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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO CUARTO



CAPÍTULO 29 - CRISIS REVOLUCIONARIA

HALAGOS A LAS MUCHEDUMBRES




Los mexicanos asistían, casi en suspenso, sin saber cual era el más conveniente camino a seguir: o el del optimismo o el del pesimismo, a las tareas ejecutivas y legislativas del Gobierno nacional presidido por el general Plutarco Elias Calles. Tanto en el fondo como en la forma, tal Gobierno constituía un teatro novedoso; quizá un singular espectáculo. Era inusitado, en efecto, el hecho de que el primer Magistrado de México concurriese, con sus ideas y manifestaciones personales a estudiar y analizar los conflictos todos de la República. Un Presidente pareciendo o queriendo resolver lo grande y lo pequeño del país tenía las proporciones de lo extraordinario y por lo mismo, simultáneamente, se hacía temer y se hacía amar.

Para los mexicanos, lo más difícil era fijar a quién o quienes favorecía, con certidumbre, la política callista; pues tan pronto ésta servía a los intereses proletarios, como a continuación se presentaba con las mejores disposiciones hacia la clase propietaria —a la propietaria, porque dentro de la clasificación económica universal, en el país no podía hablarse, de no ser onomatopéyicamente, de una clase capitalista.

En efecto, los capitales de inversión, que nunca constituyeron, por corresponder a las riquezas migratorias, un capitalismo nacional, o estaban mermados, o eran expulsos, o se habían incorporado al mercado mexicano. El único capital que se presentaba como de inversión, era el concerniente a la industria petrolera. Sin embargo, en su tronco, las compañías petroleras significaban meras oficinas de contabilidad, subsidiarias de un capitalismo ajeno -a excepción del aprovechamiento de frutos mexicanos—, a la vida económica del país.

Dado ese ambiente, que más llevaba a perplejidades que a consideraciones de racionabilidad, los proyectos del presidente Calles, aunque inspirados en el patriotismo y la responsabilidad, así como en el deseo de dar progreso y bienestar al país, con todo lo cual se trataba de probar que el Gobierno de la Nación mexicana no era un mero lujo o capricho; dado ese ambiente, se repite los proyectos de Calles no siempre hallaron el apoyo nacional.

La fama que se daba a Calles de hombre impulsivo, voluntarioso y enemigo de la tradición, constituía un obstáculo de mucho peso para el desarrollo de los planes oficiales, de manera que aquel mundo de iniciativas y realidades, sólo hallaba, casi cotidianamente, amenazantes títulos como si se tratara de un enemigo de la sociedad.

Olvidando la siembra de odios y angustias que las luchas intestinas habían dejado en el alma y cuerpo de México, el Presidente siempre atento a todas las manifestaciones que se presentaban a la vista del Estado, no podía comprender el porqué de aquella actitud hacia él, no sólo desdeñosa, sino también hostil de los connacionales, sobre todo a que esa actitud pública se reflejaba con grandes caracteres en la prensa periódica tanto de la ciudad de México como de los estados.

Los periódicos principales del país, ya por ganar lectores y anunciantes, ya por escasez de nacionalidad, ya por servir a los intereses del pasado, ya por estar organizados con plantas de antiguos servidores del porfirismo y de la contrarrevolución, movían una fuerte corriente de opinión contraria al Estado, pero especialmente de oposición a Calles.

Tan vehemente era la agresión literaria del periodismo y tan graves perjuicios estaba ocasionando a la estabilidad de la República y a los intereses del Estado, pues desviaba la función de la autoridad, intentaba controvertir con las fuentes del mando y gobierno del país y pretendía dirigir la opinión pública de México, que Calles acudió al apoyo popular, sirviéndose al caso de las organizaciones sindicales y ejidales. De esta suerte, la política de simpatía y atracción de las muchedumbres que en un principio tuvo los tintes de un mero romanticismo político, se convirtió en una realidad.

Para esto, el Gobierno ya tenía las bases y sólo requería calcular el desenvolvimiento y poder de sus puntos de apoyo popular: el obrerismo oficialista y el agrarismo. Sin embargo, había un factor oscuro que el Presidente quiso esclarecer. Tal factor fue el peligro de que los agraristas y obreristas se convirtiesen en un partido de gobierno capaz de violar la doctrina constitucional sobre la imparcial oficial.

Por otra parte, antes de abrir las puertas a esa política de extremo populismo, el Presidente no dejó de reflexionar acerca de las degeneraciones que podía ocasionar la fuerza de las multitudes como parte del Estado. En efecto, el Gobierno se colocaba a un paso de las tentaciones de líderes y caudillos pueblerinos. Un amenazante caciquismo político, más dañino que el caciquismo social que era miembro de la naturaleza mexicana, quedaba en reserva, de manera que se le otorgaba la posibilidad de desenvolverse y hacer faccional todo lo que emanara del Gobierno.

Sin embargo, como los tropiezos morales y sociales que halló Calles en su primer año de gobierno iban en aumento y la tempestad de los agravios al poder público se acrecentaban, el Presidente se vio obligado a acudir al auxilio de las organizaciones sindicales y ejidales, no sin que al mismo tiempo otorgase a las mismas privilegios de condición electoral. De aquí se originaron, primero, los subsidios oficiales a los organismos obreros y agrarios; después, las complacencias a lo que se llamó liderismo, y de las cuales se originó un novedoso y productivo oficio que atrajo a una juventud ávida de triunfos fáciles y prontos.

Mientras tanto, de los agrupamientos sindicales se iban organizando empresas lucrativas, ya de vestuarios, ya de espectáculos, ya de comunicaciones, ya de artes gráficas, ya de minería, ya de artesanía; empresas de las que nació una clase acomodada de origen obrero. La fisonomía de un capital nacional, todavía endeble, pero con las características de una riqueza de acumulación y explotación, empezó a dar otra contextura a la economía nacional. Los signos de la nueva formación económica iban apareciendo poco a poco entre los filamentos pobres de México.

Además, la Confederación Regional Obrera Mexicana, dejó de ser un mero motivo sindical, para convertirse en los hombros del Estado, gracias a lo cual el Estado nacional alcanzó robustez y lozanía ahora más temprana de la que Calles había planeado, de manera que grande fue la deuda que la Nación contrajo, mediante esa correspondencia, con el proletariado urbano. Sin embargo, conforme aumentaba el poder político de la CROM, de esta misma organización salían individuos deshonestos; aunque la propia Confederación dio a la República funcionarios distinguidos, políticos de muchas aptitudes y directores de multitudes que promovieron ambiciones técnicas y universitarias entre la clase trabajadora. Advirtióse asimismo, como consecuencia de ese ayuntamiento sindical al Estado, el fenómeno de que mientras el oficinismo público anterior a la Revolución tuvo como fuente a la familia acomodada, ahora, en la diltación que Calles otorgó al sindicalismo de Estado, el empleado público salió, en una gran parte, de la familia obrera. La evolución del proletariado mexicano estaba, pues, a la vista, y ello fue pie de mejoría nacional.

Y no únicamente en el orden de la política doméstica tenía validez la Confederación Regional Obrera Mexicana, sino también en el orden exterior. La unicidad irrestricta que el líder Luis Morones dio a la alianza de la CROM y la American Federation of Labor, que capitaneaba Samuel Gompers, fue de felices resultados para el entendimiento diplomático y social mexico-norteamericano. La idea de una amistad de dos países vecinos se hizo una realidad popular que sobrepasó a todos los instrumentos diplomáticos de esos días. Las reuniones de los representantes de ambos organismos obreros efectuados en 1920, 1922 y 1923, indicaron los puntos de contacto de entendimiento bilateral; pero al volver a juntarse los caudillos obreros, en agosto de 1925, fijaron la trascendencia de una disposición de apoyo mutuo que practicaron México y Estados Unidos con prioridad a otras naciones.

Pudo también la CROM, gracias a la labor de una parte oficiosa del gobierno mexicano, si no penetrar, sí emparentar con las organizaciones obreras británicas. Al efecto, la visita a México de un grupo de líderes de las Trade Unions de Inglaterra (mayo, 1925), de un lado, enseñó a los ingleses cuán desemejante a las reglas del respeto, lucha e independencia del movimiento obrero en Gran Bretaña era el movimiento obrero de México representado por la gente de Morones. De otro lado, y no obstante las disparidades de forma y fondo, entre los caudillos laboristas de una y otra nación, los trabajadores mexicanos se vieron enlazados con los europeos; pues si no hubo un trato específico, no por ello dejó de quedar establecido un acercamiento que fue útil al programa del presidente Calles de consolidar las bases del Estado nacional en sus relaciones con el exterior.

Pero más que esos puentes o alianzas con el obrerismo internacional, la misión que Calles determinó para la Confederación Regional fue de carácter político. Quiso al efecto el Presidente, que la CROM representara la parte defensiva del gobierno, de manera que a cualquier censura o amenaza a éste, los agremiados de la CROM aparecerían en escena ofreciendo su pecho a los desaires o agravios que se hacían al Gobierno, con lo cual el Presidente logró que el cuerpo oficial de la Nación no descendiera a las controversias con sus contrarios.

Con todo esto, que se sucedía en manifestaciones diarias, los trabajadores afiliados a la CROM, careciendo de prácticas políticas y ensimismados por el arte con que Calles atraía a las grandes masas populares, no sólo cayeron en los ensueños electorales, creyendo que el ministro Morones era el lógico sucesor de Calles en la presidencia de la República, sino que se entregaron a la detestable mitomanía política, elevando, casi fabulosamente, las cifras del número de asociados a la CROM. Así, esta creció en números superiores al desarrollo demográfico de México, al grado que en 1927, los directores de tal organismo afirmaron tener asociados a dos millones doscientos veinticinco mil trabajadores, lo que equivalía a la casi totalidad de la población mexicana que vivía en las ciudades mayores de diez mil habitantes.

No era, ciertamente, la CROM la única organización obrera en la República. Existían, por un lado, la Confederación General de Trabajadores; de otro lado, los gremios ferrocarrileros que mantenían una independencia casi absoluta. También los comunistas, con el nombre de Frente único, agrupaban varios sindicatos, tan opuestos como los de la Confederación General y de los ferrocarrileros a los designios de Morones.

Ahora bien: si la idea del presidente Calles de crear una defensa del Estado mediante los agrupamientos de la Confederación Regional, y utilizando para ello los halagos constantes que los gobernantes dirigían a la clase trabajadora, sirvió para embarnecer la autoridad civil de México, no por ello el mismo hecho dejó producir daños al Presidente; pues a la opinión general del país, eran tantos los favores que Calles otorgaba a los líderes obreros, que el gobierno estaba adquiriendo los modos de un poder faccional. De esta manera, se consideró que el obrerismo constituía un privilegio, y que los filamentos sociales ajenos a ese obrerismo, estaban condenados a sufrir las consecuencias de tal monopolio que se manifestaba no sólo en las artes políticas, antes en los négocios privados de la República.

Surgieron así los recelos, de éstos, las envidias; de los recelos y envidias, los odios, principalmente hacia Morones y los lugartenientes de éste, debido a lo cual empezó una sorda batalla interna en el seno del partido de la Revolución. Simultáneamente a ese estado de cosas, se originaron las primeras discordias entre los moronistas y obregonistas. Estos últimos empezaron a alejarse de Calles, en detrimento de la armonía revolucionaria y de la fuerza del Estado. Así, como acontece siempre con los excesos que cometen los gobernantes cuando siguen un único y específico camino, el callismo, por sí mismo dio origen a un nuevo y difícil conflicto doméstico.

Calles, sin embargo, se sentía ilusivamente amparado por las segundas partes de la política del halago a las masas. Esas segundas partes eran los campesinos; ahora que esta política conexiva a la gran masa agraria, estaba manejada aparte de la que correspondía a los asuntos precisos de la economía rural mexicana, a propósito de la cual, como ya se ha dicho, el Presidente desarrollaba un plan integral de excepcionales condiciones y previsiones.

El halago a la gente del campo, consistió en hacer los repartimientos y restituciones de tierras, ya no de acuerdo con un plan orgánico, sino conforme a las necesidades políticas o electorales. Los gobernadores enriquecían artificialmente sus empresas de carácter social, dando alegres y exagerados vuelos a la entrega de terrenos a los campesinos. El gobernador de Tamaulipas, Emilio Portes Gil, en sólo dos años distribuyó tierras en cantidad superior al total de las labrantías que existían en el estado. Registróse, pues de acuerdo con la mitomanía política de tales días, un fenómeno gracioso y extraordinario, que si no dañaba el fondo de la cuestión agraria ni entorpecía las funciones constitucionales, sí daba lugar a una competición política que era motivo de hechos ridículos, minoraban la gravedad del Estado y hacían creer al vulgo que el presidente Calles abusaba de su autoridad en aras de un populismo demagógico.

Esto mismo servía, por otra parte, para que los enemigos del gobierno (y los enemigos provenían, ya del descontento electoral, ya de la vieja Contrarrevolución) cayeran en el error de creer que de una hora a otra hora podía presentarse un trance político, capaz de poner en peligro la estabilidad del partido callista, que no era propiamente el que se significaba como exponente de la Revolución, sino el que vivía bajo la sombra de la vigorosa personalidad que tenía Calles como Presidente y Caudillo.

Muy lejos de la realidad, sin embargo, estaba tal creencia. El callismo era una fortaleza; el Estado se amacizaba en todos sus aspectos; y lo que daba señales de crisis o posible crisis era el reajuste que sufría el país, como consecuencia de la nueva composición del derecho de propiedad agrario y de la introducción de un régimen de la vida que normaba la economía rural, también la política.

Al efecto, los acontecimientos en el medio rural, poseían una gran dosis de reformismo. El total de tierras repartidas de diciembre de 1924 al 29 de febrero de 1928, ascendió a un millón novecientas mil hectáreas; los bonos agrarios puestos en circulación por el Gobierno durante el mismo período sumaron cinco y medio millones de pesos; el sistema de refacción para los implementos de labranza, puesto en vigor hacia mayo de 1925, significó una derrama de siete millones de pesos. Las exposiciones agrícolas (marzo, 1927) abrieron un vasto camino al conocimiento de la técnica agropecuaria; la reglamentación forestal (8 de septiembre, 1927), modificó el derecho de los agraristas respecto a los bosques; los predios henequeneros en Yucatán, comprendidos en doscientas veintitrés mil héctareas, modificaron la economía yucatanense. Finalmente, la ley federal de colonización (6 de enero, 1927), señaló la organización de nuevos centros de población en la República.

Todas esas empresas, a pesar de que estaban llamadas a producir profundos cambios en la vida rural de México, no penetraron a la consideración social y política del país. Túvoselas como meros caprichos u oportunismo del presidente Calles. Además, era muy difícil hacer mudar la idea de que Calles se proponía gobernar exclusivamente para una clase nacional, de manera que sus opiniones y decretos fueron tenidos como faccionales, sin que se analizaran los efectos que poco a poco iban produciendo.
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