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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO SEGUNDO



CAPÍTULO 12 - SOBRE LAS ARMAS

LA GUERRA DE GUERRILLAS




No obstante que los soldados del ejército federal eran forzados, tanto era el coraje y bizarría de sus viejos generales y jóvenes oficiales, que hechos en la disciplina y orgullo del régimen porfirista servían a la autoridad militar del general Victoriano Huerta, que no bastaba la popularidad de los revolucionarios, ni la causa de éstos, ni los progresos numéricos de los insurgentes, ni los triunfos de Obregón y Villa, para doblegar su espíritu combativo.

Además, los federales se sentían apoyados por la neutralidad de la población civil en los estados del centro, que no correspondían activa y resueltamente a la Revolución, y que gracias a su producción agrícola era posible abastecer a las columnas militares de Huerta.

Aunque gran parte del suelo nacional estaba en completa ebullición, pequeñas eran las partidas armadas que iban de un punto a otro punto en el estado de Jalisco; desorganizadas las que operaban en el sur de San Luis Potosí; dispersas las del estado de Hidalgo y norte de México. Así y todo excepcionales eran las comarcas ajenas a la guerra; y como su población pretendía trabajar al igual de días normales, ello servía para alimentar las esperanzas del huertismo.

Por las distancias a que se hallaban los puertos de abastecimiento de materiales bélicos, los cuerpos revolucionarios que se movían en los estados de Yucatán y Campeche a las órdenes de Juan Hernández, Jesús Pat y Manuel Castillo Brito, no podían prosperar; y aunque igual dificultad se presentaba a los caudillos locales de Tabasco, aquí estaba tan cargada la atmósfera contraria a los intereses del huertismo, no sólo por los odios hacia los viejos sistemas porfiristas sino por las rencillas familiares suscitadas desde la Primera Guerra Civil, que la empresa revolucionaria tenía importantes adalides, a pesar de que no siempre correspondían a la verdadera causa de la Revolución.

El jefe revolucionario Luis Felipe Domínguez y sus tres hijos, habían logrado, si no una prosperidad, cuando menos la organización de su núcleo principal armado, dentro del cual figuraban en calidad de lugartenientes de Domínguez, los hermanos Carlos, Pedro y Alejandro Oreen, Pedro Colorado y Aurelio Sosa.

Las partidas comandadas por Domínguez no constituían una amenaza formal para la autoridad huertista, pero sembraban dudas y alarmas entre la población pacífica, que temerosa de los progresos de las rivalidades, venganzas y triunfos de la guerra, emigraba incesantemente con rumbo a la ciudad de México.

Débil también era la acción de los núcleos revolucionarios que operaban en el estado de Oaxaca; aunque los capitaneados por los hermanos Prisciliano y Anastasio Guzmán, aparte de ser muy leales a su credo maderista, tenían muchas y constantes actividades, de manera que hacían a las fuerzas federales moverse de un pueblo a otro pueblo sin proporcionarles la oportunidad de obtener un triunfo para el huertismo.

En la región de Tehuantepec, el viejo jefe maderista Manuel Altamirano a quien se había unido el diputado Rivera Cabrera, persona de muchas cualidades políticas y de valor propio en un individuo de singularidades, logró reunir varias guerrillas, que no por carecer de armas dejaban de amenazar y asaltar a las pequeñas guarniciones huertistas, gracias a lo cual se abastecían de víveres y alentaban el estado de guerra.

Veracruz y Puebla presentaban posibilidades de lucha y prueba para los revolucionarios. En Los Tuxtla, los jefes Hilario Salas y Miguel Alemán, al frente de una partida de ciento y tantos hombres derrotaron tres veces consecutivas a los huertistas, y tuvieron en constante alarma, y en ocasiones bajo sus fuegos, a las fuerzas enemigas que guarnecían la comarca de Catemaco; y como en el otoño de 1913 pudieron recibir armas y municiones enviadas por el general Pablo González, Salas y Alemán unidos a las partidas de Pedro Carvajal atacaron vigorosamente la plaza de Acayucan; y aunque los atacantes fueron rechazados, pudieron retirarse en orden y reorganizar su gente; y ya en diciembre (1913), tenían un poco más de mil soldados, con los cuales se dispusieron a avanzar hacia el centro del estado.

Guerra más formal, no obstante carecer de organización, mando preciso, recursos pecunarios y armamento, la llevaban a cabo con señalada abnegación, Francisco de P. Mariel, Francisco Cosío Róbelo y el licenciado Pedro Antonio de los Santos, en las Huastecas. Eran, en efecto, muchos los estragos que las guerrillas potosinas causaban a los voluntarios huertistas organizados por los prefectos políticos; y la guerra en las Huastecas hubiese prosperado, de no ser la pérdida sufrida con la captura de Santos, quien cayó en poder de los huertistas. Santos representaba el alma y talento de aquel movimiento armado; y como era muy temido por la gente de Huerta, fue llevado a Tancanhuitz y fusilado el primero de agosto (1913). Fue una pena la caída de tal hombre, que caracterizaba la idea heroica de México.

Lo sucedido, tampoco hizo desmayar a los alzados de la Huasteca, máxime que en esos días llegó a unírseles el general revolucionario Cándido Aguilar, nombrado por Carranza jefe de las operaciones militares en el estado de Veracruz.

Aguilar, además de sus antecedentes de maderista, era individuo imaginativo y emprendedor, y como traía consigo recursos pecunarios y su mira consistía, de acuerdo con las órdenes del Primer Jefe, en apoderarse de la región petrolera del norte de Veracruz, con el objeto de sitiar tal zona, ya que por el lado opuesto la amenazaban las tropas del general Pablo González, pronto puso en movimiento a la gente de la Huasteca, reclutando voluntarios, con lo cual pudo aumentar el número de sus soldados a mil quinientos; y aunque de éstos sólo un cincuenta por ciento estaban bien armados; y todos, en general, carecían de una idea cierta acerca de acciones guerreras, muy atrevido se mostró el general Aguilar al resolverse a marchar sobre el puerto de Tuxpan. El movimiento, a pesar del entusiasmo de los revolucionarios, llevado a cabo sin ninguna técnica guerrera y sin las debidas previsiones, fue un fracaso; porque el jefe huertista, teniendo noticias precisas del avance de Aguilar, estuvo en la posibilidad de pedir y recibir refuerzos a tiempo de rechazar a los atacantes, que maltrechos volvieron a remontarse.

Esto no obstante, gracias a la actividad y vehemencia revolucionarias del general Aguilar, quien era incansable y al mismo tiempo tenía cualidades sólo propias de los líderes políticos, éste logró unificar, ya yendo él personalmente, ya enviando propios, a los núcleos armados que existían en Hidalgo, Puebla y Veracruz; y como todos esos ajetreos hacían creer que bajo las órdenes de Aguilar se hallaban las partidas de Daniel Cedero, Vicente Salazar, Alejandro Vega, Agustín Galindo, Alfredo A. Lander y Vicente Segura, quienes estaban en actividad en el norte de Veracruz; las de Miguel Lárraga y José Rodríguez Cabo, que operaban en la Huasteca hidalguense; las de Nicolás Flores, del estado de Hidalgo, así como las de Gilberto y Roberto Camacho, Juan Francisco Lucas y Esteban Marcos en Puebla, el propio general Aguilar tuvo la ocurrencia de dar a todos aquellos grupos dispersos y que aparentemente aceptaban ser subordinados al comisionado Carranza el carácter de una división a la que puso el nombre de División del Oriente.

Sin embargo, más que para el combate con las fuerzas huertistas, la llamada división del general Aguilar, fue útil para introducir la bandera del Constitucionalismo en las regiones donde con mucha independencia jugaban a la guerra los caudillos locales.

De esos caudillos no todos aceptaron subordinarse a un mando principal. Así, poniendo de pretexto el hecho de que el Constitucionalismo exigía disciplina y obediencia, los cabecillas Medina, Lucas y Marcos abandonaron inesperadamente las filas de Aguilar y se declararon partidarios del general Huerta, empezando desde ese día una guerra que no tenía más objeto que la de entrar a saco en los pueblos que ocupaban por la fuerza.
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