Índice de Apuntes de mi vida pública (1892-1911) de José Yves LimantourPRIMERA PARTE - CAPÍTULO PIMEROPRIMERA PARTE - CAPÍTULO TERCEROBiblioteca Virtual Antorcha

Apuntes sobre mi vida pública
(1892 - 1911)

José Yves Limantour

PRIMERA PARTE

CAPÍTULO SEGUNDO

El presidente me propone la Oficialía Mayor de Hacienda


La narración que sigue, de las conversaciones que tuvo conmigo el Presidente, relativas a su deseo de llevarme a la Secretaría de Hacienda, es uno de tantos testimonios del tacto y de la habilidad con que él trataba las cuestiúnes personales, que en México quizá más que en otras partes, son delicadísimas por las susceptibilidades, los resentimientos, y hasta las enemistades a que dan origen.

Desde sus primeras palabras el general Díaz entró en materia, precisando los motivos que lo inducían a llevarme a su lado, y aludiendo también a mi situación y dotes personales en términos muy halagadores que no necesito referir. Me dijo que, a pesar de no haber yo desempeñado puestos públicos que constituyesen un verdadero escalón para llegar a ser Ministro de Hacienda, me habría confiado inmediatamente la cartera si no fuese por cierta circunstancia, al parecer fútil, pero que era de tal manera seria que le impedía hacerla así, por su vehemente deseo de evitar el menor disgusto a su compadre y amigo el general don Manuel González que se hallaba en un estado de salud extremadamente delicado. Según parece, con motivo de la conducta que observamos algunos diputados en uno o dos incidentes ocurridos en la Cámara, el expresado señor General -cuya gestión pública, mientras estuvo en la Presidéncia, dio lugar a tan severas censuras-, nos guardaba desde entonces bastante resentimiento, y no obstante que el mismo general Díaz le había explicado con todo empeño nuestra actitud en aquellos lances, subsistía tal desagrado en el ánimo del insigne enfermo que le habría causado gran daño el saber mi súbita elevación al puesto de Ministro.

Sea que este fuese el verdadero motivo, o que por prudencia no quisiera colocarme de un golpe en una situación que podía venirme grande, continuó diciéndome el Presidente que, para evitar todo razonamiento con su compadre, y presentar a la vez como más natural a los ojos del público mi entrada en la Secretaría de Hacienda, no habiendo yo figurado nunca en el personal del Gobierno, y siendo grave la situación gentral, creía él que podría alcanzarse ese doble resultado trayendo a don Matías Romero, nuestro representante diplomático en Washington, para desempeñar la Cartera de Hacienda por un poco de tiempo, y dejarme después el camino abierto para reemplazarlo cuando ya se hubiese acostumbrado todo el mundo a verme trabajar a su lado, con el carácter de Oficial Mayor, en la grande obra de reparación económica y hacendaria que era objeto de preocupación general.

Concluyó el general Díaz exhortándome a que aceptara el cargo de Oficial Mayor en las condiciones en que me lo ofrecía, por más que fuese poco satisfactorio para mí, dada la independencia en que mi situación personal me permitía vivir, y me prometió que al cabo de pocos meses acogería gusloso cualquiera oportunidad que, justificara el regreso de don Matías a Washington, para sustituirlo conmigo, para lo cual contaba ya con la buena disposición y el beneplácito de este amigo.

Las objeciones que me tomé la libertad de hacer al plan del Presidente las fundé, como era natural y debido, en mi inexperiencia como oficinista que nunca fui, en el temor de aceptar responsabilidades que, por la situación tan llena de peligros y dificultades, crecerían extraordinariamente, y por última, en la imposibilidad en que me hallaba, por las razones antedichas, de llevar un contingente de méritos y de prestigio personal para el buen éxito de la ardua labor que se necesitaba emprender.

El Presidente y don Matías ya se habían, en efecto, puesto de acuerdo por correspondencia sobre la combinación que aquel trataba de realizar, y, afín de que no pase inadvertido, es justo llamar la atención sobre la nueva prueba de intenso patriotismo y de absoluto desinterés que con esto dio el hombre eminente que varias veces fue llamado a la Secretaría de Hacienda para desempeñar tareas laboriosísimas y por demás ingratas, y consintiendo una vez más en prestar, en las condiciones nada atractivas de una corta interinidad, el concurso que de él se solicitaba. Circunstancia altamente satisfactoria para mí -no creo indebido decirlo-, es que, según manifestó el mismo señor Romero al Presidente, mucho influyó en su determinación el que yo fuese la persona escogida para sucederle en Hacienda, pues harto me conocía y me estimaba, habiendo trabajado ya juntos, y en plena comunión de ideas, en varios estudios económicos y financieros.


MI ACEPTACIÓN DE LA OFERTA Y DE LA PROMESA DEL GENERAL DÍAZ

Fácilmente se comprenderá que el cargo de Oficial Mayor no tuviera para mí aliciente alguno, y menos todavía en aquella época en que sus funciones se limitaban al despacho de los asuntos corrientes, sin tener la menor intervención en la labor directiva del Ramo, como la tuvieron años después los Sub-secretarios; mas como por otra parte no podían menos de halagarme, la insistencia del Presidente en obtener mi consentimiento, la delicadeza con que precedió buscando la combinación que más suavizara mis escrúpulos, su anuencia a que se extendieran lo más posible mis atribuciones, la buena voluntad con que se prestó don Matías Romero a facilitar el camino para que yo llegase a ser en definitiva el Ministro que el Presidente buscaba, y en fin -¿por qué no confesarlo ?-, la ambición de ser útil al país en un terreno en que creía yo tener bastantes probabilidades de acierto, todas esas consideraciones, y otras más me impulsaron a aceptar la oferta del Presidente, previa la promesa que me hizo de dejarnos a don Matías y a mí la más completa libertad -supuesto que la responsabilidad sería de ambos-, para tomar desde luego las providencias urgentes que creyéramos necesarias en vista de la gravedad de la situación.

Los nombramientos respectivos fueron firmados el 27 de mayo de 1892

En ninguno de los incidentes que acaban de relatarse se hizo la menor alusión a los acontecimientos políticos del momento, y es de advertir que precisamente entonces se estaban preparando las elecciones presidenciales y del Congreso, para las que se había organizado La Unión Liberal, en la que, como queda dicho, tomé alguna participación. Por el lado de mis amigos personales, muchos de los cuales figuraban ya como científicos, ninguna intervención tuvo lugar cerca de mí en que se hiciesen valer consideraciones de ese orden. Es posible que algunos de ellos hayan visto mi ingreso en uno de los más importantes ramos de la Administración, como un buen presagio de los destinos del grupo, o tal vez, en otra esfera de consideraciones, como un conducto eficaz para acercarse a los altos funcionarios del Estado; pero declaro que por aquel entonces nunca se trató en pequeños comités, ni de cualquiera otra manera, de sacar ventajas de carácter político de mi posición oficial, para el grupo de los científicos.

Puedo decir que, en general mis amigos, se limitaron a darme su opinión, no en grupo sino individualmente, sobre si debía yo, o no, conformarme con el cargo de Oficial Mayor que juzgaban de poca importancia para mí; pretendiendo unos, que haría yo mal en prestarme a cualquiera combinación que no tuviese por resultado mi ingreso a los más altos cargos del servicio público, y sosteniendo los demás que no podía yo rehusar al general Díaz mi cooperación, vistos los términos en que él la había solicitado. Los primeros fundaban también su parecer en la convicción que decían tener de que el general Díaz no cumpliría su promesa de dejarme, al cabo de poco tiempo, al frente de la Secretaría, con lo que resultaría yo en una posición falsa por lo desairado de mi papel. Pero vuelvo a decirlo, ninguno de los que me hablaron del asunto, en pro o en contra de la aceptación, adujo consideración alguna que revelase fines políticos ni intereses de grupo para el porvenir.


CóMO ORGANIZAMOS NUESTROS TRABAJOS DON MATíAS ROMERO Y YO

Desde el primer día de nuestros trabajos y en los meses siguientes no hubo tiempo más que para consagrarnos a la labor exclusivamente hacendaria. Hasta de asistir a las solemnidades oficiales nos dispensó el Presidente. Fue tan intensa la crisis que hubimos de dedicarnos completamente al estudio y aplicación de las medidas destinadas a disminuir los efectos pemiciosos de tan fuerte sacudimiento económico y fiscal; y para proceder con método convinimos, don Matías y yo, en dividirnos el trabajo, sin que por esto se desentendiera cada uno de nosotros de lo que el otro hiciera por su lado. Muy al contrario, al acometer nuestras respectivas labores nos poníamos de acuerdo sobre los principios fundamentales de cada materia y en el curso de dichas labores seguíamos cambiando ideas, hasta discutir las iniciativas de ley y proyectos de resolución para darles su forma definitiva.

Don Matías tomó principalmente a su cargo la elaboración de las leyes y disposiciones relativas a los impuestos: sobre bebidas alcohólicas, tabacos labrados, y propiedad minera. Los estudios que requirió el primero de dich0s impuestos fueron sumamente laboriosos, y la ley respectiva, lo mismo que sus reglamentos, constituyen el esfuerzo más considerable que se haya hecho en México para resolver equitativamente el dificilísimo problema de la manera con que han de contribuir las bebidas alcohólicas al sostenimiento de los servicios públicos. La solución dada por don Matías Romero se asemejaba por su base a la adoptada en otros países que han preferido percibir el impuesto por medio de estampillas adheridas a los envases y según el grado alcohólico minuciosamente dosificado, en lugar de gravar el líquido según la capacidad de los aparatos productores, o empleando otros sistemas. En teoría, tal solución era muy defendible, y las personas a quienes consultó el Ministro sobre el particular la defendieron con tanta habilidad, que mis argumentos en contra de la posibilidad de poner en práctica el proyecto en México no hicieron mella en el ánimo de su autor. Ya veremos cuál fue el resultado.

Del nuevo impuesto sobre tabacos labrados sólo puedo decir que tuvo mucho mejor suerte que el de los alcoholes; dio muy pronto, un rendimiento de consideración, y con las reformas que después se le hicieron llegó a ser una de las rentas más floridas del Erario.

En cuanto a los dos impuestos mineros, hay que decir que no fuimos nosotros quienes los iniciaron, sino don Benito Gómez Farías a cuya apática administración debe sin embargo abonarse un aplauso por esta nueva fuente de recursos, por más que dichos impuestos fuesen la consecuencia forzosa del nuevo Código Minero que acababa de publicarse. Don Matías tuvo el mérito de reglamentar con mucho acierto el cobro de los expresados impuestos.

La revisión de una parte de la ley del Timbre, el aumento de la Contribución Federal, y la reorganización de la Gendarmería Fiscal, fueron también objeto preferente de la atención personal del Ministro; pero el trabajo al que se consagró con más esmero fue seguramente la famosa Memoria de Hacienda 1891-1892, redactada íntegramente por él, cuyas pruebas de imprenta corrigió él mismo también, y en la que expuso, con tanta desnudez como sinceridad, los peligros de la situación económica y las llagas de que adolecía la Hacienda Pública.

La participación que tomé en esa gran labor fue pequeña; se redujo a proporcionarle al Ministro los datos relativos a los ramos de que estaba yo encargado especialmente, y los que me pedía sobre otros asuntos, así como a moderar el exagerado pesimismo del Jefe, quien al redactar la Memoria se propuso aplicar un fuerte revulsivo a la opinión pública, a fin de que la Nación se preparase a hacer los grandes sacrificios que era del todo necesario imponerle.

Ya se sabe cuán intensa fue la alarma que, aun mitigada así en su redacción, causó la susodicha Memoria al ver la luz pública.


MATERIAS QUE ME FUERON ESPECIALMENTE ENCOMENDADAS

En la distribución que nos hicimos del trabajo más urgente que debíamos emprender, me tocaron los ramos siguientes: el de la Tarifa de Portazgo, cuyas cuotas fueron bastante reducidas en ese año en lo general, habiéndose también simplificado las formalidades de la recaudación, y hecho constar al propio tiempo, en los considerandos del decreto, la firme resolución del Gobierno de suprimir las alcabalas tan pronto como se desahogara el Erario, por poco que fuese; la ley sobre donaciones y herencias que aumentó en moderada proporción los impuestos relativos, pero que compensó sobradamente el gravamen con el que se sobrecargó a los herederos, legatarios y donatarios, estableciendo en su favor un procedimiento menos costoso que antes; y la ley sobre seguros hechos por Compañías, que reglamentó una materia que hasta entonces no había sido objeto de legislación alguna, y que al gravar esa clase de operaciones obligó a las Compañías a invertir las primas en México; y la ley de liberación de la propiedad raíz de las responsabilidades para con el Fisco, procedentes de impuestos antiguos y de las operaciones de desamortización y nacionalización de los bienes del Clero.

Deseosos de dar vida a las transacciones de todo género, y especialmente de movilizar la propiedad raíz, que en su mayor parte estaba estancada por una y otra causa, fue expedida la mencionada ley que levantó los principales obstáculos que se oponían a dicha movilización y fue a la vez una fuente de ingresos inmediatos y nada despreciables.

El trabajo más absorbente, tal vez, de cuantos tuve a mi cargo en aquellos momentos fue el de los presupuestos de ingresos y de egresos, especialmente por los conflictos que surgían con los Jefes de las demás Secretarías de Estado al esforzarme por conseguir todas las reducciones de gastos compatibles con el buen funcionamiento de los servicios públicos, y también por la necesidad de buscar, a fin de proponérselas al Ministro, las medidas y providencias más fáciles de llevar a cabo, y menos onerosas para los contribuyentes, que fuesen suficientes para lograr la nivelación de las entradas con las salidas del Erario Federal, base fundamental de todo programa que se formulara después para la completa reorganización del ramo de hacienda y la creación del crédito nacional.

En la Exposición de motivos de las iniciativas de Presupuestos para el año económico de 1893-1894, escrita toda por mí, y aprobada por el señor Romero, quien la suscribió sin modificación alguna, se sentaron algunas bases que sirvieron para la formación de los presupuestos anuales posteriores. Enviada que fue a la Cámara de Diputados el 14 de diciembre de 1892, la mencionada exposición se refirió, como era natural, a las medidas tomadas en los seis primeros meses de nuestra gestión en Hacienda, a las corruptelas establecidas de tiempo inmemorial en materia de autorización de gastos, y al cálculo de lo que se esperaba rindiesen los nuevos impuestos.

No puedo hacer más en este lugar que referirme al contenido de aquel documento, para las personas que deseen consultar los orígenes de la serie no interrumpida de cerca de veinte ejercicios fiscales que se saldaron con sobrantes en lugar de los deficientes tradicionales. En el capítulo que sigue hablaré también de otras cosas que se relacionan con el mismo asunto.


ASUNTOS DE ESTRECHA COLABORACIÓN

Respecto de las materias que fueron objeto de mutua colaboración entre don Matías y yo, es imposible decir a cual de los dos corresponde la paternidad de la parte principal de cada una de ellas, porque ambos colaboramos con igual empeño y según el tiempo que nos dejaban disponible nuestras demás ocupaciones. Así pasó con los asuntos de Deuda Pública, de Préstamos y de Empréstitos, con los del Comercio exterior, etc. Estábamos tan desasosegados con las fuertes erogaciones, algunas veces inesperadas, a que teníamos que hacer frente, y esto sin que pudiésemos sacar todavía provecho de los nuevos recursos que estábámos creando, que fue de todo punto indispensable acudir al crédito para desahogar la cuenta corriente del Erario en el Banco Nacional, pues no resultó suficiente la aplicación del remanente del producto del empréstito de 1890 hecha por el Ministro anterior, para que pudiéramos reducir el pasivo de dicha cuenta al grado de que el Banco quedase en condiciones de seguir proveyendo semanariamente a la Tesorería de los fondos de que ésta carecía. A este fin, y para ponernos en condición de dar siquiera nuestros primeros pasos, respondió el arreglo que por mi conducto se hizo en julio de 1892 con el Banco Nacional y un grupo de casas europeas, mediante el cual se consiguió el anticipo de 600,000 libras, gracias, sin duda, a que la buena marcha del Gobierno del general Díaz, ayudada por la presencia en Hacienda de un hombre tan eminente como el señor Romero, hizo renacer alguna confianza en la solvencia de la República.

No creo presuntuoso de mi parte agregar que mis relaciones de negocios con el mundo de la Banca, en Inglaterra y en Francia, facilitaron también la operación, circunstancia que tuvo presente don Matías para encomendarme la dirección de las negociaciones. En cambio, el Jefe se reservó los asuntos que tenían conexión con la Deuda Interior.

Al mismo tiempo que procurábamos dar a la propiedad raíz, por medio del certificado de liberación, grandes facilidades para su venta, su fraccionamiento y para que sirviera de garantía a los préstamos destinados a su fomento, hubimos de buscar la manera de dárselas también al Comercio y a la Industria haciendo en los Aranceles los cambios más urgentes e indicados; y así se procedió en efecto, suprimiendo algunas de las formalidades más nocivas, armando al Gobierno contra el contrabando, y modificando bastantes cuotas de la Tarifa de Importación en sentido liberal, previo un maduro estudio hecho juntamente con el señor Romero sobre las bases generales que me autorizó a formular con toda prudencia en los considerandos del Decreto del 18 de octubre de 1892.

La rescisión de los contratos de arrendamiento de las Casas de Moneda que tantas utilidades dejaban a las Compañías arrendatarias con grande perjuicio para la Nación, dio lugar a negociaciones laboriosas que sólo tuvo tiempo don Matías de iniciar.

Así pasó con otros muchos asuntos en los que carece completamente de interés saber qué parte de elaboración tocó a uno y a otro; y si me he detenido algún tiempo en dar los anteriores informes sobre los trabajos de mayor importancia, ha sido porque publicistas serios, dignos de ser tomados en consideración, han tratado el punto manifestando deseos de verlo aclarado.

A nadie sorprenderá saber que, con todo y que nuestra cooperación fue siempre inspirada por el más vivo propósito de buscar en la unión de esfuerzos y de pareceres la solución de aquellos graves problemas, el modo de pensar de don Matías y el mío no concordaron en algunas materias, bien sea en los principios fundamentales, o en los detalles.

El disentimiento más importante, tuvo lugar, según se ha visto, en la ley de impuestos a las bebidas alcohólicas, cuyas bases, a pesar de haber sido estudiadas muy a fondo por mi respetable Jefe, me parecieron, desde un principio, imposibles de ser llevadas a la práctica, lo que sucedió en efecto, obligándome pocos meses después a sustituir totalmente esa ley por otra que, mal que bien, pudo ser aplicada durante muchos años, no obstante los gravísimos defectos de que adolecía y que no logré corregir por causas independientes de mi voluntad.

Nuestras discusiones siempre tuvieron lugar en la forma más afectuosa, y en ninguna circunstancia fueron causa de que se defirieran las medidas cuya ejecución se juzgara necesaria y urgente, pues tratándose las más veces de recursos que era indispensable arbitrarse sin pérdida de tiempo, era debido que prevaleciera la opinión del Ministro, a reserva de modificar después las disposiciones relativas, si así lo aconsejaba la experiencia. Conviene repetir que fueron pocos los casos en que surgieron verdaderas discordancias de pareceres.

No intentamos establecer desde entonces el plan general de la política hacendaria del gobierno, porque el problema que a toda costa debía resolverse era el de sobrevivir a la crisis procurando que no cayera al abismo toda nuestra estructura económica; para lo cual tuvimos que consagrarnos a las providencias más apremiantes que demandaba el apuntalamiento de un edificio próximo a derrumbarse. Todo lo que se hizo, pues, en ese período, o casi todo, se resintió de la precipitación con que hubieron de pensarse, desarrollarse y ejecutarse las medidas destinadas a contener los males que, a gran prisa, se desencadenaban sobre el país.

Una vez pasada la tempestad, corregidos los errores de mayor trascendencia que se cometieren en esa precipitación, vendría la oportunidad de trazar, con pleno conocimiento de causa, el camino por el cual buscaría el Gobierno la realización de sus fines económicos.


EL SEÑOR ROMERO REGRESA A WASHINGTON

En la segunda quincena de febrero de 1893, o sea, después de casi nueve meses de permanencia en México, el señor Romero, sintiéndose muy fatigado, y juzgando que sus servicios al frente de la Secretaría de Hacienda no eran indispensables por creerme apto para sacar al país avante de las graves dificultades en que todavía se hallaba, presentó su renuncia, de acuerdo con el Presidente, para regresar a Washington y ocupar de nuevo su puesto de Jefe de llUestra Legación. Quedé yo así encargado de la Secretaría durante cerca de tres meses, hasta que el día 9 de mayo, fecha en que murió el señor general González, dispuso el Presidente que prestara yo la protesta de ley en calidad de Secretario de Estado, lo que se hizo enseguida con la solemnidad acostumbrada, aprovechando la reunión de todos los miembros del Gabinete en el Salón de Embajadores de Palacio, donde acababa de tener lugar la presentación de credenciales de un Ministro diplomático.

Mi nombramiento causó sorpresa general, pues nadie, ni mis nuevos colegas, sospechaban las intenciones del Presidente. A partir de ese momento, tuve como colaborador al más adicto, empeñoso y correcto de los amigos, al licenciado don Roberto Núñez, que fue nombrado, a petición mía, Oficial Mayor de la Secretaría de Hacienda.

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