Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO II - Capítulo III - Campaña electoral y elección del señor MaderoTOMO II - Capítulo V - El Plan de AyalaBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña

TOMO II

CAPÍTULO IV

LA RUPTURA CON EL GOBIERNO DE MADERO


Interés de don Gustavo A. Madero por el conflicto

De los revolucionarios que rodeaban al señor Madero, los pocos que más convencidos estaban de la justicia que asistía al general Zapata, trataron de influir para que el conflicto provocado en Morelos tuviera una solución razonable.

Fue don Gustavo A. Madero uno de los más sinceramente interesados en que se llegara a un entendimiento, y por ello tuvimos con él varias y frecuentes conferencias, de las que informamos al jefe suriano en carta fechada el 27 de octubre y que personalmente llevó Rodolfo Magaña.

Decíamos en esa carta que don Gustavo, antes de salir para el Norte, había estado trabajando para contrarrestar la labor de los enemigos de la Revolución, quienes ejercían decisiva influencia en los hombres de mayor significación en el Gobierno.

Informamos también al general Zapata acerca del efecto que había causado su incursión al Distrito Federal y le enviamos algunos periódicos para que se diera cuenta del escándalo que la reacción había hecho con ese motivo.

También le dijimos que eran los deseos de don Francisco I. Madero que la República estuviera completamente en paz para la fecha, ya muy próxima, en que iba a tomar posesión de la Primera Magistratura.

Además de la carta y de los periódicos, Rodolfo Magaña fue una viva información de todo cuanto podía interesar al caudillo suriano, por lo que le recomendamos hacer de su conocimiento la opinión de don Gustavo A. Madero, acerca de que se hacía necesario que don Raúl, u otra persona desinteresada, volviera a tomar cartas en el asunto para conseguir que el conflicto de Morelos se terminase de la mejor manera posible.


El licenciado Robles Dominguez media en el conflicto

El 8 de noviembre llegó a Cuautla el señor licenciado Gabriel Robles Domínguez, inteligente y desinteresado mediador, cuya misión era la de conferenciar con el general Zapata, quien a su vez, y de diversos modos, había expresado su deseo de llegar a una buena inteligencia con el Gobierno del señor Madero, siempre que se respetasen los anhelos populares y de algún modo se garantizara su efectividad.

Animaba al general Zapata la esperanza de que con el encumbramiento del señor Madero a la Presidencia de la República, terminaría la persecución de que era víctima y se daría preferente atención a los problemas sociales. Si muchos llegaron a dudar del Jefe de la Revolución, esas dudas se desvanecían ante la perspectiva de que ya como Jefe del Estado, su situación iba a ser distinta y su administración se orientaría conforme a su procedencia revolucionaria y eminentemente popular.

Recordemos, además, que el Caudillo, antes de salir de Cuautla, dejó en las manos del guerrillero suriano un pliego que era toda una promesa impregnada de sinceridad, hecha espontáneamente y en momentos difíciles. No será ocioso que repitamos la parte relativa a esa promesa, que dice así:

En atención a los servicios que ha prestado usted a la causa durante la Revolución y la dificultad para mí de recompensarlo debidamente en los actuales momentos, quiero que sepa que no he dado crédito a las calumnias que han lanzado contra usted sus enemigos; que lo considero un leal servidor mío; que aprecio debidamente los servicios que usted prestó a la Revolución, en atención a lo cual, cuando yo llegue al Poder le aseguro que le recompensaré debidamente sus servicios.

Esto había asegurado el señor Madero bajo su firma, y para el carácter rectilíneo del general Zapata, esa promesa era sólida, inquebrantable, no por cuanto a la recompensa que seguramente no esperó ni hubiera reclamado quien no tuvo ambiciones personales, sino porque era un franco reconocimiento de que la actitud del guerrillero obedecía a nobles fines ligados con el bienestar del pueblo, que era su preocupación.

No podía suponer un solo momento que el Jefe de la Revolución, al llegar a la Primera Magistratura del país, faltara a un compromiso escrito, contraído voluntariamente y en los instantes en que, penetrado de la situación, él mismo había tratado de deshacer las intrigas de los reaccionarios, Más amplio, si se quiere, fue otro documento que el mismo personaje entregó a varios revolucionarios morelenses, reconociendo sus servicios prestados a la Revolución, su actitud respetuosa y pacífica, la carencia de intenciones de rebelarse y la ayuda eficaz que habían prestado para el licenciamiento de las fuerzas que de ellos dependían. Ofreció no tolerar que se les perjudicara por su actuación como revolucionarios y dijo que interpondría toda su influencia para que el Gobierno utilizara a cada uno según sus aptitudes, considerándolos desde luego como Oficiales en Depósito.

Ya ausente de Cuautla el señor Madero, al enterarse del combate de Chinameca hizo declaraciones y en ellas dijo:

- Si se hubieran atendido las indicaciones que yo hice desde Cuautla, no se habría sublevado Zapata.

Posteriormente, encontrándose en Parras, Coah., volvió a hacer declaraciones, como hemos visto en el capítulo anterior, y en ellas cargó la responsabilidad a quienes la tenían, por lo que se sintieron lastimados el Presidente De la Barra y el general Victoriano Huerta.

Ahora bien: ese modo de pensar, expresado en varias ocasiones y con diversos motivos, daba lugar a la confianza y, por tanto, fue lógico suponer que el Gobierno del señor Madero encauzaría las cosas por un camino distinto del que llevaban en esos momentos.

Como consecuencia de esa suposición fundada, el general Zapata ordenó a sus huestes, que ya habían aumentado considerablemente, suspendiesen las hostilidades y se reconcentraran en las inmediaciones de la Villa de Ayala, en donde fue recibido el señor licenciado Robles Domínguez, quien se penetró de la situación y después de varias platicas con el jefe suriano, llegaron, de común acuerdo, a las siguientes


Bases para la rendición de las fuerzas del general Emiliano Zapata

1° Se retirará del Gobierno del Estado al C. general Ambrosio Figueroa.
2° Se retirarán del Estado las fuerzas que manda el C. Federico Morales.
3° Se concederá indulto general a todos los alzados en armas.
4° Se dará una ley agraria procurando mejorar la condición del trabajador del campo.
5° Las tropas federales se retirarán de las poblaciones del Estado que actualmente ocupan. El plazo en que deban retirarse esas fuerzas quedará, al prudente arbitrio del señor Presidente de la República; mas el general Zapata, en representación de sus compañeros de armas y por sí mismo, pide respetuosamente al señor Madero que este plazo no exceda de cuarenta y cinco días.
6° Mientras se retiran las fuerzas federales quedarán armados quinientos hombres de las fuerzas del general Zapata, asignándose por el Ejecutivo la población o poblaciones en que deban acuartelarse. Esta fuerza tendrá el carácter de fuerza rural y dependerá, por lo tanto, del Ministro de Gobernación.
7° El jefe de estas fuerzas será designado por el señor Madero, pero el general Zapata por sí y en representación de sus segundos jefes, respetuosamente pide que la elección recaiga en la persona del señor don Raúl Madero o Eufemio Zapata.
8° Se expedirá pasaporte o salvoconducto para todos los jefes de los alzados en armas.
9° El General Zapata no intervendrá en los asuntos del Gobierno del Estado y procurará emplear su personal influencia para hacer respetar las autoridades constituidas.
10° El Gobierno Federal entregará, para pagar los préstamos que se han hecho en la revolución, la cantidad de diez mil pesos.
11° El Gobernador del Estado será nombrado por los principales Jefes revolucionarios del Estado, de acuerdo con el señor Madero.
12° La Villa de Ayala quedará guarnecida con cincuenta hombres de la fuerza rural del Estado.
13° Las fuerzas del general Zapata se reconcentrarán en la Villa de Ayala y Jonacatepec, desde luego.

Villa de Ayala, noviembre 11 de 1911.
El General Emiliano Zapata.

Cinco días antes de la fecha que lleva el documento que acabamos de reproducir, había tomado posesión de la Presidencia de la República don Francisco I. Madero. La respetuosa sinceridad con la que le hablaban los revolucionarios surianos, los deseos de terminar de un modo airoso y justo con la situación en que sé hallaban, puede verse con toda claridad en las peticiones del general Zapata, peticiones que nos abstenemos de comentar, pues no pudieron ser más serenas, razonables y modestas. Aparte de las que impusieron las condiciones momentáneas, eran todas conocidas del ya entonces Presidente, quien las había oído como Jefe de la Revolución y con ese carácter las apoyó ante el señor De la Barra.

Por otra paree, revelaban, digámoslo por estricta justicia, el tino, la atingencia y la buena fe del señor licenciado Robles Domínguez, quien había tenido que vencer no pocas dificultades que a sus gestiones opusieron los jefes de las fuerzas federales. Por esas dificultades, tan luego como tuvo en su poder el pliego firmado por el general Zapata, emprendió secretamente su viaje a la capital de la República, donde tuvo el día 12 una extensa conferencia con el señor Madero, quien desgraciadamente parecía ya influído por los enemigos de la Revolución.

Los federales, mientras tanto, se disponían a atacar a las fuerzas del general Zapata, aprovechando la reconcentración que estaban llevando a cabo en la creencia de que por la exaltación del señor Madero ya no tenía razón de ser la actitud rebelde que habían asumido. Sabedor de los preparativos que los federales hacían, vistas por el licenciado Robles Domínguez las dificultades que le estaban oponiendo para su salida de Cuautla y considerando que cuanto había logrado podía deshacerse en un momento, dirigió al Presidente un telegrama en clave que, descifrado, dice así:

Telegrama urgente.
De Cuautla, el 11 de noviembre de 1911.
Sr. Presidente de la República, don Francisco I. Madero.
México, Castillo de Chapultepec.

Recibido su telegrama hoy. Por ningún motivo conviene ataqué general Zapata. He conseguido excelentes condiciones. Federales quieren atacar sólo, romper conferencias, niéganse dar ningún aviso. No quieren vaya ver a usted pero me les escaparé hablar con usted.

Encarecidamente le ruego no ordene ataque sin hablar antes conmigo.

G. Robles Domínguez.

A este telegrama contestó el señor Madero con el siguiente:

Número 8.
De México Palacio Nacional el 12 de noviembre de 1911
Recibido en Cuautla 10 H.D. 1O.35.- H.R. 10.37 T. Rr.-R.-a.

Sr. Lic. Gabriel Robles Domínguez.

Sírvase decirme qué clave usó para su telegrama de ayer.

Francisco I. Madero

Urgente.

Además de dar la clave por la vía telegráfica, el señor licenciado Robles Domínguez, salió de Cuautla, escapándose verdaderamente de los federales que lo vigilaban, y tuvo con el señor Madero la conferencia de que arriba hablamos.


Intempestivo cambió de don Francisco I. Madero

El Presidente Madero, después de oír al licenciado Robles Domínguez, le entregó una carta que dice así:

Correspondencia Particular del Presidente de los Estados Unidos Mexicanos.
Castillo de Chapultepec, noviembre 12 de 1911.
Sr. licenciado Gabriel Robles Domínguez.

Apreciable amigo:

Suplico a usted haga saber a Zapata que lo único que puedo aceptar es que inmediatamente se rinda a discreción y que todos sus soldados depongan inmediatamente las armas. En este caso indultaré a sus soldados del delito de rebelión y a él se le darán pasaportes para que vaya a radicarse temporalmente fuera del Estado.

Manifiéstele que su actitud de rebeldía está perjudicando mucho a mi gobierno y que no puedo tOlerar que se prolongue por ningún motivo; que si verdaderamente quiere servirme, es el único modo como puede hacerlo.

Hágale saber que no puede temer nada por su vida si depone inmediatamente las armas.

Le deseo éxito feliz en su misión, para bien de la patria, y quedo su amigo que lo aprecia y su atento S.S.

Francisco I. Madero.

Entre esta carta y todos los documentos firmados por el señor Madero, que hemos reproducido, hay un abismo. Era el reflejo del que existía entre el ya Presidente Constitucional de la República y el Caudillo de la Revolución. Quien había oído a sus correligionarios en sus quejas, necesidades y aspiraciones; quien los había apoyado en sus justas demandas, aunque débilmehte, ante el señor De la Barra; quien en sus diversas declaraciones se había puesto al lado de sus partidarios, no parecía ser el mismo que acababa de ascender a la Primera Magistratura del país.

Ningún acto ejecutado por los revolucionarios podía ser causa eficiente de ese cambio, pues desde la estancia del Jefe de la Revolución en Morelos hasta su encumbramiento a la Presidencia de la República, los hechos todos obedecieron a un impulso, conocido de sobra por el señor Madero.

Es cierto que habían asumido una actitud francamente rebelde al Gobierno del Presidente Interino; pero seguían siendo leales al jefe del movimiento revolucionario, en la confianza de que sabría justipreciar su obligada conducta. Es verdad que en el Sur había habido combates en su mayoría adversos a las tropas federales; mas los primeros tiros habían salido de las armas del Gobierno. Es cierto que el general Zapata había invadido el Distrito Federal y llegado a las puertas de México, causando una conmoción; pero era la respuesta a la injustificada agresión de que había sido víctima. En suma, aquella situación era la consecuencia lógica, ineludible, forzosa, natural de la actitud de las fuerzas federales en Morelos y de la torcida política del Presidente De la Barra, como lo reconoció el señor Madero en los documentos que reprodujimos en su oportunidad.

El general Zapata no se había comprometido a soportar, sin repeler la agresión brutal de las fuerzas federales, ni a asumir una actitud pasiva frente a la proVocación de que era objeto.

Si se hubieran atendido las indicaciones que yo hice desde Cuautla, no se habría rebelado Zapata, había dicho el señor Madero, y esas palabras demuestran su claro sentir de que en otros, y no en el jefe suriano, radicaba la culpabilidad de lo acontecido.

Por su parte, los elementos bien intencionados que rodeaban al señor Madero estaban convencidos de que era injusta la persecución del general Zapata; así también lo reconoció la prensa maderista y tuvo igual sentir la opinión pública, una de cuyas expresiones más elocuentes fue la manifestación organizada en la ciudad de México.

Todos anhelaban la paz y la esperaban fluyendo de las manos del nuevo Presidente; la esperaban los revolucionarios, porque creyeron en el advenimiento de una era de justicia social. La esperaban los simpatizadbres de la Revolución, porque supusieron que los antiguos subordinados del señor Madero, inclusive el general Zapata, se someterían a la autoridad suprema del nuevo mandatario y se unirían a él en un haz de corazones para apoyarlo en su pesada carga. En esa creencia también estaban los más allegados, como don Gustavo A. Madero, quienes trataban de allanar dificultades o aproximar voluntades, anticipándose a la obra del nuevo Gobierno.

El cambio tan repentino como inexplicable que se había operado en el señor Madero, pues no parecía sino que su antecesor pensara y hablara por él, debió extrañar al mismo señor licenciado Robles Domínguez. Sin embargo, para su objeto había una esperanza, pues el Presidente le encargó trasmitir sus instrucciones al Secretario de Guerra, en el sentido de que se suspendieran todas las hostilidades en Morelos, hasta que se diesen por terminados los arreglos pacifistas con el general Zapata.

Así, pues, el señor Robles Domínguez, tras de su conferencia con el Primer Magistrado, pasó a tratar lo relativo con el Secretario de Guerra, y salió el mismo día 12 para Cuautla, dando una muestra de su celosa e incansable actividad.


Robles Domínguez y Casso López

En la misma noche llegó al término de su viaje y al abandonar el tren, pudo ver que el general Arnoldo Casso López y gran número de oficiales se hallaban congregados en el andén de la estación, como si estuvieran esperando la llegada de un alto jefe militar.

No le agradó aquel aparatoso recibimiento, cuando se enteró de que era en su honor. El general Casso López le dijo en el tono más amable que pudo:

- Conque siempre se fue usted para México, abogado; ¿por qué no me avisó?

- Tuve que salir violentamente a enterar al señor Presidente del acuerdo llegado con Zapata y no dispuse de tiempo para verlo ya, general; pero todo va bien y creo que se arreglará el ásunto satisfactoriamente.

Le refirió entonces el giro que las negociaciones habían tomado y le puso al tanto de las instrucciones que había recibido del Presidente; luego le expresó sus deseos de continuar su viaje a la Villa de Ayala, para entrevistar cuanto antes al general Zapata que lo esperaba.

Casso López se opuso muy suavemente a la realización de sus deseos, sugiriéndole la conveniencia de aplazar la salida hasta el día siguiente. El señor Robles Domínguez, sabiendo que el general Zapata tenía la costumbre de pasar las noches en el campo, no encontró objeción que hacer y decidió pernoctar en Cuautla.

Como a la una de la mañana del día 13, el ayudante del señor Robles Domínguez oyó ruido cerca del cuarto que ambos ocupaban, lo comunicó así a su jefe y éste salió en persona para cerciorarse de lo que acontecía. Dos oficiales de Casso López se encontraban en el pasillo, y al ser interrogados, contestaron que habían recibido órdenes de permanecer vigilando la seguridad del representante del Primer Magistrado de la Nación.

El señor Robles Domínguez les, manifestó que podían retirarse, pues no había motivo alguno que reclamara su presencia, mayormente cuando se encontraba en una plaza guarnecida por fuerzas federales, entre las que se consideraba absolutamente seguro. Agregó que ni entre los zapatistas corría peligro, y así era la verdad. A pesar de la indicación, los oficiales permanecieron en su puesto hasta las cinco de la mañana, hora en que se presentó el general Casso López, para cambiar impresiones con el señor Robles Domínguez.

Media hora después desayunaban el enviado del Presidente y el general, cuando llevaron al primero un recado de parte de don Otilio E. Montaño, quien por teléfono lo llamaba a nombre del generar Zapata, desde la Villa de Ayala. Casso López indicó a quien llevó el recado, trasmitiese he respuesta de que tan pronto como terminara el desayuno, cosa de unos treinta minutos, iría el señor licenciado a la oficina telefónica para ponerse al habla con quien lo llamaba.

En menos del lapso indicado terminaron el desayuno, y como el señor Robles Domínguez hiciese preparativos para emprender su salida de Cuautla y conferenciar con el general Zapata, Casso López le manifestó que francamente se oponía a su viaje al campo rebelde, pues peligraba su vida, por la cual se consideraba obligado a velar, dada la alta representación que tenía.

El licenciado Robles Domínguez, sabedor de que no corría peligro, pues el general Zapata tenía en alta estimación su buena fe demostrada palpablemente, insistió en sus deseos de emprender el viaje a la Villa de Ayala, anhelante de cumplir el compromiso que con el jefe suriano había contraído.

Aunque en muy buena forma, Casso López se opuso terminantemente y al fin se vió obligado a decir que conforme a las instrucciones recibidas de México, había ya girado órdenes y dispuesto la movilización de fuerzas para cercar al general Zapata y lograr su captura, ese mismo día, si era posible.

¿Eran efectivas esas órdenes? ¿Quién las había dado? ¿Procedían de la Presidencia de la República? En tal caso, ¿por qué el señor Madero no lo había dicho así a su enviado? ¿Había pensado darlas después de su entrevista? ¿Por qué no se había comunicado por telégrafo con su representante, ordenándole suspender las negociaciones?

Si las órdenes no emanaban de la Presidencia, ¿procedían de la Secretaría de Guerra? ¿Por qué se obraba de un modo distinto de como el Presidente había encargado decir al Secretario, al indicarle que suspendiera todas las hostilidades? Si las órdenes partían de la Secretaría de Guerra, ¿qué intenciones se tenían al contrariar la política presidencial? Si no había órdenes expresas de la Secretaría de Guerra, ¿por qué el general Casso López emprendía la batida? ¿Quería aprovechar la reconcentración de las fuerzas rebeldes en la Villa de Ayala, para dar un golpe certero al general Zapata y demostrar su habilidad? ¿Deseaba exhibirse como capaz de hacer lo que no había podido su antecesor Victoriano Huerta?

He aquí que la situación volvía a ser la misma que durante la administración de don Francisco León de la Barra.


Breve conferencia telefónica

Los recados telefónicos del señor Montaño se sucedían, solicitando hablar urgentemente con el enviado del señor Presidente, a nombre y por indicaciones del general Zapata.

El licenciado Robles Domínguez expresó al general Casso López la profunda extrañeza que le causaban las instrucciones que dijo haber recibido, pues eran absolutamente contrarias a lo que el señor Madero le había manifestado. Por fin, ante la imposibilidad de salir a conferenciar con el general Zapata y después de vencer dificultades que para ello opuso el general federal, pudo comunicarse telefónicamente con el primero, quien permanecía en la Villa de Ayala esperándolo, según habían convenido. He aquí el brevísimo diálogo que tuvieron:

- Licenciado, me están rodeando.

- Sí, general; aquí está el general Casso López.

- Pero se están movilizando fuerzas por distintos rumbos y esto no fue lo acordado.

- Sí, general; aquí está el general Casso López. El señor Presidente está bien dispuesto para que se llegue a un entendimiento. Voy a escribir a usted y a enviarle la carta original del señor Presidente.

Y así terminó aquella conferencia telefónica sin que el señor Robles Domínguez pudiera decir otra cosa al general Zapata, pues efectivamente Casso López estaba a metro y medio del aparato telefónico, preguntando a cada instante lo que decía el guerrillero.

Fácil es darse cuenta de la extrañeza y de la penosa impresión que en el general Zapata produjeron las palabras nada explicativas del enviado del Presidente.

¿Qué significaba la expresión Sí, general, aquí esta el general Casso López? ¿Cómo podía adivinar quien estaba en el otro extremo del hilo telefónico, que la presencia del militar impedía a su interlocutor decirle cuanto hubiere querido, cuanto necesitaba, cuanto sabía de la felona actitud que él mismo reprobaba?

Sin embargo de que el licenciado Robles Domínguez estaba ya al tanto de la movilización y de las intenciones de las tropas federales, no podía referirse a ellas. Su mente fue, sin duda, decir al general Zapata: sí, general, ya sé que lo rodean que lo cercan, que quieren aniquilarlo hoy mismo, que desean acabar con usted y los suyos, para que no se levante jamás una protesta enérgica y viril en favor de los campesinos; pero aquí está el general Casso López, el encargado de la infame tarea de hacerlo víctima, y su presencia me impide comunicar a usted lo que debo decirle y usted necesita saber para ponerse a salvo de todas las maquinaciones a las que soy completamente extraño. Casso López me ha impedido ir a verlo y se ha opuesto a que hable con usted desde su primer llamado.

No pudo ser explícito, ni era fácil que el general Zapata penetrara toda la intención de sus palabras, y por lo mismo que lo desligase de la maniobra que estaban llevando a cabo las fuerzas federales. En esos momentos tan difíciles para el señor licenciado Robles Domínguez, no tuvo otro recurso sino enviarle la carta original del señor Madero, que no hizo sino complicar la situación, pues no era una respuesta en consonancia con las proposiciones que se le habían presentado.


LOS FEDERALES ABREN EL FUEGO


Los hechos en oposición con las gestiones

Mientras las fuerzas federales se movilizaban conforme al plan y órdenes de Casso López, el licenciado Robles Domínguez escribió una carta al general Zapata, a la que adjuntó la del señor Madero. Dice así la primera:

Cuautla, a 13 de noviembre de 1911.
Señor general don Emiliano Zapata.
Villa de Ayala.

Querido amigo:

Usted sabe el cariño que siempre he guardado para todos aquellos que, en cualquier forma, ayudaron al triunfo de la causa revolucionaria y especialmente para usted, que juzgo ha sido uno de los que con más desinterés y más eficazmente ayudaron.

Creo interpretar fielmente las ideas del señor Madero al manifestarle que piensa en este punro lo mismo que antes le expresó. Tanto él como yo, consideramos en todo su valor el hecho de que haya sido este Estado el primero que trató de sacudirse, por la vía legal, el yugo de la dictadura y haya sido uno de los que, con mayor aliento, se levantaron en armas cuando vieron que la ley era vejada y pisoteada por el gobierno que presidía el general Díaz. Sé también que es usted un patriota sincero, que ama al pueblo entre el que ha nacido y cuyas miserias y sufrimientos conoce por un íntimo contacto con él; creo que es usted un partidario sincero del señor Madero y tengo derecho a pensar que usted, como el pueblo de Morelos y en general el de la República toda, debía tener absoluta confianza en el Caudillo de ayer y hoy Presidente de la República, de que cumplirá con toda eficacia, en el menor tiempo posible, todas y cada una de las promesas que hizo el plan revolucionario y atenderá preferentemente al mejoramiemo de la situación de la clase humilde, ya repartiendo tierras a los agriculrores pobres, ya exigiendo que se respeten los derechos del trabajador en general y muy especialmente del trabajador del campo, exigiendo siempre y en cada caso, la responsabilidad en que haya incurrido aquel amo o dependiente que, por cualquier motivo, no lo hiciera.

Mas si esto piensa y hace el señor Madero, es justo y debido que todo el pueblo se agrupe a su alrededor para facilitarle su tarea, y si a esto está obligado todo el pueblo mexicano antes expresado, la obligación es mayor para los que formamos parte del grupo director de la revolución y aún más grande para los que, como usted, tienen gran prestigio en esta extensa zona del territorio nacional cuyos habitantes lo quieren, respetan y obedecen sus órdenes.

Dicho lo anterior y teniendo en consideración las circunstancias por las que actualmente atraviesa el país y el estado de la opinión pública, le ruego lea con todo detenimiemo la carta que le adjunto y después de ello, me resuelva lo que a bien tenga.

Usted ha visto el especial empeño que he tenido para la pacificación de este Estado, y el mejoramiento de la condición del pueblo, mas no dejo de comprender que esa condescendencia exagerada de parte del gobierno en los actuales momentos, sería de fatales consecuencias para nuestro Presidente y Caudillo, el señor Madero, y usted y todos, debemos ser celosos guardianes de su prestigio, que al fin y al cabo, dada su buena fe y excelentes propósitos que lo guían, redundará en provecho de nuestra querida patria y de nuestro pueblo.

Usted y con usted el pueblo de Morelos, tiene derecho a exigir seguridad en sus vidas y cumplimiento de las promesas de la revolución, sobre todo en lo que se refiere a la repartición de tierras, al mejoramiento de la clase humilde, a la igualdad de los hombres, pobres y ricos, ante los tribunales y la justicia y el respeto de hombres y ciudadanos.

Pues bien, como usted verá por la carta que le adjunto y que le ruego me devuelva, el señor Madero garantiza bajo su firma que las vidas de ustedes serán respetadas; y por lo que hace al cumplimiento de los ofrecimientos de la revolución, seguramente que el señor Madero los cumplirá, pues siempre ha dado pruebas de amor al pueblo y que por él sabe sacrificarse. Además, prometo solemnemente bajo mi palabra de honor, de que antes de tres meses se hará el reparto de tierras a los agricultores pobres. También le reitero el ofrecimiento que hice al señor Montaño para usted y para él, a fin de que fuera de su tierra natal no tenga motivos de aflicción. Además, usted podrá ser acompañado por los hombres de confianza que desee, y respecto de ellos, estoy autorizado para hacerle el mismo ofrecimiento. Más todavía, y no obstante el grave perjuicio que resentiré en mis intereses, estoy dispuesto a acompañarlo y permaneceré con usted en el lugar que el señor Madero nos indique. También, respecto a este punto, comprometo solemnemente mi palabra de caballero.

En caso de que usted acepte las condiciones que en su carta expresa el señor Presidente, venga a la hacienda de Coahuixtla, acompañado de todos los hombres que usted desee. Ruégole encarecidamente, por usted mismo; por el pueblo de este heroico Estado de Morelos y por el porvenir de nuestra muy querida patria mexicana, acceda a mi ruego, seguro de que nada le pasará y que habrá contribuído, de manera altamente patriótica, al bien de nuestro México; y nuestros mismos enemigos, los que hoy le insultan en la prensa, tendrán que reconocer que es usted un patriota y leal subordinado del gobierno constituído del señor Madero.

Espero su contestación hasta las dos de la tarde, para avisár a México al señor Presidente de la República.

Su amigo que lo quiere.

G. Robles Domínguez.

No armonizaban la carta que acabamos de reproducir y la del señor Madero. Por el contrario, para quíen fuera actor desde el plano en que se encontraba el general Zapata, la misiva del Presidente sí estaba en consonancia con la movilización de las fuerzas federales. El señor licenciado Robles Domínguez desentonaba y aparecía, cuando menos, como queriendo atenuar la aspereza de la situación, si no es que como un mentiroso que deseaba inspirar confianza para que se lograsen los propósitos que claramente se veían en los movimientos militares. No era así. Sus ofrecimientos rebosaban sinceridad y hubiera cumplido fielmente su palabra empeñada; pero el general Zapata, desconociendo lo que había en el corazón desinteresado del mediador, e ignorante de la posición en que se hallaba, no pudo juzgar por un documento, sino por los hechos que estaban hablando con viva elocuencia.

Cuando ya sobre su caballo, recibió de manos de Jesús Cázares la carta del repetido profesional, y la del Primer Magistrado que iba adjunta, al entererase de ambas, debió sentir que se desvanecía toda la esperanza que hasta esos momentos había puesto en el Gobierno de Madero.

Al ver que ese Gobierno seguía el mismo camino que su antecesor; al darse cuenta de que no parecía inclinado a resolver los problemas sociales; que no prestaba atención a las modestas y razonables peticiones que poco antes se habían estipulado con su representante, el señor licenciado Robles Domínguez; que se desentendía de los postulalos revolucionarios y que en vez de cumplir con las promesas hechas verbalmente y por escrito, enviaba tropas para que felonamente envolvieran a las huestes surianas, el general Zapata debió experimentar una muy honda decepción y que la mano del destino lo empujaba a seguir en su actitud rebelde.

Aún estaba Cázares en la Villa de Ayala, cuando llegaron varios avisos confirmando las noticias de que, por distintos rumbos, se estaban movilizando fuerzas gobiernistas sobre las posiciones del general Zapata.

Muy tranquilo, como si viera desarrollarse acontecimientos ya esperados, ordenó que sus fuerzas ocuparan lugares estratégicos y que el grueso de ellas se hiciera fuerte en el cerro del Aguacate. Luego, dirigiéndose a Cázares, le encargó:

- Diga usted al licenciado Robles Domínguez que le diga a Madero, que si no cumple con sus compromisos con el pueblo, no pierdo las esperanzas de verlo colgado en el árbol más alto de Chapultepec. Que me ha engañado. Dígale también a Robles Domínguez, que lo espero con sus federales en el Aguacate.

Y mientras continuaba preparándose para hacer frente al enemigo, Cázares, enderezó los ligeros pasos de su cabalgadura hacia Cuautla, de donde, hacía algunas horas, muy antes de cumplirse el plazo señalado por el licenciado Robles DQmínguez, la columna federal había comenzado a movilizarse, con claras intenciones de copar al general Zapata.


El primer combate

Federico Morales; con quinientos colorados, se encontraba cerca del mediodía en Moyotepec, reforzado por un piquete del 9° regimiento. Estas fuerzas estaban a la expectativa, pues suponían que por este lugar haría su retirada el general Zapata.

A la hacienda de Tenextepango habían llegado, a la misma hora, el 34 batallón y parte del 9° regimiento. Estas fuerzas, auxiliadas por los rurales de Gil Villegas, establecieron un cordón hasta Chinameca.

Un piquete del mismo 34 batallón se estableció en la barranca del Cuarto, y entre este punto y Coahuixtla. quedó el Cuartel General con su escolta y una sección de artillería de montaña. En la hacienda mencionada permaneció el 11° regimiento, dispuesto para entrar en acción.

El resto de la columna de Casso López, avanzó resueltamente sobre la Villade Ayala.

Poco después de las tres de la tarde se rompió el fuego sobre las fuerzas rebeldes que se hallaban en las alturas de la Villa de Ayala y que se fueron replegando hacia el cerro del Aguacate, según instrucciones recibidas. Mientras la artillería federal disparaba sobre dicho cerro, el general Zapata dispuso la retirada de sus fuerzas en distintas direcciones. Ya al caer la tarde, el general Zapata, con su escolta, sostenía el tiroteo contra las fuerzas agresoras y, aprovechando la obscuridad de la noche, escapó entre las mismas tropas enemigas que creían haberlo copado.


Carta del licenciado Robles Domínguez al Presidente Madero

La penosa impresión que el señor licenciado Robles Domínguez recibió con los sucesos que dejamos narrados y el fracaso de todas sus gestiones, determinó que enfermara de una fiebre biliosa que lo obligó a trasladarse a la capital de la República. Entonces dirigió al señor Madero una interesante carta que dice así:

México, noviembre 20 de 1911.
Señor Presidente de la República.
Presente.

Muy respetable señor y querido amigo:

Anoche llegué de Cuautla y le ruego me excuse no vaya a verlo desde luego porque regresé enfermo; pero cumplo con el deber de darle cuenta del resultado de mis últimas gestiones que, sin duda alguna, hubieran llegado a un resultado satisfactorio si usted hubiera dado la orden de suspender todo ataque en contra del general Zapata y sus fuerzas como tanto se lo supliqué, primero por telégrafo y después en la entrevista del domingo 12 del corriente, cuando vine especialmente con ese objeto.

Al salir de esa enrrevista me dirigí personalmente al Ministerio de Guerra, hablé con el señor Ministro, le mostré la carta que usted me dirigió sobre el asunto de Zapata y le comuniqué su recado de suspender todo ataque mientras este asunto se resolviera.

Inmediatamente salí para Cuautla en donde manifesté por la noche, al general Casso López y a sus oficiales que me esperaban en la estación, que había hablado con usted y mi propósito de continuar hasta la Villa de Ayala para comunicarme con el general Zapata; pero se me hizo observar que no era necesaria tanta premura y que al día siguiente podría hacerlo. Me pareció bien, recordando que Zapata no dormía en la Villa.

El lunes 13, cuando me disponía para ir a ese lugar, llegó el general Casso López y primero trató de disuadirme de que fuera a Villa de Ayala y como yo insistiera en mi propósito con tanta más razón que ya había recibido telefonema del profesor Otilio Montaño desde Villa de Ayala diciéndome que necesitaba hablar conmigo por orden del general Zapata, a reiteradas súplicas mías me manifestó que no podía consentir mi salida al campamento zapatista haciendo hincapié en el riesgo personal a que me exponía dado que, obedeciendo órdenes superiores, había tomado posiciones para un ataque, creyéndose él obligado a tomar esas precauciones por la recomendación especial que usted le había hecho en mi favor.

Con mucha dificultad obtuve su asentimiento para hablar por teléfono a Ayala; pero tUve la pena de no hacerlo con libertad, porque junto al aparato estaba el general Casso López. En tal virtud, cuando Zapata me dijo que lo estaban rodeando y que iba a tomar sus precauciones, sólo pude contestarle que sí (que las tomara), y como me siguiera hablando y Casso López me preguntara que qué decía Zapata, juzgué prudente terminar diciéndole solamente a Zapata que usted tenía buena voluntad para arreglarlo todo y que para que se convenciera, le iba a mandar una carta original de usted.

Me retiré del teléfono con el disgusto que usted debe comprender, dado el desinterés y buena fe que siempre me ha guiado en este asunto, y todavía insistí sobre la inconveniencia del ataque manifestando mi optimismo en pro de un arreglo que conciliara los deseos de los zapatistas con los intereses generales del país, y comó no fuera atendido alegándoseme órdenes superiores, supliqué que se me dejara hacer un último esfuerzo mandando al general Zapata la carta de usted, con sus últimas condiciones, adjuntando una mía en la que trataba de persuadido amistosamente para que las aceptara, esperando su contestación hasta las dos de la tarde, plazo que se prolongó por una hora y siete minutos más en virtud de mis reiteradas instancias. Ya debe usted tener noticia de lo que ocurrió después.

Mientras más estUdio las últimas bases que obtuve de Zapata -y me permito suplicar a usted se sirva meditarlas nueva y detenidamente- mayor es mi empeño en que usted las acepte, porque, en resumen, ¿qué pide Zapata ahora? la separación de Figueroa y de Morales; el indulto general; una ley agraria que mejore las condiciones del campesino; el retiro de las fuerzas federales, en cuarenta y cinco días o más; quinientos rurales dependientes del Ministerio de Gobernación con su hermano de usted Raúl o Eufemio Zapata al frente de ellos a elección de usted para guarnecer el Estado de Morelos. No pretende mezclarse en los asuntos del gobierno local y sí ofrece coadyuvar -si así se desea- con su influencia personal en pro de las autoridades constituídas. Pide se dedique al pago de algunos préstamos revolucionarios la pequeña suma de diez mil pesos; que el Gobernador del Estado se nombre, de acuerdo con usted, por los principales jefes revolucionarios y que cincuenta rurales del Estado guarnezcan la Villa de Ayala.

Francamente, señor Presidente, yo no encuentro inconveniente para aceptar tales bases, en principio, y si usted da instrucciones del modo más absoluto para suspender los ataques a las fuerzas zapatistas y hacerlas así recobrar la confianza -que es natural que hayan perdido- estoy seguro que, pudiendo disponer del tiempo necesario, la pacificación del Estado de Morelos será un hecho en breve tiempo.

De lo contrario, quién sabe lo que suceda, porque como dije al señor Ministro García Granados en ocasión en que me afirmaba que con cinco mil hombres al mando de Huerta acabaría con los zapatistas, éstos son tan numerosos como son los habitantes del Estado de Morelos y los de los distritos colindantes de Guerrero, y hoy le agregaré, muchos del Estado de Puebla y todo el Sur del Distrito Federal.

La circunstancia, que usted mejor que nadie conoce, de ser yo el iniciador de la aproximación pacífica con los zapatistas y la no menos atendible de que sacrifico mi tiempo y me expongo a los peligros consiguientes a una empresa de esta naturaleza, sin beneficio ninguno personal por mi parte, me excusarán ante los ojos de usted para que, una vez más, insista en suplicarle que este problema de vital importancia nacional se resuelva bajo las bases propuestas que dejan incólume la dignidad de Zapata y de los que lo rodean, sin menoscabo del prestigio del Gobierno que usted dignamente preside.

Tan luego como me mejore, me permitiré pasar a ver a usted y aprovecharé la ocasión para ampliarle las consideraciones que apoyan mis deseos.

Soy de usted respetuoso seguro servidor y amigo que lo quiere.

G. Robles Domínguez.

La injustificada, la inconcebible, la inesperada agresión de que fue víctima el general Zapata, tuvo que repercutir hondamente en su carácter férreo.

Pero los campos quedaron deslindados al desvanecerse la última esperanza de que el problema económico de la clase campesina se resolviera sin efusión de sangre, sino por la justicia que le asistía y por la fuerza política y social de la Revolución hecha Gobierno.

De un lado quedaron los privilegiados con la decidida protección -por ironía del destino- del Jefe de la Revolución convertido en Presidente de la República, por el voto de la abrumadora mayoría de las clases trabajadoras. Del otro quedaron los desposeídos, los esclavos, debatiéndose en su situación económica y con el anhelo sentimental, pero consciente, de un bienestar necesario y justo.

Con la actitud del señor Madero, todos los procedimientos evolutivos quedaron descartados; había, pues, que apelar al supremo recurso revolucionario para imponer las ideas, para hacerse justicia, para defender el derecho a la vida. Había que tomar por la fuerza lo que no se quería conceder de buen grado; y ante los oídos sordos a las voces humanas, era necesario emplear las más elocuentes voces de las bocas de fuego.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO II - Capítulo III - Campaña electoral y elección del señor MaderoTOMO II - Capítulo V - El Plan de AyalaBiblioteca Virtual Antorcha