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LA MUERTE VIOLENTA DE UN SENADOR

Vito Alessio Robles

CAPÍTULO PRIMERO



LOS ANTECEDENTES DE LA TRAGEDIA

Unos minutos después de las dos de la tarde, del 23 de enero de 1924, me retiraba a mi domicilio a comer. Al llegar a la cuarta calle de Córdoba, muy cerca de su cruzamiento con las calles de Tabasco, una multitud que se arremolinaba, hizo detenerse al vehículo en que viajaba. Creí por lo pronto que se trataba de algún accidente automovilístico, y como la gente aumentaba en vez de disminuir, hice que bajase el chofer a inquirir lo que pasaba.

- Señor -me dijo al regresar-, mataron a un senador ...

A mi vez bajé rápidamente. Me abrí paso con dificultad y encontré el cadáver del senador por Campeche, Francisco Field Jurado, tirado boca abajo en el pasto de la orilla de la banqueta, sobre un gran charco de sangre. Una señora, que después supe que era la esposa del senador, sollozante, era contenida a grandes penas.

Casi no lo quería creer. Hacía menos de media hora que en la biblioteca del Senado había cambiado algunas palabras con Field Jurado, y hacía apenas unos cuantos minutos que lo habían asesinado. Según las versiones que allí se repetían, un grupo de siete individuos que viajaba en un automóvil marca Dodge, sin placas, había asaltado a Field Jurado y, sin darle tiempo para defenderse de la agresión intempestiva y cobarde, había disparado sobre él un gran número de cartuchos.

Callistas, delahuertistas e independientes

Poco después fue levantado el cadáver por las autoridades policíacas, y seguí hacia mi domicilio con una fuerte sensación de disgusto e indignación. No pude menos que recordar los antecedentes de la cruenta tragedia y, de una manera nítida, clara, diáfana, fijé mi convicción sobre el indudable carácter político del crimen y sobre los probables autores intelectuales del cruento asesinato. La secuela había sido clara como la luz del sol y hasta habían mediado públicas y tonantes amenazas.

Mes y medio antes había estallado la revolución delahuertista. El Senado estaba dividido en tres grupos perfectamente clasificados: callistas, al mismo tiempo obregonistas; delahuertistas, casi todos miembros del Partido Cooperatista, e independientes. Al grupo callista pertenecían Alejandro Martínez Ugarte, Eulalio Gutiérrez, José D. Aguayo, Cristóbal U. y Castillo, Teófilo H. Orantes, Abel S. Rodríguez, Enrique R. Nájera, Manuel Gutiérrez de Velasco, Manuel Hernández Galván, Héctor F. López, Miguel F. Ortega, Alfonso Cravioto, F. Labastida Izquierdo, Camilo E. Pani, José J. Reynoso, José Ortiz Rodríguez, Juan Espinosa Bávara, Anastasio Carrillo, Isaac Ibarra, Eleazar del Valle, Jesús Zafra, Claudio N. Tirado, Rafael Santos Alonso, Luis G. Monzón, Felipe Salido, Tomás A. Róbinson, Epafrodito Hernández Carrillo, Anastasio Meneses y Antonio Ancona Albertos.

Eran delahuertistas Pedro de Alba, Rafael Zubarán Capmany, que se encontraba en Veracruz con don Adolfo de la Huerta, como uno de los directores del movimiento revolucionario, Arturo Gómez, Jesús J. Corral, Federico González Garza, Abelardo Flores, José M. Muñoz, Francisco J. Trejo, Ildefonso Vázquez, Aureliano Colorado, Joaquín Arguelles, José Morante, Gerzayn Ugarte, José I. Novelo, Antonio Acuña Navarro y José Macías Ruvalcaba.

Independientes, Fernando Iglesias Calderón, Severino Ceniceros, Antonio Guerrero, José Antonio Septién, Vito Alessio Robles y Andrés Magallón. este último de filiación florista.

Los convenios de Bucareli

Clausuradas las sesiones del Congreso a fines de diciembre de 1923, el Presidente Obregón había convocado a la Cámara de Senadores a un período extraordinario de sesiones, con la finalidad de que ratificara los convenios celebrados con el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, y que tenían por origen y base los convenios de Bucareli.

Celebrada la primera sesión previa, fue electa la mesa directiva, resultando presidente de la misma el senador sonorense Tomás A. Róbinson, pariente político de Obregón y muy allegado a éste, lo que hacía que muchos senadores le rindieran pleito homenaje y lo considerasen como una sibila que llevaba las inspiraciones del Ejecutivo. El autor de este artículo fue designado vicepresidente.

Decíase en los corros del Senado que Obregón tenía el mayor empeño en que los convenios fuesen aprobados rápidamente, sin discusión, para poder obtener un apoyo decidido de los Estados Unidos, en forma de armas y pertrechos para batir a los rebeldes. Afirmábase también que los cooperatistas o delahuertistas habían recibido de Veracruz instrucciones terminantes para no aprobar o, cuando menos, obstruccionar la aprobación de dichos convenios, asegurándose que en esa obstrucción radicaba el triunfo del movimiento subversivo.

Las maniobras de los delahuertistas

El número de senadores callistas era aproximadamente el doble del de los delahuertistas. Estos, ni aún contando con los votos de los senadores independientes, podían hacer que los convenios no fuesen aprobados. No les quedaba más remedio ni más táctica que la de obstruccionar el mayor tiempo y, si fuese posible, indefinidamente, la aprobación de los convenios, que los cooperatistas consideraban como un acto de traición a la patria y como una claudicación de los principios revolucionarios, ya que, según afirmaciones, se garantizaban los derechos de los latifundistas y patrones norteamericanos, y los mexicanos quedaban al garete.

Los senadores delahuertistas decidieron aprovechar la prevención legal que fija en las dos terceras partes el quórum necesario para tomar cualquier acuerdo, y adoptaron la medida de que por turnos deberían faltar los senadores necesarios para que el quórum no se completase. Los asistentes deberían vigilar que los convenios no fuesen aprobados por medio de un caballazo.

El que dirigía las maniobras era Field Jurado. El determinaba diariamente quiénes de los senadores cooperatistas deberían asistir a las sesiones y quiénes no. Se le veía en todas partes, mostrando una gran actividad.

Diariamente el presidente Róbinson citaba a sesión e invariablemente uno de los senadores delahuertistas reclamaba el quórum, y como realmente no estaban presentes los treinta y ocho representantes requeridos por la ley, se levantaba la sesión con gran disgusto de los callistas u obregonistas.

Las contramaniobras callistas

Los callistas procuraron reforzar sus huestes. Fue llamado el suplente de Zubarán, el licenciado Lanz Galera, quien se sumó al bloque callista. Fueron llamados por telégrafo y con gastos pagados, los suplentes de los senadores delahuertistas, esperando que algunos de ellos no concurriesen durante diez sesiones seguidas, para justificar el llamamiento de los dichos suplentes. Estos esperaban ansiosos en el salón de pasos perdidos y en la biblioteca del Senado el suspirado momento de entrar en funciones. Entre ellos se contaba el licenciado Pablo Emilio Sotelo Regil, suplente de Field Jurado. Pero los senadores delahuertistas se turnaban para faltar a las sesiones, y no podían computarse las diez faltas seguidas a ninguno de ellos. Los suplentes esperaban y esperaban inútilmente, y la tardanza en la aprobación de los convenios había exasperado a los callistas u obregonistas, quienes mostraban una gran irritación contra los cooperatistas y especialmente contra Field Jurado.

Se recurrió al halago y a la amenaza, pero todo fue inútil. En alguna ocasión, mientras en la calle se encontraba conversando Field Jurado con su suplente Sotelo Regil, escuchó una fuerte detonación. El primero aseguró que se le había hecho un disparo que no le tocó. El segundo dijo que se trataba de un inofensivo cohete.

Las amenazas de Morones

La pugna se intensificaba y enconaba cada día más. Parecía a cada momento asumir caracteres trágicos. Así llegó el 14 de enero de 1924, fecha en que, en sesión de la Cámara de Diputados y con motivo de una proposición para que se enlutase por tres días la tribuna de la misma, por el reciente asesinato de Felipe Carrillo Puerto, el líder omnipotente don Luis N. Morones lanzó sin recato amenazadoras palabras para los representantes cooperatistas y especialmente para los senadores que obstruccionaban la aprobación de los convenios. Fue un largo discurso preñado de odio, cuyas frases más salientes subrayadas por los aplausos de los diputados, se transcriben a continuación:

Los responsables de esta hecatombe son los mismos diputados cooperatistas que pretendiendo hacer un sarcasmo la revolución, escudándose en el fuero, son los mismos que aquí cínicamente se sientan en estas curules y cobran las decenas en la Tesorería. Esta serie de individuos, arrogantes ayer, orgullosos, levantados, cínicos, que no despreciaron ocasión de volcar sus iras en contra del elemento revolucionario, son los cómplices de ese asesinato perpetrado en la persona de Carrillo Puerto. El movimiento obrero lo sabe, y habrá de castigarlos por encima de todas las consideraciones y por encima de todas las dificultades que pongan las conveniencias legales del momento. (Aplausos).

Entusiasmado, continuó apocalíptico:

¿Adónde iríamos a parar si, amparados en el criterio de benevolencia -que en este caso resultaría suicida-, si amparados en un criterio de esa naturaleza permitiéramos que aquí mismo, en el asiento de los poderes federales, continuara esa serie de intrigas, de espionaje y de traición llevada a cabo en la forma más cínica y cobarde?

Por encima de todas las leyes

La perorata del líder Morones continuó entre entusiastas aplausos, y a cada momento eran más claras y más terribles sus amenazas.

Dijo:

... Pero qué pobre sería el movimiento obrero de México ... si no tuviera a su alcance medios eficaces para castrar a esas gentes que no tienen virilidad, ni los tamaños necesarios para castrarlos ... (Aplausos). Pueden creer los señores cooperatistas. .. que el tiempo está contado y que más rápidamente de lo que piensan, irán sintiendo la acción punitiva, la acción de castigo, de venganza y de protesta que perpetrará el movimiento obrero de México ... Si creen que el fuero va a ser respetado por el movimiento obrero, se engañan de la manera más clara y contundente: el fuero lo respetarán las autoridades; el movimiento obrero QO lo respetará ... El Gobierno nada tiene que ver en esta acción que llevará a cabo el movimiento obrero; él dará las garantías, porque es preciso que las dé; pero a pesar de esas garantías, la resolución, la sentencia del movimiento obrero se cumplirá ... y por cada uno de los elementos nuestros que caiga en la forma en que cayó Felipe Carrillo, lo menos caerán cinco de los señores que están sirviendo de instrumento a la reacción ... y este deber es vengar, castigar a los asesinos de Carrillo Puerto. Yo invito a mis compañeros de bloque, a mis compañeros de filiación política, a que sin vacilación se presten a ayudarnos en esta tarea. Yo pido, yo quiero -agregó Morones- que mis compañeros, los que comulguen con las ideas del movimiento obrero a este respecto, se pongan de pie.

Nunca se había enfangado la tribuna de la representación nacional, como en aquellos momentos, y a la invitación del líder, según reza el Diario de los Debates respectivo, se consumó quizá la mayor vergüenza parlamentaria de México:

Unánimemente se ponen de pie los presentes. (Aplausos).

Y satisfecho terminó Morones:

... Al recoger la manifestación de confianza y de solidaridad que habéis dado al movimiento obrero, podéis tener la seguridad de que no pasarán muchos días sin que comience a hacerse sentir nuestra obra punitiva. (Aplausos nutridos).

Más claro no podría cantar un gallo y sorprende que ante aquella sarta de amenazas insolentes no hubiese un solo diputado que protestase enérgicamente.

Publicado en El Día, de México, D. F., en la edición del 20 de noviembre de 1935.
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