Índice de La primera guerra mundial y la revolución rusa de Ricardo Flores Magón. Recopilación de textos: Chantal López y Omar Cortés | Artículo anterior | Siguiente artículo | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LA REVOLUCION MUNDIAL
Rusia es en estos momentos el punto donde convergen las miradas de todos los pueblos del mundo. La corona de los Romanoff rueda por el polvo, y los reyes y los emperadores se aprietan las suyas en las sienes, y vuelven los rostros espantados para saber de donde viene ese soplo que arrastra cetros y tronos con la facilidad con que una ráfaga otoñal despoja a los árboles de sus caducas hojas.
Es que la plebe aletargada comienza a respirar. Es que el gigante dormido se despereza, y todo lo que estaba fundado en su quietismo y en su modorra cruje y bambolea.
La caída de Nicolás II de Rusia, no es la caída particular de un tirano sin otra consecuencia que la entronización de otro nuevo, sino el comienzo de una serie de actos de rebeldía popular que pondrá fin a un sistema social que hace posible la guerra de una nación contra otra. Es el comienzo de la gran revolución mundial precipitada por la guerra europea.
Por algo bendecíamos desde un principio esta fenomenal carnicería. ¡Bendita sea la demencia burguesa que la ha conducido al suicidio!
Sin la guerra europea, sin ese saludable azote, los pueblos envilecidos habrían continuado soportando su abyección por siglos y siglos, contentos con que no les faltase el duro mendrugo que sus amos se dignaban a arrojarles a los pies para que pudieran seguir deslomándose como bestias al día siguiente; pero gracias a la guerra hasta ese mendrugo escasea, ya en muchos hogares no se conoce y pronto los pueblos tendrán que comer piedras o decidirse a estrellarlas en las frentes de sus verdugos.
Si el pueblo de Petrogrado no hubiera tenido hambre, no habría pensado en arrancar la corona de la frente de Nicolás II. Todos los despachos cablegráficos, al referirse a los comienzos del descontento popular, dan como origen la escasez de pan. Un cablegrama de la prensa asociada, fechado en Petrogrado el 15 de marzo, dice: Durante varios días, Petrogrado ha sido teatro de uno de los más notables levantamientos que registra la historia. Comenzó con insignificantes motines por cuestión de las subsistencias y huelgas de trabajadores, y el clamor del hambre tocó los corazones de los soldados; regimiento tras regimiento fue rebelándose, hasta que finalmente, todas aquellas tropas que habían permanecido leales al gobierno, se pasaron con armas y bagajes a las filas de los revolucionarios.
En otra parte del mensaje se lee: Los regimientos habían recibido órdenes de sus comandantes de hacer fuego sobre las personas congregadas en las calles. Eso provocó disgusto en las tropas, que no comprendían por qué deberían estar obligadas a tomar medidas violentas contra conciudadanos cuyo crimen era el tener hambre y pedir pan al gobierno. Varios regimientos desertaron y un reñido combate comenzó entre las tropas que permanecieron leales al gobierno y aquellas que rehusaron obediencia a las órdenes.
A medida que transcurre el tiempo van disipándose los vapores de la embriaguez patriótica y los pueblos comienzan a reflexionar con seriedad. Al principio, las masas embrutecidas no querían admitir que las guerras eran hijas de la codicia y de la ambición de los ricos y de los gobernantes, que éstos eran los únicos que se beneficiaban con las guerras a costa de la sangre y del sacrificio de los pobres. Ahora se está comprendiendo ya que el patriotismo ha sido inventado por los ricos y los políticos para que los pueblos estén dispuestos a despedazarse unos a los otros cuando así convenga a los intereses de sus amos. La crítica contra la guerra comienza a ser tan general, que ya no solamente es hecha desde las columnas de los periódicos proletarios, sino que hasta los mismos sacerdotes, que siempre han sido los leales puntales de la tiranía y de la explotación, se ven precisados a declararse en contra de la guerra, con la desesperación del que echa mano de un hierro enrojecido para retardar aunque sea por un instante su inevitable caída en el vacío.
J. Whitcomb Brougher, pastor protestante, dijo en su sermón del 25 de febrero último, en el templo bautista de esta ciudad: ... el egoísmo provoca choques entre las naciones por el ansia de supremacía comercial. La gran guerra europea es el resultado del irrefrenable deseo de predominio comercial y económico. La lucha por el pan, que ya era bastante severa antes de que viniera la guerra, ha aumentado en intensidad, y ahora, el alto precio de los artículos alimenticios ya no solamente obliga a miles de personas a conformarse con los más groseros alimentos, sino que ha provocado el hambre.
Otro sacerdote, J. F. Rutherford, ante una audiencia de tres mil personas, en el Temple Auditorium, de esta ciudad, el cuatro de este mes, declaró que los gobernantes y los clérigos son los culpables de la guerra. He aquí lo que dice el Tribune: Predijo que la guerra actual sería seguida par una revolución mundial, que tendría alguna semejanza con el reinado del terror en Francia -y agregó- que actualmente se encuentra el mundo en un periodo de transición entre el final del régimen antiguo y el comienzo de uno nuevo.
Un sacerdote más, Washington Gladden, dijo en una reunión el tres de este mes en el City Club de esta ciudad: El castigo que ha caído sobre Europa es la consecuencia directa y natural de la deificación de la nacionalidad que se ha llevado a cabo en todas las naciones, y espera que la humanidad reconocerá, al fin, que la base firme de una paz imperecedera es el internacionalismo fundado en la unidad de la especie humana.
Los escritores burgueses comienzan a ver también con claridad que en el seno del conflicto europeo germina la revolución. Así lo comprende Harry Carr, un escritor del Times cuando dice: Desde un principio he tenido la firme convicción de que la guerra terminará, no porque una de las partes contrincantes, obtenga una victoria decisiva sobre la otra, sino porque la victoria no llegará para ninguna. El pueblo de una nación o de otra, o de ambas, se rehusará finalmente a sostener una guerra sin fin.
Otro escritor burgués, corresponsal del Tribune, cablegrafía desde Amsterdam, Holanda, el doce de este mes:
La gran guerra ha llegado a su última escena.
Los terribles síntomas que se observan en el horizonte de la conturbada Europa, estudiados imparcialmente desde este punto neutral de observación, no ofrecen más que una sola conclusión, y es que la paz que se espera para mediados del próximo verano será una paz sin victoria, pues ninguna porción de beligerantes habrá aplastado a los otros para ese tiempo, sino que el hambre, el debilitamiento y la desilusión de las masas en todas las naciones en guerra, forzará el término de la carnicería.
Los gobiernos de todas las naciones beligerantes saben esto. Cada parte contendiente aguarda con ansiedad que la revolución estalle en el campo contrario. En verdad, la interrogación del momento es esta: ¿Dónde se rebelarán las masas primero?
Entretanto, la crisis se aproxima cada día más donde quiera.
Los ministerios vacilan. El espectro del hambre se cierne más grande y más negro en todas las naciones.
En Alemania, el descontento resuena, ya en el mismo parlamento. Las tropas de las cercanías de Namur y Huy, se amotinan; en muchas ciudades ocurren demostraciones violentas por la carestía de los artículos alimenticios, y el jefe de la policía de Bremen, resulta seriamente herido por las mujeres amotinadas; los operarios de las fábricas de Krupp se declaran en huelga y la revolución amenaza estallar de un momento a otro. El Kaiser ve rodar la corona de Nicolás II, y sintiendo que la suya se desprende de sus sienes, recurre a la estratagema de todos los tiranos: ablandarse, para que el pueblo se ablande, y manda a Von Bethmann Hollweg, su canciller, a que abogue en la dieta prusiana por la democratización del imperio. El diputado Herr Leinert, al manifestar que el pueblo alemán demanda la paz dijo: Ya no somos nosotros los siervos que el rey puede comprar o vender u ordenarnos desangrar o morir a la voz de mando. El diputado Adolph Hoffman dijo estas sentenciosas palabras: la revolución en Rusia debería servir de advertencia a nuestros gobernantes.
En Grecia se conspira contra el rey; el gabinete de Briand cae en Francia; el gabinete de Lloyd George, en Inglaterra, vacila a los golpes de los partidarios de la paz; Irlanda restaña sus heridas y muestra los puños; el proletariado de Italia prepara sus fuerzas contra la guerra; Austria-Hungría es un volcán próximo a hacer erupción; Perú sacude su somnolencia; en Cuba la tea revolucionaria reduce a cenizas los plantíos de caña y los ingenios; México continúa siendo el puñal dirigido al corazón del sistema capitalista.
En los Estados Unidos, la situación interior puede quedar comprendida en las siguientes líneas, que J. J. Rice escribe en el Record del trece de marzo:
Nos encontramos sentados en el cráter de un volcán que puede vomitar lava ardiente ... en ningún país, en tiempo de paz y contando con gran cantidad de artículos alimenticios, se había visto tanta gente hambrienta clamando por pan, como ocurre ahora en este país que es el más rico de todo el mundo. Nada, como no sea una revolución, puede salvamos.
La voz de Rice no es una voz aislada. Esas mismas palabras se oyen en la calle, en el tranvía, en el teatro, en el hotel, en la plaza pública, en todas partes, y esto se dice cuando todavía no se rompen las hostilidades con Alemania, que cuando la guerra con esa nación sea declarada, habrá que agregarse al hambre el sacrificio más duro para el pueblo americano: el de la contribución de sangre. Todo indica que no habrá voluntarios para la guerra, y entonces se apelará a la leva, y la leva traerá la revolución.
Un nuevo orden social se aproxima. Parece que al fin el rebaño humano se decide a echar a andar en dos pies.
Ricardo Flores Magón
(De Regeneración, N° 255 del 24 de marzo de 1917)
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