Índice de Las grandes mentiras de nuestra historia de Francisco BulnesSegunda parte - Capítulo IISegunda parte - Capítulo IVBiblioteca Virtual Antorcha

LAS GRANDES MENTIRAS DE NUESTRA HISTORIA

Francisco Bulnes

SEGUNDA PARTE

Capítulo tercero

LAS GRANDES RESPONSABILIDADES DEL PARTIDO CONSERVADOR


Nuestra primera desgracia consistió en que nadie en México conoció oportunamente el problema social y profundamente económico de los Estados Unidos y sus precisas soluciones políticas, que nuestro patriotismo e inteligencia pudo enérgicamente combatir.

El primer esfuerzo de la política mexicana después de conocer el compromiso de 1820, debió haber sido obligar a los Estados del Sur a proceder a la conquista total de México o a convertir en imposible la conquista gradual ambicionada y proyectada, para lo cual bastaba no haber admitido que Texas fuera territorio esclavista de la República mexicana sino completamente libre.

Colonizado Texas por una población libre, enérgica, de primer orden por su vigor y espíritu público, no podían ambicionar los Estados del Sur convertido en Estado esclavista; pues un Estado con población civilizada y trabajo libre no se puede convertir en población de trabajo esclavo. Quedaba así combatida la política del Sur y éste tenía que obligar en 1823 al Norte a ir a la guerra con México para impedir que los límites entre México y los Estados Unidos se poblasen con hombres libres a los que fuese imposible imponer la esclavitud, o apelar inmediatamente a la guerra separatista en la cual hubieran resultado vencidos como lo fueron en 1863 y en el caso de que hubieran resultado vencedores se habrían formado dos naciones, y México no hubiera tenido que pelear más que con la más débil.

En 1823 los Estados Unidos no estaban en situación de emprender una guerra con México por las razones que expondré para afirmar que no lo estaban en 1830. El gobierno mexicano debió autorizar la coloñización de Texas con norteamericanos siempre que no hubiera esclavitud, condición suficiente para que no se hubieran establecido norteamericanos sudistas sino nordistas y éstos entregados al trabajo libre en Texas y opuestos a la esclavitud jamás hubieran permitido que en caso de anexión se les transformase en población con trabajo esclavo. Teniendo los Estados sudistas la vecindad de Texas con norteamericanos enemigos de la esclavitud, hubieran entonces visto con horror la anexión de Texas a los Estados Unidos porque significaba uno o varios Estados libres de más en la Unión norteamericana, lo que era el aniquilamiento de su poder político y social.

¿Hubiera bastado para conjurar la tempestad texana prohibir al concesionario Austin establecer colonos que se valiesen de esclavos o imponiéndole la obligación perpetua del trabajo libre en sus colonias? Este hubiera sido un grande y eficaz acto de previsión, pero el omnipotente no está obligado a la previsión cuyo objeto es evitar un mal, el omnipotente es invulnerable ante ante el mal. En 1823 nos considerábamos omnipotentes, éramos la primera potencia militar del universo, el pueblo más rico, más ilustrado y con más virtudes. Nuestro destino inmediato era la grandeza como no la había tenido nación alguna. Prever hubiera sido degenerar, deshonrarse, abdicar de un poderío indefinido. Pretender que en 1823 tuviésemos temor al poder de los Estados Unidos y que empléasemos una hábil diplomacia para defender nuestro honor y territorio, era como esperar que un archimillonario pasara la noche en vela discurriendo cómo pagaría a su sastre y cómo daría de comer al día siguiente a sus hijos. La megalomanía social en su forma más perniciosa, la megalomanía bélica, nos hizo un gran daño en 1823 impidiéndonos modificar algo o mucho nuestro lúgubre destino.

En Enero de 1830 entró al gobierno usurpador del general Bustamante, para ejercer un despotismo ilimitado, Don Lucas Alamán, quien desgraciadamente había sido educado en España, naturalmente para el buen servicio de los errores políticos. El gran talento de Alamán tendió siempre a sobresalir sobre SU falsa instrucción y viciosa educación, su carácter era el de un hombre de Estado, frío, egoísta, calculador, resuelto, con energías de héroe, para llenar lo que la fe le dictaba como su deber aun cuando este deber fuera tenebroso, sanguinario, malvado, siniestro. Alamán era moral y políticamente irreprochable en materia de probidad. Nunca fue personalista, siempre leal con sus principios, aparece en nuestra historia con las manos sin lodo pero llenas de sangre. En 1830 Alamán no participaba de la pandemia de megalomanía bélica que infestaba todos los cerebros. Por el contrario, en la cuestión de Texas fue un profeta sombrío; anunció que si los colonos se insurreccionaban, la nación mexicana perdería este grande y rico fragmento de su territorio ... no habiéndose esto verificado (la abolición de la esclavitud en Texas) el intentar hacerlo ahora sería excitar una sedición entre los colonos y la pérdida de Texas sería infalible (1).

En el mismo documento que acabo de citar Alamán prueba conocer perfectamente las intenciones de los Estados Unidos, pues dice al Congreso:

El contacto en que aquel departamento (Texas) se halla con los Estados Unidos del Norte y las pretensiones que manifiestan ya a las claras para apoderarse de él ... (2).

El gran error de Alamán que, como lo veremos va a precipitarnos á la catástrofe, es creer que los Estados Unidos en 1830 ambicionaban la posesión de Texas. Tan pernicioso error fue el resultado de su educación viciosa que lo acostumbró al trato con entidades metafísicas. Los Estados Unidos en 1830 eran como ya lo he dicho los Estados Desunidos, representaban no una nación con un pensamiento único, una sola conciencia, y una sola voluntad; no eran la España de Carlos V, ni la Rusia de Pedro el Grande, ni la Francia de Luis XIV, ni la Prusia de Federico II, eran dos naciones, cómo debo repetirlo, con voluntad, intereses y conciencia distIntas.

Alamán en 1830 debió haberse fijado en la política de los Estados Unidos, clara como la luz meridiana, como toda política democrática. ¿Cómo se presentaban los Estados Unidos en 1830? Voy á decirlo pues de su actitud debió depender la de Alamán, colocado por el últimó cuartelazo en la solemne posición de árbitro de los destinos de Texas y en general de toda la nación.

Después del compromiso de 1820, gran fenómeno de la política norteamericana y cuyo origen y consecuencias gravísimas no para Texas sino para toda la República, he expuesto, habían surgido nuevos hechos dignos de tomarse en consideración.

Los fenómenos económicos dictan los fenómenos políticos. En 1793, Whitney descubno su celebre maquina para despepitar algodón, aumentando la producción de éste por evitarse el enorme desperdicio y abaratarse considerablemente el producto. Agregado a tan gran descubrimiento la aplicación del vapor a la industria y a la navegación, el consumo de las telas de algodón se extendió rápidamente favoreciendo en alto grado los intereses de los Estados sudistas norteamericanos. La exportación de algodón de los Estados Unidos creció como sigue:

Exportación de algodón por los Estados sudistas norteamericanos (3)

1792 ... 138.328 libras.
1799 ... 9.500.000 libras.
1804 ... 38.900.000 libras.
1810 ... 93.900.000 libras.
1820 ... 127.800.000 libras.
1830 ... 298.450.000 libras.

La prosperidad colosal y repentina del Sur causada por el sorprendente desarrollo del cultivo del algodón, lo deslumbró al grado de creer que por su riqueza debía dominar al mundo. Pero esta prosperidad fabulosa era debida en su concepto a la institución de la esclavitud: lo que no era cierto es con el trabajo libre podría hacerse aún más, como después se ha probado; pero en 1830 se sabía que la esclavitud era inmoral, injusta, inicua, y se ignoraba que también fuese antieconómica. Para la aristocracia negrera de los Estados tnidos era un dogma más respetable que todos los de la teología que sin esclavitud el cultivo del algodón era imposible. Más que nunca era preciso defender, sostener, y si era necesario morir heroicamente empuñando la bandera negra del gran crimen antisocial.

Los Estados del Sur norteamericanos no necesitaban tierras para continuar ensanchando su lucrativa explotación, lo que necesitaban era poder, todo el poder emanado del pueblo de los Estados Unidos para hacer invulnerable la esclavitud y por consiguiente segura la marcha triunfal de su inconmensurable codicia.

La prueba de que no necesitaban tierras es la siguiente:

Producción de algodón por los Estados Unidos sin contar a Texas

En 1830 ... 5.600.000 quintales.
En 1902 ... 34.375.000 quintales.

En 1830, los sudistas poseían tierras para producir siete veces más la cantidad de algodón que entonces producían, no urgía pues hacerse de más territorio. Lo urgente era evitar el progreso de los esfuerzos del Norte contra la esclavitud. Es cierto que en 1830 no existía aún un partido resuelto abolicionista, pero el golpe de 1820 había sido repentino y formidable y había tenido por consecuencia prohibir el desarrollo de la esclavitud casi en todo el inmenso territorio de los Estados Unidos. El segundo golpe podía ser al fondo del corazón de la esclavitud, era pues indispensable absorber el poder, dirigir la política, ofuscar al pueblo, negar la moral, ambicionar la conquista y en fin gobernar para la esclavitud.

Había un grave inconveniente para realizar el programa salvador. La población del Norte crecía rápidamente tanto por reproducción como por la inmigración de europeos, fuertemente acentuada de 1820 a 1830. Esta inmigración auxilio poderoso de fuerza, de inteligencia y de capital, no penetraba a los Estados del Sur, toda era para el Norte. El hombre libre no trabaja donde el trabajo es una credencial de vergüenza de infamia, de degradación. Además el Norte pagaba jornales más altos y había dividido la propiedad territorial en pequeños fragmentos.

La pequeña propiedad repartida entre cultivadores pobres pero sobrios y enérgicos es la propiedad democrática. La gran propiedad en extremo aristocrática del Sur no podía emplear más que negros. Los intereses del Norte eran cada día más democráticos y los del Sur pretendían ser cada día más aristocráticos. La tempestad futura estaba ya indicada en el barómetro de la codicia nacional.

Disponiendo de mayor población los del Norte era imposible confiar al sufragio popular recto el cuidado de los sagrados intereses de la esclavitud en la Cámara de representantes. En el Senado había igualdad de fuerzas debido a la igualdad de Estados libres y esclavistas, pero casi todo el territorio por poblar estaba destinado a formar Estados libres. No podían transcurrir muchos años sin que la mayoría del Senado fuese hostil a los intereses esclavistas.

Parecía indicado como conveniente romper la Unión y constituir una nueva nación esclavista completamente soberana de sus intereses, de sus crímenes y de su porvenir. Tanto más era prudente recurrir a la separación, cuanto que las fuerzas del Norte aumentaban sin comparación con más violencia y seguridad que las del Sur. Tenía que llegar el momento en que el Sur fuera pigmeo en frente del Norte y entonces no quedaba más recurso que perecer. La ruptura debió haber tenido lugar desde 1820.

Población blanca del Sur cuando debió haber intentado su separación del Norte en 1820 ... 2.920,000.
Población blanca del norte en el mismo año ... 5.147,000.

La población blanca del Sur era casi sesenta por ciento de la del Norte en 1820.

Cuando en 1861 el Sur se lanzó a la tremenda guerra de secesión, la relación de poblaciones era:

Población blanca del Sur en 1860 ... 5.449,000.
Población blanca del Norte en 1860 ... 22,877,000.

El Sur representaba entonces el 25 por ciento de la población del Norte. En 40 años trascurridos de 1820 a 1860, el Sur no había podido duplicar su población mientras que el Norte la había cuatriplicado. Retardar la guerra de secesión era hacerla imposible o desastrosa para el Sur.

Había otro motivo gravísimo para intentar la separación; el proteccionismo industrial que con mano firme y codicia resuelta había comenzado a plantear el Norte.

Durante la guerra de 1812, entre los Estados Unidos e Inglaterra se suspendió la importación de mercancías inglesas y los Estados de Nueva York, Nueva Inglaterra y Pensilvania pudieron desarrollar satisfactoriamente diversas industrias. Terminada la guerra, los Estados del Norte convertidos en industriales comprendieron que ni en precio ni en calidad podían luchar con la industria inglesa y pidieron protección apoyados por dos eminencias políticas oratorias; Webster y Clay. El movimiento proteccionista pronto ganó el terreno electoral del Norte y la tarifa aduanal de 1824 elevó considerablemente los derechos de importación. El Sur protestó alegando que la Constitución no permitía que determinados Estados se enriquecieran expoliando á los demás, obligándolos á consumir mercancías malas y caras. Los del Norte ambicionaban más protección industrial y lograron hacer la tarifa de 1828, que dió lugar en 1832 a la aplicación de la doctrina sudista de la nulificación y a la rebelión de la Carolina del Sur.

¿Por qué en tales condiciones los Estados del Sur no apelaron a la separación? Porque ésta ofrecía horizontes de tempestad y aguas amargas casi de seguro naufragio. La riqueza, la población, eran superiores en el Norte y el Sur tenía la debilidad morbosa de toda sociedad esclavista ante la guerra. El Norte en caso de guerra tenía que decretar la abolición de la esclavitud e invadir con sus ejércitos los Estados esclavistas; insurreccionar a los esclavos, armarlos y excitar su venganza contra sus dueños. Una sociedad esclavista difícilmente puede provocar o aceptar una guerra porque está obligada a combatir al mismo tiempo al agresor extranjero y a su población esclava aliada natural de todo enemigo de sus opresores. Para librarse de la insurrección del elemento negro era indispensable para el Sur no permitir la entrada a los ejércitos enemigos al territorio esclavista lo que se presentaba como materialmente imposible. En 1830 el Sur poseía 1.800,000 negros y su población blanca apenas excedía de tres millones. La historia de la insurrección e independencia de los negros en Sto. Domingo hacía profundamente peligrosa una guerra civil contra ejércitos promovedores y protectores de la insurrección de tan crecido número de esclavos.

El recurso separatista era como la bolsa de oxígeno de la terapéutica moderna; solamente prescrito en la última extremidad; porque aun triunfante el Sur en la lucha una vez realizada la separación, los Estados del Norte no habían de admitir entregar a los esclavos fugitivos del Sur y éstos tendrían que ser libres al pisar territorio libre. Ya he expuesto que esta sola consideración decidió en 1787 a los del Sur a confederarse con Estados ya hostiles a la esclavitud y que la habían abolido en sus respectivos territorios.

Mientras el Sur no sintiese llegar la última extremidad, lo prudente y conveniente era defender sus criminales instituciones sociales y políticas dentro del más profundo respeto al pacto federal y retardar la hora fatal de la última extremidad.

Conforme al compromiso de 1820, la esclavitud aun podía extenderse en los territorios de Florida, Indio, Arkansas y Oklahoma.

Los territorios Indio y de Oklahoma estaban muy lejanos, llenos de tribus bárbaras poderosas y sus tierras no eran de la calidad de las dos de los Estados del litoral o extendidos en ambas orillas del Mississipí.

La Florida estaba muy poco poblada de blancos, llena de indios guerreros; declarada territorio federal en 1822 y experimentado en ella el cultivo del algodón se vió desde luego su inferioridad para tal género de agricultura, pero en fin, produjera lo que produjera se podía elevar al rango de Estado y dar dos votos al Sur en el Senado federal.

Del territorio que el compromiso de 1820 dejaba al Sur sólo Arkansas y Florida eran políticamente útiles para llegar a la categoría de Estados. He dicho que la inmigración europea en los Estados Unidos aumentaba sin cesar desde 1820 a 1830 y que no se fijaba en ninguno de los Estados del Sur, lo que prometía la formación muy rápida de nuevos Estados libres. Texas siendo más grande que Francia podía dar al sur cinco o seis Estados federales, es decIr, diez votos senatoriales para lo cual bastaba colocar bien en Texas trescientos mil habitantes. La Constitución de los Estados Unidos prevenía que para que un territorio se convirtiera en Estado debería poseer por lo menos 50,000 habitantes. La posesión de Texas lo más pronto posible, era la salvación del poder político del Sur y por consiguiente de su gran riqueza social basada en la esclavitud. Texas era más que un territorio algodonero para el Sur, era el puntal poderoso que debía sostener la esclavitud en los Estados Unidos lo menos por medio siglo.

Los directores de la política del Sur siendo el más capaz de ellos Calhoun, dieron al partido demócrata una organización tan hábil como inmoral, que lo hizo formidable. El mundo vió con más asombro que una aurora boreal en el ecuador, a una nación como los Estados Unidos poseedora de una mayoría democrática, rica, ilustrada y con grandes elementos sanos y elevados, subyugada por una minoría aristocrática, esclavista, conservadora de iniquidades y con pretensiones de imponer al porvenir como alimento de progreso toda la basura del pasado.

Son dignos de conocerse los medios de que se valió el partido demócrata durante cincuenta años para arrastrar por toda clase de fangos la política de una democracia que por sus principios estaba obligada a dar a la humanidad enseñanzas de nobleza y de las más atractivas virtudes.

Desde luego el Sur tenía en el terreno político a su favor, lo preciso, lo claro, lo urgente, lo único de su programa; la esclavitud era un interés único explicable y sin rival posible. El Norte era agrícola, comercial, industrial, financiero, moralista y filósofo. Todos estos elementos aparecían más o menos bien claros y dispuestos en el horizonte de las aspiraciones del Norte con desigual intensidad y más o menos confusión. Cuando un partido político tiene varios fines que pueden y deben Sostener entre sí conflictos más o menos graves, tal partido tiene la cohesión de un colchón, mientras el partido formado en vista de sostener un solo interés, adquiere fácilmente la cohesión y la flexibilidad del acero. La ventaja inmensa de la cohesión y de una cohesión tan fuerte como puede serlo la clerical tenía que hacer del Sur una potencia.

Los Estados esclavistas no tenían necesidad de seducir a sus poblaciones para que sostuviesen la esclavitud; aun el populacho que no podía ser aristócrata, ni era esclavo ni poseía esclavos, era una fiera destructora por medio de la ley Lynch de todo aquel que en lo más mínimo se atrevía á atacar la abominable institución. La seducción debía tener lugar en las conciencias nordistas. El Sur había conseguido llevar a la presidencia de la República a propietarios de esclavos fuertemente interesados en el lucrativo negocio esclavista. Con excepción de determinados y pocos empleos federales el Presidente de los Estados Unidos tiene poder absoluto para nombrar y remover a millares de empleados federales.

Siendo el Presidente de los Estados Unidos, un sudista esclavista, casi todos los empleos federales estaban a disposición del partido esclavista y éste tenía la habilidad de no darlos a los sudistas, sino utilizarlos para corromper a un gran número de nordistas. Por este medio, el Sur tenía sus batallones fieles en el campo enemigo formando parte grande de la fracción llamada demócratas del Norte.

El Sur pagaba además, una falange de periodistas, oradores políticos, predicadores protestantes y católicos, conferencistas, novelistas, agentes electorales y diputados; no para que se afiliasen en el partido esclavista sino en el partido enemigo. La consigna dada a esta falange de corrompidos y corruptores era votar y hacer votar a favor de los del Norte todas las disposiciones completamente extrañas a la esclavitud para así probar su lealtad al partido whig o con cualquiera otro nombre que tomasen los del Norte; pero dicha falange tenía obligación de convencer a los agricultores, comerciantes, industriales, financieros y amantes de la paz en los Estados del Norte que no habría mayor calamidad para la prosperidad creciente y bienestar del expresado Norte, que una guerra separatista con el Sur; pará la cual éste se hallaba preparado, resuelto, aun cuando no se tratase de abolir la esclavitud sino simplemente de mortificarla o amenazarla por alguna imprudente medida. Estos consejeros circunspectos, reales, reflexivos profundos del partido nordista tenían por función llevar la voz atronadora del enano del tapanco; como vulgar pero gráficamente decimos los mexicanos.

Todos los partidos políticos organizados por intereses de fondo puramente económico, tienen dentro de su seno una fracción conservadora muy influyente y una fracción radical impulsiva y militante. En el Sur esta fracción era dominante y parte de ella ni llegando a la última extremidad era capaz de apoyar la guerra con el Norte, como lo probó el hecho de que en 1861, quedaron fieles al Norte los Estados esclavistas, Delaware, Maryland, Kentucky y toda la parte occidental del Estado de Virginia. Si los Estados del Sur, no habían ido áun a la guerra en 1830, por el compromiso de 1820, con el agregado de las tarifas aduanales de 1824 y 1828 a favor del Norte, ni viendo el constante progreso del Norte en población y riqueza; era claro que sólo una extremidad de verdadera angustia y desesperación suprema los lanzaría a la rebelión. Pero la voz atronadora del enano del tapanco esclavista surtió un efecto considerable, la parte conservadora del partido whig oyó a sus falsos consejeros y ofreció temblar ante la actitud fulminante del Sur.

Un pequeño grupo de hombres del Norte quería patrióticamente la paz y que la esclavitud sin permitirle tomar vuelo decayese poco a poco hasta extinguirse sola por la acción emoliente de años de ilustración progresiva.

La corrupción por los empleos, la intimidación por los falsos wihgs y el cauto patriotismo de un grupo pacífico y selecto formaron la fracción de los demócratas del Norte que unidos a los del Sur, dominaban en ambas Cámaras para todo menos para dar ensanche a la esclavitud contra el compromiso de 1820. El despotismo que pesaba sobre el Norte tenía un límite, su interés supremo; no permitir la erección de mayor número de Estados esclavistas sobre los ya autorizados implícitamente por el compromiso de 1820.

¿Los sudistas sin la solicitud de anexión de Texas habrían impuesto la guerra de conquista seca, brutal, cínica a los del Norte? Para contestar es indispensable saber qué clase de guerra se trataba de imponer. ¿Una gran guerra larga, costosa, ruinosa o una guerra pequeña, barata, conveniente, fructuosa, en una palabra, mercantil? ¿Una guerra de negocio o una guerra de catástrofes?

¿Cómo debía ser la futura guerra? La experiencia es el gran maestro, en todas las artes, ciencias, vicios y atentados. ¿Cómo había sido la última guerra de los Estados Unidos contra Inglaterra en 1812? En 1812 el ejército norteamericano puesto en campaña apenas alcanzó a diez mil hombres y la marina de guerra a ocho fragatas, cinco sloops y tres bricks. Durante el primer año la marina obtuvo hermosos triunfos y formó su reputación, pero el ejército de tierra sólo consiguió derrotas al intentar invadir el Canadá. El año de 1813 tuvo insignificantes triunfos el ejército norteamericano. El general Pike ocupó Toronto, el general Brown rechazó una fuerza inglesa en Sackett's Harbor y el general Harrison recuperó Detroit y derrotó a los indios cerca del Río Thames; pero el ejército americano fracasó, al intentar sorprender a Montreal. Hasta 1814, la guerra en tierra que había sido floja, y sin vigor por ambas partes se acentuó y tuvieron lugar por la primera vez durante la campaña, dos verdaderas batallas, la de Chipewa y la de Landy's Lane. En Agosto de 1814, una pequeña fuerza de 5,000 ingleses marcharon de Patuxent sobre Wáshington y lo tomaron. El Capitolio, la Casa Blanca y otros edificios fueron incendiados. Después marcharon sobre Baltimore donde fueron vigorosamente rechazados. Esta muy pequeña guerra en tierra, además de lo pagado por los presupuestos corrientes: causó una deuda pública de 127 millones de dollars.

El soldado norteamericano es excesivamente costoso. En la guerra de 1846 a 1847, nunca hubo más de 30,000 en el territorio mexicano, pero se alistaron más de 60,000 que reponían las bajas por guerra, enfermedades y por cumplimiento de plazo de enganche que era generalmente de tres a seis meses. La guerra de 1846 a 1847 costó a los Estados Unidos 150 millones de dollars, y nuestra defensa no estuvo siquiera a la altura de nuestros pobres recursos.

Antes de 1830, habíamos tenido una gran guerra, la de nuestra independencia; la invasión de Barradas había sido una locura de España que nunca pudo preocupar a México. Habría sido ridículo en vez de grandioso que a causa de una invasión de 2,700 hombres toda la nación se hubiera puesto en armas, poniéndose el traje de gala y guerrero de su patriotismo.

Los Estados Unidos habían visto que México en su guerra de independencia, había levantado y sostenido durante largos años 140,000 combatientes de los cuales 80,000 realistas y 60,000 insurgentes. Era claro que la población de México había aumentado y que podía, en caso de invasión extranjera poner en pie de guerra, desnudos, descalzos, demacrados, pero armados y de rara tenacidad, por lo menos 200,000 hombres. Para asegurar el éxito de una guerra con México, la ciencia militar indicaba superioridad en el número de invasores. Los Estados Unidos en vista de la guerra de nuestra independencia debían mandar por lo menos para someter a México 250,000 combatientes expensados por lo bajo para tres años de campaña.

Los Estados Unidos por la guerra de 1812 sabían el elevadísimo precio del servicio de sus soldados. No podía salirles el costo de la guerra a menos de 200 millones de pesos por año, calculando abajo de mil pesos por soldado; en tres años, el costo sería de 600 millones de pesos. Semejante gasto no hubieran podido ni querido hacerlo los Estados Unidos en 1830 por ningún motivo ni pretexto, aun cuando el Sur hubiera puesto por condición separarse si no se le hacía la guerra a México. Ni la tercera parte del sacrificio que importaba una guerra con México lo podía aceptar la mayoría del pueblo norteamericano, siempre que por supuesto se tomase como era debido por fundamento del cálculo de nuestra resistencia el esfuerzo prodigioso guerrero, que tuvo lugar durante nUestra guerra de independencia.

En 1830 la población de México se calculaba en ... 7.500.000 habitantes.
En 1830 la población blanca de los Estados Unidos era ... 10.537.000 habitantes.

En 1845 la proporción había cambiado muy desfavorablemente para nosotros:

En 1845 población de México calculada ... 8.000.000 habitantes.
En 1845 población blanca de los Estados Unidos ... 17.250.000 habitantes.

La riqueza pública de los Estados Unidos en 1830, era muy inferior a la adquirida en 1845. La guerra con México debía pues agotarlos aun cuando saliesen vencedores si México se defendía al grado del alarde estrepitoso que hacía de su furibundo patriotismo y con la tenacidad y resolución que había manifestado en la guerra de independencia. En 1830 México no había descendido al desprestigio social, político y militar que desgraciadamente lo hacía célebre en 1845.

¿Y sobre todo para qué ese grande esfuerzo agotante económica y moralmente? ¿Para qué vulnerar la Constitución de los Estados Unidos que prohibe la conquista? ¿Para qué deshonrar la tradición democrática que anatematiza la fuerza? ¿Para qué escandalizar a todas las naciones cultas con un atentado de verdadero bandolerismo? ¿Para qué manchar a toda la nación poniéndola a copiar las glorias funestas de las monarquías semibárbaras europeas? Por último ¿para qué engrandecer al Sur si era indispensable para la civilización del Norte y su desarrollo material su empobrecimiento y agonía? La guerra con México tenía que ser larga y costosa y México debía pagarla mercantilmente, dollar por dollar, centavo por centavo, con leguas o metros cuadrados de territorios de poco valor porque estaban despoblados y casi vírgenes. Los despojos de México no podían ser más que territorios donde cupiesen holgadamente naciones y todos ese botín de kilómetros cuadrados de planeta, ¿podían ser para el Sur? ¿La guerra serviría para echar abajo el compromiso de 1820 y ensanchar la esclavitud hasta la América central lo que era la ruina del Norte? No evidentemente.

Pero en cambio el Sur tampoco dejaría que ese gran despojo territorial fuese destinado a engrandecer al Norte; la última extremidad llegaba entonces y la guerra con México tenía que determinar una segunda tremenda guerra; la separatista; el divorcio sangriento entre dos pueblos que se odiaban, el choque entre intereses incompatibles, la explosión entre la civilización y la barbarie amasadas por un convenio de carácter puramente teórico.

Imponer al Norte la guerra con México, era imponerle dos guerras; la extranjera y la civil. En 1848 los Estados Unidos vencedores adquirieron los despojos de México y la lucha entre sudistas y nordistas se entabló terrible para disputárselos. Las fracciones conservadoras de ambos partidos aterradas formularon el compromiso de 1850, creyendo que salvaba la jornada, pero Jefferson Davis procedió a formar el partido resuelto separatista y protestó contra el compromiso de 1850 y sobre todo contra la admisión de California como Estado libre.

La insurrección no estalló porque los sudistas dominando aún en el terreno electoral hicieron aprovechar las presidencias de sus hombres, Franklin Pierce y Buchanan para que rellenasen de armas, municiones y de toda clase de elementos de guerra, los fuertes federales construídos en las costas y territorios de los Estados del Sur; con el objeto de que puestos dichos inmensos almacenes al cuidado de irrisorias guarniciones, fuesen fácil y seguramente tomados por los sudistas al rebelarse y se lanzasen contra el Norte desarmado como en efecto sucedió.

¿Qué objeto podían tener los del Norte para hacernos la guerra en 1830? ¿Quitarnos tierras para los del Sur? Ya he dicho que tal cosa es inadmisible. ¿Quitárnoslas para ellos? Las tenían que comprar al precio de dos guerras ruinosas. ¡Esfuerzo estúpido!

Si el Norte ambicionaba tierras mexicanas, el procedimiento prudente y barato para obtenerlas era esperar a que México cada día más débil entrase en agonía. Todo indicaba que el Norte sería cada vez más poderoso y México cada noche mas podrido e impotente. Esperar era vencer, sin gastar un peso ni un hombre, ni un principio, ni una virtud, ni esa gran reputación democrática con que se enorgullecían los viejos yankees vástagos de la rectitud puritana, soldados místicos de la libertad.

En 1830 y fuera de los intereses convulsivos y agresores que se despiertan en el campo de la opulencia, había un vigoroso elemento sano, importante en el Norte, menos en el Sur, qUe formaba una vieja guardia vigilante de la Constitución como los Monteros de Espinosa de un rey de España. La clase popular tenía como la ilustrada un gran respeto por la Constitución, verdaderamente sagrado, imponente, leal; respeto que no se puede comprender en los países donde todas las espadas tienen el derecho de desgarrar todas las leyes. En las naciones donde el pueblo amanece católico y anochece ateo y es monarquista al día siguiente y demócrata algunas horas después, todo esto en discursos nunca en la realidad, las Constituciones políticas son especie de cucharones confeccionados por las facciones que mal se llaman partidos para engullir presupuestos.

En 1830, el corazón de la fracción sana del pueblo norteamericano estaba aun muy cerca de Wáshington, y su espíritu muy impregnado de recuerdos, de fórmulas, casi de oraciones en honor de la ley y la justicia. Para contar los politicastros y los políticos que engendra la plutocracia con la voluntad de un pueblo que aun engañado manda y se le obedece, era preciso presentarle un atentado en la forma de un deber, de un derecho, de una necesidad legítima. La conquista género Atila o Hernán Cortés, la hubiera rehusado con indignación. Este trabajo de toilette democrática y positiva para hermosear una maldad era difícil ejecutarlo a la vista de esa vieja guardia de verdaderos republicanos, depositarios de primitivas virtudes, creyentes aún en los gobiernos justos, dotados de religiosa elocuencia y que se hacían escuchar en los momentos de suprema inquietud de la nación.

La política del Sur tenía que ser muy sucia como lo demandaba la causa de la esclavitud. Los medios corresponden al fin, para sostener la esclavitud era indispensable en el partidO sudista hacer la inmolación de la lealtad, del honor y de toda nobleza o acto de verdadera civilización. No obstante el programa único del Sur para despojar a México de Texas, su prensa nunca se atrevió a amenazarnos con la guerra de conquista. El plan no era tenebroso, sino muy claro y se lo presentaban a nuestro gobierno en 1830; y era que los colonos hicieran su independencia como pudiesen y pidieran después su admisión a la Unión americana. Así quedaba salvada la constitución y el honor de un pueblo que se había presentado al mundo como paladín de la humanidad por el ilimitado respeto al derecho ajeno.

Honra extraordinariamente a la inteligencia del ministro Alamán no haber creído que los Estados Unidos estuviesen dispuestos a declararnos la guerra en 1830, pues en su iniciativa dirigida al Congreso de la Unión, le dice: En vez de ejércitoS de batallas e invasiones que hacen tanto estrépito y que por lo común quedan malogrados, echan mano (los Estados Unidos) de arbitrios que considerados uno por uno se desecharían por lentos, ineficaces y a veces palpablemente absurdos; pero que en su conjunto y con el transcurso del tiempo son de un efecto seguro e irresistible (4).

No es posible resolver acertadamente un problema con datos falsos. El estadista debe tener la frialdad de un ermitaño siempre en ayunas, una gran instrucción y un gran poder de análisis para penetrar en todos los secretos de una difícil situación. La vasta instrucción de Alamán era española y en consecuencia deficiente y viciosa en materias sociológicas, más que útil, perniciosa.

En los antecedentes del progreso de los Estados Unidos en cuanto a extensión territorial hasta 1830, no había nada de pérfido, ni de ilegítimo, ni de censurable. Ya he dicho que al formarse los Estados Unidos aparecía como territorio que legítimamente había pertenecido a Inglaterra, la inmensa superficie cuyos límites eran: al Norte, el Canadá; al Sur, la Luisiana y las Floridas; al Este, el mar Atlántico y al Oeste, el río Mississipi.

La inmensa región comprendida entre la orilla Oeste del Mississipí y el mar Pacífico, era desconocida y pertenecían en parte a poderosas tribus de salvajes y en parte no tenía dueño. Al apoderarse de los territorios poseídos por los indios barbaros, los norteamericanos, hicieron lo que los argentinos para apoderarse de la Pampa, lo que los brasileños para hacerse dueños del Amazonas y de sus regiones huleras, lo que los españoles, en toda la América que conquistaron y lo que estamos haciendo los mexicanos en 1902, con los indios Mayas en el Estado de Yucatán.

La benevolencia de la conquista española que conservó a los indios en vez de exterminarlos como se le echa en cara a los norteamericanos, es una rueda de molino, conveniente para deglución de los ignorantes. Cuando en un terreno se encuentran ovejas, se les conserva y se las trasquila y cuando en vez de ovejas se encuentran lobos y panteras se las extermina. Los españoles conservaron para trasquilarlos a los indios mansos, dulces, afables, sumisos, disciplinados por el despotismo azteca o por el de feroces caciques; y en cuanto a los indios bárbaros hicieron lo mismo que los norteamericanos, pues entre otras autoridades respetables, el barón de Humboldt (5): Una sabia legislación acaso conseguiría borrar la memoria de aquellos tiempos bárbaros, en que un cabo o sargento con su patrulla cazaba los indios en las provincias internas como si hicieran una montería de venados. Las misiones hicieron muy poco y las balas hicieron mucho por la conquista de los inmensos territorios más allá de los actuales Estados de San Luis Potosí y Zacatecas. Los mexicanos independientes se han librado de los indios bárbaros que asolan los Estados fronterizos y eran los primitivos poseedores de esos territorios, exterminándolos.

La política de la España conquistadora fue ser dueña absoluta del Golfo Mexicano; para lo cual se apoderó de todas sus costas; pero en algunos lugares, no se apoderó de los países que corresponden a estas costas. Debía suceder, que la nación o naciones que se apoderasen del más rico territorio del mundo, el valle del Mississipi comprendido entre las montañas Alleghanis y las Rocallosas y dividido por el segundo de los ríos navegables del globo, habían forzosamente de reclamar o de intentar por cualquier medio su comunicación con el mar, No ha habido, ni hay, ni habrá nación poseyendo un gran territorio fértil que necesite para su comercio por lo menos de un buen puerto que no intente conseguirlo; si no por bien, por mal. Es una necesidad legítima de las naciones como lo es de los individuos. La legislación civil favorece a la propiedad particular y aislada de los caminos públicos, obligando a los propietarios a conceder paso entre aquélla y éstos.

La civilización no puede consentir en que un territorio inmenso en su superficie y en riqueza quede aislado, poco productivo e impotente para el comercio, porque otra nación con fines de codicia y despotismo, se apodera de una zona más o menos ancha a lo largo de la costa. No hay pueblo en el mundo que una vez poseedor del valle del Mississipi no hubiera concentrado todas sus fuerzas para comunicarse con el mar. ¿España quería tierras para cultivarlas, disfrutar de su riqueza y beneficiar a la humanidad con su propio progreso? ¿Por qué no se apoderó del valle del Mississipi, que vale más que diez de Nuevas Españas? Si España sólo se apoderó de Luisiana y Florida para estorbar el bienestar legítimo de otro pueblo, se hizo acreedora a la hostilidad de ese pueblo.

Pero los Estados Unidos se encontraron con que los Estados al Este del Mississipi sólo tenían el mal puerto de Mobila en el territorio de Alabama y el mal fondeadero de Pearl River en el Estado de Mississipi. Los vastos territorios al Oeste del Mississipi ni aun esos malos y pequeños puertos tenían. Los Estados Unidos durante la presidencia de Wáshington hicieron un arreglo con España, según el cual les era permitida la navegación del Mississipí en su curso a través de Luisiana y el tener depósitos de mercancías en Nueva Orleans.

Los Estados Unidos no manifestaron ambición censurable por poseer las tierras de Luisiana sino el deseo de obtener por compra el puerto de Nueva Orleans, para dar satisfacción a la necesidad nacional absoluta de que acabo de hablar (6). These circunstances added to Mr Jefferson's desire to obtain the cession of New Orleans to the United States. No hay tal ambición de la Luisiana y esto se confirma aún con las siguientes líneas: El PresidenteJefferson nombró el 10 de Enero de 1803 a Mr Monroe Ministro Plenipotenciario en Francia (7) to act with Mr. Livingston in the purchase of New Orleans.

¿Cómo adquirieron los Estados Unidos la Luisiana cuando sólo pretendían comprar el puerto de Nueva Orleans? Sin pedirla y por un cambio en la política de Napoleón I respecto del que no quiso dar explicación. (8) The sudden change, however in his plan (de Napoleón I) led him to look favorably upon Livingston's representations; and so most unexpectedly he offered to the United States not New Orleans only but the territory of Louisiana for the sum of fifty millions of francs.

Sin que los Estados Unidos lo solicitasen, les ofreció toda la Luisiana Napoleón I, por cincuenta millones de francos, no hubo pues intrigas reprochables ni ambición desenfrenada de tierras en esta adquisición.

Respecto de la adquisición de la Florida, es difícil emitir un juicio positivo y claro sobre el asunto por las condiciones metafísicas que abruman el caso. Los conquistadores acostumbraban desembarcar en un territorio desconocido y aun cuando no fueran militares ni funcionarios o agentes de su nación, tomaban posesión hasta de un Continente en nombre de un rey todopoderoso en principio y por regla general muy cristiano. Semejante procedimiento no presentaba inconvenientes tratándose de un territorio sin dueño o cuando se procedía inmediatamente a exterminar o subyugar a los dueños hasta su completa eliminación o sumisión.

Cuando en el territorio del cual se tomaba posesión clavando solamente en el suelo una cruz y levantando una acta ante un escribano improvisado, existían naciones que ni se sometían ni se intentaba nunca someter, entonces la posesión era un acto más. bien ridículo que imponente y de verdadera conquista. En este caso había estado la Florida hasta 1819. A España lo que le había interesado era tomar posesión de las costas de Florida para ser dueña del Golfo; poco le importaba el país y las naciones indias que lo habitaban. Construyó un fuerte y estableció una pequeña guarnición en un punto que nombró Panzacola no con el objeto de conquistar a los creeks y seminolas sino para ocupar toda la costa e impedir que otros conquistadores o exploradores desembarcarsen en ella.

Las tribus bárbaras, unas veces estaban en paz con España y otras por excepción reconocían su soberanía y la mayor parte del tiempo no hacían caso del rey todopoderoso y católico. No se sabía cuándo España reconocía el poder de los indios dejando burlar su autoridad, ni cuándo era la soberana de ellos. Éstos obraban contra los habitantes de los Estados Unidos haciendo incursiones en el territorio de la Unión para robar, asesinar y cometer toda clase de excesos sin que España quisiese ni pudiese castIgarlos m evitarlos.

En semejantes casos, el derecho internacional y el sentido común autorizan a la nación agredida en nombre del principio de la propia defensa a castigar a sus agresores y a exigir de la nación de que son o aparecen súbditos las reparaciones correspondientes. El general Jackson en 1817, fue nombrado para defender la frontera de los Estados Unidos contra las incursiones de los seminolas que habían asesinado a un gran número de norteamericanos. No pudiendo o no queriendo España castigar a los criminales, el general Jackson penetró en la Florida, castigó a los indios y teniendo noticia o fingiendo tenerla de que los españoles les daban armas y los instigaban para agredir a los americanos, avanzó hasta Panzacola, hizo capitular a la fuerza española y la remitió a la Habana. El Presidente de los Estados Unidos devolvió a España el territorio conquistado por Jackson sin autorización de su gobierno, pero no lo castigó como hubiera debido hacerlo.

La prensa americana defendió a Jackson con un buen argumento. Los seminolas, decía, son súbditos de España y nos ha invadido sin orden de su gobierno; el general Jackson sin orden de su gobierno invadió el territorio español. Los seminolas y Jackson deben ser castigados, pero como los seminolas fueron los primeros en agredir deben ser los primeros en recibir el castigo. Lo esperamos pues, para pedir que se castigue a Jackson. España tomó el buen camino de vender un territono que no quería ni podía explotar y que sólo le ocasionaba costosas responsabilidades. El objeto de poseer Floria había sido poseer el Golfo mexicano; en 1819 el golfo era de todo el mundo, la necesidad de poseer Florida había terminado.

En este asunto no hay procedimiento de colonización, y si aparece la ambición de tierras es como cuestión enteramente secundaria, pues a España no le fue impuesta la venta de la Florida sino que tuvo lugar debido a que poseía la Florida con un objeto que no era colonizarla ni explotarla. En realidad los dueños de la Florida eran las naciones bárbaras e indomables que la habitaban.

El Sr. Suárez Navarro arroja la responsabilidad de los tristes sucesos de Tejas que nos hicieron perder tan rico territorio sobre la administración del general Bustamante. La cuestión texana tuvo principio en el Gobierno del Vicepresidente Bustamante, y su Gabinete aparecerá ante las generaciones futuras cargando con la responsabilidad de haber sido el que dió los pretextos para la insurrección de aquel territorio. Una ley monstruosa expedida a impulsos de este gobierno nos arrebató la paz y la tranquilidad comprometiendo el porvenir de la República, la imprevisión del Ejecutivo aceleró peligros que mucho ha nos amagaban por el Norte y la torpeza del Congreso general provocó la lucha fatal que ha manchado nuestro suelo y nuestra historia (9).

En el gobierno el vicepresidente Bustamante, Don Lucas Alamán fue un dictador responsable de la tragedia de Texas y sus consecuencias como la guerra con los Estados Unidos; pero antes de Alamán hubo otro gran culpable, el general Don Vicente Guerrero.

Encuentro en la parte expositiva de la iniciativa de ley dirigida por Don Lucas Alamán al Congreso de la Unión, el 8 de Febrero de 1830 el siguiente fragmento. Es tal la independencia de que gozan los colonos norteamericanos en Texas y llega ya la superioridad de que disfrutan a tal punto, que decretada la abolición de la esclavitud en 15 de Septiembre anterior en uso de las facultades extraordinarias; el comandante de la frontera de aquel Estado manifestó que no esperaba que jamás fuese obedecido dicho decreto a menos de que los obligase una fuerza superior de que el carecía. Esta resistencia ha traído las cosas a tal punto que se creía esta fuese la ocasión del rompimiento y para evitarlo se dió por exeptuado a aquel departamento del cumplimiento de esta disposición derogando no por una providencia ostensible, sino lo que es muy extrano, por una carta particular escrita por el Sr. Guerrero al general Terán, comandante general de los Estados de Oriente en que lo autorizaba para manifestar a los colonos que el expresado decreto no comprendía a Texas. No se puede apreciar toda la culpabilidad del general Guerrero sin conocer bien la cuestión de Texas al terminar el año de 1829.

Un error lamentable de los que han intervenido en el asunto texano de parte de México, ha sido fijarse mucho en los colonos, no perder de vista ninguno de sus movimientos, no dejar sin maliciar ninguna de sus palabras y confundir miserablemente sus intereses con los de los Estados Unidos. Y otro error mayor fue creer que había en los Estados Unidos un interés texano reinante, único, nacional invariable y omnipotente.

En la cuestión de Texas, los colonos están muy lejos de desempeñar el primer papel, el segundo, el tercero o el cuarto, ocupan el último, es pues extravagante hablar de su ingratitud superior a la de las hijas del Rey Lear y de su perfidia mayor que la de Vago en Otelo, como nos lo enseñan nuestros superficiales historiadores. La acción dramática y política de los colonos fue insignificante y el colaborador de las miras ambiciosas de los esclavistas americanos fue en primer lugar nuestro infeliz gobierno.

Se acusa a los Estados Unidos de perfidia en la cuestión de Texas acatando desde luego el error de admitir que en 1830 existían como nación los Estados Unidos cuando en realidad y como he probado había dos naciones; la del Norte y la del Sur, con distintos sentimientos, ideas, aspiraciones, intereses; con dos conciencias, dos políticas, dos territorios económicamente desiguales, dos historias y dos caminos opuestos para su marcha; uno hacia la civilización, otro circular alrededor de la barbarie. En 1830, lo que verdaderamente existía al norte de nuestra República era, como ya lo afirmé y vuelvo a afirmarlo, Los Estados Desunidos.

El empeño de adquirir Texas fue de la mayoría del partido demócrata sudista apegado con delirio a la institución de la esclavitud. La política de los Estados Unidos es muy rara; Se llamaron federalistas los partidarios de la centralización del poder y se denominaron demócratas, la poderosa aristocracia del Sur cuya bandera fue el sostenimiento de la esclavitud. Hay que ser muy desconfiado y muy atento al estudiar la política de los Estados Unidos, porque en esa nación sucede a veces que en las cuestiones capitales le nom est contraire á la chose.

Las democracias efectivas como la norteamericana presentan una gran ventaja para la formación, esclarecimiento y evolución del derecho internacional y en general de sus relaciones exteriores. No hay como en las monarquías secretos de Estado, ni hombres ni cosas con máscara de fierro. No habiendo misterios no puede haber perfidias. Después de la presidencia de John Quincy Adams, demócrata pero opuesto en principio a la esclavitud, tomó posesión de la presidencia de los Estados Unidos (Marzo de 1829) el general Jackson esclavista acentuado, enteramente adicto a los sudistas que lo habían elevado al poder, hombre sin escrúpulos hasta la indignidad, audaz, arbitrario, resuelto con tendencias dictatoriales. Muchos de los escritores serios norteamericanos llaman a la presidencia del general el reinado de Andrés Jackson. Críticos justicieros aseguran que durante la presidencia de Jackson estuvieron los Estados Unidos bajo un despotismo que por exceso de bondad puede llamarse paternal.

Con el presidente Jackson a la cabeza del partido sudista que ambicionaba Texas por las razones ya expuestas; la cuestión texana tenía que entrar en un período no de perfidia sino francamente crítico. En la conducta del general Jackson respecto de México hay cinismo, no perfidia, el cinismo del fuerte que descaradamente escarnece al débil; la perfidia reposa sobre el engaño y el cinismo es la degradación de la franqueza. Desde Marzo de 1829 se ve en la cuestión texana cinismo en el gobierno americano, indignidad y torpeza en el mexicano.

En Agosto de 1829 Mr. Van Buren, Ministro de Relaciones Exteriores del General Jackson, escribía a Mr. Poinssett, Ministro de los Estados Unidos en México, que el Presidente recomendaba que sin demora se abriesen negociaciones para la compra de Texas, quedando autorizado Mr. Poinssett para ofrecer hasta cinco millones de dollars.

Hasta el año de 1830 los colonos de Texas se habían portado correctamente y el paso dado en 1829 por el Presidente Jackson, debió abrir los ojos del gobierno mexicano para hacerIe ver que la cuestión de Texas se hallaba casi por completo en los Estados Unidos. El gobierno mexicano rehusó hasta escuchar la proposición de compra, en lo que obró torpemente y me reservo fundar más adelante esta apreciación de torpeza diplomática.

Retirado de México Mr. Poinssett, fue reemplazado por Mr. Butler, amigo íntimo del Presidente Jackson, sudista esclarecido, propietario de esclavos y. de tierras en Texas. Mr. Butler estaba pues pecunaria y personalmente interesado en la cuestión. Lo primero que debió haber hecho el gobierno mexicano fue no admitir como ministro de los Estados Unidos a Mr. Butler, pero la debilidad proverbial del ilustre general Guerrero sostenida por la dulzura monjil de Don José María Bocanegra, Ministro de Relaciones Exteriores, o explotada por Don Lorenzo Zavala, Ministro de Hacienda, dieron un primer triunfo al cinismo del Presidente Jackson.

El Ministro Butler escribía en 1829 al Presidente Jackson:

No he perdido de vista ni por un momento la cuestión de Texas, respecto de la cual manifiesta usted tanta inquietud, porque además de que conozco bien sus deseos, no soy insensible a las grandes ventajas que nuestro país obtendrá con esa adquisición. Pero la opinión pública en este país se opone de tal modo a la adquisición de Texas por los Estados Unidos, que el Gobierno no se atreverá a escuchar proposición alguna a este respecto y mucho menos aun consentiría en cedernos Texas. Cada vez que los periódicos desean reanimar el fuego de la oposición contra el Presidente Guerrero, aparecen artículos que le acusan de querer vendernos Texas y añaden que por solo este crimen merece ser arrojado del poder (10).

Impuesto el Presidente Jackson de la decisión irrevocable del gobierno mexicano de no escuchar siquiera propuestas relativas a la compra de Texas dispuso con su notable actividad cambiar de programa dándolo a conocer públicamente; pues a principios de 1830 la Gaceta de Arkansas escribía con toda franqueza lo siguiente: (11): Conforme a informes tomados de un origen que merece la más alta confianza (entitled to the highest credit) parece que no debemos abrigar esperanza de adquirir Texas mientras no domine en México un partido mejor dispuesto para los Estados Unidos, o mientras Texas no sacuda si es necesario el yugo del gobierno mexicano, lo que hará sin duda desde el momento en que para ello encuentre un motivo razonable. Al mismo tiempo Samuel Houston dejaba los Estados Unidos para radicarse en Texas. ¿Quién era en 1830 este personaje que en 1836 vemos figurar como general en jefe del ejército insurrecto texano y después como presidente de la República de Texas? Samuel Houston había sido gobernador del Estado de Tennessee representante por dicho Estado al Congreso de la Unión y se jactaba por escrito y de palabra, en público y en privado de poseer toda la confianza del presidente Jackson. Por haber tomado una parte muy activa y meritoria en la campaña electoral a favor de la presidencia del general Jackson se le designaba para un puesto muy elevado y lucrativo en los momentos en que se aplicaba el gran principio político; para los vencedores, los empleos o sean los despojos (To the victors the spoils) era sorprendente que un hombre de esa categoría y con tan risueño porvenir, dejase el gran teatro de la política norteamericana para tomar residencia en Texas sin ser colono, ni tener afición a la agricultura ni negocio visible que lo obligara a fijarse en una pequeña aldea. La sorpresa poco debía durar pues Houston contaba a todo el que quería oirlo, que marchaba a Texas, comisionado por el presidente Jackson para revolucionar en aquel país; y con esa hermosa libertad de la democracia para publicar todo, el Journal de la Louisiane al dar cuenta de la partida de Houston para Texas decía claramente, que se había dirigido al territorio texano para revolucionar a favor de su independencia con el objeto de anexarlo después a los Estados Unidos y terminaba el artículo con tas palabras: (12): Podemos esperar pronto saber que ha levantado el estandarte de su misión (we may expect shortly to hear of his raising his flag). En todo esto hay gran cinismo, pues México aparecía demasiado débil para merecer el honor de que se le tratase con perfidia. La perfidia se usa contra los fuertes, a los débiles la diplomacia y la no diplomacia les habla claramente, sin disimulo y como lo prescribe el desprecio. Como los hechos que acabo de narrar ocurrían en 1830, tocaba resolver en vista de ellos a Don Lucas Alamán, Ministro de Relaciones Exteriores y de hecho dictador de la República.

La política del presidente sudista que había ofrecido no dejar el poder sin obtener a Texas para los que lo habían elevado, hacía evidente su programa con más claridad que la acostumbrada en un cartel de circo. No había nada que adivinar, sospechar, inferir, suponer, todo era diáfano como la atmósfera y negro como la esclavitud, no había más que resolver con firmeza, inteligencia y patriotismo. ¿Cuál debió haber sido esta grande y memorable resolución que habría hecho popular, grande invulnerable al partido conservador mexicano? Alamán tenía como datos de completa exactitud en 1830 para resolver el amenazante problema de Texas:

Primero: los Estados Unidos representaban dos naciones esencialmente distintas, con intereses poderosos en conflicto y en vía de llegar a una tremenda lucha armada.

Segundo: la nación Sur norteamericana tenía empeño en adquirir Texas para mantener el equilibrio político y salvar la esclavitud base del edificio social y en consecuencia económico de esa nación.

Tercero: la nación Norte se oponía a la adquisición de Texas pues antes de resolver el gran conflicto esclavista no convenía al Norte aumentar el poder de su enemigo.

Cuarto: no obstante el empeño del Sur por adquirir Texas, los Estados Unidos en 1830 no apelarían a la guerra de conquista.

Quinto: comprendiendo el Sur que no podía imponer la guerra de conquista, había resuelto apelar a medios inmorales públicamente dados a conocer en la prensa sudista.

Lo primero que el gobierno de Alamán debió haber hecho era expulsar del territorio de la República mexicana a los agentes revolucionarios muy bien conocidos, del partido sudista de los Estados Unidos, apoyados por el presidente Jackson quien cerraba los ojos y dejaba obrar contra las leyes. Como segunda providencia urgente debió expedir sus pasaportes al ministro Butler propietario de esclavos y tierras en Texas y a los más interesados en el complot contra la República Mexicana.

Alamán cometió un imperdonable acto de debilidad muy semejante por detrás y por delante a una indignidad, permitiendo que los agentes revolucionarios esclavistas trabajasen libremente en Texas como en una industria honrada y benéfica para la nación. Hemos visto que el gran problema texano consistía en evitar que una nación de siete y medio millones de habitantes, fuese vencida por una población de veinte mil que era la de Texas en 1830 y que por un puñado de rebeldes fuésemos despojados de un territorio más grande que el de Francia.

No hay persona que no siendo mexicano porque nosotros comprendemos todo, que pueda entender cómo un gran hombre de Estado del calibre de Alamán, una de las primeras inteligencias que ha tenido México, se preocupase como gobernante respecto del éxito de un choque entre dos entidades absurdamente desiguales para una lucha. De un lado siete Y medio millones, del otro quince o veinte mil.

¿Por qué se preocupaba Alamán al grado de decir en un documento público y oficial (13): Si los colonos de Texas se insurreccionan la pérdida de este territorio es infalible. ¿Sería porque pensaba que la insurrección de los colonos debía recibir auxilios poderosos en hombres y armas de parte de los Estados Unidos como interesados en la rebelión? Supongamos que los Estados del Sur se hubieran propuesto hacer todo lo que pudieran para proteger materialmente la rebelión de Texas ¿se lo habían de permitir los del Norte? Los Estados del Norte estaban, como tanto lo he afirmado, interesados en que los del Sur no adquiriesen el gran territorio texano no por amor a México sino por amor a sus intereses. Tenían pues que oponerse a que los Estados del Sur por su cuenta conquistasen o intentasen conquistar a Texas o a la República. Por otra parte la población blanca del Sur no llegaba a tres millones y la guerra si México se defendía como era de esperarse, debía costar a los agresores centenares de millones de pesos. ¿Los iba á pagar el Sur? ¿Admitirían éstos echarse encima el costo de una guerra fuerte aún para toda la nación?

México para una guerra con los Estados Unidos presentaba la gran debilidad de no tener marina de guerra capaz de luchar con una fragata de cualquier nación y por lo tanto podía ser anonadada en sus recursos fiscales con el bloqueo de sus puertos. Pero era imposible que para la ayuda fraudulenta de los sudistas a los texanos insurrectos pudieran disponer éstos de la marina federal de los Estados Unidos, y sin marina el Sur no podía atacar a México, porque le hubiera sido extraordinariamente costoso enviar por tierra un ejército competente. Por otra parte, México sin el bloqueo de sus puertos podía sostener la guerra en Texas cincuenta años como la sostuvo no obstante sus revoluciones y sus miserias desde 1836 hasta 1845 y si no continuó fue por la guerra con los Estados Unidos.

La complicidad del general Jackson no podía ser ilimitada porque el Norte no era un esclavo, ni el más débil y llegando las cosas a determinado punto debía intervenir como se preparaba ya hacerlo. El Norte notó las maniobras del presidente Jackson, protestó contra ellas y comenzó a tomar una actitud correspondiente a su política de no permitir la extensión de la esclavitud.

Alamán no podía juzgar más que con los datos del pasado y del presente, el porvenir no da datos. Pero bastaba lo miserable de la oferta para comprar Texas que hacía el Presidente Jackson; cmco millones de pesos cuando por la Luisiana habían dado dieciséis y el no aumentar la oferta; para comprender que el apoyo sudista tenía un límite muy estrecho. Si el Sur hubiera estado dispuesto a gastar en guerra por sí solo y contra México cien millones de pesos los hubiera ofrecido por Texas.

He demostrado que la adquisición de Texas era para los esclavistas de los Estados Unidos más que una simple ambición de territorio del que no necesitaban; pues probé que poseían una superficie propia para el cultivo del algodón quince veces mayor que la que tenían en explotación en 1830. Texas era en concepto de los del Sur la salvación de la esclavitud y en consecuencia la de su poder, de sus riquezas y bienestar. Para conservar la esclavitud los Estados del Sur norteamericanos debían agotar todos los recursos posibles por miserables que fuesen hasta obtener la posesión de Texas, que según Calhoun podía dividirse hasta en nueve Estados y dar dieciocho votos senatoriales con lo que había para asegurar la esclavitud muy largo tiempo.

Si por el estudio de la política norteamericana que claramente he expuesto hasta 1830, Alamán no había comprendido que Texas significaba una cuestión de vida o muerte para el Sur de los Estados Unidos, la prensa del Sur se había puesto a su disposición con el objeto de no dejar velo alguno por ligero que fuese que pudiera ocultar un solo pensamiento del siniestro programa esclavista.

El Mobile Advertiser de Enero de 1830 dice: The South wish to have Texas admitted into the Union for two reasons; first lo equalize the South with lhe North (14) ... Las miras de anexión de Texas no eran el proyecto de un pequeño grupo de colonos berrinchudos sino la decisión irrevocable, consecuencia de una necesidad de existencia para la poderosa sociedad sudista dominadora hasta el despotismo en la política de los Estados Unidos.

Antes de que los colonos de Texas pensasen en manifestar sentimientos de disgusto y deslealtad; en el Estado de Mississipi se habían impreso los interrogatorios a que debían responder los candidatos para diputados a la Cámara de Representantes, durante el período electoral de 1828: Your opinion of the acquisition of Texas and how whether by force of trealy; and whether if Texas requested we ought to give the secceders military assistance; and what would be the effect of the acquisition of Texas upon the planting interest (15).

No podía dudar un hombre de observación, de estudio, de gran talento como Alamán, que los esclavistas norteamericanos una vez agotados los recursos para obtener a Texas por la buena necesariamente habían de apelar a la fuerza, es decir a la guerra. He dicho que el Norte no había de lanzarse a la conquista brutal, asiria, romana, europea, de Texas y esto lo sabían bien los sudistas; pero si no podía la esclavoeracia norteamericana declarar la guerra a México sin motivo, si podía y aún era fácil obligar a México a declarar la guerra a los Estados Unidos y entonces el Norte no podía dejar de aceptarla.

¿Cómo podía el Sur obligar a México a declarar la guerra a los Estados Unidos? De un modo muy sencillo. El presidente de los Estados Unidos dirige y sostiene las relaciones con las demás naciones; bastaba que el general Jackson, cuyos sentimientos, ideas y voluntad eran las de un filibustero sin el menor escrúpulo de honor como gobernante y de lealtad para con su patria, para que ordenase a sus diplomáticos en México que todos eran propietarios de esclavos, desarrollar una conducta agresiva, insultante, profundamente vejatoria y de insoportable humillación para México, y si esto no bastaba recurrir a actos que impusiesen a los mexicanos la necesidad absoluta de lanzarse a la guerra.

¿Qué podía costar al general Jackson su conducta de filibustero descarado en un puesto que demandaba atenciones al honor y virtudes de la democracia norteamericana? ¿The empeachement? Para condenar por responsabilidades políticas a un presidente de los Estados Unidos, es indispensable que Voten contra él, las dos terceras partes de los senadores presentes. Los esclavistas, cuyo gerente era el general Jackson, Contaban con la mitad de los senadores, luego la impunidad estaba asegurada. Pero aun cuando se hubiera condenado a ackson, una vez que México instigado por la infame política esclavista hubiese cometido una ofensa contra los Estados Unidos con el objeto de ir a la guerra, los del Norte tenían que aceptarla, combatir y triunfar.

¿Por qué triunfar? me dirán aún los patriotas más modestos.

Bonaparte.- ¡Qué queréis! nuestras fuerzas están demasiado divididas y en definitiva la victoria debe quedar siempre del lado de los más numerosos batallones (16).

Moreau.- Es un principio materialmente verdadero; pero no habéis probado vuestra campaña de Italia que no es de una exactitud absolutamente rigurosa. ¿No hemos visto a menudo la inferioridad del número ampliamente compensada por el valor, la experiencia, la disciplina y sobre todo por los talentos del jefe?

Bonaparte.- Es una batalla sí, pero en una guerra rara vez.

Moreau.- Entonces vos reducís el arte de la guerra a un dato único y bien sencillo, no se trata más que de levantar más tropas que el enemigo. ¿Para qué entonces la táctica, la estrategia, todo en fin lo que ha sido inventado para compensar la ventaja del número?

Bonaparte.- Entendámonos, bien lejos estoy de asegurar que con un ejército inferior en número no se puedan ganar batallas contra un ejército más fuerte, estas victorias se deberán al valor y disciplina de las tropas, puede ser al genio del general, si estas victorias son decisivas se podrá obtener el honor de la campaña, pero si la guerra se prolonga, si dura varios años, infaliblemente el que tenga menor número sucumbirá ante la presión del más fuerte.

En 1830 los Estados Unidos tenían sobre nosotros la superioridad del número, la superioridad de la riqueza, la superioridad de la organización, la superioridad de la disciplina, la superioridad de la voluntad (sus soldados eran voluntarios) y sobre todo la superioridad de la forma de gobierno. En los Estados Unidos el presidente es el primero en empeñarse en que los primeros puestos del ejército los sirvan los militares más capaces y valientes. En México los presidentes Bustate Y Santa Anna lo que exigían a los jefes del ejército era que fueran sobre todo bustamantistas o santanistas aun cuando fueran cobardes e ineptos. En el sistema de gobierno mexicano en 1830, todo general capaz se hubiera creído deshonrado si gozando de gran crédito militar se dejaba mandar del presidente en vez de darle un puntapié y ocupar su puesto, de aquí la necesidad correlativa de los presidentes, de impedir a todo trance la formación de generales capaces. En 1830 y en México un general que hubiera triunfado siquiera en una escaramuza cobraba al momento el precio de su hazaña y éste no podía ser más que la silla presidencial.

La defensa social contra la anarquía y la personal del presidente exigía que en los primeros puestos militares sólo hubiera jefes impronunciables y como todo jefe de prestigio bien o mal adquirido era un candidato siempre de cualquier partido político para el cuartelazo, resultaba que sólo los jefes incapaces eran dignos de entera confianza para los mandos.

Nuestro ejército no tenía jefes, ni disciplina, ni recursos, ni organización administrativa, ni soldados con voluntad de pelear, ni mando supremo. Estos son los elementos de las derrotas sin límite y sin gloria. No lo creía así el partido militar de 1830, lo que prueba que en ese partido militar no había militares. Los únicos militares de genio que tuvo la República en la época que estudio, fueron Don Lucas Alamán y Don Luis Mora, quienes aseguraron desde 1830 que una guerra con los Estados Unidos sería desastrosa.

Yendo México a la guerra en 1830 no evitaba perder parte de su territorio, pero hubiera perdido menos por ser los Estados Unidos en 1830 mucho menos fuertes que en 1846 y México mucho menos débil en 1830 que en 1846 para emprender la campaña de Texas y para resistir a los Estados Unidos. Las ventajas que México tenía en 1830 sobre sus elementos de 1846 para emprender la campaña de Texas, que debía originar la ruptura con los Estados Unidos, eran:

1.- En 1830 la población de México representaba el setenta por ciento de la de los Estados Unidos. En 1846 sólo representaba el cuarenta y cinco.

2.- En 1830 la riqueza de los Estados Unidos era la mitad de la que tenía en 1846.

3.- El armamento de ambas naciones era igual en 1830; el fusil de percusión usado por los norteamericanos en 1846 fue inventado en 1840.

4.- En 1830, tenía México siete barcos medianos y pequeños de guerra y los texanos ni unó. México hubiera sido dueño del mar en 1836 en su lucha contra los texanos y éstos no hubieran podido recibir por tierra la mayor parte de los eficaces auxilios que recibieron por mar. En 1836, los texanos tenían tres goletas de guerra, México sólo una inservible para la guerra.

5.- En 1846 no contaba la nación con un peso en caja y el ejército sólo había recibido durante el año fiscal, la cuarta parte de su presupuesto y estaba disgustado, desmoralizado más que nunca por la miseria, la que necesariamente había aumentado la indisciplina. En 1830, el ejército había sido pagado íntegro, lo mismo que todos los gastos públicos quedando en caja un sobrante en dinero efectivo de $ 800.000 (17).

6.- En 1830, el clero no había erogado en préstamos voluntarios y forzosos y en salvar la religión comprando condotieros, las enormes sumas que habían desaparecido de sus arcas en 1846.

Alamán gozaba de gran crédito con la Iglesia, era su leader probo y fiel y hubiera podido fácilmente obtener para la campaña de Texas por lo menos dos o tres millones de pesos.

Si la guerra con los Estados Unidos se consideraba fatal, debió haberse procurado realizarla en 1831, hacerla durar hasta 1833, lo que era muy fácil; con el objeto de que disgustado el pueblo americano que no poseía negros, ni tierras en Texas y que daba su apoyo a los que especulaban sobre el jingoismo, hiciera en 1832, lo que hizo en 1840, elegir presidente a un whig, es decir a un enemigo del partido esclavista. Si la elección de 1832, se hubiera hecho bajo la fatiga y humillación de una guerra en México sin más fin que propagar la esclavitud, el general Jackson no hubiera sido reelecto como no lo fue Polk en 1848, no obstante el completo triunfo del ejercito norteamericano al momento de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Si los esclavistas obligaban a México a la guerra, debió México ir a una guerra larga y gritando que no haría la paz más que con un gobierno del Norte.

Había otro modo, no de evitar sino de disminuir la pérdida de territOrio; buscando y encontrando una potencia aliada. Dos naciones pueden aliarse sin pagar ninguna de ellas la alianza cuando recíprocamente se necesitan. En la alianza actual franco-rusa, tan necesita Franciade Rusia como Rusia de Francia; pero en 1830, nadie necesitaba de las fuerzas combatientes de México; por consiguiente sólo era posible obtener un aliado pagándole con territorio por no tener dinero.

Era pues preciso aceptar casi como imposible no perder territOrio y únicamente tratar de perder la menor cantidad.

La venta de territorio nos hubiera hecho perder menos, pues el Presidente Jackson había dado instrucciones a Mr. Butler de proponer a nuestro gobierno la compra de poco menos de la mitad del que perdimos en 1848 y de conformarse con menos. Esta solución no podía tener lugar; el gobierno mexicano que hubiera escuchado siquiera y dado esperanzas vagas de venta del territorio hubiera sido derrocado. Si fue posible a Santa Anna vender la Mesilla, fue después de quedar convencidos de que nuestro ejército no era invencible y que estaba muy corrompido.

La alianza con alguna potencia europea no era posible intentarla; tenía en su contra dos invencibles enemigos; la resolución de no ceder una pulgada de territorio ni a aliados ni a enemigos y la megalomanía social, sobre todo la bélica presentando siempre síntomas agudos.

Nuestro aliado existía en Inglaterra. Esta potencia no olvidaba la guerra con los Estados Unidos de 1812, los que aprovechándose del duelo a muerte entre Napoleón I e Inglaterra y en los momentos supremos de la lucha, declararon la guerra a los ingleses, para combatir no contra todas las fuerzas de Inglaterra, sino contra la parte limitadísima que la Gran Bretaña podía desprender del total empleado contra un enemigo de la talla y recursos de Napoleón I.

eLas tarifas aduanales de los Estados Unidos expedidas en 1824 y 1828, eran contra la industria inglesa. Inglaterra contesto elevando los derechos de importación al algodón norteamericano, lo que enfureció a los del Sur y a los fabricantes ingleses. La Gran Bretaña manifestaba públicamente el deseo ardiente de emanciparse de la obligación de consumir el algodón de los sudistas norteamericanos, y le hubiera convenido adquirir en pago de alianza guerrera con México la mitad de Texas, país calificado como el primero del mundo para la producción de algodón.

Huskisson, el enérgico ministro de Inglaterra, en el curso de una discusión sobre los negocios de España y México denunció al Parlamento las maniobras del gabinete de Wáshington para separar Texas de la Confederación mexicana. Recordó como la adquisición de las Floridas por los Estados Unidos había alarmado a la Gran Bretaña respecto de sus posesiones en las Indias Occidentales; después revelando un proyecto sobre el cual es permitido creer que la ambición inglesa no ha renunciado, dijo: que México debía ser mantenido en la posesión de Texas, puesto que el Gabinete de Wáshington había causado el fracaso de las negociaciones de Inglaterra con España para obtener la cesión de Cuba (18).

La publicación de donde tomo las declaraciones del ministro Huskisson que es la Revue des Deux Mondes correspondiente a Marzo de 1836, no expresa la fecha en que fueron hechas, pero deben haberlo sido con anterioridad al año de 1830, porque Huskisson fue matado en 1829 sobre los rieles de la vía de Mánchester a Londres por la tercera locomotora fabricada en el mundo. Alamán debió estar enterado de la buena disposición de Inglaterra para impedir que los Estados Unidos adquirieran Texas.



NOTAS

(1) Iniciativa dirigida al Congreso de la Unión por el Ministro de Relaciones Don Lucas Alamán el 8 de Febrero de 1830.

(2) Ibid.

(3) Cotton is king. De Cristy, pág. 22.

(4) Iniciativa de 8 de Febrero de 1830.

(5) Ensayo político, tomo I, pág. 227.

(6) Spencer, History of the United States, tomo III, pág. 34.

(7) Ibid, tomo III, pág. 36.

(8) Obra citada, tomo III, pág. 38.

(9) Suárez Navarro, Historia de México y del general Santa Anna. tomo I, pág. 242.

(10) Revue des Deux Mondes, 15 de Julio de 1844, pág. 239.

(11) Biblioteca Nacional. Dirección, tomo VII, primera serie de documentos para la historia de México.

(12) Biblioteca Nacional, Dirección, tomo VI, primera serie de documentos para la histona de México.

(13) Iniciativa de 8 de Febrero de 1830, dirigida al Congreso de la Unión.

(14) Jay WiIliam, A review of the Mexican war, pág. 17.

(15) Ibid.

(16) General Pierron, Méthodes des guerres, tomo 1, pág. 513.

(17) Alamán, Historia de México, tomo V, pág. 167.

(18) Revue des Deux Mondes, 1° de Marzo de 1840, pág. 637.

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