Índice de Apuntes de mi vida pública (1892-1911) de José Yves LimantourPRIMERA PARTE - CAPÍTULO UNDÉCIMOSEGUNDA PARTE - CAPÍTULO SEGUNDOBiblioteca Virtual Antorcha

Apuntes sobre mi vida pública
(1892 - 1911)

José Yves Limantour

SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO PRIMERO

Mis trabajos y preocupaciones en Europa. Dificultades para regresar a México antes de que comenzara el nuevo periodo presidencial. Estalla la revolución. Algunas palabras sobre la política de entonces. Mis relaciones con el General Reyes


No parece sino que nuestro cruel destino quiso dejar grabado en el gran libro de la Historia un testimonio irrecusable de nuestra insuficiencia para gobernarnos como nación libre y pacífica, a los cien años de vida independiente.

A la vez que los preparativos para las fiestas y solemnidades del Centenario del Grito de Dolores, se efectuaban las elecciones federales cuyo resultado iba a servir de pretexto para levantar en armas a unos ciudadanos contra los demás.

Con el movimiento entusiasta que el sentimiento patriótico nacional imprimía a los primeros, se mezclaba el ardor febril con que se traducían en los últimos las ambiciones desenfrenadas y el espíritu de desorden. Por doquier se despertaban, en la vida pública, unas energías a las que el País no estaba ya acostumbrado. Sólo que, por desgracia, no quedaron años después, de toda esa agitación, más que, por una parte, el recuerdo grato pero efímero de aquellas suntuosas ceremonias y festividades, y por la otra, las huellas profundas y nefastas de los terribles acontecimientos que en seguida sobrevinieron.

No quiero dejarme arrastrar por el deseo de comentar tan trágico contraste, en el que, si bien todos los mexicanos tuvimos una parte de responsabilidad, muy distinto papel representaron sin embargo, desde el punto de vista de la conciencia de hombres públicos, los que sostenían y perfeccionaban el orden social establecido, y aquellos que a título de renovadores, primero, y de revolucionarios, después, no hicieron más que obra de destrucción de todo lo que existía, sin miramiento alguno a las tradiciones, ni al espíritu de justicia, ni a las verdaderas conveniencias de un pueblo que carece de ilustración y de la mentalidad indispensables para asimilarse las ideas democráticas y socialistas modernas llevadas al mayor grado de exageración.

Tal estudio saldría del cuadro dentro del cual me propuse escribir estos apuntes; y por tanto, continuo la relación de los sucesos en que me vi envuelto, partiendo del punto en que la dejé al cerrar la primera parte del trabajo.

A mi llegada a París me encontré con una situación financiera poco satisfactoria a consecuencia de ciertas grandes operaciones de crédito que ejercieron igual influencia sobre todos los mercados europeos. Nuestro títulos del 4%, recientemente emitidos para efectuar la conversión de los del 5% de 1899, no habían sido absorbidos por el público en su totalidad, sino que parte de ellos se hallaban todavía en manos del sindicato de banqueros que los tomó en firme, y estos no se encontraban naturalmente en condiciones favorables para comprar del Gobierno la otra mitad del empréstito de 1910. La estación estaba además demasiado adelantada, y de mutuo acuerdo quedaron aplazadas las negociaciones hasta fines de septiembre, o principios de octubre, época en que comienza de nuevo, después de las vacaciones de verano, la actividad de las operaciones bursátiles.

Pasaron esos dos meses, y por desgracia el mercado de valores no mejoró lo suficiente para que el sindicato realizara los títulos comprados al Gobierno, circunstancia que determinó más bien una pequeña baja en el precio de éstos.

Los banqueros se manifestaron renuentes, como era natural, a comprar la otra mitad del empréstito al mismo precio que pagaron en abril, pero importando la rebaja que pedían más de la mitad de la utilidad que la operación hubiera dejado al Gobierno, no quisimos pasar por dicha rebaja y preferimos esperar un poco de tiempo más.

Fue tal vez un error, y si digo tal vez, es porque dejando una utilidad aun así reducida, la conversión total de nuestra Deuda del 5% en la del 4%, ese beneficio, si bien pequeño, habría quizás compensado la desventaja de dejar pendiente por tiempo indefinido la mitad de la operación, como ha sucedido desgraciadamente.

Durante mi estancia en París, demasiado prolongada por la razón que acabo de exponer, y por las peripecias angustiosas de la salud de mi señora, me llegaron de México informes fidedignos pintándome la situación política cada día más confusa y comprometida. El Presidente, acosado por la oposición que le echaba en cara de mala fe el que se hubiera dejado dominar por los científicos, multiplicaba sus esfuerzos para demostrar, por medio de declaraciones y de actos inequívocos, que los tan mentados científicos no ejercían sobre él la menor influencia, cosa que produjo una recrudescencia muy vigorosa de la guerra sin cuartel que se les hacía a todos los motejados con ese nombre, de donde resultó que el Gobierno fue perdiendo, con el desaliento de estos últimos, uno de sus más leales y firmes apoyos, sin adquirir, en cambio, el de ninguno de los partidos o grupos que lo estaban atacando.

Mas no sólo por ese rumbo se cubría el horizonte. Bajo el manto lujoso y brillante de una celebración sin igual del Centenario del Grito de Independencia, se disimulaban la agitación y la inquietud de los que conocían el estado de ánimo y los propósitos de los descontentos, ambiciosos y desequilibrados, cuyo número y atrevimiento crecían rápidamente. Ya no cabía duda; la crisis era inminente, no tardaría en estallar, a menos que el Presidente, valiéndose de su inmenso prestigio, y poniendo en juego sus dotes incomparables de conductor de hombres, inaugurara nuevos métodos de Gobierno, admitiera el concurso de nuevos elementos, y orientara su política por nuevas direcciones, todo lo cual con el más firme propósito de constituir un gran partido nacional, amplio pero homogéneo y vigoroso, sobre el que pudieran descansar los gobiernos futuros.

¿Serían esas las intenciones del general Díaz para cuando concluyeran las suntuosas solemnidades de septiembre?

Es permitido ponerlo en duda si se reflexiona sobre su actitud respecto a los científicos, y su sorprendente inacción política en otras líneas. Me lo confirma además la dirección general que tomaban las cosas cuando salí de México, y que me sirvió de explicación de lo que pasó después.

Al despedirme de él insistió mucho el Presidente en que estuviera yo de regreso antes del primero de diciembre, fecha de la toma de posesión de su cargo para el período de 1910-1916, y yo le ofrecí hacer lo posible para complacerlo si lograba los objetos de mi viaje; pero con razón dice el proverbio que el hombre propone y Dios dispone, pues el caso fue [que] no obstante mi empeño en arreglar todo para embarcarme en noviembre, diversas causas de orden público y privado se opusieron a mi retorno a México para la fecha indicada.

Fácilmente se comprenderá la situación penosa en que me puso la necesidad de justificar mi demora al Presidente y a los amigos que me llamaban con ansiedad, siendo de ellas las más importantes las malas condiciones de la Bolsa, empeoradas algún tanto por las noticias inquietantes que comenzaron a llegar de México, y la oposición de los médicos a que mi señora y yo nos pusiéramos en camino en aquellos momentos.

En las cartas y cablegramas que se reproducen, se reflejan las vacilaciones y congojas en que me vi, por la insistencia del Presidente en que estuviese a su lado el primero de diciembre. También se encontrarán en esas cartas mis impresiones e ideas sobre el cambio de política con que debía inaugurarse el nuevo período. Nótese la reserva absoluta guardada por el Presidente tocante a esas impresiones y esas ideas que le expuse con firmeza y extensión en mi carta de 26 de octubre.

¿No es esto un indicio elocuente de su falta de conformidad con ellas, y tal vez también, de su propósito de no substituir más que uno o dos Ministros sin cambiar fundamentalmente de línea de conducta en su política? ¿No es esto un indicio elocuente de su falta de conformidad con ellas, y tal vez también, de su propósito de no substituir más que uno o dos Ministros sin cambiar fundamentalmente de línea de conducta en su política?


París, octubre 26 de 1910.
Señor Gral. don Porfirio Díaz.
Presidente de la República.
México.

Señor de toda mi estimación y respeto:

Ha llegado el momento de dar a usted cuenta del resultado de mi viaje, en lo concerniente al objeto que perseguí al emprenderlo, y de exponer a usted los motivos de la determinación que las circunstancias me obligaron a tomar ... (Siguen unos párrafos en que se exponen minuciosamente las opiniones de los grandes médicos de París sobre la salud de la señora de Limantour, y las diversas soluciones posibles de tomar).

No me quedaba, por lo mismo, más solucióñ que la de permanecer aquí hasta la primavera próxima; y como esto modifica el plan que expuse a usted antes de mi salida de México en relación con la política y con los trabajos de la Secretaría de Hacienda, me voy a permitir expresar aquí algunas consideraciones que creo pertinentes.

La razón principal para que yo regresase en el mes de noviembre, descansa en la conveniencia de hallarme en México el día en que termina el periodo presidencial. Ignoro, es cierto, los propósitos que usted tenga sobre la composición del Gabinete a partir del primero de diciembre, así como sobre la orientación que convenga dar en lo sucesivo a la política general del país; mas es evidente que tanto para una cosa como para otra tiene poca importancia mi presencia en México, dado el alejamiento de los asuntos propiamente políticos en que me he mantenido, hasta donde ha sido posible, en estos últimos tiempos, y dada también la práctica seguida por usted, ahora más [que] antes, de manejar solo el timón de la política. Además, ya conoce usted mis ideas sobre la necesidad de constituir un partido de Gobierno fuerte, sano y amplio, capaz de resistir con éxito los empujes de tantos inquietos y ambiciosos que quieren asaltar los puestos públicos, así como también sobre la conveniencia de renovar prudentemente, pero con marcada resolución, el alto personal político y administrativo federal, y especialmente el local, abriendo las puertas, no a los que notoriamente quieren pescar en río revuelto, sino a las gentes que hayan acreditado tener un pasado limpio y sanas intenciones. A esto nada tengo que agregar por ahora más que la expresión del deseo cada día más vivo de que se consolide más y más el círculo de los verdaderos amigos de usted, que son a la vez los defensores de los legítimos intereses nacionales, y de que no se den alientos a los que, valiéndose de la intriga y de la falsedad, pretenden solamente dividir para reinar.

Estando en México no podría yo decirle a usted otra cosa, y tal vez los ataques diarios (cuyos instigadores que conocemos muy bien usted y yo, pretenden ¡oh insensatos!, presentarle a usted ante el mundo entero como un maniquí movido por los científicos), llegaran a la larga a hacer mella en la coraza de nuestra indiferencia y de nuestro desprecio hacia ellos, obligándonos a contestar dichos ataques.

Viendo, pues, las cosas por ese lado, ninguna ventaja positiva se obtendría con que me hallase al lado de usted en diciembre; y por lo que se refiere a las modificaciones que tal vez tenga usted la intención de hacer en el personal del Gabinete, la renuncia que enviaré de mi cargo poco más o menos en los mismos días en que mis colegas presenten la suya, según la costumbre establecida, le proporcionará a usted la oportunidad más natural de hacer los cambios que crea necesarios.

En lo que a mí toca, juzgo inútil expresar aquí mi conformidad anticipada con la resolución de usted, cualquiera que sea; y sólo me permito recordarle, para el caso de que no tuviese a bien aceptar mi renuncia en diciembre, que mi propósito de volver a la vida privada es ya antiguo, y que únicamente se ha venido aplazando la realización de mis deseos por circunstancias de carácter particular unas veces y de índole política en otras, circunstancias que por fortuna ya no existen, al menos en grado agudo.

Por esta razón, de continuar en la Secretaría de Hacienda sólo podría ser por algunos meses, el tiempo indispensable para preparar el cambio con toda la prudencia necesaria.

Mi permanencia en Europa hasta la primavera próxima será, por otra parte, muy provechosa para llevar completamente a cabo la conversión de nuestra deuda de 1899, cosa que debe tener para nosotros bastante importancia, principalmente desde el punto de vista del efecto que cause en el público esta magna operación.

Por más esfuerzos que he estado haciendo para que los banqueros levanten la opción de la otra mitad del Empréstito, no ha sido posible conseguirlo, porque las condiciones de los mercados han ido modificándose desfavorablemente por la escasez del dinero, la pérdida de las cosechas en Francia y la abundancia de valores de primer orden que se han estado ofreciendo al público en estos últimos tiempos ...

De usted siempre adicto S. S. y amigo.

J. Y. Limantour.




Chapultepec, noviembre 14 de 1910.
Señor Lic. José Yves Limantour.
París.

Muy querido compadre y amigo:

Con gran pena hemos visto mi familia y yo, el informe que me da usted de la salud de su apreciable señora en carta de 26 del próximo pasado octubre, pues aunque conocíamos sus penas en lo general, no teníamos los detalles; y fundados en la opinión de Gutiérrez, no le atribuíamos la gravedad que le dan los médicos europeos, y por el contrario, suponíamos su curación próxima a terminar con la felicidad que le deseamos.

Siento mucho que de los tres caminos a que lo reduce la situación, haya usted preferido el que priva temporalmente a la Patria de sus importantes servicios; pero comprendo que en cualquiera de los otros dos, no podría usted cumplir los deberes que le obligan a una esposa tan digna de todo sacrificio.

Deseo y espero que las nuevas noticias que me dé usted de la salud de su apreciable señora, sean tan favorables, que le permitan trabajar, como usted sabe hacerlo para lograr la conversión total, y que al terminar el período, o con poca diferencia, el adelanto de la curación o su término feliz, nos permita la continuación de usted en el Gabinete, aunque no sea por todo el período.

Con mis respetos a Mary y mis más cordiales votos por su salud, me repito su compadre y sincero amigo.

Porfirio Díaz.


Desde que el Presidente llegó a persuadirse que nuestro desacuerdo en varios puntos importantes de la gestión gubernamental podía dar por resultado mi separación del Gabinete, adoptó la táctica de no hablar conmigo de dichos puntos, e insensiblemente fue extendiendo su reserva a las cuestiones políticas en general, esmerándose en cambio, en manifestarme su afecto por medio de atenciones personales de todo género.

La razón de ser de esa táctica es obvia: no quería renunciar a mi cooperación, la que seguía juzgando útil, no tanto seguramente por lo que podían valer por sí mismos mis servicios, como por el efecto moral que temía produjese mi separación intempestiva de la Secretaría de Hacienda. Sin duda alguna también, que cualesquiera que fuesen nuestras divergencias de opinión, se reflejaba sinceramente en esas cariñosas manifestaciones la simpatía que me profesó toda la vida y que he apreciado en tan alto grado.

Pero cuando perdió la esperanza de verme en México para el primero de diciembre, ya no pudo contener su disgusto, como lo atestiguam los documentos publicados a continuación, sin ser exacto que llegara hasta ordenar que se me admitiera, según erróneamente lo afirma un publicista, la renuncia que presente, como todos mis colegas del gabinete, días antes de la mencionada fecha.

Lejo de obrar así, le dijo a Nuñez, según puede verse en el cablegrama que este amigo me envió el 16 de noviembre, que quedaría yo en el nuevo ministerio y disfrutaria de licencia hasta mi regreso, y además por el cablegrama del 28 del mismo mes, antevíspera del nuevo periodo presidencial, se me confirmó la noticia diciéndome en términos muy halagadores para mi, que el presidente había ordenado que mi renuncia no fuese admitida. Supe después que una mala interpretación de las palabras con que el presidente manifestó su contrariedad a una persona que aludio a mi renuncia, fue el origen de la versión a que antes refiero.


París, octubre 27 de 1910.
Señor Lic. don Roberto Núñez.
México.

... El llamamiento que usted me hace, y el deseo que manifiesta de que regrese yo cuanto antes al país están seguramente fundados en muy serias consideraciones cuyo alcance e importancia no se me ocultan. Me parece, sin embargo, que la idea que se ha formado usted sobre la influencia que pueda yo ejercer en el desarrollo de los acontecimientos políticos, si no del todo errónea, sí es evidentemente exagerada, y al expresarme así hago una concesión respecto de lo que estoy convencido que sucedería, pues si mi intervención en los asuntos de actualidad política no diera, como es de temerse, ningún resultado favorable, no me quedaría otra cosa más que salir con cierto estrépito del Ministerio, lo que quiero evitar a toda costa por la resonancia perjudicial que esto pudiera tener en el país.

Ni Limantour, ni San Limantour harán variar ya al señor Presidente en sus ideas y tendencias.

Piense usted las cosas con la mayor tranquilidad de espíritu posible, y verá que nada se gana con mi presencia allá el primero de diciembre.

Aún en lo que se refiere a la cartera de Justicia sería inútil mi intervención. El Presidente ya debe tener su candidato que seguramente no será del círculo de nuestros amigos íntimos, pero que me atrevo a esperar no sea tampoco un adversario.

No me extrañaría que ese candidato fuese Sodi y si esto es así o se trata de otra persona que tenga cualidades análogas a las de Sodi y carezca de color político, creo que debemos de felicitarnos, porque nosotros no podemos querer ni hemos querido nunca monopolizar los puestos públicos, sino evitar que los ocupen gentes que aprovechen de ellos para fines exclusivamente personales.

Recordará usted cuantas veces me he lamentado de que algunos de nuestros amigos sean algo exclusivistas, y ya conoce usted bien mis ideas de reforzar lo más posible el partido del Gobierno, reclutando en todo el país gente que tenga honradez y verdadero patriotismo.

Por lo tanto, acallando mis preferencias por tal o cual persona, aplaudiría gustoso cualquier nombramiento que hiciese el Presidente semejante al que aludo, y con más razón si recae en el mismo individuo.

Ruego a usted que hable con Corral sobre estos asuntos y le diga en mi nombre lo que digo a usted y al señor Presidente para explicar mi determinación. Unos cuantos meses se pasan pronto, y durante ese intervalo habremos visto si en los comiensos del nuevo periodo presidencial el horizonte toma un aspecto más risueño, o si, por el contrario, los acontecimientos nos hacen perder toda esperanza de cambio favorable. En este último caso habrá llegado el momento de tomar todos nosotros, o cada cual por su lado, una resolución definitiva ...

J. Y. Limantour.




México, noviembre 2 de 1910.
(Cablegrama)
Señor Ministro de Hacienda.
París.

Presidente profundamente disgustado al conocer telegrama de usted. Me dijo que si usted no viene también él pedirá licencia y que le sorprende mucho que en los momentos solemnes en que va a tomar posesión nuevamente del Gobierno sus amigos lo abandonen. No puede conformarse con que usted no esté aquí el 1° de diciembre y espera que acatando sus deseos se embarque usted noviembre 12 o antes si es posible, aunque vuelva usted a esa pocos días después de la inauguración del nuevo Gobierno. Saludos afectuosos.

Núñez.




París, noviembre 4 de 1910.
(Cablegrama)
Subsecretario de Hacienda.
México.

Su telegrama de noviembre 2 llegó retardado por error de trasmisión. No comprendo importancia que Presidente da a mi presencia en México diciembre primero, cuando solo trátase de asistir a formalidades de inauguración nuevo periodo. Tampoco me explico necesidad viaje inmediato solo por estar en México algunos días, exponiendo salud de mi señora a graves e irreparables trastornos, bien sea por regreso festinado o por aflicción que le causara mi ausencia. Si existen razones poderosas que yo ignoro para hacer ese sacrificio, desearia conocerlas. Confio en que al imponerse contenido mi carta octubre 26, presidente considerará justificado mi propósito de permanecer aquí algún tiempo más, lo que por otra parte favorecerá conclusión operación conversión, y tengo esperanzas que cese su disgusto que mucho siento habrle causado.

J. Y. Limantour.




México, noviembre 16 de 1910
(Cablegrama)
Señor Ministro de Hacienda.
París.

Mandé sábado al presidente su carta de26 de octubre. Lunes me dijo remitía por mi conducto contestación a usted que no recibo aún. Que no le admitirá renuncia sino que quedará usted como Ministro con licencia, esperando regresará usted tan pronto como arregle dificultades presentadas asunto empréstito. Que me ocupara yo desde luego Presupuestos y que guardara absoluta reserva sobre no venida de usted. En mi opinión íntima no habrá cambio en el gobierno; pero dado lo que usted me dice en su carta octubre 27, ¿cree usted conveniente que diga yo al presidente ideas amplias de usted sobre renovación, simpre que nuevos nombramientos recaigan en personas sin marca color político, como Sodi u otras semejantes?

Núñez.




París, noviembre 17 de 1910.
(Cablegrama)
Subsecretaria de Hacienda.
México.

Refiérome su telegrama de ayer. No creo conveniente tome usted iniciativa, pero si conversación con presidente rueda sobre esa cuestión puede usted retificarle mis ideas sobre renovación personal y constitución partido gobiernista fuerte y homogéneo. Saludos afectuosos.

Limantour.




París, noviembre 21 de 1910.
Señor Lic. don Roberto Nuñez.
México.

... Por más que al salir de México hiciera yo la salvedad de la salud de mi señora cuando hablaba de mi regreso para el mes de noviembre, no me imaginé que los médicos fueran tan afirmativos tocante a los inconvenientes y peligros de ese regreso; y aunque en el curso de los diversos tratamientos a que ha venido sometiéndose comenzaron a surgir los obstáculos, no me detuve sin embargo en el desarrollo de mi programa primitivo, y fuí preparando las cosas para embarcarme el 12 de noviembre. Cuando hube de tomar en definitiva una determnación, la crisis fue terrible y vuelvo a repetir que en medio de esa tempestad de sentimientos y de razones tuve en todo tiempo presente el recuerdo de usted querido Roberto, y también el de Corral, a quien creo afectará bastante mi ausencia en estos momentos. No me ha sorprendido, pues, lo que usted me dice a este respecto, y no me cabe otra cosa más que lamentar de todo corazón que las circunstancias nos hayan puesto en tan ma predicamente.

En lo que no opino, con franqueza, como usted, es en la trascendencia que pueda tener mi retardo en llegar al país, y persisto en creer, ahora más que nunca, que lejos de cambiar favorablemente las cosas, mi regreso inmediato nos habría quizá puesto en una situación más enojosa y tal vez violenta. No se haga usted ilusiones sobre la influencia que pueda yo ejercer en el ánimo del señor Presidente para que escoja tal o cual consejero, o para que deje de hacer lo que convenga a su política personal. No olvide usted lo que ha estado pasando constantemente en estos dos últimos años, y menos todavía; las circunstancias que precedieron y acompañaron la candidatúra Dehesa, las elecciones de Diputados y de Magistrados, así como las locales de los Estados. De haberse querido contar con mi opinión se me habría consultado, como era la costumbre antes, no obstante mi actitud reservada, y en lugar de eso se ha estado haciendo todo lo contrario de lo que yo he preconizado y sostenido hasta con calor. ¿A qué responde, pues, el deseo de que me encuentre yo en México el 1° de diciembre? ¿A un cambio de conducta? Evidentemente que no, puesto que hasta los hechos de última hora nos revelan lo contrario. Hay que buscar entonces otra explicación, y ninguna de las que hallo me satisfacen, pareciéndome unas futiles y otras poco justificadas.

Que la gente haga comentarios al ver que no estoy en México el 1° de diciembre, no es cosa que deba preocuparnos, porque los haría tal vez peores si regresase yo precipitadamente; y digo precipitadamente, porque es bien sabido que la conversión no está terminada y que en todos mis viajes anteriores mi ausencia ha durado siete meses, cuando ahora apenas llevo cuatro de estar fuera de mi país. Que la elección de nuevos Ministros y de algunos altos funcionarios recaiga sobre personas que no sean de nuestro Círculo, es también un temor que mi presencia no desvanecería por las razones que le he dado a usted en otra carta y que me parece difícil que puedan destruirse. No; créalo usted, la situación no habría cambiado, y mi apresuramiento en acudir al deseo manifiesto por el Presidente en un momento de enfado, no habría contribuido a dar mayor peso a mis opiniones ni a mis consejos; lo contrario es lo más probable ...

J. Y. Limantour.


Llegaron a Europa las noticias de los acontecimientos de Puebla de fines de noviembre, y poco tiempo después las de Chihuahua, Yucatán y otras partes de la República.

La revolución había estallado. El sólido bloc de nuestro crédito nacional se resintió en el acto, a pesar de los informes tranquilizadores que el Presidente y varios colegas del Gabinete me telegrafiaban y que yo trasmitía a la prensa con todo el empeño que da la convicción de que se habían desnaturalizado los hechos causantes de la alarma. Todo fue inútil; no era ya posible, por diciembre, realizar la segunda parte de la conversión. Seguí sin embargo luchando hasta perder la última esperanza y consagré mis esfuerzos a mitigar por todos los medios que estaban a mi alcance, los desfavorables efectos de la propaganda de los revoltosos que los periódicos y agencias de los Estados Unidos favorecían con todo el peso de su inmensa influencia. Al mismo tiempo me ocupé en proporcionar cartuchos al Ejército en fuertes cantidades, según las órdenes que recibí del Presidente, y en contrarrestar las gestiones que hacían los revolucionarios en Europa para sostener su causa, y conseguir fondos.

Las noticias que recibía, relativas a ciertas medidas tomadas por el Gobierno, me pusieron intranquilo, dejándome la impresión de que los servicios puestos en acción para reducir al orden a los sublevados eran deficientes. Me parecía que ni se desplegaban en cierta línea todos los elementos de fuerza de que disponía el Gobierno, ni se obraba, en el terreno político, con la prudencia y el tacto necesarios.

En los párrafos de mi correspondencia, transcritos, se observará esa preocupación mía, y el temor de que se estuviera dando palos de ciego en un medio social tan revuelto como el que se formó en la República en las últimas semanas de 1910, y mayormente en los meses siguientes.

Disolver clubs, sociedades o partidos, perseguir a sus miembros, porque conspiran contra la tranquilidad pública son medidas que no sólo se explican, sino que se considera como un deber de gobierno el tomarlas; pero hostilizar personas, y privarlas de libertad y hasta de sus bienes, por la única razón de que, sin que existan pruebas de su complicidad con los revoltosos, son amigos o parientes de alguno de ellos, o simpatizan con las promesas de los llamados regeneradores, equivale a precipitar a esas personas en la catarata de odios y rencores políticos que pronto las conduce a las filas revolucionarias.

Muchos errores de esta clase se cometieron, particularmente en los Estados, cuando al mismo tiempo se daban, por otro lado, pruebas de notoria debilidad. Ya se verá más adelante el desconcierto que esta conducta incoherente introdujo en los elementos constitutivos de la Administración Federal y de los locales, y aún en la opinión pública general que es la base indispensable de todo edificio gubernamental.

Pasaron los meses de enero y febrero de 1911, y la ola revolucionaria engrosaba y se extendía por todas partes. Esto trazó definitivamente mi camino. El deber me llamaba a México, a tomar participación en la defensa del orden y de la Legalidad, y a compartir los riesgos y responsabilidades del hombre que personificaba la Administración que estaba yo sirviendo desde tantos años. Apenas me levanté de una penosa enfermedad y hubo alguna mejoría en la salud de mi señora, me embarqué en Cherbourg para los Estados Unidos por ser la vía más rápida para regresar a la Patria.

Como documento que puede servir para darse cuenta del estado de mi ánimo al emprender la marcha, así como para arrojar alguna luz sobre la situación, según las impresiones de un amigo fiel que hablaba todos los días con el Presidente, y que estaba muy al tanto de las interioridades de la política, se publica (Junto a otros documentos epistolares. Precisión de Chantal López y Omar Cortés), y para cerrar el presente capítulo, una carta confidencial que el Sub-secretario de Hacienda, el licenciado Roberto Núñez, me dirigió a Nueva York al saber que me había yo embarcado para ese puerto.


México, noviembre 28 de 1910.
(Cablegrama)
Señor Ministro de Hacienda.
París.

Acabo de recibir su carta de noviembre 13 y renuncia. Inmediatamente llevéla al señor Presidente, quien se mostró satisfecho términos en que viene. Desde anoche había ordenado no fuera admitida, porque dice, entre otras cosas, que si alguna vez han de separarse ustedes, quiere nunca sea causa suya y todo quede por usted. Hoy o mañana recibirá usted carta Presidente.

Núñez.




México, enero 17 de 1911.
(Cablegrama)
Señor Ministro de Hacienda.
París.

Encárgame Enrique Creel diga a usted que aunque situación Chihuahua es aparentemente bonancible, cree está peor que antes por cooperar a revolución personas de cierto viso como Venustiano Carranza y Alberto Guajardo, reyistas conocidos de quienes usted se acordará sin duda, uno ex candidato al Gobierno Coahuila, otro Jefe Político uno de los Distritos Coahuila tiempo Cárdenas. Saludos afectuosos.

Núñez.




París, enero 17 de 1911.
Señor Líc. don Roberto Núñez.
México.

... Me alegro que no haya resultado confirmada la entrevista de Rodolfo Reyes con el reporter de La Lucha de la Habana. El General recibió una carta de su hijo, quien le dice haber hablado con el señor Presidente y haber tenido con él una conversación, en términos muy generales que puede calificarse de satisfactoria. No es que dé yo a estos hechos una gran significación, ni menos todavía que base yo sobre ellos toda una política nueva; pero estoy cada día más firmemente convencido de que nosotros y nuestros amigos debemos abstenernos de todo aquello que haga más honda la división y agrie más los ánimos. Si algún recurso cabe intentar para salvar al país de tantos males como lo amenazan, sólo puede hacerse arrojando bálsamo sobre las heridas antiguas y guardándose de abrir otras nuevas. Un supremo esfuerzo de unión, o, cuando menos, de tolerancia con aquellos que, estando separados de nosotros, no han tomado sin embargo participación activa en los movimientos sediciosos, es, a mi juicio, la condición sine qua non para buscar la manera de asegurar la paz y neutralizar los fermentos de desorden. Será esto tal vez un candor de mi parte, pero nadie me demostrará que llevando las cosas exclusivamente a sangre y fuego se tendrían más probabilidades de éxito. No propongo que confiemos en nuestros adversarios, mucho menos en los que han dado ya pruebas de deslealtad, pero esto no implica que se procure encontrar un modus vivendi que quizá a la larga nos conduzca a alguna solución aceptable . . .

J. Y. Limantour.




París, enero 26 de 1911.
Señor Líc. don Roberto Núñoz.
México.

... Mucho me alarmó el telegrama que por encargo de Creel me dirigió usted días pasados, poniéndome al tanto de algunas de las personalidades que favorecen la revolución, porque complicidades como esas pueden llegar pronto a dar a los movimientos sediciosos. cierto prestigio, y demuestran a la vez que el mal cunde, invadiendo poco a poco las esferas sociales que deberían ser el baluarte inexpugnable de la paz y del orden. Quiero creer, a pesar de la respuesta de usted que la participación de esas personas ha sido en pequeña escala y no muy activa; pero de todos modos se confirma en mí la convicción de que debemos hacer un esfuerzo sobrehumano para evitar que continúen las defecciones y que se afirmen en su hostilidad contra el Gobierno algunas gentes que tal vez han hecho causa común con los revoltosos solo por antipatía individual o por el temor de ser molestados en sus personas e intereses.

El dilema que se le presenta al Gobierno a cada paso es el de obrar con toda severidad o cerrar los ojos, bien sea conformándose con promesas más o menos realizables o haciendo concesiones. Ninguno de los dos miembros de la alternativa puede adoptarse como línea fija de conducta, sino que en cada caso habrá que estirar o aflojar, según las circunstancias. Yo quisiera prevenir en cuanto posible que aumente el descontento anticipándonos a las exigencias probables de algunos que quizá más tarde no sean admisibles, y cuidando de no dar pasos que impulsen a los vacilantes a engrosar las filas enemigas.

Por una coincidencia curiosa recibí, al día siguiente de haberle puesto a usted un telegrama preguntándole lo que había pasado con los Madero, una carta muy larga de don Evaristo y otra también bastante extensa del licenciado Rafael Hernández, en las que me cuentan los mismos incidentes que usted me relata en su contestación, y otros muchos episodios que ellos exponen a su modo, presentándose como víctimas de los encarnizados enemigos que tienen en México y logran hacerse escuchar del señor Presidente. Los autores de esas cartas condenan con mucha energía lo que llaman las locuras de Francisco I. y protestan vehementemente su inocencia en los delitos de complicidad que se les atribuyen. Se quejan amargamente de las medidas que contra sus intereses ha tomado el Gobierno, y concluyen asegurando que de no ponerse pronto remedio a esa persecución, tendrán que quedar en la ruina y salir del país todos los miembros de la familia . .. De cualquiera manera que sea, es inconcuso que la situación en extremo delicada en que nos encontramos exige de parte del Gobierno una prudencia y un tacto grandísimos, para no parecer débiles, y al mismo tiempo para no crear más desafectos ...

J. Y. Limantour.




México 2 de marzo de 1911.
Señor Lic. don José Yves Limantour.
Nueva York.

... Me dijo usted en uno de sus últimos telegramas y me dijo usted bien, que muy pocos serían los que comprendieran el gran sacrificio de usted de regresar en estas condiciones a México; pero bien puede usted estar seguro de que entre esos muy pocos estoy yo, y tanto más lo estoy, cuanto que la correspondencia íntima que hemos sostenido, en que se ha servido usted darme a conocer todos sus pensamientos respecto de la situación política actual y por otra parte, la manera como yo veo que se desarrolla aquí esa política, me hacen comprender que hay un abismo tal de diferencia de opiniones entre el señor Presidente y usted que todo cuanto él dice de cambios de personas y de programa, lo conceptuo enteramente inexacto, hasta el grado de que, como manifesté a usted en uno de mis telegramas más recientes, he llegado a creer que al insistir en que venga usted se trata solo de que soporte usted toda la labor, toda la responsabilidad y todo el desprestigio que actualmente pesa sobre el Gobierno, en vez de que esté usted en Europa, como ellos creen, paseándose y divirtiéndose; y que no es sincera la razón que dan de que regresa usted para cambiar el programa de Gobierno, modificar todos los males existentes, substituir al desprestigiadísimo personal elevado del Gobierno, a quien ya no soporta el país, y de que, en fin, trae usted una varita de virtud para convertir un país sumido actualmente en los horrores de una revolución, en aquella nación próspera y feliz que antes era México, en que la política se dejaba a un lado y todo el mundo solo se ocupaba de trabajar y de buscar sus comodidades; y que todo eso lo realizará usted mediante el apoyo resuelto e incondicional del Jefe del Estado.

Pero los que son suspicaces y desconfiados como yo, comprenden que si tales buenas intenciones existieran, ya se habrían realizado esos portentosos acontecimientos, precisamente por estar usted ausente, para que así se viera que no eran debidos a usted, sino a otra persona superior a usted y la que se vería obraba libre de toda coacción científica.

Además los vientos que corren están muy lejos de venir del lado científico, y esto tendrá usted ocasión de verificarlo en muy breve tiempo. ¿Será posible que llegue a haber concordancia entre las ideas de usted y las del señor Presidente, moviéndose ambos en círculos tan distintos?

Yo conozco como nadie la amplitud de ideas de usted y puede usted estar persuadido, aunque le digan cualquier cosa en contrario, que a nadie como a mí repugna la oligarquía y el exclusivismo, porque he creído siempre que el secreto con que el Presidente ha podido antes de ahora gobernar con éxito la República, obtener tantas ovaciones y gozar de tanta popularidad no ha sido otro que ser Jefe de la Nación Mexicana y no de un grupo o de una bandería, y quizá el señor Presidente ha llevado esta política hasta la exageración, cuando hasta los granujas, aquellos que los hombres honrados vemos con el más alto desprecio, han podido tener cabida en su administración y no ha habido Ministerio, Cámara o cualquier otro Cuerpo respetable o empleo público, al que no hayan creído tener derecho de asaltar y algunas veces lo hayan conseguido. Ya ve usted, pues, cuán lejos estoy de ser exclusivista y, por lo mismo, con qué convicción participaré de las ideas de usted a este respecto; pero de ahí a que se codee usted en el Gabinete con sus enemigos o que se hagan otras indignidades por el estilo, hay una distancia inmensa y esta es la que creo que no salvará usted nunca. Por otra parte, tampoco creo que el Presidente se adhiera a las oposiciones de usted sin vacilaciones ni reticencias y que si lo hace sea con la oportunidad debida, que a decir verdad no admite aplazamientos ni chicos ni grandes.

Teniendo en cuenta lo anterior, bien puedo comprender el sacrificio de usted al venir a su país, quizá a no realizar nada útil a pesar de estar usted nutrido de buenas ideas y de mejores propósitos; pero ya hemos caminado mucho en el sendero del mal, estamos ya en un punto del plano inclinado en que la pendiente nos conducirá al abismo, y probablemente no tendremos los mexicanos, ni el deseo, ni el patriotismo, ni ninguna de esas cualidades superiores que es necesario poner en juego cuando se trata de la salvación del país. Ojalá y que me equivoque ...

Roberto Núñez.


Antes de comenzar a dar cuenta de cosas ocurridas después de mi salida del Viejo Continente, referiré en pocas palabras ciertos incidentes de mis relaciones en París con el general Bernardo Reyes, que no están desprovistos de interés.

Al regresar de las maniobras del ejército francés que tuvieron lugar en Picardía a mediados de octubre de 1910, me escribió el General una carta lamentándose de no haber logrado verme hasta entonces a pesar de las diversas tentativas que había hecho, y en la que, sabiendo que estaba yo bastante aliviado de las contusiones que recibí en un accidente de automóvil, se expresa en los siguientes términos:

Tan luego como estuve mejorado de mi vista, quise saludarle, y este fue el miércoles de la semana anterior (día 12); pero no se hallaba usted en su alojamiento, y supliqué allí que se le entregara mi tarjeta.

Ha pasado una semana de esto, en la que he esperado alguna correspondencia de parte de usted, conocida como me es su extremada fineza, y dadas las atenciones que siempre me ha dispensado; mas no ha habido ninguna significación de su parte, y esto me ha hecho suponer que debe usted tener ahora inconveniente en que nos veamos, del cual inconveniente de existir, sin que yo trate de inquirir cuál sea, sabré respetar la reserva; pero sea como fuere, yo he querido expresar a usted lo anterior, porque, no por falta de explicación de mi parte, han de quedar rotas las relaciones de una amistad que basada en recíproca estimación, según mi concepto, no habían podido acabar las más penosas circunstancias originadas por extraños, y de la que yo he tenido muestras antes, y en la situación difícil en que últimamente me he encontrado. Creo por eso cumplir un deber con dirigirle esta carta que no exige contestación, pues al no tenerla comprenderé que existe el inconveniente que he supuesto para que no continúen nuestras relaciones, lo cual, como es natural, y especialmente en el estado de susceptibilidad en que me hallo por las condiciones en que estoy y que usted conoce perfectamente, he querido precisar para conservarme en el punto que me corresponde, y no aparecer inoportuno.

He citado textualmente las palabras anteriores porque restablecen la verdad adulterada con fines diversos por adversarios y por amigos. Estos últimos se alarmaron mucho en México cuando supieron que el general Reyes y yo nos habíamos puesto de nuevo en contacto en Francia, y pronto corrieron las versiones más extravagantes en las que se me atribuyó hasta la iniciativa de la reanudación de relaciones intentada con el propósito deliberado de formar con el expresado General una verdadera liga política.

En cuanto a la iniciativa, acaba de verse lo que pasó; y por lo que toca a las razones que me indujeron a dar entrada a las tentativas de renuevo de nuestras relaciones -además de las que corren expuestas en varios lugares de los presentes apuntes, y especialmente en mis cartas a Núñez, del 17 y 26 de enero-, voy a reproducir en seguida un párrafo de otra carta mía al mismo amigo, de fecha 8 del propio mes, y que contesta las primeras quejas que me llegaron de los amigos de México. Este párrafo dice así:

La carta de usted del 20 de diciembre fue escrita evidentemente bajo la impresión que le comunicaron algunos de nuestros amigos, de que tal vez hubiese yo entrado en combinaciones políticas con el general Reyes y su hijo.

Puede usted tranquilizar a todo el mundo sobre ese punto, seguro de que no he procurado otra cosa más que suavizar las asperezas de mera forma en nuestras relaciones personales, y explorar el estado de ánimo de esos Señores. Creo, sí, con firmeza, que debemos hacer cuanto dependa de nosotros para no darles motivo ni pretexto alguno que puedan explotar en perjuicio nuestro, presentándonos como exclusivistas a outrance, hombres llenos de odios, insultadores públicos, y que absorben en beneficio propio todos los negocios y toda la vida de la Nación. Estoy más que nunca convencido de que debemos perdonar muchos males que se nos han hecho, que necesitamos admitir el concurso de cuantos puedan ser más o menos útiles al país, y que hay que cerrar los ojos sobre la procedencia y los antecedentes de muchas gentes para buscar un modus vivendi aceptable en nuestras relaciones con ellas. Si nuestros amigos no admiten ese programa, habrá que tocar a dispersos y dejar tranquilamente que salga el sol por Antequera.

Hechas las anteriores explicaciones, volvamos a las visitas del general Reyes. Según me dijo repetidas veces, insistió tanto en verme, por dos motivos: el primero, en tiempo aunque no, tal vez, en importancia, fue el deseo de leerme y someter a mis observaciones el trabajo que estaba escribiendo sobre la reorganización del Ejército, en cumplimiento de la misión que le fue encomendada por el Gobierno; y el segundo -que ha de haber sido el principal para él-, consistió en el empeño de que recibiera yo a su hijo Rodolfo que deseaba darme algunas explicaciones sobre su actitud pasada hacia mí y sus propósitos para el porvenir.

Después de cinco o seis visitas que me hizo el General, y en las que sólo hablamos de su trabajo, me hizo la súplica relativa a su hijo. Justo es decir que en la entrevista que le concedí días antes de que saliera para México al licenciado Reyes, éste me declaró en una forma correcta y digna, que al atacarme como lo había hecho desde 1902 se dejó arrastrar únicamente por las ilusiones de la juventud, que pronto se desvanecieron al tropezar con las tristes realidades de los acontecimientos posteriores, y que aleccionado por la experiencia se proponía trabajar de todo corazón, al volver a la Patria, y en cuanto se le creyera útil, para conjurar la terrible crisis que comenzaba a desencadenarse, a cuyo efecto deseaba que obtuviera yo del Presidente que escuchara sus explicaciones y ofrecimientos, con los que esperaba quitarle la natural prevención que suponía hallar en él. Esa entrevista tuvo lugar algunos días después de la llegada del licenciado Reyes a México, pero no produjo todos los buenos frutos que eran de desearse, por la impresión desagradable que, no obstante que fueron desmentidas, dejaron unas palabras que el reportero del periódico La Lucha de la Habana puso en boca del mencionado licenciado.

En mis últimas conversaciones con el General se fueron deslizando poco a poco temas políticos a pesar de las evasivas de que procuraba valerme para no hablar de esa clase de asuntos. Los puntos que más lo preocupaban eran la desconfianza del Presidente hacia él, la guerra que le hacían los científicos, y su regreso a México, y al tocar cada uno de dichos puntos llegó al fin a solicitar mi intervención para que cesaran o se mitigaran las contrariedades que por esos lados le amargaban, decía él, mucho la vida.

Hice, para complacerle, lo que me pareció procedente, y también procuré servirle en asuntos personales de tres o cuatro de sus amigos, siguiendo así la línea de conducta que acabo de exponer en las páginas anteriores. De las recomendaciones en favor de sus amigos, las que me hizo de don Venustiano Carranza y de [Alberto] Guajardo merecen mención especial, y de ellas hablaré con algunos detalles en capítulos posteriores por las interesantes consecuencias que tuvieron (No obstante lo aquí señalado por el señor Limantour, no vuelve a mencionarse nada al respecto en su libro, ignorando nosotros el por qué de ello. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

Índice de Apuntes de mi vida pública (1892-1911) de José Yves LimantourPRIMERA PARTE - CAPÍTULO UNDÉCIMOSEGUNDA PARTE - CAPÍTULO SEGUNDOBiblioteca Virtual Antorcha