Presentación de Omar CortésCapítulo cuadragésimo primero. Apartado 1 - El legado de AlemánCapítulo cuadragésimo primero. Apartado 3 - Los colaboradores presidenciales Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 41 - ESTABILIDAD

RUIZ CORTINES EN EL PODER




Con ingenuo desdén concurrió el pueblo de México al ascenso (1° de diciembre del 1952) de Adolfo Ruiz Cortines al Poder Nacional. Los motivos de ese pueril despego eran, en su mayoría, producto de la irreverencia y enflaquecimiento de espíritu público. Tantos, en efecto, habían sido los infortunios sufridos en la carne y sangre de una florida juventud mexicana originada en la Revolución; tantos los desengaños de la masa popular, que la República, dolorida y amedrentada no tenía más que aceptar el designio del Presidente, expresado por conducto del Partido Revolucionario Institucional que si no poseía la mayoría absoluta y verificada de los mexicanos, sí era dueño de la fuerza histórica de la Nación.

Y tanto arraigo y frondosidad tenía esa virtud histórica, que era inútil disputarle su vigor y capacidad; como imposible retrotraerla -a menos de emplear la audacia de Alemán- al alma pura de las libertades públicas, puesto que esto hubiese equivalido a poner en juego el poder alcanzado con muchos sacrificios humanos, civiles y guerreros. Un orden derivado de la fuerza histórica estaba llamado a ser imperturbado por las razones del alma política, no siempre consecuente con la historia y la geografía de las Naciones.

Pero si la masa social vio desdeñosamente al nuevo Presidente, no por ello dejaba Ruiz Cortines de representar una idea conciliadora, distinguida y honorable. Además, había en el nuevo Jefe de Estado un elevado carácter de dignidad, y si no atesoraba las dotes de la osadía de Alemán, respondía a tal falta con lo perspicaz y lo valiente porque; con ¡cuánta disposición de ánimo se enfrentó él solo a los tantos problemas y conflictos que se manifestaban a lo largo y ancho de México!; y no porque tal hubiese sido el legado del sexenio predecesor, antes porque tal era la carta magna de la Historia y Geografía mexicanas. Faltábale, en cambio, la idea de la responsabilidad de correspondencia, por lo cual empezó quebrantando los capítulos morales de su predecesor, a quien debía la presidencia; hecho que sólo sirvió para poner a México en la balanza del descrédito universal.

Poseía asimismo Ruiz Cortines, sin que el país lo quisiese admitir a primera vista; pues bien desconfiado estaba del procedimiento de selección presidencial que apenas iba a los comienzos de ensayo, dos cualidades más capaces de enaltecer a un gobernante: lo excelso de su orden y lo preciso de su autoridad.

Para el país, otra idea había respecto de Ruiz Cortines. Creíasele débil, indolente y entregado a una vejez prematura. Y como esta preocupación estaba bastante hincada entre los mexicanos, el Presidente tuvo que dedicarse a empresas ímprobas para terminar con el erróneo juicio público; y así, desde el primer día de su gobierno, colocó sobre su amistad política y personal con el ex presidente Miguel Alemán, las bases de su propia y suprema autoridad; pero esto, con tanto imperio, como si tuviese temor de que el país no creyese que tenía facultades para ser un verdadero Presidente y sí un Magistrado manejado por los grupos alemanistas, que si no es contable en el Libro de la Política, siempre es materia de conciencia personal.

Conforme a los cánones constitucionales, Ruiz Cortines sólo debía la presidencia de la República al Sufragio; pero en la realidad —y sin que esto mancillara al hombre ni al funcionario- el nuevo Presidente era fruto de una palabra de orden dictada por Alemán, quien había desafiado la opinión y designio de sus amigos, colaboradores y partidarios para hacer a Ruiz Cortines candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional.

Ahora bien: el celo y preocupación de Ruiz Cortines respecto a su autoridad y sobre todo a la severidad que imprimió al sistema presidencial, rompió el cordón umbilical que moral y políticamente le unía a su predecesor; y si esto trajo consigo discontinuidades y resentimientos de grupo, las estructuras sociales y económicas del país no sufrieron el menor daño, aunque tampoco bien alguno. Las trazas y basamentos del país correspondían ya a una evolución científica indestructible e incambiable; y esto lo observó con sagacidad el nuevo Presidente, quien siguió impertérrito en su designio de mandar y gobernar por sí solo, con su propia responsabilidad, para después repetir la hazaña de nombrar a su sucesor.

El único desperfecto que se registró, dentro de la obra en masa realizada por Alemán, fue la discontinuidad que en algunos capítulos de construcción pública mandó el nuevo Presidente, a pesar de que Alemán, como ya se ha dicho, hizo planes, en torno a sus programas, para muchos años adelante de su gobierno; y con esto, los intervalos dispuestos por Ruiz Cortines fueron causa de que algunas empresas del alemanismo quedasen sepultadas con las consiguientes pérdidas para la Nación.

Esa interrupción a los planes a largo plazo que había dictado Alemán constituyó, por otra parte, un capítulo prudentísimo del nuevo Presidente, quien procedió con mucha cautela, considerando que no era su carácter ni su programa seguir el ritmo de la audacia de Alemán. Otra, muy diferente, era la mentalidad de Ruiz Cortines, hombre hecho más a las precisiones de oficina que a la imaginación grandiosa. Para Ruiz Cortines, todo fue a partir de los comienzos de su gobierno, obra del cálculo. Quiso —y pudo hacerlo— mover hombres, cosas y pensamientos a manera de ordenar piezas sobre un tablero.

Quería y sabía ahorrar todo lo que pasaba por su vista o sus manos, de manera que pocas veces la riqueza de México fue objeto de tantas sumas y restas como durante el presidenciado que estudiamos. Así, el principio del escrupuloso ahorro, no sólo hizo que el Presidente cuidase las manos de sus colaboradores, sino el empleo de los fondos de la Nación. Era difícil que algún requiebro administrativo se escapase a la vigilancia del Presidente, sobre todo cuando iba dirigido al lucro o al enriquecimiento personales.

Todo esto hizo que Ruiz Cortines ganara la confianza pública y sobre todo que se le diese crédito de individuo que sabía mandar y gobernar con creces. La idea de debilidad fue sustituida por la idea de presidencialismo personal y absoluto; y de ello estuvo satisfecho el país otorgando al Presidente todos los títulos públicos que un Jefe de Estado requiere para el buen gobierno de la Nación.
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