Presentación de Omar CortésCapítulo segundo. Apartado 11 - Porfirio Díaz, octogenarioCapítulo tercero. Apartado 2 - Vista hacia el exterior Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 3 - EL MUNDO

LA POBLACIÓN NACIONAL




Hacia los días que advierten la cercanía de la caída del régimen porfirista, México tiene catorce millones setecientos sesenta mil habitantes, de los cuales, cinco millones cuatrocientos mil están catalogados como improductivos y cuatro millones seiscientos setenta y tres mil corresponden a personas dedicadas a las labores domésticas.

Los peones de hacienda suman tres millones quinientos setenta mil, en tanto las industrias manufactureras, los talleres menores, las artesanías, el trabajo a domicilio y los oficios varios dan trabajo a setecientos veintitrés mil individuos.

Hay en la República doscientos setenta y cinco mil comerciantes y noventa y cinco mil hombres dedicados a la minería y anexos; y como escasean los brazos para las faenas agrícolas, el sistema de enganche o el endoso o traspaso de delincuentes entregados por las cárceles a las fincas de campo, es considerado como normal.

Las grandes masas de la población nacional ignoran lo que acontece más allá de sus habitaciones ordinarias. La prensa periódica representa una débil corriente de la opinión que se externa y de la opinión que se escucha.

De los intrumentos de cultura, el libro es una elegancia de la ciudad, puesto que se le ignora en la vida rural. La escuela, aunque en progreso más particular que oficial, es una esperanza generalmente idealizada. El debate público, no obstante estar dentro de las normas constitucionales, se halla proscrito del país.

Pocos son los escritores esenciales, y muy contados los populares. Débase esto, a la reducida circulación que tiene el libro y al hecho de que no existen opiniones políticas ni literarias. Las crónicas históricas, ante tales faltas, constituyen un desahogo para la clase media ilustrada. La gente se conforma con el goce que proporcionan los errores del pasado, que suelen ser los errores de lo futuro.

No hay en la República, hacia los días que recorremos, ideas sociales fundamentalmente consideradas y manifestadas. Las ideas sociales —y las llaman así no tanto por lidiar con los problemas de la sociedad, cuanto por ser representaciones del Socialismo— corresponden generalmente al andamiaje político de los proceres del porfirismo. Hablar, pues, de doctrinas sociales o citar a los teóricos del socialismo europeo era un lujo en tales días.

Tampoco existe en el México de 1910, no obstante los treinta años de régimen porfirista, un ideario político que haga juego o dé base de principios a aquel alto oficio de mando y gobierno que se ejerce en el país. Esto no obstante, México posee un verdadero carácter antropológico. Quizás a lo mismo se deba la fuerza que, intuitivamente, adquiere el principio de nacionalidad. De tal principio sólo hay expositores modestos; modestos, debido principalmente a las pocas palabras adecuadas que usan para expresar la solidez, o compensación, o efectividad de la idea nacional.

Para conocer esos días que precedieron a la Revolución, más que buscar y perseguir a los ideólogos, hay que penetrar en la mentalidad popular que, como se verá en el desarrollo de los acontecimientos, sólo esperaba el encendido de las voluntades para dar raíz, tronco, brazos y fronda a un sinnúmero de sujetos e ideas, que más se caracterizaron en heroicos e inconfundibles grupos personales que en aparatosas y por lo mismo engañosas parcialidades políticas. En esto, precisamente en esto, hallarán las singularidades que ofrecen los sucesos políticos y guerreros de 1910: singularidades muy desemejantes al panorama que, con mucha y grandiosa elocuencia, prometían otros países.
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