Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO III - Capítulo IX - Algunos actos del huertismoTOMO III - Capítulo XI - Manifestaciones agraristas en las filas del constitucionalismoBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO III

CAPÍTULO X

CÓMO PENSABA EMILIANO ZAPATA HACE TREINTA AÑOS


Cuando hemos visto en capítulos anteriores que el usurpador, con la complicidad de ciertos hombres llamados de ideas, estaba consagrado a forjar las cadenas que la Revolución quiso romper; cuando hemos visto que no bastaban para deshacer el hielo de la indiferencia los ardorosos ejemplos de los corazones bien puestos; cuando hemos visto a la juventud ofrecer de buen grado la cerviz; cuando hemos visto que ni la militarización de la niñez fue suficiente para arrancar un grito de protesta de los pechos tibios y resignados de los padres; cuando hemos visto cómo pensaban los intelectuales -salvo contadas excepciones- colectivamente enfermos de cobardía e individualmente intoxicados de ciencia libresca que los apartaba de la realidad de la vida; cuando hemos visto a la prensa agasajando al usurpador, y a los reporteros esperando en las antesalas ministeriales la consigna para estamparla con una fidelidad servil y una humildad ciega, es fuerza ver cómo pensaba el general Emiliano Zapata, cuyas huestes, a pesar de todas las invenciones y de todas las calumnias, eran un organismo vivo y en marcha que luchaba esforzadamente porque sus anhelos se cumplieran, porque sus principios se aquilataran y se convirtiesen en fórmulas sociales y humanas.

Síntesis de toda la lucha, resumen de los anhelos, recopilación de sentimientos, es un manifiesto que el general Zapata lanzó a la Nación el mes de octubre de 1913, que vamos a reproducir íntegro porque respondió vigorosamente al momento histórico en que fue lanzado y porque, a pesar que de ello hace treinta años, no pierde aún su actualidad. Hoy, que los hechos se miran a distancia y que principia la época de las investigaciones, es fuerza dar a los pensadores un tema de meditación. Hoy, que la prensa -sin dejar la reaccionaria de llamar bandidos a los surianos- ya no arroja sobre nosotros la lluvia de denuestos de aquellos días, es necesario poner ante los ojos de la sociedad los pensamientos del general Zapata, porque es de estricta justicia dejar caer sobre la tumba de aquel hombre una de las rosas que él pedía para los que sucumbieran en la lucha que sin claudicaciones, sin vacilaciones, sin desvíos, supo sostener.

Mas antes de reproducir el documento histórico, es conveniente enmarcarlo con la situación general de aquellos días, para que puedan comprenderse mejor los pensamientos que encierra y sentirse mejor las aspiraciones que palpitan.


La situación política

El gobierno de la usurpación había fijado el mes de octubre para las elecciones de Presidente y Vicepresidente de la República, y con ese motivo, los partidos políticos habían entrado en actividad desde septiembre, creyendo que la libertad de spfragio era ya una conquista definitiva y que la función electoral revestiría las mismas características que había tenido al triunfo del movimiento de 1910.

Como aparecieran algunos motivos de duda, los periodistas acudieron a Huerta para preguntarle si, en efecto, se llevarían a cabo las elecciones según el compromiso por él contraído. Huerta contestó afirmativamente, agregando que su mayor deseo era que la Nación entera sufragara dentro de la ley para demostrar su voluntad, de la que sería respetuoso. Le interrogaron si tenía algún candidato o si se había fijado simplemente en alguna persona para que continuase su política, a lo que repuso que no sólo no tenía candidato, sino que tampoco predilección por alguien, pues que su papel debía ser el de la más absoluta imparcialidad. Como rotunda ratificación a sus palabras, añadió que dejaría en absoluta libertad a los partidos políticos para que lanzaran las candidaturas que quisiesen y para hacer los trabajos inherentes, pues el gobierno se limitaría a vigilar, por medio de la policía, la conservación del orden, y sólo en el caso de perturbaciones que dicha policía no pudiera reprimir, intervendría el Ejército; pero sin papel de impositor político.

Eran demasiado democráticos esos conceptos para que fuesen verdaderos en Huerta. La farsa electoral estaba ya urdida y sin embargo muchos la ignoraban y hasta creyeron en la eficacia de las elecciones. Entre los candidatos que se presentaron, estuvo el señor licenciado don Federico Gamboa, designado por el Partido Católico y a quien Félix Díaz dirigió un cablegrama desde Neully-sur-Seine, que dice así:

Compláceme felicitarlo candidatura presidencial. Hombres así necesita amada patria.

Félix Díaz.

La contestación del señor Gamboa, fue la siguiente:

Muy agradecido por expresiva y noble felicitación que retórnole por idénticos motivos. Vencedor o vencido en los próximos comicios, hoy como ayer soy admirador y amigo.

Federico Gamboa.


La situación militar

La Revolución del Sur había irradiado de Morelos a los Estados de Puebla, Tlaxcala, Oaxaca, Guerrero, Michoacán, México, Hidalgo, Veracruz, San Luis Potosí y sin contar con otras Entidades en las que había núcleos que enarbolaban como bandera el Plan de Ayala, estaba a las puertas de la capital constituyendo una recordación constante de la demanda de Tierra y Libertad.

En el Norte, las armas constitucionalistas habían obtenido sonados triunfos y el movimiento avanzaba arrollador. El primero de octubre se apoderó de la importante plaza de Torreón el general Francisco Villa, y todo hacía suponer que éste y otros jefes harían una marcha victoriosa hacia el interior. La toma de Torreón tuvo tal importancia, que fue necesario ocultar de algún modo el fracaso de los federales, por lo que se redujo a prisión y fuertemente escoltado se condujo a la ciudad de México al huertista Eutiquio Munguía, para que respondiera del abandono de la plaza. El consejo de guerra al que se le sometió, se declaró incompetente para juzgar al general Munguía, el 14 de octubre. Era la consigna, pues en realidad no había tal abandono de la plaza; pero se quiso desviar la opinión pública.


La situación económica e internacional

El gobierno de la usurpación estaba en bancarrota. En vano gestionaba un empréstito exterior, pues diversas naciones no sólo no habían reconocido a ese gobierno, sino que fueron retirando a sus representantes, viéndose Huerta obligado a hacer otro tanto en reciprocidad diplomática. Se pensó en un empréstito interior y se hizo que una comisión de patriotas yucatecos propusiera que a prorrata entre los Estados se suscribiesen cincuenta millones de pesos, correspondiendo cinco millones a Yucatán.

Este era, a grandes rasgos, el cuadro de la situación en los días en que apareció el documento del general Zapata que vamos a reproducir a continuación. Dice así:


MANIFIESTO A LA NACIÓN

La viCtoria se acerca, la lucha toca a su fin. Se libran ya los últimos combates y en estos inStantes solemnes, de pie y respetuosamente descubiertos ante la Nación, aguardamos la hora decisiva, el momento preciso en que los pueblos se hunden o se salvan, según el uso que hacen de la soberanía conquistada, esa soberanía por tanto tiempo arrebatada a nuestro pueblo, y la que con el triunfo de la Revolución volverá ilesa, tal como se ha conservado y la hemos defendido aquí; en las montañas que han sido su sólio y nuestro baluarte. Volverá dignificada y fortalecida para nunca más ser mancillada por la impostura ni encadenada por la tiranía.

Tan hermosa conquista ha costado al pueblo mexicano un terrible sacrificio, y es un deber, un deber imperioso para todos, procurar que ese sacrificio no sea estéril; por nuestra parte, estamos bien dispuestos a no dejar ni un obstáculo enfrente, sea de la naturaleza que fuere y cualesquiera que sean las circunstancias en que se presente, hasta haber levantado el porvenir nacional sobre una base sólida, hasta haber logrado que nuestro país, amplia la vía y limpio el horizonte, marche sereno hacia el mañana grandioso que le espera.

Perfectamente convencidos de que es justa la causa que defendemos, con plena conciencia de nuestros deberes y dispuestos a no abandonar ni un instante la obra grandiosa que hemos emprendido, llegaremos resueltos hasta el fin; aceptando ante la civilización y ante la Historia, las responsabilidades de este acto de suprema reivindicación.

Nuestros enemigos, los eternos enemigos de las ideas regeneradoras, han empleado todos los recursos y acudido a todos los procedimientos para combatir a la Revolución, tanto para vencerla en la lucha armada, como para desvirtuarla en su origen y desviarla de sus fines.

Sin embargo, los hechos hablan muy alto de la fuerza y el origen de este movimiento:

Más de treinta años de dictadura, parecían haber agotado las energías y dado fin al civismo de nuestra raza, y a pesar de ese largo período de esclavitud y enervamiento, estalló la Revolución de 1910, como un clamor inmenso de justicia que vivirá siempre en el alma de las naciones como vive la Libertad en el corazón de los pueblos para vivificarlos, para redimirlos, para levantarlos de la abyección a la que no puede estar condenada la especie humana.

Fuimos de los primeros en tomar parte en aquel movimiento, y el hecho de haber continuado en armas después de la expulsión de Porfirio Díaz y de la exaltación de Madero al poder, revela la pureza de nuestros principios y el perfecto conocimiento de causa con que combatimos y demuestra que no nos llevaban mezquinos intereses, ni ambiciones bastardas, ni siquiera los oropeles de la gloria, no; no buscábamos ni buscamos la pobre satisfacción del medro personal, no anhelábamos la triste vanidad de los honores, ni queremos otra cosa que no sea el verdadero triunfo de la causa, consistente en la implantación de los principios, la realización de los ideales y la resolución de los problemas, cuyo resultado tiene que ser la salvación y el engrandecimiento de nuestro pueblo.

La fatal ruptura del Plan de San Luis Potosí motivó y justificó nuestra rebeldía contra aquel acto que invalidaba todos los compromisos y defraudaba todas las esperanzas; que nulificaba todos los esfuerzos y esterilizaba todos los sacrificios, y truncaba, sin remedio, aquella obra de redención tan generosamente emprendida por los que dieron sin vacilar, como abono para la tierra, la sangre de sus venas.

El Pacto de Ciudad Juárez devolvió el triunfo a los enemigos y la víctima a sus verdugos; el Caudillo de 1910 fue el autor de aquella amarga traición, y fuimos contra él, porque, lo repetimos: ante la causa no existen para nosotros las personas y conocemos lo bastante la situación para dejarnos engañar por el falso triunfo de unos cuantos revolucionarios convertidos en gobernantes: lo mismo que combatimos a Francisco I. Madero, combatiremos a otros cuya administración no tenga por base los principios por los que hemos luchado.

Roto el Plan de San Luis, recogimos la bandera y proclamamos el Plan de Ayala.

La caída del gobierno pasado no podía significar para nosotros más que un motivo para redoblar nuestros esfuerzos, por'que fue el acto más vergonzoso que puede registrarse; ese acto de abominable perversidad, ese acto incalificable que ha hecho volver el rostro indignados y escandalizados a los demás países que nos observan y a nosotros nos ha arrancado un estremecimiento de indignación tan profunda, que todos los medios y todas las fuerzas juntas no bastarían a contenerla, mientras no hayamos castigado el crimen, mientras no ajusticiemos a los culpables.

Todo esto por lo que respecta al origen de la Revolución; por lo que toca a sus fines, ellos son tan claros y precisos, tan justos y nobles, que constituyen por sí solos una fuerza suprema; la única con que contamos para ser invencibles, la única que hace inexpugnables estas montañas en que las libertades tienen su reducto.

La causa porque luchamos, los principios e ideales que defendemos, son ya bien conocidos de nuestros compatriotas, puesto que en su mayoría se han agrupado en torno de esta bandera de redención, de este lábaro santo del derecho, bautizado con el sencillo nombre de Plan de Villa de Ayala. Allí están contenidas las más justas aspiraciones del pueblo, planteadas las más imperiosas necesidades sociales, y propuestas las más importantes reformas. económicas y políticas, sin cuya implantación, el país rodaría inevitablemente al abismo, hundiéndose en el caso de la ignorancia, de la miseria y de la esclavitud.

Es terrible la oposición que se ha hecho al Plan de Ayala, pretendiendo, más q1te combatirlo con razonamientos, desprestigiarlo con insultos, y para ello, la prensa mercenaria, la que vende su decoro y alquila sus columnas, ha dejado caer sobre nosotros una asquerosa tempestad de cieno, de aquel en que alimenta su impudicia y arrastra su abyección. Y sin embargo, la Revolución, incontenible, se encamina hacia la victoria,

El Gobierno, desde Porfirio Díaz a Victoriano Huerta, no ha hecho más que sostener y proclamar la guerra de los ahitos y los privilegios contra los oprimidos y los miserables; no ha hecho más que violar la soberanía popular, haciendo del poder una prebenda; desconocer las leyes de la Evolución, intentando detener a las sociedades, y violar los principios más rudimentarios de la Equidad, arrebatando al hombre los más sagrados derechos que le dió la Naturaleza. He allí explicada nuestra actitud, he allí explicado el enigma de nuestra indomable rebeldía y he allí propuesto, una vez más, el colosal problema que preocupa aCtualmente no sólo a nuestros conciudadanos, sino también a muchos extranjeros. Para resolver ese problema, no hay más que acatar la voluntad nacional, dejar libre la marcha a las sociedades y respetar los intereses ajenos y los atributos humanos.

Por otra parte, y concretando lo más posible, debemos hacer otras aclaraciones para dejar explicada nuestra conducta del pasado, del presente y del porvenir:

La nación mexicana es demasiado rica. Su riqueza, aunque virgen, es decir, todavía no explotada, consiste en la Agricultura y la Minería; pero esa riqueza, ese caudal de oro inagotable, perteneciendo a más de quince millones de habitantes, se halla en manos de unos cuantos miles de capitalistas y de ellos una gran parte no son mexicanos. Por un refinado y desastroso egoísmo, el hacendado, el terrateniente y el minero, explotan una pequeña parte de la tierra, del monte y de la veta, aprovechándose ellos de sus cuantiosos productos y conservando la mayor parte de sus propiedades enteramente vírgenes, mientras un cuadro de indescriptible miseria tiene lugar en toda la República. Es más, el burgués, no conforme con poseer grandes tesoros de los que a nadie parcicipa, en su insaciable avaricia, roba el producto de su trabajo al obrero y al peón, despoja al indio de su pequeña propiedad y no satisfecho aún, lo insulta y golpea haciendo alarde del apoyo que le prestan los tribunales, porque el Juez, única esperanza del débil, hállase también al servicio de la canalla; y ese desequilibrio económico, ese desquiciamiento social, esa violación flagrante de las leyes naturales y de las atribuciones humanas, es sostenida y proclamada por el Gobierno, que a su vez sostiene y proclama pasando por sobre su propia dignidad, la soldadesca execrable.

El capitalista, el soldado y el gobernante habían vivido tranquilos, sin ser molestados, ni en sus privilegios ni en sus propiedades, a costa del sacrificio de un pueblo esclavo y analfabeta, sin patrimonio y sin porvenir, que estaba condenado a trabajar sin descanso y a morirse de hambre y agotamiento, puesto que, gastando todas sus energías en producir tesoros incalculables, no le era dado contar ni con lo indispensable siquiera para satisfacer sus necesidades más perentorias. Semejante organización económica, tal sistema administrativo que venía a ser un asesinato en masa para el pueblo; un suicidio colectivo para la nación y un insulto, una vergüenza para los hombres honrados y conscientes, no pudieron prolongarse por más tiempo y surgió la Revolución, engendrada, como todo movimiento de las colectividades, por la necesidad. Aquí tuvo su origen el Plan de Ayala.

Antes de ocupar don Francico I. Madero la Presidencia de la República, mejor dicho, a raíz de los Tratados de Ciudad Juárez, se creyó en una posible rehabilitación del débil ante el fuerte, se esperó la resolución de los problemas pendientes y la abolición del privilegio y del monopolio, sin tener en cuenta que aquel hombre iba a cimentar su gobierno en el mismo sistema vicioso y con los mismos elementos corrompidos con que el caudillo de Tuxtepec, durante más de seis lustros, extorsionó a la Nación. Aquello era un absurdo, una aberración, y sin embargo, se esperó, porque se confiaba en la buena fe del que había vencido al Dictador. El desastre, la decepción no se hicieron esperar. Los luchadores se convencieron entonces de que no era posible salvar su obra ni asegurar su conquista dentro de esa organización morbosa y apolillada, que necesariamente había de tener una crisis antes de derrumbarse definitivamente: la caída de Francisco I. Madero y la exaltación de Victoriano Huerta al poder.

En este caso y conviniendo en que no es posible gobernar al país con este sistema administrativo sin desarrollar una política enteramente contraria a los intereses de las mayorías, y siendo, además, imposible la implantación de los principios porque luchamos, es ocioso decir que la Revolución del Sur y Centro, al mejorar las condiciones económicas, tiene, necesariamente, que reformar de antemano las instituciones, sin lo cual, fuerza es repetirlo, le sería imposible llevar a cabo sus promesas.

Allí está la razón de por qué no reconoceremos a ningún gobierno que no nos reconozca y, sobre todo, que no garantice el triunfo de nuestra causa.

Puede haber elecciones cuantas veces se quiera, pueden asaltar, como Huerta, otros hombres la Silla Presidencial, valiénaose de la fuerza armada o de la farsa electoral, y el pueblo mexicano puede también tener la seguridad de que no arriaremos nuestra banaera ni cejaremos un instante en la lucha, hasta que, victoriosos, podamos garantizar con nuestra propia cabeza el advenimiento de una era de paz que tenga por base la Justicia y como consecuencia la libertad económica.

Si como lo han proyectado esas fieras humanas vestidas de oropeles y listones, esa turba desenfrenada que lleva tintas en sangre las manos y la conciencia, realizan con mengua de la ley la repugnante mascarada que llaman elecciones, vaya desde ahora, no sólo ante el nuestro, sino ante los pueblos todos de la tierra, la más enérgica de nuestras protestas, en tanto podamos castigar la burla sangrienta que se haga a la Constitución de 57.

Téngase, pues, presente, que no buscaremos el derrocamiento del actual gobierno para asaltar los puestos publicos y saquear los tesoros nacionales, como ha venido sucediendo con los impostores que logran encumbrar a las primeras magistraturas, sépase de una vez por todas, que no luchamos contra Huerta únicamente, sino contra todos los gobernantes y los conservadores enemigos de la hueste reformista, y sobre todo, recuérdese siempre que no buscamos honores, que no anhelamos recompensas, que vamos sencillamente a cumplir el compromiso solemne que hemos contraído dando pan a los desheredados y una patria libre, tranquila y civilizada a las generaciones del porvenir.

Mexicanos: Si esta situación anómala se prolonga; si la paz, siendo una aspiración nacional, tarda en volver a nuestro suelo y a nuestros hogares, nuestra será la culpa y no de nadie. Unámonos en un esfuerzo titánico y definitivo contra el enemigo de todos; juntemos nuestros elementos, nuestras energías y nuestras voluntades y opongámoslos cual una barricada formidable a nuestros verdugos; contestemos dignamente, enérgicamente ese latigazo insultante que Huerta ha lanzado sobre nuestras cabezas; rechacemos esa carcajada burlesca y despectiva que el poderoso arroja, desde los suntuosos recintos donde pasea su encono y su soberbia, sobre nosotros, los desheredados que morimos de hambre en el arroyo.

No es preciso que todos luchemos en los campos de batalla, no es necesario que todos aportemos un contingente de sangre a la contienda, no es fuerza que todos hagamos sacrificios iguales en la Revolución; lo indispensable es que todos nos irgamos resueltos a defender el interés común y a rescatar la parte de soberanía que se nos arrebata.

Llamad a vuestras conciencias; meditad un momento sin odio, sin pasiones, sin prejuicios, y esta verdad, luminosa como el sol, surgirá inevitablemente ante vosotros; la revolución es lo único que puede salvar a la República.

Ayudad, pues, a la Revolución. Traed vuestro contingente, grande o pequeño, no importa cómo; pero traedlo. Cumplid con vuestro deber y seréis dignos; defended vuestro derecho y seréis fuertes, y sacrificaos si fuere necesario, que después la Patria se alzará satisfecha sobre su pedestal inconmovible y dejará caer sobre vuestra tumba un puñado de rosas ...

Reforma, Libertad, Justicia y Ley.
Campamento Revolucionario en Morelos, 20 de octubre de 1913.
El General en Jefe del Ejército Libertador del Sur y Centro, Emiliano Zapata.


OTROS DOCUMENTOS Y ALGUNOS SUCESOS

Vamos a reproducir otro documento que no tiene la importancia política y social del manifiesto que acabamos de copiar; pero que se relaciona con el sostenimíento de las fuerzas del Sur. Para apreciar su alcance, es necesario recordar que en el Ejército Libertador nadie tuvo sueldos, que en sus filas estaban voluntaria y conscientemente los que anhelaban el triunfo de los principios y quisieron apoyarlos con su brazo y su vida.

Naturalmente que esto no excluía la imperiosa necesidad de alimentarse que tienen todos los seres vivientes; pero los pueblos proporcionaban la alimentación de buen grado, ya estuviesen las fuerzas dentro del caserío, ya en las inmediaciones. Fue un servicio que no se necesitó exigir, pues bastaba que las autoridades, excluídas las de algunas poblaciones de importancia, se dieran cuenta de la aproximación de cualquier núcleo revolucionario, para que lo comunicaran a los vecinos y éstos se dispusiesen a recibir en cada casa al número de hombres armados que les correspondiera, o para que entregaran a las mismas autoridades algunos alimentos que se remitían por medio de tlacualeros al punto en que las fuerzas acampaban.

Merece otra explicación previa el documento: al mismo tiempo que evitar perjuicios a los moradores de la zona revolucionaria, tendió a impedir el mal uso que de los elementos de vida hacen, inevitablemente, los organismos armados en acción. De paso diremos que el documento no es único en su género, sino que forma parte de una serie que reglamentó la ministración de alimentos que los pueblos proporcionaban, pues siempre se quiso hacer llevadera la carga de la que no estaban excluídos los combatientes, pues el servicio que hoy recibían en una población, mañana lo proporcionaban en la suya al presentarse Otras fuerzas sostenedoras de la misma causa. La excelente voluntad de los pueblos para sostener así a los luchadores, fue una de las manifestaciones del firme apoyo que recibieron.

Veamos ahora lo que dice el documento:

El general Emiliano Zapata, Jefe de la Revolución del Sur y Centro de la República, hace saber a las fuerzas de su mando y a los habitantes que radican en los pueblos y cuadrillas que corresponden a diversas zonas militares revolucionarias:

Primero. Queda estrictamente prohibido sacrificar ganado de la gente pobre o de los adictos a la causa que se defiende y los contraventores de esta disposición incurrirán en grave delito haciéndose acreedores a una pena, salvo en los casos que se fijan a continuación.

Segundo. Para la alimentación de las tropas libertadoras se hará uso del ganado que corresponde a la Revolución y que perteneció a los hacendados. del Estado de Morelos, y en general, a los enemigos de la causa que se defiende; pero sólo las fuerzas organizadas al mando de sus jefes respectivos, podrán sacrificar reses y de ninguna manera pueden hacerlo partidas de dos, tres, cinco u ocho revolucionarios dispersos que sin causa justificada se hallen fuera de sus jefes a quienes correspondan.

Tercero. Cuando una fuerza revolucionaria se halle en un punto donde no se encuentre ganado de la Revolución, y que carezca de otros víveres, podrá disponer de reses pertenecientes a los adictos a la causa; pero siempre teniendo en cuenta que sean de personas que no se perjudiquen mucho, incurriendo en grave falta aquellos que no acaten esta disposición superior y quienes serán castigados irremisiblemente con severidad.

Cuarto. Los que no correspondan al Ejército Revolucionario y que por razón de la pobreza en que se encuentran, con motivo de las depredaciones que en sus intereses cometió el mal gobierno ilegal de Huerta, por medio de sus defensores traidores, y necesiten hacer uso dei ganado, sacrificando reses para su subsistencia, podrán hacerlo, ya sea que pertenezcan a la Revolución o a personas adictas a la causa; pero siempre que el ganado de los adictos a la Revolución, cuando tenga que hacerse uso de éste, corresponda a personas que tengan más cantidad de reses y que no se perjudiquen mucho, para lo cual se dirigirán a la autoridad del lugar de que se trate o al jefe revolucionario más inmediato, a fin de que él nombre de entre los vecinos del lugar una comisión que se encargue de llevar a sacrificar las reses necesarias, y de repartir la carne entre la gente más necesitada del lugar; incurriendo en una grave falta aquellos que no obedezcan esta orden superior y quienes serán castigados con toda severidad.

Quinto. En todos los casos se cuidará de no sacrificar vacas paridas o bueyes, salvo cuando por no haber suficiente ganado, tenga que disponerse del que se encuentre; y serán castigados severamente los infractores de esta disposición.

Sexto. Queda estrictamente prohibido ferrar ganado, ya sea que pertenezca a la Revolución, o bien que corresponda a otras personas y que resulte ser ganado ajeno; siendo castigados severamente aquellos que no respeten esta orden.

Por tanto, mando se imprima, publique, circule y dé el debido cumplimiento.

Dado en el Cuartel General del Estado de Morelos, a los 28 días del mes de octubre de 1913.

El General en Jefe del Ejército Libertador del Sur y Centro, Emiliano Zapata.


Algunos combates

Muchas fueron durante los meses de septiembre y octubre las acciones de armas; pero se significaron por su importancia las siguientes:

Al mediar septiembre, la situación en Teziutlán era desesperada para los federales, pues combatieron durante más de diez días en medio de una densa neblina que favoreció a los revolucionarios. Al finalizar el mes se encontraban sitiados mil trescientos federales sin que pudiera prestárseles auxilio, pues las fuerzas huertistas estaban muy ocupadas en diversos sectores: unas en Zacatlán, que se atacó el 26, otras en Tenango hacia donde se enviaron violentos refuerzos de Puebla; otras en Tianguismanalco, Huaquechula y Santa Catarina, donde se tuvieron combates simultáneos desde el día 18; otras en Tochimilco, donde fue derrotado el teniente coronel Manuel Saviñón; otras fuerzas huertistas estaban ocupadas en quemar pueblos, entre ellos San Miguel Canoa y San Pedro del Monte, cuyos habitantes huyeron a San Felipe Hueyotlipa. Hasta el 23 de octubre los revolucionarios dejaron de hostilizar Teziutlán.

Olea fue derrotado sucesivamente en Sirándaro, Pungarabato y Las Anonas, del Estado de Guerrero, mientras en Ocuituco, de Morelos, se hallaban dos mil quinientos surianos cuya presencia puso en jaque á las fuerzas de Cartón, inmovilizándolas en Cuautla.

Una curiosa estadística fue dada a conocer el 26 de septiembre: durante los dos años que llevaba de funcionar el hospital militar en Cuernavaca, habían ingresado cuatro mil soldados federales heridos en los combates. Las víctimas del clima y de otras enfermedades, no quedaron incluídas en esta cifra. Si a ella agregamos cualquiera en la que estimemos los muertos y que por este hecho no ingresaron al hospital, tendremos una idea de las bajas causadas al enemigo, con los muy escasos elementos de que disponía el Ejército Libertador.


Un suceso importante

Mientras tanto, en el Norte, entre otras muchas acciones allí desarrolladas, se iniciaba el ataque a la importante plaza de Monterrey, donde perdió la vida el general huertista Miguel Quiroga; en cambio, un elemento de valía se unió al movimiento: el general Felipe Angeles.

Al salir de la República este militar, había recibido órdenes de permanecer en París; pero sucesivamente se supo que había abandonado su forzada residencia, que desembarcó en Nueva York, que se encontraba en la frontera, con manifiestas intenciones de unirse a la Revolución y por último, que estaba en Nogales, Son., habiendo asistido a un baile que allí se dió en honor de don Venustiano Carranza, el 16 de octubre. La prensa vendida lo llamó entonces hombre sin honor, felón, traidor, cobarde ... como era su costumbre con quienes no estaban con Huerta.


Actitud servil de la Suprema Corte de Justicia

El 11 de octubre se llevó a cabo la disolución del Congreso, hecho del que ya nos ocupamos al comentar el discurso del licenciado Moheno; pero del que volvemos a hacer mención para señalar la actitud de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la que al enterarse de lo acontecido, por una comunicación de Huerta, no sólo contestó con rapidez, sino en términos elogiosos para el usurpador.

Pensamos que si las circunstancias no permitían otra cosa, habría sido bastante un simple, escueto y frío acuse de recibo, una nota de enterado; pero indudablemente nunca debió hacer un elogio a ese acto. Después del ejemplo dado por la Suprema Corte, resultan pálidas las contestaciones que los gobernadores dieron a su amo, y es evidente: había una epidemia de servilismo que deseamos con todo ardor que no vuelva a repetirse en nuestra historia.


La comedia democrática

La mascarada de las elecciones se llevó a cabo, como estaba anunciada, el 26 de octubre, a pesar de la petición de los diputados renovadores que deseaban se pospusiera hasta enero, en vista de las condiciones del país, impropias para la función electoral. Sin duda que los señores diputados no pensaban en que la Revolución se extinguiría en tan corto plazo; y cabe suponer que esperaban su mayor desarrollo, o bien la aparición de un suceso inesperado, de esos que con frecuencia despejan el horizonte político.

La ocasión, sin embargo, era propicia para Huerta. Preparada la comedia, en una de sus primeras escenas apareció el usurpador haciendo declaraciones a los periodistas, de la más pura democracia. El licenciado Moheno, con su carácter de Secretario de Relaciones Exteriores, reunió al Cuerpo Diplomático en el salón verde del Palacio Nacional, el 23 de octubre, y volvió a aparecer el usurpador como personaje central, declarando que no aceptaría los votos que en su favor se emitieran, pues al Ejecutivo no correspondía sino conservar el orden y garantizar la libertad del sufragio. Esta escena fue el colmo del cinismo; pero también muy lógica en la trama de la comedia. A otro gobierno, jamás se le hubiera ocurrido reunir al Cuerpo Diplomático en relación con un acto que es ejercicio de la soberanía de los pueblos; pero al usurpador convenía impresionar a los ministros extranjeros y disponer su ánimo para el resultado final de la comedia.

Para cerrar el primer acto -quizá sin conexión con el pensamiento de Huerta, pero ayudando de todos modos a sus intereses-, los candidatos presidenciales lanzaron un manifiesto colectivo firmado por los señores Manuel Calero, Federico Gamboa, David de la Fuente, José Luis Requena, Eugenio Rascón y Jesús Flores Magón, diciendo que si alguna de las fórmulas por ellos representadas, llegaba a alcanzar el triunfo, el gobierno que se constituyera sería sostenido por todos los demás candidatos derrotados, y que si en esa ocasión no era posible que el país expresara su voluntad, ofrecían todos juntos consagrar lealmente sus esfuerzos y colaborar con Huerta en la pacificación nacional hasta que llegase el momento de otras elecciones.

El primer acto de la comedia terminó con esa escena, y séanos permitido decir unas palabras de entreacto.

Tristeza, y a la vez satisfacción causa el manifiesto de los candidatos presidenciales. Decimos tristeza, porque no se concibe que intelectuales de la talla de quienes citamos, no se dieran cuenta de la situación del país y del papel que estaban desempeñando. Parece increíble que no se percataran de que la Revolución era arrolladora y que, suponiendo que Huerta permitiera el libre ejercicio del voto, la misma Revolución desconocería las elecciones.

Decimos que causa también satisfacción, porque el general Zapata, con su clara vjsión que siempre tuvo, dijo en el momento preciso lo que el movimiento suriano pensaba y sentía; y señaló con toda claridad la conducta rectilínea que iba a seguir. Aun cuando se nos tache de apasionados, no podemos sino afirmar que el general Zapata, por intuitivo, estaba por encima de los letrados.

Terminó el entreacto. La comedia se reanuda y las supuestas elecciones se llevan a cabo en medio de un ambiente glacial. Así lo confesó la prensa al día siguiente y asombrada dijo que no habían existido los disturbios que se esperaban y que ni los reclamos ni las excitativas que se hicieron al pueblo, habían servido para que éste llevara sus votos a las urnas.

¿Y Félix Díaz, el candidato emanado del cuartelazo? Recluído en la casa de su madre política, rehusó la invitación de Huerta para que concurriera al hotel Alemán y pidió la constante compañía de Mr. Lind, el cónsul del Canadá y de Mr. Elliot, pues debieron asaltarle temores de que se le hiciera andar por el camino en que Adolfo C. Gurrión, Serapio Rendón y Belisario Domínguez habían salido de la vida. El día 28 logró refugiarse en un barco americano y allí debió leer el furibundo artículo intitulado El miedo halla la infamia que la prensa huertista le dedicó y en el que le dijo que era un asno que se puso la piel de león.

Así terminaron sus sueños presidenciales y de restauración. Con su alforja de ilusiones marchitas, lentamente echó a andar por el sendero que el general Mondragón le señaló en su carta.

Y así también terminó el segundo acto de la comedia electoral. En el tercero, surge de las ánforas triunfante, bella, esplendorosa, la fórmula que postuló a Victoriano Huerta Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos y a Aureliano Blanquet, Vicepresidente.


Mr. John Lind

Hemos mencionado el nombre de Mr. Lind y conviene decir que vino a México en calidad de observador, enviado por el entonces Presidente de los Estados Unidos, Mr. Woodrow Wilson, al que interesaba conocer el desarrollo de los sucesos y muy de cerca a los hombres de la administración. Mr. Lind vió, oyó y tomó informes; pero jamás hizo una declaración mientras estuvo en el país, a pesar de los esfuerzos que hicieron Huerta y la prensa. El señor doctor Francisco Vázquez Gómez, en sus Memorias políticas (Consúltese esta obra aquí, en nuestra Biblioteca Virtual Antorcha. Sugerencia de Chantal López y Omar Cortés), cita a este personaje y dice de él:

... Recuerdo que en 1914, cuando los americanos acababan de tomar el puerto de Veracruz, tuve una entrevista con Mr. Lind, quien acababa de llegar de México, a donde había venido en comisión del Presidente Wilson. Mi objeto era averiguar o conocer por medio de Mr. Lind las verdaderas intenciones del gobierno americano respecto a México, pues en la prensa de Wáshington se hablaba de preparativos para llegar a la capital. En nuestra conversaCión me dijo Mr.Lind: La verdadera resolución está en el Sur los otros van en pos de posiciones políticas.

Mr. Lind había leído el manifiesto del general Zapata que dejamos copiado en páginas anteriores.


Una contestación perversa

Durante los días aciagos de la lucha se preguntaban los políticos, los intelectuales y los capitalistas, por qué el general Zapata mantenía sublevada una vasta región y gran número de hombres lo seguían, respetaban y aclamaban. Hemos visto que uno de esos intelectuales pretendió explicar el hecho diciendo que permitía robar, encabezaba el latrocinio y toleraba la manifestación de bajos instintos.

Nada tan perverso como esa respuesta que no fue el fruto de la observación del fenómeno revolucionario, sino de la ligereza de la inventiva.

Si el general Zapata hubiera encabezado el latrocinio, no habría vivido pobre, ni muerto en la extrema pobreza en que murió. Si el robo hubiera sido el vínculo con sus huestes, se habría quedado solo mucho antes de que llegaran para el Sur los días de espantosa miseria en que, desgarrados y hambrientos quienes lo seguían, continuaron obedeciéndolo y aclamándolo su Caudillo.

No diremos que dentro del movimiento faltaron quienes se aprovecharan de las circunstancias para cometer desmanes; pero esos actos, inherentes a todo movimiento armado, no fueron exclusivos del Sur, sino que los hubo simultáneamente en otros sectores revolucionarios, como también existieron en las luchas del pasado histórico y los hay en todas partes, aun donde operan los ejércitos más disciplinados.

La guerra es un estado febril de la sociedad, y las guerras civiles especialmente, no se llevan a cabo con tratados vivientes de moral, sino con nombres de corazón bien puesto, que se juegan la vida a cada instante. De esos hombres decididos, ningún jefe, ningún caudillo puede prescindir; y sería infantil pedirles que a quien les ofrece su brazo y su vida, los sometieran, antes de admitirlos, a la investigación de su pasado, a la comprobación de su conducta y a la medición de sus instintos.

No tratamos de justificar los actos delictuosos, sino que explicarnos por qué aparecen fatalmente en todas las revoluciones.

Lo que sí debe pedirse a los jefes, a los caudillos, es que prevengan los desvíos, repriman los abusos y castiguen los desmanes; y en el Sur se puso especial empeño en prevenirlos, reprimirlos y castigarlos, como lo demuestra una copiosa documentación que iremos dando a conocer, en el curso de esta obra.

Por otra parte -lo decimos con orgullo-, dentro del movimiento suriano hubo sobrados elementos a quienes jamás se nos podrá echar en cara un acto inconveniente, un solo acto que nos sonroje y nos haga bajar los ojos. Fuimos pobres a la Revolución, en ella vivimos con la misma pobreza de nuestro Jefe y seguimos siendo pobres; prueba concluyente de nuestra conducta pasada y presente.

Y no somos minoría. Los poquísimos surianos que después de la lucha han logrado tener una posición medianamente desahogada, la deben a su trabajo, se han comportado con honradez en los puestos por ellos ocupados y no han acumulado fortunas.

Pero volvamos a la pregunta que se hicieron los intelectuales, los políticos y los capitalistas.

En el estancamiento pútrido en que se hallaban durante la época del huertismo, estancamiento que provenía de la dictadura porfiriana, todo se esperaba de ta política, no obstante de que, con frecuencia, desbarataba los nimbos de esperanza. A mantener ese estancamiento contribuyó el lastre de rutinas gubernamentales y de prejuicios religiosos, sociales y legales, por lo que toda idea transformadora fue vista con horror.

Se contemplaba a la sociedad dividida en clases, como una consecuencia inevitable y necesaria de la vida; no se pensó en la trascendencia de los problemas económicos, pues si llegaron a tocarse cuando de los trabajadores se trataba, fue superficialmente y apoyándose en los principios de la ciencia económica burguesa, llena de telarañas del pasado.

Al dinero se le vió como factor principalísimo. Por eso los planes tuvieron un fondo horriblemente metalizado y una estructura de cálculos que se sobreponen y eclipsan a la naturaleza humana. Y porque los hombres estaban acostumbrados a pensar con el signo de pesos, no fueron capaces de descubrir el vínculo que unía al general Zapata con sus huestes.

Los haceñdados, en una mayoría, eran un grupo de impreparados que a medias manejaban sus negocios y con frecuencia los desatendían para pasear Su ociosidad en el extranjero. Creían que la explotación del hombre es inherente a la naturaleza humana, pues necesariamente debe haber pobres y ricos. Por esto no les preocupó lo que moral y socialmente significaba exprimir hasta la última gota el sudor de los trabajadores.

Por el concepto que tenían de su posición de adinerados y la idea de que el peón vive para trabajar y no trabaja para vivir, pensaron que poner la tierra en manos del verdadero produCtor agrícola era un crimen contra la sagrada propiedad.

Flotando los intelectuales en un océano de ciencia inerte y desvinculados de los problemas sociales del medio, no fijaron su atención en el fondo de las demandas, ni en las causas que las motivaron. la prensa, a su vez, apoyó a los poseedores, y de este modo se convirtió en la ciudadela del conservatismo económico.


El pensamiento del Sur

El movimiento suriano pensaba muy distinto. Mirando la vida y no los libros, muchos de ellos escritos en lenguas extranjeras, planteó un problema nacional esencialmente económico. Tomó la política como un medio y no como un fin, siendo éste el de acabar con la situación de miseria y explotación de la clase rural. Ese objetivo, sencillamente humano, fue bien comprendido por los campesinos y de aquí su disposición anímica para seguir al Caudillo. Basta leer el manifiesto de 20 de octubre de 1913, para penetrarse de que se pensaba crear la estructura de una economía nacional, sólidamente basada en la resolución de nuestros problemas.

El movimiento suriano tocó las llagas y el corazón de los peones-esclavos; les habló alto y en su propio lenguaje para que levantaran las frentes abatidas por seculares dolores; los llamó a la rebelión, porque era la única forma de resolver un problema fuertemente sentido.

Ni falsos mirajes por la bondad de los gobernantes, ni ensueños de mejoramiento por la obra de la política, sino marcha directa, acometida vigorosa para poseer la tierra. Ninguna esperanza en el gobierno por ser gobierno, sino porque su acción vinculada con los principios revolucionarios resolviera el problema económico. De allí que los principios se vieran como primordiales y los hombres como secundarios.

El movimiento suriano pensaba que la vida del trabajador es algo más serio que como la concebían los hombres de gobierno, los políticos y los economistas burgueses; que tiene un objetivo más digno que acumular dinero para el patrón; que la naturaleza humana es más rica, variada y honda que como la concebían, para otros, los capitalistas y los sabios de gabinete.

En este pensamiento coincidía el Caudillo con los trabajadores del campo y por esto lo apoyaron; y porque su actuación fue sincera, natural y audaz, por eso lo respetaron. En la coincidencia de opiniones estuvieron la fuerza del movimiento y el vínculo que se buscaba, la propaganda había sido la acción misma y de ésta emanó la influencia mental y emocional que llamaba la atención.

Para todo esto, el general Zapata no necesitó ser un hombre ilustrado, sino haber sufrido y tener un hondo sentido de la vida. Quizá teniendo una vasta ilustración le hubieran estorbado las abstracciones, como a tantos otros, y su programa, que desde luego hubiera sido mesocrático, no habría pasado del plano del pensamiento al cálido y decisivo de la acción.


Por qué no se militarizó el Sur

La rebelión suriana fue de masas. Esto explica por sí sólo por qué no puso empeño en militarizar sus huestes el general Zapata. ¿Fue un acierto?, ¿fue un error? Sinceramente creemos lo primero, pues la índole de la rebdión, la falta de recursos y el medio en que se operó, impusieron modalidades a la lucha. No debemos olvidar la corriente antimilitarista de las ideas de los precursores y primeros revolucionarios.

Cada combatiente, con muy raras excepciones, fue un trabajador de la tierra, y así alternó las actividades de la lucha con las que le producían los medios de subsistencia. En esas condiciones, no hubo ni pudo haber cuarteles en los que estuvieran las fuerzas en constante disponibilidad, sino que llevada a cabo una acción cualquiera, todos volvían a los lugares de su residencia, mientras que nuevos elementos se congregaban para iniciar una nueva acción. La escasez de parque imponía la retirada de unos combatientes y la substitución por otros.

Todas estas circunstancias hicieron que la guerrilla fuese la unidad táctica. La guerrilla que se unía a otras para formar un núcleo más o menos numeroso, se trasladaba a largas distancias, se formaba rápidamente y con la misma rapidez se disolvía, mezclándose con los habitantes pacíficos de un pueblo, con lo que burló en muchas ocasiones a sus perseguidores.

Hoy, cuando el colaborador y continuador de esta obra, por desaparición del general Gildardo Magaña, está terminando los apuntes, puede hacer notar que el ejército inglés, en su actual guerra con las potencias totalitarias, ha echado mano de la guerrilla con el nombre de comando.

No faltaron quienes propusieran la militarización de las fuerzas y sobraron organizadores; pero las proposiciones no se llevaron a cabo en toda forma, especialmente por falta de recursos. Sí se dieron, en diferentes ocasiones, ciertos lineamientos como los que vamos a ver a continuación.

Hechas estas aclaraciones, vamos a reproducir dos documentos que expidió el Cuartel General, y estamos seguros de que ya no aparecerán defectuosos para quienes sí estuvieron organizados en toda forma, pues se verá el deseo de encauzar las cosas de acuerdo con las exigencias y en armonía con los integrantes del movimiento revolucionario suriano.

En el otro documento que reproducimos se verá el empeño del general Zapata de que se dieran garantÍas a los pueblos, así como oportunidad a los forzados que se encontraban en las filas enemigas. Es de llamar la atención sobre que no se habla de penas severas, sino para los enemigos de la causa. He aquí el primero de los documentos mencionados:

Instrucciones a que deberán sujetarse los jefes y oficiales del Ejército Libertador del Sur y Centro.

Primera. Operarán de acuerdo con las órdenes que reciban de este Cuartel General o de las que reciban del Jefe de la Zona que se designare.

Segunda. Los que operen en regiones muy lejanas del Cuartel General o del Cuartel del Jefe de la Zona, haciéndose muy difícil y dilatada la comunícacion de los mismos, deberán efectuar sus trabajos militares, de batir constantemente al enemigo, de acuerdo con su iniciativa propia, teniendo cuidado de procurar el adelanto de la Revolución en los lugares donde militen.

Tercera. Deberán rendir cada quince días, al Jefe de la Zona, parte de los combates que hayan librado con el enemigo, y a falta de ése, al Cuartel General darán cuenta de sus trabajos.

Cuarta. Procurarán guardar a todo trance el buen orden de la tropa, especialmente cuando entren a las poblaciones, dando toda clase de garantías a las vidas e intereses de los habitantes, moralizando a los soldados todo cuanto más sea posible.

Quinta. Para pagar los haberes de los soldados, o mejor dicho, para socorrer a la tropa hasta donde sea posible, deberán imponer contribuciones de guerra a las negociaciones o propietarios que se hallen en la zona en donde operen, siempre que ellos cuenten con capitales de importancia, teniendo cuidado de que a los enemigos de la Revolución se les asigne un impuesto más alto que el correspondiente a los aliados o adictos a la causa revolucionaria.

Sexta. Los fondos que se recauden en la forma expresada en el precepto anterior, se emplearán estrictamente para auxiliar a la tropa.

Séptima. Para alimentos de la tropa y pasturas para la caballada de la misma, deberán dirigirse a la autoridad municipal del lugar de que se trate, la que distribuirá a los revolucionarios entre las familias, haciendo también la recolección de las pasturas entre todos los vecinos, exigiendo siempre mayor cantidad a los enemigos de la Revolución.

Octava. Unicamente los generales y coroneles irán cambiando a las autoridades de las plazas que caigan en poder de la Revolución, de acuerdo con la voluntad del pueblo y con lo dispuesto en el Plan de Ayala, en su parte relativa.

Novena. Los pueblos en general deben tomar posesión de sus terrenos siempre que tengan sus correspondientes títulos de propiedad, tal y como lo previene el articulo sexto del Plan de Ayala; y los jefes, así como los oficiales, prestarán a dichos pueblos su apoyo moral y material a fin de que se cumpla con lo dispuesto en el mencionado Plan de Ayala, siempre y cuando los mismos pueblos soliciten tal ayuda.

Décima. Absolutamente nadie podrá celebrar entrevistas o tratados con el mal gobierno ilegal o con sus representantes, sin la previa o autorización de eSte Cuartel General.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley.
Campamento Revolucionario en Morelos, julio 28 de 1913.
El General en Jefe del Ejército Libertador del Sur y Centro, Emiliano Zapata.

El segundo documento dice a la letra:

El general Emiliano Zapata, Jefe de la Revolución del Sur y Centro de la República, hace saber a las fuerzas de su mando:

Primero. Todos los jefes que tengan bajo su mando fuerza armada, procurarán darle la mejor organización posible, a fin de que tengan buenos resultados en las operaciones militares y movilicen su tropa con más exactitud y rapidez. Por cuatro soldados nombrarán un cabo, por cada dos cabos nombrarán un sargento, quedando al arbitrio del jefe superior designar el número de sargentos a cada capitán y demás jefes de subordinación, para mantener el buen orden y la disciplina.

Segundo. Todos los soldados prestarán la debida subordinación y respeto a los jefes superiores que les sean designados; asimismo, tendrán iguales atenciones para los demás jefes y superiores de las diversas compañías que forman el Ejército Libertador. Todo soldado o soldados, bajo ningún pretexto desobedecerán las órdenes aun cuando no militen bajo su mando. Cualquier falta de obediencia o de respeto a un jefe será debidamente castigada.

Tercero. Todos los soldados en general tienen la obligación, tanto en los combates como en las marchas que se originen, de permanecer al lado de los jefes a que están subordinados, pues de ninguna manera deben mezclarse con otra gente o compañía, porque serán causantes de desórdenes y confusión, siendo responsables de este acto.

Cuarto. Todo soldado que se aparte de sus jefes, sin motivo legal; que los abandone en el campo de batalla, que al ejecutar marcha vuelva atrás, sin causa justificada, con el fin de no concurrir al ataque donde se dirijan las fuerzas, será considerado como desertor y como tal irremisiblemente desarmado.

Quinto. Todo soldado o soldados que abandonen la compañía a que correspondan para ir al desempeño de una comisión o mandato de cualquiera naturaleza que sea, debe constar por escrito; pues de otra manera quedarán sujetos a las penas que se aplican a los desertores.

Sexto. Toda clase de tropa. compañías, guerrillas o cuerpos de gente armada, que se han puesto bajo la sombra de la bandera revolucionaria, deben otorgar completas garantías a las personas y propiedades; pues bajo ningún pretexto ni causa personal, deben cometerse atentados contra las vidas y propiedades. La Revolución no tolerará, sino que, por el contrario, castigará a los culpables de la manera más severa, para dejar satisfechas a la justicia y a la sociedad.

Séptimo. Solamente a los enemigos de la Revolución que se cmnpruebe que ayudan o están en connivencia con el mal gobierno ilegal, directa o indirectamente, para hostilizar nuestra obra revolucionaria, se les suspenderán las garantías constitucionales. Igual pena tendrán todos aquellos que, en calidad de voluntarios, tomen las armas en favor del mal gobierno ilegal de Huerta.

Octavo. Todos los voluntarios que se han puesto al servicio del mal gobierno ilegal de Huerta, por el solo hecho de que al avistarse las fuerzas revolucionarias se pongan al lado de ellas, tendrán derecho a la protección y garantías de que se trata.

Noveno. Cuando se ponga sitio a una población o se efectúe el ataque a una ciudad, o cualquier poblado de la importancia que fuere, queda absolutamente prohibido que la gente se dedique al saqueo, al robo o a otra clase de depredaciones; quedando bajo la más estrecha responsabiüdad de los jefes de operaciones vigilar y evitar a todo trance los desmanes de referencia, castigando enérgicamente a los infractores y reprimiendo esos actos contrarios a nuestro credo y a la causa que defendemos. Los habitantes de las poblaciones que sin pertenecer al Ejército Libertador, se entreguen al pillaje o cometan depredaciones, aprovechándose del fragor del combate o ataque que se haga a los defensores del mal gobierno, serán igualmente castigados por los jefes revolucionarios que tengan fuerzas a su mando en el lugar de los acontecimientos.

Décimo. Los soldados de la Revolución, lo mismo que la gente pacífica que salgan de dentro de la población estando en vigor el ataque, con mercancías u otros objetos, serán aprehendidos inmediatamente para ser juzgados, y comprobados los delitos serán castigados con severidad.

Décimoprimero. Cuando una plaza, ciudad o población sea tomada por las fuerzas revolucionarias, el Cuartel General, de acuerdo con los demás jefes y adictos a la causa de cada población o lugar de que se trate, ocupado por fuerzas libertadoras, nombrará de entre los revolucionarios una comisión que se encargue de recolectar entre los principales comerciantes y capitalistas de la localidad, la contribución de guerra que en efectivo o mercancías de antemano impusiere el Cuartel General, y la misma comisión se encargará de distribuir entre los jefes, oficiales y soldados, bien sea en dinero o en mercancías, lo que cada quien necesite, de una manera equitativa, satisfaciendo hasta donde sea posible las necesidades de cada cual, según las circunstancias lo demanden.

Décimo segundo. De los saqueos y depredaciones que se cometan en las poblaciones al ser atacadas, cada jefe revolucionario responderá de la zona en que ha operado y todo soldado o jefe subalterno tiene el deber de denunciar en el acto a todo culpable o culpables de depredaciones, a fin de evitar la mancha que se arroja sobre la revolución y sus principios.

Décimotercero. Hago presente a los jefes revolucionarios que están bajo mi mando, que redoblen sus esfuerzos a fin de que a todo trance cuiden de que no se emborrachen en calles y plazas públicas los revolucionarios que estén bajo sus órdenes, con el noble propósito de infundir en sus fuerzas el mayor orden y disciplina posibles; que comprendan que la constante práctica de orden y de justicia nos hará fuertes; que nuestra bandera es de salvación en favor de los pueblos, no de exterminio; que la Revolución y la Patria estimarán a sus buenos hijos que hagan de nuestro credo la sentencia de la equidad y la justicia, de nuestros esfuerzos la tumba de los tiranos y del triunfo de nuestros ideales la prosperidad y bienestar de la República.

Dado en el Cuartel General, en Tlacozoltitlán, Estado de Guerrero, a los cuatro días del mes de octubre de mil novecientos trece.

El General en Jefe del Ejército Libertador del Sur y Centro, Emiliano Zapata.


Una Embajada del Sur

La Junta Revolucionaria del Sur y Centro de la República designó una Embajada cuyo principal objeto era buscar la unificación de los revolucionarios del Norte con los defensores del Plan de Ayala, sincero deseo que abrigaban los surianos y con especialidad el general Zapata. He aquí el texto de la credencial que se expidió a uno de los miembros de la Embajada:

República Mexicana.
Ejército Libertador del Sur y Centro.
Al C. general Otilio E. Montaño.
Su campamento.

La Junta Revolucionaria que me honro en presidir, en sesión ordinaria verificada el día 28 del corriente, ha tenido a bien nombrar a usted, así como al C. general ingeniero Angel Barrios, Representantes de este Centro Revolucionario, encabezando la Embajada que a continuación se expresa:

Embajador Especial, C. general Otilio E. Montaño.
Embajador Especial, C. general ingeniero Angel Barrios.
Primer Secretario, C. Santiago Orozco.
Segundo Secretario, C. Mayor Luis Iñiguez.
Atachés, cc. mayor Adalberto Dorantes Pérez y capitán Serapio B. Aguilar.

Para que cerca de los Cc. generales Francisco Villa, Pánfilo Natera, Orestes Pereyra, Calixto Contreras, doctor Francisco Vázquez Gómez, Venustiano Carranza y José Maytorena y demás personas con quienes ustedes tengan que tratar; gestionen, por los medios más decorosos, la unificación de la Revolución del Sur y Centro, que defiende el Plan de Ayala, con los diferentes jefes revolucionarios que operan en el Norte del país; el reconocimiento de la beligerancia de la misma Revolución ante el Gobierno Americano y la adquisición de elementos de guerra, para lo cual quedan ustedes investidos de amplias facultades y aprobando en todas sus partes este mismo Centro los acuerdos o tratados que lleguen a celebrar, para cumplir la comisión que les confía; esperando de su patriotismo, la honradez en el desempeño de sus funciones.

Y lo comunico a usted para su inteligencia y demás fines.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley.
"Campamento Revolucionario en Morelos, octubre 29 de 1913.
El General en Jefe del Ejército Libertador del Sur y Centro, Emiliano Zapata.

Fructuosos hubieran sido los trabajos de la Embajada, pues habrían dejado sentir en el Norte los deseos plenos de sinceridad, de buscar el necesario acercamiento entre los que luchaban por el objetivo inmediato de derrocar al usurpador, aunque la lucha tuviera características sociales definidas en el Sur y eminentemente políticas en el Norte; pero se tropezó con un obstáculo poderoso: la penuria del movimiento suriano, esa penuria que lo acompañó hasta el último instante y que es un motivo de satisfacción para los luchadores del Sur.

En vano se hicieron muchas tentativas para allegar los más indispensables recursos que el viaje reclamaba. La Embajada no pudo salir del Estado de Guerrero y volvió al Cuartel General en Morelos, para dar cuenta con la material imposibilidad de cumplir su cometido. Una vez más se puso de manifiesto que únicamente la fuerza del ideal mantenía firme el vigoroso movimiento del Sur.


Nuestro viaje al Norte

Conociendo los deseos del general Zapata y procurando interpretar sus pensamientos, decidimos emprender un viaje al Norte del país, con el objeto de entrevistar a varios jefes revolucionarios; y para la realización de ese viaje, que no estuvo exento de peligros, unimos nuestros modestos recursos a los de nuestro amigo don Santiago Rodríguez.

Sinceramente deploramos que nuestra presencia en el Norte no diera los resultados que se esperaban de la Embajada; pero pusimos toda nuestra buena voluntad y, al éxito de nuestra muy modesta oDra, contribuyeron varios factores, entre ellos, el conocimiento personal con algunos jefes, muy especialmente con el general Francisco Villa, en quien estaba muy vivo el recuerdo de los días pasados en la prisión.

Habiéndose dado cuenta el señor Mariano Alvarez Roaro de nuestros preparativos, y como no tuvimos inconveniente en darle a conocer el objeto que nos llevaba, nos suplicó admitirlo en nuestra compañía, para lo cual, con no pocos esfuerzos logró reunir el importe de su pasaje. Alvarez Roaro alcanzó más tarde el grado de general brigadier en el Ejército Constitucionalista; en cuanto a don Santiago Rodríguez, llegó a coronel en las filas del Sur.

De la ciudad de México salimos hacia Veracruz, que encontramos convertida en un hervidero de políticos y policías. Los primeros habían llegado en un carro especial agregado al tren ordinario, e iban a esperar el arribo de Félix Díaz, a quien Victoriano Huerta había llamado con insistencia y, con fines que se adivinan, había dado órdenes de que se le hiciera un caluroso recibimiento. Los policías tenían el doble objeto de entrar en acción a la llegada de Félix Díaz y de vigilar a cuantos arribaran o pretendiesen salir de Veracruz, pues por aquellos días, mientras unos buscaban la manera de unirse a los distintos grupos revolucionarios, otros venían de los campos rebeldes para desempeñar algunas comisiones.

Félix Díaz llegó a Veracruz; pero dándose cuenta de la suerte que le esperaba, tomó la providencia de refugiarse en el consulado de los Estados Unidos, de donde se dijo que salió vistiendo ropas de mujer para embarcar con rumbo a La Habana.


Un policía con nosotros

Un individuo de nombre Ricardo Rosas, miembro de la reservada y compadre de Francisco Chávez, quien por aquel entonces desempeñaba las funciones de inspector general de policía de la ciudad de México, se nos unió en el puerto, pues siendo conocido de don Santiago Rodríguez, se aproximó a saludarlo cuando éste, Alvarez Roaro y nosotros íbamos por la calle. Invitado a tomar el desayuno, aceptó quizás por cortesía o tal vez para enterarse del objeto de nuestra presencia en Veracruz; pero no se apartó de nuestro grupo hasta que por tener que regresar a la ciudad de México, tomó el tren de la medianoche, habiéndolo despedido en la estación los señores Rodríguez y Alvarez Roaro.

La presencia de Rosas nos libró de ser vigilados por otros policías, pues al verlo constantemente con nosotros, supusieron que lo hacía en virtud de sus funciones; pero también puso en grave peligro nuestra salida del país, pues como todos ignorábamos que fuese de la reservada, es claro que pudo habérsenos escapado una palabra imprudente que habría bastado para que Rosas procediera como policía.

Por fortuna todos fuimos discretísimos, como de antemano habíamos convenido, y Rosas se llevó la impresión, que más tarde conocimos, de que los señores Rodríguez y Alvarez Roaro, eran incapaces de lanzarse a la Revolución; en cuanto a nosotros, pensó que sí podíamos hacerlo, pero no en aquellos momentos.

Tras una cortísima estancia, que nos pareció interminable, logramos embarcar en el vapor alemán El Corcovado que zarpó hacia la Habana, y claro está que hicimos la travesía en última clase, muy de acuerdo con nuestras posibilidades.


En La Habana

En la perla antillana llamaron mucho la atención la guerrera que Alvarez Roaro vestía y el sombrero texano con el que estaba tocado, pues ambas prendas y cierto aire marcial que adoptó, lo hacían aparecer como revolucionario en plena actividad. En las calles, en los paseos públicos y en los restaurantes en que obligadamente estuvimos, no faltó quien detuviera el paso para mirar a don Mariano.

Hubo curiosos que le preguntaron, con la franqueza muy propia de los cubanos, sobre la situación de las fuerzas revolucionarias. Alvarez Roaro contestó algunas veces con sinceridad; pero en otras, proporcionó datos que en el momento imaginaba.

Una tarde en que paseábamos por el malecón tropezamos con Félix Díaz, quien ligeramente nos conocía por un incidente que no vale la pena de referir.

Nuestra presencia en la Habana, que servía de refugio a unos y de escala a otros, hizo que nos hablara como a viejos amigos. Su conversación, naturalmente, recayó muy luego en la situación de México, en Huerta, en las malas pasadas que le había jugado y en sus deseos ardentísimos de combatirlo por cuantos medios estuvieran a su alcance.

No tuvimos inconveniente en informarlo sobre el objeto que nos llevaba a los campos revolucionarios del Norte. Nos recomendó entonces decir de su parte, al general Villa, que contaba con numerosos elementos del Ejército Federal que le eran adictos, a pesar de todas las maniobras de Huerta, y que con ellos pensaba unirse a la Revolución. Terminó invitándonos a celebrar una entrevista en el hotel Inglaterra en el que estaba alojado, o bien donde nosotros nos hospedábamos, pues decidió entregarnos una carta para el general Villa.

Dada la distancia ideológica que nos separaba de Félix Díaz, pensamos desde luego no cumplir con encargo alguno suyo; pero nos pareció demasiado cruel decírselo así, por sus condiciones de político caído, traicionado y desterrado. No tuvimos intenciones de visitarlo, aun cuando sólo fuera para ocupar en algo el tiempo que nos sobraba; pero sí estábamos seguros de que nos buscaría, por el marcado interés que demostró en que su determinación de combatir al usurpador fuera conocida en los campos revolucionarios. Una circunstancia imprevista hizo que no volviéramos a vernos.


Incidente en Miramar

Sucedió que en la noche de aquel día, encontrándose Félix Díaz en el hotel Miramar, muy frecuentado entonces por mexicanos de todos los bandos y matices políticos que se hallaban en La Habana, surgió una discusión entre dos de los concurrentes. La discusión degeneró en disputa en la que tomaron parte muchos de los allí reunidos; se fueron elevando las voces hasta hacerse gritos, a medida que se acaloraban los ánimos; de las palabras se pasó a los hechos; salieron a relucir las armas, se dispararon balazos; un señor de apellido Guerrero cayó atravesado por uno de aquéllos y alguien, navaja en mano, atacó a Félix Díaz, hiriéndolo levemente en el cuello, por todo lo cual tuvo que intervenir la policía.

Informes exagerados de lo acontecido llegaron bien pronto al hotel en que nos alojábamos. Algunos de los huéspedes con quienes habíamos entablado amistad, fueron expresamente a contarnos la versión que circulaba y a sugerimos la conveniencia de no salir del establecimiento, pues habiendo perdido la vida Félix Díaz, según esa versión, la policía estaba deteniendo a todos los mexicanos que encontraba en la calle, si bien los ponía en libertad inmediatamente que comprobaban no haber tomado participación en el incidente del hotel Miramar. Santiago Rodríguez, Alvarez Roaro y nosotros ya estábamos recogidos cuando se nos dió la noticia; de modo que con y sin ella, habríamos permanecido en el hotel, donde nos tenía recluídos la falta de dinero para concurrir a los centros de diversión. No dimos crédito a la detención de los compatriotas por el sólo hecho de hallarlos en las calles; pero sí pensamos en la posibilidad de que las autoridades ordenaran que ningún mexicano saliese de La Habana mientras se hacían las correspondientes investigaciones.

Por fortuna no llegó a darse la orden que supusimos posible, y logramos embarcar con destino a Nueva Orleáns, desde donde continuamos a Matamoros, a tiempo que la plaza fue tomada por las fuerzas del general Lucio Blanco, como veremos adelante.

De Matamoros pasamos a Ciudad Juárez al ser ocupada por el general Villa, y en cuanto a Félix Díaz, como ya no volvimos a verlo, envió la carta que había decidido escribir al mencionado general, por conducto del licenciado Manuel Bonales Sandoval.

De los datos tomados y del recuerdo de lo que presenciamos, surge lo que en seguida vamos a narrar.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO III - Capítulo IX - Algunos actos del huertismoTOMO III - Capítulo XI - Manifestaciones agraristas en las filas del constitucionalismoBiblioteca Virtual Antorcha