Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de HalicarnasoCuarta parte del Libro CuartoSegunda parte del Libro QuintoBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO QUINTO

TERPSÍCORE

Primera parte



1

Los persas dejados por Darío en Europa, y a quienes mandaba Megabazo, sometieron en primer término a los perintios del Helesponto, que no querían ser súbditos de Darío y que antes habían tenido mucho que sufrir de parte de los peoniós. En efecto, a los peonios del Estrimón les profetizó el dios que marchasen contra los perintios y les acometieran si, acampados frente a ellos los perintios, les desafiaban llamándoles a gritos por su nombre; pero si no les gritaban no les acometieran. Así lo hicieron los peonios. Los perintios acamparon frente a ellos en el arrabal, y tuvieron tres combates singulares con desafío, pues luchan hombre a hombre, caballo con caballo y perro con perro. Vencedores los perintios en los dos primeros, mientras cantaban gozosos el peán, conjeturaron los peonios que eso mismo era lo que quería decir el oráculo, y se dijeron a sí mismos: Ahora podría cumplírsenos el oráculo; ahora de nosotros depende. Así, mientras los perintios cantaban el peán, les acometieron los peonios, les vencieron decididamente y dejaron pocos con vida.


2

De este modo pasó lo que antes había pasado con los peonios; pero entonces los perintios se mostraron bravos defensores de su libertad, aunque los persas y Megabazo les vencieron por su número. Una vez sojuzgada Perinto, Megabazo condujo su ejército a través de la Tracia, sometiendo al rey toda ciudad y todo pueblo de los que allí moraban, pues así le había ordenado Darío, someter la Tracia.


3

El pueblo de los tracios es el más grande de todos después de los indios. Si fuesen gobernados por un solo hombre, o procediesen de común acuerdo, serían invencibles y, en mi opinión, mucho más poderosos que todos los demás pueblos; pero esta unión es dificil e imposible que jamás se haga; y por eso son débiles. Tienen muchos nombres, cada cual según su región; guardan todos ellos usanzas semejantes en todo, salvo los getas, los trausos y los que moran más allá de los cretoneos.


4

Ya he dicho lo que hacen los getas, que se creen inmortales. Los trausos proceden en todo cómo los demástracios, pero en el nacimiento y en la muerte de los suyos hacen así: puestos los parientes alrededor del recién nacido, se lamentan por todos los males que deberá sufrir y cuentan todas las desventuras humanas; pero al morir uno de ellos, contentos y gozosos, le entierran con la idea de que se ha librado de tantos males y se halla en completa bienaventuránza.


5

Los pueblos situados más allá de los cretoneos practican lo siguiente: cada cual tiene muchas mujeres; cuando muere uno de ellos, hay gran contienda entre sus mujeres, y gran empeño entre sus allegados, sobre cuál de ellas fue la más querida de su marido. La que sale elegida y honrada, colmada de elogios por hombres y mujeres, es degollada sobre el sepulcro por su pariente más cercano. Una vez degollada se la entierra junto con su marido; las demás se llenan de aflicción, porque es para ellas la mayor infamia.


6

Los demás tracios tienen este uso: venden sus hijos al extranjero. No guardan a sus doncellas, y les permiten unirse con cualquier hombre; pero guardan rigurosamente a sus esposas; y las compran a los padres a gran precio. Estar tatuados se juzga señal de noble linaje: no estarlo, es de linaje innoble. Estar ocioso es lo más honroso; labrar la tierra, lo más deshonroso; la mayor honra es vivir de la guerra y de la presa.


7

Ésas son las costumbres más notables. Veneran solamente a estos dioses: Ares, Dioniso y Ártemis; pero sus reyes, a diferencia de los demás ciudadanos, veneran a Hermes más que a ningún dios, sólo juran por él y afirman que descienden de Hermes.


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Los entierros de los ricos son así: durante tres días exponen el cadáver, degüellan toda clase de víctimas, y se regalan con ellas, plañiendo primero; después, dan sepultura al cadáver, qnemándolo o si no enterrándolo. Levantan un túmulo y proponen toda suerte de certámenes; reservan los mayores premios por su importancia al combate singular. Tales son los entierros de los tracios.


9

Nadie todavía puede describir exactamente lo que queda aun más al norte de esta región, ni qué hombres son los que en ella moran; ya del otro lado del Istro parece desierta y sin límites. Los únicos que, según he podido tener noticia, moran del otro lado del Istro son unos hombres llamados siginnas, quienes visten traje medo. Dícese que sus caballos son tan vellosos, que tienen todo el cuerpo cubierto de pelo de cinco dedos de largo; que son pequeños, chatos y no pueden llevar un hombre a cuestas, aunque uncidos al carro son velosisimos y que por eso los naturales emplean carros. Sus confines se extienden hasta cerca de los énetos del Adriático, y dicen ellos que son colonos de los medos, pero yo no puedo explicar cómo lo sean, si bien todo podría suceder en largo tiempo. Los ligies, establecidos más allá de Marsella, llaman siginnas a los comerciantes al menudeo, y los de Chipre dan ese nombre a las lanzas.


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Según dicen los tracios, las abejas ocupan la región allende el Istro y por ellas no es posible penetrar más adelante. Al decir esto, me parece a mí que dicen cosas no verosímiles, pues es evidente que estos animales no soportan el frío. A mí me parece que las tierras del Norte son inhabitables por el frío. Esto es lo que se dice de esa región, y Megabazo sometía sus costas al dominio de los persas.


11

Apenas Darío pasó el Helesponto y llegó a Sardes, hizo memoria, así del servicio de Histieo de Mileto como del aviso de Coes de Mitilena. Llamó a los dos a Sardes y les dió a elegir. Histieo, como que era señor de Mileto, no pidió más señorío, pero sí pidió Mircino, lugar de los edonos, queriendo fundar allí una ciudad. Así eligió Histieo, pero Coes, como que no era señor sino particular, pidió el señorío de Mitilena.


12

Cumplidos los deseos de ambos, se dirigieron ellos a los lugares que habían elegido; pero sucedió que Darío, por haber visto el siguiente lance, concibió el deseo de encargar a Megabazo que se apoderase de los peonios y los deportase de Europa al Asia. Luego que Darío pasó al Asia, dos peonios, Pigres y Mancies, deseando enseñorearse de los peonios, llegaron a Sardes, trayendo consigo a una hermana hermosa y de gran estatura. Aguardando a que Darío se sentase en el arrabal de los lidios, hicieron lo siguiente: ataviaron a su hermana como mejor pudieron, y enviáronla por agua con su cántaro en la cabeza, llevando un caballo por el ronzal, puesto en el brazo, y con un huso en la mano. Al pasar la mujer llamó la atención de Darío, pues no obraba al modo persa ni lidio ni de ningún pueblo del Asia. Como le había llamado la atención, despachó a algunos de sus guardias, con orden de observar lo que haría con el caballo la mujer, y los guardias la siguieron. Ella en llegando al río, abrevó el caballo, luego de abrevado y de llenar de agua su cántaro, pasó por el mismo camino con su cántaro en la cabeza, llevando el caballo por el ronzal, puesto en el brazo, y revolviendo el huso.


13

Admirado Darío, tanto de lo que oyó de sus observadores como de lo que él mismo veía, ordenó que la trajeran a su presencia. Cuando se la trajeron, también estaban presentes sus hermanos, quienes allí cerca observaban todo. Darío preguntó de dónde era la mujer, y respondieron los jóvenes que eran peonios y que aquélla era su hermana. Por respuesta, preguntó Darío qué gentes eran los peonios, en qué lugar de la tierra moraban, y con qué intención habían venido a Sardes. Explicaron que habían ido allí para entregarse a él; que Peonia tenía sus ciudades junto al río Estrimón, y el Estrimón no estaba lejos del Helesponto, y que eran colonos de los teucros de Troya. Esto respondieron punto por punto y Darío preguntó si eran allí todas las mujeres tan hacendosas, y ellos se apresuraron a replicar que así era, ya que con ese propósito habían hecho todo aquello.


14

Escribió entonces Darío a Megabazo, a quien había dejado en Tracia por general, ordenándole deportar de su país a los peonías y conducirles a Sardes con sus hijos y mujeres. Corrió en seguida un jinete con el mensaje al Helesponto, lo cruzó y entregó la carta a Megabazo. Éste, después de leerla y tomar guías de Tracia, marchó contra Peonia.


15

Enterados los peonios de que los persas venían contra ellos, se congregaron y salieron al mar, creyendo que por ahí intentarían acometerles los persas. Los peonios estaban, pues, prontos a contener el ejército de Megabazo; pero los persas, informados de que los peonios se habían congregado, y vigilaban la entrada por mar, merced a sus guías, se volvieron por el camino alto y, sin ser advertidos por los peonios, cayeron sobre sus ciudades que estaban sin hombres, y como las hallaron vacías se apoderaron fácilmente de ellas. No bien se enteraron los peonios de que sus ciudades estaban tomadas, se dispersaron, volviéndose cada cual a la suya y se entregaron a los persas. De este modo, los peonios llamados siriopeonios, los peoplas y los que se extienden hasta la laguna Prasíade fueron sacados de su comarca y llevados al Asia.


16

Pero a los que moran cerca del monte Pangeo, de los doberes, agrianes y odomantos, y de los habitantes de la misma laguna Prasíade, no les subyugó en un principio Megabazo, por más que procuró tomar a los habitantes de la laguna del siguiente modo. En medio de la laguna hay un tablado sostenido sobre altos pilares, que tenía paso angosto desde tierra por un solo puente. Antiguamente todos los vecinos en común habían colocado los pilares que sostenían el tablado; pero después, los colocan siguiendo esta costumbre: traen los pilares desde un monte cuyo nombre es Orbelo y por cada mujer que uno toma (y cada uno toma muchas) coloca tres pilares. Viven, pues, de este modo, cada cual en posesión de una choza levantada sobre el tablado, en la que mora, y que tiene en el tablado una trampa que da a la laguna. Atan los niños pequeños del pie con una cuerda de esparto, por temor de que se caigan. Dan pescado como forraje a sus caballos y a las bestias de carga; es tan grande la abundancia de pescado que, cuando abren la trampa y echan a la laguna su espuerta pendiente de una cuerda, después de sostenerla poco tiempo la sacan llena de pescado; hay dos especies de peces: a los unos llaman papraces y a los otros tilones.


17

Así, pues, los peonios sometidos fueron conducidos al Asia. Megabazo, así que sometió a los peonios, envió como emisarios a Macedonia siete persas, los que después de él eran los más importantes en el campamento. Les enviaba ante Amintas para pedirle tierra y agua para el rey Darío. Muy directo es el camino desde la laguna Prasíade a Macedonia, pues lo primero que confina con la laguna es la mina que tiempo después producía a Alejandro un talento de plata cada día, y pasada la mina, con atravesar el monte llamado Disoro, se está en Macedonia.


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Luego que los embajadores persas enviados a Amintas llegaron a su tierra y estuvieron en su presencia, le pidieron tierra y agua para el rey Darío. Aquél las dió y les invitó a que fueran sus huéspedes y, aparejándoles un magnífico banquete, recibió a los persas con toda cordialidad. Cuando terminaron el convite y se brindaban unos a otros, los persas dijeron así: Huésped de Macedonia, entre nosotros los persas es costumbre, después que servimos un gran banquete, que entren y se sienten junto a nosotros las concubinas y las esposas legítimas. Ahora, ya que nos recibes con agrado, nos hospedas con magnificencia, y entregas al rey Darío tierra y agua, sigue nuestra costumbre. A esto dijo Amintas: Persas, no es ésa nuestra costumbre: entre nosotros están aparte los hombres de las mujeres, pero, pues vosotros, que sois los dueños, lo pedís, también esto tendréis. Así dijo Amintas, y envió por las mujeres; ellas acudieron al llamado y se sentaron en hilera frente a los persas. Entonces los persas, al ver esas hermosas mujeres, dijeron a Amintas que no había sido nada discreto lo hecho, pues hubiera sido mejor que ni siquiera viniesen allí las mujeres, que no venir y en lugar de estar al lado de ellos sentarse enfrente, gran dolor para sus ojos. Obligado Amintas, mandó a las mujeres que se sentaran al lado de los persas; ellas obedecieron, y los persas, harto borrachos, en seguida les tocaron los pechos, y no faltó quien intentara besarlas.


19

Amintas lo veía todo y se estaba quieto, aunque llevándolo a mal, pues tenía gran temor a los persas. Pero Alejandro, hijo de Amintas, que también lo presenciaba y veía, como joven y sin experiencia de males, no pudo contenerse más, y montando en cólera, dijo a Amintas: Padre, ten cuenta de tu edad; vete a dormir y no sigas en el festín: yo me quedo aquí para proporcionar todo lo necesario a nuestros huéspedes. Amintas, comprendiendo que Alejandro estaba por ejecutar una acción temeraria, le dijo: Hijo, te abrasas y creo comprender tus palabras: quieres enviarme fuera y hacer alguna acción temeraria; yo te pido que, para no perdernos, nada intentes contra esos hombres; mira lo que hacen y calla. En cuanto a mi retiro, te obedeceré.


20

Después que Amintas, tras este pedido, se marchó, dijo Alejandro a los persas: Huéspedes, esas mujeres están a todo vuestro talante, ya queráis juntaros con todas, o con las que os parecieren; sobre esto, vosotros mismos os declararéis. Ahora, pues, como casi llega el momento de acostaros, y veo que estáis bien bebidos, permitid que esas mujeres, si os agrada, pasen al baño, y después de bañadas, recibidlas de nuevo. Dicho esto, como accedieran los persas, sacó a las mujeres y las envió a su departamento. El mismo Alejandro escogió mozos imberbes, en número igual al de las mujeres, les atavió con el traje de ellas, les entregó dagas y les introdujo dentro, y al traerles habló a los persas en estos términos: Persas, me parece que os habéis regalado con un festín completo; todo cuanto teníamos a mano y cuanto hemos podido hallar, todo está ante vosotros, y esto, lo más importante de todo: os entregamos generosamente nuestras propias madres y hermanas, para que del todo veáis que os respetamos como merecéis, y para que anunciéis al rey que os ha enviado, que un griego, príncipe de Macedonia, os ha hospedado bien en la mesa y en el lecho. Diciendo esto, Alejandro hacía sentar junto a cada persa un mozo macedonio disfrazado de mujer; y cuando los persas intentaron ponerles las manos, les asesinaron.


21

De esa manera perecieron ellos y su servidumbre, pues les seguían carruajes, servidores, y todo su gran aparato: todo desapareció junto con ellos. No mucho tiempo después, los persas hicieron viva búsqueda de esos hombres, pero Alejandro la detuvo con maña, dando grandes sumas y entregando a su propia hermana, por nombre Gigea. Detuvo Alejandro la búsqueda dando estos dones al persa Bubares, jefe de los que buscaban a los muertos.


22

Así se detuvo y acalló la muerte de esos persas. Que los descendientes de Perdicas son griegos, como ellos dicen, yo sé que así es, y mostraré en mis historias siguientes que son griegos. Además, así lo decidieron los Helanódicas, que dirigen los juegos de Olimpia, porque cuando Alejandro quiso entrar en el certamen y bajó a la arena, para ello, los griegos que iban a correr con él quisieron excluir diciendo que el certamen no era para competidores bárbaros, sino griegos. Pero como Alejandro probó ser argivo, fue declarado griego, y compitiendo en la carrera del estadio, llegó a la par del primero.


23

Así, más o menos, sucedió eso. Megabazo llegó a Helesponto llevando consigo a los peonios; pasó de allí al Asia y se presentó en Sardes. Ya estaba Histieo de Mileto fortificando el regalo que había pedido y obtenido de Darío como salario de su guardia del puente -era ese lugar junto al Estrimón, por nombre Mircino. Habíase enterado Megabazo de lo que Histieo hacía, y apenas llegó a Sardes con los peonios, habló así a Darío: Rey, ¿qué has hecho? Has permitido a un griego hábil y astuto fundar una ciudad en Tracia, donde hay infinita arboleda para construir navíos, muchos remeros, muchas minas de plata; gran población griega y bárbara vive en sus alrededores, la cual le tomará por caudillo y hará cuanto les ordene, día y noche. Detén a este hombre en lo que está haciendo, para que no te enredes en una guerra intestina; envía por él con suavidad y deténle en su obra, y cuando esté en tu poder haz de modo que nunca más vuelva a sus griegos.


24

Con estas palabras Megabazo persuadió fácilmente a Darío, como hombre que preveía bien lo que había de suceder. En seguida envió un mensajero a Mircino con este recado: Histieo, éstas son las palabras del rey Darío: Bien mirado, no hallo persona que tenga mejor voluntad que tú para mí y para mis intereses, cosa que sé no por palabras sino por tus hechos. Y pues estoy ahora meditando llevar a cabo una gran empresa, ven sin falta para poderte dar cuenta de ella. Confiado en esta orden Histieo y a la vez muy ufano de convertirse en consejero del Rey, se fue a Sartes. A su llegada le dijo Darío: Histieo, te he llamado por este motivo: no bien volví de Escitia y te perdí de vista, nada busqué con tanta urgencia como verte y hablar contigo, porque conozco que es más precioso que todos los tesoros el amigo discreto y que nos quiere bien: y yo sé y puedo ser testigo de que posees estas dos prendas en mi servicio. Ahora, pues, bien hiciste en acudir, y te propongo que dejes a Mileto y la ciudad recién fundada en Tracia, y me sigas a Susa; poseerás lo que poseo y serás mi comensal y consejero.


25

Así le habló Darío y, designando gobernador de Sardes a Artafrenes, su hermano de padre, se dirigió a Susa llevando consigo a Histico, y nombrando general de las tropas de la costa a Otanes. A su padre Sisamnes, que había sido uno de los jueces regios, por haber pronunciado por dinero un fallo injusto, degolló Cambises, le desolló, cortó su piel en tiras y cubrió con ellas el asiento desde el cual daba sus fallos; después de cubrir el asiento, Cambises había nombrado juez en lugar del ajusticiado y desollado Sisamnes a Otanes, su hijo, encargándole recordara al dar sus fallos, sobre qué asiento estaba sentado.


26

Este Otanes, pues, que se sentaba en semejante asiento, sucedió entonces a Megabazo como general, tomó a los bizantinos y calcedonios, tomó a Antandro, situada en el territorio de la Tróade, tomó a Lamponio, y con las naves que recibió de los lesbios, tomó a Lemno y a Imbro, ambas pobladas hasta entonces por los pelasgos.


27

Es verdad que los lemnios combatieron bien y se resistieron, pero al cabo fueron derrotados. Los persas señalaron por gobernador de los sobrevivientes a Licareto, hermano de Meandrio, que había sido rey de Samo; y como gobernador de Lemno, Licareto acabó allí sus días. La causa de la expedición de Otanes era ésta: esclavizaba y sojuzgaba a todos, acusando a unos de deserción en la guerra contra los escitas, a otros de haber hostilizado el ejército de Darío en su retiro de Escitia.


28

Tales eran las hazañas que ejecutó Otanes siendo general. Después hubo, aunque por poco tiempo, algún descanso; pero por segunda vez comenzaron los males de los jonios, a causa de Naxo y Mileto. Naxo aventajaba en prosperidad a las otras islas; y por el mismo tiempo Mileto estaba en la cumbre de su florecimiento y era el orgullo de la jonia, pero por dos generaciones antes, había sufrido en extremo a causa de sus facciones, hasta que establecieron el orden los parios, porque entre todos los griegos los milesios habían elegido a los parios para establecer el orden.


29

Los parios les reconciliaron de este modo. Cuando llegaron a Mileto sus mejores ciudadanos, vieron que todo estaba en ruinas, y dijeron que querían recorrer su territorio. Así lo hicieron; recorrieron toda Milesia, y cuando en esa comarca devastada, hallaban un campo bien labrado, anotaban el nombre del dueño del campo. Después de visitar toda la región y hallar pocos hombres tales volvieron a toda prisa a la ciudad, congregaron al pueblo y señalaron para gobernar el estado a aquellos cuyos campos habían hallado bien labrados, pues declararon que, a su entender, habían de cuidar de los asuntos públicos como habían cuidado de los propios. Y ordenaron a los demás milesios, que antes andaban en facciones, que les obedecieran.


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De tal modo los parios establecieron el orden en Mileto. Pero entonces esas dos ciudades dieron principio a la desventura de jonia. El pueblo de Naxo desterró a ciertos hombres opulentos y los desterrados se dirigieron a Mileto. Era casualmente gobernador de Mileto Aristágoras, hijo de Molpágoras, yerno y primo de Histieo, hijo de Liságoras, a quien Darío retenía en Susa; pues era Histieo señor de Mileto y se hallaba en Susa a la sazón que vinieron los naxios, ya de antes huéspedes de Histieo. Llegados, pues, a Mileto, los naxios pidieron a Aristágoras si de algún modo podría darles fuerzas para volver a su patria. Calculando Aristágoras que si por su medio volvían a la ciudad, se enseñorearía él de Naxo y so pretexto del vínculo de hospedaje que tenían con Histieo, les hizo este discurso: No tengo poder para ofreceros tantas fuerzas que puedan restituiros, a pesar de los que mandan en Naxo, pues he oído que tienen los naxios ocho mil hombres que embrazan escudo, y muchos barcos de guerra. Pero lo intentaré con todo empeño. Se me ocurre este plan. Artafrenes es mi amigo y es Artafrenes hijo de Histaspes, hermano de Darío y gobierna toda la costa asiática, disponiendo de numeroso ejército y de muchas naves. Creo que este hombre hará lo que le pidamos. Al oír esto los naxios, dejaron todo en manos de Aristágoras, para que lo manejara como mejor le pareciese y le recomendaron que prometiese regalos y que ellos correrían con el gasto del ejército, pues tenían gran esperanza de que en cuanto apareciesen en Naxo, harían los naxios cuanto ellos mandaran, y lo mismo los demás isleños. Porque hasta entonces ninguna de esas islas Cíclades estaba bajo el dominio de Darío.


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Llegado Aristágoras a Sardes, dijo a Artafrenes que Naxo era una isla no extensa, pero hermosa, rica, cercana a Jonia, y llena de dinero y de esclavos. Manda, pues, un ejército contra esta región y restituye sus desterrados. Si así lo haces, tengo a tu disposición grandes sumas aparte los gastos del ejército, que es justo paguemos nosotros, ya que te traemos a ello; además, conquistarás por añadidura para el rey la misma Naxo, y las islas que de ella dependen, Paro, Andro y las restantes que llaman Cíclades. Desde esta base, atacarás fácilmente a Eubea, isla grande y próspera, no menor que Chipre y muy fácil de ser tomada. Bastan cien naves para conquistar todas estas islas. Artafrenes le replicó así: Has expuesto provechosas empresas para la casa real y aconsejas bien en todo, salvo en el número de naves: en lugar de ciento, tendrás listas doscientas al comenzar la primavera; pero es preciso que el mismo rey dé su consentimiento.


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Cuando esto oyó Aristágoras, lleno de alegría se volvió a Mileto, Artafrenes, después de enviar emisarios a Susa y de proponer lo que había dicho Aristágoras, obtuvo el consentimiento de Darío, y aparejó doscientas trirremes, y enorme muchedumbre de persas y de los otros aliados. Nombró general de todo al persa Megabates, de la casa de los Aqueménidas, primo suyo y de Darío, aquel con cuya hija (si es por cierto verdadera la historia), contrajo esponsales tiempo después el lacedemonio Pausanias, hijo de Cleómbroto, por amor de convertirse en señor de Grecia. Luego de nombrar general a Megabates, Artafrenes envió el ejército a Aristágoras.


33

Después de recoger en Mileto a Aristágoras, las tropas de Jonia y los naxios, Megabates se hizo al mar, aparentemente rumbo al Helesponto. Llegó a Quío, fondeó las naves en Cáucasa, para desde allí con viento Norte lanzarse sobre Naxo. Pero, como no habían de perecer los naxios por esa expedición, aconteció lo siguiente. Rondaba Megabates la guardia de las naves y en una nave mindia halló que nadie montaba guardia. Llevándolo muy a mal, ordenó a sus guardias que hallaran al capitán de la nave, que se llamaba Esdlax, y le ataran en la tronera del remo inferior de modo que tuviese dentro el cuerpo y fuera la cabeza. Así ataron a Esdlax cuando alguien avisó a Aristágoras que Megabates tenía atado en tormento a su huésped mindio. Se presentó Aristágoras al persa e intercedió por él y, no alcanzando nada de lo que pedía, fue en persona y le desató. Al enterarse, se indignó mucho Megabates, y dió rienda suelta a su cólera. Replicó Aristágoras: ¿Qué tienes que ver en eso? ¿No te envió Artafrenes para que me obedezcas y navegues adonde yo te mande? ¿Por qué te metes en lo que no te importa? Así dijo Aristágoras. Megabates, furioso, así que cayó la noche, despachó en una barca hombres que descubrieran a los naxios todo lo que se preparaba contra ellos.


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Porque los naxios no tenían la menor sospecha de que esa expedición iba a partir contra ellos. No obstante, en cuanto recibieron el aviso, a toda prisa introdujeron en la plaza todo cuanto tenían en el campo; prepararon como para un largo asedio, comida y bebida y fortificaron el muro. Así se preparaban, como para una guerra inminente. Cuando la expedición sacó las naves de Quío para Naxo, dieron contra una ciudad fortificada y la sitiaron por cuatro meses. Como a los persas se les había acabado el dinero que consigo habían traído, y Aristágoras mismo había además gastado mucho, y el asedio necesitaba todavía más, edificaron una fortaleza para los naxios desterrados, y se retiraron al continente, malograda la expedición.


35

Aristágoras no podía cumplir la promesa a Artafrenes; le agobiaba el pago del ejército que se le pedía, temía las consecuencias de su malograda expedición, y de las calumnias de Megabates, y presumía que sería despojado del señorío de Mileto. Temeroso de todo esto empezó a planear una sublevación. Coincidió también, en efecto, que llegó de Susa, de parte de Histieo, el mensajero con la cabeza tatuada, que indicó a Aristágoras que se sublevase contra el Rey. Pues como Histieo quería indicar a Aristágoras que se sublevase, y no tenía ningún medio seguro de indicárselo por cuanto los caminos estaban vigilados, rapó la cabeza del más fiel de sus criados, le marcó el mensaje y aguardó hasta que le volviera a crecer el pelo; así que le había vuelto a crecer, le despachó a Mileto sin más recado que cuando llegara a Mileto pidiera a Aristágoras que le rapara el pelo y le mirara la cabeza. Las marcas significaban, como antes dije, sublevación. Esto hizo Histieo, muy afligido por su detención en Susa; al producirse una sublevación, tenía gran esperanza de ser enviado a la costa, pero si no se rebelaba Mileto, ya no contaba volver allá nunca más.


36

Con esta intención despachó Histieo su mensajero, y todas estas circunstancias se le juntaron a Aristágoras a un mismo tiempo. Así, pues, deliberó con los conjurados, revelándoles su propio parecer y el mensaje que había llegado de Histieo; todos expusieron la misma opinión y estaban por la sublevación, excepto Hecateo, el historiador, quien, en primer lugar no les dejaba emprender guerra contra el rey de los persas, y les enumeró todos los pueblos sobre que reinaba Darío, y su poder. Como no les persuadiera, les aconsejó en segundo término que hicieran por convertirse en dueños del mar; pues de otro modo -dijo- no veía absolutamente cómo podrían salir con sus intentos; bien sabía que los recursos de Mileto eran escasos, pero si echaban mano de los tesoros del santuario de los Bránquidas, que había ofrecido el lidio Creso, tenía gran esperanza de que dominarían el mar, y así podrían ellos usar de esas riquezas, y el enemigo no las robaría. Como he explicado en el primero de mis relatos, eran grandes esos tesoros. No prevaleció esta opinión, y no obstante resolvieron sublevarse, y que uno de ellos se embarcase para Miunte, para la expedición que se había marchado de Naxo y se encontraba all1, y procurase prender a los capitanes que se hallaban a bordo de las naves.


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Enviado a este fin Yatrágoras, prendió con engaño a Oliato de Milasa, hijo de Ibanolis; a Histieo de Térmera, hijo de Timnes; a Caes, hijo de Erxandro, a quien Darío había regalado el señorío de Mitilene; a Aristágoras de Cima, hijo de Herac1ides, y a otros muchos jefes. Entonces se sublevó Aristágoras abiertamente contra Darío, tramando contra él todo lo que podía; y en primer término renunció Aristágoras de palabra a su señorío, y estableció en Mileto la igualdad, para que de buena voluntad le siguieran los milesios en la sublevación. Luego hizo lo mismo en lo restante de la Jonia, arrojando algunos de sus señores; y a los que había prendido en las naves que habían navegado con él contra Naxo, los devolvió, entregando cada uno a su respectiva ciudad, con la intención de conciliarse las ciudades.


38

Los mitileneos, apenas tuvieron a Caes en su poder, le sacaron y apedrearon; los cimeos dejaron libre a su tirano; y así les dejaron los más. Cesó, pues, la tiranía en las ciudades. Aristágoras de Mileto, después de deponer a los tiranos, dió orden a todos de que estableciesen un general en cada ciudad. Luego él mismo fue como embajador a Lacedemonia en una trirreme, porque necesitaba hallar alguna alianza poderosa.


39

Ya no reinaba en Esparta Anaxándridas, hijo de León, pues había muerto, y tenía el reino Cleómenes, hijo de Anaxándridas, no por mérito sino por nacimiento. Porque Anaxándridas se hallaba casado con una hija de su hermana, y la quería bien, pero no tenían hijos; viendo esto los éforos, le llamaron y le dijeron: Si no cuidas de ti mismo, nosotros no podemos mirar sin cuidado que se extinga el linaje de Eurístenes. Puesto que la mujer que tienes no da a luz, despídela y cásate con otra. Si así lo hicieres agradarás a los espartanos. Aquél respondió que no haría ni uno ni otro, y que los éforos no le aconsejaban bien exhortándole a despedir la mujer que tenía, que en nada le había faltado, y a tomar otra, y que no les obedecería.


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Los éforos y los ancianos deliberaron sobre ello y le hicieron esta propuesta: Puesto que te vemos prendado de la mujer que tienes, sigue nuestro consejo y no nos contradigas, no sea que los espartanos no tomen alguna resolución extraña contra ti. No te pedimos que despidas la mujer de quien estás prendado; proporciónale todo cuanto ahora le proporcionas; pero cásate, además, con una mujer fecunda. Así dijeron; Anaxándridas se avino, y desde entonces tuvo dos mujeres, y vivió en dos hogares, enteramente contra las costumbres de Esparta.


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No pasó mucho tiempo, cuando la segunda mujer dió a luz a este mismo Cleómenes; ella dió a los espartanos el sucesor del reino, y a la vez, por azar, la primera mujer, antes infecunda, entonces llegó a concebir. Aunque estaba encinta de veras, los parientes de la segunda mujer, enterados de la novedad, alborotaban y decían que alardeaba fingidamente con intención de simular un parto. Y como daban grandes quejas, cuando llegó el tiempo, los éforos con la sospecha vigilaron a la parturienta, sentados a su alrededor. Ella, así que parió a Dorieo, concibió en seguida a Leónidas, y en seguida de éste a Clcómbroto (aunque dicen que Leónidas y Cleómbroto fueron gemelos); mientras la madre de Cleómenes, la segunda mujer de Anaxándridas, hija de Prinétadas, hijo de Demármeno, nunca más volvió a parir.


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Cleómenes, según dicen, no estaba en su juicio y era algo loco, al paso que Dorieo era el primero entre todos los de su edad y sabía bien que por mérito él había de ser rey. De modo que, pensando así, cuando Anaxándridas murió y los lacedemonios siguiendo su ley alzaron rey al primogénito Cleómenes, Dorieo, muy resentido y desdeñándose de ser súbdito de Cleómenes, pidió gente y llevó a los espartanos a fundar una colonia, sin preguntar al oráculo de Delfos en qué tierra iría a fundar la colonia, y sin observar ninguna de las prácticas acostumbradas. Lleno de indignación, lanzó sus navíos a Libia, bajo la conducción de unos hombres de Tera. Al arribar a Libia, pobló el lugar más hermoso, junto al río Cínipe. Arrojado de allí al tercer año por los macas, los libios y los cartagineses, volvió al Peloponeso.

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