Presentación de Omar CortésCapítulo primero. Apartado 7 - La nacionalidad económicaCapítulo primero. Apartado 9 - El culto a la libertad Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 1 - PAZ DE REGIMEN

RESPONSABILIDAD DEL GENERAL DÍAZ




Como los males que padecía el país no se presentaban aislados ni clasificados, todo lo nocivo a la salud nacional recaía sobre el presidente Díaz, puesto que no se conocía en México un programa para remediar las condiciones de vida de la masa rural, ni con el objeto de poner tasa a los excesos extranjeros, ni a fin de evitar los abusos que se cometían en la debilidad de los filamentos populares, ni con el propósito de aliviar las desemejanzas y desventajas que ofrecían los lugareños y los metropolitanos, ni para remediar las rivalidades entre la costa y el altiplano, ni al objeto de hacer mutable la perennidad oficinesca y covachuelista, ni con la tendencia de reglamentar las descompensaciones crediticias. La República, ya en su población, ya en sus negocios administrativos, ya en sus empresas industriales y mercantiles, ya en sus créditos había ido creciendo al través del régimen porfirista y con ello creando problemas a cada paso; y aunque tales progresos se debían al propio régimen, el Gobierno se había desentendido de los negocios aparentemente accesorios que surgían paralelos al desarrollo nacional.

Sin comprender, pues, los nuevos conflictos que surgían en el país o temeroso de penetrar en ellos, toda la ciencia del Gobierno radicaba en acrecentar el vigor y la perseverancia del orden. Por esto mismo, el régimen porfirista no advirtió que las dos potencias amenazantes para su estabilidad provenían del aumento del principio de autoridad, propasado de tiempo atrás, y de la desmedida protección a los intereses e ideas extranjeros. De esta suerte, si de una parte el odio a los prefectos y jefes políticos iba en aumento, de otra parte, el deseo de dar plaza y reglamentos a los intereses económicos nacionales constituyó una nueva manera de ver de los mexicanos, y con lo mismo, se despertaron las ambiciones individuales. Y se dicen individuales, porque, históricamente, no hay actitudes y resoluciones colectivas, si se exceptúan las advertidas en Sonora dentro de la familia yaqui, que con su propia organización social representaba una de las realidades de México; aunque es verdad que en tal organización no podía caber, ya por sus formas primitivas, ya por su falta de ideario, todo el cuadro mexicano.

El sentido, pues, de la nacionalidad de México, no era oculto conforme se acercaba 1910. Así, los mexicanos sólo tenían, frente al poder que habían ganado en el país los extranjeros, tres profesiones a las cuales dedicar su esfuerzo y esperanza: el oficinismo, la política y la guerra. Mas, como para lo primero, los burócratas porfiristas eran sempiternos; y respecto a lo segundo, se requería el espaldarazo de don Porfirio, un único camino quedaba abierto a lo porvenir: el de la guerra —de la guerra civil, por supuesto.

Sin embargo, todavía hasta septiembre de 1910, la guerra civil parecía una amenaza desterrada de México, para siempre.

De aquí, que las demostraciones antiporfiristas anteriores a la conmemoración del Centenario de la Independencia, no fueron, si se exceptúa a la literatura sublevatoria de Ricardo Flores Magón, un peligro para el orden absoluto procurado siempre, con patriotismo y pulso radical, por el general Porfirio Díaz. De esto, la confianza dentro de la cual se desenvolvía el régimen porfirista; confianza tan común a los gobiernos personales, que llegan a creer que el bienestar de quienes gobiernan representa el bienestar general del pueblo y de la Nación.

Así, como los males precisos que padecía el país y sobre todo la población rural no fueron exteriorizados, hecho tan común en otras naciones, tampoco fue patente el pensamiento ajeno al mundo oficial; y esto, no tanto porque pudieran escasear las ideas y los exponentes de tales ideas, antes porque la vida de México era tan mecánica, y las clases populares víctimas de tan abyecta ignorancia, y los individuos medio ilustrados tan ajenos a propios principios, que, ¿cómo podía brillar el talento? ¿Quién, en medio de una sociedad vencida política, moral, institucional y económicamente, iba a pretender hincar una doctrina social o filosófica?

Por todo esto, lo único que resplandecía en letras y ciencia mexicanas era la poesía melancólica o la diatribá política. ¡Qué de arideces intelectuales, pues, hubo en México durante tales días!

Las ideas que encienden y juegan, que apasionan y enseñan, parecían estar bajo el influjo de una fórmula soporífera. Lo único que lucía para el país era el talento oficial siempre melifluo, si no es que sospechoso; porque un examen sobre la obra de los literatos, sociólogos y políticos de la época enseña las imitaciones y repeticiones numerosas; imitaciones y repeticiones que en la punta de las plumas nacionales no sólo estaban ayunas de ideas, sino también eran ajenas, por su señalada insignificancia, a la vida de México. Además, los escritores del porfirismo habían caído en la desgracia del sistema de aparecer como autores de trabajos escritos por terceras personas.

No eran desconocidas a los días que remiramos, las ideas sociales europeas, puesto que éstas habían sido acariciadas en México desde el final del siglo XIX. Sin embargo, tales ideas sólo pertenecieron al pan del pensamiento, entre los años de 1903 a 1909, gracias a Miguel Mendoza López Schwetfeger, Roque Estrada y Juana B. Gutiérrez de Mendoza, introductores de idearios socialistas. Pero, ¿no resultaban secundarios todos los proyectos referentes a una organización social frente al deseo universal de obtener las libertades públicas y civiles, y la supresión del gobierno personal y perenne de don Porfirio?

En efecto, no otra palabra, sino la palabra libertad podía sacudir los cimientos del mundo rural popular de México, que no obstante su ignorancia y misoneísmo, su hurañez y rudeza constituían un cuerpo civil y humano que sólo conocía, por sufrirlo, el imperio autoritario.
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