Índice de La primera guerra mundial y la revolución rusa de Ricardo Flores Magón. Recopilación de textos: Chantal López y Omar CortésArtículo anteriorSiguiente artículoBiblioteca Virtual Antorcha

LOS PRIMEROS TRIUNFOS

El pesimista está derrotado. Aquel que creía irregenerable a esta vieja humanidad que parecía incapacitada para el bienestar y la libertad, admite ya que no en vano corre el tiempo, y que la experiencia, esa amable maestra por más que las más de las veces sea cruel, ha fortalecido el cerebro de las masas y lo ha hecho pensar.

El pueblo, mejor dicho, los pueblos, porque todos los pueblos de la Tierra sienten y piensan de una manera idéntica en este momento de universal conmoción, se dan cuenta de los males que los afligen y echan a andar por el nuevo camino descubierto por la experiencia de la historia y la luz de la ciencia. Es un camino largo cuya etapa principal se llama: anarquía, y adonde quiérase o no se quiera se encaminan los acontecimientos.

¿Qué es ese desconocimiento del papel histórico de los gobiernos de regular la vida doméstica e internacional de los pueblos, de que están dando muestra los huelguistas de Berlín y los rebeldes de Viena, los bolcheviques de Rusia y los obreros de Inglaterra, los antimilitaristas de Australia y los zapatistas de México?

Por grandes que sean nuestras ansias de ver derrumbarse de una vez este maldito edificio burgués que a todos nos hace desgraciados, no podemos menos que congratulamos de los inmensos progresos que va marcando la evolución de los pueblos, gracias al sufrimiento, en virtud del castigo. Látigo necesitaban nuestros lomos de paquidermo para hacernos sentir nuestra humillación, y látigo y espuela estamos sintiendo. Sin el castigo, los pueblos no caminarían, no se encabritarían, no tendrían el valor de dar de vez en cuando una coz para derribar una corona y adquirir la piltrafa de un derecho.

Los pueblos comulgan con la psicología de la bestia: se conforman con comer y reproducirse. Tenga el pueblo un mendrugo y la bestia un puñado de paja, y pueblo y bestia se sentirán contentos; pero si el acicate hiende los ijares o la tiranía se extrema, pueblo y bestia se encabritan y libran sus lomos del jinete molesto y de Díaz o Nicolás, de Huerta o de Kerensky. Por eso somos partidarios de los tiranos que a sí mismos se dan el título de: mano de hierro. Nada mejor para abrir las puertas de la libertad que los tiranos que tienen mano de hierro. Los tiranos de manos suaves prolongan la esclavitud.

Los pueblos cansados, colmados, buscan su libertad, y todo estudiante atento de los acontecimientos diarios que se producen en todo el mundo oye rechinar los goznes de las rejas que aprisionaban a los pueblos. Desde luego, ya no es un sueño la fraternidad de los pueblos; en las trincheras se canta La Internacional; el viejo himno de Reclus y Kropotkin, de Lorenzo y Bakunin. La rebeldía forza sus dedos en las disciplinadas falanges teutonas, como en las patrióticas huestes británicas. Es que el hombre, como la masa, es producto del ambiente, y en el ambiente no se respira más que este soplo: ¡Rebelión!

Las clases directoras no deben quejarse de nadie más que de ellas, por los estupendos acontecimientos que se suceden en todo el mundo. El zapatista que sólo trabaja dos horas escasas para gozar de todas las comodidades que apetece un ser sano; el bolchevique que cierra las puertas a la diplomacia histórica y despliega al viento su bandera de muerte para la propiedad privada; el obrero alemán que dice al kaiser: no trabajo mientras no se haga la paz, el obrero austriaco que escribe con su sangre en las calles de Viena estas palabras: ¡Pan y libertad!; el proletario inglés que en la bruma de Londres o en medio del estruendo de Glasgow, dice a sus amos: no más anexiones ni más indemnizaciones como costo de la guerra, y el descontento y la protesta de todos los pueblos de la Tierra, no obran así por su propio impulso, sino impulsados por la fuerza de las circunstancias, porque a ello los han obligado la rapacidad del rico, la tiranía del gobernante, y la hipocresía del ministro religioso.

Todos esos pueblos seguirían siendo mansas ovejas si a nuestros amos no se les hubiera ocurrido la más estúpida de las aventuras: la guerra europea, o hubieran acariciado los lomos de sus súbditos, en vez de exasperarles con la explotación y la tiranía.

Los pueblos quieren la paz por sí mismos. Ya no se conforman con que diplomáticos de levita arreglen las relaciones de los pueblos entre sí, sino que ellos quieren ser parte principal, cuando no absoluta, de sus propios destinos, y este paso adelante, este brinco mejor dicho, marca por sí solo una etapa en el desenvolvimiento de las asociaciones humanas. Por todo lo dicho intitulamos este artículo: Los primeros triunfos, y auguramos, nos atrevemos a hacerlo, que los acontecimientos actuales y cien y mil detalles de la manera de vivir de los pueblos, arrojan a la humanidad hacia el amplio camino de la anarquía, hacia la existencia de sociedades humanas que se rijan sin burgueses, sin gobernantes, y sin ministros religiosos.

He aquí, hermanos proletarios, un ligerísimo resumen de los acontecimientos mundiales, de aquellos que indican con sangre y con sacrificio las aspiraciones de los que sufren de los que trabajan y de los que piensan.

Cada día obtiene un nuevo triunfo el espíritu progresivo de la especie humana, sobre la vieja teoría de que los gobiernos son útiles a la humanidad, sobre la creencia de que el capitalismo es indispensable para el desarrollo y el progreso de los pueblos, sobre la creencia de que las religiones propagan la paz y la fraternidad entre los seres humanos.

Los gobiernos y los capitalistas hacen las guerras, empujan a los trabajadores de los distintos pueblos a exterminarse los unos a los otros, para el provecho personal de un reducido número de parásitos, y los ministros de las religiones abren de antemano las puertas del cielo a aquellos que con mejor éxito abran el vientre de sus hermanos de cadenas.

Hermanos: el día de la fraternidad universal está cerca, y estará más cercano, si todos procuramos, de alguna manera, dar vida a la prensa que nos dice la verdad. No seamos tacaños, y así como unos ponemos en peligro nuestra tranquilidad y comprometemos sin regateos nuestra libertad, que los demás abran los bolsillos para sostener en pie las hojas valientes, como Regeneración, que no miden el peligro y que desafían las iras del enemigo.

¡Viva Tierra y Libertad!

Ricardo Flores Magón

(De Regeneración, N° 261 del 9 de febrero de 1918)

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