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HISTORIA DIPLOMÁTICA
DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
(1910 - 1914)

Isidro Fabela

PRIMERA PARTE

EL CUERPO DIPLOMÁTICO ANTE EL USURPADOR



En la calle el grupo de curiosos contemplaba el desfile de ministros. Varios caballeros, casi en su totalidad yanquis, me detuvieron:

- Señor ministro -dijo. uno de ellos-, ha sabido usted conquistar para Cuba los corazones honrados ...

Habrás penetrado, lector, en la importancia que tuvo, para los destinos de México, la última reunión del honorable cuerpo diplomático, toda ella repleta de enseñanzas para los que reconocíamos, en el dolor de la patria de Juárez, algo de nuestras propias desventuras.

Vagando, en torno de los representantes europeos, la sombra de Monroe, nadie intenta contrariar al embajador americano. Al romper la tempestad, el europeo se acoge a la diplomacia intermediaria de míster Wilson, a quien supone intérprete de su gobierno, sólidamente respaldado por la sesuda cancillería de Washington.

No se escapaba desde luego al sereno observador lo turbio y contradictorio de la política seguida por el yanqui, exagerado en sus juicios e impropiamente enardecido en contra del indefenso Madero, que tuvo en él epiléptico adversario; pero los ministros del Viejo Mundo imaginaban los hilos en manos del Presidente Taft y amoldaban sus principios, y los ideales del derecho y la justicia, a míster Wilson, especie de providencia de los intereses mundiales, confiados a la táctica de los Estados Unidos.

En las relaciones de Europa con la América Latina, ése es el régimen vigente. ¿Podrían negarse aquellos ministros al dictamen de míster Wilson que oficialmente encarnaba el poderío, la voluntad, el firme propósito, los designios de la gran república del Norte?

El embajador se alza entre ambos continentes; y ejerce el supremo delegado universal. Necesita libres los brazos para la inmensa responsabilidad que descarga el planeta sobre sus hombros; y no le oponen resistencia los europeos, ni combaten sus prejuicios, ni les preocupa el móvil de sus planes, diplomacia expectante y en cierto modo subalterna, estrecha, limitada, estrictamente profesional, sujeta a resortes fijos y distantes que, a veces, los propios ministros desconocen. El diplomático europeo, que sabe de memoria su papel, lleva el espíritu cortado a la medida que exigen las circunstancias; obedece a un mecanismo de tradicional habilidad, y cumple su misión, ahora fingiéndose indiscreto, después apretando los tornillos de la reserva; si violento, obedece algún mandato; si calla y se resigna y endulza su lenguaje, es el soplo de su gobierno que lo inspira y lo dirige y lo demanda. Míster Wilson, en cambio, desborda sus iras y refleja en el semblante el interno fuego de sus pasiones. Le falta benevolencia; y lo aturde la fuerza que guardan sus espaldas. juguete de medieval orgullo, su diplomacia es ciencia de coloso. Y sintiéndose coloso está satisfecho de su obra. En un regio departamento del Palacio Nacional conversa con sus colegas, todos, y él mismo, de uniforme.

Desperté de un sueño luctuoso, entre casacas bordadas de oro, radiantes de luz y espadines y tricornios y plumas y penachos; y en orden de rigurosa procedencia, a la señal del flamante jefe del protocolo, fue la marcha al salón de embajadores. Un grupo de chambelanes en la puerta presenciaba alegremente el diplomático desfile, rodeando al héroe del cuartelazo vestido de paisano, que disfrutaba de las efímeras ventajas de un simple abrazo; y anticipaba la sensualidad presidencial con secas reverencias a los ministros que halagaron sus ansias en artificiosa cortesía.

Está triste ... me dijo alguien al oído; y, en efecto, disimulaba sus recelos llenando de aire los cachetes.

No tiene cara de Presidente ... observó la misma voz al chocar nuestros ojos con la mirada lánguida y el redondo cráneo de Félix Díaz. Mas, de improviso, ilumináronse las mejillas del aparente vencedor; y soltando el buche de aire que retenían, bajo el espeso bigote, sus labios de mixteca, rindió homenaje de cariño a míster Wilson, que harto merecía expansiones de positiva gratitud.

Entramos uno a uno en silencio y formamos dorada elipse. Por el fondo apareció Huerta, ceñida la vieja levita, que no hubo tiempo de hacerla nueva, acompañado, en triunfo, de sus ministros. El traje le caía tan mal como los pantalones al centinela de Madero. Pausadamente se adelantó inclinando a derecha e izquierda la cabeza. Erguido, acomodó los espejuelos para mirar, persona por persona, a los representantes extranjeros; y repitió la inclinación de la cabeza, a diestra y siniestra. Fue aquélla su primera ceremonia; y no lo turbaron el recuerdo de sus víctimas, encerradas en la intendencia del mismo Palacio, bajo sus pies de sultán, ni el solemne aparato diplomático. Míster Wilson leyó entonces la pieza literaria del señor Cólogan:

Señor Presidente:

El subsecretario de Relaciones Exteriores me informó, por medio de una nota de fecha 20 del actual, que Vuestra Excelencia había asumido el alto puesto de Presidente Interino de la República, de acuerdo con las leyes que rigen en México. Al mismo tiempo me manifestó que Vuestra Excelencia recibiría con gusto a los representantes de los gobiernos extranjeros acreditados en México; esta misma nota, que el subsecretario de Relaciones tuvo la deferencia de enviarme, fue comunicada también a mis colegas.

Por lo tanto, nos hemos reunido aquí para presentar a Vuestra Excelencia nuestras. sinceras felicitaciones, no dudando que, en el desempeño de vuestras altas funciones en las actuales circunstancias por que atraviesa México, que tanto interés despierta en sus países amigos, Vuestra Excelencia dedicará todos sus esfuerzos, su patriotismo y conocimiento al servicio de la nación y a procurar el completo restablecimiento de la tranquilidad, ofreciendo a mexicanos y a extranjeros la oportunidad de vivir en paz y contribuir al progreso, a la felicidad y al bienestar de la nación mexicana.

En ayunas se hubiera quedado el Presidente de cuanto dijo su cuanto dijo su camarada, a no ser la costumbre de remitir previamente, al ministerio de Relaciones Exteriores, copia de tales discursos. A cada coma y a cada punto, asentía Huerta con gesto convencido; y, al llegarle el turno de contestar, pronunció cuatro párrafos de acartonada prosa, pegados a la memoria:

Señor embajador:

Agradezco profundamente las bondadosas palabras que acabáis de dirigirme en vuestro nombre y en el del honorable cuerpo diplomático aquí reunido, en esta solemne ocasión en que por primera vez tengo la honra de recibiros como Presidente Interino Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.

Los acontecimientos que acaban de pasar han sido el epílogo (?) de la lucha fratricida que ha ensangrentado a la patria, y podéis estar seguros de que pondré todo lo que esté de mi parte -hasta el sacrificio de la vida si fuere necesario- para conseguir la paz que todos anhelamos.

Me complazco en aprovechar esta oportunidad para declararos que el gobierno de la República seguirá inspirándose en los más puros principios de equidad y de justicia y en el estricto cumplimiento de sus deberes internacionales, y os prometo, señores representantes de las naciones amigas, que mis esfuerzos y los de mis ilustres colaboradores se encaminarán a garantizar plenamente las vidas y los intereses de los habitantes del país, nacionales y extranjeros.

Recibid, señor embajador, para vos y para todos los respetables miembros del honorable cuerpo diplomático, acreditado en México, mi más atento y cordial saludo.

En el rudo aspecto de don Victoriano despuntaba la fibra de un carácter de bronce y nada vulgar entendimiento.

Salimos, en procesión, de igual suerte que habíamos entrado; Huerta dedicó lucidas flores de su ingenio selvático al hijo del sol naciente, iniciando allí su política japonesa, no obstante la protección del generoso Hurigurchi a la familia Madero; y transcurridos breves instantes rodeábamos, en el cercano departamento, una mesa cubierta de pasteles, dulces y licores. Míster Wilson, alegre como unas pascuas, mojaba con finísimo jerez el regocijo; y en pleno delirio de entusiasmo, concluyó por levantar la copa rebosada, y brindar por Huerta, por su gobierno que devolverá la paz al pueblo mexicano ...

Y para mañana, queridos colegas, aniversario del nacimiento de Jorge Washington -añadió-, os invito con vuestras damas, en nombre también de la mía, a que vayáis a la Embajada a las cinco de la tarde ... (1).

EN WASHINGTON SE INQUIETAN

Mientras tanto, en Washington, las esperanzas de una rápida pacificación de México empezaban a desvanecerse. El cónsul americano Holland, de Saltillo, telegrafiaba al Departamento de Estado dándole cuenta del decreto expedido por la Legislatura de Coahuila, desconociendo a Huerta y dando facultades extraordinarias al gobernador del Estado, Venustiano Carranza; para tomar las medidas que creyera convenientes para sostener al gobierno constitUcional. Iguales noticias procedían de otros Estados, como Sonora y Chihuahua, en donde la rebelión contra el gobierno usurpador de Huerta se había extendido rápidamente. En varios lugares de la frontera había habido ya desórdenes que presagiaban una nueva revuelta, y aun de los Estados del centro y del sur los cónsules estadoumdenses enviaban noticias poco tranquilizadoras.

En vista de tales noticias, el Presidente Taft continuó sus preparativos militares. El Departamento de la Guerra dio órdenes para la movilización a Galveston de las brigadas cuarta y quinta de la 2a. división, con, un total de unos ocho mil hombres. Taft se encargó de explicar esta movilización inesperada de tropas, diciendo que lo hacía en prosecución de planes anteriores y para dejar a su sucesor, Woodrow Wilson, cuya toma de posesión estaba ya muy cercana, en aptitud de tomar las medidas enérgicas que creyera convenientes en caso de intervención.

La suerte de Madero era otra de las punzantes preocupaciones de la administración de Taft en esos días. A los primeros telegramas de México, dando cuenta de que Huerta había consentido en permitir que Madero se embarcara para el extranjero, habían sucedido otros, más alarmantes, diciendo que Madero sería juzgado por malversación de fondos o que sería considerado como un demente y enviado a un manicomio.

Pero los asesinatos proditorios de Gustavo Madero y de Bassó, la era de atentados y persecuciones que iniciaron los traidores, apenas consumado su vergonzoso triunfo, había ya dado a Washington la medida de lo que eran capaces. Sus promesas inspiraban muy poca, o ninguna fe. El gobierno americano abrigaba ahora muy serios temores por la vida de aquel infortunado Presidente a quien indirectamente habían ayudado a derrocar. Y esos mismos temores existían en todas partes, así en los Estados Unidos como en México. De todas partes llegaban a Washington mensajes haciendo un llamamiento a Taft y a los otros miembros del gobierno para que intercedieran en favor de Madero y salvaran su vida.

Entre los numerosos telegramas que se recibieron en Washington intercediendo por la suerte de Madero, merece especial mención el que enviaron al senador Sheppard, de Texas, cuarenta y cinco miembros de la Legislatura de su Estado, telegrama vibrante de emoción y de piedad para el infortunado Presidente, y que da idea no sólo de la indignación que en todas partes había causado el cobarde atentado de los traidores, sino también del elevado concepto en que se tenía a Madero. El telegrama, decía así:

Los diputados y senadores suscritos excitan a usted encarecidamente, en nombre de la humanidad y de la justicia, a que interponga su influencia para salvar la vida de Madero. Nosotros creemos que Madero se ha conquistado un lugar prominente en México, adelantándose en mucho a su propio pueblo. El mundo entero reconoce que su gobierno fue magnánimo y humanitario. Debido a su benevolencia viven aún los hombres que ahora desean destruirlo. Su ejecución no sería más que un asesinato a sangre fría y un ultraje a la civilización, contra el cual protestamos con toda energía (2).

Es evidente que el pueblo norteamericano, aunque no conocía al detalle los acontecimientos políticos y militares que se desarrollaron desde el levantamiento febrerista, sí estaba al cabo de los hechos salientes de la rebelión pues toda la prensa estadounidense informaba a diario a sus lectores de los episodios que con rapidez y gravedad tenían lugar al otro lado del Río Bravo.

Fuera cual fuese la actitud del gobierno republicano hacia el Presidente Madero y su gobierno, estaba en la conciencia del bondadoso pueblo estadounidense que don Francisco I. Madero era un hombre de buena fe, patriota enardecido que se había levantado en armas contra una dictadura, sin más miras que dar a la nación mexicana la verdadera libertad que por tantos años había sido negada. De tal suerte Madero resultaba un apóstol heroico que no podía inspirar sino simpatías a un país que vivía en plena democracia.

Por eso se explica la actitud humanitaria del senador Sheppard y sus compañeros que sabían perfectamente lo que había pasado en México y quiénes eran los autores del cuartelazo y del golpe de Estado, motivo por el cual temieron con justificada razón por la vida del Presidente cautivo.

El senador Sheppard era uno de los más desinteresados amigos de la causa constitucionalista. Fue quien en unión del diputado George, también de Texas, presentó ante el Congreso, en los primeros meses de la Revolución, una iniciativa para que se acordara la beligerancia a los constirucionalistas.

Que Washington se interesó por la vida de Madero e hizo algunos esfuerzos para salvarlo está fuera de toda duda; pero ¿fueron esos esfuerzos todo lo activos y eficaces que las circunstancias reclamaban?

Es ésta una cuestión que no está claramente definida. Dada la innegable participación del embajador americano en el derrocamiento de Madero y la influencia preponderante que ejercía sobre Huerta y los rebeldes de la Ciudadela, es de creerse que su intercesión oportuna en favor de Madero y en nombre del gobierno americano hubiera atado las manos de los asesinos. Pero ¿hubo siquiera esa intercesión de parte del embajador?

LAS TRIBULACIONES DE LA FAMILIA MADERO.
ENTREVISTA DE DOÑA SARA CON WILSON

La madre, la esposa y las hermanas del Presidente caído gestionaban, de puerta en puerta, la salvación, ocultos, en lugar seguro, porque de otro modo habrían sido encarcelados, por pronta providencia, don Francisco Madero, padre, y don Ernesto Madero, tío del Apóstol.

En continua diligencia las nobles señoras iban y venían de la casa de España, de la de Cuba, de la del Brasil, de la de Chile, de la del Japón, esta última, hasta entonces, asilo piadoso de la conturbada familia. Cada hora, fracasado un plan, intentaban otro; aquí, acudían buscando consejo, allá, una mano protectora; y en todos lados el desaliento y el pesimismo o el miedo, las rechaza ...

Los amigos huían disfrazados, ya en los trenes o a la montaña; o hurtaban el cuerpo a la borrasca en algún sótano apartado, en la mísera buhardilla o en rincones y agujeros del suburbio; y no había jueces, ni abogados, ni otras leyes que el sable tinto en sangre, el espía, el delator y el tenebroso esbirro.

Las señoras de la católica aristocracia que imploraban a Madero la vida de Félix Díaz, ¿por qué no exigen ahora de Félix Díaz la vida de Madero?

Y la ilustre familia, que encuentra cerradas las puertas y sordos los corazones, va de una Legación a otra y sólo mantienen activa su esperanza unos pocos ministros extranjeros que se estrellan en la cálida inquina de míster Wilson (3).

En la tarde del 20 de febrero, la señora esposa de Madero, acompañada de una de sus cuñadas, se dirigió a la Embajada americana a solicitar del embajador Lane Wilson que interpusiera su influencia para salvar al Presidente y al Vicepresidente. El embajador, que estaba bajo la influencia del alcohol, recibió fríamente a la señora Madero, contentándose con protestarle vagamente que tenía seguridad de que Madero no sería fusilado.

El embajador: Vuestro marido no sabía gobernar; jamás pidió ni quiso escuchar mis consejos ...

No cree que sea Madero degollado; pero no le sorprende que expíe Pino Suárez en el cadalso la tacha inmortal de sus virtudes ...

La señora Madero: ¡Oh, eso, imposible! Mi esposo preferiría morir con él ...

El embajador: Y, sin embargo, Pino Suárez no le ha hecho sino daños ... Es un hombre que no vale nada; que con él nada habría de perderse ...

La señora de Madero: Pino Suárez, señor, es un bello corazón, un patriota ejemplar, un padre tierno, un esposo amante ...

El brusco diálogo se prolonga, y no tiene míster Wilson una palabra de alivio ... ¿Pedir él la libertad del señor Madero, interesarse por Pino Suárez? Huerta hará lo que mejor convenga ... La expatriación por Veracruz ofrecía peligros; ¿por qué no se logra en Tampico? El embajador, inexorable.

La señora de Madero: Otros ministros se esfuerzan por evitar una catástrofe. El de Chile, el de Brasil, el de Cuba.

El embajador (sonriendo con crueldad): No ... tienen ... influencia ... (4)

Convencida la señora Madero de que la suerte de su marido estaba ya decidida y de que sus súplicas al embajador serían completamente ociosas, suplicó a éste que trasmitiera a Taft un telegrama firmado por la madre del Presidente. El embajador, fríamente, repuso que ese mensaje era innecesario. Sin embargo, lo tomó y se lo echó al bolsillo. Ese mensaje fue recibido, según veremos después, en la Casa Blanca.

Si el Presidente Taft se hubiera dirigido a su embajador, quizá hubiera salvado la vida de Madero y Pino Suárez; pero como de este hecho no existe constancia, su responsabilidad histórica en el caso resulta muy grave. Más tarde, a su llegada a La Habana, la señora Madero dirigió de nuevo un mensaje a Taft preguntándole si había recibido el telegrama. Taft no contestó. Este segundo telegrama fue sin duda recibido en Washington cuando ya Taft había dejado de ser Presidente. Pero ¿y el primero? No era el telegrama de un político, era de una madre que pedía por la vida de su hijo.

Ese mismo día, el diputado Luis Manuel Rojas había enviado un telegrama semejante a Taft, pidiéndole que intercediera por la vida de Madero y Pino Suárez, y ese telegrama había sido prontamente contestado por el secretario de Estado Knox.

Rojas había telegrafiado como masón; la señora Madero lo había hecho como madre.

MÁRQUEZ STERLING SE ENTREVISTA CON EL EMBAJADOR DE LOS ESTADOS UNIDOS

En los momentos en que la señora Madero entrevistaba al embajador Wilson para que interpusiera su influencia y salvara al Presidente y al Vicepresidente, sin conseguirlo, llega el ministro de Cuba señor Márquez Sterling a la Embajada con objeto de entrevistar al embajador. He aquí cómo relata los hechos el señor Márquez Sterling:

... En el sitio donde Félix y Victoriano, queriendo devorarse, accedieron a un abrazo, encontré a la señora del doctor Nicolás Cámara Vales, hermano político de Pino Suárez y gobernador de Yucatán.

- Aguardo al señor embajador -me dijo-, que está en conferencia con la señora de Madero ...

Y al asomar al vestíbulo la esposa del mártir seguida de la señorita Mercedes, cuñada suya, salía del salón del frente. Míster Wilson saluda, y la señora Madero, sollozando, me informa de la entrevista ...

Llevé a las dos damas a su automóvil y no hallé consuelo mejor que dirigirlas a mi Legación. Volví a la Embajada y un secretario me proporcionó teléfono:

El embajador de Cuba (a su esposa): La señora Madero y su cuñada la señorita Mercedes van hacia allá en este momento. Dales valor y enjuga sus lágrimas ...

Míster Wilson ahoga el agrio gesto en la sonrisa diplomática; y nos atiende.

Míster Wilson: Si desea usted que hablemos extensamente, recibiré primero a la señora del gobernador de Yucatán.

Y temiendo que en cada hueco, detrás de las ventanas y de los espejos aguardasen individuos de misteriosa catadura, dispuestos a demorarme, juré urgente la materia y breve mi discurso ...

- Un despacho en cifra me informa de la actitud que ayer asumieron las autoridades del puerto de Veracruz. En acuerdo ejército y armada no reconocerían al general Huerta, Presidente, mientras el Senado no les comunicara que lo es conforme a las Leyes; y destacaron fuerzas a Orizaba en espera del tren que llevase al señor Madero ...

El embajador: Lo sé todo y a ello se debió que Huerta impidiese la salida ...

El ministro de Cuba: Por lo menos, el hecho sirve de pretexto ... Huerta resultó Presidente a las nueve y media de la noche del 19. A las diez ¿se sabía en Veracruz, habían deliberado las autoridades y telegrafiado al general?

El embajador: Desde luego que no; pero el Presidente a esa hora tenía noticias en que fundar desconfianza ... Se han arreglado las cosas y ya no constituye Veracruz preocupación ...

El ministro: Entonces ¿por qué no dispone Huerta el tren?

El embajador: De todos modos sería peligroso ...

El ministro: Hay peligro en Veracruz. ¿Y en Tampico?

Míster Wilson: En Tampico no hay peligro ... pero tampoco hay buque para embarcarles ...

El ministro: Yo daría órdenes al comandante del crucero Cuba ... y antes de llegar los expatriados habría buque ...

El embajador (en voz baja): Oh, no; yo no hablaré de eso al Presidente, es imposible, ministro, imposible, imposible ...

La visión de Madero libre, encaminándose a la frontera norte de México, arengando a las multitudes, armando a los ciudadanos y encendiendo la revuelta legalista, perturbaba, sin duda, la mente del yanqui, toda ella abstraída en el propósito de restablecer la paz material, o sea la única paz que al diplomático interesaba ... (5)

LA FIESTA EN LA EMBAJADA

Abre sus puertas la Embajada, y luz y flores decoran su interior. La señora de Wilson hace los honores; elegantes, como reinas, las damas; erguidos, como príncipes, los caballeros; contando y riendo, a través de los salones, las peripecias de la víspera. El ministro de Bélgica se lamenta de una granada que hizo explosión en su lujoso comedor. La señora d,e Strong, esposa del inglés, hace, en tono triste y con fina gracia, la apología de su yegua, muerta de un cañonazo. Una sola bala atravesó a dos sirvientes del de Guatemala, y Piratita, el caballo del hijo del de Cuba, pereció destrozada el anca por la metralla ...

Una voz (a mi oído): El embajador está nervioso, inquieto ...

El ministro de Cuba: ¿Por qué?

La misma voz: Aguarda a la divinidad salvaje que tarda demasiado ...

Míster Wilson atraviesa, en ese instante, nuestro grupo; reparte sonrisas y mira su reloj:

- Llegarán pronto -dice consolado.

El ministro de Chile (llevándome a parte): Corre la especie de que han sido trasladados los prisioneros a la Penitenciaría ...

El de Cuba: Nada sé ... y no lo creo ...

Una voz: No falta, sin embargo, quien afirme que al señor Madero le han herido ...

Otra voz: Es falso. Vivo o muerto. Herido, no.

El de Chile: Insisto en gestionar la expatriación de los prisioneros ...

El de Cuba: Yo, lo mismo.

Una voz: ¿Y si dejaran, por ello, de ser gratos al gobierno actual?

El chileno: Absurdo. Somos ministros de naciones amigas, hermanas; y no actuamos contra nadie, sino en pro de todos. Es un servicio a México.

El cubano: Tengo este cablegrama de mi gobierno que apoya nuestros esfuerzos. Lea usted, ministro.

El señor Hevia leyó:

Ministro de Cuba.
México.

Presidente y gobierno felicitan a usted por sus nobles y humanitarias gestiones para ayudar gobierno de México a resolver actual situación asegurando la vida del ex-Presidente Madero y del ex- Vicepresidente, y fía en la nobleza de las autoridades y pueblo mexicanos el éxito de tan plausibles esfuerzos para honra de la humanidad y como la mejor manera de apagar las cóleras en beneficio de la paz y consolidación de las instituciones. Estamos persuadidos de que el pueblo todo de Cuba así como todos los demás verían regocijados el respeto de la vida de Madero y sus compañeros como prueba de la magnanimidad de la nación mexicana.

Sanguily.

El cubano: mañana me dirigiré en nota al ministro de Relaciones Exteriores, transcribiendo ese hermoso despacho.

Al señor Hevia Riquelme le parece salvadora la idea.

La concurrencia se replega como un ejército en derrota; y entran al salón, Presidente y embajador, seguidos de los miembros del consejo, los ayudantes del general y media docena de chambelanes. En el acto, reconocemos la vieja levita de la víspera ...

Huerta se detiene; inclina a derecha e izquierda la cabeza, pelada a punta de tijera; acomoda los espejuelos; observa aquí, allá; y a diestra y siniestra repite el saludo reglamentario. La corte forma en tomo a la heroica legión recién llegada; y la señora Wilson estrecha la mano del caudillo. Huerta dobla la cintura en respetuosa reverencia. Y la señora Wilson, acostumbrada a las grandes ceremonias, presenta con gesto afable a las damas. Huerta, moviéndose lentamente, vuelve los ojos de un lado a otro; pronuncia frases de tímida urbanidad:

- Beso a usted los pies ...

- Mucho gusto ...

- Servidor ...

La señora Wilson tómale del brazo y rompe la marcha al buffet. Le siguen las parejas que ella misma ha designado. A la señora del ministro de Cuba la conduce el de Hacienda, el muy ilustre y muy sabio don Toribio Esquivel Obregón ...

Rodeamos la amplia mesa, cubierta de primores, y cobra ánimo y calor de fiesta la recepción. Míster Wilson, tieso, grave, solemne, levanta su copa de champagne. Huerta, mirándole fijamente, le imita. Cien copas más derraman sus espumas. Era en memoria de Jorge Washington. Tres horas y media de vida les quedaban a Madero y Pino Suárez (6).


Notas

(1) Manuel Márquez Sterling, citado por Acuña, op. cit., p. 233.

(2) Juan F. Urquidi, op. cit.

(3) Manuel Márquez Sterling, citado por Acuña, op. cit., p. 234.

(4) Manuel Márquez Sterling, citado por Acuña, op. cit., p. 235.

(5) Manuel Márquez Sterling, citado por Acuña, op. cit., pp. 235 ss.

(6) Manuel Márquez Sterling, citado por Acuña, op. cit. p.237.
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