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Alfonso Quiroga

MÉXICO EN 1916

CUADRAGÉSIMO QUINTO COMENTARIO

LOS LEGALISTAS



Este partido revolucionario, que, como todos los demás existentes en México, deseaba la caída del gobierno constitucionalista y por conseguirla luchaba, para mediados del mes de agosto dió muestras de actividad.

Simultáneamente aparecieron algunas partidas en varios puntos del norte de México, y los soldados que las formaban ostentaban un sombrero con una inscripción que decía: Partido Legalista.

Su uniforme, así como sus procedimientos, eran muy diferentes de los demás revolucionarios.

Según noticas seguras, aunque con frecuencia detenían los trenes, nunca causaron daño alguno a los viajeros pacíficos, y sólo se contentaban con procurarse adeptos, pero sin violencias ningunas.

Casos de estos ocurrieron el día 22 de agosto cerca de Aguascalientes. Al enterarse de que iba a pasar un tren, se aproximaban a la vía haciendo señales para que el convoy se detuviera, y una vez conseguido esto, invitaban a los que quisieran seguirlos para tomar las armas.

Algunas veces conseguían su objeto y otras no; pero nunca se supo que cometiera los atentados que han caracterizado las campañas de otros rebeldes.

En las cercanías de Ojinaga, Chihuahua, apareció también una partida como de 400 legalistas, y según se informó, pretendían apoderarse de la plaza mencionada, sin que lograran hacerlo debido al oportuno envío de tropas que para evitarlo hizo el comandante militar de Ciudad Juárez.

En los meses que siguieron a la fecha citada, poco se habló de esas partidas, pues parece ser que, convencidos de la necesidad de una unión con otros elementos de iguales ideas, se incorporaron a los grupos felicistas que operaban por cuenta propia.

Uno de sus principales elementos de combate fue el grupo que estaba bajo las órdenes de Mariano Tamez, de quien nos ocuparemos más adelante.

Entre el grupo director de este movimiento hubo algunos individuos conocidos en el campo de la política, y hasta se llegó a decir que el licenciado don José Ives Limantour, ministro de Hacienda en el tiempo del general don Porfirio Díaz, había consentido en prestarle ayuda. Sin embargo, el mismo señor Limantour, desde París envió a varios periódicos de Estados Unidos algunos mensajes que negaban terminantemente la noticia.
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