Presentación de Omar CortésNoveno comentario - Dos declaraciones importantesUndécimo comentario - Las relaciones entre mexicanos y americanos Biblioteca Virtual Antorcha

Alfonso Quiroga

MÉXICO EN 1916

DÉCIMO COMENTARIO

EL ASALTO A COLUMBUS, N. M.



El jueves 9 de marzo, a la madrugada, hicieron una audaz excursión a territorio norteamericano los rebeldes encabezados por Francisco Villa, quienes cayeron por sorpresa sobre la guarnición de Columbus, Nuevo México, compuesta en su mayor parte por soldados pertenecientes al décimo tercer regimiento de caballería de los Estados Unidos, a las órdenes del coronel Slocun.

Desde hacia varios días se sabía, tanto en Ciudad Juárez como en El Paso, Texas, que Villa, con la mayor parte de sus fuerzas, había salido de su cuartel general en San Jerónimo, Chihuahua, con rumbo a Pearson. En Ciudad Juárez se decía que su intención era atacar la guarnición de Casas Grandes, para donde se enviaron inmediatamente refuerzos; pero en vista de que el audaz bandolero cambiaba de ruta y seguía hacia uno de los pasos de la Sierra Madre, todo el mundo presumió que su objetivo era el mineral del Tigre, en Sonora; lo que hizo que el gobernador y comandante militar de ese estado, general Plutarco Elías Calles, ordenara que salieran fuerzas para proteger dicho lugar.

Pero cuando se le creía en plena sierra, Villa apareció inesperadamente cerca de la línea divisoria de México y los Estados Unidos, a la altura de Palomas. Las versiones que corrieron entonces fueron de otro género: unos decían que intentaba pasar municiones, otros que buscaba los medios de fugarse, y no faltó quien dijera que se dirigía a conferenciar con algunos amigos suyos. Muy lejos estaban todos de imaginarse el verdadero propósito que lo guiaba.

Como ya se ha dicho, la noche del 9 de marzo cruzó la línea divisoria y sorprendió a la guarnición de Columbus, en cuya población norteamericana penetró sin encontrar resistencia.

No se ha llegado a aclarar perfectamente cómo inició la lucha en territorio de los Estados Unidos, pero se afirma que después de trazar en su marcha un semicírculo, Villa quedó situado al norte de Columbus, desde donde resueltamente se dirigió sobre el campamento militar.

Como eran las cuatro y media de la mañana, los soldados americanos dormían, y sólo sus centinelas hacían la guardia. Uno de estos, el apostado en el punto más lejano del campamento, fue sorprendido y muerto sin que pudiera dar la voz de alarma. Otros y otros cayeron después, y cuando al fin alguno pudo gritar, ya los villistas estaban dentro de la población.

Parece ser que no todos los que acompañaban a Villa atacaron el campamento militar, pues otros muchos, a la misma hora, penetraron a Columbus, y disparando sus armas y gritando desaforadamente, comenzaron a saquear tiendas y casas particulares y a incendiar los principales edificios.

Cuando ya los vecinos, por los disparos de armas de fuego y la gritería, se dieron cuenta de lo que pasaba, rápidamente se dispusieron a la defensa, especialmente los de nacionalidad americana, que casi todos podían armarse.

Dos horas, poco más o menos, lucharon el pueblo de Columbus y la guarnición contra sus asaltantes, y llama la atención que al cabo de tan reñido combate no hubiera más que ocho soldados muertos y otros tantos civiles, entre ellos una señora.

El barrio comercial de la población quedó completamente aniquilado, por el incendio y el saqueo.

A las seis de la mañana anunciaron los clarines villistas que los asaltantes de Columbus iniciaban su retirada, la cual llevaron a cabo hacia la línea divisoria, sosteniendo un continuo combate con las fuerzas y vecinos que los perseguían. Poco después e hallaban de nuevo en tierra mexicana, y en su persecución los soldados americanos, que, según informes que entonces se recibieron y que no han sido desmentidos después, avanzaron hasta un punto distante quince millas de la línea divisoria.

Los oficiales que mandaban esa tropa, informaron que causaron a los villistas no menos de setenta y cinco muertos, mientras ellos sólo tenían una baja.

Los muertos que los asaltantes de Columbus dejaron abandonados en las calles de aquella población, pasaron de treinta.
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