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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 1 - PAZ DE REGIMEN

ADVERTENCIA DE NACIONALIDAD




Encargado por el general Díaz, para organizar y encauzar la economía del país, el ministro de Hacienda José Yves Limantour, no obstante sus cualidades personales, no alcanzaba a conocer y considerar, como se ha dicho, los grandes problemas que surgían en todos los órdenes de la vida mexicana conforme se desarrollaban las partes económicas que el Gobierno impulsaba.

Sin embargo, no escapaba al genio emprendedor y responsable de Limantour, que dentro del crédito y del presupuestalismo existía un principio en gestación; y como advirtiera que tal principio pudiera ser consecuencia del creciente poder del extranjero en México, con mucha entereza y conocimiento, se propuso aprovechar las ventajas de la paz para realizar sus ideas acerca de una riqueza más sólida que la existente en el país.

Así, de una reforma monetaria hecha a fin de fijar el valor del peso mexicano a par de limitar las ventajas que habían alcanzado las casas de moneda, siguió con las reglamentaciones a las instituciones bancarias, del crédito a la agricultura y al sistema del dinero exportable.

Este plan de Limantour, que si no era doctrina, sí constituía un anticipo de nacionalidad, fue dirigido a las partes más sensibles de la inversión; pues en seguida de realizar la conversión de las compañías de seguros que substraían fuertes sumas de ahorros mexicanos, procedió a iniciar la compra de los ferrocarriles Nacional y Central, ante la amenaza de que ambas empresas pasaran a formar parte de un trust norteamericano.

Con tales acontecimientos, si es verdad que Limantour no llevó a cabo una reforma de fondo en la economía del país, sí estableció los fundamentos de una posible riqueza mexicana. Quizás por esto, el régimen porfirista llamó a la compra del Centro y Nacional, la mexicanización de los ferrocarriles.

Menos accidentes que los relacionados con la vida económica de la República tenían los negocios políticos. El andamiaje oficial no ofrecía muchos puntos débiles. Si no era perfecto, sus piezas daban idea de tanta precisión, y sobre todo de tan considerable nacionalidad, que su conjunto ofrecía las garantías y seguridades de la estabilidad.

No ignoraban los caudillos políticos del régimen que sus instrumentos de autoridad, así como eran temidos, también recibían censuras. Los gobernantes locales, por estar considerados como meras hechas del Centro, vivían dentro de un ambiente, que si en el exterior tenía la apariencia de cordial, en el fondo era hostilidad. Considerables, en el efecto, ajenos a la sociedad, e individuos desligados de los negocios locales. Su misión, ciertamente, estaba constreñida a los servicios de vigilancia y policía. El orden local era esencial para el régimen porfirista, porque suponía un estado de tolerancia entre el gobierno y el pueblo.

Los sistemas que se llamaban electorales, precedidos casi siempre por alguna asamblea o procesión de empleados del gobierno y extranjeros acomodados, y que concluían en computaciones secretas y misteriosas, pero invariables en favor del mundo oficial, formaban en una rutina de oficina, que daba frutos ventajosos a la aparente armonía del país.

Para la dirección pública de las reelecciones del general Díaz, siempre se procedía con el mismo orden; y aunque no se intentaba el engaño de la popularidad, sí se exageraba la colaboración de las clases pudientes, con lo cual la política quedaba asociada a la riqueza.

Tanta quietud había dentro de aquel sistema administrativo y político, que los oradores y literatos políticos ocupaban lugares secundarios en la dirección de las cosas; y esto a pesar de que escaseaban entre tal gente, el talento y la imaginación. Así, hombres de mucha capacidad como Rosendo Pineda, no obstante sus innúmeras pruebas de lealtad al régimen, fue siempre figura accesoria en los negocios políticos, porque don Porfirio creía que el carácter vehemente y audaz de Pineda, unido al ingenio de éste, podía descomponer el teatro donde las escenas mudas poseían más valimiento que las más excelsas del pensamiento.

Corral, como se ha dicho, llevaba las riendas del orden doméstico con marcado comedimiento, y sólo vivía temeroso de las amenazas que ocasionalmente surgiesen de hacerse cualquier concesión a quienes empezaban a hablar de una evolución política o que ponían en duda el poder continuativo del régimen en el caso de que falleciera don Porfirio, puesto que la sola noticia de los quebrantos en la salud del Presidente, hacía estremecer el país.

La idea acerca de la evolución política, si ciertamente había nacido desde los primeros años del partido Científico, ahora era el tema de una juventud porfirista que, alentada por los aparentes progresos del reyismo, fundó un partido de leal oposición al régimen. Este partido que se suponía era la caracterización de la nacionalidad mexicana y el complemento necesario para la prolongación pacífica y fructífera del régimen porfirista, tomó el nombre de Democrático. Estaba acaudillado por la nueva inteligencia del porfirismo representada en Manuel Calero, Jesús Urueta, Diódoro Batalla y Benito Juárez Maza. Suponíanse éstos, los herederos de los políticos y administradores porfiristas que habían envejecido y por lo mismo eran considerados como la decrepitud política de una época.

Esto no obstante, los directores del partido Democrático, aunque de despierto talento y dorada ilustración, no tendrían capacidad y resolución para oponerse, aunque con lealtad, a los científicos.

El ministro Corral, siempre en la creencia de que una de las disposiciones prácticas del gobernante consistía en no subestimar al contrario, vigilaba los pasos de los democráticos, como también mandaba que no se dejase de avistar las actividades de Nicolás Zúñiga y Miranda.

Este hombre inocente, propio de la composición del mundo ... (En la edición impresa que me ha servido de base para la captura y diseño de la presente edición cibernética, existe aquí una interrupción que sólo puede atribuírsele a una increible error en el cuidado de la edición. La edición que me ha servido de base es la editada por Editores Mexicanos Unidos, en el año de 1976. Nota de Omar Cortés).
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