Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO IV - Capítulo VI - La batalla de ZacatecasTOMO IV - Capítulo VIII - La ocupación de Veracruz por los norteamericanosBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO IV

CAPÍTULO VII

LOS SUCESOS DEL SUR


Volvamos al Estado de Morelos, convertido políticamente por el régimen huertista en Territorio federal, a cuyo frente se hallaba como gobernador y comandante militar el general federal Agustín Bretón. Su nombramiento fue ratificado el 11 de marzo por la comisión permanente del Congreso de la Unión, y el 16 llegó a Cuernavaca en un tren fuertemente escoltado.

Al regresar a su Estado natal, el general Zapata se enteró de que las actividades revolucionarias no habían decrecido. Numerosas comisiones lo esperaban para darle cuenta de la situación que prevalecía en diversas regiones, pues la caída del Estado de Guerrero había producido un efecto halagador y ahora el enemigo se veía acometido vigorosamente en toda la extensión que abarcaba el movimiento agrarista. Creyéndolo oportuno, vamos a decir, a muy grandes rasgos, cuál era esa extensión y a señalar a algunos de los más activos jefes.


La zona revolucionaria zapatista

La columna destacada hacia Huetamo, integrada, como dijimos, por fuerzas de los jefes Baltazar Ocampo, José Inocente Lugo, Felipe Armenta, Rómulo Figueroa y Adrián Castrejón, había cooperado con los generales Gertrudis Sánchez y Joaquín Amaro en la toma de esa plaza, que al quedar en poder de los atacantes favoreció la comunicación entre el Estado de Guerrero y las fuerzas revolucionarias de Michoacán, en donde operaba como sostenedor del Plan de Ayala el general Eutimio Figueroa, cuyas actividades desde un principio, como dijimos en el tomo anterior, se extendieron al Estado de Jalisco.

Oportuno sería presentar aquí algunos datos sobre la campaña en Michoacán y Jalisco; pero lo haremos en capítulo aparte, al narrar acontecimientos ligados con la actuación del general Figueroa.

El general Pedro Saavedra estaba operando en el Estado de México, por el rumbo de Zacualpan, y después de un combate en Tonatico regresó al Estado de Morelos.

A su vez, el general Genovevo de la O, a quien estaba subordinado el general Francisco V. Pacheco, seguía combatiendo en los Estados de Morelos y México. En la última entidad menCionada operaban, entre otros, Antonio Barona, Vicente Navarro, Valentín Reyes, Román Díaz, Rafael Castillo y los inquietos hermanos Julián, Primitivo y José Gallegos, originarios de Contreras, Distrito Federal, en donde actuaban, y cuyas incursiones habían alcanzado, por una parte, El Oro y Tultenango, llegando hasta Zitácuaro, del Estado de Michoacán, y por otra, hasta Huichapan, Tula e Ixmiquilpan, del Estado de Hidalgo, enlazando con los jefes Almaqui Tovar y Edmundo Malo, originarios de Tlaxcoapan, y que operaban entre Tula y Pachuca, obedeciendo órdenes de Roberto Martínez y Martínez, de quien luego hablaremos.

Las fuerzas de Pacheco, Reyes, Gallegos y Barona, desbordándose por el Ajusco, llegaban hasta las inmediaciones de Contreras, Cuajimalpa, Tlalpan, Xochimilco y Milpa Alta, del Distrito Federal, uniéndose a los nativos de la región levantados en armas. Vamos a mencionar los nombres de algunos de esos revolucionarios, indicando el lugar de su origen, sin que tal cosa quiera decir que en ese lugar tuvieran sus campamentos.

El general Herminio Chavarría era nativo de Santa María Hastahuacán; Andrés Campos, Gorgonio Basurto, Luciano Jiménez, Reyes Muñoz y Francisco Alvarado eran oriundos de Milpa Alta; Macedonio Roldán y Julián Suárez eran de Tecomitl; Juan Díaz, Pedro Acatitla y Dimas Vázquez eran nativos de San Juan Ixtayopan; Maximiano Vigueras era originario de Tetelco; Cecilio Camacho lo era de Tulyehualco; Guillermo Sabás Godoy había nacido en San Gregorio Aylapulco; José Martínez era nativo de San Bartolomé Xocomulco; Pedro Salazar, Juan Aguirre y Brígido Gómez eran de San Pablo Oxtotopec; Tomás Colín era originario de San Pedro Xochimancas; Macedonio Almazán era nativo de San Salvador Cuauhtenco; Sotero Flores lo era de Santa Cecilia; Damián Martínez y Salvador Rosales eran de Topilejo; Venura Rentería lo era de Xicalco; Ponciano Alvarez era oriundo de San Andrés Totoltepec; Julio y Andrés Alquisiras eran de Tepepan.

Enlazando con los mencionados, con los jefes poblanos y con los morelenses, se hallaban Everardo González, nativo de Juchitepec, Estado de México; Vicente Rojas, originario de Achichipico, Morelos, y Trinidad Tenorio, oriundo de Amecameca. Operaban en sus comarcas, pero con frecuencia se unían para llevar a cabo incursiones desde Texmelucan, Estado de Puebla, hasta Tepetlixpa, Ozumba, Amecameca, Chalco, Texcoco, Teotihuacán y Zunpango, del Estado de México. También las incursiones las hacían en el Distrito Federal, uniéndose a los jefes arriba mencionados; naturalmente que de ellas muy poco llegó a decir la prensa, pues era muy peligroso informar que actuaban fuerzas zapatistas cerca de la capital.

Con las fuerzas de González, Rojas y Tenorio estaban José Pineda, nativo de Ecatzingo; Quintín González, morelense, y Ambrosio López, firmantes del Plan de Ayala; al último se le encomendó pasar a la ciudad de México para imprimir dicho documento, lo que hizo eficaz y discretamente.

El general Rafael Espinosa, otro jefe importante, tenía su campamento en Atzomba y operaba desde la región de Río Frío hasta los Estados de Tlaxcala y Puebla. El general Espinosa era culto, pues había hecho estudios preparatorios, y parte de profesionales, en la ciudad de Puebla.


Región y jefes poblanos

Los generales Eufemio Zapata y Francisco Mendoza habían extendido su acción al Estado de Puebla, en donde, subordinados a ellos, o bien bajo la dependencia directa del Cuartel General del Ejército Libertador, operaban los jefes Dolores Damián, Clotilde Sosa -firmante del Plan de Ayala, que después se pasó al constitucionalismo-, Guadalupe Lucero Bravo, Mucio Marín, Gabino Lozano Sánchez, Agustín Cortés, Juan Uvera, Vicente Leyva, Lucas Mora, Margarito Aguas, Bonifacio Gaspar, Dolores Oliván, Amador Acevedo, Margarito Martínez, Clemente Acevedo, Fortino Flores, Revocato Aguilar, Jesús Alcaide, Jesús Chávez, Francisco Galván, Sabino P. Burgos, Fortino Ayaquica, Encarnación Vega Gil, Marcelino Alamirra y otros, cuyas fuerzas se hallaban esparcidas en los diez distritos que comprenden el poniente y sur del Estado; Huejotzingo, Cholula, Atlixco, Tecali, Tecamachalco, Matamoros, Tepeji, Chiautla, Acatlán y Tehuacán, en donde a diario se combatía.


Región oaxaqueña

En la Mixteca, del Estado de Oaxaca, y teniendo como centro la población de Mariscala, del distrito de Huajuapan, operaba el general Miguel Salas, en un principio subordinado de Agapito Pérez. Las fuerzas de Pérez, y las de Salas más tarde, se extendieron por casi todo ese distrito y enlazaban con las de Guadalupe Lucero Bravo; quien tenía su campamento en Guadalupe Santa Ana, del distrito de Acatlán, Estado de Puebla. También enlazaban con las de los jefes Fortino Salgado, Cruz Pantaleón y Pedro Patrón, que operaban en el valle de Huamuxtitlán, del Estado de Guerrero.

Nos parece oportuno decir que al general Miguel Salas correspondió llevar a cabo, en la época revolucionaria, la reivindicación de las tierras de la hacienda de La Pradera, cercana a Mariscala.

En el mismo distrito de Huajuapan fueron apareciendo Jerónimo Olarte, Froylán Villagómez, Julián Nila y Antonio Castillo, cuyas fuerzas enlazaban, especialmente, con las de la región poblana.

Agapito Pérez, a quien hemos aludido, decidió operar en el distrito de Silacayoapan, estableciendo su campamento en Calihualá y tenía como a uno de sus subalternos a Mariano González, originario de Justlahuaca, en donde actuaba.

En ambos distritos -Silacayoapan y Jusdahuaca- operaba Federico Burgoa, quien era originario de Silacayoapan; en la época a que nos estamos refiriendo tenía el grado de general brigadier y contaba con numerosos subalternos diseminados en la región.

En el distrito de Putla se encontraba Mariano Romero, nativo de la región guerrerense conocida por Costa Grande; con él operaban Donaciano Astudillo y Antonio Ramírez, a quienes se unieron Mario Ferrer y Sabás Crispín Galeana, indígena puro, quien domina, pues vive, los dialectos de la región.

En el distrito de Pinotepa, con campamento en Huaxolotitlán, de donde era originario, se hallaba Juan Francisco Baños, a cuyas órdenes estaban Alberto Rodríguez Méndez y Fidel Baños. Este fue extendiendo sus actividades al distrito de Jamiltepec, por lo que, con excepción de Pinotepa Nacional y la zona que lo rodea (que se hallaba en poder de Juan José Baños, quien había abrazado el constitucionalismo), toda la región comprendida en los dos distritos mencionados estaba dominada por los jefes que hemos nombrado al principio.

Como posiblemente no volveremos a ocuparnos de estos luchadores, conviene referir que en el mes de agosto de 1915 el ya general Alberto Rodríguez Méndez atacó el puerto de Minizo y murió combatiendo contra el batallón constitucionalista Belisario Domínguez que comandaba Pablo Villanueva. El cadáver fue llevado a Pinotepa de don Luis, en donde permaneció colgado hasta que sus subalternos hicieron un empuje para rescatarlo. Por la desaparición de Rodríguez Méndez asumió el mando el ya general Fidel Baños, quien hasta su muerte, acaecida en 1918, fue jefe de las fuerzas agraristas en la costa de Oaxaca.

En el distrito de Tlaxiaco y sus limítrofes operaba Ignacio M. Ruiz, originario de Chalcatongo, quien contaba con grandes simpatías en la región y tenía entre sus subalternos a Carlos Oseguera, cuyo campamento estaba en Itundujia; a Manuel Santiago, quien residía en Tlaltongo; al profesor Leopoldo Morales, cuyo centro estaba en Tamazola, y a Angel González Onega, quien acampaba en Teozalco.

Teniendo como centro Coixtlahuaca, de donde era originario, y extendiéndose por los distritos de Teposcolula y Nochistlán, se hallaba Manuel MartÍnez Miranda, cuyas fuerzas operaban en combinación con las de los distritos de Teotitlán y Cuicatlán. Entre los subordinados de Martínez Miranda estaban: Luis Espinosa, originario de Tepelmeme; Isauro Guerra, oriundo de Juchitán, y Juan S. Carrera, nativo de Concepción Buenavista.

Juan Ramírez estaba en Yanhuitlán y Albino Cerrillo estableció su campamento en Tamazulapan un poco más tarde.

Juan S. Carrera formó después lo que se llamó la Octava Brigada Mixteca; Cerrillo trasladó su residencia a Tlaxiaco, y en 1920 combatieron ambos en Rinconada y Aljibes al lado del general Luis T. Mireles.

En La Cañada, región que abarca parte de los distritos de Teotitlán y Cuicatlán, y teniendo como base San Martín de los Cués, estaba Teodomiro Romero, quien encabezaba las fuerzas que habían pertenecido al general maderista Manuel Oseguera, muerto en la prisión militar de Santiago Tlaltelolco, en la ciudad de México.

Entre los subordinados de Romero estaban: Joaquín del mismo apellido, Manuel Lezama y Pedro García, residentes los dos últimos en San Antonio Nahuatipac, poblado que se halla en los límites de Puebla y Oaxaca. También citaremos a Adalberto Reyes Gil y a Enrique Martínez, cuyo centro estaba en Tecomavaca. Todos ellos extendían su acción: por una parte, a la Mixteca, y por la otra, hacia la sierra.

No pasaremos por alto a María Lezama, originaria de Teotitlán del Camino, valiente y activa propagandista.

Las fuerzas de La Cañada y las Mixtecas, de Martínez Miranda, incursionaban hasta la sierra de Huautla, uniéndose a las de Pedro Fierro, quien residía en San Bernardino. Esta población está en la cuesta del mismo nombre, sobre el camino que va de Teotitlán. Todas esas fuerzas enlazaban con las de Juan Hernández, nativo de San Antonio Eloxochitlán, pueblo que era su centro de operaciones.

En la misma sierra operaban el general Guadalupe Parra, originario de Huautla, y Germán Alta, a cuyas órdenes estaba Tiburcio Cuéllar. En Coyamecalco y Santo Domingo tenían sus campamentos Adolfo y Sotero Carrera. Todos ellos, unidos a Juan Hernández (a cuyas fuerzas pertenecía Pantaleón Guisasola), dominaban la vasta región comprendida por los municipios de San Jerónimo, Santa Cruz, San Mateo, Mazatlán, Huautla y Chilchotla, y enlazaban con el jefe Olivares, de Soyaltepec.

Melesio Cavanzo tenía su centro de operaciones en San Pablo Zoquitlán, del distrito de Tehuacán, Estado de Puebla. Bajo sus órdenes estaban, entre otros, Evodio Cortés Bravo, Antonio Ortiz, Alberto de la Vega, Delfino y Carmen Puertos, Eliseo Olmos, Herminio y Ernesto Garzón, quienes se extendían en la vasta zona comprendida por el distrito de Tehuacán, del Estado de Puebla; el cantón de Zongolica, del Estado de Veracruz, y el distrito de Teotitlán del Camino, del Estado de Oaxaca.

Al ocuparnos de los jefes revolucionarios de Veracruz, y por haber estado su radio de acción relacionado con esa entidad, mencionaremos a algunos de los jefes oaxaqueños que operaban en el distrito de Tuxtepec.


Marcial E. Hernández

En el cantón de Orizaba, del Estado de Veracruz, y en comunicación con las fuerzas que operaban en Zacatlán, del Estado. de Puebla -a las que repetidas veces se unio-, se hallaba Marcial E. Hernández, revolucionario de extracción maderista de quien conviene decir algo, pues por su cuna humilde y la sencillez de su carácter es uno de los más olvidados luchadores.

Se unió al movimiento maderista el 20 de diciembre de 1910, poniéndose a las órdenes de don Panuncio Martínez, al mismo tiempo que muchos de sus conocidos y amigos se unieron a Camerino Z. Mendoza, Rafael Tapia, Cándido Aguilar y Rutilo Caloca.

Al triunfo de la causa maderista se le licenció, como a tantos otros; pero se requirieron de nuevo sus servicios a partir del 19 de agosto de 1912, fecha en que Máximo Bello se apoderó de La Perla. En su persecución anduvo hasta el 28 de septiembre del mismo año, en que el general Rafael Tapia consideró innecesarios sus servicios por haber destruido a la fuerza de Bello. Este pudo rehacerse, y con sus nuevos elementos se presentó en Orizaba el 28 de febrero de 1913, reconociendo al gobierno de Huerta y poniéndose a sus órdenes.

A pesar de ese acto, y aprovechando una salida suya hacia las poblaciones que circundan el Pico de Orizaba, se le llamó a San Juan Coxcomatepec con el pretexto de celebrar una conferencia con el presidente municipal; allí fue hecho prisionero por órdenes del entonces coronel Gaudencio de la Llave, quien lo fusiló, e hizo lo mismo con el hermano de Máximo Bello, que había quedado en Orizaba al frente de las tropas de ambos.

En abril de 1913, Marcial E. Hernández hizo un viaje al Estado de Morelos para ponerse en comunicación con el general Zapata. y tomó parte en el ataque a Jonacatepec, que culminó con la derrota de las fuerzas que estaban al mando del general Higinio Aguilar. Supo entonces que el cuartel general del Ejército Libertador había ya comisionado al coronel Pedro Hernández para que levantara fuerzas en el Estado de Veracruz. Volvió al lugar de su residencia y no tuvo que esperar mucho la invitación que le hizo el coronel Hernández, a cuyas órdenes se puso inmediatamente, junto con los tenientes coroneles Rafael Vázquez y Quirino Pérez, los capitanes primeros Evaristo González y Modesto Morales y los tenientes Luis Contreras y Felipe Herrera. Tenía entonces el grado de capitán primero, con el que reanudó sus actividades revolucionarias, ahora bajo la bandera del Plan de Ayala. Los hombres con que contó llegaron a constituir una fuerza respetable, al frente de la cual tuvo diversas acciones que merecieron su ascenso hasta general de división en las filas del sur.


Región veracruzana

En un polígono que une a Córdoba, Huatusco, Paso de Ovejas y Manga de Clavo para volver al punto de partida, tomar hacia Omealca, seguir la corriente del río Blanco hasta la altura de Cotaxtla, cruzar esa población hasta Soledad de Doblado y continuar hacia el oriente para cerrar la figura con las costas de Sotavento y Barlovento; en ese polígono operaba Constantino Galán, quien era de ascendencia española y tuvo como principales subalternos a Basilio Campillo (de la misma ascendencia), a David Cózar y a Eduardo de Loyo.

Constantino Galán había abrazado la causa del señor Madero a fines de 1910, y con mando de fuerzas le sorprendió el cuartelazo de la Ciudadela; pero haciendo honor a su extracción revolucionaria, se sublevó en Morelos al ser llevado por Gaudencio de la Llave.

Volvió al lugar de su procedencia acompañado del coronel Rocha, y al frente de sus fuerzas, que reconocieron el Plan de Ayala como bandera, eXtendió su radio de acción en la comarca que hemos descrito al principio. De paso, diremos que el coronel Gaudencio de la Llave tenía entre sus antecedentes haber mandado el batallón Zaragoza, que el 18 de noviembre de 1910 atacó a Aquiles Serdán en la ciudad de Puebla.

Tomando como punto de partida la población de San Lorenzo, que está cercana a la ciudad de Córdoba; siguiendo hacia Tlalixcoyan hasta las cercanías de Alvarado, y del mismo San Lorenzo hasta Manga de Clavo, se abarca la región en que de ordinario operaban los hermanos Pedro y Clemente Gabay.

Estos se habían levantado en armas a fines de 1910 en favor del señor Madero. en cuya administración formaron parte de las fuerzas rurales integradas por insurgentes que no fueron licenciados. En esa situación se hallaban al surgir el gobierno usurpador; pero inconformes con él, sólo esperaban el momento oportuno para rebelarse, habiendo llegado esa ocasión cuando se les incorporó a la brigada del ya general Gaudencio de la Llave, la cual se envió al Estado de Morelos para combatir al general Zapata. Con los hombres y elementos de combate que tenían se pusieron a las órdenes del caudillo del sur, quien determinó que volvieran a la región de su procedencia para extender el movimiento agrarista.

Entre los subalternos de los hermanos Gabay estaban Gonzalo y José Lagúnez, Julio Tomás Villegas y Arturo Campillo Seyde. Este último fijó su residencia en San Lorenzo, cercano a Córdoba, como hemos dicho; los hermanos Lagúnez tenían su campamento en la región de Tlalixcoyan y Piedras Negras; pero, además, los hermanos Gabay contaron con fuerzas en la región de Los Tuxdas.

En la sierra de Acayucan, cantón del mismo nombre, extendiéndose hasta San Juan Evangelista -que después se llamó Santa Ana Rodríguez, en memoria de Santanón-, operaba Nicanor Pérez, otro maderista que también se sublevó en Morelos. Al reasumir su actitud rebelde siguió operando en la región, pero por la causa del sur, hacia la cual estuvo fuertemente inclinado desde el principio de su vida revolucionaria.

En la misma sierra estaba Guadalupe Ochoa, quien, sin abrazar la causa suriana, frecuentemente se unía a los revolucionarios de esa filiación porque a ello le ligaban sus antecedentes maderistas.

En el cantón de Minatitlán se hallaba Cástulo Pérez, también maderista. Al mediar el año 1913 volvió a empuñar las armas; pero como desde el principio sus actividades habían tenido fuerte inclinación agrarista, reconoció como bandera el Plan de Ayala y como jefe al general Zapata, por quien luchó hasta la muerte del caudillo, en 1919. En este año se unió a Félix Díaz, quien le solicitó insistentemente. Entre sus subalternos contaba a Alvaro Alor Díaz.

En la región de Los Tuxdas operaba el general de brigada Raúl G. Ruiz, quien se había levantado en armas el 14 de junio de 1911, en Atoyac, Estado de Veracruz, en favor del señor Madero. El 9 de diciembre de 1913, en Axochiapan, Estado de Morelos, sublevó un batallón y un regimiento de la brigada de Gaudencio de la Llave, quien, como hemos dicho, iba a combatir a las fuerzas del sur. Inmediatamente se puso a las órdenes del general Emiliano Zapata, y con todos los elementos que tenía regresó a su región, en donde operó hasta la terminación de la lucha, siempre fiel a su bandera, y le correspondió repartir las tierras de la hacienda de Tocuila en el mes de agosto de 1920.

En la misma región de Los Tuxdas revolucionaban Toribio y Abelardó Gamboa, quienes también habían formado parte de las legiones maderistas e integraban las fuerzas rurales. Se sublevaron en Morelos al mismo tiempo que el general Raúl G. Ruiz.

En la región comprendida por Omealca, Tierra Blanca, Acula, Cosamaloapan y Otatitlán, del Estado de Veracruz; Acatlán de Pérez Figueroa, Amapa, Tuxtepec y Playa Vicente, del Estado de Oaxaca, operaba Juan Prieto. Era originario de Otatitlán, y antes de su actuación revolucionaria estaba anotado como inquieto en las listas de la jefatura política del distrito. Denunciado por Juan Adano, el jefe político de Cosamaloapan mandó que lo aprehendieran y lo consignó al servicio de las armas. Al cumplir los tres años de enganche en las filas federales regresó a su región natal; pero nuevamente se le aprehendió, y en esta ocasión fue enviado al barco Zaragoza, de donde pasó a la Escuela Naval como corneta. Esa era su situación al principio de 1911; mas deseando tomar parte en la lucha maderisra desertó de las filas federales y se incorporó a las fuerzas de Sebastián Ortiz, de quien luego hablaremos.

Al triunfo del señor Madero quedó formando parte de un cuerpo de rurales, del que se retiró para unirse a Adolfo Palma, participando, desde luego, en un ataque a Tuxtepec, guarnecido por federales al mando del teniente Fausto Moder, quien, como todos sus subalternos, salió herido en este hecho de armas. Se segregó de Palma y fue a unirse a Ricardo López, de quien tuvo que separarse cuando se presentó la escisión entre constitucionalistas y convencionistas, pues tomó este último partido. Entre sus principales subalternos contó a Tomás Gutiérrez, Ignacio Valadez, Lucio Borges, Luis Fabián y sus hermanos Mateo y Porfirio.

Con el curso de los ríos Papaloapan y Tesechoacán puede señalarse la región en que operaban Moisés Vidal y Agustín López. Más tarde, cuando don Panuncio Martínez asumió el mando de las fuerzas revolucionarias de la región, por haber abrazado la causa suriana, Agapito López quedó con las fuerzas de los primeramente citados, pues Moisés Vidal fue nombrado jefe del Estado Mayor del general Martínez.

No pasaremos por alto la actuación de Higinio Galván, quien operaba en la comarca de San Cristóbal Llave y se unió más tarde a las fuerzas del general Panuncio Martínez.

Adolfo Palma operaba en la región de Ojitlán, Estado de Oaxaca, y en la limítrofe del Estado de Veracruz. Al finalizar el año 1914, cuando se entabló la lucha entre constitucionalistas y convencionistas, se unió a los primeros.

Hemos mencionado a Sebastián Ortiz y diremos ahora que si en el tiempo a que nos estamos refiriendo ya no existía Ortiz, en cambio, como un homenaje a su memoria, debemos asentar que fue uno de los mártires del agrarismo. Se había pronunciado en Ojitlán, Estado de Oaxaca, en 1911, y al triunfo de la causa maderista estuvo alejado de toda actividad revolucionaria y política. En 1913 se disponía a levantarse en armas en la misma población cuando fue delatado y aprehendido. Se le condujo a la ciudad de Oaxaca y se le fusiló sin formación de causa y sin haberle quitado de sus brazos las fuertes ligaduras que le pusieron en el momento de su aprehensión. Todos sus preparativos los había hecho de acuerdo con el general Zapata, con quien se comunicó a raíz de la muerte del señor Madero.

Ya por aquellos días se tenía como un hecho que el general Panuncio Martínez se uniría a las fuerzas del sur. No diremos que los datos fueran proporcionados por él, pero sí que en el cuartel general del Ejército Libertador se conocía el estado de sus fuerzas, los elementos de combate y los nombres de los jefes y oficiales que lo seguirían en su lucha en favor del Plan de Ayala.

El general Panuncio Martínez tenía una actuación liberal que lo había hecho salir del país y refugiarse en Guatemala, de donde regresó para rebelarse en Acatlán de Pérez Figueroa, Estado de Oaxaca, en 1911. En el mismo lugar volvió a proclamarse rebelde cuando reconoció como bandera el Plan de Ayala. Cabe decir que muchos de los revolucionarios veracruzanos que hemos mencionado, cultivaban amistad con don Panuncio Martínez y que todos lo conocían y estimaban. Debido a esta circunstancia pudo agruparlos bajo su mando al abrazar la causa del sur.

Aunque formaba parte de las fuerzas irregulares, sus inclinaciones eran bien conocidas de sus amigos, por lo que ayudó, en cuanto le fue posible, a quienes fueron sublevándose, pues acogió con simpatía su actitud rebelde. Vamos a mencionar a algunos de los jefes y oficiales subalternos del general Martínez al unirse al movimiento suriano, indicando, de paso, los lugares en que algunos murieron combatiendo: Cándido Morales, Ausencio Vela -muerto en Tierra Blanca-, Arnulfo Robles -muerto cerca de El Santuario-, Tomás Martínez -muerto en el puente de Omealca-, Pedro Velázquez, Eleuterio Treviño -muerto en San Cristóbal Llave--, Ricardo Valdivieso y Manuel López, quien se amnistió, y al hacerlo, pasó de capitán primero a teniente coronel.


Hilario C. Salas

El firme y tenaz Hilario C. Salas tenía, incuestionablemente, el historial más amplio de los luchadores veracruzanos que hemos mencionado hasta aquí.

Era originario de Chazumba, distrito de Huajuapan, Estado de Oaxaca, y había ido a Coatzacoalcos -hoy Puerto México- formando parte de una brigada sanitaria. El coronel Cipriano Medina, precursor muerto recientemente, conoció a Salas en 1904, a su llegada a Coatzacoalcos, y decía que era de carácter afable, de febril actividad y enamorado de los ideales libertarios. Por esta última cualidad buscó el contacto de las personas que como él pensaban, y con su concurso promovió la formación de un organismo que se llamó Club Liberal Valentín Gómez Farías.

El carácter de Salas y el empleo que desempeñaba le fueron propicios para hacer numerosos amigos y una activísima propaganda que, fuertemente apoyada por el club Gómez Farías, dió como resultado que se establecieran organismos similares al de Coatzacoalcos en la región istmeña, entre los que descolló el Club Liberal Vicente Guerrero.

Comisionado por el club Gómez Farías y sus similares de la región, Hilario C. Salas se puso en contacto con la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano -de la que ya hemos hablado-, y de la cual recibió el nombramiento de delegado.

Desde la fundación del club Gómez Farías, sus integrantes fueron objeto de persecuciones que se acentuaron con la publicación, el 1° de julio de 1906, del Programa del Partido Liberal Mexicano, reproducido íntegramente en el capítulo II de este tomo. Como la labor hecha había llegado a una fase decisiva, el 30 de septiembre de ese mismo año estalló en San Pedro un movimiento revolucionario del que no sin razón fue considerado jefe Hilario C. Salas, pues había logrado comprometer a cerca de mil hombres, en su mayoría habitantes de la sierra de Soteapan.

Conviene dar un antecedente de ese hecho trascendental. La sucesión Romero Rubio vendió a la Compañía de Petróleo El Aguila unos terrenos sobre los cuales aducían derechos los nativos de la sierra, pues se los daban sus títulos expedidos en la época colonial, que conservaban cuidadosamente. Indignados por el despojo, encontraron en Salas un sincero defensor; mas como no era posible alcanzar justicia en los tribunales les señaló el camino de la rebelión, único para llegar a la reivindicación de sus tierras. Por esto, el movimiento de que vamos a ocuparnos tuvo caracteres fuertemente agraristas.

Con parte de los hombres que logró sublevar -pues los dividió en tres grupos para operar sobre Acayucan, Minatitlán y Coatzacoalcos-, atacó la primera de las mencionadas poblaciones a las once de la noche del 30 de septiembre. Estaba a punto de tomarla cuando fue herido de gravedad, por lo que se hizo necesario llevarlo a lugar seguro, originando el hecho que las improvisadas y pésimamente llamadas fuerzas de Salas se retiraran.

Tres días después, el 3 de octubre, se llevó a cabo el levantamiento en Ixhuacán, en el cantón de Minatitlán, encabezado dicho movimiento por los señores Palemón Riveroll y Carlos Rosaldo. Se comprenderá que este levantamiento tenía estrecha conexión con el de San Pedro; mas fue sofocado por tropas federales destacadas al mando de Lamberto Herrera, quien procedió con extrema crueldad después del triunfo. No obstante el resultado, esas dos manifestaciones del ansia popular tuvieron enorme trascendencia, pues señalaron el comienzo de la etapa revolucionaria en Veracruz.

Hilario C. Salas y contados sublevados pudieron eludir la acción de las tropas federales y la de los jefes políticos. Volvemos a verlo en la ciudad de México, en el mes de octubre de 1910, en que, de incógnito, gestionaba la cooperación de sus correligionarios para un nuevo levantamiento que había encomendado preparar a Cándido D. Padua en la región comprendida por los cantones de Acayucan, Minátitlán y Los Tuxtlas.

Estaba a punto de estallar el movimiento armado con el que culminaría la agitación llevada a cabo por el Partido Antirreeleccionista y su candidato don Francisco I. Madero. La Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano, que no había dejado de funcionar, que observaba cuidadosamente la situación y que veía perfilarse el movimiento maderista, había hecho declaraciones en el sentido de que no celebraría pacto alguno con el señor Madero ni con su Partido por estimar que el programa del Antirreeleccionista era de tendencias meramente políticas, mientras que el del Partido Liberal Mexicano propendía a la implantación de reformas de tipo social. La misma Junta se dirigió a sus afiliados recomendándoles aprovechar la inmimente rebelión maderista para llevar a cabo otro impulso tendiente a la realización de las finalidades del abortado movimiento de 1906.

Hilario Salas salió de México hacia los Estados de Tlaxcala y Puebla en activísima propaganda más liberal que maderista, por fidelidad a su Partido y por íntima convicción, pues anhelaba que los problemas sociales, como el que originó el levantamiento de Acayucan, tuvieran una satisfactoria solución. Sin embargo, justo es decirlo, no desdeñó los trabajos ni la personalidad del señor Madero.

Aprehendido en 1911, se le condujo a la penitenciaría del Distrito Federal; pero fue puesto en libertad al triunfo de la causa maderista. En relativa quietud estuvo durante las administraciones de don Francisco León de la Barra y don Francisco I. Madero; mas volvió a la brega contra Victoriano Huerta, y firme en sus ideas, se unió con quienes más afinidad tenía y más dispuestos estaban a combatir con las armas al usurpador.


La proclama de Los Tuxtlas

Sin que pueda decirse que precisamente Salas fue el iniciador de la idea ni la fuerza dinámica que a todos impulsó a la rebelión, sí cabe afirmar que participó activamente en la preparación del movimiento y en la concurrencia de voluntades resueltas a enfrentarse al régimen usurpador. Con gusto vamos a reproducir la viril proclama lanzada por quienes con orgullo se definieron antihuertistas. He aquí el documento:

MEXICANOS:

En nombre de los grupos que representamos os manifestamos que con esta fecha empuñamos las armas para desconocer al gobierno interino del general Victoriano Huerta, emanado del cuartelazo de la Ciudadela el 10 de febrero del presente año; gobierno impuro que intenta restaurar el régimen dictatorial de Porfirio Díaz, que asesinó todas las libertades del pueblo mexicano, cuya restauración no debemos consentirla. En nombre del Derecho y de la Justicia y de esas libertades ultrajadas, levantamos la bandera roja de la rebelión, secundando el movimiento que mantienen nuestros hermanos del norte, cenrro y sur de la República.

Somos una fracción de ese pueblo tantas veces oprimido y humillado por los déspotas, caciques y tiranos del poder, que hemos luchado y hoy volvemos a la lucha y lucharemos por el triunfo de nuestros ideales contenidos en el Plan de San Luis Potosí, reformado en tacubaya y Villa de Ayala, y no depondremos las armas hasta no ver el derrocamiento de ese gobierno que ha manchado de lodo el nombre inmaculado de la Patria y la dignidad del pueblo mexicano ante las naciones extranjeras con la traición efectuada en la capital de México, o sea, el cuartelazo de la Ciudadela, traición jamás registrada en los anales de nuestra historia patria.

No luchamos por personalidades ni ambiciones personales, pues queremos que la revolución no sea simplemente un movimiento político en el que sólo se consiga el cambio de mandatarios, sino por una reforma social y política que contribuya al mejoramiento de todo nuestro país. Estamos convencidos de que las revoluciones de los caudillos siempre son dañosas para las naciones. Sostendremos, ante todo y sobre todo, los principios de nuestro programa revolucionario (el del Partido Liberal Mexicano), y estamos dispuestos a luchar contra todos los que dan vida a los gobiernos tiranos.

CIUDADANOS:

venid a engrosar nuestras filas libertarias, y todos tenemos obligación de luchar por la causa del pueblo, convenciendo a los soldados a que, lejos de empuñar las armas contra sus hermanos, vengan a nuestras filas, pues ellos son también oprimidos por los déspotas; ellos son hijos del pueblo, como nosotros; su deber es sostener la integridad y las instiruciones nacionales y no sostener a ambiciosos vulgares que han manchado con sus actos el querido nombre de nuestra patria.

CONCIUDADANOS:

Viva la Revolución. Abajo el gobierno del general Huerta.

Reforma, Libertad y Justicia.
Faldas del Volcán de Los Tuxtlas, junio 7 de 1913.
P. A. Carvajal.
Hilario C. Salas.
Miguel Alemán.
Teodoro Constantino Gilbert.
Felipe Leal.
Alejo Santos.
Sotero Vargas.
Onésimo Carvajal.
José Jáuregui.
Gregorio Molina.
Andrés Ortiz.
Marcelino Absalón Pérez.
Marcelino Gutiérrez.

Aunque el hecho de tomar las armas en contra del usurpador es muy encomiable, más digno y levantado resulta el objeto que perseguían los firmantes de la proclama. Desde luego, se ve que no acometieron la empresa por ciega imitación de lo que otros habían hecho y estaban haciendo en la República; tampoco lanzaron la proclama por la vacuidad de darse a conocer como rebeldes, sino con la intención, claramente expresada, de hacer constar, antes de que se disparase el primer tiro, que se lanzaban a la lucha con una orientación firme y que asumían una actitud revolucionaria bien definida.

El Partido Liberal Mexicano -al que la mayoría, si no es la totalidad, de los firmantes había pertenecido- les dió en su programa el vigoroso impulso hacia esa orientación. El Plan de San Luis Potosí, con las reformas de Tacubaya y de la Villa de Ayala, precisó la orientación, y todos juntos -programa, plan y reformas- pusieron en las manos de los rebeldes una bandera que enarbolar y principios que sostener y defender. Con sobra de razón dijeron, pues, que no se lanzaban a la contienda por el simple cambio de mandatario, sino por una transformación de la estructura social y la consiguiente modificación del orden político del país.

Este es el fondo de la proclama, el signo que. distingue a esos luchadores, cuyo número ya no interesa porque el objeto que buscaban es grande, es noble, es revolucionario.

Las necesidades de la campaña hicieron que no todos los firmantes de la proclama continuaran formando el mismo núcleo.

Sigamos a Hilario C. Salas. Como sus tendencias habían sido eminentemente sociales y particularmente agraristas, fue natural que se pusiera en comunicación con el general Emiliano Zapata, de quien recibió el nombramiento de general Brigadier, lo que no fue del agrado de algunos elementos que a Salas rodeaban, no precisamente por el origen del nombramiento, sino porque, desgraciadamente, había aparecido la envidia entre algunos de los nativos de la región debido al ascendiente que Salas ejercía en ella, si bien era la consecuencia de todos sus esfuerzos, de su carácter afable, de su incansable actividad y de la firmeza de sus convicciones.

Por los informes que cuidadosamente hemos recogido entre personas insospechables de que por intereses de grupo pudieran ocultar la verdad, sabemos que la envidia se recrudeció con la llegada del nombramiento a que hemos aludido, pues los envidiosos pensaron, fundadamente, que Salas afirmaría su situación. Ese pensamiento los llevó a interceptar su correspondencia con el Cuartel General del Ejército Libertador, y así cayó en manos que no eran las del destinatario, un pliego del general Zapata en el que designaba a Salas jefe del Movimiento Revolucionario en la región.

Si el nombramiento que había recibido no fue del agrado de los malquerientes de Salas, menos pudo serlo la designación de jefe. Determinaron, entonces, tenderle una celada en la que Salas cayó el 21 de febrero de 1914. Lamentable hecho que acabó con la vida de un ameritado idealista, de un tenaz luchador, cuyos hechos hemos resumido. con todo cariño en homenaje a su memoria.

A la muerte de Hilario C. Salas, sus fuerzas, en mayoría, se sumaron a las de Pedro A. Carvajal y Nicanor Pérez.


Luchadores tlaxcaltecas

Entre los revolucionarios tlaxcaltecas vamos a mencionar a dos generales: Honorato Teudi y Domingo Arenas. La actitud política del último fue sinuosa, pues ora aparentaba operar independientemente, ora figuraba entre los constitucionalistas, ora, en fin, como veremos documentalmente en su oportunidad, protestaba adhesión al general Zapata; pero su filiación agrarista fue firme, única e indiscutible; a ella debemos agregar sus dotes de organizador y su incansable actividad.


Roberto Martínez y Martínez

Es justísimo hablar sobre otro esforzado luchador que surgió en el Estado de Hidalgo: el general Roberto Martínez y Martínez.

Era originario de Actopan. Dedicado a la agricultura y al comercio, tuvo una posición bastante desahogada, pues las personas que mejor enteradas están de sus recursos económicos hacen ascender su capital a un poco más de medio millón de pesos, que en gran parte provenían de sus mayores. Esa posición que tuvo desde niño le permitió educarse, y su educación, unida a un carácter franco, le atrajo numerosos amigos y simpatizadores.

Fue adherente del Partido Liberal Mexicano, en cuyas filas dió muestras de una disposición para luchar por esos principios en cualquier terreno, y fue por esto por lo que, al comenzar el año 1911 y al lado de Gabriel Hernández, tomó las armas en favor del señor Madero.

Como maderista, puso al servicio de la causa su persona, el ascendiente que tenía en la región de su residencia, que era Ixmiquilpan, y sus recursos pecuniarios. Durante la lucha maderista obtuvo el grado de capitán primero, que siguió ostentando en la administración del caudillo.

Sus antecedentes liberales, su extracción maderista, sus lazos de amistad con Gabriel Hernández y sus opiniones públicamente expuestas reprobando el cuartelazo de la Ciudadela, lo señalaron como desafecto al régimen de Huerta, por lo que salió precipitadamente de la ciudad de México, en donde se encontraba.

Se dirigió a su Estado natal para levantar en armas a algunos hombres; pero no tuvo tiempo de hacerlo, pues se le buscaba con afán en la región de su residencia y en la de su origen. Valiéndose de personas de absoluta confianza, pudo ponerse en contacto con algunos amigos, sobre todo con quienes habían sido subordinados suyos en la lucha maderista, a quienes invitó a que se sublevaran. Convencido de que su estancia en Hidalgo no podía prolongarse, decidió salir temporalmente hacia los Estados Unidos, y aprovechó esta oportunidad para ponerse en contaCto con la Junta Revolucionaria que, según los informes que tenía, estaba funcionando en San Antonio, Texas.

Mientras tanto, algunos de los invitados a sublevarse hicieron armas en contra del usurpador, reconociendo a Martínez y Martínez como jefe inmediato, y al general Zapata, como jefe supremo. El general Nicolás Flores se había levantado en armas bajo la bandera constitucionalista, y sabiendo que Martínez y Martínez estaba en la vecina República del norte le encomendó su representación ante la Junta Revolucionaria. Muy honrado se consideró con esa representación, que procuró desempeñar satisfactoriamente, pero ello le impidió regresar a Hidalgo, como deseaba, para ponerse al frente de sus fuerzas, que jefaruraba a distancia y con las que estaba en constante comunicación. Su regreso coincidió con el término de la misión que había llevado al iniciador de esta obra cerca de algunos jefes norteños, y por esta circunstancia hicieron juntos el viaje.

Ambos llegaron a Jacala a principios de junio de 1914, cuando las fuerzas revolucionarias acababan de arrebatar la plaza al general José Pérez Castro, y en los rostros de los vencedores podía verse la satisfacción del triunfo. En Jacala estrecharon la mano del entonces capitán primero, y hoy general de brigada, Tito Ferrer y Tovar; de los coroneles Víctor Monter, Porfirio Rubio y Enrique Lara, así como del teniente coronel DeIfino Monter. También estrecharon la mano del teniente coronel José Rojas, perteneciente a las fuerzas del Ejército Libertador, quien, con los primeramente mencionados y bajo el mando del general Nicolás Flores, había colaborado en el ataque a la plaza.

Ya encabezando sus fuerzas e incorporado a las del general Nicolás Flores, cooperó Roberto Martínez y Martínez en la toma de Zimapán, que hasta el 24 de junio retuvo el entonces teniente coronel federal Alberto Orozco, hoy general brigadier del Ejército Nacional.

El 27 del mismo mes se tomó la plaza de Ixmiquilpan, donde había residido Roberto Martínez y Martínez. Allí se llevó a cabo una junta de jefes y oficiales, quienes, entre otros acuerdos, tomaron el de reconocer al mencionado Martínez y Martínez con el grado de coronel. El acta de esa junta se envió al Cuartel General del Ejército Libertador, que aprobó lo acordado y mandó expedir el nombramiento respectivo.

Sin pérdida de tiempo, las fuerzas revolucionarias marcharon a Actopan, que cayó en su poder, con lo cual pusieron en jaque Pachuca, capital del Estado, la que fue sitiada durante todo el mes de julio y que el 4 de agosto abandonó el general federal Agustín Sanginés. La plaza fue ocupada por las fuerzas sitiadoras, al mando del general Nicolás Flores.

Por la participación que al frente de sus fuerzas tomó en el sitio y ocupación de Pachuca, ordenó el general Zapata fuera ascendido al grado inmediato de general brigadier el coronel Roberto Martínez y Martínez, haciendo así justicia a uno de sus elementos en quien concurrian, además del valor y firmeza de convicciones, las cualidades de caballerosidad y honradez.

En un brevísimo resumen diremos que con el Estado de Morelos como epifoco del sismo agrarista y con la resonancia que tuvo en el Estado de Guerrero, el movimiento se había extendido a Oaxaca, Veracruz, Puebla, Tlaxcala, Hidalgo, el Distrito Federal, México, Michoacán y Jalisco; mas si se tiene en cuenta que los hermanos Cedillo sostenían el Plan de Ayala desde su levantamiento en San Luis Potosí, tendremos doce entidades en las que, bajo la bandera del Plan de Ayala, se estaba luchando contra Victoriano Huerta como problema político inmediato, y por el triunfo del ideal agrario como finalidad suprema de carácter social.


Batida a las fuerzas federales

Al principio de este capítulo dijimos que las actividades revolucionarias no habían decrecido en Morelos durante la ausencia del general Zapata, con motivo de las operaciones que culminaron con la caída del Estado de Guerrero. Añadiremos que después de la toma de Chilpancingo el jefe del Ejército Libertador se dirigió a todos los jefes morelenses, a quienes, con el manifiesto de Tixtla, envió sus instrucciones para encauzar la batida a las tropas federales, anunciándoles que serían llamados para enterarles de la parte que a cada quien correspondía realizar en el plan que se había trazado.

Vamos a ver el resultado que dieron esas órdenes del general en jefe.


En el Estado de México

El general Genovevo de la O se hallaba en Mexicapa el 7 de abril y allí recibió la comunicación del general Zapata. Con objeto de impedir que el enemigo atacara a sus fuerzas por la retaguardia en las operaciones que iba a llevar a cabo sobre plazas del Estado de Morelos, dispuso atacar a la fuerza federal que guarnecía Ocuilan, del Estado de México, y dió instrucciones al coronel Eulalio Terán para citar urgentemente a diversos jefes.

Fueron presentándose en Mexicapa, a partir de las nueve de la mañana del día 8, los coroneles Ignacio Fuentes, Jesús y Benjamín García, Antonio Silva, Juan Cervantes, José Vives Barona, Rosario Nieto y Marcos Pérez. Con las fuerzas que llevaron, el general De la O marchó, como a las tres de la tarde, hacia Toto, adonde llegó al obscurecer, y se le incorporaron las fuerzas del general Ireneo Albarrán Ayala, que estaban en la población, y las de los coroneles Isidoro Muñoz y José Zamora, que llegaron poco después.

Sin detenerse más tiempo del absolutamente necesario, el general De la O siguió su marcha hacia San Juan Atzingo, donde se le incorporaron fuerzas del general Francisco V. Pacheco y del coronel Inocencio Quintanilla. Como a las nueve de la noche se tuvo una junta para dar a conocer el plan de ataque y distribuir las comisiones, correspondiendo al coronel Inocencio Quintanilla atacar por el lugar conocido con el nombre de El Burrito; al coronel Isidoro Muñoz, por Santa Mónica; a los coroneles Marcelino Pulido y José Zamora, por Santa Ana; el general De la O, acompañado de los generales Pacheco y Albarrán Ayala, así como del coronel Marcos Pérez, atacarían por La Mesa; el punto denominado Quetzaltepec, lo cubrirían los coroneles Eulalio Terán e Ignacio Fuentes; por el sur combatirían los coroneles Jesús García y José Vides Barona; finalmente, se situaría el coronel Benjamín García en el punto llamado El Texcal de Totoltepec.

Inmediatamente después de haber dado las instrucciones del caso, el general De la O hizo que todas las fuerzas marcharan al cumplimiento de su cometido.

A las dos de la mañana del día 9, que fue la hora señalada, el coronel Isidoro Muñoz abrió el fuego sobre las trincheras del enemigo. Poco después se generalizó el combate, que con muy interesantes alternativas se prolongó durante la noche; pero fue decreciendo al mediar la tarde siguiente, pues por ambas partes iban faltando las municiones. A esa hora contaban las fuerzas atacantes veinte muertos y cincuenta heridos; pero las bajas del enemigo eran superiores y había entre ellas varios oficiales.

Esperaban los atacantes la orden de un asalto general, que con toda seguridad les hubiera dado la victoria; pero don Genovevo de la O refiere que, pensando en otros movimientos de mayor importancia, y habiendo conseguido debilitar al enemigo para que no fuera una amenaza a la retaguardia de sus tropas, ordenó la retirada paulatina y la reconcentración en San Juan Atzingo, lo que se efectuó a partir de las primeras horas de la noche sin que los federales hicieran el menor intento de persecución.

Dejando en Atzingo al general Pacheco con instrucciones de impedir cualquier movimiento del enemigo, marchó el general De la O hacia El Tato y de allí a Mexicapa, su punto de partida, en donde distribuyó algún parque entre las fuerzas de los coroneles Terán, García, Silva, Cervantes, Vides, Barona y Pérez. Luego se encaminó al campamento de El Tepeite, en donde volvió a distribuir parque entre sus fuerzas, con las que llegó a Las Trincheras de Santa María a las cinco de la tarde del día 11.

Inmediatamente se entabló un reñido combate, que duró hora y media; la victoria coronó los esfuerzos de los surianos, quienes se apoderaron de dos cañones de tipo ligero, algunas armas de infantería y cinco mil carruchos, que muy luego sirvieron en las acciones que definitivamente dejaron en poder de los revolucionarios los pueblos de Chamilpa, Ocotepec y Ahuatepec. Los atacantes permanecieron en la posición de Las Trincheras hasta las diez de la noche, hora en que se retiraron al campamento de El Tepeite.

En esas actividades estaban los luchadores de la región cuando surgieron los acontecimientos de que muy pronto nos ocuparemos.


Cuautla, Jonacatepec y Yautepec, en poder de la Revolución

Mientras el general De la O desplegaba las actividades que hemos narrado, en el distrito de Jonacatepec, del Estado de Morelos, el general Francisco Mendoza atacó a la guarnición de Axochiapan, haciendo que se retirara a El Quebrantadero, de donde fue desalojada; tomó el camino de Tepalcingo y tuvo que combatir en todo el trayecto. En Tepalcingo hicieron resistencia las tropas que allí había más las procedentes de Axochiapan; pero fueron desalojadas, se retiraron a Jonacatepec y se les persiguió hasta la estación Pastor.

Simultáneamente, el general Eufemio Zapata emprendió un recorrido desde Tlancualpicán hasta Tianguismanalco, Estado de Puebla. Atacó a los federales que estaban en Atencingo, Colón y Champusco. La fuerza que guarnecía la primera de las haciendas mencionadas tuvo que replegarse a Chietla; la que estaba en Colón se reconcentró precipitadamente en Izúcar de Matamoros, y la que guarnecía Champusco se retiró, combatiendo, a Atlixco. Los revolucionarios de la región que se incorporaron a don Eufemio y los que llevaba al iniciar su recorrido se aproximaron a Cholula sin combatir; retrocedieron desde ese punto para atacar a Los Frailes y a El Molino para interrumpir la comunicación ferroviaria entre Cuautla y Puebla.

Mientras tanto, el general Amador Salazar, unido a los jefes de la región, se dedicó a hostilizar a las tropas que estaban en Yautepec.

Estando en Guerrero el general Zapata, dió instrucciones al jefe de su escolta, general Maurilio Mejía, para que con elementos de dicha escolta y los que pudiera reclutar formara una fuerza dependiente del Cuartel General. Bien pronto quedó formada, pues el 14 de abril llevó a cabo su primera acción independiente, que consistió en atacar a la Villa de Ayala, cuya guarnición federal, tras una breve resistencia, se batió en retirada hacia la hacienda de Coahuixtla y de allí a Cuautla. No volvió a establecerse guarnición en la Villa de Ayala; ni siquiera lo intentaron los federales, pues lo que allí había acontecido estaba sucediendo en todas partes: como los federales no podían resistir la batida de que eran objeto, fueron reconcentrándose en las cabeceras de distrito.

Con las reconcentraciones empeoró la situación de las tropas huertistas, pues todo el campo quedó en poder de los revolucionarios, exceptuando algunos puntos que trataban de conservar a toda costa para vigilar las vías férreas y tenerlas expeditas como medio de aprovisionamiento y de escape, que presentían cercano. Los revolucionarios hubieran podido interrumpir la comunicación ferroviaria a pesar de esa vigilancia, pero tal cosa hubiera sido un gran quebranto para la población pacífica, cuyas condiciones no olvidaban.

Las circunstancias aconsejaban, y así lo dispuso el Cuartel General, que se llevara a cabo una acción consistente en asediar las plazas pcupadas por el enemigo, procurando quebrantarlo para asegurar el éxito de un asalto simultáneo en el momento oportuno. Para ese asalto se contaba con las fuerzas que en el Estado de Guerrero ya no tenían enemigo a quien combatir.

Una circunstancia hizo variar, en gran parte, el plan del general Zapata: recibió informes de que las tropas federales reconcentradas en Jonacatepec, Cuautla y Yautepec se estaban preparando para un movimiento de importancia, sin que pudiera precisarse cuál sería, debido al hermetismo de los jefes.

El 25 de abril se llevó a cabo el movimiento, que consistió en evacuar las tres plazas mencionadas. Las fuerzas de Jonacatepec, que estaban al mando del general Eduardo Ocaranza, se fraccionaron; parte de ellas tomó hacia Cuautla, para unirse a las que allí había, bajo el mando accidental de Federico Morales; otra parte marchó a Axochiapan, en donde permaneció pocas horas, pues salió para Atencingo. Las tropas de Yautepec, al mando del coronel Montes de Oca, se dirigieron a Cuautla, y todas las que allí había salieron en trenes hacia México, deteniéndose en La Cascada. Aunque débilmente, fueron atacadas en sü trayecto por las tropas morelenses; pero del 28 de abril al 4 de mayo sintieron el empuje de las fuerzas revolucionarias del Estado de México, que se situaron entre Tlacotitlán y Nepantla, al mando de los jefes Vicente Rojas, Trinidad Tenorio y Everardo González.

Así quedaron en poder de la Revolución tres de los seis distritos en que estaba dividido políticamente el Estado de Morelos. El Cuartel General designó entonces a los jefes de las plazas, correspondiendo: al general Maurilio Mejía, la de Cuautla; al general Amador Salazar, la de Yautepec, y al general Francisco Mendoza, la de Jonacatepec.

Naturalmente que nada dijo la prensa huertista acerca de estos acontecimientos. Hasta el 21 de mayo anunció que una columna iría a recuperar Cuautla, donde se hallaba el cabecilla Zapata con lo más peligroso de su banda. La nota puede referirse a don Eufemio, pues se estableció allí como jefe superior; pero la jefatura de la plaza se encomendó, como dijimos antes, al general Maurilio Mejía.

Veamos lo que sucedía en los otros tres distritos del Estado de Morelos.


La toma de Amacuzac

El 27 de marzo atacó el general Pedro Saavedra la plaza de Amacuzac, cabecera municipal del distrito de Tetecala, de donde era nativo.

La plaza estaba bien guarnecida por fuerzas del general Flavio Maldonado, de quien conviene decir algunas palabras. Era originario del Estado de Oaxaca y había ido a Morelos con las fuerzas de Juvencio Robles. Era valiente, inflexible en sus órdenes, y se había distinguido por la saña con que combatía a los surianos. Invariablemente sacrificó a los prisioneros que cayeron en su poder, y también a los vecinos pacíficos sobre quienes recaía una denuncia o se hacían sospechosos de estar en relaciones con los revolucionarios. Además, los pueblos guarnecidos por sus fuerzas estaban sumamente disgustados por la severidad con que trataba a sus moradores, a los que había impuesto, entre otras cargas, la de proporcionar gratuitamente pasturas para la caballada, pasturas que los vecinos tenían que entregar por turno riguroso, sin tomar en cuenta a los físicamente impedidos.

El ataque a la plaza de Amacuzac principió a las cinco de la mañana y se hizo más intenso a medida que el tiempo transcurría. Hacia las doce, esto es, tras de siete horas de combate, los federales se sintieron impotentes para continuar la resistencia, por lo que iniciaron la salida, que, no obstante lo bien organizada que estuvo, les reportó considerables pérdidas, pues los revolucionarios tenían todos los caminos cubiertos. Batiéndose desesperadamente, los federales tomaron hacia las lomas de San Gabriel, en donde se hicieron fuertes. En ese lugar recibieron de Puente de Ixtla los refuerzos que pidieron desde el principio del combate. Creyendo que con esos refuerzos podían dominar a los atacantes, iniciaron un movimiento que denotaba las intenciones de contramarchar y apoderarse de la plaza que poco antes habían perdido.

No les fue posible realizar lo que pensaban, pues los revolucionarios, al darse cuenta de la maniobra, cargaron sobre los federales e hicieron prisionero al jefe de la fuerza enviada de Puente de Ixtla, un coronel de nombre Apolonio que actuaba como lugarteniente del general Maldonado. Sobrevino la confusión, y mientras la fuerza de socorro se replegaba al lugar de su procedencia seguida por los derrotados de Amacuzac, los revolucionarios regresaron a la plaza conquistada.

Al lugarteniente del general Maldonado se le condujo a Chontlalcuatlán y se le pasó por las armas al día siguiente, esto es, el 28, sin que hubiera querido declarar ante el consejo de guerra ni decir siquiera su apellido.


Toma de Tetecala, Coatlán, Mazatepec y Miacatlán

El 10 de abril se inició un movimiento simultáneo sobre las plazas de Tetecala, Coatlán del Río, Mazatepec y Miacatlán por las fuerzas del general Gabriel Toledo.

Por tratarse de un revolucionario cuyo nombre no es muy conocido y por la importancia que tuvo el movimiento que vamos a narrar, creemos necesario decir quién era ese revolucionario. Nació en Mazatepec el 24 de marzo de 1882, y sus padres fueron Carmen Toledo y Crescencia Orihuela. Pasó su vida dedicado a las labores del campo, hasta que el 16 de agosto de 1913 se puso al frente de una guerrilla integrada por hombres de la región y se incorporó a las filas surianas.

Con esas fuerzas hostilizó a las tropas de línea y de los cuerpos de voluntarios que guarnecían las plazas de Tetecala, Miacatlán, Coatlán del Río y Mazatepec, así como las haciendas de Cocoyotla, Actopan, Santa Cruz Vista Alegre, Cuauchichinola y San Gabriel.

La extrema movilidad de su guerrilla, el acierto con que supo conducirla y el cuidado que tuvo para no exponer innecesariamente a sus hombres le dieron sonados triunfos, entre los cuales figura el del cerro de Las Cruces, en Tetecala, posición que los federales fortificaron cuidadosamente y que consideraban inexpugnable. Sigilosamente llegó Toledo hasta las trincheras, y sin que sus ocupantes ofrecieran resistencia, debido a la sorpresa, fueron entregando las armas y municiones que tenían. Este acto lo llevó a cabo en el mismo mes de agosto en que se sublevó. Con los elementos de combate quitados al enemigo en esa y otras acciones posteriores armó a nuevos integrantes de su guerrilla, la cual fue transformándose en un núcleo respetable que siguió operando en la región. El general Zapata, para estimular a este revolucionario y a quienes lo seguían, le confirió, sucesivamente, los grados de coronel y general brigadier. Sus fuerzas, que fueron aumentando rápidamente, estaban distribuídas en la región mencionada al principio.

Para llevar a cabo el movimiento que anunciamos, previamente se valió de algunos amigos y conocidos suyos que formaban parte de los cuerpos de voluntarios que estaban a las órdenes del general Flavio Maldonado. Astutamente deslizó entre dichos cuerpos a algunos subordinados suyos, a través de los cuales fue realizando una hábil labor de convencimiento, cuyo resultado fue que una mayoría se dispusiera a rebelarse, pasándose a las filas agraristas.

Así las cosas, llegamos al 10 de abril, en que durante la noche se sublevaron los voluntarios que guarnecían Mazatepec, tierra natal de Toledo. Siguieron su ejemplo los de Tetecala, Miacatlán y Coatlán del Río, sirviendo la presencia de las fuerzas revolucionarias, que se situaron en las inmediaciones de esas plazas, para presionar a los comprometidos voluntarios, quienes, ya en franca rebelión, marcharon a Cacahuamilpa, población guerrerense situada en los límites del Estado de Morelos. Allí dejaron a sus familias bajo la protección de un destacamento y regresaron para cooperar en el ataque a los federales, que se habían reconcentrado y que estaban organizándose en Tetecala.

Las fuerzas de Toledo, que continuaron distribuídas en la región, fueron, a su vez, acercándose a Tetecala, y unidas a los ex huertistas, ahora bajo el mando de aquél, hicieron sentir su presencia. Esto bastó para que los federales evacuaran la plaza en la mañana del 27 de abril, replegándose a la hacienda de San Gabriel y a Puente de Ixtla, plaza esta última en la que tenían su matriz las tropas del general Maldonado. Hacia dicha plaza, y bajo el mando de Bonifacio Reynoso, fueron enviados los voluntarios que no habían secundadó la rebelión.

Con la pujanza de las fuerzas del general Pedro Saavedra y la audaz acción del general Gabriel Toledo, quedó en poder de la Revolución el distrito de Tetecala.


Muerte de Gabriel Toledo

Sin pérdida de tiempo, pues comenzaron a movilizarse el día 28, las fuerzas revolucionarias marcharon a Puente de Ixtla; mas antes de narrar lo que allí aconteció conviene que digamos cuál fue el fin del inquieto, tenaz y astuto Gabriel Toledo.

Teniendo que atender numerosos asuntos de la región en que operaba, encomendó el mando de sus fuerzas a Tomás Peralta y se dirigió a Miacatlán, en donde permaneció hasta la caída de la tarde del 28. Se encaminaba a Mazatepec, cuando el grupo que formaban él y su escolta fue visto por otro grupo de revolucionarios, encabezado por el coronel Conrado Rodríguez, quien caminaba en sentido contrario. Como la incierta luz no permitÍa percibir bien a quienes se aproximaban al grupo de Rodríguez, uno de los componentes disparó sobre Gabriel Toledo, hiriéndolo mortalmente.

Por su escolta y la de Conrado Rodríguez fue llevado a Mazatepec, donde dejó de existir el día 29, con lo que el movimiento suriano perdió a uno de los luchadores en cuyas manos estaba, fresco aún, el laurel conquistado.


Ocupación de Puente de Ixtla

Los federales sólo conservaban en la región la plaza de Puente de Ixtla, población que políticamente pertenecía al distrito de Jojutla y en donde, como hemos dicho, tenían su matriz las fuerzas del general Flavio Maldonado. Para desalojarlos de esa plaza, el 30 de abril le pusieron sitio las fuerzas de los generales Pedro Saavedra, Raymundo Bastida y Gabriel Toledo, ahora bajo el mando de Tomás Peralta. Con esas fuerzas cooperaron las de los coroneles Jesús Tapia, Felipe Beltrán, Juan Lugo y Tomás Peralta (homónimo del anterior), que para distinguirlos diremos que éste era originario de Coxcatlán, Estado de Guerrero, y aquél era nativo de Mazatepec.

Teniendo Maldonado que enfrentarse a las fuerzas morelenses, así como a las del Estado de Guerrero de las que, indudablemente, sabía que se estaban aproximando para cooperar en la campaña de Morelos, decidió no resistir en Puente de Ixtla, por lo que rompió el sitio y se dirigió a Jojutla, siendo atacado desde su salida hasta Tequesquitengo.

Las fuerzas revolucionarias marcharon entonces a la hacienda de San José Vistahermosa, y luego, a San Nicolás Obispo.


La toma de Jojutla

El 13 de marzo había ocurrido en Jojutla la sublevación del 7° regimiento de línea, cuyo jefe era el general Florencio Alatriste, quien fue fusilado por sus mismas tropas en unión del mayor Luis Rodríguez, del capitán Guevara y del teniente Tomás Rodríguez, por negarse a secundar el movimiento que dichas tropas y la oficialidad habían determinado llevar a cabo.

La sublevación era sintomática del estado de ánimo en que se encontraban las fuerzas federales, a las que cada vez se les exigían mayores sacrificios y perseverancia en una lucha que irremisiblemente estaba perdida. Para recuperar la plaza e imponer severo castigo a los sublevados fueron destacadas varias corporaciones federales al mando de los jefes José Soberanes, Adolfo Montes de Oca y Flavio Maldonado; pero los sublevados evacuaroñ Jojutla porque estimaron imprudente la resistencia, y se unieron a los revolucionarios.

Cuando los mencionados jefes federales creyeron consolidada la posición de Jojutla regresaron con sus fuerzas a los lugares de su procedencia, excepción hecha del 7° regimiento irregular, que estaba al mando del teniente coronel Fernando Hernández, que permaneció guarneciendo la plaza.

Había transcurrido aproximadamente mes y medio desde escos acontecimientos, cuando el general Maldonado tuvo que volver a Jojutla como consecuencia de la evacuación de Puente de Ixtla. Arribó a la plaza el día 19 de mayo; pero pocas horas después fue atacado por fuerzas revolucionarias, entre cuyos jefes estaban los generales Eufemio Zapata, Jesús Capistrán y Lorenzo Vázquez bajo el mando directo del general Emiliano Zapata; quien se situó en el camino que de Jojutla conduce a T!aquiltenango.

La duración de ese hecho de armas fue de diez horas, aproximadamente, a partir de las cuatro de la mañana, en que se rompió el fuego simultáneamente por Tlaquiltenango y Panchimalco.

El mando de los federales lo tuvo el general Maldonado, por ser el de mayor graduación. La mayor resistencia la ofrecieron las tropas que guarnecían la plaza, pues las que habían llegado estaban quebrantadas; pero, no obstante, hicieron todos los esfuerzos que les pidió su jefe, quien hacia las dos de la tarde organizó la salida hacia la hacienda de Zacatepec.

Efrén Mancilla, que había tomado parte en el combate al frente de sus fuerzas y del sublevado 7° regimiento, se situó en el camino de Jojutla a Zacatepec, conocido con el nombre de El Callejón, con órdenes de impedir cualquier movimiento de retroceso de los federales. El general Zapata dispuso sitiar a los refugiados en Zacatepec y ordenó que el general Modesto Rangel ocupara un punto al norte de la hacienda de Treinta para impedir que el enemigo huyera hacia Cuernavaca. Igualmente ordenó al general Antonio Barona que se situara en otro punto al sur de la mencionada ciudad de Cuernavaca, para impedir el paso de refuerzos a los sitiados de Zacatepec.

Podemos pormenorizar la toma de Jojutla, y sería oportuno mencionar a jefes que bizarramente se batieron. Igualmente podemos describir acciones como la de Tetecalita, llevada a cabo por el general Barona en cumplimiento de la comisión que se le confió; pero se impone la brevedad porque nos quedan muchos asuntos que tratar.

Con la pérdida de Jojutla se redujo considerablemente la extensión ocupada por los federales, pues sólo conservaban una mínima parte del distrito de ese nombre y otra parte del distrito de Cuernavaca, con esta ciudad como centro.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO IV - Capítulo VI - La batalla de ZacatecasTOMO IV - Capítulo VIII - La ocupación de Veracruz por los norteamericanosBiblioteca Virtual Antorcha