Índice de Las grandes mentiras de nuestra historia de Francisco BulnesTercera parte - Capítulo V Segunda parteTercera parte - Capítulo VI Segunda parteBiblioteca Virtual Antorcha

LAS GRANDES MENTIRAS DE NUESTRA HISTORIA

Francisco Bulnes

TERCERA PARTE

Capítulo sexto

EL 5 DE DICIEMBRE

Primera parte


Don Lorenzo Zavala fue traidor a la patria. El general Santa Anna dando orden al general Filisola para que con el ejército mexicano desocupase Texas, porqué así lo exigía el general de los filibusteros norteamericanos; firmando un tratado en el que reconocía la independencia de Texas y ofreciendo su eficaz concurso a Houston para arreglar la anexión de Texas a los Estados Unidos, fue ante las leyes sociales, civiles y militares un traidor a la patria más escandaloso y repugnante que Don Lorenzo Zavala.

¿Por qué un hombre del mérito de Zavala cometió el crimen de alta traición? Por codicia han asegurado algunos escritores; Zavala poseía gran extensión de tierras en Texas y esperaba la subida considerable del precio de esas tierras, bajo el dominio eminente del gobierno de los Estados Unidos. Los que tal cosa afirman olvidan o ignoran que Zavala conocía admirablemente la política de los Estados Unidos, sabía que la posesión de Texas era cuestión de vida o muerte para el partido dominante en aquella nación y que Texas con el concurso o sin el concurso insignificante y casi igual a cero de Zavala, caería en poder de los Estados Unidos. Para conseguir una ventaja que estaba ya conseguida, Zavala no pudo cometer un gran crimen que para siempre manchó su nombre que a ilustre había llegado entre los mexicanos.

Tampoco puede atribuirse a ambición la traición de Zavala, pues sólo un idiota hubiera creídose capaz de ser el César texano o el Wáshington de los texanos. Zavala murió antes de hallarse en condiciones de explicar su traición, pero ésta tuvo en mi concepto como causa su odio al centralismo y sobre todo a la persona de Santa Anna. Es muy frecuente que el odio político remolque a los partidos o a los hombres hasta la traición y en México tenemos de ello ejemplos notables.

La causa de la traición del general Santa Anna, es perfectamente conocida y fue el miedo de ser matado en justa recompensa de la sangre que fría e implacablemente había derramado. La cobardía inmensa engendró la traición. Bastaba con la cobardía sin la traición, para que un ejército que reconoce por ley suprema el honor, castigara al general Santa Anna con el patíbulo militar. Santa Anna en 1838 había cometido ya dos grandes crímenes; ante las leyes civiles, militares y sociales, el de traición; y ante las leyes militares, el de cobardía. Estaba pues abajo de Zavala, cuando ya Zavala estaba boca abajo en el fango.

No hay mexicano que pueda poner en duda, que si Don Lorenzo Zavala se hubiera atrevido a presentarse en la República en 1837, hubiera sido lapidado por el populacho, rechazado por toda la sociedad, perseguido activamente por el gobierno; aprehendido por los tribunales, juzgado, sentenciado a muerte, ejecutado y enterrado fuera de los cementerios, en tierra sin bendición, eriaza, maldita.

En cambio vemos que el general Santa Anna, vuelve al país y sin haber tenido los méritos de Don Agustín Iturbide y teniendo vicios y prostituciones que jamás tuvo Iturbide; penetró en la República no obstante su vergonzoso rango de traidor y cobarde prófugo y en vez de ser fusilado se le deja tranquilo en su hacienda de Manga de Clavo; se le respeta, se le escucha cuando lanza un Manifiesto que debió ser irritante y aunque había algunos que lo despreciaban, la mayoría nacional lo contempla como un rey que ha pecado y que temporalmente remoja su alma en las regeneradoras fuentes de la penitencia.

Sellado Santa Anna con tres marcas; la de traidor, cobarde y vil, hasta ofrecer al presidente Jackson el consentimiento de la nación mexicana para la cesión de Texas a los Estados Unidos; volvió al país en compañía de Don Juan N. Almonte el mes de Febrero de 1837, procedente de los Estados Unidos en un pequeño barco de guerra que le proporcionó el presidente Jackson, en el momento en que mayores humillaciones le hacía a México para obligarlo a declarar la guerra a los Estados Unidos.

En Febrero de 1837, ya era pública en México la conducta ignominiosa de Santa Anna en Texas y los Estados Unidos. Era de esperarse que al pisar Santa Anna a Veracruz sería aprehendido y consignado a un Consejo de guerra, juzgado, sentenciado a muerte, degradado y ejecutado; si el pueblo veracruzano no se hubiera anticipado a destrozarlo como es propio de pueblos patriotas, sanos y viriles. Pero cuán grande ha de haber sido la sorpresa de los norteamericanos, de las naciones europeas, y del grupo de mexicanos ilustrados, limpios y patriotas; al saber que luego que Santa Anna llegó a Veracruz, donde fue recibido con los honores que le correspondían como presidente ... (1).

Esta es una triste prueba de que no existía nación mexicana en 1837; porque una nación que vive fuera de la política, vive fuera de su dignidad, de su libertad, de su propia vida como nación. Una nación que vive sin vida de nación no es nación, es otra cosa parecida a un rebaño que tiembla al aspecto de un solo lobo y que necesita por lo menos un perro que lo defienda.

En México no había partidos políticos porque el partido verdadero tiene que ser nacional y la característica de la población era la indiferencia del cadáver por la vida, o la simpatía tímida e inofensiva por determinada causa. La política se distribuía entre dos facciones; la clerical que sostenía el centralismo y la liberal que trabajaba por la vuelta del federalismo.

La facción liberal quedó vencida y casi aniquilada por el poder del clero que puso la cuestión en límites exactos; Liberalismo o catolicismo; no se puede ser las dos cosas a un tiempo. La facción liberal se hubiera quedado con cinco o seis miembros si no se hubiese replegado bajo una bandera más compatible con el catolicismo, el federalismo, sostenido por el provincialismo bárbaro y por la tendencia anárquica al desmembramiento territorial; todo cacique quería disfrutar de su despotismo libremente.

La supremacía de la facción conservadora era innegable; el golpe que en 1834, dió el clero a la facción liberal la dejó casi muerta pues no volvió al poder sino hasta 1856, veintidós años después de la caída de Don Valentín Gómez Farías. La facción conservadora se dividió entonces como es propio de todas las facciones, una vez triunfantes los principios se piensa en el triunfo de los estómagos y se verifica el fraccionamiento personalista; pero como la facción federalista aun tenía vida; la facción conservadora se dividió en dos partes: la doctrinaria, formada por hombres serios, decentes, probos, sanguinarios por deber, déspotas por escuela, irreconciliables por dogma, tiesos, ajustados a sus tradiciones, inexorables para sus ideales. A esta facción pertenecían; Alamán, Gutiérrez Estrada, Pesado, Cuevas, Gómez de la Cortina, Bocanegra, Monasterio, Gorostiza, Peña y Peña y algunos otros que después debían convertirse en liberales moderados. Esta facción no siendo personalista no tenía caudillo, pero aceptaba con placer a Don Anastasio Bustamante.

La facción personalista había erigido al general Santa Anna como objeto de su culto; la formaban los militares, los agiotistas tahúres, los educadores de gallos, los concesionarios, y todos los que se habían quedado sin empleo después de haberlo solicitado, que lo eran todos los varones de la clase media comprendidos entre 13 y 100 años de edad y gran número de los miembros de la clase rica. Toda clase social famélica sujeta su moral, su libertad y toda su acción a salvarse del hambre y todo gobierno que no resolviera el problema del hambre de los decentes, contaba con la decidida y formidable aparición de estómagos dispuestos a aceptar príncipes extranjeros, católicos o musulmanes, monarquía o República, democracia o teocracia, traidores a la patria como Santa Anna o patriotas como Guerrero o Victoria, generales cobardes o valientes, todo era igual. El famelismo decente, hidalgo, con pergaminos, estaba siempre en pie de guerra contra todo gobierno.

Santa Anna hiciera lo que hiciera en Texas, en los Estados Unidos, en Turquía o en el Japón, contra México, lo mismo que los que no fueran Santa Anna, contaban siempre con el famelismo como base de su partido personal. La gran falange famélica tenía el privilegio de hacer la opinión pública, lo que ella decía lo decía la nación, lo que ella quería lo quería la nación, lo que ella pensaba lo pensaba la nación, la que jamás desautorizaba a sus falsos representantes. De aquí resultaba que todo aspirante a presidente capaz de serlo por medio del cuartelazo, contaba con la gran facción famélica, es decir con lo que figuraba como nación.

Tanto en su primero como en su segundo período presidencial, la administración del presidente Bustamante se caracterizó por su probidad y por evitar abusos fiscales, expulsar agiotistas y administrar bien. Santa Anna era de una escuela distinta, lo que le preocupaba era tener partidarios y sabía que los tendría en el número que quisiese con tal de aumentar hasta ese número el de los empleos y el de las patentes de impunidad para toda clase de abusos y delitos, siempre que hubiese fidelidad a su persona. Á Santa Anna poco le importaba no pagar a sus empleados, sabía, porque era muy inteligente, que se tienen más partidarios dando empleos aun cuando no se paguen los sueldos, que negando empleos por economía o necesidad de buena administración.

Además de contar Santa Anna con la mayoría del elemento civil activo, contaba casi con todo el elemento militar como era natural.

Bajo el régimen de los cuartelazos la traición y la cobardía gozan de alta prima en el ejército. Un cuartelazo es siempre una traición a un jefe amigo y protector, una traición a las instituciones, a determinados principios, a un partido. Si la traición a las instituciones, a los partidos, a los protectores, a la ley militar, a los principios, llega a ser la base de la prosperidad militar; la traición a la patria no puede ser más que un refinamiento del sistema, el más genuino, brillante y radical de los cuartelazos; el broche de oro de los pronunciamientos.

Por otra parte, el estado heroico de un pueblo, es un estado crítico, violento, pasajero y cuando la guerra civil se vuelve crónica, las batallas pasan de sanguinarias a ridículas y como lo indiqué; pronto se llega a los tiroteos inofensivos de torre a torre, a las maniobras de los generales enemigos, para no encontrarse y a las desbandadas después de la primera descarga. Cuando lo que se busca en la carrera militar es un empleo para comer o robar; el valor se reserva para mejores empresas y en tal caso la guerra civil crónica es, como tanto con verdad lo he repetido, una gran escuela politécnica de cobardía.

Además ya también lo dije, bajo el sistema de los cuartelazos, fundados en el deshonor, en la corrupción, en la defección y en la cobardía de un ejército; tienen que alcanzar de preferencia los primeros puestos, los jefes cobardes, sin vergüenza, sin instrucción, sin dignidad; mientras que los valientes, los instruídos, los candidatos a verdaderos héroes, deben ser postergados, olvidados, calumniados, secuestrados a la consideración pública.

El general Santa Anna cumplía con la ley de su ambición sin valor: un combate ridículo lo daba a conocer como épico; si evitaba el combate en el terreno, lo inventaba en el papel y tenía gran predilección por ensalzar y encumbrar a jefes ineptos y cobardes, para así no tener nunca rivales temibles. En un ejército sano, Santa Anna hubiera sido arrojado vivo a una cloaca después de Texas: en el ejército que Santa Anna había educado, no para el honor sino para los vicios y prostitución de Santa Anna, su conducta de Texas no podía rebajarlo, sino más bien elevarlo en el concepto de sus amigos y partidarios.

Por último, siendo la única función de ese ejército pretoriano poner a remate la silla presidencial; Santa Anna era el mejor de los postores. Fue el que destinó no sólo todas las rentas de la nación para el ejército, sino que le decretó un presupuesto doble de esas rentas; le entregó a la turba oficialesca, la justicia, los derechos de los individuos, la honra de las familias, las leyes, las casas, los hombres; le cedió a la sociedad como se cede a una esclava.

Para rematar el poder no tenía precio, no podía tener rival, nadie podía resistirle: era el que ofrecía más, aun cuando se tratase de lo más sagrado para tiranos menos bestiales; su potencia corruptora tenía los mismos límites que su ambición, su destino era elevarse sobre el hambre, la inmoralidad y la cobardía; como un miasma de pantano, y mientras el ejército fuera ese pantano su miasma predilecto tenía que ser Santa Anna.

Después de los honores que recibió en Veracruz como un rey peregrino que vuelve de orar en la Tierra Santa, algunos de sus parciales y de los descontentos que hacían entonces la oposición al gobierno de México, suscitaron la duda de si debería él (Santa Anna) ocupar la primera magistratura de la nación (2). No hay que olvidar que Santa Anna desembarcó en Veracruz en Febrero de 1837, cuando los santanistas estaban en el poder. El presidente Don José Justo Corro, fue el que previno se le hicieran los honores de presidente y estuvo dispuesto a entregarle la presidencia.

Esta mancha para la nación no tuvo lugar, porque la gran hueste famélica de que he hablado era de oposición permanente a todo gobierno que no le diera de comer y como ningún gobierno podía hacerlo, tenía que ser de oposición a todos los gobiernos y por consiguiente a Don José Justo Corro. En aquel momento la opinión pública que como ya dije lo era el famelismo, despreciaba a Santa Anna, condenaba su conducta, lo señalaba a la censura eterna. Por otra parte, la facción federalista gritó muy alto con gran justicia y la fracción seria, honrada, ilustrada de los conservadores, dijeron que era demasiado; esa facción conocía ya bien a Santa Anna y veía en él lo que era, un condotiero de último orden. El candidato de esa facción era Don Antonio Bustamante, quien triunfó en las elecciones extrapopulares y tomó posesión de la presidencia en Abril de 1837.

Cuando Santa Anna sintió que su partido no dominaba; con suma habilidad manifestó que lo que deseaba era retirarse a la vida privada y jurar la nueva Constitución, como en efecto lo hizo yendo a Veracruz donde juró por Dios y por su honra que era lo más grande que había en los cielos y en la tierra (3).

Santa Anna obró con habilidad, porque si en aquellos momentos se aclara si debía ser o no colocado de nuevo en la presidencia de la República, la solución hubiera sido funesta para el traidor y cobarde de Texas. En efecto el general Santa Anna siendo presidente de la República, había solicitado y obtenido licencia del Congreso para separarse de su cargo, mientras hiciese la campaña de Texas. Si Santa Anna se había portado con honor y patriotismo su desgracia de caer prisionero del enemigo no le privaba del derecho de volver a sus funciones de presidente, dentro del período para el cual había sido nombrado. Para que Santa Anna no pudiese continuar de presidente pues no había dejado de serlo, era preciso qUe hubiera cometido un crimen capaz de privarlo de su cargo. Santa Anna calmó a sus partidarios; la solución no podía ser su vuelta a la presidencia, imposible en aquellos momentos sino su condenación como traidor a la patria.

Se comprende que Don José Justo Corro personaje insignificante y servidor abnegado, incondicional de Santa Anna, le hubiera mandado hacer honores presidenciales a su llegada; pero Don Anastasio Bustamante al tomar posesión de la presidencia dos meses después de la llegada de Santa Anna al país, ¿por qué no lo mandó encausar?

El general Don Antonio Bustamante era verdaderamepte valiente, enérgico, sanguinario, despótico y llegaba hasta a combinar y ordenar el asesinato para deshacerse de un rival o de un enemigo temible como lo hizo con el general Guerrero. El general Bustamante conocía bien la historia de Santa Anna, especialista en cuartelazos contra todos los gobiernos, a favor o en contra de cualquier principio o partido político; sabía que no tenía escrúpulos como Guerrero y que tenía aun gran partido en el ejército. Por otra parte no necesitaba Bustamante para librarse de un rival temible, más que dejar caer el peso de la ley y de la prensa oficial e independiente sobre Santa Anna para aplastarlo hasta la pulverización. Santa Anna en 1832, había derrocado á Bustamante para ocupar su lugar; la venganza para Bustamante se confundía con la justicia, su ambición con la ley, su conveniencia personal con el patriotismo, su salvación como gobernante con la del honor nacional. ¿Por qué Bustamante dejó impune a su enemigo, al de su partido, al de sus principios, al de la paz pública, al de la patria?

Sólo un gran poder tenía fuerzas para contener a Bustamante obligado por sus deberes nobles políticos y por la ley de propia conservación a destruir a Santa Anna. ¿Qué poder pudo ser? ¿El ejército? En ese momento era favorable a Bustamante. He dicho que en el sistema pretoriano hay siempre unos cuantos meses de luna de miel, entre los pretorianos y el caudillo postor, mientras aquéllos aprecian si se les ha pagado el precio de la silla presidencial rematada. El gran poder que obligó a Bustamante a no hacer justicia no puede haber sido más que el clero.

El clero era hábil, estimaba a Bustamante y despreciaba a Santa Anna, pero conocía que el primer lugar y la afección de un ejército corrompido tenían que ser tarde o temprano para Santa Anna. Le debía además un gran servicio; el golpe de Estado de 1834 había sido, como lo dijeron los periódicos clericales, su Carlomagno. Pagar es corresponder y a Santa Anna debía concederle por lo menos Bustamante la tranquilidad en la vida privada. Esta grave falta tenía que costarle muy caro a la nación, al partido conservador y particularmente a Bustamante.

Al llegar la cuestión con Francia, el partido santanista se puso naturalmente del lado de la opinión pública aun cuando la creyera absurda, suicida y estúpida; era una oportunidad brillante para repopularizar a Santa Anna. Bustamante no podía hacer lo mismo porque el gobierno responde con su existencia del fracaso de su política sobre todo tratándose de guerra extranjera, mientras las oposiciones aconsejan guerras insensatas para adquirir popularidad inmensa cuando el país es insensato; y a la hora de las derrotas, no afrontan la responsabilidad de haber impuesto la guerra sino que se salvan culpando al gobierno por esas derrotas. Un gobierno aun cuando en tiempo de paz sea fuerte, en tiempo de guerra extranjera es siempre débil: las oposiciones administran cantáridas a la vanidad populachera, las frases de honor ultrajado, dignidad remolida por el oprobio, independencia amenazada, esclavitud segura, doncellas deshonradas por la soldadesca, hogares incendiados, y calamidades de todo género; resuenan a los oídos de las multitudes a las que se quiere excitar y enloquecer. El pueblo ve entonces en las oposiones a sus verdaderos pastores y consejeros y les da todo su apoyo para que lo lleven a la catástrofe y a la deshonra y cuando estos azotes se hacen bien sentir, entonces el gobierno aparece denunciado por no haber sabido usar de los inconmensurables elementos de patriotismo, valor, abnegación, sacrificio, recursos, que ponía a su disposición un pueblo nacido para vencer y que sólo un gobierno torpe y traidor pudo haberlo llevado a la desgracia. Este fue el papel desempeñado por el partido santanista en 1838. El partido federalista había entrado en relaciones amistosas con el enemigo, mayor razón para que los santanistas se mostrasen inexorables.

En páginas anteriores y por documentos oficiales de innegable autenticidad he probado que la fracción conservadora seria ilustrada, decente, principista, doctrinaria y patriota, comprendiendo que la guerra con Francia sólo podía ocasionarnos calamidades de todo género; dió instrucciones al general Rincón, jefe de las plazas de Veracruz y Ulúa para que a todo trance evitara irritar a Francia para que esta potencia no continuase sus hostilidades que nos era imposible devolver ni reprimir. Esto no era cobardía sino sensatez; verdadero patriotismo; necesidad indeclinable de nuestro enfermizo y decadente estado social. No era pues el gobierno el que quería la guerra, tampoco los federalistas; eran los santanistas, los que veían en un conflicto de armas con cualquiera nación el único medio de resucitar a su hombre y que volviese al poder, y su cálculo era malvado, pero justo, infalible aplicado a la ignorancia y vanidad de un pueblo poco civilizado. Cuando un pueblo tiene vanidad de mujer tonta y educación romántica, es el esclavo fiel del más cómico para engañarlo con necias lisonjas. El estado de nuestras plebes las entregaba a la voracidad infamante de Santa Anna.

Después de siete meses de bloqueo los diputados adictos a Bustamante que lo era la mayoría, sintieron la necesidad de las concesiones y de ir a la paz, pues la miseria en el gobierno y en todas partes se hacía sentir con siniestra intensidad.

El último ultimátum, el de Jalapa fue presentado por Don José Joaquín Pesado a la Cámara pidiéndole su opinión. En Marzo de 1838 la Cámara había resuelto ir a la guerra por considerar inaceptables las pretensiones de Francia relativas a los préstamos forzosos y al comercio al menudeo, era inútil que el Ejecutivo consultase a la Cámara lo que debía hacer, si las mismas pretensiones consideradas exorbitantes subsistían. El paso del Ejecutivo consultando sobre lo ya resuelto, prueba su deseo de que se cambiara esa resolución o lo que es lo mismo, de ir a la paz, pero los santanistas contestaron a Pesado que la Cámara no era un cuerpo consultivo sino deliberante. Pesado entonces solicitó que se levantara la sesión para consultar a los diputados en particular, lo que le fue concedido, obteniendo como resultado de su consulta, la convicción de que el Congreso estaba empeñado en la guerra. Y sin embargo la mayoría era adicta a Bustamante.

Este hecho lo explica satisfactoriamente Don Carlos María Bustamante:

Después de todo lo referido debe usted saber que la respuesta de la Cámara a la consulta que le hizo verbalmente el Ministro Pesado, libró entonces a México de una revolución ya preparada para el caso de que el gobierno cediese en lo más mínimo a las pretensiones del enviado francés. Veíanse en los corredores de Palacio aquella noche grandes grupos de hombres embozados en sus capas, pero bien armados y decididos a ejecutar horribles atentados. Uno de estos desconocidos dijo al entrar un diputado a la Cámara: Sepa usted que todos perecen si no se niegan a las pretensiones de los franceses... (4).

Esta presión siniestra y revolucionaria sobre la Cámara y el Presidente no podía ser espontánea y popular. La acción popular, espontánea, libre, entusiasta, es siempre franca, escandalosa, tumultuosa, rugiente, desbordante, arrolladora. Los hombres embozados en sus capas muy bien armados, representaban una acción organizada, cautelosa, política, misteriosa, eran los agentes de un partido o facción. ¿De qué partido?

No podía pertenecer al partido federalista cuya prensa hacía meses que había depuesto su actitud hostil contra Francia y cuyos leaders mantenían relaciones amistosas con el contraalmirante Baudin; no podían ser agentes del partido moderado opuesto a la guerra y cuya conducta siempre se ajustó a su denominación de moderado; menos podían ser agentes del presidente Bustamante; luego forzosamente eran agentes santanistas; militares dentro o fuera del ejército que veían en la guerra un refectorio para su hambre, una venganza para saldar un desaire, una esperanza para ascender, un abrigo contra la miseria, una gotera por donde caerle al presupuesto. El partido santanista veía en la guerra la resurrección única posible de su jefe.

Una vez impuesta al presidente Bustamante la obligación de continuar la guerra rehusando las condiciones del ultimátum de Jalapa; es erróneo arrojar la culpa de tan criminal intransigencia sobre las mezquinas miras, la intolerancia, la terquedad, la inercia, la incapacidad, la torpeza y demás cosas que han atribuído al Sr. Luis G. Cuevas, nuestros historiadores más sensatos. Si del bloqueo fue necesario pasar a los vergonzosos actos militares de Ulúa y Veracruz, fue por la decisión del partido santanista dominante en el ejérdto, en el famelismo decente dedicado a buscar su cocina en el presupuesto de un nuevo gobierno, en los hombres de negocios malos de agio que eran los únicos posibles; en las plebes a quienes se les había inculcado la creencia de que Santa Anna era el primer capitán del mundo. En una palabra Santa Anna era el candidato de una oposición contra un gobierno que no había podido pagar al ejército, al hambre, al agio y a toda clase de corrupciones políticas, el precio convenido por el poder público. Don Luis G. Cuevas es tan culpable de la tragedia de San Juan de Ulúa como yo.

Consumada la cobardía de entregar la fortaleza de Ulúa, el enemigo la ocupó inmediatamente y con este solo hecho, la plaza de Veracruz se convirtió en indefendible. El general Rincón comunicó al gobierno lo acaecido.

En la ciudad de México la emoción fue profunda y la mayoría de los periódicos copiando la apreciación de la Lima escribieron:

Ulúa no ha sido tomada con balas de plomo, sino con balas de plata.

Sólo la traición por compra del jefe o jefes podía explicar al público la capitulación de la fortaleza. La minoría de la prensa atribuyó el fracaso a cobardía de los generales Rincón y Gaona.

El gobierno complaciente con la opinión como todo gobierno débil, comenzó por declarar la capitulación de Ulúa y el convenio adyacente que neutralizaba la ciudad de Veracruz indecorosos y en consecuencia los reprobó, ordenando a los generales Rincón y Gaona pasasen a la capital de la República para responder de su conducta ante un consejo de guerra. Hasta aquí la resolución del presidente Bustamante era conforme a la moral, al honor de la nación, a la disciplina del ejército y a la verdad histórica. Pero en vez de detenerse el gobierno en la resolución expresada fue más adelante impulsado o más bien acosado y oprimido por el partido santanista; ordenó que la plaza de Veracruz fuese defendida y que se encargara la defensa al general traidor y cobarde de Texas, Don Antonio López de Santa Anna.

La vanidad pública tomando el traje de gala y suntuoso del patriotismo hizo explosión. ¿Se necesitaba urgentemente un vengador? No, lo que se necesitaba era juicio, verdadero patriotismo y conciencia de la situación, pero no había de eso en aquel tiempo y se proclamó una guerra a muerte, eterna, sanguinaria contra Francia. Don Miguel Lerdo de Tejada (5) asegura que el patriotismo como siempre no pasó de palabras y que lo más que se consiguió fue la organización de un batallón de jóvenes decentes decididos a no salir a campaña y los recursos escasos que produjeron la representación de una comedia y otras diversiones públicas como peleas de gallos, toros, maromas, etc. Es curioso que cuando a un pueblo se le supone entregado a un gran dolor por alguna catástrofe nacional, se recurra a divertirlo para sacarle algún dinero.

Santa Anna fue designado como el vengador por la opinión, es decir, por su partido. Siempre en los países donde no existe nación política la facción de oposición es la nación y el gobierno un tirano fuera de la nación porque siempre la ha de tener en frente. El Ejecutivo al dar cuenta a la Cámara del nombramiento de Santa Anna para que defendiese a Veracruz en sustitución del general Rincón, creyó que tal nombramiento iba a disgustar a la parte sana no política del país, pero se llevó un gran chasco, según Don Carlos María Bustamante:

Después, dijo (el Ministro Pesado) en el congreso, que el presidente había nombrado para que sucediera al general Rincón ... al general ... al general y comenzó mi hombre a tragar camote, hasta que dijo: Don Antonio López de Santa Anna. Entonces se oyeron muy grandes aplausos diciendo: ¡A ése queremos! ¡ése es el salvador de la patria! (6).

Santa Anna escogiendo ese momento para reaparecer en la escena militar se había presentado al general Rincón en Veracruz ofreciéndole sus servicios, áa las nueve de la noche; cuando ya el ataque contra Ulúa había terminado. Santa Anna pudo aparecer antes del ataque y haber ofrecido defender la fortaleza, pero probablemente pensó que con facilidad podía ser matado y la patria quedaría sin su salvador. Una vez desmoralizados, Gaona, Rincón y todos los jefes sin excepción, pues no hubo uno que pensara como el general Manginy lord Wellington y que dijera: esta fortaleza es defendible, el honor y la ley nos ordenan esperar el asalto, era cuando Santa Anna, como ya lo indiqué, tuvo la oportunidad de obtener ardiente noche de bodas con la gloria y probar a la patria que la cobardía de Texas no había sido más que una pasajera aunque profunda afección cerebral, para lo cual bastaba decir defiendo la fortaleza y el que tenga honor sígame.

Tres culpables aparecen en la cobarde capitulación de Ulúa; Gaona, Rincón y Santa Anna; pero el más culpable era Santa Anna porque su voto era decisivo, tenía autoridad irresistible, valía una orden. Nadie puede poner en duda que si Santa Anna, hubiera dicho: Esta fortaleza es defendible, es una deshonra entregarla sin esperar el asalto y es posible y bien probable triunfar del asalto (7), ni Gaona ni Rincón se hubieran atrevido a capitular y la fortaleza se habría defendido.

En la ciudad de México los políticos conocían la conducta de Santa Anna respecto de la capitulación pues el general Rincón en su parte oficial fechado el 28 de Noviembre de 1838, dice al gobierno:

Con tal documento a la vista (el acta de la Junta de Guerra que decidió la vergonzosa capitulación de Ulúa) se me presentaron dos oficiales de la escuadra francesa trayendo unas proposiciones de arreglo relativas a esta plaza. En vista de todo reuní en junta de guerra a los señores jefes y oficiales de esta guarnición con asistencia del Excmo. (no había dejado de ser Excmo. después de lo de Texas) Sr. general Don Antonio López de Santa Anna y resultando que opinaron por un acomodamiento todos los señores y jefes que suscribieron ...

Santa Anna no suscribió por no tener mando, pero opinó por el acomodamiento y aprobó la capitulación de Ulúa, apoyando a Gaona.

Este documento prueba que el primer servicio que hizo Santa Anna a la nación fue dar su aprobación y apoyo para una cobardía. De modo que Gaona y Rincón por haber firmado la capitulación indecorosa de Ulúa fueron consignados a un Consejo de Guerra y Santa Anna que con su opinión autorizada e irresistible la decidió, debía vengar el ultraje inferido, al honor nacional por dicha capitulación. Sólo la política es capaz de producir semejantes absurdos e iniquidades.

El presidente Bustamante fue hábil en nombrar a Santa Anna defensor de lo indefendible como lo era Veracruz, después de la ocupación de Ulúa por el contraalmirante Baudin. El general Santa Anna tenía que fracasar y este nuevo golpe acabaría tal vez para siempre con su recién nacida popularidad. El presidente Bustamante sabía que había tenido lugar una reunión de santanistas presidida por el general Tornel y que se había acordado pedirle que renunciase a la presidencia, porque los aplausos de las galerías de la Cámara, al escuchar el nombre de Santa Anna querían decir que sólo a él querían por jefe de la nación.

Aquí llegamos a un punto muy interesante que dilucidar: ¿Era hábil de parte de los santanistas trabajar para que Santa Anna fuese nombrado defensor de una plaza militarmente indefendible y popularmente defendible? Porque en tales condiciones el seguro fracaso tenía que excitar la cólera popular y desprestigiar totalmente a Santa Anna. No creo que entre los militares santanistas llegare su ignorancia hasta creer que Veracruz con el enemigo en Ulúa, armado de quinientas piezas de grueso calibre y parque en abundancia, fuera defendible. El general Tornel sobre todo era hombre inteligente y de regular instrucción. Es pues inexplicable que un partido político que trata de encumbrar a un ex caudillo bien desprestigiado aun ante el concepto de los mismos que le quemaban incienso, sea capaz de encomendar una obra imposible a su hombre en la que forzosamente deba fracasar. Es decir, la nueva popularidad de Santa Anna debía durar como defensor de Veracruz lo que tardase Baudin en arrojarlo vergonzosamente con cien disparos de su potente artillería. En otro país que no hubiera sido México la conducta del partido santanista tenía que ser de una insensatez colosal. Los jefes santanistas que habían acompañado a Santa Anna en sus campañas habían sido los primeros en conocer las mentiras cínicas de su hombre y el buen resultado que tenían en la opinión que siempre las aceptaba. Santa Anna era conocido por sus íntimos como un especialista para transformar los desastres en victorias; las escaramuzas en grandes batallas; las torpezas en lecciones de estrategia y de táctica y todos los fracasos en glorias. Conociendo a su hombre y a las galerías, el éxito era seguro.

¿Qué podía hacer Baudin una vez reprobada la capitulación de Ulúa y el convenio relativo a Veracruz? No había de devolver la fortaleza, no tenía tropas de desembarco, por consiguiente lo más que podía hacer era bombardear la ciudad hasta hacerla desocupar por la población y guarnición. La solución heroica por tal conducta de Baudin era sencilla: Santa Anna escogería a los valientes de su fuerza para inmolarlos y presentar sangre mexicana en el combate, ordenándoles que resistiesen el bombardeo hasta morir y él con su cortejo de cobardes saldría de la ciudad donde no le alcanzasen las bombas, y una vez reducido a escombros Veracruz le participaría al gobierno.

Los franceses decidieron desembarcar y asaltar a Veracruz, rechazados y arrojados a la bayoneta. Desocupo la ciudad por haber quedado reducida a escombros y empapada en la sangre de nuestros valientes.

Después todos los habitantes de Veracruz, todos los espectadores extranjeros desde sus barcos de guerra, toda la Francia y todo el mundo podían negar y reirse de la invención del desembarco; la vanidad nacional diría siempre: niegan nuestro triunfo, es natural; no les conviene confesarlo, llamándose los primeros soldados del orbe, Santa Anna conocía bien su medio y estaba seguro de sólo fracasar cayendo prisionero y aun así, un jefe puede caer prisionero al momento de consumarse la victoria. Para que Santa Anna no trasformase su derrota en triunfo era preciso un San Jacinto; ¡todos muertos o prisioneros!

Desde el momento en que Santa Anna recibió su nombramiento de comandante general de Veracruz, lo participó al contraalmirante Baudin al mismo tiempo que puso en su conocimiento que habiendo reprobado el gobierno la capitulación quedaba sin efecto el convenio sobre Veracruz.

Después convocó a una junta de guerra en la que sólo él opinó por la defensa de la plaza. Esta junta fue una farsa de Santa Anna como muy bien lo hace notar el Sr. Fernando Iglesias Calderón, porque si el gobierno había ordenado expresamente a Santa Anna que defendiera a Veracruz, a nadie tenía que consultar sobre dicha defensa. Además, era inútil semejante consulta por haber opinado ya los consultados bajo su firma que la plaza era indefendible. Pero Santa Anna lo que quería era deslumbrar a las galerías y que en todo el país se dijera: Fué el único decidido por salvar nuestro honor a fuerza de sangre heroica.

El contraalmirante Baudin estuvo a punto de desbaratar los bellos y eficaces planes del partido santanista repitiendo la representación de la tragedia de San Jacinto. Conforme al convenio firmado por Rincón la guarnición de Veracruz no debía elevarse a mas de mil hombres y esta guarnición era la desmoralizada de Ulúa, con excepción de 500 hombres. Baudin conocía el cuarto considerando del acta de la junta de guerra que dice que por causa del decaimiento notable del espíritu de la guarnición era imposible continuar la defensa; conocía la verdadera historia de Santa Anna no la homérica cuyos únicos creyentes existían entre los mexicanos, conocía la impericia de nuestros militares sobre todo en asuntos de vigilancia, pues él mismo había reconocido la Gallega con el agua a la cintura hasta tocar el glacis de las fortificaciones de Ulúa sin que nadie lo molestase. Si a esto se agrega su repugnancia por destruir fríamente y sin peligro la ciudad de Veracruz por un tremendo bombardeo y su espíritu militar frances entusiasta por los golpes teatrales; se comprenderá la hábil y enérgica resolución que tomó de sorprender a Veracruz, ocupar todos sus fuertes, destruir la artillería, inutilizar toda defensa y al mismo tiempo y de preferencia tomar prisionero a Santa Anna en su alojamiento, con lo cual hubiera acabado el partido de la guerra y México pediría o aceptaría una paz honrosa y conveniente para ambas naciones.



NOTAS

(1) Lerdo de Tejada, Miguel, Apuntes históricos de Veracruz, tomo II, pág. 414.

(2) Lerdo de Tejada, Apuntes históricos de Veracruz. tomo II, pág. 415.

(3) Lerdo de Tejada, Apuntes históricos de Veracruz, tomo II, pág. 413.

(4) Carlos María Bustamamente, El gobierno de Bustamante y Santa Anna, pág. 118.

(5) Apuntes históricos de Veracruz, tomo II, pág. 414.

(6) Carlos María Bustamante, El gobierno de Bustamante y Santa Anna, pág. 135.

(7) Carlos María Bustamante, obra citada, pág. 138.

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