Índice de Historia de los indios de la Nueva España de Fray Toribio de BenaventeTratado Tercero - Capítulo IVTratado Tercero - Capítulo VIBiblioteca Virtual Antorcha

TRATADO TERCERO



CAPITULO V


314 De cómo fray Martín de Valencia procuró de pasar adelante a convertir nuevas gentes, y no lo pudo hacer, y otros frailes después lo hicieron.

315 Después que el padre fray Martín de Valencia hubo predicado y enseñado con sus compañeros en México y en las provincias comarcanas ocho años, quiso pasar adelante y entrar en la tierra de más adentro, haciendo su oficio de predicación evangélica; y como en aquella sazón él fuese prelado, dejó en su lugar un comisario, y tomando consigo ocho compañeros, se fue a Coatepec, puerto en la Mar del Sur, que está de México más de cien leguas, para embarcarse allí para ir adelante; porque siempre tuvo opinión que en aquel paraje de la Mar del Sur había mucha gente que estaba por descubrir; y para efectuar este viaje, don Hernando Cortés, marqués del Valle, le había prometido de darle naves, para que le pusiesen a donde tanto deseaba, para que allí predicasen el Evangelio y la palabra de Dios, sin que precedise conquista de armas. Estuvo en el puerto de Coatepec, esperando los navíos siete meses, para el cual tiempo habían quedado los maestros de darlos acabados, y para mejor cumplir su palabra, el marqués en persona fue desde Cuauhunahuac, que es un pueblo de su marquesado a do siempre reside, que está de México once leguas, fue a Tecoantepec (1) a despachar y dar los navíos, y con toda la diligencia que él pudo poner no se acabaron; porque en esta tierra con mucha dificultad, y costa y tiempo, se echa los navíos a el agua. Pues viendo el siervo de Dios que los navíos le faltaban dio la vuelta para México, dejando allí tres compañeroS de los suyos para que acabados los navíos fuesen en ellos a descubrir.

316 En el tiempo que fray Martín de Valencia, que fueron siete meses los que estuvo en Coatepec, siempre él y sus compañeros trabajaron en enseñar y doctrinar a la gente de la tierra, sacándoles la doctrina cristiana en su lengua que es de zaputecas, y no sólo a éstos, pero en todas las lenguas y pueblos por do iban, predicaban y bautizaban.

317 Entonces pasaron por un pueblo que se dice Mictlan, que en nuestra lengua quiere decir infierno, adonde hallaron algunos edificios más de ver que en parte ninguna de la Nueva España, entre los cuales había un templo del demonio y aposentos de sus ministros, muy de ver, en especial una sala como de artesones. La obra era de piedra, hecha con muchos lazos y labores; había muchas portadas, cada una de tres piedras grandes, dos a los lados y una por encima, las cuales eran muy gruesas y muy anchas; había en aquellos aposentos otra sala, que tenían unos pilares redondos, cada uno de una sola pieza, tan gruesos, que dos hombres abrazados con un pilar apenas se tocaban las puntas de los dedos; serían de cinco brazas de alto. Decía fray Martín que se descubrirían en aquella costa gente más hermosa y de más habilidad que ésta de la Nueva España, y que si Dios le diese vida que la gastaría con aquella gente como había hecho con estotra; mas Dios no fue servido que por él fuese descubierto lo que tanto deseaba, aunque permitió que fuese descubierto por frailes menores; porque como uno de los compañeros del dicho fray Martín de Valencia, llamado fray Antonio de Ciudad Rodriga, siendo provincial en el año de 1537, envió cinco frailes a la costa del Mar del Norte, y fueron predicando y enseñando por los pueblos de Guazacualco (2) y Puitel; aquí está poblado de españoles, y el pueblo se llama Santa María de la Victoria; ya esto es en Tabasca. Pasaron a Xicalanco, adonde en otro tiempo había muy gran trato de mercaderes e iban hasta allí mercaderes mexicanos y aún ahora van algunos. Y pasando a la costa adelante llegaron los frailes a Champotón y a Campech; a este Campech llaman los españoles Yucatán. En este camino y entre esta gente estuvieron dos años, y hallaban en los indios habilidad y disposición para todo bien, porque oían de grado la doctrina y palabra de Dios. Dos cosas notaron mucho los frailes en aquellos indios, que fueron, ser gente de mucha verdad, y no tomar cosa ajena, aunque estuviese caída en la calle muchos días. Saliéronse los frailes de esta tierra por ciertas diferencias que hubo entre los españoles y los indios naturales. En el año de 1538 envió otros tres frailes en unos navíos del marqués del Valle que fueron a descubrir por la Mar del Sur; de éstos aunque se sonó y dijo que habían hallado tierra poblada y muy rica, no está muy averiguado, ni hasta ahora, que es en principio del año de 1540, no ha venido nueva cierta.

318 Este dicho año envió este mismo provincial fray Antonio de Ciudad Rodrigo, dos frailes, por la costa del Mar del Sur, la vuelta hacia el norte por Xalisco, y por la Nueva Galicia, con un capitán que iba a descubrir; y ya que pasaban la tierra que por aquella costa está descubierta y conocida y conquistada, hallaron dos caminos bien abiertos; el capitán escogió y se fue por el de la mano derecha, que declinaba la tierra adentro, el cual a muy pocas jornadas dio en unas sierras tan ásperas, que no las pudiendo pasar le fue forzado volverse por el mismo camino que había ido.

319 De los dos frailes adoleció el uno, y el otro, con dos intérpretes, tomó por el camino de la mano izquierda, que iba hacia la costa, hallóle siempre bierto y seguido; y a pocas jornadas dio en tierra poblada de gente pobre, los cuales salieron a él llamándole mensajero del cielo, y como a talle tocaban todos y besaban el hábito; acompañábanle de jornada en jornada trescientas y cuatrocientas personas, y a veces muchas más, de los cuales algunos en siendo hora de comer, iban a caza, de la cual había mucha, mayormente de liebres, conejos y venados, y ellos que se saben dar buena maña en poco espacio tomaban cuanto querían; y dando primero a el fraile, repartían entre sí lo que había. De esta manera anduvo más de trescientas leguas, y casi en todo este camino, tuvo noticia de una tierra muy poblada de gente vestida, y que tienen casas de terrado, y de muchos sobradios. Esta gente dicen estar pobladas a la ribera de un gran río, a do hay muchos (pueblos) cercados, y a tiempos tienen guerras los señores de los pueblos contra los otros; y dicen que pasado aquel río hay otros pueblos mayores y más ricos. Lo que hay en los pueblos que están en la primera ribera del río dicen que son vacas menores que las de España, Y otros animales muy diferentes de los de Castilla; buena ropa, no sólo de algodón más también de lana, y que hay ovejas de que se saca aquella lana; estas ovejas no se sabe de qué manera sean. Esta gente usan de camisas y vestiduras con que se cubren sus cuerpos. Tiene zapatos enteros que cubren todo el pie, lo cual no se ha hallado en todo lo hasta ahora descubierto. También traen de aquellos pueblos muchas turquesas, las cuales y todo lo demás de aquí digo había entre aquella gente pobre a donde allegó el fraile; no que en sus tierras se criasen, sino que las traían de aquellos pueblos grandes adonde iban a tiempos a trabajar, y a ganar su vida como hacen en España los jornaleros.

320 En demanda de esta tierra habían salido ya muchas armadas, así por mar como por tierra, y de todos la escondió Dios y quiso que un pobre fraile descalzo la descubriese; el cual cuando trajo la nueva, al tiempo que lo dijo, le prometieron que no la conquistarían a fuego y a sangre como se ha conquistado casi todo lo que en esta tierra firme está descubierto, sino que se les predicaría el Evangelio; pero como esta nueva fue derramada, voló brevemente por todas partes, y como a cosa hallada muchos la quisiesen ir a conquistar; por más bien o menor mal tomó la delantera el visorrey de esta Nueva España don Antonio de Mendoza, llevando santa intención y buen deseo de servir a Dios en todo lo que en sí fuere, sin hacer agravio a los prójimos.

321 En el año de 1539 otros dos frailes entraron por la provincia de Michuacán a una gente que se llama chichimecas, que ya otras veces habían consentido entrar en sus tierras frailes menores, y los habían recibido en paz y con mucho amor, que de los españoles siempre se han defendido y vedádoles la entrada, así por ser gente belicosa y que poco más poseen de un arco con sus flechas, Como porque los españoles ven poco interés en ellos. Aquí descubrieron estos dos frailes que digo, cerca de treinta pueblos pequeños, que el mayor de ellos no tendría seiscientos vecinos. Estos recibieron de muy buena voluntad la doctrina cristiana, y trajeron sus hijos a bautismo; y por tener más paz y mejor disposición para recibir la fe, demandaron libertad por algunos años, y que después darían tributo moderado de lo que cogen y crían en sus tierras; y que de esta manera darían la obediencia a el rey de Castilla; todo se lo concedió el visorrey don Antonio Mendoza, y les dio diez años de libertad para que no pagasen ningún tributo. Después de estos pueblos se siguen unos llanos, los mayores que hay en toda la Nueva España; son de tierra estéril, aunque poblada toda de gente muy pobre, y muy desnuda, que no cubre sino sus vergüenzas; y en tiempo de frío se cubren con cueros de venados, que en todos aquellos llanos hay mucho número de ellos, y de liebres y conejos, y culebras y víboras; y de esto comen asado, que cocido ninguna cosa comen, ni tiene choza, ni casa, ni hogar, más de que se abrigan par de algunos árboles, y aún de éstos no hay muchos sino tunales, que son unos árboles que tienen las hojas del grueso de dos dedos, unas más y otras menos, tan largas como un pie de un hombre, y tan anchas como un palmo, y de una hoja de éstas se planta y van procediendo de una hoja en otra, y a los lados también van echando hojas, y haciéndose de ellas árbol. Las hojas del pie engordan mucho, y fortalécense tanto hasta que se hacen como pie o tronco de árbol. Este vocablo tunal, y tuna por su fruta, es nombre de las Islas, porque en ellas hay muchos de estos árboles, aunque la fruta no es tanta ni tan buena como la de esta tierra. En esta Nueva España a el árbol llaman nucpal, y a la fruta nuchtli. De este género de nuchtli hay muchas especies; unas llaman montesinas, éstas no las comen sino los pobres; otras hay amarillas y son buenas; otras llaman picadillas, que son entre amarillas y blancas, y también son buenas; pero las mejores de todas son las blancas, y a su tiempo hay muchas y duran mucho, y los españoles son muy golosos de ellas, mayormente en verano y de camino con calor, porque refrescan mucho. Hay algunas tan buenas que saben a peras, y otras a uvas. Otras hay muy coloradas y no son nada apreciadas, y si alguno las come es porque vienen primero que otras ningunas. Tiñen tanto, que hasta la orina del que las come tiñen, de manera que parece poco menos que sangre; tanto, que de los primeros conquistadores que vinieron con Hernando Cortés, allegando un día adonde había muchos de estos árboles, comieron mucha de aquella fruta sin saber lo que era, y como después todo se viesen que orinaban sangre, tuvieron mucho temor, pensando que habían comido alguna fruta ponzoñosa, y que todos habían de ser muertos; hasta que después fueron desengañados por los indios. En estas tunas, que son coloradas, nace la grana, que en esta lengua se llama nocheztli. Es cosa tenida en mucho precio porque es muy subido colorado; entre los españoles se llama carmesí. Estos indios que digo, por ser la tierra tan estéril que a tiempo carece de agua, beben del zumo de estas hojas de nocpal. Hay también en aquellos llanos muchas turmas de tierra, las cuales no sé yo que en parte ninguna de esta Nueva España se hayan hallado sino allí.




Notas

(1) Tehuantepec.

(2) Coatzacoalco.

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