Presentación de Omar CortésCapítulo decimoséptimo. Apartado 3 - La ofensiva carrancistaCapítulo decimoséptimo. Apartado 5 - Organización del carrancismo Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO SEGUNDO



CAPÍTULO 17 - LA LUCHA

LA OFENSIVA VILLISTA




Muchas y notorias eran las cualidades que poseía el general Francisco Villa para hacer y dirigir la guerra. Sin embargo, dentro de tal caudillo existían limitaciones. Una de éstas, estaba en su corta capacidad para observar, conocer y abarcar todos, o cuando menos los principales acontecimientos que se desarrollaban en el país y que señalaban las condiciones y necesidades de una guerra generalizada en los cuatro puntos cardinales de México.

Esto no desdoraba la personalidad individual del general Villa como soldado aguerrido y caudillo incuestionable; pero sí producía efectos contrarios a la idea de que el villismo podía ser el partido capaz de dominar en el país, y por lo mismo de liquidar de antemano a Carranza y al carrancismo.

No tantas virtudes como el entusiasmo popular y las voces del vulgo le atribuían, vivían en la carne y sangre de Villa. No le faltaban, se insiste, las cualidades del soldado. Era valiente, emprendedor y organizador; pero, uno de los males que le azotaba de frente y de costado, era su ignorancia de la geografía de México. Con esto no podía calcular las ventajas o desventajas de las operaciones de guerra en los estados, y menos en la totalidad de la República.

Además, como no sabía dar órdenes por escrito ni poseía aptitudes para mantener las relaciones con sus subordinados, si estas relaciones no eran de persona a persona, en la realidad, y no obstante que el villismo tenía partidarios y guerreros a lo largo y ancho de la República, el mando nacional de Villa sólo comprendía los caracteres de lo simbólico. Había un villismo; y un villismo grande, entusiasta y apreciable, pero desintegrado o cuando menos fácilmente desintegrable, por todo lo cual podía augurarse que el triunfo podría producirse donde estaba Villa; mas no donde no se hallaba el caudillo.

Además, por ser irreflexivo, el general Villa no podía trazar un plan general para la guerra; y como no admitía advertencias, ni consignas, ni indicaciones, si no emanaban de su propio capricho o intuición, sus empresas se dislocaban con facilidad.

Aunque, como se ha dicho, encomendó al general Zapata las operaciones guerreras al sur de la ciudad de México, ni siquiera discutió con aquél el comienzo de las operaciones militares contra el carrancismo; y es que Villa sentía como un milagro sus triunfos y encumbramiento; y como milagro trataba su victoria y poder finales.

El general Gutiérrez, como presidente interino nombró a Villa, como queda dicho, comandante en jefe de las operaciones militares en la República; pero no pudo hacerle la menor insinuación respecto a los problemas bélicos, sino que, por el contrario, el Interino fue objeto de las reprimendas de Villa. Este, pues, en medio de sus glorias, de su popularidad y de sus audacias no podía ser más que el genio representativo de la doliente, pero siempre arisca clase rural mexicana del 1915.

Debido a la mentalidad áspera, apartadiza, tímida, pero genial y heroica de la gente del campo durante la época que estudiamos. Villa, que era su más sagaz adalid, no captaba con su inteligencia vivaz, pero primitiva, todos los problemas de índole militar que se suscitaban en el país y que se multiplicaban conforme avanzaban los días de 1915.

No bastarían así el desinterés ni el amor que la gente del pueblo le tenía, para dar gobierno a las cosas; y sin gobierno, aunque el mando tuviese muchas virtudes, ¿cómo establecer la hegemonía de la Guerra Civil; cómo la del Estado; cómo la de los semejantes?

El coronel Roque González Garza, nombrado presidente de la Convención, al instalarse ésta en la ciudad de México con motivo a la ocupación de la plaza por las fuerzas villistas, expuso al general Villa todas las razones, ora de índole política, ora de carácter militar, para que el poderoso señor de la guerra dejara en la capital de la República las fuerzas norteñas competentes, tanto para conducir al zapatismo a la verdadera acción guerrera, como a fin de evitar que la metrópoli quedara en manos del general Zapata. El general Villa, sin hacer ni aceptar consideración alguna, puesto que no poseía el don de examinar el pro y contra de las cosas y situaciones, rechazó los proyectos de González Garza, y ya en pleito con Eulalio Gutiérrez y desilusionado de Zapata, salió de la ciudad de México; reemprendió la marcha al norte y se llevó consigo la certeza de que él, solamente él, al frente de sus soldados era el capacitado para resolver cualquier problema conexivo a la lucha armada.

Estableció así su cuartel general en Torreón y olvidándose de Carranza y Obregón; olvidándose también del sur y occidente de la República, sólo tuvo alcances para ver, en un plan de operaciones militares, lo que tenía más cerca de él; y al efecto, dando órdenes personales, mandó la organización de tres grandes columnas. De éstas, dos marcharían hacia el puerto de Tampico y la región petrolera en Tamaulipas y norte de Veracruz. La tercera, avanzando a lo largo de la vía férrea, se dirigía hacia Saltillo y Monterrey, comprendiendo en su avance la ocupación de la zona carbonífera de Coahuila, que tan necesaria era al villismo para la movilización de sus trenes.

Villa, pues, con ojo de ranchero, buscaba la posesión de los combustibles, cuya falta había experimentado desde el comienzo de 1914, no sin costarle sinsabores y sobre todo, la pérdida de una acción violenta sobre la ciudad de México, cuando el general Obregón avanzaba desde Guadalajara.

Además, con la idea de hacer una limpia total de carrancistas en el norte del país, para de esa manera dominar la casi totalidad de la frontera de México y Estados Unidos, ordenó que una columna expedicionaria fuese organizada en Chihuahua a fin de que marchara hacia el estado de Sonora y auxiliara al gobernador Maytorena en la lucha que éste sostenía contra el general Elias Calles, quien si estaba reducido a la defensa de la plaza de Agua Prieta, no por ello dejaba de ser una seria amenaza para el villismo sonorense.

Mucho confiaba Villa, por otra parte, en las actividades guerreras del general Rafael Buelna, a quien se abstenía de dar instrucciones, pues bien conocía el carácter levantisco e independiente de Buelna, quien estaba firme y definitivamente posesionado del territorio de Tepic.

Buelna, en efecto, unido al villismo sin otro motivo que los resentimientos que guardaba hacia Obregón, joven sinaloense, valeroso, inteligente y con altas cualidades políticas. Su ingreso al villismo, a pesar de lo tanto que le apreciaban y respetaban los jefes revolucionarios del noroeste de México resultaba inexplicable. Sólo podía atribuirse al error que se comete cuando los individuos se dejan llevar por las pasiones y reconcomios. Tal error, sin embargo, costaría mucha sangre y pesares al estado de Sinaloa; porque como Buelna tenía la singularidad de querer y saber quedar bien con el mundo que trataba, cualquiera que fuese la condición social de éste, gozaba de mucha popularidad. Además, como estaba muy ejercitado en el arte de la guerra y era muy intrépido, la gente le seguía con entusiasmo, máxime que en el noroeste de México, el buelnismo caracterizaba la primera ofensiva villista contra el carrancismo.

Si no con los arrestos y personalidad de Buelna otros muchos jefes del villismo pretendían su independencia en la guerra, de manera que Villa, al tiempo de que preparaba la batalla formal contra el Constitucionalismo, desconfiaba de los caudillos localistas; pero sobre todo de quienes, dirigiendo grupos armados o civiles, pretendían mantener una neutralidad llamada convencionista.

Así, tan pronto como tuvo noticias de que la Comisión Permanente de la Convención, que presidía el general Martín Espinosa, se había establecido en San Luis Potosí y pretendía legislar apoyándose en las resoluciones aprobadas en Aguascalientes, considerando que tal Comisión trabajaba por su propia cuenta y desdeñaba al villismo, aunque tampoco era carrancista, el general Villa mandó que Espinosa y sus colegas fuesen aprehendidos y juzgados severamente; y si Espinosa y sus acompañantes no reciben aviso a tiempo de los propósitos de Villa, muy cara habrían pagado su idea de independencia. Tales convencionistas, pues, advertidos del peligro que corrían, pudieron escapar y a poco desbandarse, sin dejar huellas de las tareas legislativas que les había encomendado la Convención, en seguida de elegir presidente de la República al general Gutiérrez.

No fue la Comisión presidida por el general Espinosa, la única víctima de las violencias del general Villa. Este, ya en guerra, quería probar el imperio de sus órdenes, la amenaza de sus ejércitos y la decisión de triunfar. No estaba en la hora de los retrocesos ni de las tolerancias. La guerra, aunque aparentemente entre dos personajes como eran Carranza y Villa, representaba, en la realidad, los finales impulsos de la clase rural mexicana para realizar sus ambiciones no escritas; es decir, aquellas que los hombres llevan dentro de su ser, no por temor a expresarlas, antes por no saberlas expresar.

Villa, sabía, por supuesto, los muchos y grandes recursos e instrumentos que iba a necesitar. Ignoraba, en cambio, su responsabilidad; su inmensurable responsabilidad por llevar al país a una nueva conflagración.

Para lo primero, tenía cerca de treinta y cinco mil hombres en los estados de Chihuahua, Durango, Coahuila, Zacatecas y el norte de San Luis Potosi y las fuerzas que se manifestaban en favor del villismo en otros estados de la República podían ser entre quince y veinte mil soldados, mas sin incluir a los zapatistas, que en gente armada sumaban quince mil dejando a su parte los escasamente armados.

Al empezar el 1915, los recuentos villistas hacían ascender a cincuenta mil el número de sus fusiles de diferentes marcas y calibres; a diez millones, el de cartuchos disponibles en las plazas de Chihuahua y Torreón; a ciento cincuenta ametralladoras y a veintidós mil caballos, en el norte del país.

Por lo que respecta al numerario, para la adquisición de más materiales bélicos, el villismo recibía poco menos de medio millón de dólares mensuales de la exportación de metales preciosos y ganado vacuno. Las rentas interiores apenas eran suficientes para los gastos de la administración civil, por lo cual, para la compra de material rodante que en cuatro años de guerra tenía muchas mermas en su eficiencia, no había dinero, de manera que para el caso, Villa imponía préstamos forzosos; y aunque acerca de los financieros y presupuestos de los días que recorremos, los informes carecen de precisión, pues la contabilidad de la guerra generalmente la llevaba cada jefe revolucionario en su portafolio, no es exagerado decir que los ingresos del villismo —ingresos que podía destinar a la adquisición de pertrechos de guerra— no equivalían al cincuenta por ciento de los ingresos de Carranza.

En lo que el villismo seguía sobresaliente al carrancismo era en la constante e importante concurrencia de voluntarios. La figura del general Villa poseía tanta magnitud para el pueblo rural, que no había joven ni adulto que titubeara para ingresar al ejército villista a la primera demanda de voluntarios que hacía el general en jefe.

Al final de enero (1915), cuando empezó la movilización en masa del villismo hacia el centro de la República. Villa pudo -tal era el número de voluntarios que se presentaban en los cuarteles de Torreón, Durango, Zacatecas y Chihuahua-, de tener armamentos, organizar un ejército de cien mil o más hombres. Tanto así era el poder y magnetismo de su personalidad de guerrero y hombre.
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