Índice de Las grandes mentiras de nuestra historia de Francisco BulnesSegunda parte - Capítulo XIISegunda parte - Capítulo XIVBiblioteca Virtual Antorcha

LAS GRANDES MENTIRAS DE NUESTRA HISTORIA

Francisco Bulnes

SEGUNDA PARTE

Capítulo décimotercero

LA PREPARACIÓN DE OTRA CATÁSTROFE


Un general verdadero encargado de una campaña lo primero que debe conocer es el terreno en que debe tener lugar la campaña; al enemigo; sus propias fuerzas y elementos de guerra.

La superficie de Texas es de 262.000 millas cuadradas, muy superior a la de Francia y tan vasto territorio en 1836 estaba apenas ocupado por una población civilizada de 30,000 almas. La región colindante con los Estados de Coahuila y Tamaulipas comprendida entre los ríos San Antonio y Bravo del Norte, era un desierto de 70 leguas de largo, sin agua en tiempo de secas y con demasiada hasta ser inundado en época de lluvias. Esta zona sin recursos, sin abrigos, sin posiciones defensivas no podía ser teatro de la campaña.

Desde las márgenes del río San Antonio hasta el río Sabinas, límite con los Estados Unidos, el aspecto del terreno era muy diferente. Estaba lleno de inmensos bosques separados por llanuras en general pequeñas, excepto en la región de la costa cuyo ancho medio era de quince leguas, sin contar la región entre Río Colorado y el Sabinas donde los bosques se aproximaban al mar. La región de la campaña tenía pues que ser bosques interminables cortados por seis ríos y salpicados con llanuras de diversas dimensiones dominando las pequeñas. Esto quiere decir que era casi imposible obligar a un enemigo colocado a la defensiva a presentar batalla o a sorprenderlo fuera de un bosque.

¿Qué significación estratégica tienen los bosques? Un bosque como terreno de combate es el nulificador por excelencia de los resultados decisivos y aún de los resultados apreciables. Un bosque como terreno de combate paraliza o suprime la acción eficaz de dos armas; la artillería y la caballería. La arma única de efecto para un bosque es la infantería parcialmente nulificada porque el fuego no puede causar daño en toda la zona de alcance del fusil. Si hay dentro del boSque fuertes espesuras o pastos que cubran a un hombre de pie o a caballo, el combate, la persecución y aún el descubrimiento de la existencia del enemigo son imposibles. Si el bosque tiene el suelo limpio, o casi limpio, los combatientes se apoderan de los árboles como abrigos y el combate tiene lugar en la forma de tiradores fortificados siempre con el inconveniente de faltar mucho campo de tiro.

Ya en 1835 los expertos en la ciencia y arte de la guerra habían fallado:

Primero, dentro de los bosques cuyo suelo ocultará los hombres no es posible combate, ni persecución, ni exploración regular y fructuosa.

Segundo, cuando el suelo del bosque permite ver a los combatientes, los encuentros no tienen resultados decisivos y es frecuente que tampoco los tengan apreciables.

Tercero, el arma única, no completamente eficaz, es la infantería.

Cuarto, mientras más grande es el bosque más difícil es obligar a combate y caso de lograr éste es casi imposible el resultado decisivo.

Quinto, si el objeto del combate es poseer el bosque, puede conseguirse si éste es pequeño y el efectivo de los beligerantes muy grande y las tropas que llevan la ofensiva de primer orden. Pero si el bosque es grande hasta ser inmenso y el objeto es destruir al enemigo que lo ocupa a menos de una torpeza excepcional de éste no es posible llenar tal objeto.

Las reglas para atacar los bosques en Europa no eran aplicables a Texas donde son inmensos, teniendo algunos hasta 600 leguas cuadradas y donde los efectivos debían ser insignificantes.

Hay que considerar:
Superficie de Texas ...262 000 millas cuadradas.
Superficie de la Isla de Cuba ... 45 800 millas cuadradas.
Superficie del Estado de Guerrero (Mex.) ... 24 996 millas cuadradas.

Hemos visto que España con 200.000 soldados dotados de magnífico armamento moderno y habiendo gastado más de 300 millones de pesos oro, no logro en tres años destruir a 17 000 insurrectos maniobrando en un espacio igual a la sexta parte de la superficie de Texas.

El general Santa Anna en 1835 no pudo tener a la vista este ejemplo de la formidable influencia geográfica y climatérira en la guerra; pero había tenido el del general Guerrero en el Estado que lleva su nombre, dos veces; durante la guerra de independencia y durante la primera administración de Don Anastasio Bustamante quien para acabar con el general Guerrero tuvo que apelar a la asquerosa intriga con Picaluga con el objeto de asesinar al rebelde.

Veamos ahora lo que Santa Anna tenía a su favor: los bosques de Cuba y de nuestro Estado de Guerrero son en alto grado clementes, hospitalarios y alimenticios; poseen raíces de gran poder nutritivo entre otras la yuca y el camote y frutas como el plátano, capaces de sostener indefinidamente la vida humana.

En Texas los bosques eran inclementes, horriblemente inhospitalarios, nada alimenticios y el ganado que en algunos de ellos existía era disputado a los civilizados por más de 100.000 indios salvajes, bravos, armados y entusiastas por la guerra y la desolación.

En Cuba y en nuestro Estado de Guerrero había en toda su superficie pequeños centros de población y de producción agrícola. En Texas la población era insignificante y se hallaba diseminada en una zona muy pequeña en relación con la extensión del poblado.

Todavía por el año de 1806 se contaba más de 100.000 cabezas de ganado y como cuarenta o cincuenta mil caballos mansos; pero a principios del año de 1810 hubo una irrupción terrible de indios bárbaros que destruyeron la mayor parte de aquellos ganados y también los estab}ecimientos que se hallaban a alguna distancia de las poblacIones grandes (1).

Del ganado no destruído era difícil que dispusiesen en los bosques los rebeldes porque había en Texas diseminados 100 000 indios bárbaros que disputaban su posesión y eran más aptos para concentrarlo, conducirlo y esconderlo que los hombres civilizados. Tanto más cuanto que los comanches que disponían de más de cuatro mil guerreros todos usaban no caballo sino caballos pues no hay comanche que tenga menos de tres caballos cuando va a campaña (2).

Los colonos estaban dedicados casi exclusivamente al cultivo del algodón, que era lo que rápidamente los enriquecía. En tiempos normales recibían harina, papas y todos sus comestibles de los Estados Unidos con excepción de maíz, verduras y carne. No tenían existencia más que de efectos alimenticios extranjeros y sus depósitos de maíz eran insignificantes y calculados para su consumo únicamente.

Para dejar a la población de Texas sin más alimento que el maíz y algunas verduras bastaba impedir la importación permanente de los demás comestibles y destruir el poco ganado que pertenecía a los colonos, la importación por tierra era costosísima en la primavera y muy difícil si se ocupaba a Nacogdoches, población relativamente próxima a la línea divisoria con los Estados Unidos. En invierno era casi imposible la importación por tierra procedente de los Estados Unidos y en época de lluvias completamente imposible.

El territorio de Texas ofrece una particularidad notabilísima: siguiendo la línea de su inmensa costa, paralelamente existen un cierto número de islas excesivamente largas y muy angostas que presentan en el mapa el aspecto de culebras. En Matagorda, una de estas islas se vuelve península lo mismo que en dos o tres puntos más. Estas islas se aproximan mucho al continente y están separadas del territorio de Texas por muy pequeños estrechos de poco fondeadero y que se pueden cerrar fácilmente cada uno de ellos con una pequeña embarcación. Semejante disposición del territorio texano hace que el poseedor de las islas y de los estrechos haga imposible la Importación marítima de mercancías en Texas.

Lo primero que debió hacer el general Santa Anna era hacerse dueño del mar para impedir que a los colonos les llegasen de Nueva Orleans por mar, hombres, víveres, pertrechos de guerra y dinero. Dada la disposición de la costa de Texas bastaba para dominar completamente el mar y hacer desaparecer las cuatro goletas de guerra que habían comprado los colonos, pequeñas y usadas, en cuarenta y dos mil pesos los cuatro; la siguiente flota cuyo costo estaba al alcance de las miserables recursos de la República mexicana:

Dos corbetas nuevas de á 20 cañones a razón de 46.636.00 cada una, que fue lo que costó la corbeta Iguala en 1838 calificada de magnífica ... $ 93.272.00
Cuatro bergantines de a 12 cañones a razón de 32.000.00 cada uno ... $ 128.000.00
Ocho goletas de 6 cañones a razón de 15.000.00 cada una ... $ 120.000.00
Veinte pailebots de dos cañones a razón de 6.000.00 cada uno ... $ 120.000.00
Cien canoas chatas para los ríos a razón de 200.00 cada una ... $ 20.000.00
Suma ... $ 481.272.00.

Con esta flota se hubieran conseguido dos cosas; impedir completamente que los colonos pudiesen recibir auxilio formal de los Estados Unidos cortándoles toda comunicación marítima con esa nación; se les hubiera impedido exportar y los buques mercantes mexicanos hubieran tenido libre el mar y los puertos de Texas lo que no sucedía siéndolo los colonos como lo fueron con sus cuatro goletas usadas. Es más que penoso, insufrible ver que siendo la posesión del mar el elemento decisivo para el éxito de la campaña de Texas, los rebeldes se hacen dueños de él por la suma de cuarenta y tantos mil pesos empleados en goletas.

Una vez impedida la importación de efectos extranjeros ¿qué podía comer la población extranjera de Texas? Sólo. maíz y carne cuando la hubiera, lo que era difícil que aconteciera a menudo porque los indios bárbaros eran muy celosos para eVitar que les matasen y robasen lo que llamaban su ganado.

Para impedir que la población consumiera maíz, hubiera bastado destruir las sementeras de este cereal que no eran muy extensas porque como he dicho los colonos se dedicaban casi exclusivamente al cultivo del algodón.

La estructura geográfica del litoral de Texas y la organización económica de su sociedad eran de tal naturaleza que ponían fácilmente la vida de su población a la discreción de un gobierno dueño de los puertos, de las islas y del mar.

El Gobierno mexicano poseía además dos enormes recursos para dominar a los colonos caso de que se insurreccionasen. El primero de todos era impedir, teniendo los puertos, la exportación de algodón. Los colonos, produjeron de algodón el año de 1835, sesenta mil pacas de quinientas libras por paca y cuyo precio medio era noventa pesos; haciendo pues un total de cinco millones cuatrocientos mil pesos. Todo el consumo del algodón texano tenía lugar en el extranjero. Impedir a los colonos que vendiesen en el extranjero sus cosechas de algodón era arruinarlos pronta y definitivamente. Fue la principal de las causas por las que veían con sumo horror la guerra con México, creyendo que el Gobierno lo primero que iba a hacer era apoderarse de los puertos e impedir la exportación de sus algodones. Ya he dicho que en Texas había dos partidos, el de la paz y el de la guerra, y si el partido de la paz que era el dueño del algodón hubiera visto que tenía que arruinarse completamente aun cuando triunfase la causa de la independencia, en vez de abstenerse de hecho de combatir, como lo hizo, hubiera, sin vacilar, puesto sus milicias a favor del gobierno con sólo ver que éste se hacía dueño de los puertos y del mar y que estaba en condiciones de poseerlos durante dos años por lo menos. El segundo medio era no de libertar simplemente a los esclavos sino de ofrecerles en propiedad las tierras y bienes de sus dueños rebeldes y de darles tierras a los libertos de colonos fieles a la causa mexicana.

Hay que notar también que el clima de Cuba y del Estado de Guerrero permite la guerra con soldados desnudos durmiendo al aire libre, mientras que la nieve que cae en Texas durante el invierno impone la necesidad de vestidos confortables para los que en ese territorio habitan. Prohibida la importación de efectos extranjeros, los rebeldes no podían reemplazar los vestidos ni los zapatos que tan fácilmente se destruyen en campaña. Ademas, no eran los voluntanos americanos, aventureros de profesión, los que se habían de resignar a una guerra comiendo a lo más elotes, desnudos y descalzos en un clima riguroso y malsano por la gran cantidad de pantanos que había en todo el territorio.

Una vez que la geografía, el clima y la organización económica de Texas, indicaban claramente que la guerra debía hacerse al estómago de los enemigos y que debía consistir principalmente en un facilísimo bloqueo, quedaba por examinar el poder del enemigo.

Ya he explicado porqué la gran mayoría de los colonos hombres de intereses, de juicio, serenos y muy conocedores de los aventureros que se les imponían, eran opuestos a la guerra. Tomaron las armas cuando creyeron combatir por la Constitución de 1824: pero cuando vieron que se trataba de independencia ó de anexión, se resolvieron a no acudir al llamamiento de los agentes del presidente Jackson y de su partido. Los recursos que daban para sostener la guerra era contra su voluntad y casi nulos y si no se declaraban contra sus opresores era porque temían que éstos viniesen en un número muy considerable de los Estados Unidos y porque no confiaban ni en el número, ni en la pericia, ni en el valor, ni en la lealtad, ni en los recursos del ejército mexicano para sostenerlos. Si el general Santa Anna no conocía semejante estado de cosas, era porque no quería obtener informes que ilustrasen su conducta, pues los colonos eran injuriados por la prensa de Nueva Orleans a causa de su inercia y tibieza para la revolución.

Veamos las fuerzas de que podía disponer el enemigo. Siendo la población de 30.000 almas al máximum de su ejército en pie de guerra debía ser tres mil hombres y en efecto a esa cifra se elevaban sus milicias. ¿A qué número podían ascender los voluntarios enviados por los simpatizadores de los Estados Unidos?

Era imposible haberlo sabido en los meses de Noviembre y Diciembre de 1835 y de Enero de 1836, pero una vez que no se impidió la insurrección de los colonos en Octubre de 1835, como pudo fácilmente hacerse, no se trataba ya después de la toma de Béjar de si se emprendía o no la guerra sino de continuarla. Y si el número de voluntarios procedentes de los Estados Unidos que habían de ir a Texas no podía descubrirse, correspondía al gobierno mexicano enviar un cuerpo de ejército a Texas suficiente para satisfacer las exigencias de lo previsto, organizando al mismo tiempo un ejército de reserva para hacer frente a lo imprevisto.

Con veinte mil hombres como ejército de operaciones, efectivo, cifra inferior a la del ejército mexicano en época de paz, nuestro gobierno pudo haberse hecho formidable en Texas. Como no se trataba de batir al enemigo porque en los bosques esto no se consigue, no debía el ejército mexicano concentrarse sino ocupar de preferencia los puertos, las islas que están despobladas enteramente, el mar y los principales centros poblados del interior.

Debió haberse colocado:

En Nacogdoches cerca de la línea divisoria con los Estados Unidos, en San Agustín y Johnsburg ... 2 000 hombres.
En los puertos de Gálveston y Cópano mil hombres en cada uno ... 2 000 hombres.
En los otros seis puertos, 500 hombres cada uno ... 3 000 hombres.
En las islas ... 1 500 hombres.
En Béjar, Golíad y Austin ... 2 500 hombres.
Una columna volante de ... 4 000 hombres.
De reservas en Matamoros ... 5 000 hombres.

El gobierno podía al mismo tiempo prepararse a tener un segundo ejército de reserva caso de que los voluntarios de los Estados Unidos hubieran pasado de seis u ocho mil.

La campaña de Texas exigía para asegurar su éxito de un moVimiento de 20.000 soldados operando dos años como máximum dentro de la sencilla estrategia que he dado a conocer y con la cual los rebeldes hubieran quedado obligados a perecer en sus tácticos bosques.

El ejército mexicano existía en número mayor, pues, en 1836 la cifra efectiva del permanente en pie de paz mantenido Con grandes sacrificios por la nación, era de 27.000 hombres más seis mil hombres a las órdenes del gobierno federal, pertenecientes a los Estados, más las milicias de los Estados, total cuarenta y ocho mil seiscientos hombres. Estos datos están tomados de la Memoria de guerra de 1837. Había pueos en la nación para ir a batir a los rebeldes e impedir la desmembración de nuestro territorio 21.000 hombres de ejército permanente y cerca de 28.000 hombres de milicias para cuidar el orden en la República, orden que ningún mexicano a menos de ser un vil traidor, debía alterar cualesquiera que fuesen sus principios políticos, sus ambiciones o su propensión a la locura.

Pero desgraciadamente esos 27.000 de ejército permanente que sacrificaban a la nación despojándola de su riqueza, de su tranquilidad, de su moralidad, de su crédito y de su porvenir no estaban disponibles ni podían ir a Texas.

En México se llamaba ejército disponible el sobrante del empleado en impedir o combatir la revolución en proyecto o en vías de ejecución. Siempre había una de dos cosas; revolución en perspectiva o revolución en marcha. El pueblo mexicano para vivir pacíficamente no necesitaba ejército, éste servía únicamente para que el pueblo mexicano viviera siempre agitado dentro de la anarquía. El objeto del ejército era sostener al gobierno contra la ameritada clase militar compuesta de centenares de generales de división, de millares de brigadieres, de decenas de millares de coroneles y de una verdadera e inmensa plebe de mayores, capitanes, tenientes y subtenientes. Esta masa famélica, viciosa y aspirante a la riqueza y al bienestar por medio de la galantería del presupuesto, tenía por función enteramente fisiológica poner en venta la silla presidencial promoviendo o ejecutando cuartelazos.

Lo malo era que el ejército encargado de vigilar y reprimir a la hambrienta turba oficialesca nunca cumplía bien con su deber; por el contrario, se dejaba seducir por las brillantes ofertas que aquélla le presentaba. Siempre se le hacía notar al ejército que el general que estaba en la presidencia, después de haber ofrecido a cada oficial que sería un sibarita, a cada coronel convertirlo en mandarín y a cada general en sultán con efectivo completo de odaliscas, cocineros, tahures y joyeros, no había cumplido sus promesas y que era menester derrocarlo. El ejército que se hallaba siempre en la miseria, nunca creyó que era debido precisamente al sistema pretoriano, sino al hombre desleal, pérfido, malvado y traidor a sus promesas, que no era otro más que el general presidente que había rematado la silla presidencial.

En teoría, el ejército disponible servía para vigilar y reprimir a la clase militar, pero en la práctica servía para apoyarla en sus pronunciamientos contra el mísero esclavo de la turba oficialesca, el presidente de la República.

En México el sistema federativo entendido por sistema desmembrativo tenía dos grandes apoyos; el primero un provincialismo de sabor enteramente bárbaro y que indicaba como extranjeros abominables a todos los mexicanos que no fueran de la provincia. Este horrible fenómeno de barbarie está expresado en la famosa y unánime respuesta de los Estados al general Mier y Terán cuando les pidió a cada uno veinte familias pobres para colonizar Texas. Genserico, Alarico, Gontran, Atila, Roderico, no hubieran contestado con más rigor que nuestros gobernadores, los que respondieron a Terán:

Que no habían mandado ni mandarían las veinte familias que les había pedido de oficio, porque no querían con la sangre de sus Estados, engrandecer a otro que se hiciese más poderoso (3).

El segundo apoyo formidable del sistema federativo, era el canibalismo burocrático local, sostenedor de una especie de doctrina Monroe doméstica, expresada de la siguiente manera: Yucatán para los yucatecos; Zacatecas para los zacatecanos, Jalisco para los jaliscienses etc., etc., lo que condensado en fórmula general culinaria quiere decir: El presupuesto del Estado lo más grande posible, pero sólo para sus hijos.

En 1835 no había en México, mexicanos, sino durangueños, veracruzanos, oaxaqueños, poblanos, etc., como hay en el mundo franceses, chinos, españoles, cafres, ingleses y persas.

Destruído el sistema llamado federativo quedaban heridos, en pie de guerra y hendiendo el aire con alaridos de venganza, los intereses burocráticos locales sazonados con la irritante salsa del provincialismo y para impedir su acción era indispensable otro ejército permanente.

Bajo el sistema federativo en la cuestión de Texas y teoría se necesitaban dos ejércitos; uno para reprimir a la ameritada clase militar y otro contra los rebeldes texanos.

Bajo el sistema central era preciso:

Un ejército para vigilar y reprimir a la turba ojicialesca.
Un segundo ejército contra los caciques y turbas burocráticas de los Estados apoyadas por el provincialismo y llamados federalistas.
Un tercer ejército contra los rebeldes texanos.

El gobierno del general Santa Anna creyó deber explicar en su circular de 13 de Agosto de 1835 que la rebelión de los texanos tenía por objeto real no el restablecimiento de la Constitución de 1824, sino la desmembración de nuestro territorio. Esto como ya lo probé, era mentira, fue de parte de Santa Anna un acto de fullero y no de gobierno participar en Agosto de 1835 un movimiento revolucionario que tuvo lugar dos meses después.

No obstante las circulares y proclamas del gobierno, muy elocuentes para pintar el patriotismo excelso de los mexicanos, la unión contra el enemigo común, la extinción de los odios de partido, la desaparición de los rencores; la flama de amor al suelo nacional, la pirámide de nuestras grandes virtudes, el fuego de nuestra sed de venganza; no obstante toda esa retórica de gobierno desesperado, el general Santa Anna no se atrevió a convertir en disponible todo o la mayor parte del ejército; pues una vez cubiertos los puntos peligrosos para la estrategia del centralismo, pudo solamente reunir para la expédición a Texas ¡seis mil hombres!

El problema era matemático para el éxito de la campaña de Texas. Sin la toma de los puertos y de las islas, sin la posesión del mar y sin la ocupación de los puntos interiores que he marcado; la campaña tenía que ser un horrible fracaso, pues ni con cien mil hombres hubiera sido posible destruir a cinco o seis mil rebeldes sosteniendo su causa en bosques inconmensurables y provistos de toda clase de recursos por el partido sudista de los Estados Unidos.

¿Qué iban hacer esos seis mil hombres a Texas? Nadie creía en México que los colonos no se insurreccionasen y la mejor prueba es que no habiéndose insurreccionado, todavia el pueblo mexicano en 1903 está creyendo que se insurreccionaron. Pues bien las milicias de los colonos se elevaban a tres mil hombres y tres mil mas que recibieran por lo menos de los Estados Unidos eran seis mil; contaban con la posesión del mar, habían ocupado las principales islas voluntarios, disponían de cuatro goletas de guerra y de una gran cantidad de pequeñas embarcaciones para los ríos, cuya navegación dominaban completamente, lo que equivale a decir que tenían caminos interiores y como contaban también con buques transportes tenían el camino marítimo a lo largo de toda la costa. Ponerles a esos seis mil rebeldes que contaban con recursos y vías de comunicación fluviales y marítimas, seis mil hombres sin depósitos de víveres, sin marina, sin embarcaciones para los ríos, es decir, sin poderse mover, era absolutamente estúpido y sólo un general mexicano de la impericia de Santa Anna pudo haber concebido semejante disparate, aceptado por una nación agobiada por una ignorancia verdaderamente mortal.

La campaña de Texas tenía que ser larga o fracasar. Aun cuando hubiesen sido cien mil hombres si a estos se les hubiese impuesto el plazo de cuatro meses para extinguir la rebelión no habrían conseguido su objeto. Ya he citado los ejemplos de la guerra de Cuba y de nuestro Estado de Guerrero resistiendo sin ser extinguida la rebelión a la incesante acción de fuerzas abrumadoras. Para una campaña larga era preciso contar con recursos y éstos, como lo veremos inmediatamente, existían en cantidad suficiente, lo que no existía era patriotismo ni honor en el ejército, en su conjunto.

El año de 1835 a 1836 se gastó en efectivo en el ejército:

7.686,926 pesos plata.

Se abonó a los agiotistas que como he demostrado son el fruto abundante, amargo e inevitable del pretorianismo:

5.294,253 pesos

Con sólo los 7.686.926 pesos pudo haberse sostenido en Texas un ejército de veinte mil hombres durante un año, sujeto a su presupuesto económico. Para cuidar de la tranquilidad interior ante la amenaza de los Estados, hubiera bastado respetar el sistema federativo que tiene la ventaja de que los Estados bien o mal se pueden cuidar a sí mismos con sus cívicos mal armados o sus miserables guardias nacionales. Lo grave era la ameritada clase militar que exigía sólo para ella el empleo de un ejército especial con el fin práctico de que dicho ejército se dejara en más o menos tiempo siempre corto, corromper por ella.

Obrando con alguna inteligencia el gobierno debió haber organizado en la capital por lo menos guardias nacionales con servicio gratuito como lo hizo más tarde durante la guerra con los Estados Unidos, conservando la capital el gobierno, Veracruz, Puebla, Tampico y Matamoros, poco debía importarle que la clase militar se pronunciase en el resto del país, no proporcionándole el gobierno mismo el ejército como acostumbraba hacerlo, tenía que tardar mucho en organizarse, en maniobrar y en triunfar, pues los Estados por su propio interés tenían que defenderse contra la turba famélica militar, mísera y devastadora. Pero se aceptó el plan de sostener ante todo el programa político centralista y el de gastar en su sostenimiento todos los recursos militares y pecuniarios de la nación, dejando para conservar el territorio inmenso y seriamente rico que poseía la República como lo era Texas; los recursos disponibles, es decir, las sobras de un festín de un millar de buitres ocupados en devorar una docena de canarios. La nación daba el dinero suficiente para salvarla más allá de lo que permitía su pobreza, pero el militarismo cumplía su programa de tiranía para los mexicanos, de cobardía y de traición para entregar el territorio a los extranjeros.

La humillación de las derrotas de Texas, sobre todo la vergonzosa capitulación del general Cos en Béjar, pudo evitarse fácilmente. La plaza de Béjar capituló el 11 de Diciembre de 1835, y desde el 31 de Octubre el Ministro de Guerra dió orden al general Ramírez y Sesma gobernador y comandante gener de Zacatecas para que inmediatamente hiciera marchar en aUxilio de Béjar los batallones permanentes de Matamoros, Guerrero, el activo de San Luis y el regimiento de Dolores con cuatro cañones Y sus correspondientes municiones (4).

En cuanto a recursos el ministro Tornel decía al general Ramírez y Sesma: pero que si aun no llegaban con oportunidad a aquella ciudad ($ 25,000) tampoco por esto detuviese la marcha, sino que se hiciese proporcionar de aquella población (Leona Vicario) los recursos precisos para continuarla valiéndose de las medidas extraordinarias que tuviese por conveniente (5). Estas medidas las hace conocer Filisola cuando escribe:

El general tuvo que marchar con la fuerza a que únicamente llegaban los mencionados cuerpos y piquetes y sin los recursos que debieron haberle llegado según el ministro de la guerra porque tampoco se verificó esto y porque la ciudad de Leona Vicario no tenía un individuo bastante rico a quien se le hubiese sacado por la fuerza (6).

Y sin embargo el año en que no pudo salvarse Béjar por falta de $ 30,000, la nación pagó más de $ 7,600,000 en soldados para que se mantuviesen en las poblaciones disfrutando de la ociosidad, de los garitos, tabernas y lupanares, mientras se abría el nuevo remate del poder público.

El general Santa Anna en su Manifiesto de 10 de Marzo de 1837 nos impone de los recursos con que emprendió la segunda campaña de Texas.

¿Quién ignora el estado de nuestra hacienda? La esperanza única de sacar el dinero para la guerra era el muy riesgoso y dilatado medio de contribuciones que pudieran muy bien servir de pretexto a alzamientos y conmociones populares y no era por tanto político adoptar, y aún los préstamos contratados por el Gobierno que tanto habían agotado al tesoro público, escaseaban por la misma repetición con que era necesario acudir a ellos, nuestras aduanas única garantía que hasta entonces se había podido dar, estaban empeñadas por mucho tiempo (7).

El gobierno no pudo a pesar de la autorización del Congreso al efecto, en 23 de Noviembre de 1835; procurarse lo recursos necesarios para esta campaña y hasta mi llegada a San Luis eran tan mezquinos que en aquella capital, ya reunida una parte del ejército, pasaron hasta cinco días sin poderse socorrer las tropas que lo fueron al fin con diez mil pesos que sólo con mi garantía personal pude conseguir.

El general Santa Anna sólo pudo obtener para una campaña a trescientas cuarenta y cinco leguas de San Luis Potosí y en un país inmenso desierto e inclemente, la cantidad de $ 400,000 que con mucho trabajo se decidieron a prestarle los españoles, Sres. Cayetano Rubio y Joaquín de Errazu, en condiciones de agio tremendas. El préstamo de los $ 400,000 consistía en:

Dinero efectivo ... $ 80 000
En víveres que debían situarse en Matamoros ... $ 120 000
En créditos ... $ 200 000.
TOTAL ... $ 400 000.

Los víveres, según el informe del proveedor Drumondo, fueron cargados a más del doble de su valor y las constancias de su entrega debían ser consideradas como dinero efectivo. El préstamo debía quedar reintegrado en cuatro meses con el total del préstamo forzoso de los departamentos de Zacatecas, San Luis, Guanajuato y Guadalajara y con el subsidio de guerra de los mismos Estados y con los rendimientos de las aduanas de Tampico, Matamoros y Veracruz. Al contrato se le hizo después una modificación y fue que se admitieran cuarenta y siete mil pesos más en papel, de los libramientos a favor de la casa de Rubio, protestados por la aduana de Matamoros por falta de fondos. De manera que los recursos para hacer marchar a los seis mil hombres o víctimas del centralismo a Texas y sostenerlos en campaña eran:

Valor real de los víveres cargados al doble aunque fue más ... $ 60 000.
En efectivo ... $ 33 000.
En el libramiento protestado ... $ 47 000.
En créditos al 4 por ciento ... $ 8 000.
TOTAL ... $ 148 000.

Esta suma debía ser comenzada a pagar inmediatamente y cubierta a los cuatro meses con cuatrocientos mil pesos en efectivo. Más adelante se sabrá que el general Santa Anna en este negocio ventajoso tuvo su parte.

Los datos que presento sobre el efectivo y estado del ejército que fue a Texas son rigurosamente exactos porque están tomados de documentos oficiales procedentes del Ministerio de la Guerra existentes en el archivo de la Cámara de Diputados.

Ejército de operaciones en Texas
1836

Personal de artillería ... 182
Zapadores ... 185
Infantería ... 4 473
Caballería ... 1 024
Caballería presidial ... 95
Presidiales de a pie ... 60
Suma ... 6 019


Piezas de artilleria ... 21
Cureñas de reserva ... 6
Fraguas de campaña ... 2
Carros de conducción ... 2
Municiones de todas clases ... Muy abundantes.

Del informe del general Filisola, segundo en jefe del ejército (8).

Víveres.

Éstos estaban reducidos al mes de raciones que llevaba consigo cada brigada a cuyos jefes se les previno los economizasen con el mayor esmero por lo que se llegó hasta el grado de dar sólo ocho onzas diarias de galleta o totopo de maíz a cada soldado que tenía que atravesar, con su mochila, armamento y municiones, aquellos treinta días de desierto para llegar luego a una población como Béjar, casi l~slgnificante y casi desolada ... tampoco llevaba el ejérCito calzado suficiente ni otras prendas de vestuario y abrigo con que reemplazar las que se inutilizarán diariamente, que las que les iban sirviendo, pero en cambio era desproporcionado al objeto, el número de jefes y oficiales, el de la artillería, municiones de todas clases, sacos a tierra y otra infinidad de objetos inútiles que conducían los cuerpos con el nombre de depósitos, equipajes, víveres, etc., etc.

Ningún cuerpo llevaba armero y menos cirujanos. Las camas, ropa de abrigo, utensilios; medicinas que el ejército llevaba, las hilas, aparatos, camillas, instrumentos de la facultad, etc., etc., eran ningunos, de modo que respecto de este importante ramo para conservación de la especie hUmana, puede decirse que el ejército marchaba confiado sólo en el favor de la divina providencia.

El general Filisola enseña en unas cuantas palabras el estado moral del ejército que marchaba a Texas.

No había generales, jefes ni aun subalternos de los que medianamente pensaban, que viendo este orden de cosas no se augurasen desde entonces un resultado tan funesto como el que realmente tuvo tal expedición, como sin duda se lo recelaba el mismo general en jefe y cuya íntima convicción si no contribuyó a desalentar su corazón, bien pudo ser que abatiese y desanimase a los que no lo tuviesen tan a prueba en estas circunstancias poco lisonjeras y cómodas (9).

Un solo fracaso debía ocasionar la pérdida de la campaña como en efecto sucedió, no sólo por estar distante cuatrocientas leguas el ejército de su base de operaciones, sino en realidad porque no existía tal base de operaciones. En ninguna parte de la República había resérvas, ni dinero, ni víveres, ni municiones para el ejército de Texas. Entró a aquel territorio quemando sus naves como Cortés al invadir el territorio mexicano, con la diferencia de que Cortés iba a operar en un país poblado, con abundantes recursos y apoyado por resueltos aliados; mientras que en Texas el ejército mexicano sólo debía encontrarse con indiferentes, con enemigos y con desiertos.

Los generales mexicanos tenían que saber muy poco en relación con los conocimientos que deben poseer los generales mandan grandes efectivos. El general Santa Anna en su marcha de San Luis Potosí hasta Texas no tenía que dividir su ejército para marchar, ni para que viviera, ni calcular su frente de alimentación, ni preocuparse por sostener comunicación con su base de operaciones porque el gobierno había rasuelto que no la hubiera. El general Santa Anna por lo mismo que el efectivb de su ejército apenas llegaba a seis mil hombres y porque también la mayor parte del camino tenía que hacerse a traves de inmensos desiertos, sólo tenía para ejecutar su marcha que preocuparse por satisfacer lo siguiente:

1.- Escoger el camino más corto siempre que éste no fuera desventajoso para surtirse de agua o que no fuera cómodamente transitable.

2.- Marchar en columna sin fraccionarla.

3.- No mezclar su gran convoy con la columna.

4.- Disponer jornadas que no causaran a la tropa exceso de fatiga capaz de disminuírla por las enfermedades.

Respecto de la primera condición de marcha, el general Santa Anna por falta de conocimientos geográficos de su país o por carecer de Estado Mayor, escogió el camino más largo, menos cómodo y en donde era más difícil encontrar agua, lo que ocasionó grandes bajas por deserciones, enfermedades y muertos de sed, al grado que hubo día que fallecieron de sed treinta mujeres y niños de los soldados (10).

En cuanto a la segunda condición, la columna iba cortada de tal modo que la brigada de vanguardia marchaba separada de la del centro más de cien leguas. Si los rebeldes de Texas hubieran estado bien mandados o que hubieran sido bien disciplinados, la expedición hubiera sido derrotada en la frontera de Texas.

Respecto de la tercera condición de no mezclar el gran convoy con la columna, Filisola nos dice (11):

Así es que no pudo haber ninguna economía ni proporción en la distribución de acémilas y carruajes, pareciendo la brigada unos inmensos convoyes de cargamento, que cuerpos que iban a hacer una campaña tan laboriosa como todos sabían que había de ser la de Texas.

En cuanto a la condición cuarta, el mismo general segundo en jefe del ejército nos dice:

Estas escaseces y padecimientos se iban aumentando al paso que las tropas se alejaban de los pueblos y de toda clase de recursos y eran la causa de las enfermedades, malestar y murmuraciones y disgusto del ejército y el que los soldados comenzaban a ver con indiferencia el servicio. Así era que en el camino de Monclova a Béjar se presentaba a la vista de los que siguieron pocos días después al ejército, como un continuado campo de batalla, cubierto de fragmentos de carretas aparejos, cajones, y esqueletos de bueyes, mulas y caballos y de montones de galleta podrida, siendo muy pocos los lugares en que campaban los soldados en que no se advertían crucecitas de pequeños y toscos palos que la piedad de los soldados había puesto sobre los sepulcros de sus compañeros que habían expirado más bien por falta de asistencia y facultativos que por la malignidad de las enfermedades y con cuyo motivo exclamaban amargamente entre ellos y decían: Ya éste tomó posesión de Texas y de las tierras que le tocaban (12).



NOTAS

(1) Noticia estadlstica sobre Texas, 1836, por el general Don Juan N. Almonte.

(2) Juan N. Almonte, Noticia estadistica sobre Texas, 1836.

(3) Filisola. Guerra de Texas, tomo I, pág. 164.

(4) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 214.

(5) Obra citada, tomo II, pág. 218.

(6) Obra citada, tomo II, pág. 219.

(7) General Santa Anna, Manifiesto, 10 de Marzo de 1837.

(8) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 339.

(9) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 478.

(10) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 338.

(11) Filisola, obra citada, tomo II, pág. 339.

(12) Filisola, obra citada, tomo II, pág. 361.

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