Índice de Las grandes mentiras de nuestra historia de Francisco BulnesSegunda parte - Capítulo VIISegunda parte - Capítulo IXBiblioteca Virtual Antorcha

LAS GRANDES MENTIRAS DE NUESTRA HISTORIA

Francisco Bulnes

SEGUNDA PARTE

Capítulo octavo

LA OBRA SINIESTRA DEL MILITARISMO


Don Lucas Alamán cometió la imperdonable falta de someter al régimen militar a los colonos de Texas, con lo que ante el mundo civilizado podían justificar éstos plenamente su rebelión.

Antes de exponer los hechos que lo prueban voy a fijar en el espíritu de mis compatriotas, lo que es verdaderaménte el militarismo, pues las ideas comunes son muy confusas en este particular y la ignorancia es tan grande en las masas de mediana ilustración que da lugar a que escritores sin talento y probablemente sin probidad se atrevan a recomendar la institución de un sistema prohibido hasta por los conquistadores modernos que respetan a los vencidos ofreciéndoles no imponérselos en ningún caso. La sociedad mexicana no está tan civilizada como la sociedad londinense, pero la halla más alta que la sociedad filipina a la que sus conquistadores prometen solemnemente no ultrajarla con el yugo militar. Triste es lo que por civilización rechacen hacer los norteamericanos con sus vencidos, se les ofrezca a los mexicanos en 1902 para un porvenir inmediato pretendiendo hacerles creer que no están en condiciones de continuar con el gobierno que actualmente tienen, no demócrata pero sí enteramente civil.

La sociedad siendo un organismo civil exige para su existencia y progreso un gobierno civil. Jamás una sociedad ha podido resistir a la tentativa instantánea de un gobierno militar o teocrático puro. La sociedad aun cuando se componga de hombres poco civilizados no puede ser un cuartel ni un convento; es un organismo con energías, múltiples, variables al infinito, con soberanías caprichosas y obrando en la inmensa esfera de la actividad física y moral, llena de conflictos celulares de heterogeneidad de costumbres, de funciones complejas, de movientos de todos clases, de acciones y reacciones. La sociedad sólo puede progresar por la libertad dentro del orden, del mismo modo que el ejército y el clero sólo pueden valer por la absoluta obediencia dentro de la disciplina.

Los conquistadores más rudos, más personalistas, más entralizadores, pronto han abandonado sintiendo la vacilación el hundimiento y el fracaso, la tentación de gobernar militarmente a una nación aun cuando sea bárbara. En este asunto la confusión es fácil y se cree que en Roma, que en las monarquías bárbaras sucesoras del imperio y en las monarquías absolutas postfeudales fueron gobernadas militarmente.

En Roma, bajo el cesarismo; el emperador, el prefecto del pretorio, los pretores y procónsules eran militares pero la magistratura, el Senado, los cultos, las finanzas, las obras públicas, y los municipios estaban regidos y servidos por personas civiles que elaboraban o ejecutaban leyes civiles. Bajo las monarquías bárbaras, los obispos y abades fueron los que ocuparon los primeros puestos del Estado. En la Edad media se inventó un gobierno por contrato civil y militar, y en las monarquías absolutas; el rey, los gobernadores de los Departamentos, los servidores de la casa del rey, eran militares; pero al reino lo regían leyes civiles elaboradas por consejos de gobierno civiles y ejecutadas por funcionarios y empleados civiles.

No puede haber gobierno fuerte sino basado en la salud de la sociedad, y el militarismo nunca ha dejado de ser un síntoma grave en la patología social. Estamos acostumbrados a que se nos diga una gran verdad y es que no pudiendo la sociedad mexicana gobernarse a sí misma necesita de un gobierno fuerte.

En primer lugar ¿qué es un gobierno fuerte? ¿Un gobierno despótico? ¿Con qué clase de despotismo? ¿Despótico para qUien? Porque no pueden existir los gobiernos despóticos contra todo el mundo. Nunca ha existido un gobernante opresor de todos los individuos de una nación. Los despotismos siempre se ejercen contra determinada clase social siempre poderosa. ¿La clase social poderosa contra la que se ejerce el despotismo posee intereses sociales o antisociales? En el primer caso el despotismo es nauseabundo, y en el segundo saludable porque se ejerce a favor de la mayoría nacional. El gobierno que ejerce despotismo contra una clase social poderosa y cuyos intereses son los de la civilización es siempre un gobierno débil aun cuando cuente con numerosas armas, cárceles y suplicios. Por el contrario, un gobiernos que se convierte en leal tutor de una mayoría nacional incapaz de gobernarse y la defiende por medio del despotismo contra una clase opresora o anárquica cuyos intereses son antisociales; es siempre un gobierno fuerte, si el despotismo gUbernamental se limita a nulificar la acción nociva de la oligarquía o demagogia antisocial.

Pero una vez que entre nosotros se ha admitido con justicia que nuestra sociedad es incapaz de gobernarse por sí misma y que necesita un gobierno fuerte, se deduce de esta gran Verdad una gran falsedad, y se dice: luego necesitamos un gobierno militar; siendo así y como ya lo dije que los mal llamados gobiernos militares, ni son fuertes ni son gobiernos.

El militarismo es la arbitrariedad, puesto que la ley militar, la ordenanza no puede ser aplicable a una sociedad y cuando se intenta este absurdo, todas las clases sociales se vuelven enemigas del gobierno y la historia no presenta un solo ejemplo de gobierno estable, es decir fuerte, teniendo como enemigos a todas las clases sociales. No siendo posible gobernar a la sociedad con la Ordenanza, y no gobernándola con la ley civil porque entonces ya no habría militarismo, no queda más acción que la arbitrariedad absoluta, y precisamente la palabra gobierno significa lo contrario de la palabra arbitrariedad; donde hay arbitrariedad no puede haber gobierno, luego el militarismo no es ni puede ser más que la agresión implacable, demente, viciosa y permanente contra todas las clases e individuos de la sociedad. Conforme a las pasiones digestivas de las facciones políticas, lo absurdo puede ser un gobierno; conforme a la historia todos los gobiernos fuertes sin excepción han sido civiles, y lo más débil en matena de gobierno al grado de no serio han sido los mal llamados gobiernos militares.

Federico II, llamado el Grande, peleó contra los enemigo de Prusia como gran soldado pero gobernó civilmente como gran rey. A él se debe la colonización de Prusia con los protestantes ricos, industriosos, ilustrados, activos, perseguidos en las naciones católicas y del mismo modo permitió la permanencia en su reino a los jesuítas cuando de todo el mundo católico fueron expulsados. Enseñó a los campesinos a cultivar las papas y los convenció de que era un gran alimento de inmenso porvenir para los pobres. Fue el primer gran Señor de Prusia que hizo servir papas en su mesa, haciéndolas comer a fuerza a sus convidados que las veían con desconfianza hasta el horror. En los grandes dominios del Estado abolió la servidumbre y los servicios obligatorios, sin atreverse a imponer a los barones el mismo sacrificio que hubiera determinado una revolución.

A él se debe la construcción de grandes canales como los de Bromberg, Plauen y Finow que ponen en comunicación al Elba con el Vístula. Construyó magníficos caminos, fundó el Banco real, la gran compañía de comercio marítimo; las Cajas hipotecarias para los propietarios territoriales. Importó carneros merinos de España, y cuidó que se estableciesen fábricas de tejidos de lana. Hizo que vinieran a Prusia a cualquier costo los primeros obreros del mundo en multitud de industrias para que las enseñasen a sus súbditos y fundó la primera manufactura de porcelana en Berlín. Hizo plantar un millón de moreras a su vista e introdujo el gusano de seda como industria popular por excelencia. Las fábricas de hilados, de impresión de tejidos, de papel, de azúcar refinado, fueron establecidas o desarrolladas por sus cuidados y fue el primero en hacer trabajar las minas de la Silesia.

Reorganizó las finanzas, hizo economías comenzando por su sueldo; pues de 1.200.000 talers de su presupuesto personal y de su corte sólo tomó 200.000 y el millón restante entró al tesoro público. Su gestión financiera fue tan hábil que haciendo progresar notablemente a su país y no obstante sus grandes guerras, dejó en las cajas del Estado a su sucesor 5.000.000 de talers.

No habiendo códigos nacionales, sino un embrollo de derecho romano, canónico y sajón, hizo expedir el notable Corpus Juris Fredericiani, que fue seguido de un código de procedimientos y más tarde encargó la formación del código alemán puesto que las leyes regían para el pueblo que hablaba alemán y no latín. En materia de instrucción pública fue el primero en decretar en el mundo la instrucción obligatoria para los niños de cinco a trece años de edad y en materia de justicia es muy conocida la anécdota referente a la contestación que le dió un campesino'cuando el rey le dijo: ¿Qué harías si me empeñara en comprar tu choza aun cuando no me la quieras vender? - Como si no hubiera jueces en Berlín, respondió el vasallo perfectamente seguro de su derecho.

Federico II hizo grande a Prusia porque la gobernó como debía ser con su voluntad omnipotente, pero voluntad civil dictando códigos y procedimientos civiles, imponiendo mejoras económicas civiles, estimulando con inteligencia y energía todas las fuerzas civiles de la nación, como la agricultura, el comercio, la industria, la filosofía, las letras,la justicia, la instrucción pública. Y para su gran obra civil se valió siempre de agentes, funcionarios y empleados civiles. Cada cual a su negocio, decía, el arte de gobernar consiste en que cada cual haga lo que sepa siempre que no sea dañar a su prójimo o a su príncipe. Tan impropio es hacer, decía Federico, que mande un regimiento un cultivador de trigo como hacer que un coronel corte camisas a las mujeres. Federico el Grande debe su sólida grandeza histórica a haber sentido en su omnipotencia el axioma sociológico: La sociedad es un organismo civil que sólo puede gobernarse civilmente.

El ejército prusiano fue para Federico un súbdito de bronce, como él decía, fiel, silencioso y brillante como el bronce. Y siendo Federico II el pontífice magno de la disciplina militar hubiera hecho fusilar al general que se hubiera atrevido a hablarle de política. Según Voltaire su frase era: La política es sólo del rey.

Luis XIV de Francia ha quedado en la Historia como el mOdelo correcto, admirablemente cincelado de la monarquía absoluta. El elocuente Bossuet se encargó de sostener la política salvadora emanada de las santas escrituras que eleva al grado de sacrilegio el crimen de resistir a la voluntad del rey. El príncipe, dice Bossuet, es un personaje público; todo el Estado está en él; la voluntad de todo el pueblo no puede ser más que la suya; es la imagen de Dios que sentado en su trono en lo más alto de los cielos, hace marchar a toda la naturaleza. Vosotros reyes, sois dioses, es decir, tenéis de ellos vuestra autoridad; lleváis sobre vuestra frente el carácter divino (1).

Saint-Simon le enmendó la plana a Bossuet. Luis XIV, no era para él la imagen de Dios sino el mismo Dios con su traje pagano, es decir, Júpiter (2). Cuando considero a Vuestra Majestad en medio de todos los grandes oficiales de vuestra corona, me imagino ver el conjunto de todos los dioses sobre el monte Olimpo, os contemplo como Júpiter, padre de los dioses y rey de los hombres; pues bien, el gobierno de este Júpiter no fue un gobierno militar.

En el reinado de Luis XIV, los nobles tenían que ser forzosamente eclesiásticos o militares. Lo primero que creyó conveniente Luis XIV al tomar posesión del gobierno fue excluir sistemáticamente a los nobles de su consejo con lo cual excluyó a los militares y a los eclesiásticos. Esta regla comprendía también a los miembros de la familia real. Los miembros del consejo, eran reclutados entre lo que se llamaba la nobleza de toga que constituía la magistratura.

Luis XIV gobernaba por medio de cuatro Consejos: Consejo de Estado, Consejo de los Despachos, Consejo de las Finanzas y Consejo privado. Los tres primeros eran consultivos y el cuarto judicial y ejecutivo. El Consejo privado fue una alta corte de justicia y administración. El Consejo privado estaba formado por treinta miembros, veinticuatro eran legistas, tres eclesiásticos y tres militares que no habían de ser de la gran nobleza sino a lo más de la pequeña, en consecuencia, quedaban excluidos el alto clero y los militares de alta graduación.

Los secretarios de Estado fueron cuatro y pertenecieron siempre al Consejo de los Despachos.

Los militares de alta graduación nobles, eran gobernadores de las provincias sin gobernarlas, pues el gobierno directo de ellas correspondía a los Secretarios de Estado por medio de los intendentes.

Los intendentes eran los verdaderos representantes de la autoridad del rey en las provincias (3). Gobernadores, Obispos, parlamento, todos callaban delante de ellos. Eran todo poderosos y su autoridad se extendía a todos los ramos de la administración. Los parlamentos fueron sólo cortes de justicia siéndoles prohibido mezclarse en asuntos políticos y administrativos.

Los gobernadores militares de las provjncias, gozaban de grandes sueldos y todo su papel se reducía a mandar a las tropas y dar fiestas para honrar al rey, pero no manejaban ni un solo céntimo de los dineros fiscales, ni tenían que decidir ningún negocio administrativo, ni judicial, ni mucho menos político. Su gobierno era como un simple título de ceremonia adornado con magníficos emolumentos; pero jamás les fue concedido un átomo de autoridad civil. Los intendentes que como he dicho eran los verdaderos gobernadores de las provincias debían ser siempre personajes del orden civil. El rey desconfiaba tanto del manejo de caudales por su nobleza militar que llegó a suprimir hasta que intervinieran en los gastos de guerra y de sostenimiento y reparación de las fortalezas.

Y sin embargo el gobierno de Luis XIV, fue duro y altamente despótico; lo que prueba que no es necesario el militarismo para formar gobiernos fuertes; precisamente la Historia enseña que los gobiernos pretorianos que es lo que únicamente puede producir el militarismo puro, ni son fuertes ni son gobiernos y han representado constantemente la debilidad, la putrefacción y lá anarquía.

Cromwell se dedicó a disolver parlamentos aun los mandados fabricar expresamente para ser obedecido. Lo notable del gobierno de Cromwell, gran militar, fue su política exterior y la inteligencia de su administración que lo colocó entre los primeros estadistas, pero cuando pasó del régimen civil al militar, éste no pudo durar más que dieciocho meses. El último parlamento que mandó hacer a sus mayores generales, no pudo soportar a los mayores generales y obligó a Cromwell a suprimirlos (4). Sin embargo el régimen militar no podía durar más de dieciocho meses. Tan corto tiempo ha bastado a los ingleses de todas las generaciones y de todos los partidos para inspirarles un indestructible horror por el gobierno del sable.

El gobierno de Napoleón I fue rigurosamente despótico y civil. El Emperador todo lo concentraba en su persona hasta el clero. Firmó el Concordato para hacer un episcopado burocrático y en general un clero burocrático sujeto a su voluntad única soberana en el terreno de los hechos, pero esta voluntad fue civil para el gobierno interior de Francia y a los militares distinguidos los hizo ricos, príncipes, y hasta reyes, pero fuera de Francia. En su corte estableció a los grandes dignatarios del imperio; a los grandes oficiales del imperio; personajes vestidos brillantemente, llenos de ocupaciones triviales, con gran autoridad indiscutible e irresponsable para disponer banquetes, bailes y recepciones, pero en cuanto a poder efectivo ni un átomo. En el gobierno de Napoleón I, no hay más que un amo en Francia cuya ambición lo obliga a intentar ser el amo del mundo. El ejército es su primer súbdito y para mantener en él la disciplina no consiente procónsules que le tramen cuartelazos. El Emperador hace la ley, pero una vez la ley hecha, todos tienen que respetarla y obedecerla, no aparece nunca la arbitrariedad de los pro cónsules o de los coroneles con mando, porque saben que su jefe no les tiene miedo y que los soldados franceses al amar la gloria aman la disciplina, única fuerza que hace las victorias. Nada hay, tan funesto contra la disciplina militar como la política, decía Napoleón I, y no sirve en los ejércitos más que para hacerlos despreciables y cobardes (5).

Cuando un militar inculto, feroz, vicioso y perverso ejerce su maldad sobre una población atropellando indistintamente a todos sus habitantes, atacando las propiedades, dilapidando personalmente el producto de sus exacciones, condenando arbitrariamente a todas las penas que inventa, penetrando con su codicia, su lascivia, y su crueldad hasta el fondo de los hogares; es costumbre aun entre personas ilustradas comparar su conducta a la del Zar de Rusia o a la del Sultán de TurqUía. En el vulgo reina tiránicamente la idea de que la expresión de la arbitrariedad pura e infinita se encuentra en los gObiernos de Rusia y Turquía.

La arbitrariedad absoluta es destructora de todo gobierno y en los gobiernos absolutos como el de Rusia y Turquía, la leyes la regla y la arbitrariedad aun cuando es facultativa potencial en el soberano, no figura más que como excepción: ninguna sociedad puede resistir a la arbitrariedad como regla de gobierno. La arbitrariedad sistemática de un gobernante no sería o no es más que la anarquía en su propia persona o conciencia que se trasmite a la sociedad e imposibilita toda clase de gobierno. Un hombre arbitrario nunca puede ser gobernante porque la arbitrariedad es contraria a la idea, sentimiento y práctica de gobierno, de donde se deduce que un déspota que tiene la arbitrariedad por regla no es siquiera un detestable gobernante sino un malvado disolvente.

Los gobiernos de Rusia y Turquía son verdaderos gobiernos, y han demostrado serlo muy sólidos; luego la arbitrariedad existe en ellos en dosis mínimas. La política en Rusia y en Turquía tiende a la conservación absoluta y la arbitrariedad es esencialmente opuesta a toda conservación y a veces es progresista, por lo mismo que jamás puede ser conservadora. En México la mayor parte de nuestros progresos políticos los debemos a la inteligente arbitrariedad del partido liberal. Precisamente el mal que abruma a Rusia y Turquía es su inmovilidad política; la legislación no cambia, no evolucIona, no progresa, se compone de preceptos esculpidos por costumbres y tradiciones de granito, la arbitrariedad es como la legislación de un huracán de deseos, trasformados incesantemente por una vibración de pasiones. Rusia tiene instituciones escritas como la del Praviteistvuyushe chiy-Senat cuerpo con grandes funciones deliberativas y ejecutivas establecido por Pedro I desde 1711. La organización administrativa fue arreglada desde 1810 por Alejandro I y no hay acuerdo del Zar que no esté fundado en ley escrita, en alguna tradición imponente, en alguna costumbre solemne e imperativa. Es un autócrata institucional, su voluntad es ley, pero esa voluntad es la de sus antepasados, no de sus padres, organizada en códigos y fórmulas.

En Túrquía la voluntad del Sultán es también institucionalmente absoluta siempre que no se oponga al Corán o, lo que es lo mismo, no es absoluta, puesto que el Corán institucionalmente la limita. Además del Corán, existen como leyes supremas nacionales, el Multek, código formado por opiniones y fallos de Mahoma y de sus inmediatos sucesores y el Canon-nameh, código formado por Solimán el Magnífico con los decretos notables de algunos de sus predecesores.

Respecto de Turquía hay una ignorancia escandalosa aun entre las personas de educación superior. En Turquía la raza conquistada y la conquistadora subsisten separadas, los individuos de la raza conquistada, rayas, son siervos o esclavos y carecen por lo tanto de derechos, pero no sucede lo mismo con los Osmanlis, hombres libres, individuos de la raza conquistadora (6). Las ciudades y pueblos de los Osmanlis tienen una administración propia, compuesta de los principales ciudadanos, presidida por un magistrado llamado agam elegido por el pueblo. Este consejo municipal cuida de los intereses comunes de cada población y defiende su libertad contra los delegados del poder central en las provincias y contra los pachas encargados de recaudar el impuesto sobre los vencidos y de atormentarlos hasta que paguen, y a quienes podría ocurrírseles opnmir también a los hombres libres. Además de estas administraciones locales, hay corporaciones que deliberan presididas por jefes de su elección y cuyos miembros se aseguran mutuamente contra la injusticia y la opresión. Los pueblos que no dependen del territorio de las grandes ciudades tienen sus magistrados electos llamados Kiayas, y su consejo municipal. Así es, que el poder no puede tocar directamente a los ciudadanos, es necesario que toque a sus delegados antes qUe llegar a ellos. Las contribuciones son repartidas por la comunidad a la que le corresponde el servicio de policía.

Los jueces pertenecen a un cuerpo independiente del Poder, este cuerpo se forma por sí mismo previos determinados requisitos impuestos a los candidatos. Las promociones a los empleos judiciales tienen lugar por orden de antigüedad y el Sultán no puede elegir a su capricho ni alterar el orden de la promoción. La justicia en Turquía no está considerada como uno de los atributos del jefe supremo del gobierno, no emana de este jefe, sino del libro sagrado de la ley y de la corporación especial que el pueblo considera bastante hábiles y bastante probos para interpretarla dignamente. En la interpretación de la ley, los jueces independientes y respetados son más bien inclinados a respetar la opinión pública que la impulsión de la autoridad, a la cual nada deben y de la cual nada tienen que temer.

Hay casos en que los agentes del gobierno turco castigan fuera de los procedimientos legales a los criminales sorprendidos en flagrante delito, pero estas ejecuciones arbitrarias recaen siempre sobre los rayas, es rarísimo que sea víctima de ellas un hombre libre. Los musulmanes son remitidos a sus jueces competentes y los soldados son consignados al tribunal de sus cuerpos, donde comparecen delante de sus pares. Esta práctica no parece resultar de un derecho social de la autoridad, sino de los privilegios de la conquista y del régimen de excepción al que fueron sometidos los vencidos que se despreciaban y al mismo tiempo se temían.

Limitado en su capacidad ejecutiva por las corporaciones y por el régimen libre de las ciudades, no disponiendo en manera alguna del poder judicial, el gobierno de los Osmanlis encuentra aun límites fijos a su capacidad legislativa. Este mismo cuerpo de jueces que decide de los conflictos de derechos según el libro supremo de la ley, tiene la facultad de impedir la ejecución de las leyes nuevas que declara contrarlas a la ley antigua. El jefe de los legistas el primer muphti puede oponer su veto a una orden del Sultán por un rescripto que se llama/ fefta; y en cada provincia un muphti subalterno puede igualmente interponer su veto por medio de rescriptos del mismo género contra las disposiciones de los pachas.

Llegamos a la gran singularidad del régimen turco y al fundamento de todas las fábulas que todos los viajeros han relatado sobre este régimen. A menudo en las puertas del palacio aparecen cabezas humanas, de comandantes del ejército, de altos funcionarios, de gobernadores de provincia, de ministros y de grandes oficiales. Los europeos impresionados con la barbarie de este espectáculo y con el rango de las víctimas han concluído que si el sultán podía hacer rodar las cabezas de los más altos dignatarios, con mayor razón debía disponer de la vida y bienes de los simples particulares. Nuestros viajeros juzgaban según las costumbres de Europa, que rodean de un respeto particular y de una inviolabilidad excepcional la vida, el honor y los bienes de los delegados del poder, En Francia no se puede perseguir judicialmente más que con el consentimiento de aquellos que hacen obrar; en Francia son preciosos delante de la ley; en Turquía es todo lo contrario; la garantía de la ley no existe para ellos, son considerados como los esclavos de aquel que los ha nombrado; es por este título por el que sus cabezas y bienes pertenecen al Sultán y dispone de ambos a su antojo. Pero el Sultán no dispone de la cabeza y bienes de aquellos que permaneciendo alejados de los favores oficiales no se han sometido a la esclavitud correlativa; éstos son sagrados para el sultán como deben serio los ciudadanos ante un magistrado legal. Pues bien, como a nadie se le obliga a tomar cargo o empleo en el poder ejecutivo y nadie ignora las condiciones de esclavitud que imponen los puestos públicos, el que perece en virtud de la arbitrariedad bajo la cual se coloca no tiene derecho de quejarse de haber emprendido un juego bien peligroso con tal de medrar. Esta dura condición no alcanza al jefe de los jueces, quien, aunque nombrado por el sultán es simplemente revocable y en cuanto a los magistrados nombrados por las ciudades, nunca el sultán ha creído que puede tocarlos como dependiendo de él

Tal es el fundamento de la doble responsabilidad de los funcionarios públicos, hacia su jefe y hacia el público. Hay sin duda barbarie en semejante ley de garantía efectiva para el pueblo y no una señal de servidumbre del pueblo. Cualesquiera que sean los agravios públicos y los resentimientos personales del sultán, cualquiera que sea el número de los prevaricadores, el Corán exige que no puedan ser ejecutadas en un día más de catorce personas. Esta precaución de humanidad ha sido también mal comprendida por los viajeros qUe han hecho de ella una pretendida prerrogativa del Gran Señor para matar sin juicio a catorce personas por día. Se llama ourf la facultad que la ley concede al sultán para sentenciar sin juicio y por simple inspiración a sus agentes o esclavos, pero la justicia de inspiración no le es permitida más que contra ellos. El suplicio arbitrario de un simple Osmanli insurreccionaría inmediatamente a todo Constantinopla.

En Turquía donde los ignorantes creen que el sultán puede copiar a Nerón o a Heliogábalo, es respetada la clase conquistadora o sea los Osmanlis. Bajo el militarismo, ¿cuál es la clase respetada que cuenta con derechos? Ninguna. Debía serlo la clase militar y es la más vejada bajo el régimen militar. Á nadie se ha juzgado sin juicio y privado de su honra, de sus bienes, de su libertad con más facilidad en la América latina, como a los militares. Son las víctimas más lastimosas y más numerosas del sistema. La única clase medio respetada y floreciente son los agiotistas, es decir los que alimentan al monstruo pretoriano lo suficiente para que lama sus sórdidas manos.

El Gobierno colonial contra el que tanto hemos vociferado en parte muy injustamente; era un gobierno estrictamente civil, admirable para el objeto con que fue creado; el bienestar de la clase conquistadora. Alamán ha tenido razón en declarar al gobierno colonial muy superior a los llamados Gobiernos que el había visto o tomado en ellos parte.

El Consejo de Indias era un cuerpo legislativo y Suprema Corte de justicia de los colonos españoles americanos. El Consejo era un cuerpo civil con mayoría de ministros togados y los consejeros llamados de capa y espada no tenían voz ni voto en materias de administración ni de justicia. La Corona al nombrar a los miembros del Consejo de Indias, los dejaba obrar con independencia y Alamán cita con verdad la opinión del historiador Robertson quien asegura no fue conocida una sentencia injusta emanada del Consejo de Indlas. El poder del virrey no era absoluto, pues si alguno se creía agraviado por actos o determinación del virrey por via de Gobierno podía apelar a la Audiencia (7).

En asuntos de hacienda (los virreyes) tenían que proceder de acuerdo con la Junta Superior de ella, compuesta de los principales jefes de oficina y del fiscal del ramo. No podían conferir en lo militar empleo alguno sino proponerlos a la Corte y en la administración eclesiástica como vicepatronos, sus facultades se reducían a ejercer la exclusiva en la provisión de curatos, cuya lista se les pasaba a este efecto por los obispos y gobernadores de las mitras. En la administración de justicia los virreyes que antiguamente habían ejercido jurisdicción especialmente en los pleitos de los indios y que presidían la audiencia con voto, no tenían facultades ningunas pues la presidencia de ésta había quedado reducida a un mero título, especialmente desde que se crearon los regentes, que eran en realidad los que presidían aquel cuerpo. Estaban además sujetos a la residencia que era el juicio que contra ellos se abría luego que concluían su gobierno y al que eran convocados por el juez que para ello se nombraba, todos los que tenían que reclamar algún agravio o injusticia de cuya sentencia sólo había apelación al Consejo de Indias (8).

Las Audiencias representaban el alto cuerpo judicial colonial y su reputación histórica es altamente honorable. Pero el gobierno colonial fue un gran gobierno civil, sólido, de aspecto granítico que lo hacía aparecer eternamente invulnerable. En lo que difiero de Alamán es que para él, era un gran gobierno para toda la población colonial, y para mí lo fue sólo para la fracción conquistadora y para la clase que estaba unida á ella por intereses y privilegios. En el terreno práctico el gobierno colonial fue una sólida oligarquía de abarroteros. La Superioridad de ese gobierno sobre el militarismo, consiste en que existía una clase con grandes derechos efectivos, la Conquistadora; y casi como esclava la conquistada, mientras que ante el militarismo, todos son esclavos. Asombra que en 1902 hayan aparecido en México escritores que considerasen a la sociedad mexicana indigna aun del gobierno colonial y solo propia para ser tratada como prisionero de guerra de una banda asiria o africana mandada por un reyezuelo vuelto en pieles sin curtir de fieras tratadas con más miramientos que sus súbditos.

En México, el general Díaz ha comprendido como todos los hombres capaces de gobernar que la sociedad siendo on organismo civil no se la podia identificar con un cuartel o un convento, razón por la cual jamás han tenido éxito los pretendidos gobiernos militares o teócratas. Es evidente que en México la voluntad del general Díaz hace ley, pero es una ley civil marcada de civilización. La ley civil civilizadora tiene por objeto garantizar el uso de su libertad a cada individuo. La ley militar correcta tiene por objeto garantizar que ningún individuo hará uso de su libertad. Regir por una ley de disciplina absoluta, un organismo cuya función fisiológica sólo puede ser la libertad, es asesinarlo con premeditación. Los procedimientos del gobierno actual mexicano son civiles; mejoras materiales inmensas, organización admirable financiera, restablecimiento del crédito público, expansión de la instrucción pública en una indefinida atmósfera de libertad filosófica; recepción incondicional de todos los progresos extranjeros, seguridad firme y amplia para personas, propiedades y capitales. Todos los progresos, todas las grandezas, todas las deficiencias, todos los movimientos y todos los errores de la presente administración tienen un carácter eminentemente civil, es decir, de respeto y pundonor para la civilización, única fuerza propia de una sociedad suceptible de vivir sana y de prosperar indefinidamente.

Si me he extendido en explicar lo que es el militarismo y en probar que no es cierto que los gobiernos fuertes que nos presenta la historia hayan sido gobiernos militares es porque, como lo he dicho, intempestivamente, en nuestra sociedad apareció una bandada de escritores sin más objeto que buscar a todo trance el restablecimiento del pretorianismo, alma de los cuartelazos pretendiendo bacer creer a la sociedad vacilante el absurdo de que un gobierno fuerte no puede ni debe de ser más que la soberanía demente de cualquier condotiero. El militarismo en toda su extensión fue aplicado por el gobierno del vicepresidente Bustamante a los colonos de Texas y parece que este atentado, entra en las innumerables bondades que según escritores ligeros recibieron los colonos del gobierno mexicano.

Se ha intentado para presentar a los colonos bajo un aspecto horrible que no tuvieron, negar que se les aplicó un sistema de gobierno indigno hasta de las tribus como es el militarismo y es tiempo de que quede probado que en efecto se trató a los colonos de Texas confundiéndolos con los soudras de la antigua India.

... Y era tanto más urgente que se llevase a cabo y con prontitud el proyecto indicado, cuanto que el gobierno lo había encargado muy especialmente al general Mier y Terán que hiciese que en Texas se le diera el debido cumplimiento a la ley de 6 de Abril de 1830 (9).

¿La ley de 6 de Abril de 1830 era una ley militar? No, era una ley civil de colonización y sin ningún artículo que autorizara la intervención militar.

¿Quién era el general Mier y Terán? ¿Un general fuera del servicio activo, ocupando un empleo civil y dependiendo por supuesto de una autoridad superior civil como el Ministerio de Fomento? No, el general Mier y Terán era el comandante militar de los Estados internos de Oriente hallándose Texas comprendido en ellos.

Luego si el gobierno había encargado muy especialmente a la autoridad militar que hiciese cumplir una ley civil; el gobierno había colocado a los colonos de Texas bajo el militansmo. Esta conclusión no tiene ni puede tener réplica.

La cuestión resulta más grave si se atiende a lo que nos sigue enseñando el general Filisola: El general tenía la orden de investigar si las empresas establecidas conforme a la ley de 1824 habían cumplido con las obligaciones que les imponían sus respectivos contratos y tenía facultades para declarar ilegales y nulas las que no las hubieran llevado a efecto (10).

De modo que el general Terán autoridad suprema militar, absorbía entre sus facultades, las funciones civiles administrativas que corresponden a los inspectores del ramo de colonización civil y tenía lo que es peor, la facultad de declarar ilegales y nulas las concesiones cuyas empresas no hubieran cumplido con la ley. Ahora bien, como se verá después, las resoluciones del general Terán eran inapelables, quiere decir que también había absorbido funciones judiciales del orden civil y que en Texas las cuestiones de colonización no tenían más que una instancia en juicio militar: la voluntad del general Terán. ¿No es esto militarismo puro?

Hay que advertir que los contratos de colonización verificados con anterioridad a la ley de 6 de Abril de 1830, los había celebrado el Estado de Coahuila y Texas con aprobación del Gobierno federal. Tocaba al Estado de Coahuila y Texas investigar si los contratos en que era parte, habían sido cumplidos y dictar las resoluciones del caso. El gobierno federal había despojado de tan legítima facultad al Estado de Coahuila y Texas para entregarla al general Terán quien absorbía también en sus facultades, la soberanía de uno de los Estados de la federación.

... dirigió el general Terán una circular a los gobernadores de los Estados de la federación en que les pedía encarecidamente que cada uno de ellos le mandase veinte familias pobres para colonizar la frontera (11).

Para el objeto de la colonización civil sólo puede oficialmente dirigirse a los gobernadores de los Estados la Secretaría a cuyo cargo esté el ramo de colonización civil y ésa no es la de Guerra. El general Terán tenía facultades que no podían reconocerle las leyes.

El general Terán al pedir la remisión a cada gobernador de Estado, confundía a las familias pobres con partidas de reses o cerdos. No era facultad de los gobernadores, conforme a la Constitución de 1824, atropellar los derechos de las familias pobres, para remitirlas, amarradas, cogidos de leva, enjauladas o de cualquier modo empacadas para ir a colonizar Texas. Mas el hecho prueba el desprecio con que el general Terán veía a las familias pobres.

Pero desgraciadamente vino a turbar este bello orden (el militarismo) el aparecimiento en aquel tiempo de Don Francisco a Madero, vecino de Monclova, que con el carácter de comisionado por el Estado se dirigió a un punto de la comprensión de Anáhuac donde había algunas habitaciones de americanos y usando de las facultades que decía se le habían dado para expedir títulos de tierras y para instalar ayuntamientos, en los puntos que le pareciesen convementes, comenzó por fundar un pueblo que llamó Libertad e instaló en él un ayuntamiento.

El coronel Davis dió inmediamente parte al general Terán reclamando al mismo tiempo a Madero sus procedimientos y atropellamiento que con ellos hacía de su autoridad en los puntos que le estaban subordinados. Pero Madero le contestó con altanería, diciendo que por el contrario con tal reclamo se atacaba la soberanía del Estado de Coahuila y Texas y por este orden añadía otros reproches que dieron mayor cinismo a los colonos que había tomado bajo su protección (12).

Se ve por el fragmento edificante anterior, que si el coronel Davis aseguraba que el agente del Estado de Coahuila, Madero, atropellaba su autoridad estableciendo un ayuntamiento, quiere decir que esta facultad correspondía en Texas a la autoridad militar o bien que ésta sustituía también a los ayuntamientos. El comisionado Madero, pudo no estar facultado para nada por el Gobierno del Estado, pero no corresponde a los jefes militares federales juzgar de los títulos en virtud de los cuales obran los funcionarios o empleados de los Estados en materias que son de la competencia de éstos. Conforme a la Constitución de 1824, era competente la soberanía de los Estados para erigir pueblos y establecer ayuntamientos. Se ve además en el párrafo que acabo de copiar que los lugares habitados por los colonos, les llamaba el coronel Davis puntos que le estaban subordinados; luego las colonias eran puntos militares. ¿Había o no militarismo en Texas en 1830?

En efecto desde el momento en que se instaló el ayuntamiento, los alcaldes y regidores comenzaron a oponerse al Coronel Davis y al administrador de la aduana Fisher, llegando su audacia al extremo de amagar al segundo con pistola en su misma oficina la cual se había establecido en la isla de San Luis, y el comandante de Anáhuac de conformidad con las órdenes e instrucciones del general Terán y en vista de los excesos referidos se determinó a poner presos a Madero y a Carvajal, hasta que por las nuevas y bien tomadas disposiciones del general Terán, que quería evitar todo paso ruidoso y alarmante, se les puso absolutamente en libertad, pero el ingrato y tenaz Madero insistiendo en sus depravados proyectos, en lugar de retraerse de ellos no hizo otra cosa que sembrar la discordia entre los vecinos de Libertad, las autoridades de Anáhuac y entre los colonos, y militares y empleados (13).

Con lo anterior queda probado que las autoridades militares de Texas, calificaban de proyectos depravados las funciones constitucionales de los empleados del Estado y pretendían que Madero manifestase gratitud por haberlo puesto en libertad como si con ello le hubieran hecho una gracia. El general Terán, ciertamente no era brutal y para evitar un paso ruidoso según Filisola mandó poner en libertad a Madero, no por reconocer que éste había obrado en cumplimiento de un deber legal.

... había dado (el general Terán) al coronel Davis instrucciones para que hiciese trasladar el ayuntamiento que Madero había instalado en la villa de Libertad a la de Anahuac (14). Madero había instalado al ayuntamiento en la villa de Libertad como lo prescribían las leyes del Estado de Coahuila y Texas por medio del sufragio popular. Es curioso como caso notable de arbitrariedad militar; trasladar a los regidores electos por una población para que vayan a funcionar a otra. Es como si la autoridad militar ordena que el Ayuntamiento de Veracruz se traslade a México y que el Ayuntamiento de México vaya a funcionar a Chilpancingo. Estas determinaciones continúan probando que el militarismo en Texas penetraba hasta en la vida íntima municipal.

El artículo 11 de la ley de 6 de Abril de 1830 prohibía que los norteamericanos colonizasen a Texas, pero las leyes anteriores no contenían semejante prevención y de ellas emanaban todos los contratos de colonización celebrados con el Estado de Coahuilla y Texas hasta la fecha de la expedición de la nueva ley. Todos los concesionarios de tierras en Texas, que no habían cumplido con las obligaciones que les imponían sus respectivos contratos, alegaron que como ellos habían contratado la introducción de familias norteamericanas para lo cual estaban autorizados por sus respectivos contratos y como la nueva ley les prohibía establecer en sus tierras norteamericanos, no eran culpables de haber faltado a sus compromisos porque no se puede inculpar por un contrato a una de las partes contratantes si la otra le prohibe que cumpla con sus obligaciones. El general Terán no entendió o no quiso entender que la ley de 1830, no podía causar efectos retroactivos y valientemente resolvió que se suspendieran tales concesiones sin fijar tiempo ni condiciones para levantar la suspensión. Semejante medida fue acremente censurada y con justicia por la prensa de los Estados Unidos y dió lugar a reclamaciones respecto de las cuales, según el Sr. Suárez Navarro, el ministro Atamán tuvo que retroceder, pero la determinación atentatoria dió por resultado en los Estados Unidos la formación de un grupo poderoso de capitalistas y especuladores enteramente hostil a México y promovedor ardIente de la independencia de Texas o de su anexión a los Estados Unidos.

Cierto día del mes de Marzo del año citado en la villa de Anahuac unos presidiales a quienes se les daba el desahogo que es de costumbre proporcionarles en sus trabajos, abusando de este beneficio, proyectaron entre sí pasar aquel corto intervalo en la infame complacencia de seducir o forzar a mujer que se encontraba a inmediaciones de la habitación de un americano y a pretexto de que éste no salió a defenderla, sin averiguar si pudo o no oir sus voces de socorro, según la costumbre de los Estados Unidos, inmediatamente se reunió un gran número de los americanos avecindados en aquella villa y consiguieron el designio de sacar de su casa a aquel desgraciado y pasearlo emplumado por toda la población. De hecho así lo ejecutaron y era tanta la bulla y la algazara qUe movieron que llamó la atención del mayor de la plaza teniente Ocampo que andaba vigilando los puestos de guardia, acompañado de una ronda, de un cabo y cuatro hombres, Llegando al lugar de la reunión les mandó hacer alto, pero lejos de obedecerle le respondieron con palabras injuriosas, le tiraron algunos pistoletazos y aún se atrevieron a echarse sobre los soldados llevándose a uno de ellos arrastrándole asido por el correaje hasta que le quitaron éste y el fusil, que a poco trecho dejaron tirados y siguieron audazmente en su comenzada mojiganga (15).

Los colonos de Texas eran ciudadanos mexicanos y del Estado de Coahuila y Texas, sometidos y protegidos por las leyes del Estado, soberano en su régimen interior. Los colonos al pasear a un americano emplumado, no cometían el delito de rebelión, porque a éste lo caracteriza la reunión pública agresiva y tumultuaria con objeto político. No era tampoco sedición porque para que este delito tenga lugar es preciso que la reunión tumultuaria se oponga a que una autoridad desempeñe una función legal. Era como el mismo Filisola lo dice un mojiganga o lo que llamamos un escandalito.

¿En el territorio de un Estado de la Federación a qué autoridades corresponde reprimir un escandalito? ¿A la fuerza armada militar o a la policía local? A la policía local y si esta se considera impotente para reprimir, su deber es requenr a la fuerza armada del Estado y sólo en el caso de que a su veZ ésta fuera impotente debe requerir por conducto de los poderes del Estado al Gobierno federal para que éste disponga el establecimiento del orden. Pero un escandalito nunca da lugar a medidas tan extensas y trascendentes. El teniente Ocampo que vigilaba los puestos de guardia fue un intruso, porque mientras no fueran tocados los puestos de guardia, su deber era considerar que el escandalito tenía lugar en Pekin. Haber intervenido, fue un tropello a los derechos de los ciudadanos del Estado y éstos hicieron bien en no hacerle caso y resistir, cuando la fuerza viola la ley el agraviado tiene derecho de usar también de la fuerza para sostener la ley.

Continúa Filisola: Para contenerlos el mayor de plaza reunió más fuerza y con ella se dirigió nuevamente hacia los alborotadores quienes viendo que el lance se hacía serio abandonaron su víctima y se dispersaron inmediatamente, no habiendo podido aprehenderse más que a cuatro de aquellos que fueron Travis, Jack y otros dos cuyos nombres no recordamos, pero sí que uno de éstos era miembro del ayuntamiento, a todos los cuales por disposición del coronel Davis se condujeron arrestados al cuartel para que se les intruyese causa correspondiente conforme a ordenanza.

En los países civilizados el delito de rebelión es un delito civil cuando el que lo comete es persona civil, lo mismo sucede con el delito de sedición. En el caso de los colonos que emplumaron a un americano y lo pasearon por las calles se cometió un delito contra ese americano que no era militar y aun cuando lo hubiera sido, no estando en servicio, el delito no podía ser militar. ¿Era delito militar haber resistido la intervención e intimación del teniente Ocampo? No, y la cuestión está muy bien definida en los países civilizados. Cuando los ciudadanos son agredidos por una fuerza militar injustificadamente, si resisten, no solamente no cometen delito militar sino que hacen uso de un derecho. Supongamos que a un colegio electoral penetra una fuerza militar pretendiendo arro}ar de él a los ciudadanos que hacen uso de su derecho de sufragio. Si los ciudadanos resisten y hacen retroceder a la organización militar no cometen delito de ninguna clase y el jefe que ordeno la agresión militar debe ser severamente castigado.

En el caso de los colonos de Texas, el derecho de los colonos consistia en no ser reprimidos más que por las autoridades del Estado de Coahuila y Texas, en ningún caso por un teniente de las fuerzas federales, el violador del derecho había sido el militar, quien debió haber sido castigado si nuestras leyes supremas no hubieran sido puramente decorativas en 1824. Sigue Filisola su interesante narración: Luego se dió parte a la comandancia general que por evitar las consecuencias a que podía dar lugar todo acto de severidad por el estado de altanería e insubordinación que se advertía en lús colonos dió orden desde Tampico, con fecha 31 de Mayo al Coronel Don José de las Piedras que mandaba en villa de Nacogdoches para que pasando a la de Anáhuac procurase poner fin a tantos disturbios, dictando al efecto las medidas que le parecieron más convenientes y arregladas a justicia. Mas el dado estaba tirado y se necesitaban providencias de otro género.

Estas últimas palabras prueban que Filisola quería providencias de otro género cuando el general Terán ordenaba que las que se tomasen fuesen arregladas a justicia. Filisola quería a todo trance la violencia, la arbitrariedad, en suma el militarismo sin razón, ni piedad, ni escrúpulo, ni límite.

Los colonos no admitieron el castigo, ni clemencia de parte de tribunales militares incompetentes para juzgarlos conforme a las leyes vigentes en la República y tomaron las armas para arrancar por la fuerza, de la jurisdicción militar tanto a sus compañeros como a los presidiales que habían violado a la mujer, porque tampoco éste era delito militar y conforme a la ley no gozaban de fuero y privilegios los presidiarios. El coronel Davis cuando vió que las cosas se le ponían muy serias convino por mediación de un colono pacífico y respetable en entregar a los presos a las autoridades civiles con lo cual la sublevación terminó.

... La parte comerciante que era la más influyente en Texas estaba por ella (la revolución de Veracruz) y además contra la persona del coronel Piedras por motivos de intereses comerciales, pues este jefe imprudentemente había abarcado casi todos los renglones de mejor expendio y más lucrativos que hacía venir por su cuenta de Nueva Orleans y qUitaba a muchos su beneficio y deseaban echarlo de allí esperanzados de que le sucedería en el mando el coronel Elías Bean norteamericano y residente en aquella villa desde hacía muchos años (16).

Nótese que Filisola calificaba sólo de imprudente la conducta de un militar que hacía contrabando por su cuenta exclusiva para monopolizar como comerciante los artlculos de mejor consumo en el mercado.

Estos actos para Filisola no son graves delitos militares y civiles sino simples imprudencias. Filisola agrega: por otra arte, tenían también en cuenta que los oficiales y tropa mexicanos, también estaban descontentos por el monopolio que Piedras hacía con sus haberes y deseaban una oportunidad para deshacerse de él (17).

He ahí un jefe de las armas que robaba a su gobierno, a sus oficiales, a sus soldados, a los colonos y al Estado de Coahuila y a quien sólo se le acusaba de imprudente.

Los texanos no formaban poblaciones propiamente dichas sino que se habían establecido cada uno de ellos en el paraje que les ha acomodado de las tierras que se les han concedido o se han tomado; se reunen en un punto determinado y se disuelven según y cuando les parece, lo que hace más difícil su sujeci6n y subsistencia de las tropas destinadas a este objeto (18) ... Luego se les había impuesto el militarismo como forma de gobierno interior. Se pretendía que la colonia de Texas fuese un presidio. Hubiera sido tal vez menos grave e irritante declarar misiones a las colonias y enviarles jesuitas para que las gobernasen.

Luego que le fue entregado aquel auxilio al general Lemus (a principios de 1834) activó eficazmente la remisión de las compañías presidiales y pudo poner en toda su fuerza a lo menos las de Béjar, Álamo, y Bahía del Espíritu Santo, con cuyo apoyo ya pudo comenzar a examinar la conducta y desempeño de los jefes militares y la de los funcionarios de hacienda que hacía muchos años que procedían como si se hallasen libres de todo examen y de toda dependencia que pudieran reprimir y escarmentar su desarreglo o su indolencia en el cumplimiento de sus respectivas obligaciones. (19).

Las líneas anteriores prueban que el examen de la conducta de los empleados de hacienda, su represión y escarmiento estaban en manos de las autoridades militares en Texas y se Ve también que los jefes militares hacía mucho tiempo qUe procedían con desarreglo e indolencia como si se hallasen libres de todo examen y dependencia y es precisamente a lo qUe se llama despotismo, que no puede haber sido agradable a los colonos durante ese largo tiempo en que se dejó a los militares obrar despóticamente.

Filisola no puede menos que decir: Bien es que esta aversión a los militares además de ser peculiar y característica de aquellos habitantes (los colonos) era fomentada también por las demasías escandalosas que se notaron en algunos de los oficiales que residieron en aquellos países y que por desgracia no fueron castigados como la ordenanza lo dispone, por las circunstancias aciagas de la revolución y desorden en que todo se confundía.

Esteban Austin la persona más influyente entre los colonos propietarios y trabajadores y que hasta el último momento se opuso a la independencia de Texas, en su notable carta dirigida al general Mier y Terán le dice quejándose del militarismo a que se ha sometido a las colonias:

He dicho a usted muchas veces y lo repito ahora, es imposible gobernar Texas por el sistema militar. Estoy convencido que cuanto más se aumente el ejército de Texas tanto más peligra la tranquilidad de aquel país; y la parte inversa de esta regla es cierta y verdadera que es, que se asegurarán la tranquilidad e integridad de aquel territorio en proporción que se reduzca allí el ejército. Por ejército quiero decir todo lo sobrante a más de la tropa necesaria para la guarnición de los puertos y de los puntoS de la frontera expuestos a los indios como Tenoxtitlan, San Sabas etc.

Desde el año de 1821 yo he mantemdo el orden y se han ,ejecutado las leyes de mi colonia por medio de los cívicos sin un sólo soldado y sin un peso de costo a la nación. ... En fin, su situación (de las colonias) es delicada y desgraciada. Espero que no se ofenda usted con mi dicha franqueza y claridad con que le hablo del poder militar. Sobre este punto nunca he titubeado en manifestar mi opinión y aborrecimiento a todo lo que puede llamarse despotismo militar, el germen de los desórdenes, de las revoluciones, de la esclavitud y de la ruina de los gobiernos y pueblos libres. Creo firmemente que entre tanto no se reduzca al ejército y se quite el fuero militar nada de paz ni de estabilidad, ni de adelanto puede esperarse en México. Esto y la tolerancia de religión son dos cambios que se necesitan y el hombre que los ejecutase me merecerá el apellido honrado del Wáshington de México.

En 1903 podemos fácilmente apreciar el efecto que causaría esta carta a un gobierno que proclamaba los fueros del ejército y del clero y la autoridad de estas dos instituciones como único recurso de salvación pública. Los colonos empezaron a ser vistos por el partido clerical militar con profundo horror y como una amenaza para el orden, la religión y la independencia nacional. Atendiendo a la intolerancia singularmente española de México en 1830 comparable únicamente a la de Fernando VII con motivo de su restauración, debe estimarse que la pérdida de los colonos fue decretada en el espíritu del clero y del ejército, aun cuando para ello se comprometiese la integridad y el buen nombre de la nación.

Censurar a los dos gigantes del despotismo que armonizaban sus fuerzas en la tarea horrible de impedir la civilización mexicana, era, por parte de los colonos, retarlos a muerte, y el espiritu absolutista recogió el guante sobre el signo de despreclo o de disgusto para su lúgubre autoridad. Alamán era bastante hombre de Estado para saber que la venganza armada tenía que ser una tragedia para su país; pero los sucesores de Alaman, sin su talento y sin su indestructible probidad política, tomaron a su cargo vengarse de hombres que habían sabido sin miedo conocerlos y calificarlos.

El vice-gobernador del Estado de Coahuila dirigió al general Filisola en 21 de Marzo de 1833 una comunicación en que entre otras cosas le decía:

Yo creo que la traslación de los supremos poderes (del Estado) a esta capital y un trato dulce y paternal harían qUe los mal contentos desistan de la indicada empresa y vuelvan al orden de que se han extraviado quizá con una causa razonable, si se atiende a que en tiempos pasados quiso tratárseles militarmente en sus asuntos civiles.

Oigamos a un escritor respetable del año de 1835 opinar sobre la institución de las comandancias generales, bajo cuyo yugo se hallaban colocados los texanos y sabremos por ese camino también si se les había impuesto o no el militarismo.

Las comandancias militares han sido un material fecundo de desórdenes; por el empeño que siempre han manifestado los jefes militares en deprimir a la autoridad civil especialmente de los Estados; por las competencias de autoridad que constantemente han suscitado y sostenido con la fuerza; y sobre todo por la insolencia del soldado en dispensarse de las leyes del Estado y de las consideraciones debidas a sus autoridades, que por lo común han quedado impunes, en razón del espíritu de cuerpo y de la poca simpatía que siempre ha existido entre las tendencias del ejército y la Federación. Los comandantes generales han sido además un pernicioso instrumento, sin el cual ni las facciones, ni el gobierno se habrían atrevido a hollar las leyes establecidas, oprimir la libertad, ni derramar profusamente la sangre de los ciudadanos sobre el suelo mexicano (20).

¿Quién puede dudar que los colonos desde que les mandaron soldados, no estuvieron sujetos al militarismo? Si a este régimen estaba sometida toda la nación, ¿puede creerse que el mismo militarismo había de exceptuar a los colonos de Texas que le eran profundamente antipáticos, porque tales colonos, como dice el mismo Doctor Mora, antes de dejarse militarizar se harían cien veces exterminar?

El Dr. Mora nos dice además, pintando al ejército de 1835:

Los militares que no se pronúncian, tampoco son de utilidad alguna al gobierno y causan a la nación los mismos males que los pronunciados. Luego que se tiene noticia de un mOvimiento revolucionario, el gobierno no da orden sino que suplica a uno o más generales o jefes que le inspiran menos desconfianza se ponga a la cabeza de las tropas y salgan a batir a los sublevados: a esa hora se sabe a punto fino que los cuerpos no están completos y casi se hallan en cuadro, que carecen de vestuario, que están alcanzados en sus haberes, que el armamento está descompuesto, en una palabra, que no hay nada de cuanto sobre estos artículos se ha figurado en las revistas, y que todo ha sido un conjunto de engaños y falsedades para sacar de la Tesorería las cantidades correspondientes a cubrir los gastos de un ejército equipado. El jefe o jefes nombrados dan cuenta de este estado de cosas, y el gobierno lejos de pensar en el castigo de los culpables que le atraería la rebelión de las tropas que aun no se han declarado contra él y en las cuales pretende apoyarse, cierra los ojos sobre lo pasado (21).

Filisola, no obstante pertenecer a la clase militar y ser uno de los principales jefes de la época, no oculta la corrupción que la deformaba, pues entre otras aseveraciones para ella muy desfavorables, escribe respecto de la conducta de los militares en Texas:

Tal pesquisa dió lugar a descubrir los enormes fraudes que el comisario de Béjar y el subcomisario de Matamoros estaban cometiendo hacía mucho tiempo, de acuerdo con los habilitados de las tropas para usurparse los caudales destinados a las compañías presidiales (22).

En Europa era perfectamente conocido que México estaba sometido al más riguroso militarismo y al mismo tiempo lo vicioso y defectuoso de nuestro ejército. Uno de los periódicos europeos más serios y reputados decía en 1836:

Los soldados son en México lo que eran los Mamelucos en Egipto o los genízaros en Constantinopla, es decir, los amos, pues la nación tiene gran debilidad por los que arrastran sable, no quiere para ocupar la silla presidencial más que hombres de charreteras. Es el ejército quien manda y quien dispone de todo. Hablemos desde luego de los oficiales: cuando un joven de los que se llaman decentes, es decir, de buena familia, es demasiado tonto o demasiado perezoso para estudiar y hacerse licenciado, para no ocuparse en la agricultura, el comercio o la industria, lo que le proporcionaría una existencia honorable, apela al recurso de hacerse fraile o soldado. Es necesario que opte entre el uniforme o el hábito. Si se decide por el uniforme, su familia remueve cielo y tierra para conseguirle el grado de subteniente, lo que no cuesta trabajo obtener, porque basta que el solicitante sepa mal leer y escribir para que satisfaga los conocimientos que la profesión exige. Una vez el joven oficial lanzado en los primeros grados, está seguro de hacer carrera revolucionando, vendiendo su noble espada alternativamente a todos los partidos políticos; de este modo llegará sin duda a general o a Presidente de la República. Así es como casi todos los oficiales del Ejército mexicano han entrado en la carrera. Como no hay en México ninguna especie de escuelas militares, no se exige a los oficiales instrucción, ni conocimientos del arte, ni aptitud para el oficio; basta que sepan decir a los soldados: armas al hombro, descansen. El mejor general mexicano no sirve para buen teniente en Europa y en campaña sería batido por cualesquiera de nuestros sargentos (23).

Yoakum que es el historiador americano que mejores documentos presenta; apoyándose en la exposición del pueblo de Goliad, Texas, dirigida al gobierno general en cuatro de Agosto de 1835, dice refiriéndose al militarismo en Texas:

El coronel Nicolas Condelle comenzó sus funciones en Goliad, Texas, poniendo al alcalde en la cárcel y exigiéndole, pistola en mano, cinco mil pesos a que llegaban los fondos municipales, amenazándolo de matarlo o de enviarlo a pie a Béjar, en calidad de prisionero, si no los entregaba en el plazo de diez horas. Despojó a los habitantes de sus armas cuando el departamento de Béjar era el más asolado por los bárbaros y consignó al servicio en su filas a los ciudadanos más recomendables, y por último ordenó que cada familia sostuviese a cinco soldados (24).

Esta conducta tenía que acabar, poco a poco o mucho a mucho con el patriotismo de las poblaciones mexicanas como lo prueban las siguientes tristes palabras de Filosola:

... marchaban las fuerzas (mexicanas) sin contar con los recursos necesarios para subsistir porque el desafecto que les tenían los habitantes (de Coahuila y Tamaulipas) les debía ser tan pernicioso, cuanto que con sólo la ocultación de lo poco que debía haber en los pueblos y rancherías del tránsito, que conocían, bastaba para destruir aquellas fuerzas (25).

Santa Anna escribía al general Filisola que durante su marcha a Béjar procurase aprovecharse del patriotismo de las poblaciones para agregar gente al ejército que marchaba contra los texanos, lo mismo que para obtener caballos y víveres. El general Filisola respondió en su oportunidad:

En cuanto al acopio de gente, caballos, víveres etc., que V.S. me manda hacer en la repetida villa de Guerrero, creo muy difícil obtenerlos según los informes que se me han dado y muy particularmente por los del jefe político del mismo partido y del general Cos; pues según ellos, el único individuo que pudiera franquear hasta el número de doscientos caballos mansos, es Don Melchor Sánchez, hombre muy mezquino que no se presta a nada, y por lo que toca a los hombres, están animados de un egoísmo tal, que primero se irán todos al monte o harán cosa peor, que tomar las armas (26).

El gobierno, como lo veremos después, excitó a la nación para la guerra contra los texanos y no obtuvo más que profunda indiferencia, no se presentaron voluntarios, los soldados eran todos cogidos de leva y marchaban contra su voluntad a defender un territorio que para su cultura no podía formar parte de su patria. El general Santa Anna dice en su Manifiesto de Marzo de 1837, que pidió dinero al país para la guerra de Texas y que no pudo conseguir más que un préstamo muy oneroso de cuatrocientos mil pesos que le hicieron dos agiotistas españoles. El patriotismo que se manifestaba era vocinglero como antes de la invasión de Barradas, un patriotismo de frases, de ardores gramaticales, de fuegos graneados oratorios, de sacrificios guturales que a lo más producían ligeras bronquitis. Para tomar medida de él, hay que leer la Lima de Vulcano, periódico influyente de la capital, en su número de 24 de Mayo de 1836, después del desastre de San Jacinto, vacía en lumbre la cólera pública en los siguientes términos:

... ¿O quién, irritado de insano despecho, no exhala como lavas del Etna, las erupciones de patriotismo varonil? Al horrísono grito de venganza y muerte convoca Marte a sus hijos bajo sus gloriosos pendones ... venganza volvemos a reclamar. Corra un lago de sangre humeante que enturbie las aguas del Sabina. Duro será retrotraer las escenas de los siglos de los normandos y resucitar el alma de los atilas (27).

Sabido es que no hubo venganza y lo que se enturbió fue nuestra historia para siempre.

La razón de esta apatía nacional para aplastar a los texanos reconocía el mismo origen que la que se observó durante la invasión americana y que más tarde determinó el llamamiento de las armas francesas por una gran fracción social. La historia nos dice que los pueblos no capaces de sacudir los yugos, que los envilecen y los destrozan, no tienen entusiasmo para defender con su sangre y riquezas ese yugo, y ven con indiferencia la amenaza de uno nuevo y aun con la esperanza de que les resulte menos duro; si no es que los mismos, o por lo menos un partido político, llaman al extranjero con la ambición de que los ampare y proteja. Esta es la gran consecuencia espantosa del militarismo, destruir el patriotismo por hacer de la patria un calabozo, un cadalso o un manicomio.

Roma, tan poderosa cuando fue libre, cayó vergonzosamente a pedazos como todo lo podrido, en silencio, sin heroísmo, casi sin defensa y completamente sin honor. El pueblo, fatigado del yugo imperial, no se defendía; los campesinos, aún impregnados de las viejas costumbres y de la antigua religión romana, los unicos cuyos brazos eran robustos y el alma capaz de dignidad, se regocijaban de ver entre ellos hombres libres (los bárbaros invasores) y dioses semejantes a los antiguos de Italia (28).

Cuando el general Stilicón encargado de defender el terrirío imperial apareció al pie de los Alpes y grito: ¡A las armas! nadie acudió y un silencio de sepulcro heló su entusiasmo. Stilicón apeló a prometer la libertad a los esclavos, a distribuir generosamente los dineros imperiales, a amenazar con castigos terribles, y sólo consiguió levantar cuarenta mil hombres en toda Italia, cuando Roma, en tiempos de su libertad, había levantado sólo ella, doscientos mil combatientes para luchar contra Aníbal. Las Galias, España, la Gran Bretaña, la Iliria cayeron sin defenderse o se entregaron gimiendo como mujeres.

Cuando los bárbaros atacaron al Imperio Romano en Asia, los pueblos no sólo rehusan defenderse, sino que aclaman a los invasores. La Tracia se entrega hasta con voluptuosidad, como para una boda. Belisario, no obstante su patriotismo, su valor y sus virtudes no encuentra más que hombres que desean cambiar de yugo con la esperanza de mejorar. Italia llegó hasta a odiar a Belisario porque quería defenderla de los invasores y el admirable general derramó lágrimas sobre el suelo que se perdía porque ningún esclavo quería derramar sangre.

La Moesia fue ocupada sin resistencia como quien penetra a una fiesta a la que es calurosamente invitado. Los Persas avanzan a su tiempo y son bien recibidos. Por último, y como broche de oro a esa gran conquista, todas las tribus de Arabia se levantan arrebatadas por un nuevo huracán de fanatismo, empuñan virilmente sus armas y, a las órdenes de un jefe profeta y guerrero, despojan al Imperio de todo el hermoso territorio entre el Eufrates y el Mar Rojo, sin que resistan ni hombres ni soldados sino muy débilmente. Montesquieu lo ha dicho: La fortuna de Mahoma, más que en sus armas y en su fe, debe buscarse en el horror y odio que inspiraba a los pueblos el militarismo corrompido e ilimitado de los Emperadores. La destrucción inicua de Antioquía y Tesalónica rompió las últimas ligas de los oprimidos con la patria común.

No hay caso en la historia de patriótismo serio, heróico, sublime, en las naciones sujetas al militarismo. Los Bóeoros han asombrado al mundo defendiendo a su patria; pero nunca estuvieron bajo el régimen militar agotante de todas las virtudes públicas. Recuérdese la conducta de todas las Repúblicas italianas asoladas por el condottierismo. Todas, no una vez sino varias, piden a las bayonetas extranjeras que las salven de los condottieros. Los Papas hacían lo mismo para salvar de la anarquía y de la corrupción su poder temporal y espiritual, y llegó un momento en que el pánico de los pueblos alcanzó la locura y entonces llegaron a pedir como salvador a César Borgia. El pueblo de Urbino lo llama para que lo salve de los Montefeltri, le agradece Siena que asesine a los Baglioni, y Perusa lo aclama por haber exterminado a los Petrucci.

En la República Mexicana sometida a las leyes históricas se verificaron los mismos hechos: la población texana de origen mexicano acabó por desear la protección de las armas de los Estados Unidos. En 1839 el General Canales proclamó la independencia de la República de Río Grande, compuesta de los actuales Estados de Coahuila, Durango y Tamaulipas. Para su rebelión, Canales levantó voluntarios en Texas y en Nueva Orleans, ayudado por la marina de guerra de los texanos, y el coronel Wigginton, general de la nueva República se comprometió a levantar en los Estados Unidos, dos mil voluntarios. Más tarde, Yucatán en 1840, y principalmente a causa del militarismo, proclamó su independencia y se declaró República soberana. Tabasco hizo lo mismo. En 1842, cuando el Comodoro Jones desembarca en California violando las leyes internacionales los habitantes gritan: ¡viva Jones , y muera Michelena! el jefe militar que los había tratado con un rigor y una violencia extraordinarios. Más tarde el general Vega en Mazatlán proclamará la Confederación de los Estados del Norte, y por mucho tiempo se hablará en Jalisco de constituir la República de la Sierra Madre. Y por último, veremos que en su tránsito de Veracruz hasta la capital el archiduque Maximiliano fue espontáneamente aclamado. con ardor que ni siquiera podíamos sospechar, por la raza indígena que vió en él un salvador, un vengador o un restaurador de algo que le faltaba a esa infeliz gente.

Esta disolución con que ha sido amenazada la República de un modo serio, no se la puede atribuir a crímenes de sus habitantes. Éstos tienen, como lo he dicho, que seguir la ley histórica que es la manifestación de la ley natural contra todas las doctrinas, contra todos los ideales, contra todas las poesías, contra todos los deberes imposibles; donde hay dolor, donde la desesperación se impregna de angustia, donde se siente un soplo de caos, donde se ve un horizonte de catástrofe y donde todas las jornadas son Calvarios, no hay patria, y el general que llame a los hombres a defender tendrá como Belisario que arrojar lágrimas al suelo sobre el que los esclavos no quieren verter sangre.

Sólo el patriotismo puede salvar a los pueblos de la conquista. El general Santa Anna y sus consejeros creían que el patriotismo se fabrica con decretos, con circulares, con reglamentos, con oratoria figonera, con leyes marciales. El patriotismo, como ya lo expresé, sólo lo han mostrado los pueblos que tienen tribulaciones divinizadas por una gran fe o los que gozan de bienestar que los mantiene sanos, de justicia que los mantiene virtuosos, de libertad que los mantiene dignos, de soberanía individual que los mantiene valientes. Sin la fe de las huestes de Mahoma, sin la disciplina estricta de las huestes de Federico II, sin la pasión de gloria y el alma revolucionaria de las huestes de Napoleón I, sin la voluntad democrática de los voluntarios de los Estados Unidos, sin el orgullo liberal de los ingleses, no hay quien sepa bien combatir y mucho menos quien sepa vencer. La abyección nunca será la madre del heroísmo y el régimen pretoriano, o sea el verdadero militarismo, es la úlcera reveladora de abyección.

Pero quien menos quiere batirse o se bate mal, bajo el regímen pretoriano, es el ejército. Marco Aurelio reconoce que los bárbaros disciplinados son mejores soldados que los romanos de la decadencia y es el primero que los introduce en las legiones imperiales. Desde entonces los bárbaros comienzan a despreciar a Roma. El Emperador Comodo engancho veinte mil bárbaros para formar una legión fulminante y de confianza, lo que significa conciencia de la inferioridad del soldado romano pretoriano. Alejandro Severo desconfió que sus legiones pudiesen batir a los bárbaros y prefirió al frente de su ejército comprar la paz cara y en dinero efectivo, Papiano y Balbino contrataron una gUardia bárbara para sus personas. Galo desconfiando de sus tropas por ser pretorianas, opta mejor por pagar tributos anuales a los godos porque hagan la paz. Diocleciano no fia, para dar batallas, más que en las armas bárbaras y desconfía de los romanos como leales y como soldados. Constantino ganó a Licinio la batalla decisiva del Monte Milvio con los bárbaros que formaban la mayoría de sus legiones. Después tomó a su servicio para tenerlos como guardias de su persona a cuarenta mil bárbaros. Las legiones que desde Diocleciano daban guarnición en la Bretaña estaban compuestas de bárbaros. Sin los Godos, los Hunos crueles, asquerosos, deformes, innumerables, hubieran arrojado los restos de población imperial de todo su suelo y hubieran acabado completamente con la civilización. Y ha quedado muy presente a los estadistas la frase de Constancio: Es más sensato esperar cobardía que valor en los pretorianos.

En la continuación de este estudio histórico se verá por lo que hizo nuestro ejército, que era enteramente pretoriano; tuvieron razón de desconfiar de tal clase de ejércitos, en cuanto a pericia y valor, Galo, Papiano, Balbino, Marco Aurelio, Constantino, Constancio y Diocleciano.



NOTAS

(1) Bossuet, La politique tirée des propres paroles de l´Ecriture Sainte, pág. 6.

(2) Etat de la France, Saint-Simon, pág. 13.

(3) Lavisse et Rambaud, Histoire génerale, tomo VI, pág. 176.

(4) Lavisse et Rambaud, Histoire générale, tomo VI, pág. 64.

(5) Tactique expérimentale, Bernard, tomo II. Apéndice, nota 4a.

(6) A. Thierry, Dix ans d'études historiques, pág. 211.

(7) Recopilación de Indias, libro II, tit. XV, ley 35.

(8) Alamán, Historia de México, tomo I, pág. 18.

(9) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág, ISI.

(10) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. ISI.

(11) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 162.

(12) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 168.

(13) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 169.

(14) Filisola, obra citada, pág. 178.

(15) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 189.

(16) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 262.

(17) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 262.

(18) Comunicación dirigida por el general Filisola al Ministro de la Guerra, Marzo 9 de 1833.

(19) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 31.

(20) Dr. Mora, México y sus revoluciones, tomo X, pág. 414.

(21) Dr Mora, México y sus revoluciones, tomo X, pág. 425.

(22) Filisola, obra citada, Tomo II, pág. 31.

(23) Revue des Deux Mondes. 1° de Marzo de 1836.

(24) Yoakum, History of Texas, tomo II, pág. 13.

(25) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 389.

(26) Filisola, obra citada, Tomo II, pág. 361.

(27) Lima de Vulcano, 24 de Mayo de 1836, de la Secretaria de Hacienda.

(28) A. Thierry, Dix ans d'études historiques, pág. 206.

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