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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 5 - EL TRIUNFO

MADERO EN SUELO MEXICANO




Pascual Orozco está (3 de febrero, 1911) en Samalayuca, a las puertas de Ciudad Juárez. Sus hombres, ya acampados y teniendo a la vista la plaza fronteriza, le incitan al combate; pero Abraham González llega al cuartel de Orozco y trata de disuadir a éste del ataque a la población, pues aparte de que los maderistas no tienen suficiente experiencia guerrera ni los abastecimientos necesarios para un encuentro formal con el enemigo o para un sitio a Juárez, González dice a Orozco tener informes ciertos de que una columna federal a las órdenes del general Juan N. Navarro, al tiempo de reparar la vía del Central se acercaba a auxiliar la guarnición de Ciudad Juárez. Y los informes de González eran exactos.

Orozco, no obstante las noticias de González, no quedó muy convencido e insistió en realizar el ataque; mas, como a poco le comunicaron que sus soldados, temerosos de un fracaso, empezaban a desertar huyendo hacia Estados Unidos, y como por otra parte, sus lugartenientes le hicieron saber que los soldados revolucionarios estaban escasamente municionados, desistió de la empresa y con mucha habilidad, y sin perder la popularidad que le habían dado las publicaciones periódicas de El Paso, se retiró del punto.

De este osado movimiento de Orozco, que indicaba lo que eran capaces de hacer los alzados, así como de otros levantamientos y progresos de los partidarios del Plan de San Luis en la República, fue informado Madero, quien a instancia de González había llegado a El Paso (3 de febrero, 1911); y resuelto a ponerse al frente de sus partidarios armados, ordenó que se reuniese la Junta Revolucionaria establecida en la ciudad texana, para leer, (8 de febrero) ante los miembros de la misma, el plan de guerra que él mismo había trazado, y que no pareció bien a todos los concurrentes.

Sin embargo, sin titubear, Madero ratificó sus decisiones, y empezó a dar órdenes; y por lo mismo, esa misma noche pasarían a suelo mexicano los jóvenes Raúl Madero, Roque González Garza, Rafael Aguilar y Salvador Gómez. Tres días después, haría lo mismo Abraham González, y él, Madero, cruzaría el Bravo a las primeras horas del 13.

El plan de campaña fijó que los grupos revolucionarios, reunidos a la mañana de ese mismo día en el pueblo de Zaragoza, continuarían a Guadalupe, para avanzar, en seguida, hacia la vía férrea del Central, con la mira de cortarles, y luego internarse en dirección a San Buenaventura y desde allí, movilizarse sobre Casa Grandes. Tal marcha significaba poco más de trescientos kilómetros, llevando toda la impedimenta y bajo el rigor de los vientos y la nieve.

Cumplidas las primeras órdenes, a las tres horas del 13 de febrero, Madero vadeaba el río Bravo. Estaba nuevamente en territorio patrio. Era, de acuerdo con el Plan de San Luis, el presidente provisional de la República. Así lo reconocieron, presentándole armas, los revolucionarios que, al mando de Roque González Garza, acudieron a recibirle. Y esto, en medio de adhesiones fervorosas.

No pasaban los primeros entusiasmos de la recepción, cuando se unieron a Madero los demás insurgentes al mando de don Abraham González. Empezaba a vestirse la tierra con la luz del día. Los hombres iban desfilando para estrechar la mano, uno a uno, del caudillo.

Cuando hubo pasado la alegría. Madero empezó a dar órdenes. Guiseppe Garibaldi, nieto del caudillo guerrerista italiano del siglo XIX, quien estuvo entre los primeros extranjeros que se dieron de alta en las filas del maderismo armado, tomaría la vanguardia con veinticinco jinetes, mientras él, Madero, expedía los primeros decretos de gobernante: el del nombramiento de comisionado de gobernación a Emilio Vázquez; la confirmación de agente de la Revolución en Washington a Francisco Vázquez Gómez; el que autorizaba la contratación de un empréstito de un millón de pesos oro americano para los gastos de guerra; la orden para que se comunicara oportunamente a los jefes de las misiones diplomáticas acreditados en Estados Unidos las causas de la Revolución, así como que Madero era el presidente provisional.

Poco después, Madero montó a caballo y seguido de González y su estado mayor, emprendió la marcha. Seguíanle ciento treinta y dos hombres, incluyendo un grupo de siete norteamericanos. De todos esos hombres, sólo cincuenta y tantos iban debidamente armados y municionados. ¿Y con esa partida, el jefe de la Revolución proyectaba derrocar al omnipotente gobierno de don Porfirio? El porvenir de México dependía, con tales aprestos, más de la audacia que del razonamiento.

A la mañana siguiente, Madero entró en Guadalupe, en donde ocurrieron desórdenes no sólo por falta de alojamientos para los revolucionarios, sino debido a los desmanes cometidos por los liberales magonistas, aunque la voz del caudillo fue suficiente para calmar a los insurrectos. Sin embargo, con este motivo y la falsa alarma que circuló sobre la cercanía del enemigo, se vio que dentro de los rebeldes estaban dos grupos antagónicos.

Lo sucedido no dejó de tener interés; pues habiéndose recibido informes de que el general Juan J. Navarro había salido de Ciudad Juárez en persecución de los rebeldes, Madero ordenó que sus fuerzas, que ya ascendían a trescientos hombres, ya que en Guadalupe se le unió el jefe liberal Prisciliano Silva con ciento y tantos insurrectos; ordenó que sus fuerzas se retiraran pronto del punto a fin de buscar otro más conveniente para el combate que parecía inevitable. A esto, se le presentó Silva, haciéndole saber que no estaba dispuesto a obedecerle; y como se le preguntara la causa de su actitud, contestó dirigiéndose al Presidente provisional: Porque usted no es el jefe de la Revolución. El jefe es Ricardo Flores Magón. Yo sólo obedezco a la Junta del Partido Liberal.

Como respuesta. Madero ordenó que Silva fuese arrestado; y aunque éste, con un grupo de sus más valientes, tomó las armas en actitud agresiva y denostó a Madero, pronto quedó sometido y repudiado por la mayoría de los suyos, y no tuvo más remedio que retirarse y vadear el río Bravo, para internarse en suelo norteamericano.

Flores Magón había iniciado, en efecto, la batalla contra el maderismo. Francisco I. Madero (escribió) es un millonario que ha visto aumentar su fabulosa fortuna con el sudor y con las lágrimas de los peones de sus haciendas. Este partido (maderista) lucha por hacer efectivo el derecho de votar, y fundar, en suma, una República Burguesa como la de los Estados Unidos. Muy desemejantes, ciertamente, a las de Madero eran las ideas políticas de Flores Magón.

En seguida de esos sucesos, Madero reanudó la marcha, poniéndose a la vanguardia de su gente, y para avivar la ambición de todos, expidió dos nombramientos militares. Concedió el grado de teniente coronel a José Garibaldi; de mayor a Eduardo Hay.

La columna avanza por una llanura semidesértica. Las rancherías son pobres; no hay alojamientos ni otra alimentación que el tasajo. Los carros con la impedimenta se mueven con lentitud. La tropa tiene que vivaquear a cielo abierto sufriendo las consecuencias de la temperie. Una noche nevó.

Cuatro días fueron de caminar. Al quinto, los revolucionarios estuvieron a unos cuantos kilómetros de la vía férrea. Madero ordenó un alto. Había mandado al mayor Hay que quemara los puentes al norte de estación Ranchería. Una gruesa columna de humo se alzó a poco. Pareció consumada la orden del Presidente. Sin embargo, no había tal. Era un convoy capturado por Hay, que avanzaba en dirección a donde estaban los alzados.

Madero, en medio de la alegría de todos, lo abordó con los suyos, y mandó la marcha hacia el sur. Aquello animó al concurso. No faltó quien propusiera caer inesperadamente sobre Chihuahua; pero Madero, con mucha prudencia, disuadió a los impetuosos.

A bordo del tren, los revolucionarios entraron a Villa Ahumada, población abandonada por las autoridades porfiristas; y allí permaneció Madero lo necesario para dar orden a su gente, al frente de la cual continuó por el camino carretero hacia el sur.

Con el frío, la excesiva impedimenta y lo bisofio de los soldados, cinco días de marcha entre Alamo de Peña y San Lorenzo, fueron monótonos; y quizás con esto se suscitaron rivalidades entre los oficiales de la columna, y unos se creyeron más capaces que los otros; luego, todos se consideraron con los mismos derechos; y de lo primero y lo segundo, surgió la creencia de que el responsable de aquellas discrepancias era el teniente coronel José Garibaldi, a quien se consideró que, aparte de ser extranjero, era incompetente y por lo mismo se pidió al presidente provisional que le destituyera del mando. Esto molestó a Madero. El hecho de ser extranjero (advirtió) no es motivo para privarnos de los servicios del señor Garibaldi, puesto que ninguna ley nacional ni internacional se opone a ello y el hecho está sancionado por la historia ... Lafayette luchó para conquistar la independencia de los Estados Unidos; el general venezolano Miranda, militó en el ejército francés en tiempo de la Revolución del 93; el gran poeta Byron fue de los millares de extranjeros que fueron a ayudar a los griegos en su esfuerzo por sacudir el yugo otomano; en México, uno de los héroes cuya memoria honramos es Mina, súbdito español que luchó en las filas de los insurgentes mexicanos ... Por último, el abuelo y aun el padre del señor Garibaldi [Menotti Garibaldi]; siempre han puesto su espada al servicio de los oprimidos.

Tal vivificación histórica, hecha bajo cielo abierto, en el camino hacia donde buscaba al enemigo y dirigida a gente muy rústica, enaltece grandemente a Madero.

Nada vulgar debió ser el hombre que a los catorce días de haberse puesto al frente de los insurrectos hablaba y mandaba con la autoridad de un jefe militar. Así, el primero de marzo (1911) reanudó la marcha hacia San Buenaventura, que estaba en poder de los revolucionarios.

Aquí, Madero fue recibido con respeto y admiración conmovedores; y en seguida, revista a su tropa. Tiene quinientos setenta y tantos soldados. Los suficientes —cree— para atacar la plaza de Casas Grandes, y al efecto, manda que el mayor Hay se adelante a un punto llamado Puerto de Chocolate desde el cual podría observar al enemigo, mientras él, Madero, organiza los planes. Va a dirigir el combate a pesar de que Abraham González trata de disuadirle. Los peligros (le dice González) serán muchos, y usted es el presidente provisional de la República. Y usted (responde Madero), el vicepresidente en quien, a mi falta, estaría despositada la responsabilidad del triunfo.

La madrugada del 5 de marzo, Madero da la orden para marchar sobre la plaza. En total lleva quinientos treinta soldados y veintiún carros con la impedimenta. A la vanguardia va el teniente coronel Garibaldi; y al terminar el día, el caudillo ordena que su gente vivaquee en el rancho de Anchondo, a cuatro kilómetros del enemigo.

Al amanecer del día 6, en seguida del reparto de una bebida caliente a la tropa, Madero reúne a sus soldados. Acordaos (les dice) que habéis prometido seguirme a vencer o morir.

Después de esto, tres formaciones avanzaron denodadamente al combate. Madero, con su escolta, se movió hacia la izquierda de Casas Grandes, con el fin de situarse en las minas de Moctezuma, a tiro de fusil de la plaza.

Casas grandes, la plaza amenazada por los revolucionarios, estaba ya a la vista de éstos. Guarnecíanla trescientos veintitrés individuos de tropa del 18° batallón, treinta rurales y unos cincuenta vecinos voluntarios en pie de guerra. Todo el personal, bien armado, provisto de una ametralladora y de ciento veinticinco mil cartuchos, estaba a las órdenes del coronel Agustín A. Valdés.

Este, que había tendido varias líneas de alambres con púas, y abierto trincheras en los puntos principales de defensa, observó a las primeras horas de la tarde del 5 de marzo, el avance de los revolucionarios; pero comprendió que éstos, cuyo número lo estimó en quinientos o seiscientos, no se comprometerían en una acción de guerra sino a la noche de ese día o a la madrugada del siguiente.

Mucha confianza tenía el coronel Valdés en su posición: y esa confianza aumentó en él cuando, estando ya seguro de que los revolucionarios vivaqueaban, le comunicaron telefónicamente, que una columna federal con quinientos y tantos hombres y dos piezas de artillería, a las órdenes del coronel Samuel García Cuéllar, había llegado a Nueva Casas Grandes, a seis kilómetros de la plaza amenazada, sin que los maderistas se dieran cuenta de este poderoso socorro para los gobiernistas.

Ignorantes, pues, de que al norte de la plaza estaban los soldados de García Cuéllar, los revolucionarios avanzaron con muchos ímpetus sobre las defensas de Casas Grandes; pero apenas iniciado el combate, García Cuéllar se presentó en el teatro de operaciones con tanto vigor y frescura que quebrantó el valor y osadía de los atacantes, quienes empezaron a retirarse en desorden.

Los primeros síntomas de la derrota de sus fuerzas los tuvo Madero, cuando llegaron al lugar donde tenía establecido su cuartel general, dos voluntarios norteamericanos, comunicándole que los defensores de la plaza habían recibido el auxilio de una columna federal y que todo estaba perdido.

Y acababa de escuchar a los informantes, cuando advirtió cómo la artillería de García Cuéllar empezaba a cañonear donde estaba el propio Madero, quien abandonó el punto y subió a un carro tirado por mulas; y ya se retiraba del lugar del fracaso, cuando se sintió herido en el brazo derecho.

Madero se replegó a San Diego, donde permaneció hasta el día 12 (marzo), esperando que se reunieran allí los dispersos, y aguardando la llegada de Pascual Orozco, quien se incorporó al cuartel general con mil hombres, de manera que el jefe de la Revolución, tenía ahora bajo sus órdenes directas mil seiscientos soldados, todos montados y con una dotación promedio de veinticinco cartuchos por plaza. Tenía también un cañoncito fundido en improvisada ferrería de campaña.
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