Presentación de Omar CortésCapítulo trigésimo sexto. Apartado 2 - El infujo obreroCapítulo trigésimo sexto. Apartado 4 - Las lides internacionales Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 36 - POLÍTICA PRÁCTICA

RESULTADOS DEL RÉGIMEN RURAL




Si en lo que respecta al sistema de industria privada y propiedad urbana, el presidente Cárdenas hizo inviolable el respeto que la Constitución manda hacia los propietarios; y si pareció, en algunos días, muy inclinado hacia el Socialismo que no era expresamente el interpretado en función de nacionalidad mexicana, ello se debió al desarrollo de una polítita contemporizadora a las corrientes del intelectualismo marxista y al obrerismo oficial y semioficial.

En cambio, si el presidente Cárdenas no tuvo un programa definido acerca del desenvolvimiento de las instituciones agrícolas que debieron marchar al unísono de las aplicaciones agrarias, fue innegable —y esto lo prueban los documentos oficiales y privados— que desde el comienzo de su sexenio se dispuso a realizar la transformación del régimen económico del proletariado rural, al cual se sintió siempre muy inclinado por naturaleza congénita.

Esa política resuelta, aunque inorgánica seguida por el general Cárdenas, no dejó de producir consecuencias; porque si no era posible exterminar la pobreza económica comprendida en las miserias del suelo, en las escaseces pecuniarias, en la minoridad de los consumidores, en la falta de créditos y en el raquitismo y rutina de los medios de labranza, en cambio, pronto se pudo observar, dentro de los núcleos campesinos más capacitados, el destierro de la protección del Estado. La juventud se pronunció contra el misoneísmo; las luces y comodidades de la ciudad iluminaron la ambición del pueblo rural; el salario sustituyó los sistemas de raya en especie; el comercio de la indumentaria se abrió camino en pueblos, aldeas y comunidades; la moneda fue medio efectivo para las transacciones domésticas y mercantiles; la movilidad física de los campesinos se acrecentó y se originó un concepto de propiedad individual, aunque sólo efectiva en el producto del trabajo.

El acontecimiento de mayor influjo en el orden social del campesino mexicano durante los cuatro primeros años del presidenciado cardenista, fue el conexivo al desarrollo de las obras públicas. La construcción de carreteras dio trabajo en 1936 a treinta y tres mil hombres; al año siguiente, unida tal construcción a las de represamientos y riegos, a ochenta y dos mil individuos. A los primeros días de 1939, el registro oficial hizo descender el número de desempleados en el campo al cincuenta y siete por ciento del número que existía en 1934.

Acrecentáronse asimismo las fuentes del trabajo rural como consecuencia de la nacionalización del petróleo; pues si no aumentó la producción en las refinerías ni en los mantos de aceite, el suceso llevó tanta población rústica en torno a los centros de trabajo petrolero que ello hizo disminuir el número de desocupados rurales.

En cambio, aunque sin poderse medir con precisión, la pobreza agrícola del país no tuvo mejoría trascendental. El uso de la maquinaria se desenvolvió de uno al dieciséis por ciento; la producción de exportación aumentó en un quince por ciento, entre 1935 y 1938. La producción ejidal del trigo ascendió de cuarenta y tres mil toneladas en 1936 a ochenta y dos mil en 1938. El ciclo enseñó un progreso de dieciocho por ciento en lo que respecta a la producción maicera; pero en ese mismo período, el trabajo agrícola venció el déficit nacional de frijol.

Para el final de 1939, el total de tierras ejidales fue de veintidós millones trescientas cuarenta y tres mil hectáreas, que correspondían a una población campesina de un millón quinientas setenta mil almas.

Tantas proporciones tuvieron los repartimientos de tierras, que se realizó una carrera de competencia en ejidismo entre los gobiernos locales, de manera que la autoridad de Puebla repartió cuarenta y cinco mil hectáreas; veintiséis mil,el estado de Nuevo León; treinta mil, el de San Luis; veintidós mil, el de Tamaulipas.

No faltaron, dentro de la vasta política agraria, errores y abuso de los mandones, líderes y caciques ejidales. Tampoco escasearon las rivalidades, en ocasiones cruentas, ora por inconformidad sobre terrenos, ora por los excesos a que dan lugar las portaciones de armas, ora por las inmoderadas talas de bosques. Además, durante tal temporada se presentó a la vista nacional un nuevo problema que consistió en que a mayor suma de repartimientos ejidales, más número de peticionarios, y estos últimos, en su mayoría correspondientes a las clases más pobres de la sociedad rural -a la clase que no sin desprecio se llamó indígena o india, no obstante representar la parte irredenta y por lo mismo más nacional de la República mexicana.

Pero a todo esto, correspondió el Gobierno, como evidencia de que los repartimientos eran llevados al cabo sin una precisa planeación para lo futuro, proyectando nuevas obras de irrigación, aparte de las realizadas en el quinquenio 1934-1939, que fueron cuarenta y cinco, con un costo de noventa y ocho millones de pesos y acrecentando los capitales de los bancos Nacional de Crédito Ejidal y del Crédito Agrícola, así como los destinados a los Almacenes Nacionales de Depósito, que oficialmente estaban encargados de refaccionar y comprar la producción agrícola ejidal.

Ese aumento de capitales, en especial al banco de Crédito Ejidal, llamado a financiar a los agraristas pobres, se debió a que las solicitudes crediticias aumentaron entre 1937 y 1939 a un setenta y dos por ciento, y como las recuperaciones de préstamos de hecho quedaron nulificadas, estado se vió precisado a acudir apresuradamente a abastecer de más fondos a tal institución.

Los préstamos a ejidatarios fueron de veintidós millones de pesos, en 1936; de ochenta y dos al año siguiente; de sesenta y tres durante 1938; y como tales sumas aparecieron bancariamente como irrecuperables, el Estado resolvió disminuir los préstamos a pesar de que en 1938 las solicitudes del caso subieron a ciento cuarenta y tres millones de pesos.

Hacia el final de 1939, advertido el Estado del alto precio que estaba pagando la Nación con la política agraria absoluta que se seguía, trató de iniciar una tarea de recuperación financiera, pero al final de tal año sólo se logró recobrar un doce por ciento de la total inversión.

El fenómeno no sólo se debió a la insolvencia de los campesinos que vivían en las sordideces infrahumanas de la pobreza económica. Debióse a que comprometido el Gobierno a corresponder a quienes se aprestaron a formar en el naciente partido cardenista, dio órdenes para que los bancos oficiales abriesen crédito a los políticos, que a partir de esos días empezaron a llamarse influyentes.

Así quedó fundada, durante el presidenciado de Cárdenas, una casta política que se desarrolló vertiginosa y arraigadamente en los presidenciados posteriores. Al cardenismo, pues, debióse esa peste que infestó al país y que después se atribuyó a otros gobernantes.

Los influyentes, apoyándose en las escaceses de los labriegos pobres y en el auxilio que daban al Gobierno, dejaron al descubierto los créditos, sin que las autoridades, temerosas de perder a sus lugartenientes, se atreviesen a hacer efectivos los pagos de las deudas a los bancos oficiales, que tuvieran que cancelarlos con detrimento de la economía nacional; pero sobre todo de la economía rural, que dañó a los millones de campesinos a quienes se decía favorecer.

Llegó a complicar aquel sistema de financiamientos oficiales que hicieron del Estado una sucursal bancaria de la economía rural, la disposición del presidente Cárdenas llevada al objeto de abrir una temporada de repartimientos agrarios en las fincas henequeneras de Yucatán.

El proyecto oficial estaba circundado de numerosas y graves cuestiones, puesto que el cultivo y laboreo de la fibra no correspondía únicamente al cultivo y trabajos agrícolas, sino que era conexivo a las funciones y desenvolvimiento de una industria.

Así y todo, con la señalada decisión del individuo de autoridad constitucional, social y moral, el Presidente se trasladó a la península yucatanense; y aquí (1° de agosto, 1937), sin la medida técnica ni humana de las cosas, y en la creencia de que los actos totalizados no daban lugar a regresos ni negaciones, mandó la aplicación de la ley agraria, con lo cual momentáneamente produjo la desarticulación no tanto de la propiedad, cuanto de los sistemas industriales propios a la transformación de productos naturales.

Así, de un día a otro, aquel enjambre de plantaciones, maquinaria, financiamientos y ventas quedó embargado por decreto oficial (8 de agosto), que mandó las restituciones, dotaciones y ampliaciones de ejidos en la zona henequenera.

Ahora bien: como toda esa obra, no obstante los grandes y numerosos intereses que lesionó, no provocó, dejando a su parte el clamoreo de una literatura política intrascendente, una reacción capaz de poner en peligro la paz del país, el general Cárdenas se sintió alentado, considerando que el silencio nacional equivalía al consenso nacional, para entregar a los campesinos (14 de noviembre) veintinueve mil hectáreas de las tierras del latifundio de Lombardía; ahora que esta distribución no fue llevada a cabo con el carácter de repartimiento o dotación ejidal señalado por el código agrario, sino a manera de iniciar un formal ensayo de colectivización agrícola.

Creyó el Presidente, que de esa porción de terreno, de la cual sólo mil seiscientas dieciocho hectáreas eran de riego efectivo, podía surgir un nuevo modo de vivir rural; y al efecto, mandó que aquella zona de Lombardía dedicada al cultivo del arroz, fuese dirigida y financiada por el Banco Ejidal, y al caso se procedió a formular un plan de trabajo, producción y distribución.

Empezó así un ensayo de colectivización generosa que no tenía ciertamente nexos con el Socialismo marxista. Tratábase de una obra imaginada y realizada con normas nacionales, sin que el gobierno se apartase de la tradición regional ni comprometiese otros créditos que los normales.

Con este ensayo de colectivización que se llamó a la mexicana, cuyos frutos no vio el país, terminó de hecho el teatro de las indagaciones y experiencias audaces; teatro que fue apellidado por los líderes cardenistas de la Revolución Integral, con lo cual se quiso decir que el colectivismo —la propiedad transferida a la colectividad y confiada al Estado en la organización y distribución de su riqueza— era la parte complementaria de la Revolución mexicana.

De esta suerte, pues, todos los esfuerzos del presidente Cárdenas se dirigieron a intentar la mayor dicha de la población campesina de México; ahora que todo ello más con la bondad política que con la frialdad con la cual el Estado debe de considerar y resolver siempre los grandes problemas de una Nación.
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