Indice de Instalación de la XXVI legislatura Recopilación y notas de Diego Arenas GuzmánCAPÍTULO DECIMONONO - La Revolución necesita conciencias que no sean banderas de alquiler CAPÍTULO VIGËSIMO PRIMERO - La Revolución se ha desorientado, afirma el diputado SarabiaBiblioteca Virtual Antorcha

INSTALACIÓN
DE LA
XXVI LEGISLATURA

Recopilación, selección y notas de Diego Arenas Guzmán


CAPÍTULO VIGÉSIMO

¡VIVA LA CONSTITUCIÓN!, GRITA EL DIPUTADO CATÓLICO FRANCISCO ELGUERO

Los diputados y presuntos diputados dan su aprobación a sendos dictámenes de la Comisión que reforma los anteriormente propuestos por la misma Comisión respecto al 18° distrito del Estado de Guanajuato y al 7° del Estado de Hidalgo.

De acuerdo con los dictámenes reformados, quedan como representantes en la Cámara de Diputados los señores Pablo Lozada y Celso Ledesma, propietario y suplente, respectivamente, por el distrito ya citado de Guanajuato, y los señores Luis Jasso y Rafael Delgado, por el del Estado de Hidalgo.

Esto ocurre al principio de la sesión de Colegio Electoral efectuada el día 2 de octubre de este año de 1912; y en seguida el secretario en funciones da lectura al siguiente dictamen:

En Texcoco, cabecera del 14° distrito electoral de México, se reunió, el 5 de julio del año en curso, el Colegio Electoral respectivo para hacer la declaración de diputados propietario y suplente por el propio distrito, recayendo en favor de los ciudadanos ingeniero Manuel Urquidi y capitán Gustavo Garmendia.

La declaración no fue protestada en tiempo, y ante esta Comisión ocurrió el candidato oponente, M. Zaldívar Flores, reclamando porque el 3 de julio, en que se reunió el Colegio Electoral lo declaró triunfante pero que volvió a reunirse la Junta al dia siguiente con objeto de examinar nuevos votos que dice que no habían llegado antes, y entonces fue cuando tuvo mayoría el ciudadano ingeniero Urquidi. Pero que ]a Junta Electoral volvió a reunirse el 5 de julio y declaró de nuevo que excedía en votos al reclamante el ingeniero Urquidi; mas esto fue, en concepto del reclamante, porque no se computaron los votos de la municipalidad de Ixtapaluca (Chalco), a pretexto de extemporáneos, y entonces fueron remitidos directamente al Congreso.

La elección aparece, según el acta del Colegio Electoral, sin vicios ningunos; por manera, pues, que lo que hay que hacer es comprobar si efectivamente el ingeniero Urquidi obtuvo la mayoría de sufragios, añadiendo los que afirma el ciudadano Folores que dejó de computar el Colegio Electoral, sufragados en su favor en Ixtapaluca.

Efectivamente, fueron remitidos al Congreso dos paquetes de Ixtapaluca; uno, conteniendo cédulas para elección de senadores, y otro, aparte, en la misma forma para diputados, a cuyas cédulas subscriptas en favor del ciudadano Zaldívar Flores, no acompañan las listas de sufragantes, por cuyo motivo queda en duda esta Comisión de si son efectivos o no.

Y aunque acompaña certificados con su escrito el propio ciudadano Zaldívar Flores, de los que se dicen instaladores y escrutadores de Ixtapaluca y que certifican los votos que allí obtuvo el repetido ciudadano, no hay prueba en el expediente que obra en poder de esta Comisión, ni entre los demás documentos, que justifiquen el carácter que tienen los firmantes de esos certificados, lo que impide a la subscripta Comisión darles valor alguno. Además, tales paquetes enviados de Ixtapaluca son apenas de boletas en favor del señor Zaldívar Flores, pero no tiene actas que las comprueben; y, por otra parte, el número de esas boletas difiere de las cifras de votos que mencionan los certificados que como prueba exhibió el reclamante.

Por lo mismo, y no habiendo nada en contra de la elección de que se trata, la subscripta Comisión concluye proponiendo lo que sigue:

I. Son de calificarse como buenas y legales las elecciones de diputados propietario y suplente por el 14° distrito electoral del Estado de México.
II. Es diputado propietario por el 14° distrito electoral del Estado de México, el ciudadano ingeniero Manuel Urquidi, y suplente, el ciudadano capitán Gustavo Garmendia.

El señor De la Hoz queda inscrito para hablar en contra del dictamen, y los señores Garmendia, Bordes Mangel y Cabrera en pro, circunstancia que da base a una resolución de la Presidencia en el sentido de que hable desde luego un orador del pro y en seguida el señor De la Hoz. El señor Garmendia cede su turno al señor Bordes Mangel, pero éste declara no estar preparado porque su propósito ha sido contestar las objeciones de los oradores del contra; en este caso, el señor Garmendia cede su turno al licenciado Cabrera, quien llega a la tribuna para decir:

Los últimos dictámenes que nos presenta la Comisión, son de todos aquellos que -hay que decirlo con franqueza- entrañan ciertas vacilaciones de la misma Comisión, que acusan indudablemente una lucha muy reñida o un problema arduo de resolver. En el presente caso, nos encontramos en presencia de una elección verdaderamente buena, legal, pero sumamente reñida; ambos contendientes obtuvieron, con muy poca diferencia, casi el mismo número de votos, y en estos casos es en los que precisamente se toma mayor interés y se considera más difícil solucionar el caso, porque la disputa se entabla sobre determinado número de votos o determinado número de cédulas y sobre la votación que recayó en determinado lugar. En el presente caso la lucha efectuada en el 14° distrito del Estado de México, se ha entablado entre un candidato del Partido Constitucional Progresista, señor Manuel Urquidi, y suplente, capitán Gustavo Garmendia, y por la otra parte, un candidato del señor Medina Garduño, el único candidato que todavía tiene la esperanza de sentarse entre el Partido Católico, candidato que fue apoyado por el mismo, con justicia, por su indisputable filiación imperialista.

En esta elección, podríamos decir, como vulgarmente se dice, se hacía loco el fiel de la balanza. El día 3 de julio faltaban todavía diversos municipios o diversas secciones que computar; el 4, no llegaban aún, y el 5 por la mañana, llegaba apresuradamente el señor Miguel Zaldívar Flores trayendo en sus manos gruesos paquetes de cédulas, aunque sin actas de ningún género, que pretendía tomara en consideración el Colegio Electoral. Estas cédulas eran las relativas al municipio de Ixtapaluca, en el cual se había obtenido por el señor Zaldívar Flores, según su dicho, la hermosísima cifra de 570 votos. Dije hermosísima, porque en un cómputo en que faltaban 1,200 votos esa cifra era decisiva. La Junta Computadora del Colegio Electoral, con toda justicia se negó a aceptar esos 570 votos del señor Zaldívar Flores, porque eran votos que no venían en condiciones legales, y tuvo necesidad el señor Zaldívar Flores, a posteriori, de procurarse copias de las actas de cada una de las casillas; copias que pudo haber pedido, porque tenía derecho a ello, legalmente, para justificar que esas elecciones de Ixtapaluca, eran buenas, pero en vez de eso, nos trajo una serie de certificados expedidos por determinadas personas, que él afirma, que él asegura que constituían la Mesa. Voy a pedir a la Secretaría que se sirva proporcionarme el expediente para dar lectura a uno de esos certificados.

Los votos de Ixtapaluca, que en paquete fueron enviados, no al Colegio Electoral, que se había rehusado a recibírlos, sino a esta Cámara, vinieron sin actas y sin padrones; sólo acompaña el señor Zaldívar Flores certificaciones que dicen como sigue -no respondo de la autenticidad de la fecha, aunque llevan la de 30 de junio-: Los infraescritos certificamos ... (Leyó).

La misma letra exactamente y la misma redacción: Los infraescritos certificamos: Sección II, Núm. 2 ... (Leyó)

La misma letra, la misma redacción: Los infraescritos, etc., etc., etc. ... (Leyó).

Ahora bien; estos señores miembros de la Mesa electoral, que en 30 de junio tienen la caballerosidad y la benevolencia hacia el señor Zaldívar Flores, de certificar en esta forma, no se ocuparon en levantar el acta; de manera que, o se levantó un acta y entonces los certificados no valen, o no levantaron esa acta. Debo llamar la atención sobre que el expediente acusa una minuciosísima vigilancia en la elección por parte del señor Urquidi y del señor Garmendia, supuesto que en otros lugares que se mencionan adelante, y en que hubo notorias irregularidades, existió la protesta, no sólo consignada en el acta, sino en escritos que vienen originales, y no se concebiría que esos mismos interesados, sumamente vigilantes, los señores Echegaray y Garmendia, hubiesen procedido en unos casos con toda acuciosidad y en otros ni siquiera hubiesen dado su informe o hubiesen pedido una copia del acta respectiva.

Lo que pasó, señores diputados, fue que en Ixtapaluca no hubo elecciones, que el montón de boletas con que debieron haber sufragado por el señor Zaldívar Flores, fue traído bajo el brazo por el presidente municipal complaciente, para ser agregado al expediente electoral, con la pretensión de que fuesen recibidas, y fue rechazada semejante pretensión; y a falta de admisión en esta Junta Electoral de Ixtapaluca, fueron enviadas las cédulas ante esta Cámara, como lo dice la Comisión, sin actas y sin informe, siquiera aparente, de que se hubiese procedido a la elección.

Esto es por lo que se refiere a los votos que el señor Zaldívar Flores quiere que se le agreguen para superar a los señores Urquidi y Garmendia; pero existe otro municipio, el de San Vicente Chicoloapan, en que sí se computaron ciertos sufragios a favor del señor Zaldívar Flores, no obstante las notorias irregularidades existentes. Allí nos encontramos en presencia de protestas perfectamente formuladas en el momento mismo de la elección, ratificadas más tarde en la Junta Electoral y, por último, ratificadas por medio de un bien fundado escrito que se presentó a esta Cámara, por los señores Echegaray y Garmendia, que fueron los encargados directamente de la vigilancia de las elecciones en la campaña electoral en aquel lugar. Este escrito de reclamación sobre los fraudes o infracciones de los sufragios de San Vicente Chicoloapan viene a presentarse, no obstante que la declaración estaba hecha en favor del señor Urquidi, porque los candidatos Urquidi y Garmendia deseaban que se tuvieran en consideración por la Comisión aun los sufragios que acusa el acta en favor del señor Zaldívar Flores, pecando todavía por carta de más.

Los diversos agravios que se hacen constar y que fueron oportunamente protestados ante el Colegio Electoral, lo serán respecto de San Vicente Chicoloapan, una de las municipalidades. Se refieren, primero, a ciertos actos de presión de que después haré mención, y en seguida, a la falta absoluta del censo electoral, a la forma de nombramiento de presidente y escrutador, a los fraudes efectuados en la computación y a la presión moral que de hecho se había ejercido en el distrito y en aquel municipio, especialmente, en favor del señor Zaldívar Flores. La municipalidad de San Vicente Chicoloapan comprende cinco secciones en el distrito electoral de Texcoco, y se reducen al pueblo de San Vicente Chicoloapan y a la hacienda de Coxtitlán, propiedad del candidato, señor Zaldívar Flores, que, como todas las haciendas que en la actualidad existen, rodea absolutamente el casco del pueblo, sin tener aquel pueblo más medios de vida que los jornales que pueden ganarse en la hacienda de Coxtitlán. En estas condiciones fue como se efectuaron las elecciones en el municipio de Chicoloapan, y renuncio a decir a ustedes nada acerca de todo lo que se haya hecho en este municipio, con sólo decirles que la hacienda del candidato rodea, abarca y oprime por completo al pueblo de Chicoloapan. El escrito de reclamación ante la Cámara, es largo; pero la protesta presentada ante el instalador de la casilla electoral, en las 1a., 2a., 3a. y otra casilla que se instaló bajo los números de 4a. y 5a., es suficientemente clara. El nombramiento de presidente y escrutadores de esta casilla ... (Leyó).

La nulidad de la elección de San Vicente Chicoloapan, para mí, es una cosa absolutamente indudable, diré, aunque provoque vuestra sonrisa; pero no se necesita que lo sea para vosotros, desde el momento en que el cómputo efectuado en la municipalidad de San Vicente Chicoloapan, arroja una mayoría en favor de los señores Urquidi y Garmendia.

Por lo que se refiere a las cédulas de Ixtapaluca, dejo a la consideración de esta Asamblea, si podría la Cámara tener en cuenta en el cómputo esa carretada de 570 votos que se nos envían como llovidos del cielo. No creo que necesite, supuesta la decisión de los señores oradores del contra, cuando menos su momentánea retirada, no creo que necesite mayor esfuerzo para demostrar la nulidad de la validez de esta credencial, y solamente voy a concluir mencionando uno o dos hechos.

Decía, y con justicia, el señor Olaguíbel, ayer, desde esta tribuna, que en el Estado de México el gobernador, señor Medina Garduño, había distribuido todas las diputaciones entre todos sus amigos. Uno de los favorecidos con esta elección era el señor Zaldívar Flores, y el jefe político de Texcoco, que era mi estimable amigo el señor Honorato Carrasco, tenía tal seguridad, tenía también tal certeza, en cuanto a lo que él llamaría la obligación de los presidentes municipales, que en el momento casi de concluirse la elección, cuando el Colegio Electoral todavía no hacía sus cómputos, el jefe político, con una telepatía que le envidio, telegrafiaba al señor gobernador del Estado, en 4 de julio, es decir a la siguiente mañana, lo siguiente:

Julio 4.

Hónrome participar a usted haber salido electo diputado señor Zaldívar Flores.

El jefe político daba cuenta al señor gobernador de que había ganado la elección; y el señor Zaldívar Flores, en su escrito ante la Cámara, hace un gran esfuerzo, hace un gran hincapié, en este telegrama, indicando que hay una fuerte presunción en su favor, desde el momento en que el jefe político había telegrafiado al gobernador, el 4 de julio, que él tenía 2,292 votos. Más tarde, el mismo jefe palítico, en julio 16, telegrafiaba al mismo señor gobernador, diciéndole (leyó). Como se ve, el señor jefe político tuvo necesidad de decirle al señor gobernador que el señor Zaldívar siempre no había ganado la elección.

Señores diputados:

En todos los distritos electorales de México jugaron, como mínimo, cuatro candidatos: El candidato del Partido Constitucional Progresista, el candidato del Partido Liberal del Estado de México, que es propiamente el bien conocido Partido Popular Evolucionista; el candidato del Partido Católico, y el candidato del señor Medina Garduño; pero en muchas partes el Partido Católico acogió la candidatura del señor Medina Garduño, y así fue como ya supimos anoche, y como debemos saber todos, que, por ejemplo, en Tlalnepantla, el señor Medina Garduño tenía como candidato al señor don Eduardo Viñas, entiendo que también candidato de los señores católicos; ¿no es cierto?

No es cierto, dice desde su asiento el señor Elguero y Cabrera comenta:

¡Ellos mismos lo rechazan! Por supuesto que no salió el señor Viñas; salió el señor don Antonio Aguilar.

En el distrito de Cuautitlán, tenía como candidato el gobernador del Estado de México, al ciudadano Alfredo Acosta, y excuso decir a ustedes que no es el señor don Alfredo Acosta, sino el señor doctor Cárdenas, quien nos hace el honor de sentarse entre nosotros. Igual acontecimiento se repitió en cada uno de los otros quince distritos del Estado de México, y éste, que es el último distrito que nos falta por ver, tuvo por candidato al señor Zaldívar Flores, candidato por el gobernador del Estado de México. En competencia con él, se presentó el señor Urquidi, y no obstante que el señor Zaldívar Flores no solamente contó con el valioso apoyo del señor gobernador del Estado de México, y con el del Partido Católico, el señor Zaldívar Flores no ha obtenido el triunfo. En el presente caso, lo debería el señor Zaldívar Flores exclusivamente a la hacienda de Coxtitlán y al municipio de San Vicente Chicoloapan, y yo tengo la curiosidad de saber si por fin se le hace una al señor gobernador del Estado de México, mediante el valioso apoyo de los señores miembros del Partido Católico.

A continuación del licenciado Cabrera, el señor De la Hoz compone esta defensa del candidato Zaldívar Flores:

Desde que una voluntad superior a la mía me arrancó de cuajo, de la tranquilidad dulcísima de mi oscura vida, para arrojarme a esta corriente impetuosa de la política militante, que no creía que tan pronto y de una manera tan inopinada hubiera de encrespar sus olas, formé ante mí una resolución de llevar adelante un propósito que abandono a vuestro respeto e hidalguía. Ese propósito fue el de que, antes de que yo hablase de una manera formal en esta tribuna, para mí enteramente desconocida, habria de invocar al Dios en quien creo y a quien adoro, desterrado hace muchos años de labios oficiales, por más que su nombre figure en el frontispicio de nuestro Derecho Público, y por El reinen los reyes, y los legisladores promulguen justas leyes (aplausos); invocación que nace del fondo de mi conciencia y al calor de mi sentimiento cristiano, para pedirle que ponga linde a la marea, como la puso desde la barca en el mar de Tiberiades, invocación para que ponga las riendas de mi voluntad muy tirantes, a fin de que no la traicionen ni mi temperamento ni mis nervios; a fin de que, por último, mi pobre palabra no haya de ser un combustible, por insignificante que fuese, que aumentara la hoguera de discordia que hay en nuestras pasiones; sino que, por el contrario, fuese el óleo tranquilizador que pusiese límite a la marea, ya que todos venimos aquí inspirados por el santo deseo de coadyuvar, en la medida de nuestras fuerzas a la salvación de nuestra patria, y a que reconquiste su paz perdida. Yo he venido a plantar mi tienda en este torneo, colocando mi tarja de paz, y nunca pude imaginarme que el señor Cabrera, campeón de tantas causas en este Parlamento, hubiera de ser mi competidor en esta lucha, y que habría de esgrimir no la espada de cinco cuartas, que señalan los códigos del llamado honor para los lances personales entre los caballeros, sino alguna otra que, por respeto a vuestra soberanía, no menciono.

Que el señor Zaldívar sea dueño de la hacienda de Coxtitlán; que esa hacienda rodee el municipio de San Vicente Chicoloapan, que sus antecedentes de familia hayan sido de imperialistas, ¿a qué vienen, pregunto yo, señores diputados, esas alusiones que yo no quisiera oír nunca en este recinto, supuesto que nosotros, los individuos del Partido Católico, no nacíamos aún a la vida pública, cuando el imperio ya se había amortajado en las Campanas, cuando no volvemos la vista al pasado, sino que, lo hemos dicho en nuestro programa, aceptamos los hechos consumados, y venimos aquí no a hacer política, ni mucho menos a hacer obstrucción de ningún género? Yo me lamento, por lo mismo, que teniendo mi pecho enteramente sano, mi reputación inmaculada, el señor Cabrera haya venido a lanzar, no el dardo del Partho, sino un dardo emponzoñado que me ha herido en lo más íntimo. No es esa la inanera de razonar.

Yo he visto al señor Cabrera, dominado por una glacial indiferencia desde esa tribuna, mirando desplomarse sobre su cabeza los rayos que todos nosotros, amigos y enemigos, porque no ha gustado a ninguno de los partidos beligerantes en esta Cámara su actitud -habré de decirlo con franqueza- (aplausos). Y bien, señores; no discuto su saber, reconozco su talento; pero me lamento mucho de que haya puesto ese talento, y esa inteligencia, y esa erudición al servicio de todas las causas de las cuales hubiera de encontrar algún medio de notoriedad. Mi misión es muy sencilla, muy distinta de la de su señoría porque yo vengo con toda la serenidad de que soy capaz, con toda la calma que pueda imponer a mi temperamento nervioso, para presentar a vuestra consideración, señores diputados, una credencial típica, original, entre todas las que habéis votado; una credencial que tiene diversas entregas, como las novelas de folletín, diversas tandas, como las comedias del género chico, porque esta Junta Electoral de Texcoco, que el señor Cabrera asegura que estaba supeditada a la voluntad del jefe político, supeditada a la del gobernador, ha sufrido otra presión muy superior a la del jefe político y a la del señor gobernador del Estado; ha sufrido la presión del subsecretario de Comunicaciones del Gobierno de la Revolución, del señor ingeniero Urquidi y de sus agentes, el señor capitán Garmendia, que es miembro del Cuarto Militar del señor Presidente de la República, y del señor licenciado Echegaray, que reside actualmente en Texcoco, y que todo mundo conoció aquí como inspector de policía. Esa es la presión que sufrió la Junta Electoral para violar de manera absoluta uno de los preceptos de la Ley Electoral.

Rezan los expedientes de las diversas municipalidades o municipios de que se compone el distrito electoral, que el día 3 de julio, en cumplimiento del artículo 7° del decreto aclaratorio de nuestra Ley Electoral, la Junta hizo el cómputo y, conforme a él, declaró que la mayoría de votos favorecía al señor Zaldívar Flores; pero los agentes del señor Urquidi no debieron conformarse con el resultado de sus gestiones, y en consecuencia, procuraron que llegaran otros votos más; y el día 4, la Junta Electoral volvió a reunirse, con los datos suministrados por los señores Garmendia y Echegaray, y resolvió en un nuevo cómputo que la mayoría había favorecido a la candidatura del señor don Miguel Zaldívar Flores; pero no contentos aún aquellos caballeros, fueron al municipio de Chiconcuac, y allí, en la noche del día 4 llevaron los expedientes que estaban todavía dispersos en el edificio del municipio, a la Junta Electoral de Texcoco; llegaron tarde, en la noche, y sin embargo, al día siguiente, muy temprano, volvió a reunirse la Junta Electoral, y ya entonces, en los votos recogidos en Chiconcuac, en la forma que acabo de decir, resultó una mayoría raquítica a favor del señor Urquidi, de 62 votos en más de 3,000.

Pero hay algo más original: en ese mismo día, la municipalidad de Ixtapaluca, que no forma parte del distrito de Texcoco, sino simplemente del Distrito Federal, porque el distrito de Texcoco, a pesar de su abolengo ilustre y de los esfuerzos de los agricultores del contorno para que sea más densa su población, no llega a tener el número de habitantes que la Ley Electoral exige para que pueda constituir un distrito electoral. Se le agregó, en consecuencia, la municipalidad inmediata de Ixtapaluca; pero allí, en ese distrito, no hay los ríos que interrumpen el paso a los viandantes, no hay obstáculos de ningún género para que no pueda llegarse oportunamente a la cabecera. Llegaron a Texcoco con las boletas y las actas de Chiconcuac en los términos que acabo de decir, llevadas en el automóvil del señor Garmendia, y los pobres emisarios de Ixtapaluca, llevaron sus expedientes, llegaron a las diez de la mañana del día 5, y sin embargo, la Junta Electoral no cree que está obligada a recibir esos expedientes, y entonces aquellos humildes labriegos resuelven mandados a la Comisión Escrutadora de la Cámara; y yo me digo: si están en igualdad de circunstancias los expedientes de Chiconcuac, que fueron retardatarios, y los de Ixtapaluca, ¿por qué los de Ixtapaluca los rechazó la Junta Electoral, y sí computó los votos de Chiconcuac? Así pasó, sin embargo. Me voy a permitir leer el artículo, aun cuando lo sabéis probablemente de memoria, supuesto que ha sido uno de los de Aquiles de todos los argumentos que aqui se han escuchado: (Leyó).

El día 3 de julio, en cumplimiento de la ley, se reunió la Junta Electoral del distrito de Texcoco y declaró que la mayoría de sufragios emitidos en aquellas elecciones favorecían la candidatura del señor Miguel Zaldívar Flores. No se trata de dos distritos electorales, en el cual caso sí pudieron haberse efectuado otras sesiones hasta el día 5 de julio, sino de un solo distrito electoral, y, sin embargo, no se ha declarado bastante el cómputo hecho por la Junta Electoral el día 3. Se reunió ésta el día 4, y el día 4 favoreció también la mayoría al señor Zaldívar Flores; y no contentos quienes no podían estarlo con esto, hicieron por que se reunieran los miembros de la Junta Electoral el día 5, para expedir la credencial que ha acogido con beneplácito la Comisión Escrutadora. Yo me digo, aplicando mi criterio de jurista -no quiero aplicar otro criterio, señores diputados, sino simplemente utilizar el escalpelo de mi pobre crítica legal, para hacer la disección de esos expedientes-: ¿estoy o no estoy en lo justo?, que es la pregunta que siempre se ha levantado en mi conciencia en cualquiera de los actos de mi vida; y podéis asegurar, señores diputados, que si yo no tuviera la conciencia de que esta credencial que defiendo es limpia, yo no habría venido a importunaros con mi pobre palabra, para defender lo que antes que nada palpita en el interior de mi conciencia: el deber que tengo siempre de inclinarme ante la verdad y la justicia (aplausos).

Yo habría deseado que se serenase este debate; si algunas palabras he podido yo lanzar que puedan tomarse, no en son de agravio -yo no tengo nunca la voluntad de agraviar a mi prójimo-; si algunas palabras disonantes han podido herir la hiperestesia del sentimiento personalísimo del señor Cabrera yo las retiro, yo no quiero que vengamos aquí a este pugilato, que -decía el señor Moheno- ya nos tiene agotados, que no solamente produce una revolución en nuestro estómago, hasta la náusea, sino que agota nuestras energías, nuestros esfuerzos, que la patria nos reclama para otros más importantes fines; pero el señor Cabrera es el que me ha llamado a ese terreno, y yo tengo que levantar el guante, porque soy aquí el mantenedor de una causa muy justa.

Hace alusión el señor Cabrera a la protección que dice haber impartido a esta credencial el señor gobernador del Estado de México, y esa alusión le lleva a recoger los halagüeños ecos que aún palpitan en este recinto, del brillante discurso de nuestro joven amigo el señor Olaguíbel.

No, señor Cabrera; el señor Zaldívar jamás pensó en figurar en política; retraído por temperamento y por carácter, guardaba una actitud enteramente pasiva; pero él, como yo y como muchos de nosotros, oímos la clarinada que lanzaba el Plan de San Luis asegurando que habría de ser, por fin, un hecho en este país el sufragio libre; y entonces nosotros, que por mucho tiempo gemimos en una actitud pasiva y dolorosa, creímos que era llegado el momento de demostrar a esta desgraciada nación que no habíamos desaparecido del haz de la tierra y que podíamos, dentro de la ley y ante una promesa honrada y caballerosa del jefe de la revolución, presentarnos a los comicios. Y allá fuimos arrastrados por esa voz, llamados por ese heraldo que vosotros no podéis desconocer.

¿Por qué, pues, ha podido envenenarse el debate en esta Asamblea, cuando debemos todos concurrir con nuestro empeño a realizar mayores y más intensos ideales?

Yo soy el primero en lamentarme, en dolerme de ellos, por más que no pueda borrar el pasado; pero os conjuro, señores diputados, a que en lo futuro respetéis nuestras creencias, como nosotros respetamos las vuestras, y que todos concurramos a este fin, al cual ya me he referido en dos ocasiones de mi pobre peroración.

Reanudando mi discurso, preguntaría a la Comisión, con el soberano derecho que me da mi puesto de diputado y de defensor de la credencial del señor don Miguel Zaldívar Flores: ¿son los señores Urquidi y Garmendia vecinos del Estado de México? ¿han nacido alli?, ¿tienen posesiones allí, y ya no de esos latifundios a que hemos aludido, hasta con irónica sonrisa, en nuestros pasados debates?, ¿han vivido allí durante los tres meses anteriores a las elecciones?

Sabed, señores diputados, que el señor Miguel Zaldívar Flores se presentó como único candidato en el distrito electoral de Texcoco; fue el primero que cumplió con la ley; registró su candidatura; llevó, aportó la enorme cantidad de boletas que necesitaba el censo del distrito, y surgió en su contra la candidatura del señor Urquidi; pero la del señor Urquidi no fue inscrita ni registrada en el distrito electoral de Texcoco. El domingo 30, que se efectuaban las elecciones, se hizo hincapié en esta circunstancia, y entre si el secretario del Ayuntamiento había recibido los documentos necesarios oportunamente para registrar la candidatura, y el presidente que lo negaba, el resultado fue, señores diputados, que la candidatura del señor Urquidi no fue registrada en los términos que señala la ley. Esta candidatura surgió de improviso, como Athenea del cerebro de Zeus.

El señor Urquidi, subsecretarío de Comunicaciones -no quiero personalizar la cuestión-, no tengo la honra de conocerlo, sino apenas de vista, porque ni siquiera el metal de su voz conozco; lo vi en las dos o tres sesiones a que concurrió a esta Asamblea. Al señor Garmendia lo acabo de conocer también en esta sesión. No me lleva ningún interés, sino el único que debe tener todo hombre honrado; y a ese prop6sito me ocurre repetir, haciéndolas mías, las frases que dijo el señor Presidente de la República en uno de los últimos discursos que pronunció en la pasada fiesta de Xochimilco: y ya que hablo de los partidos políticos -dijo el primer magistrado de la nación con la autoridad que le da su elevado puesto y la sincerídad de sus palabras-, y ya que hablo de los partidos políticos de la Cámara ... (Leyó).

Con estas palabras, señores, termino mi pobre peroración, encareciendo muy de veras que reprobéis el dictamen de la Comisi6n, que no está fundado en la ley, ni en razón, ni en justicia, por los razonamientos que acabo de someter a vuestra ilustrada deliberación (aplausos).

El licenciado Cabrera pide la palabra nuevamente en pro del dictamen y, además -expresa-, para contestar al señor De la Hoz, y cuando el presidente Escudero se la concede, vuelve a la tribuna y dice:

Señores diputados; señores miembros del Partido Católico, en particular: Es la última vez que tomo la palabra en un caso en que se discute una credencial del Partido Católico frente a una credencial del Partido Liberal. No queda en las del Partido Católico más que la del muy estimable licenciado Tamariz, en la cual no me propongo terciar en el debate, ni creo que haya duda ninguna respecto de su aprobación. Es, pues, el último momento; es, pues, la última ocasión, la que he aprovechado para dirigir la palabra a esta Asamblea, y en que he tocado, por cierto muy ligeramente, algunas cuestiones de las que el Partido Católico me toma a mal que toque.

No voy a decir ni media palabra acerca de la credencial del señor Urquidi y del señor Garmendia; otros de los diputados inscrítos en esta ocasi6n serán los que se encarguen de ello; pero deseo contestar la dura, y precisamente por serena, dura crítica formulada por el más respetable de mis amigos, señor licenciado De la Hoz, contra mi actitud. Esta actitud sólo la verá en la discusión de credencial, pues así como en lo particular, es para mí un verdadero, un respetable y -agregaré- un dulce amigo, fuera de la discusión de credenciales seguirá siéndolo así; pero dentro de la discusión de credenciales ha sido mi adversario y yo soy su adversario, y como adversario, yo no conozco muchos métodos de lucha, y el que he empleado es el único sobre el cual debo justificarme.

El Partido Católico escogió el nombre de católico con un propósito. ¿Cuál fue el propósito que guió al partido para escoger este nombre? Uno, indudablemente, señores diputados -y aquí no me puede desmentir absolutamente nadie-: el de hacer un llamamiento a los sentimientos religiosos tan perfectamente extendidos, tan íntimamente clavados en el corazón de nuestro pueblo, para que sufragara a favor de sus candidatos. A muy largas discusiones se prestó en el seno del Partido Católico el nombre que debería tomar; y acabaron por escoger el nombre de Partido Católico; y yo digo: ¿qué otro podía haber escogido que significara, dentro de las tendencias modernas de nuestra evolución constitucional, ese deseo de conservación, que es el verdadero carácter del Partido Católico?

El señor Elguero afirma: Hay otro.

Sírvase decirlo el señor Elguero, y después continuaré mi peroración", incita Cabrera.

Si el señor presidente me concede la palabra, lo diré, asienta el señor Elguero.

El presidente da el uso de la palabra al diputado católico y éste pregona:

Hay otro, señor licenciado Cabrera; nuestro nombre es únicamente un símbolo de paz, nuestro nombre equivale a que nos presentáramos en este recinto con la oliva en la mano. Se ha confundido siempre al católico con el conservador, nosotros aceptamos las instituciones actuales en su conjunto, y si tratamos alguna vez de establecer en ellas algunas reformas, ha de ser sin deformarlas. Desde ese momento, señores, veníamos a deciros: hay un campo común entre vosotros y nosotros; ese campo es el de las instituciones; allí podremos ser hermanos, allí os brindaremos la paz.

Ese es el objeto con que nos damos ese nombre. Se calumnian nuestras instituciones (aplausos).

Lo digo sinceramente, señores; tomé parte en las discusiones que preci!dieron a la formación de nuestro programa, y una de las razones que tuve al darle al Partido Católico ese nombre, la manifesté alguna vez en lo privado al señor licenciado Calero, que me lo objetaba con las mismas razones que su señoría, motivo que fue el de contribuir a la paz de la República.

Ya no hay lucha por las instituciones; todos proclamamos la Constitución. ¡Viva la Constitución!

Este vítor en boca de un líder católico tan conspicuo, tan definido como es el señor Elguero, arranca aplausos, exclamaciones de entusiasmo, parabienes clamorosos, a los diputados contrarrevolucionarios y liberales independientes; así como a la masa de público que asiste a la sesión.

El licenciado Cabrera prosigue:

El señor licenciado Elguero -reanudo mi peroración-, el señor Elguero no nos ha dicho el otro nombre; nos ha dicho las razones que él honradamente, tuvo en su pecho para llamar Partido Católico a su partido; pero una cosa es el nombre que con la honradez que caracteriza a las personas que encabezan a este partido haya tomado, una es la significación que para ellos pudiera tener ese nombre, y otra la que en la contienda política ha tenido. En la contienda política se ha confundido el nombre, y precisamente se ha usado con otros fines, no por personas tan dignas y tan respetables como los señores miembros del Partido Católico, como Elguero, De la Hoz, De la Mora, etcétera, etcétera; sino por toda la serie de segundas manos, encargadas de esa porquería que se llama una campaña electoral. En esas condiciones, señores diputados, el nombre de católico se ha usado con el fin de englobar dentro de él, absolutamente, a todas las personas que, fuera de la política, tienen las creencias religiosas que vosotros tenéis, que todas las personas tienen, que los liberales tenemos, que yo tengo.

Ahora bien; Hesiodo -con permiso, señor Urueta-, Hesiodo, en su famoso poema del Escudo de Hércules, con el cual dice la tradición literaria que venció a Homero, refiere que Hércules llevaba, labrada por los titanes en su famoso escudo, casi toda la teogonía griega y que las figuras mitológicas, para los helenos divinas, que se encontraban dibujadas en el escudo, eran la causa de las victorias de Hércules, pues bastaba ver el escudo labrado por los titanes, para que los enemigos de Hércules cayeran muertos. Esta era la fuerza de Hércules cuando acometía; pero cuando Hércules recibía los golpes de sus enemigos, entonces clamaba indignado contra la audacia de los que se atrevían a descargar los golpes sobre las sagradas figuras de la mitología que se encontraban cinceladas en su escudo.

Eso es lo que habéis hecho, señores católicos; vosotros habéis traído el nombre, el sagrado nombre del catolicismo a una contienda política; vosotros sabíais que una contienda política es la más despiadada de las contiendas; vosotros sabíais que una contienda política es algo que deja, moral y físicamente, hechos pedazos a los hombres, y vosotros, para entrar a esa contienda política, tomasteis un escudo y nos lo pusisteis enfrente: ese escudo fue vuestro nombre de católicos (aplausos).

Mientras vosotros triunfabais con ese escudo por todos los ámbitos de nuestro país; mientras todas nuestras ignorantes masas, sedientas de justicia, veían en vuestro lema la única garantía de justicia que conocen; mientras triunfabais tras del escudo del Partido Católico, soñreíais satisfechos. Pero desde el momento en que ha aparecido una hoja anónima en cualquiera sección electoral, o en esta Cámara una persona que aseste un golpe contra ese escudo glorioso, os indignáis contra el sacrilegio cometido, clamáis contra los golpes asestados en la contienda política a ese nombre que tanto respetáis, pero que habéis puesto enfrente de nosotros para que reciba nuestros golpes (aplausos).

No, señores católicos: nunca he pensado atacar los principios de vuestra religión, que es la mía; nunca he tenido el propósito, absolutamente nunca, de traer a este debate nada que no esté dentro del criterio político; pero vuestro nombre es motivo de que cada vez que os ataque como Partido Católico, llamándoos así en este momento político, vosotros entendéis que me refiero a la religión católica. Pero asi como no son los helenos los que nos dan la más alta verdad, tampoco es la literatura helénica la que nos da la más alta serenidad: es el Evangelio el que nos dice, como yo os digo, que en las contiendas políticas hay que dar al César lo que es del César, y fue Jesucristo, el maestro, el que os dijo por primera vez que el reinado de Dios no es de este mundo (aplausos y siseos).

Otro orador del pro es el diputado Bordes Mangel, quien eslabona así sus razones:

Señor: Cohibido por el respeto que la edad, larga práctica, ilustración y talento del señor licenciado De la Hoz me inspiran, tengo que venir a hablar, impulsado por la justicia, y yo siento, señores, venir a contradecir en el terreno del debate las aseveraciones del señor De la Hoz, porque puedo decir muy alto que me honro en respetarlo.

Pido al señor presidente se me traiga la parte del expediente correspondiente a las boletas de Ixtapaluca, que está ahí.

Alegaba el señor Zaldívar, en favor de su elección, dos cosas: primera, que no se había hecho el cómputo de boletas llegadas después de la reunión de la Junta Electoral, por votos emitidos en Ixtapaluca, y segunda, que no se debió haber hecho el cómputo de boletas que después de la primera reunión de la Junta llegaron en favor de los señores Garmendia y Urquidi.

Las boletas que después de la reunión de la Junta llegaron de Ixtapaluca a favor del señor Zaldívar, fueron estas que tengo aquí; ninguna de esas boletas venía acompañada de un padrón, de un acta, de nada que comprobara su legitimidad a no ser que, como comprobación de esa legitimidad, trajera el señor Zaldívar unos certificados que, según él dice, fueron hechos por los mismos instaladores de las mesas, firmas que nadie certificó ni nadie autorizó, y esos certificados acusan cada uno de ellos un número de boletas que no va enteramente de acuerdo con los paquetes correspondientes remitidos a esta Cámara.

Los empleados de la Cámara hicieron por orden, y revisados por los miembros de la Comisión Escrutadora, la cuenta y recuento de estas boletas, y siempre se encontró una notable diferencia entre aquellos certificados que como pruebas exhibió el señor Zaldívar y los paquetes correspondientes a esos certificados de boletas electorales. Creo, señores diputados, que no podemos en conciencia darles fe ninguna a esos votos, que tienen todos los visos de ser ilegales, cuando menos cuya legalidad no es probable.

Después, el señor De la Hoz nos hablaba aquí, como argumento aplastante, de la falta de vecindad de los señores Urquidi y Garmendia. Debo decir, ante todo, que ninguna protesta se presentó, tal como lo marca la Ley Electoral, ante las casillas electorales, digo, por parte del señor Zaldívar; pero por parte de los señores Urquidi y Garmendia sí se presentó una protesta en San Vicente Chicoloapan. Allí se hizo una protesta, porque el señor Garmendia sorprendió el momento en que, sin haber electores, los instaladores de dos mesas se ocupaban en llenar violentamente boletas que iban amontonando en las mesas. Allí estuvo fundada la protesta.

Que no tenían el requisito de vecindad dice el señor De la Hoz. Después me ocuparé de eso: quiero proceder con orden.

Esa presión de que nos hablaba el señor De la Hoz, es a primera vista un argumento de importancia, y cualquiera diría: Pues claro, el señor subsecretario de Comunicaciones y un señor ayudante del Presidente de la República ejercen indudablemente más presión que el gobernador del Estado y todos los jefes políticos de él; y yo os contesto: no; ¿por qué?, porque al Presidente de la República le interesaba no mezclarse para nada en la elección de su ayudante, como al señor Urquidi, por su prestigio de subsecretario, le interesaba no ejercer presión de ninguna especie; y en cambio, al gobernador del Estado y a su representante allí, el jefe político, les interesaba hacer triunfar su candidatura. Si aun cuando fuera de una manera remota, se hubiera ejercido esa enorme presión que podían ejercer el Presidente de la República y el subsecretario de Comunicaciones, ¿creéis, señores, que se hubiera consumado el atentado que en la persona del señor Garmendia -que está alli presente y puede atestiguarlo- se consumó el mismo día de la elección? ¿Sabéis cuál fue, señores? Llevarlo a la cárcel pública de San Vicente Chicoloapan por orden del jefe político de allí. ¿Es eso presión? Eso no es presión; eso es un atentado a la Ley Electoral, a las últimas disposiciones electorales que de una manera clara y terminante prohíben las aprehensiones en ese día, cuando no fuere por delitos in f!aganti y después de haber votado.

Señores, si esas autoridades no ejercieron presión en contra de los señores Garmendia y Urquidi, nunca se hubiera consumado ese atentado. He ahí demostrado que ninguno de los dos pudo ejercer presión; he ahí demostrado que la esfera oficial en que se mueven constantemente para nada tuvo que ver con su elección popular en Texcoco, y he ahí demostrado que las autoridades políticas sí ejercieron presión y que tenemos la presunción muy grande y muy fundada de que la ejercieron por orden personal del gobernador del Estado de México.

Uno de los incidentes de que nos hablaba el señor De la Hoz, era que, a última hora, ya reunida la Junta Electoral y porque faltaba un legajo que llevaba votos en favor de los señores Garmendia y Urquidi, en el automóvil del señor Garmendia se hizo venir ese legajo; pero al señor De la Hoz se le ha olvidado decir que se aprovechó el automóvil del señor Garmendia, porque estaba en la puerta de la sala municipal, para ir a traer ese legajo, legajo que no trajo el señor Garmendia ni su chauffeur, legajo que trajo un miembro de la Junta Escrutadora, exigiendo que el secretario del Ayuntamiento lo acompañara para que fuera a hacer entrega de aquel legajo en debida forma, ya que se presume que por orden del jefe político estaba distrayéndose en la entrega oportuna de aquel legajo electoral. Así fue como se hizo uso del automóvil del señor Garmendia, porque era en esos momentos el medio más rápido de locomoción que se tenía a mano; y creo, señores, que la Ley Electoral no se mete en cuál ha de ser el vehículo por el que se hayan de conducir los expedientes. ¿Y qué más digno de confianza es, en todo caso, el automóvil del señor Garmendia en un distrito como Texcoco, donde vio el señor Garmendia lo que vio, que cualquier otro vehículo, por ejemplo, el del señor protegido del señor gobernador del Estado de México?

Esta mañana, señores -y esto tal vez no venga al caso; pero esto ha sido para mí toda una revelación-, esta mañana, después de los antecedentes que tenía yo de los procedimientos en el Estado de México, tuve oportunidad de ir a una oficina pública en uno de los distritos de ese Estado y darme cuenta muy de cerca de los procedimientos en un negocio en que incidentalmente estaba yo interesado. Me dirigí a un juez y a un jefe político, y en los dos individuos encontré que ni al apoderado de aquel asunto, ni al interesado personal de él, se les podía reconocer absolutamente ninguna personalidad en el juicio, para darles cuenta de sus trámites. ¿Por qué? Pues, señores, allí se rumoraba que por orden del señor gobernador. Cuando yo he visto eso, estoy autorizado para creer que lo que allí sucedió, sucedió en todos los distritos; y cuando yo he sabido que fue aprehendido el señor Garmendia, estoy autorizado a creer que se ejerció presión contra él en la misma forma que está acostumbrado a ejercerla en todos los casos y en todas las situaciones el señor gobernador constitucional del Estado de México.

Creo que la simple revisión de estas boletas, creo que los certificados que vienen amparando estas boletas, además de lo que ya dije, no hacen constar el número que dieron los habitantes, porque son falsos esos certificados; nos dicen simplemente: uno, Hago constar que el señor Zaldívar obtuvo tantos votos en tal casilla electora; otro, Hago constar que el señor Zaldívar obtuvo tantos otros en tal otra casilla electoral; pero, señores, ¿por qué esos certificados no nos dicen si obtuvieron o no obtuvieron votos en esas casillas electorales los señores Garmendia y Urquidi, ya que no tenemos más constancias, ya que se nos quiere hacer aparecer como constancia legal ese certificado que carece absolutamente de legalidad?

El señor De la Hoz esgrimió como argumento, que no había aparecido hasta ahora en ninguna protesta, argumento que el señor Zaldívar nunca supo inventar, argumento que ninguno de ustedes había llegado a conocer, sencillamente porque nadie hablaba de eso, la falta de vecindad de los señores Urquidi y Garmendia.

¿Pueden legalmente ser electos los señores Urquidi y Garmendia por el distrito electoral de Texcoco, no siendo vecinos de él? Para los efectos de la Ley Electoral, son vecinos del distrito electoral de Texcoco: el señor Urquidi, porque hace ocho meses que tiene comisión del Gobierno, o sea residencia oficial en Texcoco, como director de las obras del Lago de Texcoco; el señor Garmendia tiene en propiedad y en plena explotación una cantera en Texcoco (siseos).

¿Por qué votaron por el señor Urquidi los habitantes del distrito de Texcoco cuando sólo lo conocen por su residencia oficial? Pues, señores, porque estiman que el bien que como director de las obras del Lago pueda proporcionarles, será mayor que el que les proporcione cualquiera otra de las personas o vecinos de allí y que allí residen.

Por último, señores, todo esto, que creo que es justo; todo esto, que creo que es legal, tenía yo un temor muy grande de que no llegara hasta vuestras conciencias y de que no lo considerarais recto y justo; ¿por qué?, porque a todos vosotros os es conocida la rectitud de conciencia del señor De la Hoz, y fue el señor De la Hoz quien impugnó esta credencial; porque todos podríais tener alta confianza en lo que él dijera, y sin más, podríais decir: Tiene razón, porque él lo dice.

Y ahora, señores, tengo que descender a un terreno adonde no hubiera querido entrar; ahora os diré: ¿sabéis por qué el señor De la Hoz y, en consecuencia, todo el Partido Católico os vienen a hablar de la legalidad del candidato del Partido Católico? Por las mismas razones que vuestra soberanía oyó cuando defendió la credencial de don Isidro Rojas y cuando defendió la credencial de don Félix Araiza; por las mismas razones que el Partido Católico defendiera así, uniendo a todos sus miembros, apretados, para dar un golpe que sea una maza de todo el partido, junto, siempre que se trata de católicos. Yo lo lamento, porque nunca he llegado a eso, porque no es mi criterio; yo los respeto, eso sí, porque creo que cada uno puede tener el criterio que más le agrade; pero yo he visto siempre que aquí, en el seno de esta Asamblea, no es el Partido Católico, ni es el partido incondicional del Gobierno los que pueden decidir votación alguna; es allí, en los bancos de los independientes, donde pueden decidirse las votaciones, porque es allí donde las conciencias están libremente manejadas; porque es allí, donde no hay compromisos de ninguna especie de partidos, donde se puede pedir un voto legal, y es por eso por lo que ahora es a vosotros a los que me dirijo. El señor Urquidi ha sido legalmente electo; lo que se alega en su contra es esto, (señalando un bulto que está en la tribuna), y esto, legalmente, no es nada. Señores independientes, a vosotros me dirijo, no a aquellos cuyos votos tienen que estar incondicionalmente al servicio de un partido; votad por Urquidi y por Garmendia (aplausos).

El diputado Elorduy expresa su deseo de que la Comisión informe si hay algún documento que compruebe el requisito de vecindad del ingeniero Urquidi, y el señor Rendón contesta:

La Comisión iba a pedir la palabra al último, porque, en el fondo, la interpelación de su señoría es la misma que la del señor De la Hoz. El señor De la Hoz, pregunta por la vecindad de los señores Urquidi y Garmendia. La Comisión ignora completamente, ese punto, como lo ha ignorado respecto de las siete octavas partes de los señores diputados que aquí se sientan. La Comisión no tuvo, antes de ser Comisión, el honor de conocer a cada uno de los señores diputados electos, y cuando en la credencial no venía ninguna protesta acerca de su vecindad, la Comisión no podía decir nada a este respecto. En estos momentos puede decir quiénes son estos señores, que están aquí presentes; pero cuando la Comisión leía sus respectivas credenciales ignoraba eso y no podía decir, por lo mismo, si tuvieran o no el requisito de vecindad; las únicas ocasiones en que la Comisión trató del requisito de vecindad, fue porque se formulaba alguna protesta, ya por los vecinos de la localidad, ya por el candidato oponente.

El señor Castellot hace esta interpelación:

Suplico respetuosamente a la Comisión, se sirva responderme si su criterio cuando se trata de incompatibilidad o de vicio constitucional de uno de los candidatos, ha sido tomar en cuenta este vicio tan pronto como tiene noticia de él, y en cualquier tiempo que se haya presentado la reclamación.

El señor Rendón responde:

La Comisión estimaba, como reiteradamente ha dicho, las protestas que le eran presentadas, y únicamente se ocupaba de esos puntos cuando tenía pruebas, porque estableció que la prueba correspondería al que hacía la observación. Fuera de eso, la Comisión no podía inventar, cuando del acta electoral no se deducía ningún vicio de elección. Ese ha sido el constante criterio de la Comisión.

El señor Castellot insiste:

El señor licenciado Urueta, miembro de la Comisión, nos manifestó desde aquella tribuna que los vicios constitucionales que incapacitaban a un candidato, debían tomarse en cuenta a cualquiera hora que fueran presentados, porque ninguna de las formalidades de la ley, respetable en todos los casos, pueden dejar de ser respetadas cuando se trata de un requisito constitucional; y respetuosamente interpelo a la Comisión para que me diga si en este caso debe o no debe tomar en cuenta el impedimento que anuncia el señor De la Hoz y que ha complementado el señor Elorduy, para retirar su dictamen y presentarlo tomando en cuenta la falta del requisito constitucional a que se ha aludido.

El señor Rendón replica:

Pues la Comisión tiene que contestar al señor licenciado Castellot una cosa bien sencilla: que extraña muchísimo que haga esa pregunta, cuando aquí está oyendo que el señor licenciado De la Hoz formula la objeción, pero sin pruebas de ninguna especie (voces: ¡No! ¡No!, siseos y campanilla).

El señor De la Hoz toma la palabra otra vez para decir:

No me consideraría yo, señores, satisfecho en el fondo de mi conciencia, si no volviera a hablar, a riesgo de cansar vuestra ya fatigada atención; pero algunos de los razonamientos empleados, tanto por el señor Cabrera como por el estimabilísimo joven Bordes Mangel y -¿por qué no habré de decirlo?- por el mismo señor presidente de la Comisión Escrutadora, me dejaron perplejo y lastimado.

Decía el señor Bordes Mangel: de aquellos bancos es de donde espera el señor Urquidi y el señor Garmendia la resolución favorable a sus credenciales. Los católicos tienen que votar plegándose a un cartabón mezquino, plegándose a un prejuicio que se han formado de antemano; así como votaron a favor de la credencial del señor licenciado don Isidro Rojas y del señor ingeniero don Félix Araiza, así votarán ahora, por más que aquellas credenciales fueran en concepto de la mayoría ilegales y, en concepto de la minoría, legítimas. Yo me atrevo a decir al señor Bordes Mangel, con todo el entusiasmo de mi fe religiosa y con todo el valor y energías dé mi independiente posición civil, que no ha tenido derecho para lanzarnos semejantes dardos; nosotros somos dueños y soberanos de nuestra conciencia, y tenemos en nuestro favor esta ventaja, no quiero establecer comparaciones; pero nosotros no le tememos más que a Dios y a nuestra conciencia, en donde está un reflejo de la Divinidad, nosotros podríamos parodiar una frase elocuentísima, admirable, de Dantón, cuando era ministro de la Guerra en la Convención en la época tormentosa de la Revolución Francesa. Cuando había declarado la guerra el gran tribuno, como 'ministro, a la Europa, coaligada en contra de la Francia, le objetaron en el Parlamento, en aquellas turbulentas luchas entre la Montaña y la Llanura: Nos lanzáis a la ruina; arrojáis a la Francia a la desgracia, y Dantón pronunció estas palabras: ¡La Francia puede hacer pacto con la muerte; no puede hacer pacto con la victoria! Y yo digo: nosotros somos los descendientes de aquel Mauricio que, acaudillando a la legión tebana, fue el primer sustentáculo de poder de los césares paganos; somos descendientes de aquel Sebastián que tenía otro césar muy cerca de su persona, y fueron fieles al poder y fueron fieles al soberano; pero cuando se les exigió que quemaran incienso en el altar de los dioses, aquellos hombres aguerridos y valerosos entregaron sus armas y marcharon como mansos corderos a ser entregados a las fieras del circo. Eso somos nosotros; no tenemos absolutamente ningún antemural humano que nos guarde, ni menos el escudo de Hércules a que se refería el castizo orador, el helénico pensador don Luis Cabrera -pidiendo respeto a mi estimable amigo el señor Urueta por esta clásica alusión-. Nosotros por escudo tenemos la cruz, esa cruz que venció a Magencio en las riberas del Tíber; éste es nuestro escudo. Por lo demás, nuestros pechos están al descubierto, que al fin señores, la vida es pasajera y preferimos ser mártires que verdugos (aplausos). Y vaya otra cita histórica de la revolución, con permiso también de mi estimabilísimo amigo el señor Moheno. Cuando los girondinos fueron condenados por la Montaña a la guillotina, uno de ellos, no sé si Gaudet, Condorcet o Lanjuinais, lanzó esta frase, que no quiero pronunciar aquí con toda su crudeza, porque tiene un epíteto que no debe escaparse de mis labios: Señores -es la versión que doy al epíteto-, los paganos enfloraban a sus víctimas; no las insultaban.

El señor Díaz Mirón, interrumpiendo:

Lanjuinais.

El señor De la Hoz prosigue:

Sí, señor, Lanjuinais.

No quiero pasar inadvertido un hecho que pudiera creerse como desaprensivo para un anciano, ornamento de nuestro foro.

Decía el señor Cabrera, con esa palabra fría y glacial que tiene la dureza del estilete, que penetra hasta lo más hondo, aunque sonría el que esgrime semejante arma: Viñas fue el competidor del señor doctor Cárdenas en el distrito de Tlalnepantla, y el señor Cárdenas se sienta en los escaños de este Parlamento; el señor Viñas fue rechazado por el Partido Católico.

No, señores; que me permita la Asamblea pagar tributo a una amistad muy antigua. Viñas es un caído en las luchas de la vida; Viñas quiso reconquistar una popularidad que resonó en este sitio; en la época ya lejana de la Deuda Inglesa, figuró en el grupo de la oposición, al lado de todos aquellos cuyos nombres bullen en vuestra memoria; Viñas, después de haber sido uno de los primeros abogados de este foro, de haber ganado grandes caudales con su profesión, después de haberlos perdido en una quiebra, única en nuestros anales forenses, porque pagó hasta con sus muebles hasta el último centavo debido a sus acreedores, Viñas se lanzó a los setenta años a una gira personal y política en demanda de una curul; la suerte le fue adversa, pero no es ni digno de un reproche, ni mucho menos de que pase sin protesta por nuestra parte, el hecho de que nosotros lo hayamos rechazado.

Yo ignoro, y lo digo a fuer de honrado, el atropello denunciado por el señor Bordes Mangel, cometido por el alcalde o presidente municipal de Chicoloapan. El procedimiento adoptado contra el señor Garmendia lo he sabido hasta este instante; yo lo repruebo con toda la fuerza de mi razón y con toda la energía de mi conciencia; pero de ese hecho no podemos deducir que se ejerció presión en todas y cada una de las diversas circunscripciones en que se dividió el distrito electoral de Texcoco. Texcoco se compone de Coatlinchán, de Ixtapaluca, de Ateneo, de Chiconcuac, de Papalotla, de Tezayuca, de Tepexteluca, de Chiconcuac de la Paz; y quiero creer, no hipotéticamente, sino que supongo que es cierto, que se haya ejercido cierta presión moral en los dependientes, peones y jornaleros de la hacienda de Coxtitlán, ¿puede ser esa acaso un agravio, un cargo para el hacendado o para su administrador?, ¿por quién naturalmente debía votar mejor el jornalero que por su amo? El señor Zaldívar, por mucho que se le quiera presentar como un terrateniente plutocrático, como se dijo del pobre amigo Manuel Cuesta Gallardo (voces), es, señores diputados, un hombre honrado, un hombre benéfico en aquellos sitios, y era natural que tuviera mayor popularidad que el señor Urquidi y el señor Garmendia. ¿Sabéis por qué? No solamente por las razones aducidas, sino porque los mencionados caballeros no son vecinos del Estado de México, según tengo entendido, pOr más que difícil me sería probar mi afirmación, porque yo sé, como abogado y filósofo que las negaciones no se prueban; de manera que si yo me hubiese atrevido a afirmar rotundamente aquel hecho podría levantarse la Comisión disparando los rayos apacibles, como se escapan de las manos del presidente de la Comisión, pero rayos al cabo (risas), preguntando: ¿Cuál es la prueba que tiene usted, señor diputado, para decir que no es vecino del Estado de México, el señor Garmendia? Y por eso lo dije, no de una manera artificiosa y artera; no, sino simplemente para puntualizar este hecho: infinitamente más conocido, más popular es el señor Zaldívar Flores en el distrito de Texcoco, que el señor Urquidi. Pero la prueba la ha suministrado el joven Bordes Mangel, porque nos ha dicho, señores diputados, que la vecindad que requiere la ley la deben tener todos los candidatos para diputados al Congreso General, y en el caso del señor Urquidi, consiste para la Comisión, en que hace ocho meses que ha merecido del señor Presidente de la República el cargo de inspeccionar las obras de desecación del Lago de Texcoco (risas); y que la vecindad del señor Garmendia consiste en que está explotando una cantera en el Estado de México. Si esa es la vecindad a que se refiere la ley, de antemano me declaro vencido; pero no es ni con mucho esa la prueba del requisito esencial que señala nuestra Ley Electoral.

Yo creo, señores, que en el caso típico, como le llamé, y único de esta credencial, porque no se parece a ninguna de las que se han votado hasta este momento, la Comisión, utilizando los medios que ha puesto en juego, maravillosamente desarrollados en todas estas angustiosas y dolorosas audiencias, yo no la puedo descifrar, se escapa a mi pobre clasificación, sin presumir ser un Linneo; pero unas veces se me presenta como la defensora augusta y rígida de la ley, con la rigidez de la vertical: Vosotros, señores diputados, formáis un tribunal de ley -nos dice--; la ley es a la cual debemos apegarnos, afirma en alguna otra ocasión, y en otras nos dice: Formáis un tribunal de conciencia; el Reglamento de la Cámara -¡qué digo!- la Constitución General de la República establecen que las Cámaras son las que resuelven de una manera inapelable cualquiera duda que exista sobre la validez del nombramiento de sus miembros; sois tribunal de honor, sois tribunal de conciencia; votad con arreglo a vuestra conciencia. Otras veces, la Comisión milita en las filas de los Proculeyanos, que formaban una de las grandes escuelas de jurisconsultos romanos: Atengámonos al espíritu de la ley, no como los Sabinianos, que opinaban por aplicar la letra estricta de la ley. Por fin, en alguna otra ocasión nos decía el señor Rendón, representando a la Comisión, pues muy pocas veces ha hablado el señor Urueta, menos aún el señor Moya Zorrilla, todavía menos el señor don Vicente Pérez, y menos aún que todos el señor Luna y Parra, todos ellos estimados amigos míos; de manera que el peso de esta discusión ha sido soportado por el señor Rendón, asi como el mundo de objeciones que de todas partes se han descargado sobre sus hombros y él ¡impasible! Bien; yo soy el primero en reconocer ese admirable don que Dios le ha dado: su tranquilidad extraordinaria y pasmosa (risas); y esto lo digo de una manera sincera, no utilizando alguno de los recursos oratorios de la ironía o del sarcasmo, no; cuando creo que la mentira peca contra el Derecho natural, este vehículo divino que Dios ha puesto en mis labios -la palabra- no me ha servido nunca para ocultar mis pensamientos, como aceptan los diplomáticos; esto no. Yo creo que cualquiera de vosotros que se digne ser mi interlocutor, tiene derecho a que mi labio traduzca los dictados de mi corazón y las energías de mi cerebro. En consecuencia, volviendo a tratar el punto de mi interrumpida peroración, debo decir que en otras ocasiones la Comisión se presenta, no solamente liberal, según la significación que tiene en nuestro léxico, sino libérrima. No nos detengamos en esas minucias raquíticas de la ley, no, amplitud de criterio; base amplia para resolver, y en este caso, los pobres expedientes de Ixtapaluca vienen sin actas, vienen sin documentación, vienen sin padrones, vienen sin cómputo; en suma, son un hacinamiento de papeles que sólo estaría apropiado para arrojarlo a los cuatro vientos y no para tomarlo nosotros en consideración.

Yo no sé si merecerá o no crédito la certificación que trae el señor Zaldívar Flores, para comprobar que hubo elección en Ixtapaluca, y que en esas elecciones su candidatura salió triunfante y airosa de las ánforas, pero la Comisión asegura que no son de tomarse en cuenta esos datos, por la misma razón por la que la Junta Electoral de Texcoco no quiso tomar en cuenta el mismo día las de Chiconcuac. Aquéllas, yo no sé por qué medios favorecieron -y no lanzo cargos infundados al señor Urquidi; las de Ixtapaluca, todas, favorecían al señor Zaldívar. He ahí la razón de la diferencia.

Yo no quiero cansar más vuestra atención. No miréis en el señor Zaldívar, según aseguraba el joven diputado Bordes Mangel al amigo del señor gobernador del Estado; yo podría demostrar que tan no le favoreció, que cuando rendidamente le suplicaba el señor Zaldívar que le expidiera una certificación de que el jefe político de Texcoco le había comunicado el día 3 resultando victoriosa la candidatura del señor Zaldívar, el señor gobernador por conducto de su secretario, le decía: que no es posible ministrarle a usted los datos que pide, en virtud de que el gobierno no tiene conocimiento ... (Leyó).

Y yo me pregunto: si ese respetable funcionario hubiera querido favorecer la elección del señor Zaldívar, ¿hubiera tenido empacho en darle la certificación de un hecho cierto: que el día 3, y el día 4, el Colegio Electoral de Texcoco había declarado por mayoría abrumadora de votos, que era el triunfador en aquellas casillas el señor Zaldívar Flores y no los señores Urquidi y Garmendia?

Me retiro de esta tribuna dueño de la confianza íntima -que es muy mía y no está sujeta ni al orín del tiempo, ni al ataque del salteador en el camino-, de la satisfacción de haber cumplido con mi deber (aplausos).

El diputado Vicente Pérez hace esta referencia a una alusión personal:

Yo ignoro por completo qué móvil haya tenido el respetable señor licenciado De la Hoz, para, de una manera inoportuna, citar o hacer patente el hecho de que yo, sin embargo de ser miembro de la Comisión, no haya usado de la palabra; pero lo explicaré en breves frases.

Me considero incompetente para usar de la palabra porque humildemente confieso que soy poco aliñado en el uso de ella; más que un abogado, soy un modesto agricultor, y siendo, como es, presidente de la Comisión de que tengo la honra de formar parte, una persona que no solamente conoce al dedillo todos los expedientes que aquí se han debatido, sino que tiene facilidad de palabra, había creído innecesario usar de ella pero ya que el elocuentísimo señor licenciado De la Hoz, el hombre de la palabra arrebatadora, desea oírme, voy a contestar en breves palabras mi sentir sobre ese dictamen que está al debate.

Dice el señor licenciado De la Hoz, que la ley exige, como requisito indispensable, la vecindad para poder ser electo diputado, y siento disentir de su opinión. El artículo 56 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, es verdad que exige, entre otros requisitos, el de vecindad para poder ser electo diputado; pero el artículo 116 de la Ley Electoral, que es el que debe conceptuarse reglamentario del artículo 56 de la Constitución, no toma la palabra vecindad en el sentido estricto que le da el Derecho Civil, sino en un sentido lato, y así es como, en su fracción III, ese artículo 116 de la Ley Electoral, ha introducido esa excepción al Derecho Civil, exigiendo única y exclusivamente la residencia, y así lo dice terminantemente el artículo que acabo de citar.

Para los efectos del artículo 56 de la Constitución Federal dice el artículo:

Para los efectos del artículo 56 de la Constitución Federal, se considerarán avecindados en el Estado, Distrito Federal o Territorios, a los ciudadanos que tengan cualquiera de los siguientes requisitos:
I. Que hayan nacido en su territorio;
II. Que tengan bienes raíces en él, cuando menos tres meses antes de la elección;
III. Que hayan residido en él por lo menos tres meses antes de la elección;
IV. Que tengan comercio o industria establecidos por lo menos seis meses antes de la elección, y giren un capital no menor de tres mil pesos
.

Si esto no satisface al honorable señor De la Hoz, sí tengo la firme convicción de satisfacer a todas las personas de buen sentido que en mayoría forman esta Asamblea.

El diputado Lozano da forma oral a esta interpelación:

Señor capitán Garmendia: El distinguido tribuno señor Bordes Mangel ha afirmado que el día de las elecciones fuisteis reducido a prisión por una autoridad arbitraria; el honorable señor De la Hoz afirma que pertenecéis al Cuarto Militar del señor Presidente de la República. Estos dos hechos no han merecido hasta ahora observaciones ni rebatimiento alguno, y sólo quiero, dadas estas premisas que ilustréis mi ignorancia sobre este punto: ¿es verdad que la Ordenanza del Ejército prohíbe a los militares en servicio activo tomar participación directa o indirecta en los asuntos políticos? (Aplausos).

El señor Garmendia usa la palabra en estos términos:

He sido tan brillantemente defendido por los señores licenciados Cabrera y Bordes Mangel, que poco tendré yo que añadir a mi defensa. Sólo quiero rectificar varios hechos a los que ha aludido el señor De la Hoz, que, como es natural, sólo ha recibido el encargo de mi adversario, el señor Zaldívar Flores, y al trasmitirle los datos en que debía fundar el ataque que nos iba a dirigir, la pasión, los intereses, etcétera, etcétera, deben haberle hecho olvidar la verdad de los acontecimientos.

El Colegio Electoral, una vez que se verificaron las elecciones, señor De la Hoz, se reúne el primer día, y no es fácil en ese mismo día que haga el cómputo de todos los votos que tiene en su poder; tiene que reanudar sus trabajos al día siguiente, y así sucesivamente, hasta el término que marca esa misma ley. Es una puerilidad que el señor De la Hoz, que debe ser y es un profundo conocedor de nuestras leyes y que ocupa en este momento un lugar en esta Asamblea, nos venga diciendo que al señor Zaldívar Flores se le aclamaba en la Junta Electoral como diputado triunfante, y al día siguiente se aclamaba al señor Urquidi, como habiendo superado al señor Zaldívar (risas). Pregunto yo: ¿cuántas veces se hace el cómputo de los votos, señor De la Hoz?, ¿cuántas veces el Colegio Electoral hace la declaración solemne a que se refiere la ley, de quién ha sido el diputado triunfante? Una sola vez.

Es, pues, imposible creer que el señor Zaldívar haya sido declarado triunfante, como él lo asegura, y al día siguiente, con nuevo cómputo, traído por nosotros en el automóvil, se haya declarado al señor Urquidi. Lo que sucedió fue lo siguiente: el señor jefe político del distrito de Texcoco obedeció la consigna del señor gobernador -y sobre esto es inútil insistir, puesto que con la brillantez que caracteriza al señor Olaguíbel, ha demostrado hasta la evidencia la presión enorme que ejerció el señor gobernador en las elecciones del Estado de México-; digo que es inútil insistir en ello, porque está en la conciencia de todos que ese ha sido un hecho; después me referiré a algunas circunstancias que me dan la razón de lo que digo.

El jefe político del distrito violentaba los trabajos de la Junta, y a las seis de la tarde de cada uno de los días en que se reunió para esos mismos trabajos, preguntaba a todos los que formaban ese mismo Colegio, quién llevaba la mayoría, y cuando el día 3, el señor Zaldívar llevaba esa mayoría, pero que no se había hecho todo el cómputo, pues faltaban varios expedientes, el señor jefe político, procurando quedar perfectamente con su jefe, el señor gobernador, le ponía el telegrama que ha leído el señor Cabrera. Por último, terminados los trabajos de la Junta Electoral, que se prolongaron hasta varios días después de los que marca la ley, se hizo lo que ésta manda a este respecto; terminado el cómputo, se declaró de una sola vez que el diputado tTiunfante había sido el señor Urquidi y no el señor Zaldívar Flores.

Por la misma razón que antes expresé, es decir, que el señor Zaldívar Flores no dió al señor De la Hoz perfecto conocimiento de la causa que iba a defender, le dijo que nuestras credenciales no habían sido registradas. Siento mucho, señor De la Hoz, decir a usted que el señor Zaldívar ha faltado a la verdad. Nuestras credenciales fueron perfectamente registradas conforme a la ley; personalmente fui de municipalidad en municipalidad cumpliendo con los requisitos de esa misma ley, y en la de San Vicente Chicoloapan, que es la municipalidad a que tanto se han referido los señores que me han precedido en el uso de la palabra, fue el único trabajo electoral que nosotros llevamos a cabo.

Voy a referir algo que ignoran los señores diputados. Cuando se trató de rechazar las reclamaciones que con toda justificación presentábamos ante la casilla electoral donde se cometía el fraude más escandaloso, el presidente municipal pretendió privarnos de los derechos que nos asistían, alegando que no se habían registrado nuestras credenciales, y como el secretario municipal allí presente le manifestara que sí se habían registrado y que él personalmente lo había hecho con toda anticipación, al día siguiente de las elecciones fue destituido de su empleo.

El fraude escandaloso a que antes me he referido consistió en lo siguiente: la hacienda de Coxtitlán rodea literalmente a la municipalidad de San Vicente; las autoridades que fungen allí, son puestas, no por el señor Zaldívar Flores, porque no se digna jamás presentarse en su hacienda, sino por su administrador, que es el que domina en esa municipalidad. El día de las elecciones, supusimos y con fundamento, que, engolosinados con nuestra ausencia, se cometeria todo género de fraudes y, en efecto, a las once de la mañana, aproximadamente, hicimos nuestra aparición bruscamente, y fue tal la sorpresa que recibieron los señores de la casilla electoral, que hemos sorprendido a los señores instaladores, dirigidos por el presidente municipal, firmando boletas y boletas a favor del señor Zaldívar Flores; pedimos una copia del acta, y las casillas electorales que se instalaron, se negaron de una manera rotunda y absoluta a satisfacer esta justísima demanda (toses).

El diputado Castellot interrumpe al señor Garmendia con una moción de crden que consiste en hacer constar que este señor pidió la palabra para contestar al diputado Lozano y está hablando en pro del dictamen. El señor Garmendia advierte que había cedido su turno al señor Bordes Mangel cuando pidió hablar en defensa del dictamen. El presidente Escudero corrobora el dicho de Garmendia y éste continúa:

No quiero hacer más largo este debate y sólo voy a contestar la interpelación del señor Lozano.

Es cierto que existe un artículo de la Ordenanza que prohíbe a los militares hacer política; pero debo decir al señor Lozano que, como notable jurisconsulto, no debía ignorar que sobre la Ordenanza, sobre todos los códigos, está nuestra Constitución, y ésta no puede privar a un ciudadano de un derecho; y es verdaderamente doloroso recordar a ustedes, señores, que sólo al Ejército, al único que está derramando su sangre, que está sacrificándose por la tranquilidad y la honra del país, sea al único a quien se le nieguen sus derechos (aplausos y vivas al Ejército).

Los vítores colectivos son seguidos por uno individual, clamado con vigorosa entonación: es el del licenciado Serapio Rendón que, sin duda, revela el sentimiento del gobierno que preside el señor Madero, acerca de la confianza que tienen en la lealtad del Ejército los hombres que componen dicho gobierno. El señor Garmendia da remate a su discurso con esta cláusula:

Sólo quiero terminar recordando que antes que el caso que se presenta actualmente, se ha presentado el del señor general José María de la Vega, general de División del Ejército y que ocupa una de las curules; pero por el cargo que desempeña en estos momentos, no se encuentra entre nosotros (aplausos).

El diputado Padilla dice:

El artículo de la Ordenanza a que se ha referido el señor Lozano, efectivamente prohibe a los militares tomar participación directa o indirecta en la política del país; pero en la última parte de ese artículo hay esta declaración de la ley: sin perjuicio de los derechos de votar y ser votado. En consecuencia, para poder ser votado, se necesita hacer propaganda y lanzar la candidatura. Así está declarado.

El diputado Isassi habla sobre el mismo tema:

Para aclarar -advierte- el mismo punto de que los militares pueden ser electos.

Ni la Ordenanza General del Ejército, ni la Ley Electoral, impiden a ningún militar en servicio activo hacer su propaganda política para diputado, para gobernador o para cualquier cargo de elección popular, porque la misma Ordenanza Militar concede permiso a los militares para desempeñar cargos de elección popular. La Ley Electoral, a los únicos que prohibe es, a los comandantes militares de los lugares donde deseen postularse, por la presión que puedan ejercer; pero los militares en servicio activo están en su perfecto derecho, como lo estuvo el señor general De la Vega, que es inspector de los cuerpos rurales y que manda 11,000 hombres; en consecuencia, el señor capitán Garmendia estuvo en su perfecto derecho de hacer su campaña (aplausos).

El diputado Muñoz aclara a su vez:

Usted dijo, señor presidente, que haría yo uso de la palabra después del señor Isassi para rectificar un hecho, que es el siguiente:

Señores, no obstante que tal vez vote en contra de la credencial del señor Urquidi, debo de aclarar que la Ordenanza General del Ejército, en el artículo 116, expresa de una manera clara y terminante que se descontará a los militares el tiempo de servicio que estén desempeñando las funciones de diputado al Congreso de la Unión; en consecuencia, da permiso de una manera tácita para ser electo y ser votado.

En consecuencia, creo de esta manera contestar la interpelación del señor Lozano en lo que se refiere al derecho que tienen los militares de ser electos diputados.

El señor Lozano vuelve a hablar para responder a una alusión personal.

Recordará la Cámara -dice- que yo, ignorando la Ordenanza General del Ejército hice esta humilde consulta al señor capitán Garmendia y que han venido a ilustrar honorables militares.

Por lo demás, señor capitán Garmendia, yo, el 8 de mayo del año pasado, cuando el Ejército era traído a mala parte por voces malditas, por escritos blasfemos, yo fui quien me levanté en esta tribuna para pedir un voto de confianza y de honor a nuestro distinguido Ejército Nacional (aplausos).

En contra del dictamen el licenciado Castellot alega:

Pido la palabra en contra del dictamen, porque a propósito de dos o tres frailes, se ha torcido el curso de la verdadera discusión.

Aquí no se trata de saber si el señor Garmendia, miembro del glorioso Ejército Nacional, tenía o no derecho a votar y ser votado; aquí se trata de saber si la Ordenanza le prohibía ir a hacer política, es decir, a gestionar una elección (voces: ¡No! ¡No!). Y en eso, señores, aunque la Comisión le niegue ese derecho ... (Voces: ¡No! ¡No!) Si el señor Garmendia había aceptado el compromiso que le impone la Ordenanza Militar, habría renunciado ... (Voces: ¡No! ¡No!) No es este el asunto tampoco que se tiene a discusión, la cuestión se presenta en esta forma: la Constitución exige el requisito de vecindad, reglamentado por esa ley, y el señor licenciado Pérez dice que exige solamente la residencia, y yo lo acepto. ¿El señor Urquidi y el señor Garmendia han residido en el Estado de México? Yo interpelo a la Comisión: ¿Es presunción legal de absoluta fuerza, es un argumento incontrovertible, que tiene su domicilio en el Estado de México quien desempeña una Subsecretaría de Estado? El señor Urquidi, que es subsecretario de Comunicaciones, no puede residir en Texcoco aun cuando tenga una comisión para desempeñar las obras de desecación. El señor Garmendia, que pertenece y con mucho honor y muy merecidamente al Cuarto Militar del señor Presidente de la República, reside oficial y legalmente en el Distrito Federal, puesto que debe desempeñar sus funciones en el Palacio de Chapultepec (aplausos)

El señor Garmendia pide la palabra para una alusión personal; el diputado Ezquerro la solicita para cuando concluya el señor Castellot, y éste replica:

Después de tanto solicitar la palabra, ¿quiere usted quitármela? (risas).

El señor Urquidi y el señor Garmendia -por boca del señor Garmendia lo habéis oído-, no hicieron trabajos electorales de ninguna especie, y se presentaron a las once de la mañana como aparecidos (voces: ¡No! ¡No!) en un distrito electoral ... (siseos). Yo no sé; pero en la versión taquigráfica debe estar que el señor Garmendia ...

El presidente interviene:

Quería suplicar a las galerías que permitan hablar a los oradores, porque la tolerancia establecida por la Mesa debe entenderse para las manifestaciones espontáneas de entusiasmo, pero no para interrumpir a los oradores (aplausos).

El señor Castellot hace esta interpelación:

Señor Garmendia: Ruego a usted excuse la versión anterior, que entendió usted mal. Usted afirmó que se presentó inopinadamente y que había sorprendido algunos fraudes en la elección. ¿No es esto? Rectifico lo que he dicho. Ruego al señor Garmendia se sirva decirme qué día se inscribió su candidatura y la del señor Urquidi.

Los trabajos electorales emprendidos en todos los distritos son bastante largos -contesta el señor Garmendia-; nosotros los llevamos ...

El señor Castellot trata de interrumpir al señor Garmendia y éste le pide que le permita contestar como pueda; Castellot conviene en que lo haga con toda libertad, y el señor Garmendia declara:

Inscribí nuestra candidatura en todas y cada una de las municipalidades de que se compone el distrito de Texcoco. Bien. No tengo en este momento en la memoria, porque tengo una pésima memoria, la fecha exacta en que se hizo esa inscripción; pero si al señor Castellot le basta -pues en este momento no tengo otra cosa de qué echar mano- que dé mi palabra de honor, de soldado, le diré que hemos hecho esa inscripción en todas las municipalidades y que solamente me refiero a la de Chicoloapan, en donde no hice más trabajo electoral que esa inscripción.

Castellot inquiere:

¿Esa inscripción de su candidatura se verificó con muchos días de anticipación, un mes siquiera antes de la elección?

Repito que no recuerdo la fecha exacta -confiesa el señor Garmendia-; pero sí fue, bajo mi palabra de honor, antes de la última semana.

¿Antes de la última semana? -insiste el señor Castellot, y en seguida de recibir respuesta afirmativa del señor Garmendia, reanuda de este modo su discurso:

Entonces, los señores Urquidi y Garmendia; el señor Urquidi de Chihuahua, y el señor Garmendia, que no es nativo del Estado de México; el señor Urquidi desempeñando el cargo de subsecretario de Comunicaciones y sin más relaciones en el Estado de México que su inspección en las obras de desecación del lago de Texcoco, con la sola inscripción de su candidatura antes de la última semana, anonadaron con su popularidad a los demás candidatos; pero, en fin, estas son consideraciones, señores, que nos han hecho perder largamente el tiempo, trayendo a los debates asuntos de católicos, jacobinos, ortodoxos y heterodoxos; aquí la Única cuestión que cabe estudiar es la siguiente, y suplico que la tengan presente: la Constitución exige el requisito de vecindad; y la Ley Electoral lo reglamenta, exigiendo el nacimiento, la residencia, o la propiedad. Los señores Urquidi y Garmendia no tienen nacimiento, no tienen residencia, no tienen propiedad. La primera y la tercera circunstancia no están a discusión. Respecto a la segunda, no tienen residencia, porque la presunción legal, absolutamente firme, de que residen en el Distrito Federal, ha sido completamente demostrada. Si esta credencial hubiera de ser aprobada con un vicio constitucional, este vicio puede ser alegado y reclamado siempre, porque -aquí de la teoría de los actos nulos e inexistentes del señor licenciado Cabrera, seria un acto absolutamente inexistente por estar viciado con un impedimento constitucional.

Señores, si el señor Urquidi y el señor Garmendia no tienen ninguno de los requisitos de vecindad establecidos por la ley; si el señor Zaldívar Flores tiene todos eSos requisitos, honradamente, sin apelar a subterfugios de ninguna naturaleza, debemos de rechazar el dictamen, porque, de aceptado, sería pasar a brincos y zancadas sobre el artículo constitucional.

Yo conozco la grande amistad que el señor Elorduy tiene con el señor Urquidi, pero conozco también la intachable honradez del señor Elorduy y lo interpelo para que me diga: ¿cree, en conciencia, que el señor Urquidi ha residido un solo dia en el Estado de México? Conteste usted, señor Elorduy.

El diputado Elorduy contesta asi la interpelación:

Como ha dicho muy bien su señoría el señor Castellot, soy íntimo amigo del señor Urquidi, es más, soy pariente cercano de él, me liga un afecto de muchos años con él; con el señor Zaldívar estoy disgustado absolutamente por cuestiones de negocios personales. El señor Castellot me interpela para que yo diga si creo que el señor Urquidi ha residido en el Estado de México. A la vez, yo interpelo al señor Pérez para que me diga qué entiende él por residencia; y contestando completamente al señor Castellot, le manifiesto: no creo que el señor Urquidi haya residido ni haya permanecido un sólo día en Texcoco. Vive en la calle de Frontera número 5; come invariablemente allí, duerme invariablemente allí, y visita las obras del Lago de Texcoco, violentamente en automóvil, unas dos o tres horas, y se vuelve.

Yo, por afectos con él, por amistad con él, sé perfectamente bien sus costumbres y, por lo mismo, estoy convencido íntimamente de que no ha residido en Texcoco, no digo con tres meses de anticipación, ni con un día de anticipación ha vivido (aplausos). Y precisamente porque se ha apelado a la conciencia de los independientes para que se vote en este caso y precisamente porque soy su amigo, porque lo quiero y porque es liberal, deseo que el señor Pérez, con la conciencia que creo que tiene, me diga francamente si cree honradamente que el señor Urquidi sea vecino del distrito de Texcoco. Yo podría salirme del salón para evitarme de este voto; pero no he venido a esta Cámara a eludir jamás mi voto.

El señor Castellot solicita al presidente que conceda la palabra al señor Pérez, quien responde así al licenciado Elorduy:

Señor licenciado Elorduy: Para hacer larga y penosa esta discusión, habría yo de seguir el mismo camino de continuar interpelando a todas las personas que nos escuchan; pero es usted abogado, y abogado inteligente; por esa sola causa me excusaría de contestar; pero si tratándose de la palabra vecindad, residencia, quiere usted tener de una manera profunda y concienzuda su conocimiento, creo que debería usted ocurrir oficialmente a la Escuela Libre de Derecho (siseos, murmullos, aplausos, campanilla).

El señor Castellot concluye:

Continúo, y para tranquilidad de mi auditorio seré muy breve (una voz: ¡Gracias!). El señor Pérez me ha dado la razón -¡muchas gracias!-. Ni el señor Urquidi ni el señor Garmendia han residido en el distrito de Texcoco, y, por consiguiente, no los ampara la magnanimidad de la ley en la materia; tienen un vicio constitucional que los incapacita para ser electos diputados, y apelo a la conciencia de todos los presentes, de todos los colores, porque yo he visto aquí que miembros de todos los partidos han votado muchas veces conforme a su conciencia, y les digo que el estimable señor Urquidi y el apreciable y respetable señor Garmendia, miembro de nuestro glorioso Ejército, no tienen el requisito constitucional. ¿Puede aprobarse su credencial? (Voces: ¡No! ¡No!)

Por encima de otros diputados que piden la palabra, el licenciado Cabrera logra que se le conceda y dirige esta certera contrarréplica al señor Castellot:

De todos los ciudadanos diputados de la Cámara esperábamos una impugnación respecto al domicilio de los señores Urquidi y Garmendia, menos de don José Castellot (aplausos).

Señor Garmendia: usted tiene la culpa, porque usted debía haber comprado un terreno de a $200.00 para engañarnos.

El señor don Manuel Urquidi tenía hace cuatro meses el nombramiento de inspector de las obras de desecación del Lago de Texcoco, y como cargo público lo desempeñó, y, en consecuencia, según la ley de pluralidad de domicilio, tiene residencia, tanto en el Distrito Federal como en el de Texcoco (voces: ¡Sí! ¡Sí! ¡No! ¡No!)

Ahora, por lo que se refiere al hecho que quiero hacer constar, que me desmientan los señores miembros del grupo que se llama independiente, si no han sostenido, si es cierto que han sostenido aquí perpetuamente la tesis de que cuando ne haya una reclamación constante en la credencial respecto de un hecho que en su concepto amerite la nulidad, no debe tomarse en consideración esa nulidad; y en este caso vais a votar, señores católicos, y vais a votar, señores independientes, contra ese criterio que tan alto habéis proclamado, de que debía reclamarse esa nulidad, lo cual no se ha hecho, como está probado en el expediente.

Pero como la falta de domicilio no es un impedimento de los que llama la Comisión verdaderamente constitucional, como el de la extranjería -que puede ser que algunos de los señores diputados que se sientan en estas curules no lo tengan muy limpio- ¿cómo es que cualquiera otra de esas fallas, verdaderamente fallas de nacionalidad, no fue reclamada en el caso de alguna otra curul, y en este caso en que tampoco fue reclamada la vecindad de los señores Urquidi y Garmendia, sí queréis, señores del Partido Católico, y sí queréis, señores independientes, que lo tomemos en cuenta?

Ahora, señor Castellot y señor Vidal y Flor, espero oír en la votación nominal, si a eso llegamos, cómo votáis por los señores Urquidi y Garmendia, que no residen en vuestro concepto, en Texcoco, pero que sí van, tarde a tarde y día a día, a desempeñar allí sus labores, y que fueron día a día a hacer allí su propaganda política. Sobre todo, vos, señor Castellot, que no tuvisteis en vuestra elección más que la fortuna de tener un padre bondadoso que os cediera un terreno de a $200.00 para tener vecindad en el Estado de Veracruz ... (Aplausos)

El diputado Urueta en nombre de la Comisión Escrutadora, pide que la credencial de los señores Urquidi y Garmendia sea votada nominalmente, aunque sea por la curiosidad de saber cómo vota el señor Castellot, y el señor Castellot, en paridad con los diputados del Partido Católico, los independientes y liberales radicales, como los señores Sarabia y Trejo y Lerdo de Tejada, vota en contra de aquellas credenciales, o sea, favoreciendo a la candidatura del Partido Católico, encarnada en el señor Zaldívar Flores.

En esta misma sesión de Colegio Electoral es aprobada sin discusión la credencial del señor Nemesio García Naranjo por el 4° distrito electoral del Estado de Nuevo León.

Los diputados aprueban también, por unanimidad, las credenciales de los señores licenciados Eduardo Tamariz y Manuel Sánchez Gavito, como diputados propietario y suplente, respectivamente, por el tercer distrito del Estado de Tlaxcala.

Indice de Instalación de la XXVI legislatura Recopilación y notas de Diego Arenas GuzmánCAPÍTULO DECIMONONO - La Revolución necesita conciencias que no sean banderas de alquiler CAPÍTULO VIGËSIMO PRIMERO - La Revolución se ha desorientado, afirma el diputado SarabiaBiblioteca Virtual Antorcha