Presentación de Omar CortésCapítulo cuadragésimo primero. Apartado 2 - Ruiz Cortines en el poderCapítulo cuadragésimo primero. Apartado 4 - Desenvolvimiento económico Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 41 - ESTABILIDAD

LOS COLABORADORES PRESIDENCIALES




En la elección de sus principales colaboradores, Ruiz Cortines hizo a un lado los compromisos políticos que era costumbre respetar, para seleccionar a los miembros de su gabinete entre la eficacia administrativa; de manera que el nuevo Presidente estableció el sistema del escalafón burocrático.

Perdióse con este sistema la tradición revolucionaria que poco a poco se iba diluyendo en la representación de los secretarios de Estado; tampoco puso Ruiz Cortines sobre el tapete político la condición de las ideas, para la responsabilidad de sus colaboradores de primera línea. Los merecimientos técnicos y administrativos sustituyeron los valores de la Revolución que habían empezado a declinar desde el sexenio anterior y Ruiz Cortines sólo conservó el simbolismo de la Revolución en las secretarías de la Defensa y de Marina. En los otros ministerios, no faltaron individuos de lejano parentesco con la Revolución; también de mucho parentesco con el porfirismo. La preocupación del limpio linaje revolucionario que perduró cuatro décadas quedó sepultado en aras de las necesidades administrativas, en las cuales el propio Ruiz Cortines era, sin duda alguna, hombre bien entendido y enterado.

Para el país, si aquel cambio en la política tradicional no quedó inadvertido, no por ello causó distorsión alguna. La idea de apartar a la República de la política pasional y encendida, para conducirla hacia otros horizontes menos peligrosos y por lo mismo más sistematizados, fue admitida como colateral a un desarrollo evolutivo.

Y, en efecto, sin dejar de interesarse por los asuntos políticos, a partir del presidenciado de Alemán, el país se mostró vivo y realmente dispuesto a que la sociedad y el Estado cogiesen el camino del tecnicismo. El obrero más pobre y rutinario ambicionó una instrucción técnica, pensando en la posibilidad del ahorro y en la probabilidad con esto de ser propietario de un taller como meta de su vida.

A su vez, los propietarios de taller, gracias a los créditos, avanzaban de la artesanía a la manufactura; en tanto que los pequeños fabricantes trataban de penetrar al mundo de la manufactura industrial.

Trazado así un desenvolvimiento orgánico voluntario, al que no concurría el Estado, puesto que Ruiz Cortines, estaba animado de un purísimo liberalismo y con lo mismo a todas luces trataba de evitar la intrusión oficialista en los negocios de expresión y rendimiento populares, los asuntos políticos pasaron a un nivel inferior. Sin embargo, el fenómeno sólo era aparente. Para un país colmado por las consecuencias de la pobreza económica, no era posible que la política cabalgara por camino propio. A un progreso de una parte tenía que seguir el progreso de la otra parte, máxime que la política no podía presentarse tumultuosa y engreída como a los comienzos de la Revolución.

A la madurez nacional que examinamos, la política tenía que ser una ciencia; esto es, necesitaba poseer y practicar un método de desarrollo determinado. El mundo popular había entrado a la época de la preparación orgánica y considerada. Para ello servía, más que cualquier otro intentado, el sistema de escalafón fijado por Ruiz Cortines en la elección de su gabinete, de manera que al inaugurar una temporada de mando y gobierno, comenzó una época en la cual los mexicanos, sin abjurar sus derechos, se iniciaban en un nivel más, de su edad orgánica y política.

La exigencia, pues, que el país imponía anteriormente a los presidentes a fin de que éstos eligieran secretarios de Estado de mucha estatura política y revolucionaria, para que a su vez en un futuro creciente estuviesen en aptitud de alcanzar el gobierno de la Nación, no jugó en esos días; y ninguna objeción, ya franca, ya sorda, se hizo a los colaboradores de Ruiz Cortines, no obstante que entre aquéllos figuraban personas que, como el secretario de Relaciones Luis Padilla Ñervo, era individuo mediocre, engreído, juez sin ley ni testigos y totalmente desarraigado del país. Una República no podía entregar la suma de sus asuntos exteriores, a quien no estaba conectado al espíritu de mexicanía que era el meollo de la patria, máxime que Padilla Nervo, además de su prolongada ausencia del país en el ejercicio de carrera diplomática, hecha en la camaradería mexicana de los elogios mutuos y sin una prueba de merecimiento personal, estaba casado con una norteamericana, que produjo desazones presidenciales.

Como si tratara de compensar tan deplorable error, el Presidente entregó los vuelos mexicanísimos de su gabinete a los secretarios del Trabajo, Adolfo López Mateos; de Gobernación, Angel Carvajal y de Agricultura Gilberto Flores Muñoz. De los tres, Carvajal, de acuerdo con los documentos oficiales, era el más competente y equilibrado. En efecto, con señalado talento empezó por rehacer la constitucionalidad de los gobernadores, comenzando con el reconocimiento de la autonomía de los estados teóricamente federados; y con mucha cautela removió al gobernador de Sinaloa Enrique Pérez Arce, persona honorabilísima, hombre letrado y civilizado; pero incompatible con la camarilla política sinaloense que manejaba el general Pablo Macías, individuo ruin, vengativo e ignorante, que gozaba de gran poder en la intriga y la calumnia, y por lo mismo requería un individuo mediocre para la gobernación del Estado.

Muy desemejantes en caracteres e ideas eran los colaboradores de Ruiz Cortines. Así y todo, y sin pretender quebrantar la austera autoridad del Presidente, aquellos hombres constituyeron una dinámica política que fue protección y poder para Ruiz Cortines.

Entregado a la discreción más precisa, y en función de una severísima línea administrativa, Ruiz Cortines tuvo la colaboración burocrática de los secretarios Antonio Carrillo Flores, en Hacienda; Gilberto Loyo, en Economía y José López Lira, en Bienes Nacionales.

Ya se ha dicho que el secretario de la Defensa general Matías Ramos y el de Marina Rodolfo Sánchez Taboada representaban a la grey de los antiguos y nobles ciudadanos armados de la Revolución; mientras que el doctor Ignacio Morones Prieto, secretario de Salubridad, hombre de supina ignorancia, era meramente una pieza política, en el juego del partido que con habilidad capitaneaba Gonzalo N. de Santos, uno de los más discutidos a par de brillantes políticos mexicanos, a quien sólo hizo daño sus irreflexivas violencias, con las que proyectó ganar admiración y sólo obtuvo odios y temores inmerecidos; pues en sus actos sólo había una rustiquez que, como en el siglo pasado, hacía creer en una justicia de propia mano.

Advertido por Alemán de la importancia que para la Nación tenía el crecimiento urbano, Ruiz Cortines tuvo buen cuidado de elegir al gobernador del Distrito Federal, a quien se llama Jefe del departamento Central no obstante que la Constitución no manda la división departamental de la República, y por lo mismo el nombre tenía todas las características del dominio presidencial.

Para tal empleo, el Presidente designó al licenciado Ernesto P. Uruchurtu, persona de despejado talento, mucho pulso y extraordinaria diligencia, aunque apartadizo por el temor de caer en las redes compromisorias, siempre peligrosas para quien propende hacer de la responsabilidad individual una virtud de la gobernación.

A completar el cuadro de colaboradores, llegaron los nombramientos de los directores del instituto del Seguro Social y de la oficializada empresa de Petróleos Mexicanos, establecimientos ambos que adquirieron la importancia de oficinas de alto nivel, por lo cual, tales designados formaron en el equipo principal de Ruiz Cortines.

Fue director de Petróleos Antonio J. Bermúdez, individuo de vasta capacidad, a quien sólo afeaba un detestable engreimiento y deseo de enriquecimiento personal que restó interés al desarrollo de la industria nacionalizada. Además, mucho mal hizo al país permitiendo la organización de una casta de especuladores, compuesta por políticos de segundo orden que monopolizó, en detrimento de la economía del país, la venta de gasolina.

La elección del director del Seguro Social, fue en cambio uno de los mayores aciertos de Ruiz Cortines; porque el elegido, Antonio Ortiz Mena, aparte de ser hombre de ideas, correspondió al orden, a la prudencia y al mando. En pocos mexicanos de la clase selecta era posible hallar las cualidades de Ortiz Mena, verificadas en el desenvolvimiento de sus empresas administrativas, que dieron mucho auge al garantismo social en México, y abrieron, al propio Ortiz Mena, las puertas al campo de un dichoso porvenir nacional ajeno al abominable cesarismo moderno.

Dentro de tan heterogéneo gabinete, sólo pesaba la palabra presidencial; aunque ésta, por ser Ruiz Cortines muy dado a la persuasión crítica, no era llevada con el ritmo de un imperio inapelable.

Sin embargo, como no era posible que el Presidente estuviese en todas partes y fuese obligado a penetrar cada uno de los renglones del Estado y de la Sociedad, algunos asuntos de desarrollo nacional languidecieron.

En efecto, creyendo que las deudas nacionales contraídas por su predecesor, presentaban una carga irredimible por el país, no obstante que tales deudas eran señal del crédito nacional y habían puesto en movimiento a los más lejanos y débiles estamentos sociales, el Presidente ordenó la suspensión de importantes obras públicas, presentándose como consecuencia el problema del desempleo rural y con éste la escasez monetaria en el campo, especialmente entre los ejidatarios.

Sin embargo, fue tanto el régimen de autoridad que Ruiz Cortines dió a su presidenciado, que la confianza pública llegó en su auxilio, y lo que auguraba tormenta se convirtió en paz y entendimiento.
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