles cuatro bajas y rechazándolos; entonces empezó el fuego de los que había colocado en el terreno de la mina. En esos momentos abría sus fuegos el coronel Diéguez sobre el fortín federal que está en la loma, habiendo emplazado un pequeño cañón antiguo en la loma de los tanques, que era manejado por el mayor Aniceto C. Campos; los fuegos del coronel Alvarado empezaron en seguida y el combate se generalizó a las ocho de la mañana entrando en acción, por ambos lados, 7 ametralladoras, el cañón ya mencionado y como 1,200 fusiles.

El coronel Diéguez había logrado tomar magníficas posiciones y sus fuegos eran muy eficaces; el coronel Alvarado había colocado su gente en los edificios que ofrecían más ventajas; los federales contestaban con mucho brío desde el cuartel, el fortín de la loma y las casas que quedan frente a la Luz Cananea.

Como a la 1 p. m. hice un detenido reconocimiento, llegando hasta donde estaba el coronel Diéguez y allí observé las posiciones que ocupaba el coronel Alvarado; en vista de todo esto creí que la plaza caería en nuestro poder antes que el general Ojeda, que estaba en Naco, pudiera auxiliarla, pues ya había recibido aviso que dicho general alistaba su marcha en auxilio de dicha plaza. Considerando el fortín como la principal posición de los federales, ordené fuera tomado por asalto, emplazando 2 ametralladoras perfectamente fijas para que no perdieran su puntería con la trepidación, apuntadas al perfil de la trinchera de dicho fortín y que éstas abrieran sus fuegos cuando el clarín de órdenes lo indicara para proteger a los que dieran el asalto; para dicho asalto nombré al teniente Tiburcio Morales con 30 hombres que deberían emprender el asalto a las 9 p. m. para aprovechar la oscuridad, porque la luna salía a las once y el asalto sería mucho más difícil. Al capitán Acosta, con 50 hombres, le ordené se colocara en la loma inmediata y protegiera a Morales.

El combate duró todo el día sin que hubiera tregua ninguna, cesando al oscurecer. A las 8 p. m. marcharon Morales y Acosta a cumplimentar las órdenes que habían recibido, y el coronel Cabral y yo tomábamos un lugar conveniente para presenciar el asalto que empezó a las nueve.

Las ametralladoras que protegían a los asaltantes estaban manejadas por gente de Diéguez, dirigida por él. Las ametralladoras funcionaron perfectamente, y Morales avanzaba con éxito hasta poder lanzar a mano las bombas de dinamita que llevaba; nuestras ametralladoras suspendieron sus fuegos en estos momentos para no causar daño a los nuestros que estaban ya a orillas del fortín, cuando la dinamita explotaba dentro de las trincheras, notamos perfectamente que los federales huían, algunos de ellos pasaron cerca de nosotros haciéndonos algunas descargas; el fuego se suspendió de improviso, y la contraseña que habia dado yo a Morales para cuando toman el fortín no se tocaba, lo que me demostró que el asalto se había frustrado y hasta llegué a creer que hubieran acabado con los nuestros, pues el silencio se prolongó, sin haber siquiera quien rindiera parte; la situación era angustiosa, y al transcurrir 25 minutos con aquella ansiedad, mandé llevar mi caballo y seguido de mi asistente, quise cercionrme personalmente de lo que pasaba; caminamos hasta llegar al pie de la loma del fortín; allí dejamos los caballos, ordenándole a mi asistente que subiera por el flanco izquierdo de la loma, haciéndolo yo por el derecho, hasta encontrar algún soldado con quien tomar datos; en esos momentos nos abrieron fuego con una ametralladora del pie de la loma, lo que indicaba que la habían sacado del fortín, pues antes no tenian allí ninguna; al empezar el ascenso encontramos a un soldado de Morales, y éste nos dijo que los federales habían abandonado el fortín, pero que Morales hablá recibido aviso de que el fortín estaba minado y que al tomarlo él, lo volarían con su trOpa, que por esto se retiró al recorte del ferrocarril para evitar el desastre; inmediatamente ordené a Morales que marchara a posesionarse del fotín, pero en todo ese tiempo los federales se habían dado cuenta de que Morales no lo había ocupado y volvieron a posesionarsee de él, emplazando de nuevo su ametralladora; al llegar Morales, abrieron fuego sobre él.

Notando esto, mandé inmediatamente al capitán Acosta a proteger a Morales con orden de que se retirara, pues la luna habla salido y nos ponía en condiciones de sacrificar mucha gente para tomar dicha posición.

El resto de la noche pasó sin ninguna novedad, reanudándose el combate al amanecer; los federales habían tenido muchas bajas, que no habían podido levantar, y como se les había cortado el agua, su situación se hacía insostenible.

A 1as dos de la tarde se suspendió el fuego del coronel Alvarado; poco después el del coronel Diéguez y en seguida tuve que suspender el nuestro por haber recibido un telefonema de Alvarado quien me decía que había firmado un armisticio con el coronel Moreno, que duraría hasta las doce del siguiente dla; inmediatamente lo comuniqué a usted, pues era inexplicable firmar un armisticio que sólo favorecía a los federales y ponía a Ojeda en mejores condiciones de auxiliar dicha plaza.

Poco después recibí en contestación el siguiente mensaje:

Hermosillo, 25 de marzo de 1913. Para Cananea. Señor coronel Alvaro Obregón:

Enterado de su mensaje por el que particípame que Alvarado celebró y firmó armisticio con el enemigo sin su previo conocimiento.

Permítome manifestarle a usted, jefe supremo de esas fuerzas, que es usted el único autorizado pan celebrar tratados con el enemigo, y, en consecuencia, puede y debe de declarar nulo el armisticio firmado por el coronel Alvarado, mandando reanudar ataque sobre posiciones del enemigo si estíma lo conveniente.

Usted, señor coronel, es el inmediato responsable de las consecuencias consiguientes

Espero sus noticias.

El Gobernador Interino, Ignacio L. Pesqueira.

Al enterarme de este mensaje, quise reanudar el combate, pero las familias que habían permanecido entre los cerros sufriendo el frío y el hambre, al tener conocimiento del armisticio, se volvieron inmediatamente a sus casas para aprovecharlo, haciendo algo para comer, y como casi en su totalidad las casas son de madera, habríamos causado estragos entre los no combatientes.

Los federales, desde luego, se ocuparon en levantar sus heridos, recoger sus muertos, relevar la gente del fortín, que ya no pensaba resistir, aprovisionarse de agua y hacer loberas frente a Luz Cananea; este trabajo lo suspendieron porque le telefoneé al coronel Moreno, quien me dijo que no lo había ordenado él.

Al siguiente día recibí un telefonema de Alvarado, comunicándome que el coronel Moreno deseaba una conferencia con nosotros; accedí a ella y se verificó en el mineral La Demócrata, entre 11 y 12 m., sin ningún resultado, pues Moreno se negaba a rendirse y yo no exigía otra cosa.

A esa conferencia asistí con los coroneles Cabral, Diéguez y Alvarado. Por haber llegado a la hora fijada para abrir el fuego y estar aún en la conferencia, acordé con Moreno que se abriría a las dos de la tarde, tiempo apenas necesario para llegar cada quien a su campamento; a esa hora el fuego se abrió de nuevo y ordené que se preparara el asalto al fortín para esa noche, trasladándome a la estación del ferrocarril, para informarme de los movimientos de Ojeda, habiendo sabido allí que dicho general había salido ya de Naco.

Di las órdenes necesarias para que al oscurecer se movilizaran las tropas que operaban por Luz Cananea y las del coronel Alvarado a la estación del ferrocarril y que se alistaran los trenes necesarios para salir a encontrar a Ojeda, y que Diéguez quedara hostilizando al coronel Moreno para evitar que éste se saliera.

Al llegar a la Prefectura, como a las 6 p. m., me habló por teléfono el coronel Moreno, diciéndome que deseaba parlamento, que mandara suspender el fuego, a lo que contesté que tenía todo listo para dar el asalto definitivo al oscurecer y no tenía ningún objeto perder tiempo en parlamentar, y que lo suspendería solamente si él se rendía; quiso poner algunas condiciones para rendirse y sólo le ofrecí que serían tratados como prisioneros de guerra, contestando él que estaba rendido. Le dije entonces ordenara suspender el fuego inmediatamente, que mandara reunir sus oficiales y tropa, que ya salía yo para su cuartel; el fuego se suspendió, y en compañía del pagador Enrique Breceda, marché al cuartel federal.

A nuestra llegada el centinela tendió su rifle en el suelo y permaneció de pie; entramos al cuartel y al presentarse el coronel Moreno, le dije: Es usted mi prisionero; contestó: Sí, señor, entregándome su arma, que no acepté; le ordené que presentara oficiales y trOpa, y lo hizo en seguida, siendo éstos 2 jefes, 8 oficiales y 300 de tropa. que aún permanecían armados; les mandé que depositaran sus armas y lo hicieron en seguida; comisioné a un oficial para que recogiera el armamento, ordenándole luego al coronel Alvarado que marchara con su cuerpo a tomar posesión del cuartel y recibiese los prisioneros, lo que hizo una hora después. Las bajas del enemigo fueron: 3 oficiales y 45 de tropa muertos; 4 oficiales y 40 de tropa heridos; prisioneros: 2 jefes, 8 oficiales y 300 de tropa, habiéndose podido escapar tres oficiales y algunos soldados que huyeron rumbo a Naco. Se recogieron al enemigo 3 ametralladoras, 500 máusers, 30,000 cartuchos, caballos, acémilas y algunos otros pertrechos de guerra. Las bajas, por nuestra parte, fueron: 6 de tropa muertos, y heridos: 2 oficiales y 15 de tropa; hubo también algunos muertos de los no combatientes, habiendo muerto el doctor Filiberto V. Barroso y un francés, quienes hacían fuego a nuestros soldados. Todas las tropas, sin excepción, se portaron valientes, pudiéndose hacer mención del coronel Diéguez, mayor Bule, capitán Kloss y teniente Malbow.

Felicito a usted, señor Gobernador y, por su digno conducto, al pueblo de Sonora por esta brillante victoria alcanzada por nuestros heroicos soldados y ya preparo todas nuestras tropas para salir a encontrar al general Ojeda, que salió de Naco con este rumbo.

Sufragio efectivo. No reelección. Cananea, abril 26 de 1913.
El coronel en jefe. Alvaro Obregón.

Al C. Gobernador Interino del Estado. Hermosillo, Son.


OPERACIONES DEL CORONEL HILL

Mientras la columna de mi mando efectuaba las operaciones a que se ha hecho referencia, el coronel Hill, que había salido de Hermosillo el día 10 de marzo, con instrucciones de operar por el sur del Estado, siguiendo la ruta de la Colorada, San José de Pimas, La Cuesta, Tecoripa y San Javier, había llegado el día 18 a La Concentración, y sostenido allí un combate con fuerzas federales, combate que se prolongó hasta el día 19, logrando el referido coronel Hill rechazar al enemigo con rumbo a Cumuripa con bajas que ascendieron aproximadamente a 50, entre muertos, heridos y dispersos; teniendo, por nuestra parte, solamente 7 bajas, que fueron, 3 muertos y 4 heridos.

El contingente con que el coronel Hill emprendió su marcha de Hermosillo fue el siguiente: teniente coronel José Díaz López; capitanes primeros Nepomuceno Fierros, Lucas Girón y Juan Gaxiola; tenientes Alfredo Márquez, Antonio Duarte, Ramón de la Vega y F. C. Macías; subtenientes Claudio Fox, hijo, Ramón Reyes R. y 91 individuos de tropa del 5° Batallón Irregular de Sonora; pero durante su marcha había ido reforzando su columna con grupos más o menos numerosos que se le incorporaban para hacer la campaña contra el ejército de la usurpación.


PROMULGACIÓN DEL PLAN DE GUADALUPE

En la fecha en que, dcspués de tres días de sangriento combate, se rendia la plaza de Cananea, se consumaba otro hecho trascendental de la Revolución:

El mismo día 26 de marzo, en el Estado de Coahuila, en la hacienda de Guadalupe, se firmaba el Plan que debería ser la bandera de la Revolución y que se llamó Plan de Guadalupe, en el cual se puntualizaron las finalidades del movimiento y por el que se reconocía, por todos los jefes allí reunidos, como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, al Gobernador Constitucional del mismo Estado de Coahuila, C. Venustiano Carranza, quien, sin vacilaciones, había desconocido a Huerta desde el momento de la traición de éste.

En Sonora, se pensó desde luego mandar a Coahuila una comisión ante el señor Carranza para felicirarlo por su actitud, y manifestarle, en nombre del Congreso y del Ejecutivo del Estado, así como en el de los jefes militares del mismo, la adhesión de Sonora al movimiento constitucionalista y el reconocimiento de su personalidad como Jefe Supremo del movimiento, sin establecer, por nuestra parte, condición alguna.

La comisión fue nombrada con tal fin, constituyéndola los señores Roberto V. Pesqueira y Adolfo de la Huerta, quienes, inmediatamente, emprendieron su viaje hacia Coahuila.

Por mi parte, hice la siguiente recomendación a los comisionados:

Les suplico presentar mis respetos al señor Carranza y, en mi nombre, sugerirle la idea, no como una condición, sino como iniciativa mía solamente, de que expida un decreto inhabilitándonos a todos los jefes que tomamos parte en el actual movimiento armado, para ocupar puestOS públicos, dado que todas las desgracias nacionales se han debido a desenfrenadas ambiciones de los militares.

La comisión se despidió, y nosotros continuamos preparando nuestras columnas.


BRUTALES ATENTADOS DE OJEDA

Yo siempre tuve la mejor intención de tratar al enemigo con benevolencia, cuando éste estuviera vencido, y la mejor demostración de ello fue el tratamiento que, por nuestra parte, recibieron los jefes. oficiales y soldados hechos prisioneros en Cananea, practicando mi teoría contenida en mi Manifiesto lanzado en Hérmosillo: El respeto al vencido, es la dignidad de la victoria. Pero mi disposición y mis esfuerzos en tal sentido comenzaron a declararse estériles cuando, después de la toma de Naco, al incorporarse a mi columna las fuerzas de Calles y Bracamontes, pudimos conocer detalles sobre el brutal tratamiento que Ojeda estUvo dando a los nuestros que caían en sus manos; los heridos que Ojeda capturó al derrotar a Calles y Bracamontes, recibieron una muerte despiadada; sus cabezas fueron trituradas con enormes piedras que, por orden de Ojeda, se arrojaron sobre aquellos infelices heridos. Cierto día, dentro de la plaza de Naco, Ojeda ordenó la aprehensión de dos ciudadanos simpatizadores de nuestro movimiento, y luego hizo sacrificarlos con inconcebible lujo de crueldad y de barbarie, atando al cuello de cada uno un pañuelo, y haciendo retorcer éste con un bastón hasta que aquellos infelices quedaron estrangulados; siendo, después, sus cuerpos arrojados a la calle, donde estUvieron tirados durante dos o tres días. Cuando fueron conocidos estos criminales atentados, nuestros compañeros sintieron profunda indignación y empezaron a ser embargados por el deseo de venganza.

Para el día 13 de abril, la plaza de Naco estaba en nuestro poder y, dé la toma de esa plaza, rendí parte telegráfico al señor Carranza a Piedras Negras, Coahuila,donde entonces tenía establecido su Cuartel General; y el parte detallado de las operaciones efectuadas con ese resultado aparece: inserto en seguida, íntegro, tal como fue rendido en su oportunidad al Gobernador Interino de Sonora:


TOMA DE LA PLAZA DE NACO

Hónrome en comunicar a usted que el día 26 de marzo próximo pasado, en que cayó en nuestro poder la plaza de Cananea, procedí desde luego al alistamiento de nuestras tropas para salir a batir al general Ojeda, quien había salido de esta plaza en auxilio de aquélla, y constituyendo un estorbo para nuestros movimientos los 300 y tantos prisioneros que hiciéramos allá, dispuse que fueran despachados en el tren que teníamos listo para nuestras tropas, ordenando un nuevo convoy para la columna.

Éste fue el motivo que retardó nuestra marcha, viniendo a aumentar la demora un descuido del conductor, que dejó sin manear los carros que ocupaba la gente del coronel Alvarado, empezando éstos a caminar y tomar poco a poco una velocidad vertiginosa, por la gran inclinación que en todo este trayecto tiene la vía, yendo el tren sin maquinista a detenerse hasta más allá de Estación del Río, después de estar a punto de sufrir un descarrilamiento de terribles consecuencias.

A las 8 p. m. se arregló el convoy, y se emprendió la marcha, llegando a Estación Meza a las tres de la mañana del siguiente día. Allí ordené se detuviera el convoy, pues juzgué peligroso continuar la marcha de noche, ignorando, como ignorábamos, el punto preciso en que se encontraba el enemigo.

Cuando amaneció, llegaron dos norteamericanos procedentes de ésta, quienes me informaron haber dejado al general Ojeda saliendo de Villa Verde para Estación Meza.

Desde luego destaqué una exploración de un piquete de 25 dragones y ordené que la tropa procediera a desayunarse para que estuviera lista, pues los datos de los norteamericanos me hacían ver que el combate se libraría entre Estación Meza y Villa Verde.

Antes, había librado órdenes a los tenientes coroneles Calles y Bracamontes para que tomaran la retaguardia de Ojeda, conservando siempre una distancia conveniente, sin atacarlo, hasta que nosotros empezásemos el combate.

Como a las nueve y en atención a que la exploración de caballería no regresaba, destaqué al mayor Bule con una fracción de su gente, en una máquina, para que hiciera un reconocimiento, del cual no regresó hasta las 12 m., informándome que Ojeda huía rumbo a este lugar, quemando los puentes de la vía del ferrocarril.

Inmediatamente procedí a embarcar la tropa, y cuando se hubo concluido el embarco, se emprendió la marcha, habiendo llegado a Villa Verde a las cinco de la tarde, donde fue preciso hacer alto, por haber encontrado el primer puente quemado; y viendo que era imposible dar alcance a los federales antes de que penetraran a Naco, ordené la contramarcha a Cananea, para dar descanso y provisiones a la tropa, que empezaba a sentirse extenuada, pues desde que se emprendió la marcha de Nogales no había descansado un solo día.

Esa noche llegamos a Del Río, pasando a Cananea al día siguiente, donde permanecimos hasta el 31 en la tarde, hora en que se emprendió de nuevo la marcha rumbo a esta plaza.

Esa misma noche llegamos al puente quemado, a 20 kilómetros de ésta, continuando de allí, al siguiente día, hasta el Papalote, donde se tomó descanso y donde encontré al teniente coronel Calles, habiendo acordado con él y con el coronel Alvarado un plan para ver si lográbamos hacer salir a Ojeda de esta plaza, consistiendo en lo siguiente: quedaría el coronel Alvarado con el mando accidental de toda la fuerza y marcharía con ella hasta ocultarla en La Noria, lugar en que sabía Ojeda se encontraban únicamente las fuerzas de Calles y Bracamontes, y yo, con los trenes, marcharía rápidamente a Hermosillo esparciendo la noticia, a mi paso por Nogales, de que llevaba todas mis tropas para esa capital, llamado violentamente por usted.

Así se hizo, y cuando Alvarado emprendió la marcha, en la noche, para la Morita, yo salí con todos los trenes para esa capital, dejando el convoy en Estación Lomas y llegando a Nogales únicamente yo.

Ese mismo día en la tarde, toda la prensa de la frontera anunciaba que había yo pasado con mi columna, llamado violentamente por usted, con motivo de que el general Gil avanzaba por el Sur sobre Hermosillo.

Como transcurrieron tres días sin que Ojeda hiciera ningún movimiento, determiné volverme para estudiar la manera de atacar esta plaza, llegando al kilómetro 12 el día 5. Encontré al coronel Alvarado acampado al pie de la sierra de San Juan, al poniente de ésta, y a los tenientes coroneles Calles y Bracamontes acampados al oriente, a 4 kilómetros.

Esta plaza estaba defendida por 500 hombres, más o menos, con 2 morteros de 80 mm. y 4 ametralladoras, presentando su ataque serias dificultades para nosotros, como son: la línea internacional, que limita al pueblo por el Norte, impedía el ataque por aquel rumbo; atacando por el Sur, nuestros proyectiles tendrían que pasar al lado norteamericano. Debía atacarse, pues, solamente por los flancos, y siendo el terreno perfectamente plano y desprovisto de vegetación, el ataque se hacía muy peligroso.

El general Ojeda, durante los meses que estuvo preparando la defensa, había hecho construir loberas alrededor de la población, aspillerando todas las casas y formando trincheras en las azoteas. Había también construido trincheras en las calles, de tal manera que podía caminarse de un cuartel a otro sin descubrirse al enemigo. La artillería la tenía emplazada por los flancos, únicos puntos por donde podía ser atacado.

En vista de las condiciones en que se encontraba la plaza y tratando de evitar en lo posible e! número de bajas que podría costarnos el ataque, quise hacer uso de la dinamita, construyendo una máquina que, enganchada a un carro del ferrocarril y aprovechando la inclinación de la vía, fuera a explotar precisamente frente al cuartel la dinamita necesaria para destruirlo y sembrar e! pánico entre los federales, momentos que deberían ser aprovechados para el asalto.

Así lo comuniqué al coronel Alvarado, ordenándole que con sus fuerzas hostilizar a Ojeda, mientras que yo me trasladaba a Cananea a construir la máquina referida.

Salí ese mismo día para aquel mineral, donde permanecí hasta el día 7, en que la máquina quedó concluida.

Volví a incorporarme al kilómetro 12 y, citando allí a todos los jefes para tratar e! asunto, quedó acordado en la forma siguiente: el coronel Alvarado, que tenía la dinamita, la mandaría con el teniente coronel Bracamontes y éste debería esperarme en el lugar en que estaba el carro que íbamos a lanzar sobre la plaza y al cual habíamos puesto por nombre Emisario de Paz, marchando él (Alvarado) con sus tropas a colocarse a 800 metros de esta plaza para emprender e! asalto cuando el Emisario de Paz hubiera explotado, quedando por ese flanco, como reserva, el coronel Diéguez, con sus tropas. Los tenientes coroneles Calles y Bracamontes tomarían posiciones por el Oriente y emprenderían el asalto, lo mismo que Alvarado. Como el teniente coronel Bracamontes había quedado comisionado para arreglar la dinamita en el carro, sus tropas entrarían al ataque bajo las órdenes del teniente coronel Calles.

Cuando hube dejado todo dispuesto, tomé un automóvil y acompañado del señor Santiago Smithers marché a Agua Prieta a poner en conocimiento del coronel norteamericano que el asalto se daría esa misma noche, pues él me había suplicado que se le diera aviso para poner a salvo a las familias de Naco, Arizona. Llegué a Agua Prieta a las siete de la noche y tuve allí conocimiento, de que el coronel se había venido a Naco, Arizona, y emprendí desde luego el regreso, llegando al campamento del teniente coronel Calles a las diez de la noche. De allí mandé un recado al mencionado jefe norteamericano, quien a las 11:30 llegó al lugar en que yo me encontraba.

Tuve con el una conferencla, que duro media hora y a las doce salí para el kilómetro 9, donde se encontraba el Emisario de la paz, habiendo tenido que dar un rodeo por la Morita y Papalote, por lo que no fue posible llegar sino hasta las 2 a. m. No encontré allí a Bracamontes y, al preguntar por él, el jefe de la escolta me informó que caminaba por la vía llevando en una carrucha la dinamita, algunos cables, alambres y otros útiles, informándome también que Alvarado y Bracamontes habían acordado modificar el plan de ataque y que a eso obedecía el proceder de Bracamontes. Inmediatamente dirigi a este, jefe una nota previniéndole que lo haría responsable de las consecuencias, si hacía explotar la dinamita contraviniendo mis órdenes, y otra nota dirigí al coronel Alvarado comunicándole lo que decía a Bracamontes.

Como todos los jefes tenían órdenes de retirarse si la explosión no se efectUaba antes de iniciarse el día, creí que así sucedería al suspender la acción de Bracamontes; pero cuando amaneció empecé a escuchar un fuego nutridísimo, sin poder darme cuenta de lo que pasaba. Este fuego se prolongó dos horas, precisamente en dirección al flanco que ocupaba Alvarado, a quien puse una nota en seguida pidiéndole que me diera parte de lo que ocurría, y marché para el campamento de dicho coronel, donde se me enteró que Alvarado no se retiró al amanecer, esperando la contraseña de Bracamontes, y que habiendo sido descubierto por los federales, le abrieron fuego, rechazándolo y haciéndole 17 bajas, entre ellos dos oficiales. Las demás fuerzas se retiraron oportUnamente, sin tener pérdidas que lamentar.

Todo ese día y el 9 se invirtieron en alistar la tropa para dar el asalto en la noche, acordándolo en la misma forma que el 7. A las tres de la mañana, fue lanzado el Emisario de Paz, impulsándolo la máquina hasta el kilómetro 7, y como no se oyera explosión alguna, las tropas se retiraron antes de amanecer. Ya de día, pude observar que el carro se había detenido entre el kilómetro 5 y 6. El Emisario fue recogido y se dieron las mismas órdenes para esa noche, solamente que esta vez se emprendería el asalto a las cuatro de la mañana, aunque la dinamita no explotara. A las 3:30 a.m., personalmente, lancé el Emisario de Paz impulsándolo con la locomotora hasta el kilómetro 4, y pasó el tiempo necesario para que hubiera hecho el recorrido, sin que se escuchara la explosión.

Llegó la hora fijada para el asalto, y nuestras tropas no lo emprendieron, escuchándose sólo el fuego de la artillería y fusilería del enemigo.

Marché, acompañado de mi Estado Mayor, al lugar donde creí que estarían nuestras fuerzas, y no habiendo encontrado a nadie, continué la marcha hasta el campamento del teniente coronel Calles. De allí cité a tOdos los jefes para las doce del día en el Cuartel General, para donde me regresé en seguida y donde recibí el siguiente parte:

Campamento, 12 de abril de 1913.

Senor coronel Alvaro Obregón.

Su campamento.

Estimado compañero:

Tengo la pena. de comunicar a usted los sucesos acaecidos durante la mañana de hoy: llegué al lugar designado, a las tres menos 15, y una vez dada la señal convenida, salió el mayor Félix con su fuerza y el mayor Bule con la suya a emprender el asalto. Yo marchaba a la retaguardia de ellos con loS VoluntariOs de Magdalena, y habrían transcurrido diez minutos desde que se emprendió la marcha, cuando se presentó el mayor Félix manifestándome que el carro no había llegado hasta Naco, que iba muy despacio y se había parado. Regresóse a continuar el avance con su gente, cosa que no pudo hacer, según me manifesó después, por haberse desmoralizado completamente su fuerza, diseminándose a favor de la sombra eñtre el chaparral al empezar a explotar entre ellos las granadas de cañón que arrojaba el enemigo. En esos mismos momentos se me presentó el mayor Bule, manifestándome que la fuerza de su mando se negaba a dar el asalto, empezando a diseminarse en pequeños grupos y ante la imposibilidad de llevar a efecto el ataque, resolvimos de comun acuerdo, el mayor Félix, el mayor Bule y yo, empezar a recoger la fuerza para evitar que la ametrallaran en el llano al aclarar, cosa que pudimos hacer con una parte de la fuerza pues la demas ya venía en camino. Asimismo; noté que las fuerzas de Bracamontes; Elías, Acosta y Gómez estaban a nuestra derecha y sólo hacían algunos disparos, retirándose tan pronto como empezó el fuego de cañón.

La fuerza del 5° Batallón Irregular no fue posible que se me incorporara, porque el capitán López de Mendoza, que debió de haberlo traído, no pudo encontrarla, debido a que en la oscuridad de la noche se perdió entre los barrancos. Atentamente.

El coronel Salvador Alvarado.

Después de enterarme de este parte espere la cita que para las 12 del día había dado a los coroneles Diéguez y Alvarado, tenientes coronéles Calles y Bracamontes, mayores Félix, Acosta, Urbalejo y Bule.

A la hora citada y antes de que se incorporaran los demás jefes, se presentó el teniente coronel Bracamontes, seguido de algunos hombres armados; pretendiendo asesinarme; exponiendo como pretexto que yo estaba traionando y que necesitaban quitarme de enmedio.

Logré imponérmele sin necesidad de hacer uso de la fuerza armada, que, aunque allí no la tenia, podía haberla pedido a los campamentos inmédiatos.

Poco después se reunieron los demás jefes, encontrándose también en la junta el señor Santiago Smithers, que había venido prestando muy importantes servicios.

Una vez reunidos, les hablé de todas las dificultades con que se había venido tropezando, de la desmoralización que empezaba a cundir entre algunos jefes, oficiales y tropa, de la necesidad que teníamos de yomar esta plaza a cualquier costo, mostrando la significación. que este heho tendría para nuestra causa.

El coronel Alvarado tomó la palabra y dijo: que él juzgaba muy difícil el ataque, que las trincheras que había construido Ojeda eran magníficas, y que su tropa no estaba acostumbrada a pelear contra fortificaciones, como lo había probado la noche anterior.

Habló el teniente coronel Bracamontes, diciendo que la gente a sus órdenes no tenía confianza, que siempre había servido de carne de cañón.

El mayor Bule habló diciendome que la gente de él se negaba a entrar al asalto.

Me dirigí entonces a los mayores Urbalejo, Félix y Acosta y capitán Arnulfo R. Gómez, quienes me contestaron que estaban dispuestos a obedecer mis órdenes en cumplimiento de su deber y que creían que en la forma en que yo indicaba el asalto, el éxito sería nuestro, suplicándome solamente que se cambiara la hora para emprenderlo, a las tres de la mañana.

Accedí a esta modificación, por juzgarla juiciosa y felicité a aquellos jefes, que no medían el peligro ante el cumplimiento del deber.

Los demás jefes hablaron entonces, diciéndome que ellos estaban también dispuestos a cumplir con las órdenes que se les dieran, y el coronel Diéguez me dijo: Le suplico, mi coronel, que si llega a fracasar el asalto, me permita repetirlo mañana con la gente que es a mi mando, y le conteste que accedería a su petición.

Ordené entonces se formaran dos columnas, una al mando del mayor Carlos Félix, compuesta de 200 hombres de los cuerpos 47° Rural, 5° Batallón y Voluntarios de Horcasitas, con los oficiales capitán primero Ignacio C. Enríquez, capitán primero Miguel Ramírez, teniente Eutimio Márquez, teniente Francisco C. Castro y subteniente Víctor Bascasegua, y la otra columna al mando del mayor Acosta, compuesta del 48° Cuerpo Rural y una fracción del 3° que comandaba el capitan Arnulfo R. Gómez, la que iría al mando directo del mayor Urbalejo.

Con estas fuerzas iban los siguientes oficiales: capitán primero Arnulfo R. Gómez, teniente Florencio Fimbres, Julio Montiel y Juan B. Humar, con un total de 150 hombres de tropa.

A las cinco de la tarde mandé formar la fuerza que iba a tomar parte en el asalto, y dirigiéndole la palabra la excité en nombre de la justicia de nuestra causa, al estricto cumplimiento de sus deberes; y cuando terminé de hablar, en todos los semblantes se retrataba el entusiasmo, cundiendo hasta el grado de que el capitán segundo Tiburcio Morales y 4 soldados, que se encontraban enfermos, abandonaron sus camas y salieron del carro que les servía de hospital, pidiendo que les permitieran tomar parte en el asalto. Yo accedí con gusto y satisfecho de la actitud de aquellos valientes.

Luego emprendimos la marcha hasta llegar a un zanjón, que dista de Naco 800 metros, sitio que había estado ocupando el coronel Alvarado y desde donde estuvo hostilizando a los federales. Ya en aquel lugar, se colocó a la tropa en forma conveniente para que durmiera hasta la hora fijada para el asalto. A las doce de la noche se le habló al mayor Félix, y desde luego procedió a alistar su tropa, emprendiendo con ella la marcha, en que le servía de guía el capitán Enríquez. A esa misma hora, hacían sus movimientos de avance por el Oriente los mayores Urbalejo y Acosta, habiendo quedado el Cuerpo Auxiliar Federal en sus posiciones, y el coronel Diéguez como reserva al Poniente. Al Oriente y también como reserva, quedaron las fuerzas de los tenientes coroneles Calles y Bracamontes.

Una hora había transcurrido, cuando de improviso se dejó oír una descarga simultánea, seguida de otras muchas, y en unos cuantos minutos más el asalto estaba generalizado por todas las fuerzas que se había ordenado tomaran parte en él.

Ojeda, que había mandado formar un enorme montón de tablas y durmientes para prenderles fuego y descubrirnos si era atacado de noche, lo hizo arder en el momento del asalto y en un corto tiempo se levantó una inmensa llamarada que iluminaba perfectamente bien la llanura y a la luz de ella se veían con claridad los combatientes, que comenzaban ya a batirse cuerpo a cuerpo. La negra columna de humo producida por el fuego poco a poco empezó a ennegrecer el espacio, y media hora después era un cuadro indescriptible.

Los combatientes parecían no darse cuenta del peligro: los cañones y ametralladoras del enemigo batían la llanura; pero inútilmente, pues ya nuestros soldados estaban mezclados con los federales en las primeras trincheras. Quise reforzar a los asaltantes con 200 hombres del coronel Alvarado, pero éstos dijeron que no entrarían hasta el amanecer.

Entre tanto, la lucha continuaba con el mismo encarnizamiento, y, al amanecer entraron los 200 de Alvarado, al mando del mayor Bule, al mismo tiempo que por el Oriente entraban a reforzar a los asaltantes los capitanes Antúnez y Escajeda, y poco después empezaron a tomar parte las fuerzas de los tenientes coroneles Calles y Bracamontes y todas las demás fuerzas.

Siguió el combate hasta las diez, hora en que el general Ojeda comenzó a preparar su huida, incendiando una casa en que tenía armamento y 60,000 cartuchos. Momentos después, Ojeda atravesaba la línea internacional y rendía sus armas al ejército norteamericano, habiendo dejado abandonados a su propia suerte a un capitán y dos tenientes, que ni siquiera sabían dónde se encontraba su jefe.

Estos oficiales se batieron todavía una hora más, con un valor digno de otra causa. Como a las once, y cuando llegaba yo a la calle Central, salieron del cuartel algunos federales, que huían en precipitada fuga para ganar la línea, y viendo yo que tenían que pasar forzosamente por el sitio en que me encontraba, torné el rifle de uno de los muertos que estaba cerca y empecé a hacerles fuego y marcarles el alto, y el mayor Acosta, que se dio cuenta de esto, avanzó inmediatamente con algunos de sus soldados a protegerme, logrando así detener y desarmar a 2 oficiales y 40 soldados que corrían.

Durante quince minutos más siguieron escuchándose algunos disparos aislados de los federales que habían quedado cortados, y a las 12 del día todo había terminado, habiendo dado nuestras tropas la nota más brillante que pueda dar un ejército, y el general Ojeda, la segunda prueba de que los jefes federales están perfectamente desprovistos de honor militar y patriotismo, pues, sin ruborizarse siquiera, tanto los defensores de Nogales como él, habían atravesado la línea internacional y rendido sus armas a un ejército extranjero, antes que derramar una gota de sangre en nuestra patria, que en mala hora hiciera confianza en ellos.

Desde luego se procedió a levantar el campo y preparar los funerales, con los honores debidos, de los valientes tenientes Márquez y Villegas, que habían muerto con el heroismo de los patriotas.

El enemigo dejó en el campo 79 muertos, 23 heridos, y 2 oficiales y 80 de tropa prisioneros; 2 cañones de 80mm., 104 máusers con 30,000 cartuchos, caballos, mulas y otros pertrechos.

Por nuestra parte, tuvimos que lamentar la muerte de los tenientes Eutimio Márquez y Eduardo Villegas y 15 individuos de tropa, y heridos los capitanes primeros Ignacio Enríquez y Miguel Ramírez, teniente Francisco G. Castro y subteniente Victor Bascasegua y 36 de tropa. No hago especial mención de ninguno de los jefes y oficiales que tomaron parte en el asalto, porque todos, sin excepción, estuvieron heroicos.

Felicito a usted, muy entusiastamente, señor Gobernador, por este nuevo triunfo, y hago a usted presentes las seguridades de mi atenta subordinación y respeto.

Sufragio efectivo. No reelección.
Naco, Son., abril 15 de 1913.
El coronel en jefe. Álvaro Obregón.

Al C. Gobernador Interino, Ignacio L. Pesqueira. Hermosillo, Son.

Los comisionados por el Estado de Sonora para hacer presente la adhesión del Ejecutivo y del ejército de Sonora al Plan de Guadalupe llegaron a Monclova, Coahuila, y en aquella ciudad se celebró una Convención entre ellos y los jefes del movimiento en Coahuila, el 18 de abril, quedando desde aquella fecha reconocido por las autoridades y el ejército de Sonora, como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, el señor don Venustiano Carranza, reconocimiento que más tarde ratificó y promulgó por Bando el Congreso de Sonora.

Después de derrotar a todas las fuerzas federales que ocupaban la frontera, dejando controlada así toda aquella zona por la Revolución, regresé a Hermosillo con la mayor parte de mis fuerzas, quedando Alvarado y Calles encargados de vigilar la frontera.

De Hermosillo continué a Estación Batamotal, a 12 kilómetros de Guaymas, donde tenía su campamento el coronel Ramón Sosa, que era jefe de las fuerzas que teníamos avanzadas en aquella estación para vigilar los movimientos de los federales, y cuyo efectivo era, aproximadamente, de 800 hombres.

No pudo desde luego emprenderse un ataque sobre Guaymas, porque estábamos sumamente escasos de parque, siendo la dotación media de 40 cartuchos por plaza; y, con este motivo, determiné esperar pertrechos, mandando, entretanto, una columna ligera de 300 hombres de caballería, a las órdenes del teniente coronel Rodríguez para que operara en la región del Yaqui, procurando tomar contacto con el contingente que de Álamos mandaría el coronel Hill, para atacar la plaza de Torin, lugar este último que tenía una guarnición de 600 hombres, incluyendo los reaccionarios encabezados por José Tiburcio Otero, que ya se habían incorporado.

Justo es consignar que, para esa fecha, el coronel Hill había tomado posesión de la plaza de Álamos, como resultado de las activas operaciones que desarrolló después de la batalla librada en la Concentración; operaciones que el mismo jefe relata en la siguiente forma:

El día 5 de abril emprendí mi marcha a Minás Nuevas con el grueso de mi columna, donde establecí mi Cuartel General, amagando la ciudad de Alamos. En la tarde del mismo día, las avanzadas me rindieron parte de que sabían que el enemigo en número de 70 hombres había salido de Alamos a atacar a nuestros puestos avanzados, y ordené, desde luego, que salieran fuerzas competentes a batirlo, entablándose un nutrido tiroteo que duró media hora, obligando a los federales a dar media vuelta en el más completo desorden, y dejando en el campo 4 muertos, entre ellos Alfredo Santini.

Los espías que llegaron el día 6, procedentes de Alamos, me informaron que la plaza estaba bien defendida por una guarnición de más de 500 hombres, con parque en abundancia; que habían establecido muy buenas fortificaciones alrededor de la ciudad, así como que también habían sembrado de minas los lugares por donde nosotros teníamos necesidad de pasar para hostilizar a los defensores de la plaza.

Estos informes me hicieron comprender que con los elementos que yo tenía me sería imposible emprender un asalto general sobre la plaza con probabilidades de éxito inmediato, y con este motivo comuniqué órdenes a todos los puestos avanzados para que, cuando cerrara la noche, se aproximaran haciendo demostraciones hostiles sobre la plaza, con objeto de que el enemigo agotara sus municiones.

Esta táctica me dio los resultados que yo esperaba, puesto que el enemigo hacía nutridísimo tiroteo cada vez que mis fuerzas se aproximaban a la ciudad, agotando con ello sus reservas de parque; y cuando después de once fingidos asaltos, estuve perfectamente convencido de que no resistirían el ataque general sobre la plaza, lo inicié el día 16 de abril en la siguiente forma:

El teniente coronel José Díaz López, con su gente, tomó posesión de las lomas de Agua Escondida, y yo, personalmente, avancé por el barrio de La Capilla con la gente de los capitanes Guillermo Chávez y Ramón Gómez y de los tenientes Antonio Duarte y Alfredo L. Márquez, consiguiendo llegar hasta La Esmeralda, donde establecí mi cuartel general y ordené el ataque sobre un fortín federal que se encontraba como a 460 metros de donde nosotros nos habíamos establecido.

Toda la noche del 16 estuvimos tiroteándonos con el enemigo. El día 17 se me presentó el C. coronel Alejandro Gandarilla con 30 hombres, quien forzando sus marchas pudo llegar en momentos muy oportunos a cooperar de una manera efectiva en el ataque de la plaza.

A la una de la tarde del día 17, el enemigo izó bandera blanca en sus fortines, mandando como emisarios de paz a los señores Alfonso Goyecolea y José María Sifuentes, reos políticos que los federales tenían prisioneros y que prestaron muy útiles servicios como parlamentarios.

Después de oír a los emisarios de paz del enemigo, en virtud de no convenirme las proposiciones que me hacían, reanudé el ataque sobre la plaza, cayendo ésta en nuestro poder el mismo día, a las tres de la tarde, procediendo luego a desarmar a los federales y vecinos que la defendían, quienes entregaron todos los pertrechos que tenían en su poder. Allí hicimos prisioneros a los señores Pánfilo Santini, que era el jefe de las armas; a su hermano, Francisco J. Santini, enemigo acérrimo de nuestra causa; a Adrián Marcor, ex-prefecto político del distrito, que defeccionó cobardemente con elementos del Estado; a Flavio S. Palomares, ingeniero militar de la plaza, y a dos señores extranjeros, cuyos nombres no recuerdo, quienes se habían encargado de colocar minas para hacerlas explotar entre nuestros soldados; a Ignacio Mendívil y su hijo Aureliano y como a cuarenta individuos más, todos enemigos acérrimos de la Revolución.

En esta acción de armas tomaron importante participación también el coronel Juan Antonio García, el mayor Juan Cruz y el teniente Fausto Topete, quienes desalojaron al enemigo que estaba posesionado del cerro de la Campana, frente a la estación del ferrocarril, que nos hostilizaba mucho. Como mis tropas carecían hasta de lo más indispensable y no tenía ningunos recursos para abastecerlas de provisiones y equipo que con más urgencia estábamos necesitando, procedí a imponer algunas multas a los prisioneros que habían caído en nuestro poder, en virtud de que todos ellos eran hombres adinerados y habían ayudado pecuniariamente al Gobierno de Huerta.

Con el producto de dichas multas quedó completamente equipada mi columna, proporcionando fondos a las tropas expedicionarias de Sinaloa, así como también a las guerrillas que comandaba el coronel Díaz, de Chínipas, y con el resto de la cantidad que quedó en mi poder ordené se procediera a la reparación de la vía del ferrocarril hasta Cruz de Piedra, Sonora.

El día 1° de mayo, estando en Estación Empalme, se avistó en alta mar una flotilla compuesta de 5 barcos y, antes de dos horas, pudieron ser reconocidos los cañoneros Guerrero, Morelos y Tampico y dos barcos mercantes, uno de los cuales era el Pesqueira.

Por la tarde del mismo día, aquellos barcos fondeaban en la bahía de Guaymas.

Al día siguiente pudimos saber que la guarnición federal del puerto, comandada por el general Miguel Gil, había sido reforzada con 3,000 hombres llegados con los generales Luis Medina Barrón y Francisco A. Salido, con bastante artillería de grueso calibre; sabiendo, también, que los federales en Guaymas hacían toda clase de preparativos para emprender su avance sobre Hermosillo.

Dos días emplearon los federales en hacer sus preparativos y al tercero emprendieron su avance, ocupando Empalme y el rancho de San José de Guaymas.

La situación era entonces comprometida, considerando la superioridad del enemigo, en número y elementos de guerra, así como que el combate que teníamos que librar sería completamente decisivo. Era, pues, necesario poner de nuestra parte todo lo que estuviera dentro de los límites de lo posible para asegurar un golpe.

Yo consideré, desde luego, que la columna federal iría debilitándose a medida que avanzara al Norte, puesto que tendría la necesidad de cuidar su retaguardia con una serie de guarniciones que restarían considerablemente su efectivo en la batalla, dándonos con esto probabilidades de éxito al librarla.

Era, pues, conveniente, replegarnos al Norte sin perder el contacto con el enemigo hasta alejarlo de su base, todo lo necesario para poder infligirle una derrota completa y hacer después una persecución tenaz y prolongada sobre los restos de su columna, destrozándolos más, mientras mayor fuera la distancia en que se hiciera la persecución.

Por esas consideraciones, seguía yo replegándome al Norte para librar la batalla lo más retirado de Guaymas que fuera posible; cuando, en Estación Ortiz, recibí orden del gobernador Pesqueira de no retroceder más, porque en Hermosillo había inusitada alarma, e indicándome que, en caso de una derrota para nosotros a inmediaciones de Hermosillo, tendrían ellos que hacer su huida al Norte con mucha precipitación.

Esa orden me hizo contramarchar al encuentro del enemigo y librar la batalla en Santa Rosa, con el resultado que se verá en el parte oficial que se inserta a continuación.

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