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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 40 - OTRA POLÍTICA

EL TEMA TURÍSTICO




Aunque sin faltarle las frivolidades propias a las edades de la evolución orgánica y espiritual de un pueblo, el Estado mexicano, además de cimentar sus propias bases, iba haciendo sus temas, tratando de demostrar con éstos su capacidad de trabajo y producción. Porque el Estado mexicano correspondía ahora a una clase productora, que no por ser demasiado espectacular dejaba de dar frutos a la Nación.

Como clase productora, no era escasa en el Estado la imaginación. Después del influjo que la Segunda Guerra Mundial tuvo en México en el orden de la previsión estatal, el Presidente con funciones de Jefe de Estado a par de Jefe de Gobierno, debía ser persona de magnas cualidades, no en ciencias y letras, sino en el conocimiento de gente, problemas del país, necesidades del mismo y sobre todo de promoción. El gobernante de México requería a partir de los días dichos, vigor físico, para poder entregarse a la intensidad del trabajo; inventiva para atajar males y crear bienes y osadía para llevar a cabo las empresas que proponía la imaginación y realizaba la técnica.

Así, iniciado el presidenciado de Alemán a los comienzos de la paz que siguió a la Gran Guerra, y cuando Europa sufría las consecuencias de tal conflagración, el Presidente con señalada clarividencia halló que México podía ser centro del descanso y recreo para los norteamericanos agobiados por las tantas penas que ocasionó la contienda armada; y al efecto, dispuso todos los medios a fin de que el país fuese atracción, remanso y divertimiento para el turismo de Estados Unidos.

Reinaba entre los viajeros norteamericanos, la idea de que en México, aparte de la inseguridad, no existían lugares propios a la comodidad que exigía el descanso físico. Además, el turismo para México no era una industria tradicional, y por lo mismo no estaba debidamente reglamentado.

A todo esto, que el Gobierno no ignoraba, se dispuso Alemán a darle arreglo y cauce, de manera que empezaron a hacerse cifras, casi fabulosas, de lo que el turismo podía dar en cuanto a ingresos económicos al país; y como el Presidente no se detenía en sus proyectos, con mucha diligencia empezó las promociones turísticas, comenzando, como se ha dicho, con los financiamientos semioficiales para la construcción o ampliación de hoteles; y como el país no estaba organizado para el acomodo y recreo de los visitantes extranjeros, mandó que se llevara a cabo el acondicionamiento de algunas poblaciones.

Para realizar la obra, el Presidente dio categoría oficial y administrativa a las Juntas de Mejoras materiales, de manera que las antiguas juntas que sólo tenían privilegio de administrar fondos provenientes de recaudaciones aduanales, ahora se convertían a la autoridad urbanística.

Sin embargo, dadas estas autorizaciones con muchas prisas, puesto que así lo exigían las circunstancias, se suscitaron problemas de urbanización, principalmente en Acapulco a donde los nuevos planos de la ciudad dañaron a los barrios pobres, en detrimento de gente que no tenía facilidades para defenderse.

No tardaron así en presentarse dificultades, que poco a poco eran resueltas, puesto que el genio emprendedor de Alemán no hacía alto ante los obstáculos accesorios ni a las demoras que se presentaban.

Con este proceder pronto y atinado, súbitamente se desenvolvió en el país la industria hotelera, que originalmente, y hacia la década de 1930, sólo había atraído a los ahorradores políticos. No aconteció igual en 1947. Ahora, el ahorro privado le tomaba la palabra a Alemán, y gracias a los financiamientos oficiales, entre 1947 y 1952, las inversiones en hoteles ascendieron de ciento noventa y dos millones a novecientos cuarenta y cuatro millones de pesos; y el número de habitaciones hoteleras que en 1946 era de cinco mil ochocientas, subió al final del sexenio alemanista a cuarenta y cuatro mil. El turismo se convirtió inesperadamente en una industria nacional, que de acuerdo con las noticias oficiales dio a México un promedio de quinientos millones de dólares; y aunque la cifra, como se ha dicho, no puede tenerse como exacta, de todas maneras, fue tan grande el volumen de provecho, que México sirvió de ejemplo a otros países que se apresuraron a poner en boga los temas turísticos.

Por otra parte, el Estado supo seguir el camino de las ventajas que ofrecía el turismo, y al efecto, organizó todo género de excursiones, ya con carácter científico, ya con visos de frivolidad. Las reuniones internacionales, ya de clubes Rotarlos, ya de sociedades llamadas de Leones hicieron a México centro del interés mundial. El número de visitantes en 1950, llegó a cuatrocientos mil, y como la mayoría de los excursionistas eran norteamericanos, ello sirvió no sólo al roce universal que siempre requieren las naciones, antes también a la inauguración de una temporada durante la cual no se dudó la simpatía y entendimiento entre México y Estados Unidos.

Aquella política, pues, enseñó a los hombres del país vecino cuán fácilmente podía ser atraído un pueblo que, como el de México, es más amante de la justicia y de la paz que de los odios y agravios. Ni el propio gobierno alcanzó a ver hasta donde podían conducir los temas del turismo.
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