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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO CUARTO



CAPÍTULO 32 - EL ESTADO

DESARROLLO ECONÓMICO




Aunque las luchas armadas que mucho conmovieron y trastornaron a la Nación mexicana produjeron, como ya se ha dicho, fuertes pérdidas materiales, éstas llevadas al análisis histórico no pueden ser catalogadas como estados fatales de la economía de México.

Numerosos, eso sí y en ocasiones casi continuados, fueron los capítulos críticos de la economía mexicana. Tales ocasiones, sin embargo, pueden ser situadas antes de 1920; porque después de este año, a pesar de nuevas luchas intestinas, la inspiración creadora, tanto del pueblo común como de la clase selecta, adquirió tan fuerte, perseverante y entusiasta crecimiento, que a la vez de apagarse al estruendo de las armas, se dispuso a seguir la obra de una consolidación. Con la Revolución habían nacido una clase mercantil mexicana, una tentadora riqueza rural mexicana, una pequeña industria mexicana prohijada por las escaseces de la guerra, la supresión de las importaciones y la fuga de los capitales extranjeros de inversión y una clase bancaria mexicana, que no obstante su oscuro y poco decente origen formativo, puesto que se sirvió, primero de las ganancias que dejó el mercado ilegal y legal, de pánico y audacia del bilimbique; después, de los nuevos sistemas de almoneda que sustituyeron al monopolio que ejercían los españoles de las casas de empeño.

Estos nacientes agentes económicos de México, que a pesar de sus intereses de lucro constituyeron un hombro del espíritu de nacionalidad, se manifestaron lenta y desordenadamente, de manera que con ello permitieron la participación del Estado en organizaciones que pudieron ser del todo particulares. Además, como el problema monetario fue el eje principal de la economía, Calles inspirado por las ideas de concurrencia del Estado en los negocios económicos del país, consideró que como vía de nacionalidad y de protección estatal, era llegada la hora de fundar un banco del Estado.

El proyecto principal de tal banco se debió a Carranza; pero no como principio estadista, sino como consecuencia de los abusos, fraudes, privilegios y descomedimientos hechos por las instituciones de crédito particulares, en torno a las emisiones de billetes; y como el proyecto no prosperó durante el corto período constitucional de Carranza ni fue posible realizarlo a través del cuatrienio de Obregón, Calles apenas iniciado su gobierno estimó necesario llevar a cabo la empresa, no obstante los pocos recursos finacieros del Estado y la desconfianza que existía en el país. Al efecto, de manera precisa Calles, en el primer tercio de su ejercicio dictó las disposiciones del caso, no sin el advertimiento de que el Banco sería útil tanto para la confianza de empresas mercantiles e industriales, cuanto a fin de proporcionar al Estado otras fuentes de ingreso además de las concernientes al fisco.

Para realizar la obra que se propuso el presidente Calles empezó por fijar todos aquellos puntos capaces de abrir un crédito formal al Estado mexicano, sobre todo en los medios internacionales, puesto que hallándose en suspenso los pagos de anualidades de las antiguas deudas exteriores que debían haberse cumplido conforme los convenios de 1922 y 1925, no era fácil abrir un crédito mundial a un banco del Estado, máxime que día a día se acrecentaba la acumulación de intereses; acumulación que en 1929 alcanzó la suma de doscientos once millones de dólares. De esta suerte, antes de proceder a dar un paso que pudiera ser falso, Calles comisionó al secretario de Hacienda Luis Montes de Oca a fin de que hiciera nuevos arreglos con el Comité Internacional de Banqueros; y aunque por de pronto no fueron pocas las dificultades que se presentaron para un entendimiento honorable con tal Comité, Montes de Oca propuso, y los acreedores lo aceptaron posteriormente, consolidar las deudas en una nueva y sola emisión del cinco por ciento anual, reconociéndose como capital la cantidad de doscientos sesenta y siete millones de dólares, reembolsables en cuarenta y cinco anualidades.

Estos arreglos sirvieron tanto para disminuir el impacto que sufrió el Estado a consecuencia de la rebelión de marzo (1929), como para mejorar el crédito doméstico. Además, como el gobierno ratificó su decisión de garantizar la deuda consolidada de los ferrocarriles Nacionales; deuda absorbida por los propios ferrocarriles, cuya reorganización financiera y administrativa fue encomendada por el presidente Portes Gil al general Calles, esto produjo un desahogo moral al Estado, que en un esfuerzo supremo para disminuir sus deudas, ahora alentó la posibilidad de dar valor a los títulos de la deuda agraria, emitidos por el Gobierno con un valor total de catorce millones y cuarto de pesos.

Sobre este capítulo de la deuda agraria, el Estado tomó mucho empeño, tratando de ganar la confianza de los agricultores, puesto que era indispensable al progreso de la nación dar bases de estabilidad a las nuevas formas de propiedad rural. Además, Portes Gil, siguiendo con perseverancia y lealtad los proyectos de desarrollo económico trazados por su predecesor, advirtió cuán importante era para México acrecentar y garantizar la producción agrícola nacional; ahora que este capítulo, no obstante los buenos propósitos del Presidente, no se desarrollaría ya en la práctica, con el mismo optimismo del Gobierno.

Ciertamente, el descenso en la producción de maíz, sentido y verificado a partir de 1914, continuó en 1929, con una disminución de ciento cincuenta y un mil toneladas, mientras que el cultivo del frijol, durante ese mismo año, sólo contribuyó al sesenta y ocho por ciento de las necesidades de México.

Por otra parte, y como consecuencia de la baja productiva, aumentaron los precios de las semillas. En Tamaulipas, el costo promedio de una hectárea cultivada y cosechada de maíz, alcanzó el precio de setenta pesos, lo cual significó un aumento en el precio de la producción a pesar de que el ochenta y cinco por ciento de los cultivos de ese grano correspondieron a tierras ejidales, habiéndose utilizado en los mismos, maquinaria agrícola obtenida en pagos a largo plazo y que por lo tanto había originado un desembolso a los ejidatarios.

En la realidad, esos desniveles en la economía rural provenían de no pocos e importantes factores: la desconfianza sembrada en el campo por los repartimientos ejidales y las ocupaciones violentas de tierras; las cortas experiencias de los nuevos tenedores de terrenos; los improvisados sistemas de distribución agrícola y los odios entre los antiguos propietarios y los ejidatarios.

Tan profunda fue la depresión agrícola en el país, que las noticias oficiales la señalan en un 89.1 por ciento en comparación a las condiciones de la producción de 1910, en tanto que la baja ganadera llegó a un 104 por ciento. De esa gran crisis agrícola nacional sólo pudo escapar el estado de Sinaloa, con una producción de azúcares que ascendió a cincuenta millones de kilogramos, dos y cuarto millones de kilogramos de piloncillo y cinco millones de litros de alcohol.

Mermó asimismo a la economía rural el creciente desarrollo de las áreas urbanas. Así, la ciudad de México atrajo a la población rural del sur de la República. Monterrey abasteció con su semi-industrialización a la gente de Coahuila y del norte de San Luis Potosí. Guadalajara creció gracias a la emigración rural de Zacatecas, Aguascalientes, Nayarit y Michoacán.

El censo industrial de 1929 señala que en las industrias manufactureras del país trabajaban doscientos setenta y dos mil individuos, cincuenta y siete mil en las minas, trece mil en la industria petrolera y cincuenta y ocho mil en los ferrocarriles.

No era la industria manufacturera la única que ocupaba brazos. Las obras públicas —presas y caminos sobre todo- requirieron en 1928 siete mil trabajadores. Sólo la compañía Anahuac invirtió cinco millones de pesos en salarios, durante los primeros cinco meses de 1929.

Sin embargo, los cálculos oficiales correspondientes a estos días se manifestaron optimistas; pues adviertieron un aumento en el nivel social de las clases proletarias del campo y la ciudad. Tal aumento, lo catalogaron en un setenta y cinco por ciento; ahora que las cifras ni son completas ni están debidamente justificadas.

Concurre a la desconfianza que se suscita en torno a las noticias oficiales, el hecho de que México fue gravemente dañado en la exportación de sus primeras materias durante el año de 1929, como consecuencia de la crisis de los valores norteamericanos. La única defensa que tuvo la producción de tales materias fue el consumo que el país hizo de las mismas, y que ascendió a trescientos treinta y cinco millones de pesos; valor estimado también por datos oficiales, en el cuarenta por ciento de la producción total.

Ahora bien: como a la merma en la exportación de primeras materias se siguió un descenso de precios de las mismas, vino todo esto a dañar a los principales organismos de producción nacional; y si la crisis no perforó más profundamente la economía nacional se debió a que la plata, cuyo volumen de producción fue sostenido y acrecentado en un nueve por ciento en el país, se mantuvo firme en el mercado internacional. La producción de plata en el año que examinamos, fue de ciento ocho millones de onzas, o sea el equivalente al cincuenta por ciento de la producción mundial total.

Fue este progreso en la producción de metal blanco el que motivó ese acontecimiento notable, gracias al cual el país no sufrió las graves consecuencias de los desastres económicos en Estados Unidos, que llegaron a asomar en México con las alarmas consiguientes para la sociedad y el Estado; y mayor fue el suceso, de tenerse en cuenta el descenso de un diecisiete por ciento que sufrió la explotación y exportación del petróleo mexicano; explotación y exportación en las cuales se creyó en más de una ocasión poder fundar el bienestar económico de México; pues fueron muchos los encantamientos que produjo la industria petrolera, cuando el mundo la creyó básica en la riqueza universal, apartándose con ello de las equivalencias verdaderas del carbón y del hierro.

Los años, pues, trascurrieron en el país hasta llegar a 1929, sin que los esfuerzos de hombres como Calles; de partidos como el de la Revolución y de empresas como las que una iniciativa creadora mexicana diesen fondo, estabilidad y porvenir a los capítulos concernientes a la economía. Sin negarse las virtudes de los planes y de la acción humana para ejecutarlos, debe admitirse que hacia el año que remiramos el país no había encontrado el camino conducente para sus ambiciones y determinaciones económicas.
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