Presentación de Omar CortésCapítulo décimo. Apartado 2 - La renuncia de MaderoCapítulo décimo. Apartado 4 - Preliminares de un crimen Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 10 - LA RESPONSABILIDAD

EL DESTINO DE MADERO




Creyéndose dentro de la verdad y realidad constitucionales presidente de la República, el general Victoriano Huerta, con la anuencia y justificación plena de los sediciosos de la Cindadela, de los jefes y oficiales del ejército en el Distrito Federal y estados circunvecinos y de los sujetos del foro mexicano, nombró secretario de Estado y comunicó su situación personal y el origen de su encubramiento tanto a los gobernadores de estado como a los jefes de las misiones extranjeras. Tomó su acomodo con tanta prosopopeya política y militar, que se consideró el hombre llamado a dar paz y orden a la República.

Sin embargo, no eran los problemas de la pacificación del país la preocupación principal de Huerta. La gran preocupación estaba en lo que debería hacer con las personas de Madero y Pino Suárez, puesto que sin poder negarse moral yjurídicamente que habían sido despojados de sus funciones mediante la violencia, estaban aptos y justificados para continuar como los efectivos mandatarios de México.

De esta situación no sólo debió hacer juicio Huerta, puesto que atañía a todo el grupo desquiciador de la constitucionalidad nacional, porque si ese mismo grupo había acusado a Madero para derrocarlo, lo propio era que esos cargos y las pruebas de los mismos sirviesen para un proceso legal y necesario.

Mas, de seguirse el camino señalado por las leyes civiles, la autoridad de Huerta quedaría debilitada, por lo cual se requirió abandonar esa preocupación legal para buscar otro medio más pronto, eficaz y definitivo, gracias al cual se pudiese extirpar la amenaza que representaba la presencia de los dos prisioneros dentro del Palacio Nacional.

Sin atreverse a una decisión personal, el general Huerta fue de una consulta a otra consulta; pero como todas eran abiertas y siempre con caracteres legales, ya porque lo discurriese por sí mismo, ya porque así se lo hubiesen sugerido, el hecho es que Huerta creyó hallar la explicación más factible y definitiva para enjuiciar a Madero, si se le declaraba y comprobaba que sufría de enajenación mental; y, al caso, mandó que oficiales del ejército vigilaran y observaran todos los movimientos del Presidente, de manera que de tales observaciones se desprendiera la acusación formal con la cual se inhabilitaría a Madero, quizás para siempre, de cualquier intento de reclamar su investidura presidencial.

Por lo que correspondía al licenciado Pino Suárez, el general Huerta, así como los líderes de la cuartelada, le tenía a tanto menosprecio que ni siquiera le tomaron en consideración dentro de aquella trama que se preparaba para la justificación moral del derrocamiento, de la prisión y del proceso legal.

Madero, preso como se ha dicho, en las oficinas de la intendencia del Palacio, pasaba las horas estrechamente vigilado, con centinelas de vista, sin consideración alguna a su personalidad política. Permitíasele recibir las visitas determinadas por Huerta, y al mismo tiempo, se daba lugar para que el público curioso le viese desde el exterior a manera, no de que se le compadeciera, sino de que se le viese como un tipo excéntrico y por lo mismo dentro del círculo de la demencia.

Así, mientras que el plan sobre la locura de Madero estaba en vías requeridas al fin, el general Huerta hacía aparentes negociaciones con quienes imploraban la libertad del Presidente, ya dentro del suelo mexicano, ya en suelo extranjero. Entre tales sujetos se hallaban algunos diplomáticos, pero principalmente los jefes de misión de Japón y Cuba. Este último había amparado a la familia del Presidente, mientras el primero hacía gestiones muy personales, pero de una sublime ingenuidad, pues pretendía persuadir a Huerta para que permitiera al prisionero salir del país, lo cual, como es natural, sólo hacía clavar en el alma del general el peligro de una nueva aventura revolucionaria de Madero; aventura más violenta que la de 1910 y por lo mismo cargada con todos los vapores de la venganza.

No era, pues, el camino señalado por el plenipotenciario japonés el más factible. En la realidad, para Huerta no existía más que un camino certero y seguro: asesinar a Madero y a Pino Suárez. Asesinarlos, ya en fusilamiento ordinario con barniz de práctica legal, ya en un acto aparentemente fortuito y el cual, aunque no tuviese explicación, sería irreparable.

A esto último, sin embargo, el general Huerta no sólo trató de darle todos los visos de una tragedia casual, sino que también quiso organizar una verdadera tramoya, de manera que todos sus colaboradores no podrían quedar excluidos de la responsabilidad, no sólo del destino de Madero y Pino Suárez, sino principalmente de la cuartelada, prisión y renuncia de Madero y Pino Suárez.

En medio de la tranquilidad que para los sediciosos era la prisión de Madero, puesto que empezaban a correr rumores de una sublevación popular para libertar al caudillo de la democracia, el general Huerta vivió aquellas horas esperando los instrumentos que iban a servir al doctor Aureliano Urrutia a fin de declarar que Madero estaba loco.

Y posiblemente Huerta hubiera esperado todo el tiempo necesario para el dictamen de Urrutia, de no ser que un mensaje del general José Refugio Velasco, unido a los rumores de una posible insurrección popular en la ciudad de México, le hicieran cambiar de plan y dictar resolución formal sobre el destino de Madero y Pino Suárez.

Huerta, en efecto, para esas horas tenía tomada la resolución de asesinar a los dos prisioneros; ahora que le faltaban los apoyos con el debido disfraz legal, para cometer el crimen. Quería asimismo, como queda dicho, comprometer a sus colaboradores. No era Huerta un asesino vulgar; carecía de experiencia para el crimen político. En su misma carrera militar no se encontraban manchas de sangre. La idea de matar a Madero fue circunstancial: la única que halló factible y efectiva en el trato con una realidad; la primera que le asaltó en medio del noviazgo con el mando y gobierno del país. Huerta tenía miedo a matar y al mismo tiempo quería deshacerse de Madero.

Sin desear, pues, cargar él solo con la responsabilidad de lo que proyectaba, sin comunicar sus planes a los colaboradores. Huerta dispuso las cosas de manera que a la hora de un juicio, los ministros resultaran tan responsables como él; y éstos, con el ansia de hacer sobrevivir a un gobierno facticioso y faccioso, se dejaron envolver por Huerta y aunque sin participar directamente en los planes del general, no por ello dejaron ni dejarán de ver sus nombres unidos a un crimen político.

Resuelto, pues, el general Huerta a poner fin a las vidas de Madero y Pino Suárez, y fracasado el propósito de declarar loco al prisionero, luego de comprometer a los secretarios de Estado al aceptar que el licenciado Rodolfo Reyes rindiera dictamen sobre la suerte de Madero, a pesar de que no correspondía a los ministros, sino al Congreso procesar al Presidente, sólo restaba buscar el procedimiento. También faltaba encontrar al hombre o los hombres que ejecutaran la orden. Al efecto. Huerta, se asesoró, primero del general Blanquet y de Enrique Cepeda; después del general Juvencio Robles. Este último, sin embargo, aunque enemigo mayor del Presidente, hacia quien guardaba hondo resentimiento por haberle quitado el mando de las fuerzas que operaban a principios de 1912 contra los zapatistas, tenía para Huerta el mérito de haber pedido, en nombre de los sediciosos, la renuncia a Madero; ahora que como éste, al primer intento de Robles, había rechazado indignado la pluma que el propio Robles le ofreciera para que firmara el contexto del documento de dimisión, había dejado incrustado en el alma, nada limpia de Robles, los tentáculos del odio y del desquite.

Robles, sin embargo, en seguida de opinar, como opinaban los generales amigos de Huerta, que Madero fuese procesado y condenado a muerte, pidió retirarse de aquel teatro trágico que preparaba Huerta; pero no hicieron lo mismo Blanquet y Cepeda. Estos, asociados a Huerta, estarían asimismo asociados al crimen que se preparaba.
Presentación de Omar CortésCapítulo décimo. Apartado 2 - La renuncia de MaderoCapítulo décimo. Apartado 4 - Preliminares de un crimen Biblioteca Virtual Antorcha