Presentación de Omar CortésCapítulo cuadragésimo primero. Apartado 5 - Los asuntos exterioresCapítulo cuadragésimo primero. Apartado 7 - La sucesión de 1958 Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 41 - ESTABILIDAD

EL ORDEN Y LA TOLERANCIA




Como individuo hecho en la disciplina de su propia autoridad y de la autoridad del Estado, puesto que poseía un concepto severo y solemne acerca del principio jerárquico, Ruiz Cortines tenía un verdadero culto al orden. Y tal culto lo llevó con mucha precisión dentro de sus aplicaciones al través de su presidenciado.

El orden lo impuso el Presidente no sólo en los medios administrativos, sino que lo llevó adelante, y con todo rigor, a los medios políticos; y como no era partidario de las innovaciones y las ideas imaginativas le parecían contrarias a la idea de un Estado reglamentado y posesivo, adoptó todos aquellos sistemas que, como complemento del orden, fuesen manifestaciones de tolerancia.

El sistema, que tuvo la virtud patriótica de que el país viviese durante cinco años sin conocer un acto conmovedor de violencia tuvo una caída a las postrimerías del presidenciado, cuando los enemigos del Presidente y del presidente electo Adolfo López Mateos se dispusieron a crear un estado anhelante, con la esperanza de desequilibrar al mundo oficial y amenazar la estabilidad nacional.

La violencia se desató después de un movimiento magisterial de carácter económico, que luego se dilató a los medios políticos faccionales y personalistas; y aunque los verdaderos conductores de tan inesperado teatro estaban animados de generosas ideas, a poco, como suele acontecer en todos los actos multitudinarios, surgieron segundos e intencionados intereses, que se creyeron capaces de mantener un estado de violencia, con el propósito de debilitar la autoridad de Ruiz Cortines.

No se contó, para producir un fenómeno artificial, con el carácter del Presidente ni con el poder que el Estado podía desplegar en los casos de emergencia; y si tal situación produjo algunos males, no por ello se interrumpió el orden y el trabajo.

A pesar pues, de este tropiezo, Ruiz Cortines pudo llegar a los últimos meses de su presidenciado, viendo como continuaba el desarrollo de la agricultura mexicana, concurriendo a la inauguración de nuevas obras de irrigación y a la consolidación de las superficies cultivadas en Baja California y Sinaloa, Veracruz y Jalisco, Michoacán y Puebla, y las cuales al terminar el año de 1955 pudieron dar la producción capaz para acabar con el déficit de granos que padecía la República.

Pudo asimismo el Presidente asistir al desenvolvimiento del cinturón industrial y de abastecimientos comestibles iniciado por Alemán, hecho en torno a la ciudad de México, gracias al cual la capital quedó con la garantía de que todos los medios estaban a sus puertas para cubrir las necesidades metropolitanas.

No tuvo Ruiz Cortines una política específica, ya para favorecer la ciudad, ya para favorecer al campo. Aquel gobierno puso todos los problemas del país en una misma balanza; y si de un lado favoreció las comunicaciones para auxiliar a los grandes centros de población, de otro lado dilató esas comunicaciones a fin de facilitar el movimiento de la producción agrícola.

Y esas mismas medidas, siempre guiadas por el espíritu de orden y tolerancia las hizo prácticas respecto al desenvolvimiento religioso, que a partir de la Segunda Guerra Mundial se acrecentó extraordinariamente en México; pues terminadas las exageraciones políticas y restablecidos los obispados y las congregaciones, la grey católica invadió los templos, y como el número de éstos ya no correspondía al desarrollo demográfico nacional, sólo en la ciudad de México, durante el presidenciado de Ruiz Cortines fueron construidos cuarenta y tres.

Permitiendo así la prosperidad de todas las artes y agrupamientos, el Presidente realizó un programa que mucho sirvió para el aquietamiento tanto de las organizaciones obreras, como de los grupos y caudillos agrarios.

En el orden de los sindicatos, no sólo sirvió al objeto de Ruiz Cortines la conversión de los agrupamientos sindicales en dependencias de Estado, sino que valió sobre todo la dirección que a los asuntos del trabajo dio el secretario del ramo Adolfo López Mateos. Al efecto, éste, sin lesionar las leyes laborales, siguió una política de persuación cerca de las partes en conflicto de trabajo; y como esto aconteció en los días durante los cuales se producía la transformación complementaria de la Revolución rural mexicana, con mucha habilidad sumó todos los agentes en juego —líderes con apetitos y masas vencidas— y produjo un lustro sin huelgas; y esto no como descenso de libertades públicas, sino como función de una burocracia a la cual entraba francamente la ciudad y centros industrializados.

No se siguió el mismo sistema respecto a los problemas agrarios; ahora que Ruiz Cortines procedió, con mucho tacto, a apartar los asuntos ejidales de la política, para hacerlos meramente administrativos, con lo cual se dio un paso más hacia la evolución orgánica de la vida rural de México; pero se condenó a los campesinos al aislamiento y a la mayor pobreza.

Sin embargo, y como ya se ha dicho, todo aquel aparato de orden y tolerancia construido parsimoniosa e inteligentemente por Ruiz Cortines, apenas iniciado el año de 1958, pareció bambolearse.

En efecto, como el orden por sí solo, por ser una cosa mecánica, carece de resistencias capaces de detener las demandas de las ideas, el Presidente se vio súbitamente acometido por ideas incubadas si no por los comunistas, sí, por el influjo del Comunismo que empezó a tentar el alma de los filamentos más sensibles de la sociedad: los estudiantes y los gremios magisterial y obrero. A estos dos últimos, llegaron con señalada eficacia los vapores del extremismo ideológico, que se había acrecentado en silencio, primero en el seno de las escuelas normales; después entre los empleados ferrocarrileros; y ya dispuesto así el ánimo contagioso de lo levantisco, entraron en función las facciones políticas que no estaban ciertas del valor y pulso de Ruiz Cortines.

Muy poderosos fueron los instrumentos que, ya por ignorancia, ya por pasiones recónditas se movieron con el intento de reducir las defensas del Estado; pero más poderosas fueron la voluntad y constitucionalidad de Ruiz Cortines; máxime que a esas constitucionalidad y voluntad las acompañó el Presidente con su probidad personal y administrativa.

Y los días que examinamos fueron prósperos en tratos honorables. La gente del mundo popular, tan acostumbrada a sobornar empleados y funcionarios oficiales, halló más dificultades para seguir el camino de las penalidades. Además, como el Presidente optó por granjear directamente a la mayoría de los órganos de publicidad, esa fuente de inmoralidades que había causado graves daños al sosiego del país, dejó de ser un vehículo de estímulos contrarios a la rectitud administrativa; y como a esto se unió la atención personal que Ruiz Cortines dió a los progresos de la ciudad de México, la capital adquirió gravedad a par de frivolidad en muchos de los aspectos de su vida.

La época, por otra parte, se distinguió por la escasez de valores individuales. El pensamiento, que la Revolución quiso estimular y elevar como parte manifiesta que una Nación requiere para su progreso y defensa, no tuvo las caracterizaciones que le dieran consideración días atrás. Lo que el país, ganó en resurrección moral administrativa lo perdió en moral pensante. Empezó así la vida y tiempo de la mediocridad. La novela procaz sustituyó a la poesía sentimental, distinguida y honorable. Surgió un teatro en el cual, un tema tan soez como el adulterio, constituyó el programa atractivo para la clase oficinesca y mercantil; y aunque las piezas representadas eran en su mayoría versiones extranjeras, cuando solía llevarse a la escena alguna obra mexicana, ésta tenía por objeto pasear entre los espectadores el apetito, la venganza o la difamación personales, persiguiéndose, al igual que con la novela, provocar el escándalo.

Entró en juego la televisión, que si por una parte, transformó los divertimientos populares, por otra parte desobligó a la gente del pensamiento. Con tal instrumento de divulgación, la ilustración quedó mediatizada. El libro perdió su fuerza; el periódico pasó a un nivel inferior; el arte sufrió una caida, puesto que la televisión lo sustituyó con improvisaciones de personas y caracterizaciones vulgares.

Caídos los alientos propios a una intelectualidad, puesto que las representaciones de ésta sólo merecieron premios literarios y plazas académicas intrascendentes, el debate de ideas, no sólo decayó, sino que pareció agotado, como si con ello se pretendiese contrariar la vocación creadora que fue el meollo de la Revolución y del partido histórico.

No debe culparse, porque así se establece al través de las fuentes documentales, ese descenso de los valores del talento mexicano al presidenciado de Ruiz Cortines. Fue ese descenso una mera coincidencia con esos días de Ruiz Cortines; porque en efecto, el abandono del pensamiento y de las bellas letras se debió al influjo que sobre el genio mexicano tuvieron tanto los nuevos vehículos de divulgación como la universal glorificación del dinero que comenzó enseguida de la Segunda Guerra Mundial, cuando el Plan Marshall puso sobre los hombros de Europa todavía sangrante el signo mayúsculo del dólar.
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