Índice de Las grandes mentiras de nuestra historia de Francisco BulnesSegunda parte - Capítulo VSegunda parte - Capítulo VIIBiblioteca Virtual Antorcha

LAS GRANDES MENTIRAS DE NUESTRA HISTORIA

Francisco Bulnes

SEGUNDA PARTE

Capítulo sexto

LOS GRAVES ERRORES DE ALAMÁN


Alamán, conforme al documento público tantas veces citado manifiesta la convicción de que si los colonos se insurreccionaban, el territorio de Texas sería perdido. Su iniciativa de ley de colonización tiene por objeto, según él mismo dice, salvar a Texas. Pero reconociendo que los Estados Unidos, no el partido sudista únicamente, ambicionan la posesión de Texas, cree conjurado todo peligro prohibiendo la inmigración de ciudadanos norteamericanos en Texas. Alamán no había estudiado ni entendido la política de los Estados Unidos, ni la del mundo en general, cuando cree que por medio de un acto agresivo, como es prohibir la entrada a nuestro territorio a los norteamericanos, mataba en ellos la voluntad codiciosa de posesionarse de Texas. Alamán no vió que los colonos no eran más que un incidente favorable para la política sudista, pero cuya influencia podía desecharse sin alterar la marcha del conjunto de las necesidades de la sociedad esclavista de los Estados Unidos.

En el problema texano la cuestión de la esclavitud era decisiva. Si se conseguía instalar en Texas una población toda libre, los sudistas norteamericanos hubieran sido los primeros en oponerse a la anexión de Texas a la Unión como Estado libre y no estaba en su poder convertirlo en Estado esclavista, desde el momento en que conforme a la Constitución de los Estados Unidos, la esclavitud era de régimen interior y en consecuencia no podía imponerla la ley federal. Texas sin población o sin la institución de la esclavitud era la única solución conveniente para los intereses esclavistas. Texas con población libre era inaceptable para la anexión ante los intereses del Sur.

>Alamán no llegó a conocer que la cuestión de la esclavitud en Texas no era salamente moral, legal, humanitaria sino patriótica. ¿Se quería salvar a Texas? Era indispensable comenzar por hacerlo territorio de población enteramente libre. El peligro consistía en que antes de que se llegara a la trasformación de Texas en territorio libre, el partido sudista había de quemar hasta su ultimo cartucho para oponerse a semejante obra. El programa sudista era público: comprar a Texas. ¿Rehusaba México? Apelaría a insurreccionar a los colonos. ¿Fracasaba este esfuerzo? Se obligaría a México, por medio de ofensas, a declarar la guerra a las Estados Unidos puesto que la mayoría del pueblo norteamericano no iría a una guerra de conquista brutal, persa, por favorecer la esclavitud.

Las tentativas de compra de Texas, habían fracasado, el gobierno mexicano se había mostrado resuelto a no escuchar siquiera proposiciones de venta. Los esfuerzos patrióticos de Alamán debieron concentrarse para impedir a todo trance la insurrección de los colonos. Esta tarea era muy sencilla, bastaba conocer que la nueva situación política podía lastimar intereses legítimos de los colonas e impedir en este terreno cualquier conflicto con ellos.

De 1823 a 1830, los colonos habían estado en paz.

¿Por qué?

Porque aun cuando la República tenía un arancel prohibicionista absurdo, que prohibía en realidad toda colonización y la civilización del país, los colonos habían gozado por sus leyes de concesión de siete años de exención de prohibiciones y de derechos arancelarios. En 1830, se cumplían las siete años y Alamán debía resolver sobre prorrogar la exención o dar un golpe de muerte a la colonización y a la paz.

Los colonos habían tenido esclavos legalmente hasta el 15 de septlembre de 1829, fecha de la ley mexicana que abolió la esclavitud en todo nuestro territorio. Tocaba a Alamán resolver tan grave cuestión.

Aún cuando Texas pertenecía al Estado de Coahuila, la miseria de este Estado casi despoblado, le impedía llenar sus deberes gubernamentales en el inmenso territorio texano y únicamente se ocupaba de exacciones y de impedir por medidas estúpidas el desarrollo de Texas. Baste decir que a los coahuilenses les habían entrado celos, fruto amargo de su provincialismo berberisco, disgustándoles la rápida prosperidad de Texas. Tocaba a Alamán salvar de las garras de un poder famélico, ignorante, provincialista, como el del Estado de Coahuila a las colonias norteamericanas. Los texanos se habían estado gobernando a si mismos, amenazados por la intervención casi siempre antisocial del Estado de Coahuila que no podía ser temible por su debilidad militar y económica. Ésta era la tercera y última cuestión que debía resolver Alamán.

El problema de la esclavitud en Texas, era muy fácil de resolver si se resolvían bien los otros dos; el arancelario y el del gobierno interior de las colonias. Veamos la solución que les dio Alamán.

El problema del contrabando es y ha sido el problema de todas las épocas y de todos los países civilizados y de la mayor parte de los que no lo son. Su intensidad está en razón directa de los desatinos arancelarios y en razón inversa de los medios eficaces de represión. Jamás se ha logrado extinguir el contrabando con batallones, resguardos y contra resguardos, cuerpos de policía fiscal, confiscación de mercancías y aplicación de penas gráves inclusa la de muerte. Tampoco se ha logrado debilitarlo en lo más mínimo, cuando las cuotas protectoras son muy elevadas o cuando existen prohibiciones de importación de artículos de gran consumo público.

En un país como la República mexicana de 1830 que contaba con millares de leguas de costas y fronteras, con un gobierno sumergido hasta el pescuezo en la miseria, con un ejército pretoriano, con un cuerpo de agentes fiscales podridos, con un arancel absurdo y con una población pequena acumulada en el interior del país y sin espíritu público, a una altura variando entre 1,300 y 2,300 metros sobre el nivel de mar, dejando completamente desiertas o casi desiertas las dos terceras partes de un inmenso territorio; el contrabando tenía que ser, como lo fue, gigantesco, invencible, destructor de las mejores rentas fiscales y de la moralidad militar y fiscal.

Los colonos de Texas separados por dos grandes desiertos de loS centros poblados disponiendo de centenares de leguas, de costas Y fronteras, ayudados por extensos y espesos bosques, por ríos navegables y por el merodeo constante de terribles hordas bárbaras que impedían la vigilancia fiscal a menos que no fuera por batallones; tenían que entregarse al contrabando no en su calidad de colonos y por odio a la República Mexicana sino en su simple calidad de hombres y por amor a sus intereses.

Creer que los colonos por gratitud a México debían abstenerse de hacer contrabando, es una majadería indigna de la especie humana. Los alemanes se hicieron célebres por su contrabando en el puerto de Manzanillo y los españoles y mexicanos lo han hecho con frenesí desde antes de la independencia, por Veracruz, Acapulco, Tampico, San Blas y después de la independencia hasta nuestra época ferrocarrilera por todos los puertos y fronteras de la República. Puede decirse que mexicanos y extranjeros ligados o independientes han hecho gran contrabando durante la vida de la República y parte de la época colonial.

Es un axioma; el comercio es contrabandista siempre que puede y puede siempre que las cuotas arancelarias son muy elevadas y que las prohibiciones recaen sobre artículos de gran consumo que tienen alto precio en el mercado nacional. Al contrabando se le domina unicamente con la aplicación rigurosa de la ciencia económica a los aranceles que rigen el comercio exterior, no con jeremiadas de gratitud. Todos los hombres por ley natural luchan contra el Fisco y la ley moral lo aprueba siempre que las contribuciones no sean libremente consentidas por los que las pagan, expresando para ello su voluntad de un modo tácito o expreso. El principio anglosajón es moral, científico y positivo; ningún pueblo está obligado moralmente a pagar contribuciones que lo arruinan: todo pueblo sólo está obligado moralmente a pagar las contribuciones que él mismo ha estudiado, consentido y votado por la libre manifestación de su voluntad. Cuando las contribuciones emanan de la simple voluntad arbitraria del soberano, el pueblo y los individuos en particular tienen derecho a la defensa de sus intereses por la insurrección, por la astucia y aun por la corrupción de sus opresores. Tal es la ley de los hombres civilizados y su aplicación fue la causa del levantamiento de las colonias norteamericanas contra su metrópoli Inglaterra.

Cuando un gobierno para cobrar contribuciones sólo se apoya en la fuerza y estupidez, tiene que esperarlo todo de la fuerza, nada de la conciencia y voluntad de sus gobernados. La lucha entre el fisco y el contribuyente es evidentemente inmoral, no por la resistencia del contribuyente sino porque el impuesto puede ser un ataque destructor de la propiedad individual. El impuesto muy elevado equivale a la confiscación de los bienes de los gobernados y toda confiscacion es un crimen ante la moral. Las prohibiciones arancelarias significan en general impuestos muy elevados sobre artículos de primera necesidad y su existencia determina una acción confiscadora.

Se me dirá ¿qué debe hacer un gobierno cuando sus gobernados no tengan bastante civilización para discutir sus impuestos, consentirlos y votarlos? Entonces no hay más remedio que apelar al despotismo y a la arbitrariedad para gobernar, pero al mismo tiempo no hay que reclamar en nombre de la moral más que en nombre de la ley a los que procuren salvarse de los impuestos para no hundirse en la miseria. El hombre más honorable está en aptitud de hacer contrabando en este caso y si la autoridad descubre sus actos ilegales, bien castigado. La violacion de leyes inmorales o morales, sabias o insensatas; origina necesariamente la represión; pero la obligación jurídica no contiene siempre la obligación moral de acatar la ley cuando el origen de la ley es la locura apoyada por las armas. Se puede ser honrado y eludir el cumplimiento de una ley inmoral y despótica; lo que no quiere decir que el poder esté obligado a reconocer la resistencia de sus gobernados a sus leyes. El que por necesidad o usurpación de la soberanía nacional gobierna sólo en nombre de la fuerza, la misma fuerza le improvisa un falso derecho convencional para compeler a los ciudadanos a la obediencia. Ante el arancel vigente de 1830, la obligación moral de los habitantes de la República, no existía, ni podía existlr. Esta una ley absurda, vejatoria, y cuyo objeto era privilegiar desmesuradamente a un puñado de individuos más bien locos que codiciosos pues no llegaron a enriquecerse. El contrabando en 1830 era un delito no una indignidad.

Los mexicanos de 1902 nos encontramos en aptitud de contemplar asombrados la irracionalidad de las leyes arancelarias vigentes en 1830 que debían causar gravísimos males a la República como en efecto se los causaron y muy especialmente a los colonos de Texas.

En 1830 las leyes fiscales prohibían lo que parece imposible, que entrasen a la República los siguientes artículos extranjeros y tal era la ignorancia de nuestros antecesores que aun así creían que pudiera haber colonizaclón:

En materia de comestibles.- Maíz, trigo, centeno, arroz, cebada, garbanzo, lentejas, guisantes, chícharos, habas, habichuelas, carne salada o ahumada, manteca de cerdo o de vaca, mantequilla, quesos de todas clases, tocino, harinas, pan, gallinas, galletas, ajos, cebollas, sal, chile, pimientos de todas clases, café, chocolate, frutas, anís, cominos y pastas alimenticias de todas clases, azúcares de todas clases, piloncillo.

En materia de bebidas.- Aguardiente de todas clases.

En materias para vestirse.- Algodón en rama, tejidos o lienzos trigueños o blancos de algodón, cualesquiera que fuesen sus dimensiones y denominación cuya calidad no llegase a la del coco fino, tápalos de algodón y lana, frazadas, cobertores y colchas de algodón o lana. Sargas de lana, sayal y sayaletes de pelo burdo, bayetas y bayetones ordinarios, pañetes y medios paños, casimires no apañados, medias de lana, jerga y jerguetilla, hilaza de algodón, lana y estambre. Ropa hecha de algodón, lino, lana, seda y pieles, sombreros de todas clases y formas, cachuchas y gorras, galonería de todas clases, gamusas, gamusones y gamusillos.

En materia para calzado.- Cerdas para zapatero, clavazon de hierro de todas clases y tamaños, cueros y pieles ordinarias, zapatos de todas clases, vaquetas y badanas de todas clases, cortes de toda piel para zapatos.

En materia para alumbrado doméstico.- Sebo en rama y labrado, faroles y linternas de lata y papel, cera labrada.

En materia de artículos para construir casas y defenderlas de la intemperie.- Brochas para pintar, candados, chapas y cerraduras de hierro, goznes y bisagras ordinarias y de bronce.

En materia de artículos para asearse.- Jabón duro y blando, escarmenadores, peines y peinetas de madera, cuerno y carey, almidón.

En materia para recreo lícito.- Tabaco en rama y labrado, cuerdas para insttumentos de música, juguetes de todas clases para niños, naipes, estampas contrarias a la religión, libros prohibidos por la autoridad política o eclesiástica.

En materias indispensables para la agricultura.- Freno para bestias, herrajes para bestias, sillas de montar y toda clase de talabartería, alambre grueso de hierro y cobre, azadones, hoces, rejas y toda clase de instrumentos de labranza que se usan en el país, costales de lienzo, cinchas, plomo en trozos, planchas o municiones.

En materia de artículos necesarios para la vida civillzada.- Colchones, ropa de cama, cortinas de algodón, maletas de todas clases, ropa de mesa, baño y cocina.

Respecto de exportación la plata pasta debía pagar siete por ciento, más los derechos de amonedación, ensayo, apartado etc. y de extracción de los Estados, en suma catorce por ciento y la plata acuñada diez por ciento.

Con semejante arancel, con una agricultura nacional rudimentaria, con una industria miserable, y sin vías de comunicación era imposible; pues hasta los esquimales hubieran encontrado la vida difícil con el alto precio de nuestras grasas. Y nuestra pretensión y demente jactancia se elevaba hasta atraer con la miseria y la opresión política y económica nada menos que a hombres civilizados.

Ante el arancel de 1830, cuyas prohibiciones acabo de dar a conocer, el contrabando era un delito pero también una suprema necesidad social dictada por las leyes biológicas que rigen a la especie humana y a todos los demás animales. Este arancel era peor que el sistema colonial del gobierno espanol. El contrabando no podía ser en este caso una plaga sino una salvación, un beneficio incalculable, no era la maldad sino el patriotismo puesto en juego para evitar la completa ruina nacional.

Voy a prevenir una objeción muy fuerte en aparienCia que se me puede hacer. En 1830, el sistema prohibicionista condenado actualmente era el sistema único admirable y científico para el progreso de las naciones, gozaba de un prestigio inmenso, indiscutible, universal, lo aconsejaban los sabios, lo veneraban los estadistas y las masas lo veían con igual respeto que a la religión. En parte esto es cierto, y en tal caso Don Lucas Alamán no habiendo podido en 1830 leer a Bastiat, Leroy Beaulieu, Stuart Mill, Sommer-Maine, a los economistas que florecieron después de 1840, parece no ser responsable de sostener y aplicar una legislación estimada como el sol de la economía política.

Desde luego diré que aun cuando no se conociesen las propiedades tóxicas del arsénico no por eso esta substancia dejaría de matar a las personas que se la comiesen, No porque en 1830 no se conocía lo abominable del sistema prohibicionista dejaba éste de causar sus perniciosos efectos en la nación y especialmente en los colonos de Texas al grado de ponerlo en la condición de suicidarse o hacer contrabando.

Hablaré antes de la responsabilidad de Don Lucas Alamán en este asunto decisivo para la ruina de la población texana.

Alamán nada pudo aprender de la España y Portugal de 1830 contra el sistema prohibicionista porque ambas naciones permanecían de cabeza hundidas en un extenso muladar de supersticiones contra todos los ramos del saber humano.

El mismo Alamán, en el tomo I de su Historia de México, nos cuenta que cuando los diputados de Nueva España pidieron a las Cortes la libertad de comercio, les fue negada entre otras razones porque era contraria al mantenimiento de la religión católica.

De Francia tampoco se podía aprender nada de provecho en la materia porque hasta después de 1830 comenzaron a escucharse en el cuerpo legislativo francés voces elocuentes y enérgicas contra el sistema prohibicionista apoyadas por magistrales discursos pronunciados por los ministros de Luis FeIpe y acogidos con silbidos por las masas nacionales.

Rusia se había arrojado en brazos del prohibicionismo exagerado, Bélgica, Austria e Italia habían imitado a Francia. En los principados alemanes laicos y eclesiásticos dominaba el elemento prohibicionista pero las ciudades libres estaban todas del lado de las libertades comerciales.

Prusia había decretado bajas tarifas y abolido la mayor parte de las prohibiciones fundándose en que eran irracionales y funestas. En Inglaterra el célebre Adam Smith había escrito desde 1776 su obra clásica La Riqueza de las Naciones donde se encuentran páginas admirables de verdad contra las prohibiciones y a favor de la libertad de comercio. Desde 1820 Inglaterra daba el espectáéulo de la inolvidable lucha entre los dos sistemas y puede decirse que diariamente en el Parlamento se pronunciaban excelentes discursos antiprohibicionistas suficientes para ilustrar la gran cuestión fiscal. En su lucha de reformas económicas, Inglaterra presenta tres periodos: De 1822 a 1830 quedaron abolidas la mayor parte de las prohibiciones y se rebajaron los derechos protectores. De 1830 a 1845 se formó y desarrolló la famosa liga de Mánchester para la abolición de los derechos de importación, impuestos a los cereales. De 1845 a 1860, se terminó la obra, aboliendo el prohibicionismo y proteccionismo restante que abatía los privilegios de la marina nacional.

Nuestro dictador de 1830, Alamán, pudo haber aprendido mucho o más bien todo en los célebres discursos del ministro Huskisson y en la multitud de libros, folletos y artículos de periódicos que profusamente fueron publicados de 1820 a 1830. Los Estados Unidos desde su independencia hasta 1860 mantuvieron una tarifa liberal exenta de prohibiciones, con excepción de los años trascurridos de 1824 a 1832. Debo advertir que nuestro arancel de aduanas vigente en 1830 superaba en absurdos económicos a los más exagerados e insensatos de las naciones prohibicionistas, lo que hacía creer tanto a las eminencias del partido clerical mexicano como a las del liberal que marchábamos con tambor batiente a la cabeza de la civilización.

Alamán no obstante su veneración edificante por el sistema prohibicionista a la altura requerida por los dogmas del catolicismo pudo resolver la cuestión arancelaria en Texas, fijándose en la conducta administrativa del gobierno colonial, quien más hábil, más humano, más economista o con más instinto gubernamental y social resolvió no fundándose en principios de economía política sino de justicia y posibilidad, eximir de toda clase de impuestos a los habitantes de las provincias internas de Oriente.

¿Era tal medida un privilegio? No, pero aunque lo hubiera sido, el programa de gobierno de Alamán fue el de los privilegios extensos, reprobados, absolutos como lo fue sostener los privilegios del clero, del ejército, del comercio, de la agricultura y de nuestra funesta industria. La legislación civil, penal, militar, comercial y fiscal no era más que una monserga de privilegios entrelazados con supersticiones y prácticas apolilladas, rutinarias. Un privilegio racional, necesario, urgente no hubiera afeado el ornato churrigueresco de la legislación del gobierno de Don Anastasio Bustamante.

Eximir del pago de impuestos a los habitantes de las privindas internas de Oriente fue un brillante acto de justicia y de sabiduría del gobierno colonial. Al impuesto lo legitima la protección que el poder público da a los gobernados; mas cobrar impuestos para abandonar indefinidamente a los gobernados a que defiendan su vida, su libertad y sus propiedades como puedan y si no pueden dejarlos fríamente perecer; cobrar impuestos para no abrir a los gobernados caminos, escuelas para sus hijos, cárceles para sus malhechores, tribunales para administrarles justicia, hospitales y hospicios para sus enfermos y desvalidos; revela una opresión profunda, una iniquidad evidente, un procedimiento administrativo de bandido. El gobierno colonial no obstante su fría expoliación contra los indígenas y las castas, no obstante su ortodoxa adhesión a las prohibiciones, no obstante su odio por las franquicias a los proletarios, no obstante su sistema de crueldad mística y codiciosa; rindió sus armas de exacción ante una atronadora necesidad de paz, moral y justicia.

Por otra parte, existía otra razón poderosa para eximir en 1830, de todo pago de impuestos federales a los habitantes de nUestros Estados fronterizos que habían sido bajo el gobierno colonial provincias internas de Oriente. Esta razón era la imposibilidad de hacer efectivos dichos impuestos, o más bien dicho, el aduanal que era el único excesivamente pesado.

No se comprende cómo un gobierno caracterizado por su indigencia crónica y que seriamente sólo podía producir una obra de anarquía; sin soldados y empleados fieles y probos y sin dinero para conseguirlos, pretendiese impedir la entrada de mercancias extranjeras a lo largo de 1,600 leguas de fronteras y costas en los dos Océanos, que encerraban inmensos desiertos, poblaciones raquíticas y miserables diseminadas como las árabes en Sahara, acosadas por centenares de tribus salvajes guerreras. Aun cuando hubiese habido dinero para vigilar esa extensión fronteriza y costeña; el importe de los gastos de vigilancia tenía que exceder en mucho al mezquino rendimiento del impuesto por el consumo de efectos extranjeros de pueblos excesivamente pobres en habitantes, en cultura y en dinero.

Alamán no desconocía las disposiciones fiscales benévolas del gobierno colonial respecto de los habitantes de las provincias que en 1830 eran nuestros Estados fronterizos, pues en el tomo V de su Historia de México, pág. 674, dice:

Mas como se ha hecho asignación de contingente a los Estados fronterizos, expuestos a las hostilidades de los bárbaros, en la misma proporción que a los demás, sin hacer reflexión que en tiempo del gobierno español, las provincias de que estos Estados se han compuesto, no sólo no contribuían con nada sino que en su defensa se invertía la cuarta parte de los moderados gastos de administración de aquella época.

Alamán hubiera resuelto magistralmente la cuestión de Texas como cristiano, como patriota, como estadista, como militar y como economista; exceptuando del pago de todo impuesto federal a los Estados fronterizos, como lo había hecho el gobierno colonial respecto de las provincias que en 1830 constituían dichos Estados. Las colonias de Texas habían podido establecerse y prosperar debido a la exención de impuestos arancelarios cuyo plazo se cumplía precisamente al tomar Alamán las riendas del poder dictatorial. Le tocó pues resolver el problema vital por excelencia de muerte o vida para los colonos, de paz o guerra inmediata para la República, de honor o censura para su administración, de beneficio o calamidad inconmensurable para el presente y porvenir del pueblo mexicano.

La población extranjera de Texas se componía de tres elementos: colonos norteamericanos e irlandeses de costumbres puras (como lo escribe el general Almonte en su noticia estadística), juiciosos, emprendedores, capitalistas en mayor o menor escala, poseedores de tierras bien cultivadas y de magníficos aunque cortos ganados. En ninguna parte del mundo esta gente es turbulenta, sediciosa y revolucionaria, mientras la turbación de la paz signifique trastornos para su trabajo, inquietud para su espíritu, mengua para su propiedad, y todo esto en nombre de doctrina o idealismos más o menos brillantes; pero es la más temible para la insurrección cuando hombres torpes o imbéciles leyes ordenan la confiscación de la propiedad por el impuesto, el agotamiento o la muerte de la población por la falta de víveres y vestidos propios para la vida civilizada; la imposibilidad de progreso, la seguridad de la ruina. Esta clase de colonos tenía que ser forzosamente fiel a la paz y a la bandera mexicana mientras ésta respetara sus intereses morales, económicos y legítimos. El segundo elemento era el negro, pacífico en las épocas de trabajo y repentinamente activo al estallar las insurreciones. Por último, el tercer elemento constituído, como dice Filisola, por ocho o diez mil vagabundos, aventureros sin oficio ni beneficio y criminales procedentes de todas partes del mundo; era el elemento inquietante, subversivo, ávido de desgracias, inclinado a la anarquía, crapuloso y sostenido en su vida sombría por el contrabando.

Pues bien, para desembarazarse de esa canalla no se necesitaban pasaportes ni chicanas internacionales ni agresiones a una nación fuerte y amiga, ni grandes tesoros de guerra, ni patrañas de ignorante, ni niñerías de candoroso; hubiera bastado suprimir el contrabando y el contrabando hubiese quedado suprimido en Texas y Coahuila con suprimir el arancel, imitando la cordura, prudencia y justicia del gobierno colonial en este asunto; Alamán para impedir que el contrabando perjudicase verdaderamente al Erario debió haber establecido su línea fiscal de cien leguas de San Luis Potosí a Tampico más fácil de cuidar y mucho menos costosa que las mil y tantas leguas de perímetro de inmensos desiertos que comprendía la línea desde Tampico siguiendo las costas, después la frontera con los Estados Unidos, continuada por el lítoral de las Californias hasta Guaymas. La población contrabandista de Texas se hubiera visto precisada a emigrar o a operar sobre la línea al de San Luis Potosí a Tampico donde hubiera sido fácil al gobierno exterminarla con sus batallones porque para tan pequeña obra sí alcanzaban los recursos. Hubiera quedado el contrabando del cohecho a los empleados solamente para el interior de la República, y el gobiernp habría hecho imposible que la hez contrabandista adquiriera las dimensiones de un grave problema internacional comprometiendo una gran obra de colonización, nuestra integridad territorial y la independencia de la República.

Pero Alamán optó por el medio que ante la historia tiene que justificar la sublevación de los colonos en 1832 contra el gobierno que se había declarado el enemigo de su vida, de su trabajo y de sus libertades. La ley natural pasa por encima de todas las leyes y obligaciones sociales y políticas, cualquiera que sea el principio que las apoye y el ideal que las ilumine.

Las prohibiciones arancelarias tienen por objeto obligar a los habitantes de una nación a que compren a muy alto precio todos los artículos a que se refieren las prohibiciones, a los productores nacionales si los hay o a que nada compren si no los hay. Este sistema es materialmente imposible plantearlo cuando los consumidores no pueden, por falta de vías de comunicación, ocurrir para que los expolien los productores aun cuando tengan muy buena voluntad para dejarse expoliar y en ese caso se encontraban los colonos de Texas,

En 1830, los Estados fronterizos no tenían excedentes de cosechas, ni siquiera una miserable industria. Para proporcionarse los efectos nacionales cuyos similares extranjeros prohibía el arancel, los colonos de Texas tenían que ocurrir por tierra a San Luis Potosí o por mar al puerto de Tampico, puntos más cercanos a sus fronteras o a sus puertos.

Examinemos el camino comercial por tierra que nuestro gobierno ofrecía a los colonos. De San Luis Potosí a San Felipe Austin, centro de negocios de los texanos, hay trescientas cuarenta y cinco leguas mexicanas y la descripción del camino en aquella época es la siguiente:

Sesenta leguas de desierto sin agua y con indios bárbaros feroces entre San Luis y el Saltillo. Sesenta y siete leguas del Saltillo a Monclova a través de bosques espesos de mezquites y breñales en donde se ocultaban multitud de partidas de indios bárbaros o de gavillas compuestas por los soldados presidiales que desertaban desesperados por la falta de haberes y decididos a vivir como bandoleros.

Ciento siete leguas de Monclova a Béjar con nieve en invierno hasta cincuenta centímetros de altura, desierto sin agua en primavera y otoño cruzado por tres grandes ríos sin puentes, invadeables que se desbordaban en una extensión de cinco o seis leguas, más la fiel asistencia de tres o cuatro mil guerreros comanches, armados de flechas, cuchillos o de carabinas americanas, tiradores de primer orden y audaces hasta atacar batallones del ejército permanente.

Otro de los peligros de este desierto es la estampida de la caballada que les hacen dar bien el miedo ocasionado por las piezas o las mestinadas que son unas inmensas manada de caballos alzadas, que pasando por junto de los animales mansos los arrastran tras sí en el tropel con una velocidad inconcebible e imposible de impedir si desde antes no se han tomado las precauciones adecuadas a ese objeto. Pero el más terrible de todos esos riesgos es el de los indios bárbaros quienes con una seguridad extraordinaria suelen robarse las bestias aún estando amarradas al lado de sus dueños, ya desatándolas con una ligereza sin igual, ya espantándolas y echándolas a huir por medio de alaridos, pasando a caballo por entre ellas y ya en fin por otros ardides de que saben hacer uso con la mayor sagacidad, como la tienen de sacar ventaja del hedor que despiden los cuerpos de los mismos indios porque se alimentan con la carne de caballo y éstos olfatean muy lejos lo que les ocasiona más miedo y terror a estos animales que los mismos leones, tigres y lobos. Estos bárbaros cuando lo pueden hacer con mucha ventaja y a su salvo atacan también a las caravanas de transeuntes y aun a las partidas de tropa, ejerciendo con los vencidos y los cadáveres de los muertos horribles crueldades (1).

Entre Béjar y San Felipe Austin la distancia es de sesenta y dos leguas, entre ellas cuarenta de desierto, surcado en aquella época por indios tahuacanes muy guerreros, armados con carabinas y cuyo número pasaba de mil.

Tal era el camino comercial de San Luis Potosí a San Felipe Austin en 1830, que nuestro gobierno ofrecía bondadosamente a los colonos de Texas para comprar los productos de una industria mexicana que no existía en el interior del País ni en parte alguna del globo.

Don Lucas Alamán asegura de una manera pública en la parte expositiva de su iniciativa de ley reformando las de colonización dirigida al Congreso y que dió lugar a la ley de 6 de Abril de 1830; que no es posible la comunicación comercial entre Texas y los mercados interiores de la República más que por mar.

Dice Alamán en las conclusiones del citado documento que fijan las de urgente necesidad para evitar la pérdida de Texas:

Tercera, fomentar el comercio de cabotaje que es el único que podía establecer relaciones entre Texas y las demás partes de la República y nacionalizar ese departamento ya casi norteamericano.

Veamos en qué condiciones podía hacerse ese único y salvador comercio de cabotaje.

Alamán en el mismo documento dice:

El algodón, una de sus principales producciones (de los texanos) podría transportarse de Tampico a Veracruz en buques campechanos únicos que hacen el cabotaje.

De modo que Alamán nos asegura que Texas sólo podría entrar en relaciones comerciales por medio de un monopolio del tráfico ejercido por los campechanos, puesto que eran los únicos que hacían el comercio de cabotaje. No me explico cómo Alamán podía creer, según sus conclusiones, que se podía fomentar el comercio de cabotaje entre Texas y los mercados de la República por medio de un monopolio que sirve precisamente para lo contrario. En aquellos tiempos no se discurría que cuando se concede un monopolio de tráfico se fija a los beneficiados el máximum de las tarifas de transporte como ha hecho el gobierno mexicano en sus concesiones ferrocarrileras. Pero otorgar un monopolio con tarifa libre, equivalía a entregar el trabajo de los colonos de Texas a la voraz expoliación de los campechanos. Los efectos desastrosos del monopolio no cambian cuando en vez de ejercerlo el productor lo ejerce el que debe transportar el producto a los consumidores.

Pero lo más notable del caso es que Alamán en el mismo documento oficial nos anuncia que tampoco el tráfico bajo el odioso y nocivo sistema de monopolio es posible que se verifique entre Texas y los mercados nacionales. Dice así el estadista:

Los puertos de Matamoros y hacia el Norte no son frecuentados por nuestros buques costeños y los campechanos que pudieran emprender estas especulaciones, se retraen por el uso de la moneda provisional (mexicana) que no circula en su mercado y que, en Nueva Orleans, se vende con descuento.

Los buques campechanos debían retraerse con mayor empeño de tocar los puertos de Texas cuando sus dueños supiesen la emisión de papel moneda que nuestro gobierno hizo en Texas por valor, según dicen los escritos de los texanos, de $ 600,000. No puedo decir cuál fue el verdadero monto de esta emisión porque no obstante mis pesquisas no he podido encontrar documento oficial mexicano que me lo haga conocer. El general Don José María Tornel asienta que este papel por no haber sido pagado a su vencimiento circulaba con un descuento de setenta a ochenta por ciento. No conozco la época en que fue emitido, es una especie de asunto misterioso y únicamente puedo asegurar que su emisión fue anterior al año de 1829, porque la ley de 8 de Mayo de 1829 ordena:

Proceda el gobierno a verificar y liquidar la cantidad que se deba en razón del papel moneda de Texas y pagar lo que resulte según convenga con los interesados.

Este pago nunca llegó a hacerse.

En resumen, Alamán prohibió a los colonos por medio de un arancel insensato, que los artículos que necesitaban para alimentarse, vestirse, calzarse, alumbrarse, asearse, recrearse y sobre todo, para sus trabajos agrícolas, los comprasen en los mercados extranjeros; con objeto de que los consumiesen únicamente a los productores nacionales imaginarios, pues nuestras industrias eran muy pocas y miserables. Pero al mismo tiempo Alamán se encarga de hacernos saber en un documento oficial que tampoco era posible a los texanos comprar artículos de primera necesidad prohibidos por el arancel, en los mercados de la República, porque no se podían establecer relaciones comerciales por tierra ni por mar.

En consecuencia, de acuerdo con la ley natural de conservación de la especie humana ¿qué recurso urgente qUedaba a los colonos para no perecer completamente arruinados? La independencia o el contrabando. La independencia era difícil, demasiado difícil si el partido clerical hubiera tenido un poco de ilustración y un poco menos de odio a los texanos. Los colonos tenían que optar por el contrabando que les era muy fácil a causa de la miseria de los soldados que desertaban ayudados por los colonos; a causa de la corrupción en la casi totalidad de los empleados fiscales y jefes militares encargados de vigilar la importación aduanal y además a causa de la impotencia de un gobierno sin recursos que tenía la locura de pretender establecer puertas para cerrar inmensos desiertos dominados por indios guerreros y por contrabandistas numerosos, audaces e irresistibles.



NOTAS

(1) Filisola, Guerra de Texas. tomo II, pág. 353.

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