Presentación de Omar CortésCapítulo duodécimo. Apartado 6 - El gobierno de HermosilloCapítulo duodécimo. Apartado 8 - Triunfos guerreros Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO SEGUNDO



CAPÍTULO 12 - SOBRE LAS ARMAS

LA CIUDAD CAPITANA




Hermosillo, la capital del estado de Sonora, fue, en septiembre de 1913, la Ciudad Capitana de la Revolución.

Carranza no sólo estableció allí gobierno con su carácter de Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación; no sólo mandó como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista; no sólo despachó con sus improvisados secretarios de Estado; no sólo tuvo periódico oficial, oficinas recaudadoras y agentes confidenciales en México y el extranjero, Carranza organizó también el gabinete que trazó los planes para seguir la guerra contra las huestes del general Victoriano Huerta.

La categoría adquirida por Hermosillo, que no era más que una población rural; que se hallaba entre las poblaciones que a las postrimerías del régimen porfirista exigió repartimientos de ejidos; que se manifestó desde el triunfo de 1910 como centro eminente de una nueva clase selecta mexicana y que sentía los impetus de trasladar el poder de su voluntad, ambiciones y hombres a la ciudad de México; la categoría de Hermosillo, se dice, si no alcanzó el pulimiento que da brillo a las capitales, sí poseyó la fuerza que produce la energía humana; porque allí, en Hermosillo, se centuplicaron la eficacia, el tesón y la actividad del hombre.

Los revolucionarios que llegaban a Hermosillo de todas las partes del país; que abrazaban a los caudillos de Sonora y Sinaloa reunidos allí; que conocían y trataban al Primer Jefe; que escuchaban los grandes y pequeños, los realistas y los quiméricos proyectos tejidos por los jefes de la guerra y los líderes de la política; los revolucionarios que pisaban el suelo hermosillense, que anteriormente sólo era conocido en el país como el lugar de los poderosos caudillos porfiristas; Ramón Corral, Rafael Izábal y Luis Torres, se sentían transportados a los cielos de la victoria.

Todo, al efecto, era grato en entusiasmo, lindo en idealidad, fuerte en empresa, amplio en generosidad y romántico dentro del vivaquear de Hermosillo. Difícil sería hallar, en los días que estudiamos, un punto de la República con más atracción y poder que la capital sonorense convertida en Ciudad Capitana de la Revolución.

Así, la red oficial del Constitucionalismo crecía y se consolidaba. Carranza daba mayor número de atribuciones a los agentes de minería, en un esfurzo para restablecer la confianza en las empresas de minas, pero también con el propósito de preparar el campo para una futura nacionalización del subsuelo de México. Después, cambiaba el apellido de federales a los telégrafos, para hacerlos nacionales. En seguida, restablecía la dirección de la renta del timbre, de manera de procurar mayores productos para el erario. Ahora, el Primer Jefe organiza la administración de justicia militar; y esto con mucha valentía, pues durante esos días hermosillenses, quién más quién menos de los ciudadanos armados, castigaba o perdonaba a su capricho los delitos de oficiales y soldados.

Entre las medidas de gobierno dictadas por Carranza, fue de las principales aquella por la cual prohibió a los bancos tener los billetes circulantes como existencia en numerario; así como también prohibió la circulación de los billetes del Banco Nacional emitidos después del 18 de febrero (1913), con lo cual desquició el sistema monetario de Huerta; ahora que la medida por ser tan severa e inesperada, lesionó los intereses de la población civil, principalmente de la correspondiente a la clase media acomodada.

Mas si estas disposiciones eran muy estrictas, no por ello iba a detenerse el Primer Jefe en expedirlas. Carranza, al tiempo que procuraba dar cuerpo a un gobierno trataba de restar todos los instrumentos posibles al enemigo. La consideración humana estaba en tales días bajo la consideración de guerra.

Carranza, aparte de su espíritu batallador y definido, más que las lesiones a individuos y familias que pudieran causar sus decretos y ordenanzas, veía su responsabilidad de caudillo a la que asociaba el futuro pacífico, civil y constitucional de la República.

Es incuestionable que, dentro del torbellino de la guerra. Carranza había idealizado muchos de los aspectos y propósitos de la vida mexicana. Sin embargo, no perdía de vista el objeto principal del Constitucionalismo. Y ese objeto no era otro que el de derrotar al ejército de Huerta, tomar la ciudad de México, restaurar en ésta la capital de la República y con lo mismo la Constitución.

Para el caso, no podía limitar el Primer Jefe su acción a dar órdenes a la administración oficial. Lo más importante para el Constitucionalismo era tener el dinero necesario para la adquisición de abastecimientos de guerra, organizar y disciplinar los cuerpos de voluntarios, distinguir a los jefes revolucionarios y avanzar hacia el centro del país.

A fin de arbitrarse los fondos requeridos para las compras de material bélico, no bastaba la emisión de billetes. Era necesario poseer moneda metálica, y mandó intervenir las minas de Sinaloa y Sonora, y aunque sin propósitos confiscatorios, sino de manera que los impuestos fuesen pagados al Constitucionalismo en oro o plata, lo cual pareció suficiente para acrecentar las compras de armas y municiones en las fábricas noramericanas.

Además, como la Primera Jefatura no se detenía en hacer confiscaciones de bienes muebles o inmuebles ni de granos y ganado, para la alimentación de la tropa, con esto, por lo menos podía mantener una corriente de suministros bélicos para los soldados que se preparaban a continuar la marcha hacia el sur de Sonora y Sinaloa.

Hermosillo, pues, era el centro de gravedad —la Ciudad Capitana de la Revolución. De Hermosillo saldrían los futuros adalides políticos de México.
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