Índice de Prolegómenos de la Independencia mexicana de Lucas AlamánCapítulo VI - Segunda parteCapítulo VII - Segunda parteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO SIETE

Primera parte




Gobierno del mariscal de campo D. Pedro Garibay.- Influjo de la audiencia y de los voluntarios.- Providencias del nuevo virrey.- Disuélvese el canton.- Auxilios remitidos a España.- Instalación de la junta central en Aranjuez.- Sucesos desgraciados en España.- Dáse a la América parte en el gobierno de la monarquia.- Convocación de las cortes.- Difúndese el espíritu de independencia.- Medidas represivas.- Junta de seguridad.- Prisión del general francés Dalvimar.- Es ejecutado en la Habana D. José Alemán.- Pretensiones de la infanta Doña Carlota.- Fin del gobierno de Garibay.



EL mariscal de campo D. Pedro Garibay, que entró a ejercer el mando supremo de la Nueva España por la prisión de D. José de Iturrigaray, era un anciano de más de setenta años, establecido largo tiempo hacia en México en donde estaba casado y habia hecho su carrera. Gran prestigio daba a la autoridad de los virreyes durante el dominio de la línea austríaca de España, el brillo de las ilustres familias a que pertenecian, y llegando con un gran nombre a un país en que no tenían ningunas relaciones, eran mirados como si fUesen de una especie privilegiada y destinada por el cielo a gobernar a los hombres. Desde el establecimiento de la dinastía de Borbón, los virreyes no se sacaron ya exclusivamente de la grandeza de España, sino de la clase militar a la que también acompañaba la distinción del nacimiento aunque no fuese de la primera nobleza, prenda que era sobreabundantemente compensada por la grande instrucción y suma probidad que distinguió a los virreyes nombrados en los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III. Esta última calidad tan esencial en todo empleado público, y que lo es más cuanto más alta sea la dignidad de que se halla revestido, faltó absolutamente en dos de los nombrados en la infeliz época de Carlos IV, y en lugar de la veneración que se conciliaba la integridad y pureza de tantos hombres respetables como por ella se distinguieron, la venalidad y el peculado de Branciforte e Iturrigaray, se habian granjeado el desprecio que es siempre el resultado de aquellos vicios vergonzosos, no quedándole a la autoridad suprema más prestigio que el que daba la novedad de la persona y su falta de relaciones en el pais. Aun estas circunstancias faltaron en D. Pedro Garibay, hombre de hOnor y estimable por sus costumbres y conducta privada, pero a quien su escasa suerte obligaba con frecuencia a ocurrir a todos los que conocia, a pedirles pequeños préstamos para salir de apuros y compromisos diarios.

Esta falta completa de prestigio personal y su corta capacidad, se hacian notar más particularmente en los momentos críticos en que tomaba el mando. Elevado a él por una revolución, tenia que condescender con los que habian puesto en sus manos la autoridad. Como en todos los cambios políticos se pasa siempre de un extremo a otro, la audiencia, tan poco considerada por Iturrigaray, era no sólo consultada en todos los negocios graves, según lo prevenido por las leyes, sino que el nuevo virrey no daba paso alguno que no fuese de acuerdo con ella, y así se decia en todas las providencias que se publicaban, lo que equivalia a haber trasladado la autoridad a aquel cuerpo. Los voluntarios por otra parte, tomando el nombre del pueblo, entraban a la sala del acuerdo y sus capataces pedian imperiosamente que se dictasen las órdenes que les parecia conveniente exigir. Además de este doble y poderoso influjo, estaba sometido el anciano virrey al de su mujer y al de algunos individuos de la familia de esta, y todo concurria a hacer débil e incierta una autoridad que hubiera debido ser firme y enérgica.

Las primeras providencias del nuevo gobierno fueron hijas de la revolución, y como hemos visto en el capítulo anterior, tuvieron por objeto asegurar la persona y bienes del virrey depuesto, remitirlo a España, y poner en prisión a todos los que habian contribuido a promover la reunión del congreso, o que se creia auxiliaban los intentos que se atribuian a Iturrigaray. Prevínose que todos los habitantes de la capital, en prueba de su fidelidad y amor a Fernando VII, llevasen un distintivo que expresase el nombre de este soberano (1), y el haber tenido que mandarlo, podria tenerse por una indicación de que en pocos dias se habia enfriado mucho el entusiasmo, que poco antes hacia que todos se pusiesen voluntariamente este género de emblemas. La misma órden se dió a las corporaciones (2) y este fue el orígen de que varias de ellas hiciesen acuñar medallas que llevaban sus individuos en el cuello (3). Mandáronse recoger las copias de las cartas escritas por Iturrigaray a las juntas de Sevilla y Asturias, que él mismo como hemos visto, habia remitido a diversas autoridades y corporaciones, y a esto se dió tal importancia que se previno no quedasen ni aun copias en sus archivos, y se publicaron estas disposiciones en honor de los fidelísimos habitantes de todo el reino, y en particular de los de esta capital (4).

Habian continuado dando el servicio de la plaza los voluntarios, pero el gobierno creyó necesario tener a su inmediación otro género de tropa y retirar a aquellos, como lo hizo al cabo de poco tiempo. Al efecto, el virrey mandó formar una columna de granaderos con las compañías de todos los cuerpos provinciales de infantería que estaban en el canton, la cual y el regimiento de dragones de México, pasaron a formar la guarnición de la capital. D. García Dávila volvió al gobierno de Veracruz, habiéndolo pedido aquellos vecinos y como él mismo lo deseaba, y el mando del canton se confirió al brigadier conde de Alcaraz, coronel de dragones de España, pero esto solo fue para disolver aquel ejército y hacer que los cuerpos volviesen a sus provincias respectivas. El motivo que para esto se pretextó fue proporcionar mayores auxilios pecuniarios para España, excusando el gasto que causaba aquella reunion de tropas, que habia venido a ser inútil despues de hecha la paz con Inglaterra, y lo era en efecto considerada sólo bajo este aspecto; pero en las circunstancias en que el pais se hallaba, hubiera sido prudente conservar una fuerza respetable de que el gobierno hubiera podido disponer prontamente en cualquiera ocurrencia, y no se pasó mucho tiempo sin que hubiese ocasión de conocer el error que se habia cometido. Sin embargo, entonces era un punto harto dudoso, si estas tropas eran motivo de confianza o de temor. Los americanos censuraron agríamente la medida, pues que según decian, con ella quedaba el reino expuesto a ser invadido por los franceses; pero en realidad porque esperaban que las tropas del canton, por ser todos los soldados mexicanos, serian un apoyo de la independencia: esto mismo recelaban los europeos, sin reflejar unos y otros, que unas tropas cuyos jefes eran en gran parte españoles, acostumbradas a la obediencia militar con la disciplina que habian recibido en el canton, no era fácil que faltasen al gobierno. A los voluntarios al retirarlos, se les dieron las gracias por sus buenos servicios, y se hizo público su buen comportamiento (5), no obstante lo cual recibieron muy mal esta providencia y atríbuyéndola a desconfianza que de ellos se tenia.

Para expeditar el despacho de los negocios se autorizó al virrey para firmar con estampilla, en los mismos términos que la habia usado el virrey Flores (6), y con el mismo fin se declaró por la audiencia, que la subdelegación de correos y la superintendencia de la real hacienda habian recaido en el nuevo virrey, con todas las demás facultades anexas a este empleo, tanto por la necesidad de que en las circunstancias todo girase por una sola mano, cuanto por haber acreditado aquel su adhesión al real acuerdo en cuanto había ocurrido. Esta declaración tuvo su orígen en la pretensión del regente Catani, que sostenia que estos ramos debian correr a su cargo, por haberlo prevenido así las reales órdenes de 22 de Diciembre de 1772, 4 de Febrero de 1773, 16 de Marzo y 11 de Septiembre de 1800, sin reparar que estas prevenciones eran para el caso de que, por falta de virrey y de pliego de providencia, recayese el gobierno en la audiencia. Como todo se hacia por medio de peticiones con muchas firmas, Catani, para apoyar su pretensión, hizo se presentase al real acuerdo una que firmaron algunos individuos por instancias de un fabricante de indianas, catalán, paisano del regente, y el haberse desatendido la solicitud de este, fue el principio de que se separase de sus compañeros y de que se declarase enemigo de Aguirre y de Yermo, dirigiendo a la corte un informe en que acusó a estos de ser la causa de la revolución que habia ya estallado, por haberla impulsado con la prisión de Iturrigaray (7), en la que el mismo Catani habia estado de acuerdo mientras sus intereses no lo habian puesto en choque con aquellos. ¡Tan cierto es que en todas las revoluciones, los que las hacen están conformes hasta obtener el triunfo, y que este es el principio de la división entre los que vencieron! En este y otros muchos casos, la audiencia hacia uso de una autoridad extraordinaria y que pudiera decirse soberana, definiendo y ampliando las facultades del virrey, e interpretando las leyes que las determinaban.

En cuanto al punto que habia sido el motivo del rompimiento con Iturrigaray, esto es, el reconocimiento de la junta de Sevilla, no se hizo declaración alguna explícita; el virrey, conforme a lo que la audiencia habia propuesto a Iturrigaray, consultando con el acuerdo, siguió gobernando en nombre de Fernando VII, y proveyendo sin restricción a todo lo que las circunstancias exigian, aunque se publicaron todos los decretos y manifiestos de aquella junta, y se les dió entera obediencia. Los sucesos de España vinieron a sacar al gobierno de este estado incierto, y a dar gran impulso y a inspirar grande confianza al partido español. La victoria de Bailen y el levantamiento general de las provincias, obligaron a los franceses a abandonar a Madrid y retirarse a la ribera izquierda del Ebro, con lo que poniéndose de acuerdo entre sí las juntas de las provincias, no sin muchas dificultades y contradicciones, crearon la central, que se instaló en Aranjuez el 25 de Septiembre, la que habiendo sido reconocida por todas, lo fue tambien en México. y en toda la América española.

El grande objeto entónces del virrey Garibay, de la audiencia y de todas las autoridades, fue auxiliar con todas las sumas que pudieron a los gobiernos establecidos en España. Antes de que se supiese la instalación de la junta central, llegó a Veracruz el navío S. Justo enviado por la de Sevilla, y su comandante el marques del Real Tesoro, haciendo un informe circunstanciado y lisonjero del estado en que las cosas quedaban en España a su salida de Cádiz, expuso que el objeto de su venida era llevar todos los caudales que se pudiesen remitir (8), y sin demora se pusieron en camino nueve millones de pesos, de los catorce y medio existentes en la tesorería, pues no habian llegado a salir los dos que habia dispuesto despachar Iturrigaray, y de ellos se embarcaron seis, con dos más de particulares, en el mismo navío, y los tres restantes en dos fragatas de guerra inglesas, que a la sazón llegaron a Veracruz. El virrey publicó una proclama (9) exhortando a contribuir a la justa guerra que la España habia emprendido, franqueando con generosidad recursos pecuniarios, ya que la distancia impedia hacerlo con las personas, a lo que todos se habian manifestado dispuestos. El arzobispo circuló una pastoral con el mismo objeto, (10), y los efectos correspondieron a estas invitaciones. En los tiempos presentes, en que los corazones están cerrados a todo movimiento generoso; en que en las mayores necesidades de la nación el gobierno no encuentra recursos sino comprándolos con enormes sacrificios, y en que se pretende descargar sobre el clero el peso de proveer a las necesidades del estado, apenas se puede creer la generosidad de que entónces se dió prueba por las corporaciones y por los particulares, tanto en la capital como en las provincias con una especie de emulación, suscribiéndose con cuantiosos donativos de cuyas listas están llenas las gacetas de aquella época. Distinguiéronse especialmente los acaudalados españoles, tanto del comercio como de otros giros. ¡Tal era la abundancia que en el pais habia, y tal el interés que se tenia por la conservación de un gobierno antiguo y respetado!

Dictáronse tambien varias providencias para ganar el favor popular y remover los motivos de descontento que habian nacido de algunas disposiciones del gobierno anterior. Hiciéronse algunas reformas benéficas a los consumidores en el abasto de carnes y lo que fue de mayor consecuencia, se decretó la absoluta cesación de todos los efectos de la real cédula de 26 de Diciembre de 1804, sobre enajenación de fincas y amortización de capitales piadosos: Iturrigaray, desde 22 de Julio habia mandado suspender, como antes vimos, las enajenaciones y recaudaciones forzosas, pero quedó vigente en cuanto a que no se pudiesen hacer nuevas imposiciones sino en la caja de consolidación, y como ningunas se hacian, Garibay de acuerdo con la audiencia y con la jUnta de amortización, resolvió la cesasión absoluta de aquella real cédula, por decreto de 8 de Octubre. Lo mismo habia hecho en España la junta de Sevilla por su decreto de 4 de Junio, pues allá como en América era igualmente odiosa aquella disposición, que en una y otra parte se ha renovado despues de una manera mucho más destructora.

Pero ninguna de estas medidas era bastante para contener el impulso dado a los espíritus, ni para volver a unir los ánimos una vez divididos. La prisión de Iturrigaray habia impedido por el momento la revolución; pero el gérmen de esta existia y continuaba desenvolviéndose con mayor fuerza. Pasada la primera sorpresa, los americanos habian vuelto a tomar aliento, y como en los partidos numerosos no es posible que todos se conduzcan con prudencia, muchos europeos, sobre todo los más jóvenes con el orgullo del triunfo insultaban a los del partido opuesto en los cafés y en las concurrencias, de lo que se originaban mil lances que daban a conocer la irritación en que estaban los espíritus. Uno de estos ocurrió en el último dia de Octubre en el célebre Santuario de Guadalupe, con motivo de una solemne misa de acción de gracias que hicieron celebrar los voluntarios que habian conducido a Iturrigaray a Veracruz, por la felicidad de la expedición; una riña casual entre un músico y un cantor, en que intervino y fue herido un español que quiso poner paz, dió motivo a que el abad, ofendido con los voluntarios por la prisión en que lo habian puesto, informase al virrey que aquellos habian excitado una gran conmoción, con lo que Garibay irritado,hizo extender un oficio al consulado, previniéndole agriamente que reprendiese y apercibiese a los que costearon la función, el que no llegó a remitirse por haberse desengañado de la exageración del informe que se le habia hecho por el abad (11). Volvieron a aparecer los pasquines, y una mañana se vió fijada en la puerta de la catedral una proclama que resultó ser del Lic. D. Julian Castillejo, y por último se hicieron caer en la misma iglesia y en las otras de mayor concurso en los dias de semana santa del año siguiente, multitud de cédulas impresas, invitando al pueblo a la independencia, y representando de la manera más despreciable la autoridad de la junta central. El virrey, por bando que publicó en 20 de Mayo de 1809, ofreció un premio de 2.000 pesos al que descubriera quien fuese el autor de estas cédulas, y otro tanto al que delatara a los que habian hecho en el busto del soberano en la moneda que circulaba, señales en el cuello como si estuviese degollado, y otras con criminal falta de respeto a la majestad (12), a cuyo ofrecimiento agregaron otros 5.500 pesos unos particulares que por entonces ocultaron sus nombres, pero que después publicó Cancelada que eran cuatro de los enropeos más ricos de Zacatecas (13).

Nuevo impulso vinieron a dar a los conatos revolucionarios los desgraciados sucesos ocurridos en España a fines del año de 1808. Retirados como arriba se ha dicho, los franceses a la ribera izquierda del Ebro, los ejércitos que se habian levantado en las diversas provincias de España marcharon en su seguimiento y fueron ocupando una línea muy extensa, hácia la márgen derecha del mismo rio. Creyéndose bastantes fuertes, emprendieron moverse contra el enemigo el cual se mantuvo sobre la defensiva hasta que entró en España Napoleón con un poderoso ejército, que dividido en diversos cuerpos mandados por los generales de mayor nombradía, arrolló todo lo que se le presentó, y habiendo batido las fuerzas españolas en Espinosa y en la acción decisiva de Tudela, pasó el puerto de Somosierra y se presentó delante de Madrid, que después de una corta resistencia se entregó por capitulación al vencedor. La junta central se retiró a Sevilla, en donde tampoco hubiera podido sostenerse, si los nuevos cuidados que suscitaron a Napoleón en el norte de Europa la guerra inesperadamente declarada por el Austria y la política dudosa de la Rusia, no le hubieran obligado a dejar con precipitación la España sacando de ella una gran parte de sus tropas, sin intentar por entonces la invasión de las Andalucías, habiéndose contentado con destruir el ejército inglés que habia penetrado hasta Castilla, y cuyos restos a duras penas pudieron embarcarse en la Coruña. Esta oportuna retirada de Napoleón dió lugar a que con los grandes auxilios que la junta central recibió de América, los ejércitos españoles se rehiciesen y con el apoyo del ejército inglés de Portugal, obtuvieron ventajas muy importantes en el curso del año de 1809, habiéndose aproximado a Madrid de cuya capital hubieran logrado apoderarse, si hubiesen seguido en sus movimientos un plan mejor combinado y hubiesen obrado con más acuerdo con las tropas inglesas, las que en vez de seguir unidas con las españolas después de la sangrienta batalla de Talavera, conservaron sus posiciones, y de estas retrocedieron en seguida a Portugal.

En la situación apurada en que las cosas se hallaban desde la retirada de la junta central a Sevilla; empeñada la nación española en una lucha que sostenia con mas heroismo que fortuna y cuyo éxito parecia a la sazón si no desesperado, por lo menos muy dudoso: aquella junta trató de asegurar la unión de las provincias de ultramar, dándoles parte en el gobierno supremo. Con este fin expidió el decreto de 22 de Enero de 1809, por el que reconociendo que los vastos y preciosos dominios de Indias eran una parte esencial e integrante de la monarquía, para corresponder a la heróica lealtad y patriotismo de que acababan de dar tan distinguidas pruebas, en las circunstancias más críticas en que se habia visto hasta entonces nación alguna, declaró, que debian tener representación nacional e inmediata a la real persona y constituir parte de la junta central gubernativa del reino, por' medio de sus correspondientes diputados, a cuyo fin habia de ser nombrado uno por cada uno de los virreinatos de México, Perú, Nueva Granada y Buenos Aires, y por las capitanías generales independientes de la isla de Cuba, Puerto Rico, Guatemala, Chile, Venezuela y Filipinas. El modo de elección que se previno fue, que en las capitales de las provincias, inclusas para este fin en Nueva España las internas, el ayuntamiento de cada una de ellas eligiese tres individuos de los cuales se sortease uno, y el virrey con el real acuerdo deberia escoger tres entre los sorteados en las provincias, para sacar por suerte entre estos el que habia de ser miembro de la junta central (14).

Por decreto de 22 de Mayo, la misma junta dispuso que se restableciese la antigua representación legal y conocida de la monarquía, convocando las cortes para el año siguiente o antes si se pudiesen reunir, y entre los puntos de que debía ocuparse la comisión que se nombró para preparar los trabajos de aquellas, se contaba el de proponer la parte que las Américas debian tener en aquel congreso (15). Aunque este decreto por entonces no tuvo resultado ninguno, pues haciendo la central contra sus inclinaciones esta concesión a la opinión que se habia formado con las publicaciones que empezaron a salir, no se apresuró en los trabajos preparatorios necesarios para que la reunión de las cortes tuviese efecto; pero este sin embargo fue al principio de las grandes alteraciones que más adelante se hicieron en la constitución de la monarquía, y en el sistema de gobierno de sus posesiones ultramarinas. Hízose desde entónces una muy esencial, porque habiendo dispuesto la junta central el restablecimiento de los consejos cuyos individuos habian salido de Madrid, se reunieron estos en uno sólo que se llamó consejo supremo de España e Indias (16), con lo que desapareció la entera independencia de la administración de estas últimas, que con tanto empeño se habia establecido en su código particular.

El virrey Garibay hizo conocer por una proclama los desastres sufridos por las armas españolas, disminuyéndolos en cuanto era posible, y excitando a contribuir para repararlos con los oportunos auxilios de dinero. Cual fuese la disposición en que el gobierno queria que los habitantes de Nueva España esperasen él resultado de la guerra de la metrópoli, se vé por la contestación que el gobernador de la parcialidad de indios de S. Juan dió al virrey con motivo de esta proclama, dictada sin duda por el asesor del juzgado de naturales, que era el oidor Aguirre. Aun cuando no hubiese en España, dice (17), más que un pueblo libre de los enemigos, donde residiese aquel cuerpo nacional (la junta central), a este se debe reconocer como lugar teniente de S. M., y no pueden (los indios) tener otro rey que el inmediato sucesor de la casa de Borbón, a quien donde quiera que se hallare, debe reconocérsele como dueño de estos vastos dominios, como su padre, su soberano y su legítimo señor. Pero el espíritu público habia cambiado demasiado para poder dar lugar a estos sentimientos: la independencia se presentaba a la imaginación de los mexicanos como un campo de flores, sin riesgo de encontrar ninguna espina: no deteniéndose a pensar en el sistema que habia de adoptarse, y sin temer tampoco las dificultades que presentaba el establecimiento de un gobierno, no veian delante de si mas que empleos, honores y riquezas, exclusivamente para la raza española, y como el único obstáculo que impedia el disfrutar de estas ventajas, era la resistencia que la España seguia haciendo a los franceses, deseaban su completa subyugación, aplaudian y exageraban los reveses de las armas españolas, y se burlaban de las ventajas que estas obtenian. Este espíritu se habia extendido en las provincias, en especial en la de Guadalajara, como se vé por la proclama qne en 15 de Mayo publicó el presidente de aquella audiencia D. Roque Abarca (18), previniendo a aquellos habitantes contra la seducción que atribuia a emisarios de Napoleón que no habia, ni tampoco seducción alguna que temer en favor de aquel.

Fue pues necesario ocurrir a medidas de severidad, para lo que se estableció en Junio de 1809 una junta consultiva compuesta de tres oidores, corriendo por este conducto todas las causas de infidencia, cuyo conocimiento se quitó a la sala del crimen, terminándolas el gobierno con acuerdo de la misma junta. Hiciéronse algunas prisiones y varios individuos fueron despachados a España, sin que se procediese a imponer otro castigo más severo. Si se hubiese de dar crédito a las declamaciones a que dió motivo el establecimiento de esta junta y sus procedimientos, las cárceles estaban llenas de hombres inocentes arbitrariamente detenidos, y multitud de familias tenian que llorar la ausencia del esposo, del padre o del hijo enviados a España por meras presunciones; pero en realidad fueron muy pOcas las personas que se encontraron en este caso, y aunque he procurado indagar los hechos positivos en que aquellas declamaciones se fundan, no encuentro nominalmente designados más que al padre franciscano Sugasti, remitido directamente a Veracruz de las provincias del interior, a D. José Luis Alconedo, platero, que se decia estar haciendo la corona con que se habia de coronar Iturrigaray, el escribano Peimbert, D. Antonio Calleja (alias) Zambrano, el cura Palacios, Acuña y Castillejos (19) todos acusados y muchos convencidos de ser autores de papeles o maquinaciones sediciosas. Estos actos de severidad bastaron para solapar por entonces el espíritu de revolución que habia vuelto a asomar, pero no obstante ellos, las ideas de independencia se propagaron rápidamente, y los hombres reflexivos veian prepararse grandes alteraciones, que sólo podian precaverse por medidas eficaces y extraordinarias. Con este motivo D. Manuel Abad y Queipo, que gobernaba el obispado de Michoacán en calidad de vicario capitular, hizo a la audiencia como directora de todas las operaciones del virrey, en 16 de Marzo de 1809 (20), una representación en que sin atreverse a indicar los peligros interiores que eran su verdadero motivo, sino insistiendo sólo en el riesgo que podia correrse de una invasión francesa, manifestó la insuficiencia de las medidas dictadas para la defensa del pais, reducidas a empadronar a toda la casta española, de la que debian formarse los cuerpos del ejército y milicias, aumentando cada compañía con diez hombres, y demostró al mismo tiempo la necesidad de volver a reunir los regimientos provinciales, que dispersos en las provincias habian sufrido una gran baja, y de aumentar el ejército a cuarenta mil hombres, admitiendo para formarlo a las castas tributarias, declarando libre de esta pensión a todo el que sirviese en las armas por más de cuatro años, y distribuyendo estas fuerzas en dos cantones, uno de veinticinco mil hombres en S. Luis Potosí, y otro de quince mil en la provincia de Puebla, proveyéndose en Jamaica y en los Estados Unidos de municiones y pertrechos de guerra; pero estos prudentes consejos no fueron escuchados, y se dejó crecer el mal, sin conocer acaso toda su gravedad.

Entre los acontecimientos que más llamaron la atención durante el gobierno de D. Pedro Garibay, fue uno de los más ruidosos la aprehensión del general francés Octaviano Dalvimar. Se presentó este en el pueblo de Nacodoches en la frontera de Texas, el dia 5 de Agosto de 1808, gobernando todavía Iturrigaray, y habiéndosele exigido pasaporte por el oficial del destacamento que allí habia, lo extrañó mucho, porque según dijo tenia órdenes de Napoleón para pasar a México a las del marqués de S. Simon, que suponia hallarse de virrey. El que presentó habia sido expedido en Burdeos en 25 de Noviemhre de 1807, para pasar a los Estados Unidos. Conducido a Monclova, se obligó por escrito bajo su palabra de honor, a permanecer allí como prisionero, no obstante lo cual se fugó, y habiendo salido a su alcance un piquete de tropa, intentó defenderse y fue reaprehendido. El comandante general de provincias internas dió parte al virrey de todo lo ocurrido, y gobernando ya Garibay con el real acuerdo, este opinó que Dalvimar fuese conducido al castillo de Perote como prisionero de guerra, si el exámen de sus papeles no daba motivo para otra providencia. De ellos no resultó otra cosa, sino que vino a Santo Domingo con la expedición del general Le Clerc, cuñado de Napoleón, de quien pretendia ser pariente; que en el año de 1802 estuvo en Caracas y otros puntos de la Costa firme en busca de auxilios para aquel ejército, con cuyo motivo residió tambien en la Habana, pero en el caso presente no apareció que tuviese instrucciones, ni objeto especial en su viaje, y todo indicaba que era una especie de aventurero que habia venido a aprovechar de las circunstancias. Trasladado al castillo de S. Juan de Ulúa, se le quitó allí el dinero y alhajas que tenia y se le remitió a España en un buque inglés, con lo que no pudo tener efecto la órden que de allí vino para que se le juzgase como espía. Volvió después de hecha la independencia, haciendo reclamos de grandes sumas por las que se le habian quitado en S. Juan de Ulüa, y con pretensiones de ser empleado en altos grados en el ejército, que no fueron atendidas ni aun por Iturbide, tan propenso a emplear a todos los aventureros que se le presentaban (21).

Eran reiteradas las prevenciones que el gobierno de México recibia del de España, para estar en vigilancia contra los emisarios de Napoleón. De estos fue aprehendido y ahorcado en la Habana un jóven mexiCano llamado José Alemán, que habiendo ido a España a pretensiones de empleo, creyó aventajar su suerte admitiendo la comisión que para México le dió el ministro Azanza, cuyas instrucciones e impresos que las acompañaban se encontraron en el doble fondo de un baúl, al visitar su equipaje en la aduana de aquel puerto (22). Dictáronse providencias de vigilancia sobre los pocos franceses residentes en el pais, a quienes se mandó presentarse a las autoridades, y habiendo corrido la voz que estaba oculto en México el general Moreau, fue preso un pobre sastre que se dijo se le parecía que se puso en espectáculo en la cárcel de corte a donde muchos fueron a examinar su fisonomía, comparándola con los retratos de aquel célebre guerrero. Ignoro que suerte corrió este desgraciado (23).

La junta central temia otro género de arterias de Napoleón, y habiendo llegado a recelar que aquel intentaba mandar a México al rey Carlos IV, para que reinando en esta parte de los dominios españoles introdujese una división en la monarquía, hizo al virrey las prevenciones que creyó necesarias, para que si el anciano rey se presentase en las costas y puertos de Nueva España, se le prohibiese desembarcar, y si lo hiciese, se le arrestase. Garibay, oído el voto del acuerdo, circuló las órdenes convenientes, y habiendo propuesto el gobernador de Veracruz algunas dudas sobre su cumplimiento, con consulta del mismo acuerdo, se le resolvieron (24).

Llegó a Veracruz en 15 de Marzo de 1809, el bergantin de guerra inglés Sapho, conduciendo pliegos de la infanta Doña Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII, residente en rio Janeiro, dirigidos a las audiencias, gobernadores y ayuntamientos de Nueva España, pretendiendo se admitiese en calidad de regente y lugar teniente del reino a su hijo el infante D. Pedro. El virrey y acuerdo, creyendo de mucha importancia y de grave riesgo en las circunstancias estas comunicaciones, las reservaron hasta de los empleados en la audiencia, y más adelante se contestó a la infanta en términos de mera cortesía (25). La misma pretensión tuvo en las cortes de España y en las provincias de la América del Sur, en las que sus manejos dieron lugar a serias inquietudes.

Aunque la representación de Abad y Queipo no fue atendida como debia, Garibay creyó sin embargo oportuno proveerse como en ella se proponia, de algún armamento y pertrechos, con cuyo fin y aprovechando la buena disposición de las autoridades inglesas, mandó a Jamaica al teniente coronel de artillería D. Julian Bustamante, quien condujo a Veracruz cerca de ocho mil fusiles en la fragata Franchise; medio de hacerse de armas mucho más conveniente y económico, que el de las contratas que se ha seguido despues de la independencia, y que ha sido tan ruinoso para el erario, como productivo para las manos que han andado en estos négocios (26). Se habian comenzado a construir por este mismo tiempo los cien cañones de artillería de campaña que para la defensa del reino ofreció a Iturrigaray el tribunal de mineria, cuyo costo ascendió a trescientos mil pesos, corriendo la ejecución a cargo del célebre artista D. Manuel Tolsa, el mismo que fundió la estátua ecuestre de Carlos IV. Estos cañones tuvieron más adelante un uso muy diverso del que se proponian los que los ofrecieron a Iturrigaray (27). ¡Así sucede muy frecuentemente en las cosas humanas!

Yermo y los españoles que hicieron virrey a Garibay, no habian considerado nunca esta medida sino como cosa meramente provisional e hija de las circunstancias, y habian recomendado al gobierno de España, que si queria asegurar la tranquilidad de México, mandase sin demora un virrey de energía y resolución, apoyado en una fuerza de cuatro o seis mil hombres de tropas peninsulares. Habian reiterado estas instantes recomendaciones a vista de la marcha vacilante de Garibay, quien débil por la edad, incierto por los diversos y contrarios consejos que recibia, llegó a desconfiar de los mismos que le habían puesto en el mando, y en la noche del 30 de Octubre de 1808, se puso en defensa dentro del palacio, persuadido que iba a ser depuesto como su antecesor. Por el partido contrario se informaba a la junta central, que el descontento que se manifestaba, y los síntomas de revolución que aparecian, no tenian otro principio que el disgusto que causaba a los mexicanos el ver el gobierno en manos de la facción que habia hecho dudar de su fidelidad, y habia irritado los odios casi amortiguados con la prisión de Iturrigaray y de otras muchas personas estimadas en el pais. Dudosa la junta por estos informes contradictorios, no llegó a confirmar a Garibay en el virreinato y creyó salvar todas las dificultades confiriéndolo al arzobispo D. Francisco Javier de Lizana y Beaumont, de cuya acendrada fidelidad no podia dudarse y que era generalmente respetado por sus virtudes, Garibay entregó el mando el 19 de Julio de 1809, y al cabo de diez meses de un brillo pasajero, volvió a su antigua obscuridad tan pobre como de ella salió, y para poderse sostener con el decoro correspondiente al empleo que acababa de ejercer, fue menester que Yermo y sus amigos le auxiliasen con una asignación de 500 pesos mensuales. Después se le dió el empleo de teniente general y la gran cruz de Carlos III, con una pensión de 10000 pesos anuales, que disfrutó hasta su muerte acaecida poco tiempo después. Su engrandecimiento no cambió su género de vida modesto y retirado: su única distracción mientras estuvo en el virreinato y después de su salida era, pasar las tardes en una reja del convento de la Encarnacion, en conversación con una hija que allí tenia monja. En su gobierno, como sucede a todos los que mandan en tiempos de partidos sin tener la energía y poder necesarios para dominarlos, no contentó a ninguno. Los americanos lo acusaron de no haber sido mas que un instrumento de persecución puesto en manos de sus enemigos los españoles: estos no quedaron satisfechos del que habia sido elevado al poder por su obra, porque no hizo todo lo que era necesario en su concepto, para dar seguridad al dominio español en este pais, y afirmar la revolución que tuvo este objeto.




Notas

(1) Bando del alcalde Fagoaga del mismo día 16 de septiembre, en que se hizo la prisión de Iturrigaray. Gac. del 17, tomo 5°, núm. 98, fol. 687.

(2) Orden al consulado de la misma fecha. Gaceta del 21. núm. 101 fol. 699.

(3) Tengo una colección de estas medallas, casi todas muy mal grabadas, y que prueban que D. Gerónimo Antonio Gil no dejó discípulos dignos de sucederle.

(4) Gaceta de 1° de Octubre tomo 15 núm. 105 fol. 735.

(5) La orden para el retiro de los voluntarios se dió en 15 de Octubre, fundándola en que habiendo llegado a la capital el regimiento de Celaya, la mayor parte de la columna de granaderos y el regimiento de dragones de México, no era ya necesario que siguiesen aquellos distrayéndose de sus atenciones, con perjuicio de sus intereses. Las gracias en nombre del rey, se les dieron en la gaceta de 19 de Octubre.

(6) Bando de 26 de Septiembre.- Gaceta de 28 del mismo, núm. 103 fol. 715.

(7) El Dr. Mier ha hecho mucho uso de este informe en defensa de Iturrigaray, considerándolo como el más imparcial que pudiera presentarse por ser de un europeo, y nada menos que regeñte de la audiencia. Sin embargo, por el orígen que tuvo, pOdrá calificarse la fe que merece. Debe llamar la atención que entre las acciones de Yermo que Catani censura ácremente, es una el pedimento que hizo al acuerdo para remover todas las trabas impuestas a la agricultura e industria, y hasta esto aplaude Mier, acaso por no haberlo visto con la debida atención.

(8) El oficio del marqués del Real Tesoro, se publicó en la gaceta de 19 de Octubre núm. 115 fol. 801. Habla principalmente de la victoria de Bailen y otros sucesos, y del entusiasmo con que se recibieron en la Habana estas noticias.

(9) Gaceta de 4 de Octubre, tomo 15, núm. 106, fol. 739.

(10) Gaceta de 24 de Septiembre, tomo 15, núm. 102, fol. 703.

(11) Martiñena refiere por menor todo este suceso en una carta que inserta en su cuaderno fol. 67, y puede verse todo lo relativo a el, en el fol. 75. El músico de la pendencia se llamaba Anaya, y era pariente de los Villagranes de Huichapan que tanto papel hicieron después en la revolución; el nombre del cantor era Ordoñez.

(12) Gaceta de 20 de Mayo de 1809, tomo 16, núm. 63, fol. 422. Ya antes se habia publicado otra providencia sobre pasquines, anónimos, &c. Gaceta de 8 de Octubre de 1808, tomo 15, núm. 109, fol. 761.

(13) Gaceta de 10 de Junio, núm. 76, fol. 515. Cancelada, contestacion al virrey Iturrigaray, nota al fin, fol. 126.

(14) Toreno. Suplemento al lib. 8°, tomo 3°, fol. 307, y gaceta de México de 15 de Abril de 1809, tomo 16, núm. 49, fol. 325.

(15) Toreno ha dado todos los pormenores de las discusiones que hubo en la junta central sobre la convocación de cortes. El decreto citado se halla en el apéndice su lib. 8°, tom. 3°, fol. 319.

(16) Aunque este decreto se dió en 3 de Marzo de 1809, no se cumplió hasta 25 de Junio del mismo año. Toreno. Tom. 3°, fol. 226.

(17) La proclama de Garibay se publicó en la gaceta de 29 de Abril de 1809, tom. 16, núm. 55, fol. 365. La contestación de D. Francisco Antonio Galicia, gobernador de S. Juan, en la de 17 de Mayo, núm. 62 f. 415.

(18) Gaceta de 3 de Junio, núm. 68, fol. 464.

(19) Véase Bustam. continuación de los tres siglos, fol. 253, y Mart. fol. 81. He reunido aquí todas las personas que ellos citan, pues hay discordancia, pero de las que uno y otro señalan, no resultan más que las dichas.

(20) Se imprimió con las demás obras suyas, y la reímprimió Mora en París, Tom. 1° de sus obras, Escritos de Abad y Queipo, fol. 119.

(21) Todas las noticias relativas a Dalvimar, las he tomado del suplemento a los tres siglos de D. Carlos .Bust, tomo 3°, fols. 259 a 261, quien las sacó de los papeles de la secretaria del virreinato y merecen por lo mismo entera confianza. Lo que se le quitó en Juan de Ulúa, fueron 294 luises dobles, que valian 2940 ps., y un cofrecillo de alhajas, con algunas armas curiosas que se le cogieron en Monclova, todo lo que era el motivo de las reclamaciones.

(22) Era hijo de D. José Alemán, dueño de la botica de la primera calle de Plateros. El padre murió de pesar y vergüenza, por la muerte ignominiosa del hijo.

(23) Bustam., obra citada, fol. 261.

(24) Bustam., obra citada, fol. 261., todo sacado de las constancias de la secretaría del virreinato.

(25) Bustam. idem el mismo fólio.

(26) Bustam., suplemento a los tres siglos, tomo 3°, fol. 251.

(27) Como en otra parte se dijo, era administrador general de minería el marqués de Rayas, y D. Ignacio Obregón era diputado del mismo cuerpo, ambos de la intima confianza de Iturrigaray. Muy léjos estaban de pensar ambos, cuando ofrecieron en nombre de los mineros estos cañones, que ellos habian de servir contra los independientes. El taller de Tolsa en que se hicieron estos cañones y la estatua ecuestre, estaba deras del colegio de S. Gregario, en donde todavía se ven restos de los hornos en que se fundieron.

Índice de Prolegómenos de la Independencia mexicana de Lucas AlamánCapítulo VI - Segunda parteCapítulo VII - Segunda parteBiblioteca Virtual Antorcha