Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO I - Capítulo X - El pacto de Ciudad JuárezTOMO I - Capítulo XII - Ofensiva capitalistaBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña

TOMO I

CAPÍTULO XI

MADERO EN MÉXICO Y EN EL SUR


Arribo del señor Madero a México

Tan pronto como el general Zapata tuvo conocimiento del próximo arribo del señor Madero a la capital, envió una comisión para que recabara del ingeniero Robles Domínguez, representante de la Revolución en México, las órdenes necesarias para que las tropas surianas pasaran a la metrópoli a recibir a su Caudillo y rendirle el homenaje a que era justamente acreedor.

No hubo el menor inconveniente para acceder a los deseos de los insurgentes del Sur; pero habiendo ya triunfado la Revolución, Robles Domínguez sugirió a Zapata, por conducto de la misma comisión, la conveniencia de que sus fuerzas permanecieran en Morelos y sólo se trasladaran el jefe suriano y sus principales subordinados a la capital.

El día 6 de junio llegó a la ciudad de México el general Zapata con cuatro o cinco de sus principales subalternos, y acompañados de corta escolta se alojaron en céntrico hotel.

En las primeras horas de la mañana, como si la naturaleza hubiera deseado anunciar a los metropolitanos la próxima llegada del Jefe de la Revolución triunfante, fueron despertados por intenso movimiento sísmico.

El general Zapata, seguido de los revolucionarios que lo acompañaban, se dirigió a la estación de Colonia deseando ser de los primeros en saludar al señor Madero.

Millares de personas estaban en la estación. La multitud, loca de entusiasmo y llena de curiosidad, quería conocer al hombre que había acaudillado la Revolución, que había derrotado al Héroe de la Paz, a Porfirio Díaz.

Al general Zapata fue uno de los primeros a quienes saludó el señor Madero cuando bajó del tren. El Jefe de la Revolución lo invitó a seguirlo y le indicó brevemente que tendría gusto en verlo más tarde en su residencia de las calles de Berlín.

Madero continuó saludando a sus simpatizadores, y empujado por la multitud, pronto estuvo en la calle y luego dentro de un elegantísimo landó tirado por soberbios caballos. Los hermanos Zapata, confundidos entre la muchedumbre, siguieron de cerca el coche del Caudillo hasta verlo entrar en el Palacio Nacional.

Horas después, el general Zapata hablaba nuevamente con Madero en su casa; pero como aquel día fue de intenso movimiento, el Caudillo de la Revolución lo citó para el siguiente, con objeto de tratar con la debida atención los asuntos de Morelos, invitándolo para que lo acompañara a almorzar.

El día 8 y después del almuerzo, Madero y el jefe suriano cambiaron impresiones sobre la situación y problemas de Morelos.


Primera entrevista de Madero y Zapata

Principió felicitando al general Zapata por su actuación, y después de informarse de las fuerzas revolucionarias que tenía a sus órdenes, le expuso que habiendo triunfado la Revolución, era conveniente proceder a licenciarlas, pues ya no había razón de que continuaran armadas.

- Tengo conocimiento, general -dijo Madero-, que entre usted y el general Figueroa hay algunas dificultades que deben desaparecer. No es conveniente que entre los buenos elementos de la Revolución existan diferencias que no tienen razón de ser.

- Señor Madero -repuso Zapata en tono enérgico-, Figueroa no es un revolucionario leal; a principios de mayo envió a su hermano don Francisco a que entrara en componendas con el Gobierno y declararon públicamente que la paz en el Sur sería un hecho porque ellos ya estaban de acuerdo con lo que debió haberles ofrecido el Dictador. Si no dieron término a sus arreglos, fue porque el triunfo vino antes de lo que ellos se suponían. Sobre todo, si usted cree que el general Figueroa sea un buen elemento para la Revolución, con que no se mezcle en los asuntos de Morelos, todo está arreglado; yo, por mi parte, tampoco intervendré en los de Guerrero; pero, francamente, no quiero tener tratos con quien, al empezar la lucha, entró en convenios sospechosos con el Gobierno y quiso ponerme un cuatro cuando acordamos atacar Jojutla. Tengo también en mi poder las proposiciones que se me hicieron para que yo defeccionara de la Revolución y me uniese al Gobierno, y que, me aseguraron, son iguales a las que hicieron a Figueroa; sólo que mi contestación fue tomar Cuautla. ¿Usted, señor Madero, autorizó al general Figueroa para que mandara a su hermano a celebrar arreglos de paz con la Dictadura?

- No, general -replicó Madero-, creo que usted prejuzga o lo han informado mal; e! general Figueroa es, como usted, un buen elemento de la Revolución y no conviene que existan estas dificultades que sólo a la causa perjudican. Yo deseo que terminen esos malos entendimientos entre ustedes, pues probablemente provienen de intrigas que, por desgracia, no faltan.

- Como usted lo ordene, señor Madero -dijo Zapata-; pero el tiempo nos desengañará de quién es y cómo obra el general Figueroa. Lo que a nosotros nos interesa es que, desde luego, sean devueltas las tierras a los pueblos y que se cumplan las promesas que hizo la Revolución.

- Todo eso se hará; pero en debido orden y dentro de la ley, porque son asuntos delicados que no pueden ni deben resolverse de una plumada y a la ligera. Tendrán que estudiarse, tramitarse y resolverse por las autoridades del Estado. Lo que conviene de pronto -agregó insistiendo e! Jefe de la Revolución- es proceder al licenciamiento de las fuerzas revolucionarias, porque habiendo llegado al triunfo ya no hay razón de que sigamos sobre las armas.


Zapata expresa claramente sus ideales

Zapata dijo entonces a Madero que estaba en la mejor disposición de cumplir todas sus órdenes, que licenciaría sus fuerzas como lo disponía y que abrigaba absoluta confianza en que él, Madero, cumpliría con las promesas hechas por la Revolución, sobre todo en lo relativo a la devolución de las tierras; pero le manifestó sus dudas de que el Ejército Federal lo apoyara lealmente en el Poder.

- Es nuestro natural enemigo -le dijo-; ¿o cree usted, señor Madero, que por el hecho de que el pueblo derrocó al tirano, estos señores van a cambiar de manera de ser? Ya ve usted lo que está pasando con el nuevo Gobernador, el señor Carreón, que está completamente a favor de los hacendados, y si esto pasa ahora que estamos de triunfo y con las armas en la mano, ¿qué será cuando nos entreguemos a la voluntad de nuestros enemigos?

- No, general -repuso Madero-, la época en que se necesitaba de las armas, ya pasó; ahora la lucha la vamos a sostener en otro terreno. Si el actual gobernante de Morelos no garantiza los intereses revolucionarios del Estado, se pondrá uno que cumpla con su deber; pero debemos ser prudentes y no obrar con violencia, lo que nuestros enemigos y la opinión pública nos reprocharían. La Revolución necesita garantizar el orden, ser respetuosa con la propiedad.

El líder suriano se puso de pie, y sin dejar la carabina (de la que no se había separado ni durante la comida), se acercó a Madero y señálándole la cadena de oro que llevaba en el chaleco, le dijo:

- Mire, señor Madero; si yo, aptovechándome de que estoy armado, le quito su reloj y me lo guardo, y andando el tiempo nos llegamos a encontrar los dos armados y con igual fuerza, ¿tendría usted derecho a exigirme su devolución?

- ¡Cómo no, general, y hasta tendría derecho de pedirle una indemnización por el tiempo que usted lo usó indebidamente! -le contestó el Jefe de la Revolución.

- Pues eso justamente es lo que nos ha pasado en el Estado de Morelos -replicó Zapata-, en donde unos cuantos hacendados se han apoderado por la fuerza de las tierras de los pueblos. Mis soldados, los campesinos armados y los pueblos todos, me exigen diga a usted, con todo respeto, que desean se proceda desde luego a la restirución de sus tierras.

Madero reiteró a Zapata que todas las promesas se cumplirían, que tuviera fe en él y que todo se arreglaría satisfactoriamente; que, además, se seleccionarían, entre los elementos revolucionarios, de distintas regiones del país, que estuvieran mejor organizados, algunos contingentes para integrar determinado número de corporaciones irregulares del Ejército.

- Nosotros deseamos, señor Madero -dijo Zapata-, que usted visite nuestro Estado para que se dé cuenta de nuestras necesidades y cuanto antes se devuelvan las tierras a los pueblos.

- Le ofrezco ir y estudiar detenidamente el caso de Morelos para resolverlo con apego a la justicia. Y en atención a los servicios que ha prestado usted a la Revolución, voy a procurar que se le gratifique convenientemente de manera que pueda adquirir un buen rancho -dijo el Caudillo al suriano.

Sin ocultar su disgusto, Zapata dió un paso atrás y golpeando el suelo fuertemente con su carabina, en tono respetuoso, pero con la voz un tanto alterada, pues lo oyeron todos los presentes, dijo:

- Señor Madero, yo no entré a la Revolución para hacerme hacendado; si valgo algo, es por la confianza que en mí han depositado los rancheros, que tienen fe en nosotros, pues creen que les vamos a cumplir lo que se les tiene ofrecido, y si abandonamos a ese pueblo que ha hecho la Revolución, tendría razón para volver sus armas en contra de quienes se olvidan de sus compromisos.

Madero, sonriente, levantóse de su silla y le dijo:

- No, general Zapata, entiéndame usted lo que le quiero decir; que lo ofrecido se cumplirá y además, a quienes han prestado valiosos servicios como usted y muchos otros jefes, se les retribuirá debidamente.

- Lo único que nosotros queremos, señor Madero, es que nos devuelvan las tierras que nos han robado los científicos hacendados -confirmó el suriano.

Madero salió del salón unos minutos y Zapata estuvo conversando sobre asuntos agrarios de Morelos con el licenciado Emilio Vázquez Gómez, quien se encontraba en el mismo local juntamente con los señores Venustiano Carranza y Benito Juárez Maza, que presenciaron lo ocurrido.

Como a los veinticinco minutos, aproximadamente, regresó el señor Madero, y ofreció a Zapata que, tan pronto como sus ocupaciones se lo permitieran, iría a Morelos aceptando la invitación que le hacía. Y así terminó aquella interesante entrevista, después de la cual regresó el jefe morelense a Cuernavaca.


VISITA A MORELOS Y GUERRERO

Cumpliendo su ofrecimiento el señor Madero, el día 12 de junio emprendió el viaje al Sur acompañado de su abnegada esposa, de un numeroso grupo de jefes maderistas y del defensor de los terratenientes morelenses, señor ingeniero Tomás Ruiz de Velasco, quien en aquella época cultivaba los terrenos de El Higuerón y Tlaquiltenango, entregando su caña a las haciendas de Zacatepec y San Nicolás. Parece que el ingeniero Ruiz de Velasco había tenido a su servicio en dichos trabajos a don Ambrosio Figueroa, quien, a la sazón, era el jefe de mayor relieve entre los maderistas guerrerenses. Es de creerse que el conocimiento entre ambos haya originado que, posteriormente, como pronto veremos, el general Figueroa se convirtiera en defensor de los latifundistas de Morelos.


Intrigas de los hacendados

Los hacendados morelenses, perseverantes y tenaces, no perdieron el tiempo, y por medio de su representante, trataron de llevar al ánimo del Jefe de la Revolución, la idea de que el general Zapata y su tropas eran elementos nocivos en grado tal, que dejar tan sólo al guerrillero cualquiera influencia por pequeña que fuese, equivalía a sumir al Estado en una situación anárquica.

Ofrecieron a Madero que darían trabajo en sus haciendas a más de siete mil individuos, siempre que no dejara un solo maderista de los de Zapata sobre las armas; pidieron, además, que se nombrara Gobernador provisional del Estado al general Ambrosio Figueroa, en caso de que fuese removido don Juan N. Carreón (a quien no aceptaban los revolucionarios de Zapata), pues creían fundadamente encontrar un aliado en el que, según ellos, era el único revolucionario del Sur. Muy claro se ve que buscaban la división entre el elemento insurgente para obtener el triunfo de sus intereses sobre el de la justicia y la Revolución.

Madero, que de sobra conocía la pugna ya existente entre Zapata y Figueroa y las causas que la habían originado, se concretó de pronto a oír a los latifundistas, indicándoles que lo del licenciamiento de los insurgentes del jefe morelense era ya cosa resuelta; pero que, en lo referente al nombramiento de Gobernador, sería cuestión de estUdio detenido para proceder de acuerdo con las dos partes: hacendados y revolucionarios.

Al paso del convoy por la estación de Tres Marías subieron a dar la bienvenida a Madero, el jefe insurgente Manuel Asúnsolo con su Estado Mayor y una comisión enviada por el Gobernador del Estado, don Juan N. Carreón, presidida por el señor Manuel Dávila Madrid.


El señor Madero en Cuernavaca

Poco después del mediodía hizo su arribo el tren del Caudillo a la estación de Cuernavaca, en donde fue recibido en medio de aclamaciones delirantes que le tributó el pueblo todo de la ciudad y de los lugares comarcanos, que con antelación se habían dado cita para recibir dignamente al Jefe de la Revolución triunfante. La mayoría de los allí congregados era de la clase campesina.

El señor Madero salió a la plataforma del carro, desde donde saludó cariñosamente a aquel conglomerado que de corazón lo vitoreaba, al que hizo presente su agradecimiento.

Se había formado una doble valla de revolucionarios surianos desde la estación hasta el centro de la ciudad, y en medio de esa valla hizo su recorrido el señor Madero, constantemente aclamado por el pueblo que vertió, con su estusiasmo, una lluvia de flores y confetti desde las ventanas de las casas. El Caudillo correspondió a esas demostraciones con saludos cariñosos.

El coche del señor Madero fue escoltado por algunos de los jefes que desde México lo acompañaron y por los principales subordinados de Zapata, con éste a la cabeza, marchando todos a pie alrededor del auto. Al llegar al parque Romero Rubio, el general Emiliano Zapata y los hermanos Miranda montaron a caballo, poniéndose a la descubierta de las fuerzas insurgentes que escoltaron al Caudillo hasta el centro de Cuernavaca.

La escolta personal de Emiliano Zapata hizo los honores al Jefe de la Revolución a su llegada al histórico Palacio de Cortés, donde fue recibido en el salón de sesiones del Congreso Local por el Gobernador provisional, cambiándose entre ambos cortos discursos.

Madero hizo presente su agradecimiento por las muestras de simpatÍa de que era objeto por parte del pueblo y del Gobierno del Estado; dijo que se sentía orgulloso de pisar la tierra que llevaba el nombre del gran Morelos, en donde se había iniciado la verdadera lucha democrática al oponerse virilmente el pueblo al triunfo de la candidatura Escandón, que el gobierno del general Díaz había, al fin, impuesto por la fuerza.


Banquete al que no concurrió Zapata

En el jardín Borda fue servido un banquete al señor Madero al que concurrieron, además de sus numerosos acompañantes, el Gobernador del Estado, quien lo ofreció, y elementos representativos de la clase conservadora morelense. Este hecho motivó que el general Emiliano Zapata se abstuviera de asistir, resistiéndose a sentarse a la mesa en la que también estaban los enemigos de la Revolución; pero llegó en los momentos en que terminaba el ágape.

El señor Madero pasó revista a las tropas surianas, al frente de las cuales iban el revolucionario morelense y el general Joaquín N. Miranda, montados en briosos caballos. Las fuerzas, en número aproximado de 4,000 hombres, desfilaron ante el Caudillo de la Revolución, quien en compañía de algunos jefes, presenció el acto desde uno de los balcones del edificio que ocupaba el Banco de Morelos, donde previamente se le había preparado alojamiento.

Después del desfile de revolucionarios, Madero conferenció con el Gobernador del Estado y luego con Zapata, a quien reiteró lo que ya había ofrecido en México en su anterior entrevista: que si se hacía necesario se nombraría un Gobernador que garantizara los intereses revolucionarios del Estado, ratificándole a la vez sus instrucciones para que desde luego se procediera al licenciamiento de las fuerzas, para lo cual quedó comisionado, en representación del Jefe de la Revolución, el señor licenciado Gabriel Robles Domínguez, con cuya intervención se procedió a cumplir dichas instrucciones, como pronto veremos.

A las ocho de la mañana del día siguiente Madero abandonó Cuernavaca entre las aclamaciones populares, constantes durante su permanencia en la ciudad suriana. Fue notable la exhibición de gran número de estandartes de diversos clubes leyvistas de la localidad, llevados como una demostración de que no se olvidaba la pasada lucha.

Al mediodía del 13 de julio llegaron el señor Madero y su numerosa comitiva a Iguala, Guerrero, y allí, como en Chilpancingo, donde arribó en la mañana del 14, fue recibido cariñosamente por el pueblo y sus gobernantes. En el trayecto se incorporó a la comitiva el general Juan Andrew Almazán.


El asesinato de Gabriel Tepepa

El Caudillo hizo su regreso de Iguala hasta Puente de Ixtla, en donde trasbordó a la vía del Ferrocarril Interoceánico, encontrándose a su paso por Tlaquiltenango con la novedad de que Gabriel Tepepa, antiguo jefe revolucionario que se distinguió desde la iniciación de la lucha, había sido pasado por las armas.

El viejo Tepepa, como cariñosamente se le llamaba en toda la región, en la que era ampliamente conocido, frisaba en los 70 años; pero tenía más energías que un joven y más entusiasmos por el verdadero triunfo de la Revolución, que cualquier revolucionario que contara con la mitad de su edad. En épocas pretéritas, siendo aún joven, había peleado contra el Imperio y contra las tropas francesas en Puebla el 2 de abril y militó después en las filas revolucionarias del general Porfirio Díaz.

Posteriormente se retiró a la vida privada, prestó sus servicios en los ingenios de San Nicolás Obispo y Temilpa y cumplió siempre con esmero y diligencia los cargos que se le dieron. Era honrado a carta cabal y muy estimado por cuantos lo trataron; pero estaba inconforme con aquel triunfo aparente de la Revolución en que los mismos caciques seguían expoliando al pueblo; como tuvo la franqueza de hacer pública su inconformidad, esto originó que quienes veían en Tepepa a un enemigo de sus intereses, empezaran a intrigar en su contra.

Federico Morales, guerrerense, jefe revolucionario subordinado del general Ambrosio Figueroa, fue a quien los elementos conservadores de Jojutla emplearon como instrumento para acabar con la vida del patriota y anciano guerrillero.

En la casa del acaudalado comerciante español Lamadrid, se sirvió un banquete al que se invitó a Federico Morales y a Gabriel Tepepa. Este, sin imaginarse lo que le esperaba, aceptó la invitación, dejando sus fuerzas en Tlaquiltenango, su pueblo natal, cercano a Jojutla y asiento de su Cuartel General. Llegó al lugar del ágape, acompañado sólo de su asistente y sin la menor desconfianza; pero grande fue su sorpresa cuando supo que había sido llamado por medio de ese engaño para encarcelarlo y en seguida pasarlo por las armas.

Los familiares de Tepepa protestaron ante el señor Madero por aquella ejecución que calificaron de asesinato, pues pensaban que en todo caso debería habérsele consignado para que respondiera de los cargos que le pudiesen resultar, mayormente cuando existían autoridades competentes y se disfrutaba ya de completa paz. El señor Madero, desfavorablemente impresionado por los exagerados e interesados informes que hasta él hicieron llegar en contra de Tepepa, lamentó lo acontecido y aprobó la conducta de Federico Morales, quien aseguró haber obrado de acuerdo con el general Figueroa.

Este incidente produjo una impresión muy penosa entre la multitud que no esperaba que el Caudillo de la Revolución aprobara la conducta de Morales. El pueblo y la estación de Tlaquiltenango estaban tapizados de papel negro, en señal de luto por el asesinato de Tepepa.

En Cuautla fue recibido el señor Madero con la misma simpatía que se le demostró en otros lugares que había tocado en la Entidad suriana, y después de visitar los principales puntos de la ciudad, que todavía mostraba los desperfectos causados durante la tremenda lucha sostenida un mes antes, escuchó detenidamente a una nutrida comisión de campesinos que le expuso la forma inicua en que los hacendados, cuyas propiedades circundaban totalmente a Cuautla, la habían despojado de todas sus tierras, ensanchando así sus feudos que llegaban hasta las propias calles de la población, al grado de haberle arrebatado hasta los terrenos en que se arrojaban las basuras.

Estaba comisionado el ingeniero Manuel N. Robles, oficial de Estado Mayor, para formar el itinerario del viaje del señor Madero al Sur, con la recomendación del Jefe del Cuartel General de la segunda zona, ingeniero Alfredo Robles Domínguez, de ponerse de acuerdo con don Manuel Buch, propietario de la hacienda de Santa Inés, cercana a Cuautla, en la que se proyectaba ofrecer un almuerzo a Madero, quien al fin rehusó aceptarlo y regresó a la capital el 16 por la noche.


RECORDANDO A SANTIAGO DE LA HOZ

Un fraternal banquete

Hemos visto que el general Zapata no concurrió al banquete ofrecido al señor Madero por elementos que juzgó insinceros; veamos en cambio su proceder para quienes consideró afines a sus ideas.

Después de qua salió del Estado el Caudillo de la Revolución, el general Zapata comisionó a Rodolfo Magaña, de su Estado Mayor, y a quien había designado pagador general de las fuerzas del Sur durante el corto lapso que estuvieron disfrutando de una pequeña ayuda pecuniaria en calidad de haberes, para que se trasladara a la ciudad de México, e invitase a su nombre, a quienes habían integrado el grupo que proclamó el Plan Político Social de que ya hemos hablado en páginas anteriores y en el que, en forma más clara y terminante que en el Plan de San Luis, se trataba de la devolución de las tierras usurpadas a los pueblos.

Magaña llegó a la capital y en la imposibilidad de reunir a todo el grupo, regresó a Cuernavaca acompañado de la señorita Dolores Jiménez y Muro, de quien hemos dicho dió forma al mencionado documento; de Antonio Navarrete, que fue quien lo imprimió; de Carlos B. Múgica, de Francisco Sánchez Correa, de nosotros y dos correligionarios más cuyos nombres no recordamos.

El general Zapata los saludó afectuosamente, los felicitó y les dió una comida en el hotel Moctezuma, donde estaban las oficinas de su Cuartel General.

Abraham Martínez, Jefe del Estado Mayor del general Zapata, ofreció a nombre de éste la comida al grupo de invitados, exhortándolos para que continuaran trabajando dentro del nuevo orden de cosas, a fin de llevar a la práctica los postulados que contenía aquel interesante documento, sobre todo en lo relativo a la devolución de las tierras a los pueblos, idea que en la mente del guerrillero suriano constituía una constante preocupación.

Múgica contestó en nombre del grupo de invitados, agradeciendo las atenciones de que eran objeto; hizo otro tanto, lacónicamente, la señorita Jiménez y Muro y ambos ofrecieron que desde la prensa continuarían luchando por aquellos principios.

Antes de levantarse de la mesa, el general Zapata, visiblemente entusiasmado, dirigiéndose a Rodolfo Magaña, le dijo:

- Oye, gordito, recítanos la Sinfonía de combate de Santiago de la Hoz.

Y Magaña, accediendo a los deseos del guerrillero, se puso de pie y la recitó con la general aprobación de los presentes.

La oda rebelde del poeta veracruzano Santiago de la Hoz había sido oída ya en varias ocasiones por el general Zapata, de labios de Magaña, y le agradaba escucharla con frecuencia.

Era el guerrillero suriano un franco admirador del bardo que había condensado en su alma las ansias de rebeldía que también estremecían con vibraciones de entusiasmo el alma campesina y justiciera de Zapata.

Dice la oda de referencia:


SINFONÍA DE COMBATE

Taciturno, medroso ... cabizbajo,
Cargado de cadenas y grilletes,
Con la piel ulcerada por los fuetes,
Mirando siempre abajo,
Sin aprender a erguirse turbulento
Y a quebrantar un mundo en sus furores,
Allí está, sin virtud y sin vigores,
Degradado y hambriento,
Soñando en sus perdidas libertades
Y en su gloria sin par de otras edades.
El pueblo que en homéricas peleas
Bañando con su sangre sus montañas,
Sabía llevar al triunfo sus ideas
Y verter sin temblores sus entrañas,
Y arrojar los pedazos de sus yugos
A los cráneos de todos sus verdugos,
Allí está ... ¡pesaroso y oprimido!
Lo engañó con sus falsos relumbrones
La fama de un Efialtes, de un bandido,
Y ese pueblo de indómitos leones
Enclavó sus cañones,
Envainó silencioso sus aceros,
Y enfrenando sus ímpetus guerreros,
Entró a esa paz en que los pueblos gimen
Con hambre y sin virtud, bajo el azote
De esa nefanda Trinidad del crimen.
¡El tirano, el burgués y el sacerdote!
Entró a la paz de la abyección, al cieno
De una infame y odiosa tiranía
Donde humillado y de vergüenza lleno,
¡Es un eunuco a plena luz del día!
Allí está ... lo han dejado sin hacienda,
Han sofocado en sangre su civismo,
Le han dado por escuela el egoísmo
Y le han puesto en los ojos una venda.
La venda del cinismo
Con que inmundos lacayos le han contado
¡Que la Patria es feliz y ha progresado!
Allí está ... se ha enervado su grandeza,
Ha olvidado sus glorias,
Ha cubierto de oprobios su cabeza,
¡Su cabeza laureada en cien victorias!
Ha quebrado su espada,
Y en abyecta y monstruosa mancebía
Con su paz una hetaira desdichada,
En la tremenda nacional orgía
¡Se ha entreabierto las venas
Y muere contemplando sus cadenas!
¡Pobre pueblo! ¡Petronio sin vigores!
Petronio miserable y degradado
Que muere entre deleites y sopores;
Sin virtud para erguirse denodado
Y lleno de valor y de esperanza
Frente por frente del Nerón maldito,
Hasta las nubes levantar un grito,
¡Grito de rebelión y de venganza!
Allí está el pueblo ... subyugado, triste,
Sin honra y sin dineros;
Lo humillan y cobarde se resiste
A protestar por sus hollados fueros;
Lo roban ... y doblega la cabeza,
Y da su sangre y su sudor y calla;
Lo ultrajan y no se alza con fiereza
¡Ni en explosión de cóleras estalla!
En el campo, lo mismo que en la villa,
Se ve el amargo fruto
De ese marasmo que a la patria humilla;
Nadie se acuerda del puñal de Bruto
¡Ni del pueblo francés en la Bastilla!
Hay para mengua de la patria historia
Una verdad notoria
Que la desgracia de su pueblo encierra.
Que allí, los ciudadanos
Sólo existen debajo de la tierra
¡Muertos por viles mercenarias manos!
Allí está el pueblo ... triste Prometeo
Que sujeto al taller como a una roca,
Siente al buitre burgués que, en su deseo
Insaciable de oro, en ansia loca,
Le desgarra implacable los pulmones
¡Como rompe el minero los filones!
Y los indios membrudos,
Los atletas de espíritu altanero,
Los cíclopes de bronce que, sañudos,
Cuando escuchaban el clarín guerrero
Se alzaban indomables,
Hoy lloran miserables
¡Bajo el látigo ardiente del negrero!
¡Hasta el fraile!
Ese Judas Iscariote
Que ha vendido a la patria, ese malvado,
Ese histrión que se llama sacerdote
Y es tan sólo un bandido disfrazado;
Ese que fulminó su rabia impía
Sobre Hidalgo y Morelos y Mercado
Y quizá los maldice todavía;
Ese torpe canalla
Quen en los anales de la Historia se halla
Siempre contra la patria y el derecho,
Siempre contra la ciencia y lo que es noble;
Ese que lleva en su mezquino pecho
Un egoísta corazón de roble
Para el dolor de todos los que gimen;
Ese aborto del crimen
También por el tirano sostenido,
Desde el negro cubil de mercaderes
Que llama iglesia al vulgo embrutecido,
¡Roba al pueblo y le viola sus mujeres!
No hay una voz viril que se levante
Sobre tanto desastre y tanto duelo;
El pundonor se arrastra por el suelo;
No hay un poeta que atrevido cante
Himnos de redención y de venganza;
¡De un Dies irae sucumbe la esperanza!
Y como el pueblo de instrucción carece,
En sus negros momentos de amargura
Se encanalla en el vicio que le ofrece
Fácil consuelo a tanta desventura.
¡Pueblo, escucha mi voz ahora que vienes
A recordar un triunfo del pasado:
Hoy que en el pecho conmovido tienes
Algo de tus grandezas despertado,
Es fuerza que en mis iras de patriota
Te enseñe tu desgracia
Y tu infamante condición de ilota,
Y el cuadro de tu muerta Democracia!
¡Es fuerza que con ímpetus soberbios
Alzando en alto mi laúd ardiente.
Lance las tempestades de mis nervios
Sobre las ignominias de tu frente!
¡Es fuerza que en tus llagas de oprimido,
Aunque me asalten críticas y mofas,
Derrame decidido
El cauterio de enérgicas estrofas!
¡Hoy vine a fustigarte con la pluma
Para ver si del mar de tu coraje
Se alza iracundo el tempestuoso oleaje
Hasta escupir al cielo con su espuma!
¡Para ver si revienta
De tus sagradas iras la tormenta!
¡Para ver si te bajas del Calvario
A castigar el golpe de Longino
Y eres de nuevo el pueblo temerario
Que humilló al vencedor de Solferino!
¡Para que alces la lanza y el escudo
Y se inflame tu rostro que ahora finge
La cara de un Edipo triste y rudo
Que no se atreve a hablar ante la Esfinge!
¡Para que hables con verbo de centellas
Y despierten tus Gracos,
Broten tus Catilinas y Espartacos,
Y anunciando el terror de cien querellas,
Vibre un Juicio Final en tus clarines
Mientras se alzan tus bravos paladines
Y Mirabeau se acerca a la tribuna
Y el niño Libertad llora en la cuna!
¡Pueblo: que se levanten tus vigores
Del fango de tu oprobio y de tu pena;
Y al sonar de la esquila de Dolores,
Provocado león tiña la arena
on sangre de tiranos y traidores!
¿Hasta cuándo postrado
Has de estar a las plantas del magnate?
¡Pueblo, levanta tu cerviz airado
Y lánzate a los campos de combate!
Y si eso no haces ... si la diosa Astrea
En vano auxilio de tu honor implora,
Si no levantas la incendiaria tea,
Si no brilla en tus ojos una aurora
De furia vengadora,
Mientras clame humillada la Justicia,
Mientras el César triunfe y duerma Bruto,
Mientras mi amada Patria esté de luto ...
Yo, en vez de la caricia
Con que te halaga el orador cobarde,
Fustigaré tu miedo y tu impudicia
¡Con la palabra que revienta y arde!
Que ante las corrupciones de la Plebe,
El poeta no debe
En irrisoria y femenil tarea
Pulir el verso dulce y exquisito;
Debe empapar su pluma en luz febea
¡Y escribir en cuartillas de granito!
No debe ser el infeliz coplero
Que canta amotes mientras lame el yugo:
Debe ser el coloso Víctor Hugo
¡Que hace temblar a Napoleón Tercero!
Odio al bardo que llora y que suspira
¡Mientras Nerón triunfante lo desprecia!
Y amo a Lord Byron que cambió su lira
¡Por una espada ante el dolor de Grecia!
La misión del poeta es redentora:
Y cuando el Pueblo a la abyección se lanza,
Debe, al ver que la Patria sufre y llora,
¡Hablar de rebelión y de venganza!
Y debe justiciero Azotar, decidido y altanero,
Tanto al César que triunfa y asesina
¡Como a la Plebe que su cuello inclina!
Hoy, por eso, mi cólera vibrante
En su misión despertadora y justa,
Dilacera tus carnes de gigante,
¡Implacable y brutal, cual una fusta!
Y no encuentres extraño que mi lira
Te arroje sólo la candente estrofa.
Mi musa, que arde en ira,
No es la doliente Ofelia que suspira,
¡Es una Juana de Arco que apostrofa!
¡Pueblo, despierta ya!
Tus hijos crecen
Y una herencia de oprobio no merecen;
Vuelve ya en ti de esa locura insana,
Si siguen criando siervos tantas madres,
Tus hijos, los esclavos de mañana,
¡Renegarán del nombre de sus padres!
Levántate y medita
¡En los grandes problemas de tu suerte!
Pon en salvo tu cuerpo que gravita
Sobre un abismo de afrentosa muerte
Y piensa, con orgullo noble y bravo,
Que no has nacido para ser esclavo;
Que la tierra en que hoy gimes cual cautivo,
Que la tierra en que hoy eres pordiosero,
Mañana, que te yergas revivido
Y te hagas respetar con el acero
Y de malvados tu camino alfombres,
Será lo que te anuncian tus Mesías:
La tierra donde no haya tiranías
¡Y en dulce comunión vivan los hombres!
¡Tuyo ha de ser el reino de mañana!
Que si esta sociedad estulta y vana
Hoy se halla dividida
En el hombre de arriba y el de abajo,
Cuando fulgure tu cabeza erguida
Y a Nerón y al burgués lleves al tajo
Medidos con la vara del trabajo,
Todos serán iguales en la vida!
¡Pueblo, piensa y combate!
El pueblo debe
Combatir y pensar; el pensamiento
Siempre ha de ser una ala que lo eleve:
Y si sabe luchar a todo viento
Con la pluma, la espada y el rugido
O con la cruz de mártir sobre el hombro,
Ha de ver que del trono demolido,
Sobre el humeante escombro,
Se levantan su gloria y su ventura
¡Radiantes de pureza y de hermosura!
¡Pueblo, levanta ya!
Hunde la vista Del poderoso en la mansión dorada!
Mira cómo en la copa cincelada
Por la mano maestra de un artista
¡Hierve el rubio champagne! ... El poderoso
Apura entre bandidos y mujeres
El sudor que derramas generoso
¡Como bestia de carga, en los talleres!
Y el rojo vino en que sus labios moja
Es tu sangre, tu sangre que rastrero
Hizo brotar con mercenaria hoja
¡Por robarte un puñado de dinero!
Son hermanos el cura y el magnate;
Los dos beben la sangre de dos Cristos;
Los dos, a toda infamia siempre listos;
Cuando la Plebe su cerviz abate
Porque el brutal tirano
La humilla con la fuerza de sus tropas,
Alzando alegres sus hermanas copas,
¡Brindan por la abyección del ciudadano!
Y enfrente del derroche y de la fiesta
En que su ocio los grandes entretienen,
Se escucha de los pobres la protesta:
¡Tus hijos piden pan y no lo tienen!
Y sin embargo, Pueblo, no te irritas;
Sigues cobarde en tU menguada calma
¡Y al cieno en ansia cruel te precipitas!
¿Estás, acaso, inválido del alma?
¿Por qué no rompes tu letargo insano?
¿Por qué te obstinas en besar el suelo?
¡Oh ... Cóndor que has caído en un pantano!
¿No sientes ansias de emprender el vuelo?
¡Madre patria, tu pueblo está perdido!
¡Se acabaron tus bravos luchadores!
¡Sólo queda una raza sin vigores
Que muere bajo el yugo de un bandido!
¡Tus hombres de talento
Viven hoy la existencia del lacayo;
Hay olvidado ya que el pensamiento
Debe ser esgrimido como el rayo!
¡Tus poetas se arrastran con libreas!
iTu juventud se infama en el prostÍbulo!
El hierro despedaza las ideas
¡Y el apóstol sucumbe en el patíbulo!
En el palacio de Nerón, la ignara
Turba de bandoleros encumbrados Celebra con orgiástica algazara
La abyección de tus hijos degradados;
Es el festín de Baltasar, la tierra
Al peso de la infamia se estremece
Y no relumbra el rayo de la guerra;
¡El Mane, thecel, phares no aparece!
Pero no, no te aflijas, Patria mía,
El mal nunca perdura;
Siempre después de toda tiranía
La rediviva libertad fulgura!
¡En el fango de inmensas abyecciones
Se incuban los campeones!
¡En la misma opresión se agita el feto
Del ángel de su ruina!
El mismo Luis Capeto
¡Engendró la implacable guillotina!
¡Ya verás cómo acaban los ultrajes
Por despertar a tu león dormido! ...
Y cuando el pueblo lance su rugido,
Y se inflamen sus ímpetus salvajes,
Y sacuda su ardiente cabellera,
Y levante la pica entre sus manos,
Y brille desplegada su bandera,
¡Rodarán por el polvo los tiranos!

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