Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO II - Capítulo I - Breve exposición retrospéctivaTOMO II - Capítulo III - Campaña electoral y elección del señor MaderoBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña

TOMO II

CAPÍTULO II

RESULTADOS INMEDIATOS DE LA POLÍTICA DELABARRISTA


El programa de Ambrosio Figueroa

El distanciamiento entre los generales Zapata y Figueroa tomó las proporciones de una enemistad jurada, con el hecho de que fuerzas del jefe guerrerense fueran las primeras en atacar al guerrillero agrarista en Chinameca y que, ligadas al ataque, estuviesen la cobardía y la mala fe del administrador de la finca. Acrecentó la negrura de la acción el hecho de que las fuerzas fueran las del segundo de Figueroa, Federico Morales, quien, entre sus antecedentes, contaba el asesinato de Gabriel Tepepa.

Ello no obstante, Figueroa, como Gobernador de Morelos, pudo haberse atraído adeptos -no entre los aristócratas, burgueses, y porfiristas que ya lo eran, sino entre la clase campesina- si hubiera tenido la atingencia de abordar el problema que el guerrillero morelense había planteado. Lejos de prestar la más pequeña atención al asunto de la tierra, Figueroa lo desechó de plano.

En el manifiesto de rigor que lanzó al tomar posesión de su elevado cargo, dijo que gobernaría sin programa definido porque el que seguiré será el mismo que he empleado como guerrillero. No me pidáis la resolución del difícil problema agrario, porque ni mi competencia ni el tiempo de que dispongo me bastarían para resolverlo. Cuando yo me levanté en armas sólo os ofrecí libertades: éstas están conquistadas y por ellas velaré sin descanso. La propiedad, lo mismo la grande que la pequeña, será garantizada.

Bien escogido por el Presidente de la República estuvo el Gobernador de Morelos. ¿Qué diferencia podría notarse entre un gobernante porfirista y uno salido de las filas revolucionarias?

En Morelos no existía la propiedad rústica en pequeña escala, sólo había latifundios, y Figueroa iba a garantizar la estabilidad de los feudos, causantes de la esclavitud que estaban sufriendo los campesinos morelenses.

Protegiendo la existencia de las ergástulas era como se proponía velar por las libertades conquistadas el flamante Gobernador Figueroa.

Por esto, apenas exaltado al poder, la campaña se recrudeció. Menores de edad, hombres fuertes, ancianos que aún podían soportar las penalidades de la lucha y hasta algunas mujeres entusiastas y valerosas, empuñaron el rifle y fueron a compartir con el general Zapata los azares de la guerra.


El fracaso militar de Huerta

Si la designación de Gobernador contribuyó en mucho a robustecer el movimiento que ya podemos llamar zapatista, no fue menor el impulso que recibió con el nulo resultado de las operaciones militares desarrolladas por la columna de Huerta, de quien las declaraciones oficiales dijeron que acabaría en cortísimo tiempo con el bandolerismo.

Seguiremos a la tropa federal. El 20 de septiembre arribó a Chietla, del Estado de Puebla, y al tener allí conocimiento de que el general Zapata había llegado a Acatlán, decidi6 Huerta continuar su marcha sobre esa plaza, enviando como avanzada las tropas del coronel Eleuterio Margáin y de Gabriel Hernández, mismas que en Axochiapan, Morelos, acababan de señalar su paso con persecuciones al vecindario.

El día 24 llegó la columna federal a Chiautla. Huerta creyó, y así lo dijo entonces, que no había enemigo a su retaguardia. En esa creencia, y con el objeto de copar al general Zapata, ordenó a Federico Morales que regresara a Cuernavaca y que de allí, internándose al Estado de Guerrero, atacase a los zapatistas por el lado opuesto al que el mismo Huerta llevaba, es decir: por Santa Catarina y el río de Ixcamilpa, debiendo ser auxiliado en sus movimientos por los jefes Rómulo Figueroa y Guillermo Giucía Aragón

Ordenó a Gabriel Robles que al mismo tiempo, y con su caballería, avanzara hacia Chila e Ixcamilpa; pero tanto por las naturales dificultades del terreno, cuanto por el conocimiento que de él tenían las fuerzas del general Zapata, tuvo que regresar Hernández a su base de operaciones, pues consideró muy peligrosa la marcha de sus hombres.

Entonces Huerta tuvo un rasgo de audaz hipocresía: con uno de los lugareños, en quién creyó ver un partidario del general Zapata, tras de tratarlo con exageradas consideraciones, envió al jefe revolucionario un recado verbal, en el que ofreció la cesación de las hostilidades y su eficaz ayuda para el arreglo del conflicto de Morelos, con la sola condición de que lo dejara pasar, con sus tropas, rumbo a Acatlán, del Estado de Puebla.

Naturalmente que el general Zapata no hizo caso de tan peregrina proposición y suponiendo Huerta que el silencio del guerrillero significaba su anuencia, dejó su artillería de montaña en Chiautla y continuó su movilización hacia Chila, que ocupó sin combatir, pues el general Zapata, desde el día anterior, había abandonado la plaza.

En Chila estableció Huerta su Cuartel General; su columna hizo exploraciones en la siguiente forma: el capitán González, por el camino de Chiautla; el mayor Ocaranza, por Las Pilas; el capitán Antonio Priani, por La Pastora; el capitán Rodrigo Paliza, por Jicotlán; el capitán Pérez, por Tulcingo.

Dejó destacamentos en Las Pilas y Tulcingo, para proteger el avance de la columna que se inició sobre la segunda de las plazas mencionadas, el día 2 de octubre. De Tulcingo continuó la marcha de la columna federal, por Huehuepiaxtla; el día 3 se registró un encuentro con fuerzas mandadas ex profeso por el general Zapata, quien con el grueso de sus tropas se replegó hacia Tehuitzingo, donde ésperó a la columna federal y le presentó combate, el día 4.

Era la oportunidad que el general Zapata esperaba para desarrollar un plan que había concebido. Parte de su gente simuló una retirada de Tehuitzingo a Acatlán, hacia donde Huerta continuó su marcha al día siguiente, mientras qúe el general Zapata, a marchas forzadas y por caminos poco frecuentados, regresó al Estado de Morelos en donde habían quedado escasas guarniciones en poblados de importancia y en algunos lugares que juzgó estratégicos el jefe de las fuerzas federales.

Las circunstancias fueron propicias para que cobraran bríos los jefes rebeldes, quienes atacaron las pequeñas guarniciones, sin darles punto de reposo. Don Eufemio Zapata excursionaba a la sazón por Tochimilco, pueblo del que se apoderó el bravo Felipe Vaquero; allí recogió todas las armas de los antiguos soldados maderistas que se hallaban de guarnición y organizó, en unos cuantos días, una fuerza de trescientos hombres, con los que se incorporó en Cuilotepec a José Trinidad Ruiz, quien tenía su Cuartel General en Hueyapan, Morelos. Lorenzo Vázquez amagó Jojutla; Félix Franco y otros jefes se presentaron y combatieron por Chiconcoac, Tetecalita, San Vicente y otros lugares cercanos a Cuernavaca. Los peones de estas haciendas y los de la de Atlacomulco se unieron a los rebeldes, grupos de los cuales aparecieron por Ozumba y Tepedixpa, del Estado de México.

Contra todo lo que el Gobierno Interino esperaba con sus bravatas y sus alardes de fuerza, el viril Estado de Morelos se agitó y sacudió a sus limítrofes, en un pujante impulso de rebelión que evidenció los desaciertos de De la Barra, lo ineficaz de la movilización de Victoriano Huerta y la deficiencia en las operaciones por él planteadas.


El general Zapata a las puertas de México

Como por el día 20 el general Zapata, quien con anterioridad había destacado parte de sus fuerzas sobre las cercanías de Cuautla, que se encontraba sin comunicaciones casi, pidió la rendición de la plaza, con el objeto, que logró, de que la atención de las fuerzas federales se reconcentrara sobre esa ciudad. Sin atacarla, pues no era ese su fin, hizo un rápido movimiento y con parte de sus fuerzas se internó al Distrito Federal, en el que ya existían algunos grupos rebeldes.

Había en Morelos más de tres mil federales que fueron impotentes para contener a los rebeldes. Por lo que respecta a la columna de Huerta, al mando del general Arnoldo Casso López, pues el primero había sido depuesto, llegó a marchas forzadas a Cuautla.

El domingo 22 de octubre los rebeldes ocuparon Topilejo, Tulyehualco, Nativitas y San Mateo, a las puertas mismas de la capital de la República. El 23 en la noche, avanzaron sobre Milpa Alta.

Como es de suponerse, fue grandísima la alarma que cundió en México por los inesperados e increíbles movimientos del general Zapata. El Presidente De la Barra, palpando la trascendencia de su torpe política, dictó órdenes para el traslado inmediato de fuerzas que salieron de Cuernavaca, de Toluca y de la misma capital, con instrucciones de hacer un movimiento envolvente.

El general Cáuz, al frente de mil hombres, marchó sobre Milpa Alta, que evacuada por los revolucionarios, ocupó hasta el día 25, es decir, cuarenta y ocho horas después de capturada por el general Zapata.

Los reaccionarios, alarmados como nunca, al ver que todos sus esfuerzos pol exterminar al general Zapata habían dado resultados contrarios a sus intenciones, buscaron sobre quién arrojar la responsabilidad de aquella situación. Hicieron blanco de sus iras al señor don Francisco I. Madero, pues no podían atacar al verdadero culpable, al capitán de la reacción, al Presidente De la Barra. Estaba próxima la exaltación del señor Madero a la Presidencia de la República y los porfiristas, la reacción toda, apoyada por el Presidente Blanco, buscó en todos los medios, hasta en los más depravados y reprobables, la revancha de su partido, que no pudo entonces llegar al extremo ignominioso a que recurrió en febrero de 1913, en sus deseos de abatir a la Revolución.


LA ACTITUD DE ZAPATA TRATADA EN LA CAMARA DE DIPUTADOS

La agresividad de las fuerzas rebeldes y su inesperada presencia en las inmediaciones de la metrópoli sacudió a todas las capas sociales, agitó a los políticos y alarmó a los conservadores. Fue enorme la sorpresa por ellos recibida, pues cuando creían al zapatismo limitado al vecino Estado del Sur y próximo a desaparecer, vieron que se extendía hasta el mismo Distrito Federal, evidenciando el fracaso de la campaña de Morelos.

Por lo que refiere al general Zapata, tras del acto de presencia regresó a su Estado, en el cual encontró a los suyos vibrantes de entusiasmo. En unos cuantos días la situación se había hecho favorable para los rebeldes, pues ya los federales no dominaban sino las poblaciones por ellos guarnecidas, que lo eran la capital y las cabeceras de distrito; el resto de la entidad estaba en poder de los sublevados.

Considerando los políticos, por su parte, que la actitud del general Zapata era un asunto de importancia nacional, lo trataron en la Cámara de Diputados, a iniciatíva de los señores licenciados José María Lozano y Francisco M. de Olaguíbel, poniéndolo al debate en la sesión del 25 de octUbre de 1911.

Claro está que llovieron sobre la persona del general Zapata todos los denuestos, insultos y calumnias; pero examinando lo que entonces dijeron los intelectuales conservadores, se ve que en el fondo concedieron la razón al luchador morelense, pues comprendieron que su actitud era el reflejo del anhelo de un pueblo, en el cual se habían cebado las ambiciones de un grupo de próceres del porfirismo. Sin embargo, no llegaron a admitir que para calmar la inquietud y hacer justicia. a la clase campesina se tocaran las propiedades arrebatadas a las poblaciones para formar las haciendas, hecho que no sólo había acontecido en Morelos, sino en casi todas las entidades de la República.

Zapata -dijeron los corifeos de la reacción- es algo más que un bandido: es el reivindicador, es el libertador del esclavo de los campos que ha hecho escuela, ha ganado innumerables prosélitos quizá porque todos creen que tiene razón; pero ... ¡hay que prenderlo, hay que extirparlo!

Veamos lo que expresó uno de los más elocuentes tribunos del porfirismo, el licenciado José María Lozano, en la tribuna de la Cámara de Diputados.


Discurso de José María Lozano

Señores Diputados:

La proposición que acaba de recibir lectUra no necesita para su éxito de ningún cimiento dialéctico, ni de sutiles disquisiciones de Derecho Constitucional, ni siquiera de llamamientos ardorosos a inmanentes principios de justicia; es algo más humano. Esta proposición no es sino el grito fisiológico del instinto de conservación social e individual (aplausos), es la conjuración sacrosanta de todos los elementos contra la amenaza inminente para propiedades incendiadas, para Vidas destruídas, para honras marchitas; es el llamamiento al espíritu del bien para que combata contra el espíritu del mal: os convocamos, señores, a la eterna tragedia de Ormuz contra Arimán.

La ciudad de México corre riesgo próximo e inmediato de ser el escenario lúgubre del festín más horrendo y macabro que haya presenciado nuestra historia; no es Catilina el que está a las puertas de Roma, es algo más sombrío y siniestro; es la reaparición atávica de Manuel Lozada El Tigre de Alica en Emiliano Zapata, el bandolero de la Villa de Ayala.

¡Quiera el cielo, en tan solemnes y preciosos momentos, depararnos la resurrección de la figura bendita de Ramón Corona!


Los sucesos expuestos por la reacción

Permitidme que haga historia breve, aunque triste y negra. Hace poco más de dos meses, ante quejas insistentes y angustiosas de todos los habitantes del Estadó de Morelos, el Gobierno Federal decidió exterminar a Emiliano Zapata.

Un hombre de hierro, de aquellos a quienes amó Federico Nietzsche y a quien toda la República respeta en el momento actual, don Alberto García Granados (aplausos), asumió ante la historia y ante la política contemporánea la responsabilidad de abrir aquella campaña de la civilización contra la barbarie.

Don Francisco I. Madero creyó que en el fondo de aquella expedición se agitaba un complot reyista, y fue, con grave peligro de su vida, a cumplir en Cuautla un doble deber; deber de patriota, deber humanitario, a ver si lograba por la persuasión calmar a Zapata y evitar así a la República un derramamiento de sangre humana; y deber de caudillo, deber de candidato, a salvar a un correligionario del peligro.

El señor Madero no puede ser censurado, ni desde las altas cumbres de la moral eterna ni desde las llanuras de la moral política.

Los partidos políticos no se integran únicamente con arcángeles; necesitan también de demonios. El Partido liberal no venció únicamente con la sabiduría de Ocampo y con la abnegación de Santos Degollado; necesitó también el empuje vandálico del cruel e inhumano bandido que se llamó Antonio Rojas, por eso el señor Madero cumplió en aquella ocasión con un alto deber de moral política, y yo en aquellos días, como ahora, fuí la nota discordante en medio de la sinfonía de denuestos que rodeaba la figura del leader. Mas si la tarea fue noble, también fue infructuosa; tras la aparente calma de Emiliano Zapata, el Atila se sublevó; de nada sirvió el prestigio y la elocuencia del señor Madero.

La leyenda mística no registra sino un solo milagro de haber domesticado fieras: San Francisco de Asís, el serafín de la Umbría, que logró domesticar a un lobo; el señor Madero no realizó el sortilegio del santo y fracasó en su empresa de Cuautla, pero en el asunto, si el señor Madero cumplía con un deber, sus partidarios en la ciudad se apartaban de todo respeto y de toda moralidad y en procesiones tumultuarias se dirigieron al Ministro de Gobernación y al Alcázar de Chapultepec, a pedir con gritos estridentes y abandonando el laurel de Atenea y con la cabellera de rayos de la demagogia, a pedir, ¿qué? la santificación de Emiliano Zapata. Aquello fue indigno, aquello es un oprobio, una mancha y ojalá y la gangrena se hubiese detenido ahí; pero lejos de eso, ha crecido y amenaza enfermar todo el organismo nacional. El señor Subsecretario de Guerra -preconizado Ministro del futuro Gabinete- dijo la semana pasada que el zapatismo sería aniquilado tres días después de que se inaugurara el nuevo régimen. El señor general González Salas no es un ignorante ni un balandrón; lejos de eso, es un hombre serio y perito en la ciencia militar, así pues, sus palabras no pueden interprerarse como el hipo de un fanfarrón, sino como el indicio seguro de que posee el supremo exorcismo para aniqÜilar a Emiliano Zapata, y la República entera se pregunta: ¿Cómo si tenéis la divina palabra para aniquilar al bandidaje, cómo, si tenéis el poder para extinguir esa enfermedad, no la pronunciáis? ¿Sacerdote de qué culto sois? ¿A qué Huitzilopochtli horrendo oficiáis que no está contento con tantas vidas segadas, con tantas propiedades destruídas, con tantas honras marchitas para siempre?


Impotencia de los federales

Esto lo dice el alma nacional y algo más, endereza una requisitoria formidable y eterna contra la conducta del Secretario de Guerra.

Han sido destacados 3,000 hombres en contra de las huestes de Zapata, hace ya más de dos meses: ¡y quién lo creyera! estas huestes poseen el anillo de Giges; siempre han sido invisibles para las fuerzas federales: se les trae de un lado para otro y se les lleva de un pueblo al de más adelante: se les entrega a fatigas horrendas e imponderables y nuestro bravo, nuestro heroico Ejército Federal, sigue padeciendo inhumanamente. ¿Qué es eso? Qué, ¿ignoran los que tal política aconsejan que la paciencia tiene un límite y que el heroísmo reconoce términos infranqueables? Qué, ¿desconocén la historia de Cuauhtémoc, entregando, a pesar de tanto heroísmo, su espada a Cortés? Qué, ¿olvidan el episodio dantesco en que Hugolino, acosado por el hambre, acaba por morder el cráneo de su hijo?


Profesión de fe reaccionaria

No, no es posible exigir ya más del Ejército Federal. ¿Qué, pues, es lo que se procura con tOdo esto? ¡Ah! qué triste es decirlo; pero a ello conducen todos los acontecimientos. Tal parece que se está procurando el fermento anárquico, para después, sobre las ruinas humeantes de la desolación, volver otra vez a construir la columna de la dictadura sempiterna (aplausos), y yo, que no soy revolucionario, que cada día conquista más mi admiración hacia Porfirio Díaz (aplausos, vivas, grande ovación) yo resulto más demócrata que los soi dissant que aconsejen esa política disolvente (aplausos).

Un breve episodio os voy a narrar. Ha dicho la condesa de Pardo Bazán, en frases que pronto alcanzarán la vulgaridad de un proloquio: Que la historia cansada de crear se repite y es verdad. Pronto hará un siglo, en el Sur de nuestra República también, en el Estado de Guerrero, combatía por la independencia nacional, un hombre ante cuya evocación es preciso siempre destocarse: José María Morelos y Pavón (aplausos). Aquel héroe, a quien nadie ha superado en temperatura moral, tenía a sus órdenes dos aventureros: uno norteamericano, Davis, y un cuarterón o mulato, Tabares; eran de Morelos algo enteramente análogo ¡qué digo! idénticos a lo que fuera para el señor Madero, Emiliano Zapata; pues bien, Davis y Tabares concibieron como don Emiliano, un plan de comunismo agrario, matar a toda la población blanca y repartirse por igual todos los terrenos. José María Morelos podía haberse aprovechado de los servicios de aquellos hombres, que eran demoledores del régimen virreinal; pero patriota por encima de todo, vió con lucidez, con diafanidad, el peligro y abandonando a las huestes realistas, desentendiéndose de la campaña insurreccional, marchó contra aquellos aventureros, los prendió y fusiló. Y yo hago este supremo llamamiento al señor Madero.

Le reconozco grandes virtudes, más aún, le concedo la suprema genealogía moral, le hago descendiente del eterno, del ilustre michoacano don José María Morelos y Pavón; pero que imite a su ancestro, que extirpe a Emiliano Zapata.


Zapata, un reivindicador, un símbolo

Emiliano Zapata no es un bandido ante la gleba irredenta que alza sus manos en señal de liberación, Zapata asume las proporciones de un Espartaco, es el reivindicador, es el libertador del esclavo, es el prometedor de riquezas para todos; ya no está aislado, ha hecho escuela, tiene innumerables prosélitos, en el Estado de Jalisco, pronto (désventurado Estado, mi Estado natal) un candidato, un Lisandro abominable, comprando votos con el señuelo de promesas anárquicas, ha ofrecido reparto de tierras y la prédica ya empieza a dar sus frutos, los indios se han rebelado, Zapata está a las puertas de la ciudad de México; próximamente Banderas en Sinaloa, destruirá. Es todo un peligro social, señores diputados, es sencillamente la aparición del subsuelo que quiere borrar todas las luces de la superficie.

¿Es posible que este aborto haya sido deliberadamente madurado? ¿Es posible que con estímulos nauseabundos hayan alentado a Emiliano Zapata, creyendo que se le extinguirá el día que se quiera? Mentira, ya Emiliano Zapata no es un hombre, el un símbolo; podrá él entregarse mañana al poder que venga, venir con él su Estado Mayor; pero las turbas que ya gustaron del placer del botín, que ya llevan en el paladar la sensación suprema de todos los placeres desbordantes de las bestias en pleno desenfreno, éstos no se rendirán, éstos constituyen un peligro serio de conflagración y hay que tener en cuenta, y hay que recordar a los que tales cosas han hecho, esto que es la suprema lección de la historia: Robespierre, en el auge supremo de su poder, mandaba diariamente decapitar a ciudadanos y a aristócratas y alguien, viendo su popularidad, pero también el inminente peligro que corría, se acercó y le dijo: Robespierre, acuérdate de que Dantón fue popular. Con esta imprecación terminaré, señores: acordémonos todos los odiados o los queridos, los exaltados o los oprimidos, de que para todos existe el tajo de la guillotina y que, de la luz de Mirabeau, se va rápidamente a la densa sombra de Billaud Barenns. Acordémonos siempre de que también Dantón fue popular.

El culto y desorientado abogado José María Lozano, en el discurso que íntegro insertamos, revela el temor de los conservadores ante el movimiento popular, que si no era precisamente la aparición del subsuelo que quería borrar todas las luces de la superficie, sí era el esfuerzo de los de ábajo, que pretendían acabar, con sangre si era necesario, la servidumbre a que estaban sujetos por los de arriba.

Emiliano Zapata era, en verdad, un símbolo, como lo reconoció una de las más vigorosas figuras de la reacción. El formidable movimiento reivindicador había nacido pujante y se abrió paso ante la estupefacción de los conservadores, quienes ya entreveían el Plan de Ayala.


LOS PUEBLOS APOYAN A ZAPATA


Olaguíbel en la tribuna parlamentaria

En la misma histórica sesión de la Cámara de Diputados, el licenciado Francisco M. de Olaguíbel pronunció el siguiente discurso:

Señores díputados:

Al apoyar la proposición a que se ha dado lectura y que ha despertado un movimiento, no sólo en la Honorable Asamblea, sino en las ilustradas galerías, debo comenzar por hacer una honrada confesión a la Cámara: no vengo en representación de ningún grupo. Rotos por la fuerza de las cosas los vínculos que, aunque pequeños, me ligaron con el Gobierno del señor general Díaz, y conservando una profunda y respetuosa gratitud por el ilustre vencido (bravos y aplausos), sin vínculos de ninguna clase con los partidos políticos que actualmente se disputan el campo de la opinión, no soy más que un obscuro diputado, que sólo dispone de su voz desautorizada y de su insignificante voto; pero que, en todo caso, se propone usar de una y otro, sin obedecer más sugestiones que las de su humilde sentir personal.

Así pues, si corroboro en la obra levantada y noble que ha iniciado el señor diputado Lozano, y con él muchos de nuestros HH. compañeros, es porque conceptúo, señores, que los momentos son trágicos, que el tiempo vuela, que es necesario, que es preciso, que es urgente, tomar una resolución antes de que salgamos de esta Cámara.


Los hechos narrados a su modo

Señores, la historia del movimiento revolucionario, degenerado en bandidaje que amaga a unos cuantos kilómetros de la capital, es sencilla y está en todas las memorias. No bien los tratados de Ciudad Juárez dieron el triunfo a la Revolución de Noviembre en la escalinata de la aduana de Ciudad Juárez, se pusieron en planta medios que se creyeron eficaces para devolver la tranquilidad a la República, que ya temblaba dolorosamente al paso de las huestes revolucionarias. Los soldados de Chihuahua, los verdaderos héroes de la Revolución, se retiraron pacíficamente y abandonaron las armas para reanudar sus tareas agrícolas; no pidieron dinero, ellos lucharon por un ideal que no es el momento de discutir, y volvieron aquellos revolucionarios a sus tareas pacíficas y de progreso unos, otros ingresando a los cuerpos de policía rural, en donde prestan los más estimables servicios. Quedaban entonces, señores, algunos levantados que en el Estado de Morelos, principalmente, se componían de dos elementos: unos, los advenedizos de última hora que se acercaban a sopear en la olla gorda del licenciamiento y a cantar su desvergüenza a los rayos del sol que nacía (aplausos); los otros traían una nueva práctica, y cuando pensaban en el golpe vandálico sobre los campos devastados y sobre las ciudades atribuladas, llevaban tras de sí una estela de espanto y de luto, un olor de muerte, un resplandor de incendio, un trágico coro en que se mezclaban el descontento de los comerciantes arruinados, los ayes de las mujeres violadas, los quejidos de los soldados federales quemados vivos, en un coro horrible de maldición y de espanto (aplausos). Estos no querían el licenciamiento; los primeros se conformaban con un puñado de pesetas, y los otros preferían, indudablemente, las dos horas de saqueo reglamentario que en todas las poblaciones brindaban a su valor la generosidad de ese Genghis Khan que se llama Emiliano Zapata, y entonces, señores, fue lo que se llama el timo del licenciamiento; la primera vez, los zapatistas entregaron las armas y recibieron el dinero, después de unos cuantos días más tarde se presentaron a la autoridad en actitud amenazante y recogieron las armas, conservándose religiosamente el dinero (risas), hubo necesidad de un nuevo licenciamiento, y entonces los zapatistas entregaron viejos machetes mohosos y fusiles de chispa descompuestos y guardaron para mejor ocasión, las bombas de dinamita y los máuseres flamantes. Se necesitó un tercer licenciamiento, y cuando el Gobierno Federal, ya cansado de tratar con tanta mala fe, de luchar con esa insigne perfidia, destacó una gruesa columna de hombres valientes, abnegados, como son todos los de nuestro Ejército militar, a las órdenes del general Huerta, el señor Madero apareció como la paloma bíblica de la leyenda, el señor Madero dijo: yo reduciré al orden a estos hombres, y el señor Madero lo que hizo fue aplazar por quince días la acción de las fuerzas federales, detener el avance del general Huerta, entorpecer la acción de los soldados federales, y abrazar tiernamente al integérrimo general Zapata (aplausos) y regresar a México para continuar sus jiras y sus discursos.


Movimiento social el de Zapata

Señores, hay algo en esto que es profundamente desconsolador: la llama cundió, el movimiento, que más que político, es ya un movimiento social, fue corriendo con la rapidez con que arde un reguero de pólvora, y no necesito entrar en más detalles después de los episodios de Covadonga, de Atencingo, de Torreón, que han manchado nuestro país, que han salpicado nuestros progresos, que han encendido el rubor de la vergüenza en la frente de la civilización: Zapata está a las puertas de México (aplausos), y ¿qué es lo que se nos dice para remediar estos males? ¿Qué es lo que se ofrece a los centenares de despojados, a los millares de huérfanos, a la inmensa cantidad de huérfanos que vuelven la cara al Poder, a nosotros, señores, con un gesto de angustia en el rostro? ¡Ah!, ¡se nos dice que el señor Madero, el Gobierno próximo sofocará en tres días la Revolución! El general González Salas ha dicho esta mañana; copiando una página de una comedia burlesca, ha dicho: que en donde digo digo, no digo digo, sino digo Diego (aplausos). Y ha lanzado a la faz de la República, a los cuatro vientos por medio de la prensa, que eso es lo que él quiso decir, que él quisiera tener un léxico numeroso y más haces de luz en su cerebro; en fin, que lo que él ha dicho es que con una palabra que pronuncie el señor Madero, la revolución -no la revolución- el bandidaje, cesará. Y bien, señores, esa palabra misteriosa, ¿por qué -y es la interrogación enorme, la pregunta formidable que se hace al caudillo triunfante- por qué el señor Madero no la pronuncia? ¿Es, acaso, que a él no le interesa la vida de los que le han elevado al poder? ¿Es, acaso, que la riqueza pública no le preocupa, cuando le va a dar las fuentes de los recursos? ¿Es, acaso, que no quiere más, como se dice ya, señores, y esto es la explicación del caso? ¿Que el señor Madero se reserva su actitud? ¿Que quiere llegar al poder para después aplacar la revolución, con el gesto de un Cristo en el lago de Tiberíades, y levantarse e indultar a sus amigos y asumir la actitud generosa y magnánima de Carlos V en el cuarto acto de Hernani? (aplausos).

Pero, señores, es eso imposible ya, la patria ha dado a la revolución, ha arrojado a la hoguera, en donde se abrasaron tantas cosas, todo lo que tenía: sus nobles anhelos, sus impulsos generosos, su paz, su bienestar, su progreso; la obra revolucionaria está sellada por la sangre de catorce mil hombres, federales o maderistas, todos valientes, todos abnegados, mexicanos todos (aplausos).

El Ejército ha dado lo más conspicuo de sus hijos; en la acción del Mal Paso cayó el coronel Guzmán, el bravo hijo del Colegio Militar; en Ciudad Juárez, murió acribillado por las balas el denodado Tamborren; en la tragedia de Culiacán, murió vilmente asesinado el coronel Morelos (bravos, aplausos y vivas) cuya sombra debe perturbar el sueño del Ministro de Comunicaciones (bravos y aplausos); en la acción de Casas Grandes quedó mutilado nuestro dignísimo Presidente, el bizarro general Samuel García Cuéllar, quien todavía desangrado y herido, con su mutilado brazo heroico, señalaba a las tropas fieles el camino del honor y del deber (aplausos).


¿Qué quiere la Revolución?

¿Qué querían más los señores revolucionarios? Atacaron al general Díaz, y el general Díaz, cargado de años y de laureles, bajó del solio presidencial y hoy, en las playas extranjeras, no sabe si volverá a dórmir el sueño último en la tierra a la que consagró toda su existencia. (prolongada ovación y aplausos). Quisieron el sufragio efectivo, y las casillas electorales han funcionado -se dice- con una regularidad admirable (risas). Proclamaron la no reelección y la reforma constitucional aprobada por la Cámara Federal y por las Legislaturas de los Estados, será en breve una ley. Atacaron el antiguo régimen, y no queda un Gobernador ni un Ministro de los que lo integraron. Quisieron llevar a la Presidencia al señor Madero, y no pasarán muchos días sin que el señor Madero, cruzada la banda tricolor en el pecho, venga a protestar aquí. ¿Qué quieren más los revolucionarios? No, señores, distingamos; no son los revolucionarios: los revolucionarios están encarnados en ese ciudadano modesto: bravo, íntegro y digno que se llama Pascual Orozco (aplausos).

¿Qué queda, pues? Queda en Sinaloa Juan Banderas, el Agachado, con el cadáver del coronel Morelos a cuestas. En el Estado de Morelos y en el Distrito Federal, Zapata, chorreando crímenes, y aquí y allá, algunos más de su calaña; éstos, señores; no son revolucionarios; estos son bandidos y con los bandidos no se trata; a los bandidos se les reduce con la fuerza y se les castiga con la ley (aplausos).


Inmaculado De la Barra, culpable Madero

El señor De la Barra, el íntegro, el correctísimo, el inmaculado primer funcionario de la República, no es culpable; si todos vosotros ponéis la mano sobre vuestro corazón honrado y justo y os colocáis por un momento en el lecho de procusto que le brindó la revolución triunfante, comprenderéis, entonces, cuán noble se levanta la figura entre tantas agitaciones y codicias que apenas han dejado trecho para que se levante, inmaculada, su reputación (aplausos).

Los culpables, señores -y hay que decirlo muy alto, porque en la tribuna es preciso tener valor civil- son el señor Madero y el señor González Salas (aplausos).

Si el señor González Salas tuviera la conciencia de las responsabilidades que ha contraído mandando al matadero al Ejército Federal; si el señor González Salas supiera que ha contraído una inmensa deuda con el país entero, no hubiéramos necesitado, señores, hacerle una interpelación; porque el señor González Salas hubiera procedido correctamente, entregando al Presidente de la República su dimisión (aplausos).

En situaciones semejantes, señores, o se es cobarde o se es inepto, y la cobardía y la ineptitud, cuando se trata de la vida de la Patria, son crímenes, y los crímenes, la pena menor que pueden tener es el retiro a la vida privada.

El señor Madero, por su parte, sabe lo que hace; yo no formo parte, ni formaré, probablemente, parte de sus consejeros; yo no sé lo que los labios áulicos, atenienses, de sus consejeros insuflarán a su oído; yo no sé lo que quiera hacer en esto; yo sólo sé una cosa: que él protege a Zapata, lo dice la voz pública; y sólo sé que los bandidos indultados no se regeneran más que en las novelas románticas: que en la vida real, salpicada de crímenes, el perdón es impotente para llegar a repimirlos; yo sé que los pretorianos se volvieron contra el César que los colmó de dones, y los genízaros contra el Czar que los llenó de honores; y si el señor Madero apoya y protege la impunidad de Zapata, debe estar muy inquieto, porque Zapata se volverá contra él (aplausos) (Tenía razón. El mayor desacierto de la Revolución fue la generocidad con sus enemigos, a los que concedió más prerrogativas que a sus propios partidarios. Precisión del General Gildardo Magaña).

Por último, sería cansar mucho vuestra atención seguir sosteniendo la proposición que todos, de una pieza, han calzado con su firma. Yo sólo ruego, por lo mismo, digamos que es necesario, que es urgente, que es preciso que venga aquí el Ministro de la Guerra, a sincerarse de los cargos que yo le he formulado y nos diga la clave de esta pregunta ... (voces: que venga, que venga); y creo interpretar el sentir de la Cámara, diciendo como uno de los diputados de la Suprema Convención, cuando se trataba de la abolición de la esclavitud: Señor, no nos avergoncemos con este debate: que venga el Ministro de la Guerra.

Después de oír la oratoria de los abogados Lozano y Olaguíbel, los diputados llamaron para que rindieran sendos informes ante la Representación Nacional, a los señores Subsecretario de Guerra, general González Salas, y Secretario de Gobernación, Alberto García Granados.


Informe de González Salas

El señor general González Salas dijo en su corto discurso:

Los enérgicos esfuerzos que el Ejecutivo ha hecho para sofocar los desórdenes han tropezado con enemigos tales como la gran falange de adeptos que en todos los pueblos se unen a los zapatistas.

Parece ser que al entrar a Milpa Alta las huestes zapatistas, fueron engrosadas por los indios de toda esa región; pues aquéllos sumaban, en un principio, quinientos hombres y ahora cuentan con muchos mayores elementos, lo cual, si bien ha servido para poner una fuerte barrera, los federales no han sido vencidos.

El zapatismo se ha extendido hasta el Estado de Oaxaca, en donde han aparecido algunas partidas hasta de quinientos bombres que cometen tropelías.

La opinión del señor Subsecretario de Guerra era verídica: contra la campaña ordenada por el Presidente para exterminar el movimiento oficialmente llamado bandolerismo de Zapata, estaban las generales simpatías de los habitantes, no sólo de Morelos, sino de los Estados limítrofes, hasta Oaxaca, que se unían espontáneamente a las huestes rebeldes.

El dilema, terrible por su importancia para la reacción, era bien claro: o todos los pobladores de Morelos, Puebla, México, Guerrero y Oaxaca etan bandidos a quienes había que exterminar por medio de las armas -empresa casi imposible de realizar, entre otras, por las razones que expresó el Subsecretario de Guerra-, o bien el general Zapata y los suyos tenían plena razón en sus demandas ratificadas por la voluntad de los pueblos que los seguían, y en este caso había que oírlos e impartirles justicia.

El Presidente Interino exhibió, una vez más, sus procedimientos; pero dentro del Gabinete Presidencial estaba uno de los más acérrimos enemigos de la Revolución, García Granados, quien, en la imposibilidad de disculpar o atenuar las responsabilidades de su jefe, arrojó cínicamente ante la Representación Nacional toda la culpa del conflicto de Morelos sobre don Francisco I. Madero, como verá el lector en el discurso que a continuación reproducimos.


Perversos cargos de García Granados

Señores diputados:

El Gobierno tiene la convicción de que el problema de Morelos es, en el fondo, de carácter económico, y ha tenido desde un principio el propósito de solucionarlo. Con ese fin inició la creación de una Comisión Agraria. Pero esta comisión nada podrá realizar en tanto que no se restablezca en el Estado la paz pública, y a ello tienden todos los esfuerzos del Ejecutivo, por hoy (Curiosa argumentación equivalente a esta otra: el médico nada puede hacer en tanto que el enfermo no recobre la salud. Precisión del General Gildardo Magaña). Desde el primer momento que se presentaron las dificultades en el Estado de Morelos, el Ejecutivo dictó las medidas conducentes al restablecimiento del orden público, enviando al lugar de los sucesos fuerzas de línea y rurales en cantidad considerable. El señor Presidente personalmente ha dictado órdenes más precisas y enérgicas, a fin de que la campaña de Morelos, que tan preocupada tiene a la opinión pública, termine en breve plazo.

Desgraciadamente toda la buena valuntad y todo el empeño del señor Presidente han resultado, hasta hoy, infructuosos, y las bandas de Zapata merodean por el desgraciado Estado de Morelos hoy como el primer día en que se alzaron en armas. Al contemplar tan lastimoso estado de cosas, al ver que en una campaña de dos meses nuestro ejército no ha logrado dominar esas hordas de forajidos no pude menos de exclamar ante algunos representantes de la prensa, que existe una influencia poderosa que impide que las órdenes del gobierno se cumplan. Pero debo declarar formalmente ante esta H. Cámara, que fue esa una opinión mía personal y no la opinión del Gobierno.

No puedo precisar cuál sea esa influencia, ni puedo presentar hechos concretos, como lo pide la H. Cámara, porque no tengo qué presentar. Tal vez se pueda precisar algo en este particular, cuando se conozca el informe que próximamente rendirá el general Huerta sobre la campaña de Morelos.

El Gobierno está hondamente preocupado con la situación actual, y el señor Presidente me encarga manifieste a la H. Cámara que mañana, a primera hora, se reunirá el Consejo de Ministros, a fin de deliberar acerca de las medidas que se deban de dictar para poner fin a esta situación. Y pido desde hoy permiso a esta H. Cámara, a fin de que un representante del Ejecutivo dé cuenta, en la sesión de mañana, con el resultado de esta deliberación.


Crisis ministerial

Como lo anunció en su informe el señor García Granados, al siguiente día se llevó a cabo un Consejo de Ministros; pero el movimiento de Morelos provocó una crisis ministerial por la que presentaron sus renuncias los señores Subsecretario de Guerra, general González Salas; Secretario de Gobernación, García Granados; Secretario de Instrucción Pública, doctor Francisco Vázquez Gómez. Todos ellos, sostuvieron acalorada discusión por su divergencia de criterio sobre el asunto morelense.

En ese Consejo se trató nuevamente de enviar delegados oficiales para que conferenciaran con el general Zapata, de acuerdo con don Francisco I. Madero, quien, a la sazón, se encontraba en el Estado de Coahuila.


La táctica rebelde. El problema agrario

Copiamos en seguida parte del informe rendido por el Secretario Manuel Calero, el 27 del mismo octubre, a la Cámara de Diputados:

La campaña militar desarrollada en el Estado de Morelos se ha transformado, desde el punto de vista técnico, en una campaña de policía: las fuerzas de línea de nuestro nunca bastante elogiado ejército regular, no pueden ya operar eficazmente porque no encuentran -hablo del Estado de Morelos- fuerzas organizadas que combatir. Destruídos o dispersos los fuertes núcleos rebeldes, sólo quedan bandas de número limitado de hombres que, conocedores de los caminos y de las veredas de nuestras sierras, se trasladan de un lugar a otro con extrema rapidez, ejerciendo actos de bandidaje en los campos y en los pequeños poblados, sin presentar resistencia efectiva y rehuyendo a todo trance el combate formal. Para perseguirlas y exterminarlas se necesita de fuerzas de organización distinta a la del Ejército de línea, capaces de subdividirse sin limitación y libres de toda clase de impedimenta. Estas fuerzas que reúnen tales condiciones, son las de la policía rural.

El Gobierno, en consecuencia, ha facilitado a las autoridades del Estado fuerzas rurales en número competente para desarrollar, con toda actividad, esa campaña que podía llamar de policía, puesto que tiene por objeto perseguir a los bandidos y proteger las fincas de campo y pequeños poblados. Las grandes poblaciones han quedado bajo la protección de guarniciones de tropas de línea, cuya misión es proteger a aquéllas coñtra posibles golpes de mano y cooperar, cuando sea necesario y dentro de limitados radios de acción, a las operaciones de las fuerzas rurales. ¿Por qué hasta hoy no ha sido posible purgar al Estado del bandidaje? La respuesta es obvia: en Morelos existe un problema social, de carácter agrario, producto de factores seculares que no es posible solucionar en unos cuantos meses. El movimiento insurreccional que acaba de sacudir a la República ha provocado, por natural e inevitable consecuencia, una exacerbación de odios de razas, de pasiones comprimidas, de anhelos de reivindicaciones agrarias.

De aquí, que las hordas de forajidos que no tienen más propósito que el pillaje, encuentran el apoyo de todos aquellos que pueden, al amparo del desorden, satisfacer instintos de venganza, viejos resentimientos cuyo origen y desarrollo no es oportuno examinar aquí. Y el indígena que se cree despojado de sus tierras y de sus aguas y el jornalero que ha sido maltratado por el capataz, todos aquellos cuya cultura rudimentaria no les permite apreciar los grandes beneficios que produce el reinado del orden y de la paz, se aprovechan de la aparición de las bandas de malhechores, las refuerzan y las secundan en sus desafueros. Así, en un momento dado, una partida de docenas de hombres se transforma en una banda de centenares y todos reunidos se entregan a los mayores excesos.

Este estado de cosas no es nuevo en nuestro país ni en el Estado de Morelos especialmente. La autoridad lucha en condiciones de notoria desventaja y el Gobierno necesita, para dominar la situación, no sólo de la fuerza física, sino de la fuerza moral que le proporcione el aplauso de la sociedad honrada y sobre todo la simpatía y la cooperación de los demás poderes y especialmente de la Representación Nacional.

Acaban de darse las órdenes necesarias para enviar a Morelos tres nuevos cuerpos de rurales de la Federación, sobre los tres que actualmente hay en el Estado; todas estas fuerzas quedarán bajo la suprema dirección del Gobernador Interino del Estado, C. Ambrosio Figueroa, cuya fidelidad y competencia están bien probadas. Las ciudades seguirán guarnecidas, como se ha dicho, por fuerza de línea.

Por lo que toca a las bandas zapatistas que han salido fuera del Estado, expulsadas por la acción de la campaña, tengo el honor de informar que éstas son batidas con toda energía y perseguidas con la mayor eficacia posible.

Respecto de ellas debo decir que, según lo expresó ayer el Subsecretario de Guerra, su composición y carácter es muy variable, por la lamentable cooperación que les prestan las poblaciones indígenas, en forma igual a las observadas en Morelos.

Me es grato poner en el superior conocimiento de esta H. Cámara que, después de que nuestras fuerzas batieron a los asaltantes de Milpa Alta, causándoles treinta y cuatro muertos contra dos heridos de las tropas del Gobierno, los malhechores, en número aproximado de cien, se dirigieron rumbo a Tláhuac, en donde, como de costumbre, fueron engrosados por gente de la región.

Al presentarse las fuerzas destacadas para perseguirlos, empezaron a dispersarse, no obstante lo cual las fuerzas del Gobierno les hicieron doce muertos, sin contar un herido y un prisionero que cayeron en manos de las tropas. Estas salieron sin novedad. La persecución sigue efectivamente y el Gobierno cree que todo amago serio al Distrito Federal ha desaparecido.

El Ejecutivo de la Unión protesta, ante esta H. Cámara y ante el país entero, que hace todo lo que su deber le dicta para dar garantías a la sociedad y que, a pesar de las desventajas ya expuestas, no desmaya en su tarea y que, sin rehuir responsabilidades, invoca el buen juicio y alto patriotismo de los representantes del pueblo, para que lo ayuden a alcanzar el supremo objeto de sus anhelos: la pacificación definitiva de la República.

Aclararemos que el señor licenciado Manuel Calero presentó a la Cámara de Diputados el informe que acabamos de copiar, en representación del Ejecutivo, pues desempeñaba el cargo de Secretario de Relaciones Exteriores y, según la Constitución entonces vigente, le correspondía la jefatura del Gabinete Presidencial.

Según ese informe, el Gobierno admitió:

Primero. La impotencia del Ejército Federal para combatir la incipiente rebelión suriana.
Segundo. La existencia de un problema social de carácter agrario.
Tercero. Que todos aquellos que se consideraban despojados de sus tierras y de sus aguas, así como los trabajadores que habían recibido mal tratamiento por parte de los capataces de las haciendas, se unían a los rebeldes.
Cuarto. Que de igual modo se unían los vecinos de los pueblos a los revolucionarios, por donde éstos pasaban, y así lo hicieron según la confesión del señor Calero, en Tláhuac, pues como de costumbre, fueron engrosadas las filas por gente de la región.
Quinto. Que las autoridades luchaban en condiciones desventajosas y necesitaban para dominar la situación, apoyo moral de la sociedad.
Sexto. Que ese apoyo lo tenían francamente los revolucionarios, pues se les prestaba ayuda especialmente por parte de las poblaciones indígenas.

Sólo por los prejuicios de clase y la fuerza de la tradición política, puede explicarse el fenómeno de qué teniendo tantos elementos de juicio como hemos visto en la exposición del señor licenciado Calero, y siendo cultos, como innegablemente eran los integrantes del Gobierno, hubiesen persistido en sus intenciones y procedimientos para resolver la situación por medio de las armas, pues si el Ejército estaba resultando impotente para dominar la rebelión, y ésta iba aumentando sus filas, era lógico suponer que siguiendo la misma línea de conducta llegaría un momento en que dicho Ejército fuese arrollado.

Si el problema era social como lo reconoció el gobierno y si todos los esfuerzos habían sido infructuosos, el resultado estaba aconsejando muy claramente la necesidad de cambiar de política. El primer deber del Gobierno, si quería dominar la situación, era examinar el problema social que tenía enfrente, ver en seguida su contenido de justicia y procurar, inmediatamente después, que se impartiera con prontitud, pues tal cosa habría sido atacar el fenómeno de la rebelión en sus causas y no en sus efectos, como se estaba haciendo por medio de las armas.

Si además ese problema social tenía un carácter agrario, como lo expresó el Gobierno por voz del señor Calero, estaba, por decirlo así, hecho el diagnóstico y sólo faltaba emplear medios adecuados para abatir la fiebre social. En otras palabras: la situación misma estaba indicando las torpezas del Gobierno y la imperiosa necesidad de emplear medidas, providencias y determinaciones de carácter agrario y, de ninguna manera, la mordaza y el derramamiento de sangre.

Si todos los que se consideraban despojados de sus tierras y de sus aguas, se unían a los rebeldes, el hecho ponía de manifiesto que el problema social agrario había llegado a su punto crítico, que era urgente resolverlo en justicia y que por no alcanzarla oficialmente, los afectados apelaban al recurso desesperado de la rebelión; era, por tanto, una torpeza atacar a los rebeldes y dejar en pie la causa de la rebelión.

Si los vecinos de los pueblos por donde los rebeldes pasaban, se les unían, era evidente que la misma causa los empujaba y, por tanto, el problema social no era particUlar y exclusivo del Estado de Morelos, sino que también existía en otras Entidades.

Si las autoridades estaban luchando en condiciones desventajosas y si necesitaban el apoyo moral de la sociedad, era absurdo, a todas luces, buscar ese apoyo desatendiéndose de la situación económica que tenía, situación determinante del problema social de carácter agrario que se había reconocido.

Si, en cambio, ese apoyo buscado lo tenía la rebelión, más absurdo resultaba combatirla por medio de las armas, pues los rebeldes eran los afectados por el problema, los que pedían justicia y no eran atendidos, los que, cansados de suplicar, exigían.

Sin embargo de que, como hemos visto, los integrantes del Gobierno del señor De la Barra tuvieron elementos de juicio para estudiar y para resolver con atingencia la situación por ese mismo Gobierno agudizada, no quisieron asomarse al problema cuya éxistencia habían reconocido y prefirieron echar mano de procedimientos cruentos. Buscaban la paz; pero la paz mecánica, porfiriana, aparente.

Nada de extraño es, por tanto, que el Ejército resultara impotente para dominar la rebelión, cuando los hombres que lo enviaron a combatirla fueron incapaces de poner una poca de su cultura, algo de buena voluntad y un sentimiento humano para ver ese fenómeno social.


CARGOS Y ACLARACIONES


Declaraciones del señor Madero

Mientras en la metrópoli se debatía la actitud del general Zapata, el señor Madero se encontraba en Parras, Coahuila, desde donde hizo unas declaraciones en las que puso de manifiesto quién fue el verdadero culpable de que la situación de Morelos no tuviera la solución pacífica y justa, por la que tanto se había empeñado. Dicen así las declaraciones:

Parras, Coah., 26 de octubre de 1911.

Con motivo de los lamentables sucesos de Zapata y otros que andan en armas, deseo manifestar que yo hice lo posible porque depusiera las armas Zapata en Cuautla. Como ya había estado en Morelos y conocía la situación, antes de hablar con Zapata conferencié con el señor Presidente, a quien hice ver cuáles eran los medios de pacificar el Estado de Morelos.

Acordó las medidas que yo aconsejaba, en Consejo de Ministros, y con ese acuerdo me fui a Cuautla y logré que Zapata depusiera las armas; pero, como una de las condiciones estipuladas y principales era que las fuerzas federales no avanzarían y éstas seguían avanzando; se me dificultó que fuese mayor el número de armas que entregaran las fuerzas de Zapata, porque éste tenía desconfianza de que no se les cumpliera lo que le ofrecí en virtud de que, a pesar de mis ofrecimientos de que las fuerzas federales no avanzarían, éstas seguían acercándose a Cuautla.

De acuerdo con el señor Presidente, había convenido en que sería Gobernador del Estado, Eduardo Hay, el cual fue bien aceptado por todos los revolucionarios; pero el Gobierno no quiso que se cumpliera con ese ofrecimiento. Esto y el avance constante del general Huerta, determinaron que Zapata se levantara.

Después no he vuelto a tener comunicación con él, pues mi deseo de mandar un emisario para que le ofreciera salvoconducto para salir al extranjero, tampoco hubo de realizarse porque el Gobierno se opuso a ello. Si las fuerzas federales no han podido obrar contra Zapata es, en primer lugar, porque es muy difícil que las tropas de línea persigan a partidas como las de Zapata y en segundo, porque el jefe que estuvo la mayor parte del tiempo al frente de las fuerzas federales lo era el general Huerta, quien observó una conducta verdaderamente inexplicable por cuyo motivo, desde un principio, propuse yo que fueran dichas fuerzas dirigidas por otro jefe; pero tampoco se tuvo en cuenta mi indicación.

Después el señor Presidente hubo de convencerse y separó al general Huerta del mando de la columna expedicionaria.

Si ahora se han complicado las cosas es debido a otras partidas que se han levantado y que tengo fundamento para creer que lo hacen de acuerdo con el doctor Vázquez Gómez, pues él manifestó a una persona prominente, cuyo nombre diré si acaso llega a hacerse preciso, que en caso de resultar electo Pino Suárez, tenía mil quinientos hombres para que se pronunciaran en el Ajusco. Lo más probable es que de estos mil quinientos hombres se levantaran dos o trescientos que son los que andan merodeando por esos rumbos. Me permito llamar la atención respecto al hecho de que la mayoría de los encuentros que se han efectuado con las fuerzas de Zapata, han sido por fuerzas rurales ex revolucionarias, cuya movilidad les permite obrar con más energía. Esto lo digo porque si yo hubiese deseado entorpecer los movimientos contra Zapata, lo hubiera hecho por conducto de los jefes ex revolucionarios y hubiesen atendido cualquiera indicación mía y no por conducto del general Huerta. Desde que consideré inevitable el levantamiento de Zapata manifesté al señor Presidente de la República y al señor García Granados, Ministro de Gobernación, que en mi concepto no se podía reducir a Zapata en menos de dos meses, porque conozco las condiciones especiales en que él opera, que le permiten eludir los encuentros. Ellos opinaron que en ocho días podrían darle un golpe decisivo y por eso no les preocupó que Zapata se sometiera o se levantara en armas.

Por último, debo manifestar que he sabido que Zapata asegura que, tan pronto como yo me reciba del Poder, depondrá las armas; pues sabe que yo llevaré a cabo los anteriores propósitos del Gobierno, los que yo creí únicos medios de pacificar el Estado de Morelos, los cuales ya conoce Zapata porque se los comuniqué en Cuautla.

Para terminar, sólo agregaré que nunca ofrecí a Zapata y a los suyos la impunidad por los delitos cometidos, sino únicamente el indulto por el delito de rebelión. Al subir al poder indultaré a los culpables únicamente del delito de rebelión siempre que depongan las armas; a los que no se acojan a la amnistía, los perseguiré tenazmente poniendo en juego los valiosos elementos con que cuenta el Gobierno.

Francisco I. Madero.

Estas declaraciones transmitidas por telégrafo desde Parras, son terminantes contra don Francisco León de la Barra y sus consejeros de Estado.

El avance de Huerta sobre Cuautla cuando se iniciaba el licenciamiento de las tropas revolucionarias, y la imposición del general Figueroa como Gobernador de Morelos, en lugar de nombrar al coronel Eduardo Hay, no fueron equivocadones, sino actos deliberadamente ejecutados; se había ofrecido todo lo contrario al señor Madero; pero, el Gobierno no quiso que se cumpliera con estos compromisos.

El responsable, pues, fue el capitán de los reaccionarios, don Francisco León de la Barra.

Así lo conceptuó la opinión pública honrada, la que no tenía ligas ni condescendencias con los hombres del pasado, y que, personificada en más de veinte mil manifestantes, hizo públicas protestas que los reaccionarios calificaron de procesiones tumultarias, indignas y oprobiosas.


Habla el señor De la Barra

Ante la exposición del señor Madero, el Presidente Blanco no podía permanecer en silencio y habló así, en su defensa, al siguiente día de conocer las declaraciones:

Aun cuando me propongo dar conocimiento a mis conciudadanos, por medio de un informe a la Representación Nacional si ésta se sirve acordarlo así, de los actos de mi gobierno interino entre los cuales consideraré especialmente lo relativo a los asuntos de Morelos, creo conveniente hacer algunas observaciones para que el público, desde luego, se forme idea cabal de lo ocurrido.

Visto el estado anárquico en que se encontraba dicho Estado, corroborado por informes que personalmente se sirvió comunicarme el señor Gobernador Carreón (Para el señor De la Barra, eran verídicos los informes del gobernador y falsos los del señor Madero, quien le había comunicado lo que presenció en Morelos. Precisión del general Gildardo Magaña), convoqué a una junta de Ministros para hacerles conocer la situación de Morelos y adoptar las medidas conducentes para remediarla. El plan se reducía, en general, a celebrar el licenciamiento de las fuerzas de Zapata; al envío de fuerzas federales que pacíficamente ocuparon las principales poblaciones del Estado y la substitución de estas fuerzas por insurgentes de las organizadas por el general Villaseñor, a fin de que prestaran garantías a las vidas y propiedades de esa entidad federativa.

En vista de que el licenciamiento no se hacía de una manera efectiva y de que la situación en el Estado de Morelos continuaba anómala, el señor Madero, animado del deseo de evitar derramamiento de sangre, que yo por mi parte también quería impedir en lo posible, me manifestó sus deseos de intervenir con Zapata a fin de que éste se sometiera. Como en Consejo de Ministros esa misma mañana se había acordado el plan que debía seguirse para obtener la sumisión incondicional de los que estaban en armas, le hice saber al señor Madero, en presencia de los señores don Ernesto Madero y del señor general González Salas, que el Gobierno no quería tratar con Zapata; pero que no tenía inconveniente en que el señor Madero hiciera conocer a éste los acuerdos tomados. Como transcurrió el tiempo fijado para que depusieran las armas -cuarenta y ocho horas- y el licenciamiento no se hizo de una manera efectiva, el Gobierno siguió desarrollando su plan. En el informe del señor general Huerta se conocerán los detalles de los movimientos de sus fuerzas. La actual campaña que ha cambiado de carácter, pues los sublevados han modificado su táctica primitiva, fue emprendida después de conferenciar con el general don Ambrosio Figueroa y de oír, hace como dos semanas, la opinión del Subsecretario de Guerra. El general Figueroa manifestó que en el curso de tres semanas creía que podría dar fin a dicha campaña.

Respecto al envío de una persona que, portadora de una carta del señor Madero para Zapata, le fuera a ofrecer a éste los medios para salir del territorio nacional, debo manifestar que, en efecto, me opuse a que un ayudante mío que salía en el desempeño de una comisión que le había yo confiado para el Estado de Morelos, se encargara de transmitir ese mensaje.

En general, el Ejecutivo, dió disposiciones precisas y enérgicas para que se restableciera la paz en el Estado de Morelos de la manera más eficaz y evitar, en lo posible, derramamientos de sangre. A este respecto debo de manifestar que no he hecho la declaración que en algún periódico aparece, de que la Secretaría de Guerra no hubiera atendido mis instrucciones para la campaña.

No quiero tocar otro punto del mensaje en cuestión, pues lo considero de poco interés en el momento. Debo expresar, sin embargo, la convicción profunda que tengo de que el Ejecutivo ha procedido, en este caso como en todos los demás, con la conciencia completa de sus deberes; el propósito de darles cumplimiento a pesar de los obstáculos que en ocasiones ha encontrado y a dar garantías a todos de que su palabra la considera como sagrada y la ha cumplido fielmente.

Después de los interesantes documentos que hemos reproducido, vacías resultan las palabras del señor De la Barra, fría e ineficaz su defensa.


¡No me defiendas, compadre!

Ambrosio Figueroa, en su carácter de gobernante, y en una carta en la que trató de destruir algunos cargos que se le hicieron, vertió los siguientes conceptos:

Que se me diga en cuántas campañas salió vencedor Emiliano Zapata durante la pasada Revolución y cuáles son los actos que le han prestigiado y le concederé la razón. Deberá saberse, como lo saben todos los habitantes de la República, cuáles han sido las causas por las cuales no ha sido posible exterminar a las hordas zapatistas; deberá saberse que en el Estado de Morelos existe un problema, cuya resolución tienen en estudio hace ya algunos meses los Supremos Poderes de la Unión y que de la solución de ese problema consiste la pacificación a juicio de personas inteligentes, entre las que no tengo ninguna pretensión de contarme. La campaña qué se ha seguido contra las huestes zapatistas ha sido de lo más activa que se ha podido; pero como nunca presentan batalla y sí se concretan a dispersarse por los bosques y barrancas cuando se les ataca, para aparecer después en pequeñas gavillas por distintos rumbos, no ha sido posible acabar con ellos porque no se pueden subdividir las fuerzas perseguidoras en tantos grupos cuantas son las gavillas de que he hablado y ello no sería prudente ni practicable, desde el momento en que se perdería por completo la dirección de las operaciones y se entorpecerían los movimientos sobre los puntos amenazados, toda vez que no se lograría tener conocimiento de los senderos que llevara cada gavilla o pelotón, ni se cuenta con las infinitas líneas de comunicación que serían necesarias para dictar las órdenes oportunas.

Si el general Emiliano Zapata no hubiera vencido a las fuerzas federales durante la campaña contra la Dictadura de Díaz, en Jojutla, en Jonacatepec y en otras partes de Morelos, le habría bastado la toma de Cuautla, quitada a una de las fracciones mejor organizada del ejército porfirista, para prestigiarse como revolucionario, pues ese hecho de armas fue el más trascendental e importante de los habidos en todo el Sur de la República, en aquella época.

Esta acción bélica influyó, dicho sea sin exagerar, en el desquiciamiento del porfirismo. Cuautla fue tomada el 20 de mayo y el mismo día, al saberse la noticia, los federales abandonaron Cuernavaca, su último reducto en el Estado. Él 25 presentó su renuncia Porfirio Díaz.

Según el señor Figueroa, la campaña llevada a cabo contra el zapatismo era lo más activa posible; sin embargo -y esto nadie lo ignoraba- todo intento por acabar con la rebelión se redujo a un fracaso continuo, lo que hace pensar quehubiera sido cuerdo no haber provocado el conflicto.

Existe en el Estado de Morelos un problema -afirmó don Ambrosio- y en la solución de este problema consiste la pacificación según el buen entender y saber de las personas inteligentes.

Si a juicio del Comandante Militar de Morelos, las tropas federales y rurales nada lograrían en pro de la pacificación del Estado, ¿para qué se les había enviado y mantenía allí?

Si a juicio de las personas inteligentes, toda labor de pacificación consistía en la resolución de ese problema, que el señor Gobernador no quiso llamar agrario, ¿por qué no retirar la amenaza de las tropas gobiernistas y resolver el problema?

El señor De la Barra, al conocer las declaraciones de Figueroa, debe haber exclamado como el zafio del cuento, ante la defensa de su amigo: ¡No me defiendas, compadre!


Huerta pide a Madero que aclare sus conceptos

Victoriano Huerta, aludido por el señor Madero, se sintió obligado a pedir que puntualizara los cargos que le hizo, y dirigió al Presidente electo una carta en la que mal encubrió el efecto que las alusiones le hicieron. He aquí el documento:

México, octubre 28 de 1911.
Señor don Francisco I. Madero.
San Pedro de las Colonias.

Muy señor mío:

He visto un mensaje suscrito por la respetable firma de usted, en el cual entre otras cosas, dice lo siguiente:

Si las fuerzas federales no han podido obrar contra Zapata es, en primer lugar, porque es muy difícil que tropas de línea persigan a partidas como las de Zapata, y en segundo, porqué el jefe que estuvo al frente de las fuerzas federales, lo era el general Huerta, que observó una conducta verdaderamente inexplicable, por cuyo motivo desde un principio propuse yo que fueran dichas fuerzas dirigidas por otro jefe; pero tampoco se tuvo en cuenta mi indicación. Después el señor Presidente de la República hubo de convencerse y separó al general Huerta del mando de la columna.

Hasta aquí lo dicho por usted. Ahora debo manifestar a usted, con el fin de facilitarle los medios para justificar sus cargos contra mí, que yo, como General en Jefe de las tropas que tuve la honra de mandar durante once semanas que permaneci en aquel Estado, con la aprobación incondicional del señor Presidente de la República y sin observación alguna de la Secretaría de Guerra, no hice más que batir victoriosamente a los rebeldes siempre que los encontré; abrir las escuelas, procurar establecer los servicios de policía que no existían y establecer las seguridades en las líneas férreas y en todos los caminos, hasta conseguir la completa pacificación del Estado, como tuve el honor de darle cuenta al señor Presidente, en carta que le dirigí al salir del territorio del Estado de Morelos por orden expresa de la Secretaría de Guerra.

Como quiera que yo estoy inquieto por los cargos que se sirve hacerme una persona tan respetable como usted, y cuyos cargos rechazo con toda la energía de que soy capaz, me permito, con todo respeto, exhortarlo a que diga en qué consiste lo inexplicable de mi conducta.

Nada particular tiene mi petición, pues debe usted saber que yo, hijo del pueblo, soy soldado y padre de familia sin más capital que legarles a mis hijos, que mi honra y mi lealtad. Así pues, reitero a usted mis súplicas de que usted se sirva hacer luz en los cargos que me hace; en la inteligencia de que ya suplico en carta al señor Presidente, se sirva darme permiso para declinar la honra que se sirvió otorgarme nombrándome vocal de la Junta Superior de Guerra, así como pido al señor Subsecretario de Guerra, mi licencia absoluta del Ejército de la República. Y en estas condiciones dejaré de ser sospechoso y quedaré solamente como ciudadano para servir, como siempre lo he hecho, incondicionalmente al país y siempre en actitud de responder a los cargos que se me hagan como General en Jefe de las tropas que ayer mandé en Morelos.

Muy respetuosamente.

El General de Brigada, Victoriano Huerta.


Madero puntualiza los cargos a Huerta

La siguiente es la contestación que don Francisco I. Madero dió a la carta anterior:

Parras, Coah., a 31 de octUbre de 1911.
Señor General de Brigada Victoriano Huerta.
México, D. F.

Muy señor mío:

Hasta hoy me enteré de la carta que se sirve usted escribirme con fecha 28 del actual.

Con gusto obsequio sus deseos y expreso por qué me ha parecido inxeplicable la conducta de usted en Morelos.

Apenas llegó usted a ese Estado, fuí personalmente para procurar un arreglo pacífico a la cuestión. Llevé una comunicación para usted del señor Subsecretario de Guerra, que le explicaba claramente mi misión y le daba a entender que procurara obrar de acuerdo conmigo a fin de no entorpecer mis gestiones pacificadoras.

Amante de atraer a mi lado a todas las personas de valer, en cualquier sentido, en el ramo militar como en los demás, traté a usted con todas las consideraciones posibles; lo llevé a comer varias veces a la casa donde me alojaba y lo invité a mis paseos por la población con el deseo de formar lazos de verdadera amistad entre usted y yo. Todo me hizo creer que usted compartiría el mismo sentimiento, pues sus atenciones hacia mí y sus protestas de amistad y adhesión, no podían dejar duda en mi ánimo. Fue por esta circunstancia, precisamente, que me sorprendió de un modo tan penoso el hecho siguiente: Cuando creía haberme dado cuenta de la situación de Morelos y antes de ir a Cuautla, a donde proyecté ir a caballo, quise ir a la capital de la República para conferenciar con el señor Presidente y pocos momentos antes de tomar el automóvil para la capital, se me informó que la columna de usted estaba en marcha rumbo a Yautepec. Mandé a hablar a usted y me aseguró que no era exacto, que únicamente iban sus tropas a hacer ejercicios militares en las afueras de la población y que regresarían pronto.

Pues bien, a mi llegada a la capital de la República, supe que me había usted engañado, pues efectivamente, habían avanzado sus tropas rumbo a Yautepec, este movimiento en sí no hubiera tenido gran importancia, si no hubiera sido por haberme usted afirmado lo contrario.

Después, cuando estaba yo en Cuautla en los arreglos con Zapata, siguió usted avanzando a Yautepec y a Cuautla, sin recibir órdenes expresas del Presidente de la República, ni del Subsecretario de Guerra, con lo cual entorpecía usted mis gestiones y al fin se rompieron las hostilidades haciendo infructuosos mis esfuerzos y hasta habiendo puesto en peligro mi vida, pues Zapata muy bien hubiera podido creer que yo lo engañaba, porque en Cuernavaca telegrafié que usted no avanzaba sobre Yautepec, sino que sólo hacía unas marchas instructivas, como me lo había asegurado, y después le dije que sus tropas de usted no se acercaban a Cuautla, habiendo sido lo contrario; puesto que hasta se dijo en Morelos que usted había capturado la escolta que Zapata había mandado para que me fuera a recibir cerca de Cuernavaca, lo cual no he podido confirmar; pero de todos modos, todo esto podía haber despertado la desconfianza en Zapata o en sus soldados. En cuanto a lo que usted afirma, que ese Estado estaba completamente pacificado cuando usted se separó del mando de las tropas, no sé hasta qué punto pueda considerarse así, puesto que aún en los actuales momentos la prensa informa de depredaciones que cometen las fuerzas de Zapata.

Respecto a la pericia con que usted dirigió las operaciones contra Zapata, no quiero emitir mi juicio en este momento pues no me corresponde a mí hacerlo; únicamente haré constar que cuando las hordas que venían a juntarse con Zapata entraron a Jojutla y la saquearon, pidieron a usted auxilio los habitantes y encontrándose a una distancia que podía haberse franqueado en una jornada de marcha, no dió usted auxilio a los habitantes de aquel pueblo que, por tres días, fue saqueado e incendiado.

No sé qué razones tendría usted para eso; pero contaba usted con cerca de tres mil hombres, y con unos trescientos que hubiese usted destacado, hubiesen sido bastantes para proteger aquella población. y si usted obró en virtud de instrucciones amplias que tenía, no me explico por qué no fue a proteger a Jojutla; o bien, si atendía usted al pie de la letra las instrucciones que recibía de México, entonces, tampoco me explico esa marcha que hizo usted para salir de Cuernavaca, pues fue lo que excitó más los ánimos en Morelos e hizo que se aumentaran las fuerzas de Zapata y se levantaran los que fueron a saquear a Jojutla. No hubiera hecho mención alguna de la actitud de usted en Morelos si no hubiera sido por las circunstancias de que se ataca injustificadamente al general González Salas, que era Subsecretario de Guerra, y me pareció de justicia decir la verdad a fin de que se sepa quién provocó aquella guerra y a quién se debe que no se haya podido terminar; desde el momento que yo iba con una misión de paz y aunque con carácter extraoficial, sabía usted muy bien el verdadero carácter de que iba yo investido, y si usted hubiera estado inspirado en el mismo patriótico sentimiento, hubiera obrado de acuerdo conmigo y no hubiera entorpecido mis planes como lo hizo.

Tomo nota de que ha declinado usted el honor que el señor Presidente le ha conferido nombrándole vocal de la Junta Superior de Guerra y que al señor Subsecretario de Guerra pide usted una licencia absoluta del Ejército.

Espero quedarán satisfechos los deseos de usted con la anterior declaración y me repito su afectísimo atto. S. S.

Francisco I. Madero.

Muy lamentable fue que el señor Madero no hubiera persistido en esa actitud de justicia para el general Zapata, por una parte, y por otra, de franco alejamiento para con el felón hipócrita que más tarde fue su victimario.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO II - Capítulo I - Breve exposición retrospéctivaTOMO II - Capítulo III - Campaña electoral y elección del señor MaderoBiblioteca Virtual Antorcha