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HISTORIA DIPLOMÁTICA
DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
(1910 - 1914)

Isidro Fabela

PRIMERA PARTE

EL PROYECTO DE SALVACIÓN
EL PESIMISMO DEL GENERAL ÁNGELES



El señor Cólogan, excelente persona, y dispuesto siempre a secundar a su colega yanqui, accedió y nos pusimos en camino.

Bajo la bandera cubana, y en mi automóvil, que volaba manejado por manos cubanas, fue cosa de un abrir y cerrar de ojos el vernos frente al Palacio, entre la tUrba de curiosos y los pelotones de soldados. Un oficial nos condujo al entresuelo y nos hizo pasar a la sala donde veríamos al general Blanquet, héroe de la jornada, que recibía, por coincidencia, al ministro de Chile, señor Hevia Riquelme. Blanquet nos acogió amablemente y el señor Cólogan hizo uso de la palabra, explicando el objeto de nuestra misión. El chileno sonreía y Blanquet, hombre de aspecto rudo, pero no desagradable, afectaba tranquilidad de espíritu y ... de conciencia.

¿Correr peligro la vida del señor Madero? ¡Qué absurdo! El Presidente, en un principio, se negó a renunciar, y esto complicaba el caso; pero cedió, al fin, a la razón.

El ministro de Chile confirmó las palabras de Blanquet y quedamos enterados de que se habían seria y definitivamente estipulado estas bases:

Primera: Respetar el orden constitucional de los Estados, debiendo permanecer en sus puestos los gobernadores existentes;
Segunda: No se molestaría a los amigos del señor Madero por motivos políticos;
Tercera: El mismo señor Madero, junto con su hermano Gustavo, el licenciado Pino Suárez y el general Angeles, todos con sus respectivas familias, serían conducidos, esa misma noche del día 19, y en condiciones de completa seguridad, en un tren especial a Veracruz, para embarcarse, en seguida, al extranjero; y,
Cuarta: Los acompañarían, en su viaje al puerto, varios señores ministros extranjeros, quienes recibirían el pliego conteniendo la renuncia del Presidente y del Vicepresidente, a cambio de una carta en que el general Huerta aceptara estas condiciones y ofreciera cumplidas.

- Los señores Madero y Pino Suárez firmaron ya la dimisión que fue entregada al ministro de Relaciones Exteriores -dijo el señor Hevia-. Y aguardan la carta del general Huerta -y mirando a Blanquet, preguntó-: ¿Está hecha la carta?

Blanquet, con su habitual tranquilidad, pidió informes a un ayudante que nada sabía.

- Estarán escribiéndola en máquina -dijo Blanquet-; y giró entonces la conversación sobre el buque mercante o de guerra en que los prisioneros embarcarían.

El crucero Cuba es el más indicado, convenimos todos.

- Y si ustedes no piensan otra cosa -añadió Blanquet-, sería bueno que conferenciasen con el general Huerta ...

Introducidos cortésmente por uno de los oficiales del Estado Mayor, nos encontramos en el salón de Acuerdos, en donde mismo fue depuesto el gobierno del señor Madero. El oficial se perdió detrás de una cortina y se acercaron a saludarnos algunos personajes entre los cuales era uno Rodolfo Reyes.

- ¿Firmó Madero la renuncia? -nos preguntaron. El chileno respondió afirmativamente y los personajes dieron rienda suelta a su alegría, mientras Rodolfo Reyes enseñaba los estragos de las balas en )os adornos del salón. El oficial reapareció comunicándonos que el general Huerta dormía.

Y resolvimos ir a la intendencia de Palacio a ver a los vencidos. El mismo oficial nos condujo hasta la puerta. Pino Suárez escribía en un bufete rodeado de soldados. En un cuarto contiguo varias personas, en estrado, acompañaban a Madero, que, al vernos, desde el fondo se adelantó hasta el centinela.

- Señores ministros, pasen ustedes -exclamó, bañado de júbilo el semblante. Y nos estrechó las manos con efusión. El de España ocupó su derecha y yo la derecha del señor Cólogan.

- Estoy muy agradecido a las gestiones de ustedes -y señalándome, añadió-: y acepto el ofrecimiento del crucero Cuba para embarcar. Es un país la Gran Antilla, por el que tengo profunda simpatía. Entre un buque yanqui y uno cubano, me decido por el cubano.

De allí surgió el compromiso -para mí muy honroso- de llevar al señor Madero en automóvil a la estación del ferrocarril, y de allí acompañarle a Veracruz.

Pregunté la hora de salida.

- A las diez -respondió el Presidente-; pero si le es posible venga usted a Palacio a las ocho. Podría ocurrir algún inconveniente y estando usted aquí le sería fácil subsanarlo.

¿Qué duda cabía de que Madero y Pino Suárez no correrían la suerte de Gustavo?

Cumpliendo mi promesa, a las ocho entraba en el despacho de Blanquet.

- Usted puede entrar solo y cuando guste a la intendencia -me dijo el general-. Además, hay orden de permitir la entrada libre a cuantos deseen despedirse del señor Madero.

Sin embargo, juzgué prudente que me acompañase un oficial, evitando así cualquier pérfida interpretación.

Blanquet me proporcionó un oficial amable y simpático. Era cubano. Su apellido: Piñeyro. Su grado: capitán. Pronto lo ascenderán a comandante.

- Es usted hombre de palabra -exclamó Madero al recibirme- y ministro que honra a su nación.

El ambiente era franco. Nada hacía presentir la catástrofe. Echado en un sillón, el general Angeles, que no quiso incorporarse al golpe de Huerta, y le tenían por su lealtad encerrado, sonreía con tristeza. Es hombre de porte distinguido; alto, delgado, sereno; ojos grandes, expresivos; fisonomía inteligente y finas maneras. Acababa de cambiarse de la ropa de campaña por el traje de paisano. Era el único de todos los presentes que no formaba castillos de naipes, en la esperanza ilusoria del viaje a Cuba. Una hora después nos declaraba en lenguaje militar la sospecha de un horrible desenlace.

- A don Pancho lo truenan ...

MARQUEZ STERLING DUERME CON LOS PRISIONEROS

Componían la intendencia tres habitaciones grandes y una chica. La primera, depósito de trastajos, servía de comedor a los cautivos. La segunda, por la cual se comunicaba todo el departamento con el patio, y era sin duda el despacho del intendente, fusilado la víspera, la invadían uniformes, fusiles y sables. En la puerta que daba al exterior, un grupo de soldados charla su jerga, comiendo tortillas de maíz, que unas cuantas mestizas de pelo lacio y salientes pómulos cocinan y sirven a la mano; en la puerta de la derecha, el centinela, bayoneta calada, parece una estampa de cartón.

Esa puerta da acceso a una sala modestamente amueblada en la que reciben sus visitas los tres caídos. En el último cuarto, el más reducido, tenía su tocador el intendente. Un gran espejo se veía desde fuera. En él se miraban el rostro las víctimas, y, después, perecían en la emboscada. Se despedían de sí mismas en aquel espejo siniestro. Y al irse del marco de caoba, tardaban instantes en traspasar, para siempre, el marco de lágrimas de la vida ... En el centro de la sala, una mesa de mármol; y sobre ella, varios retratos del Presidente. Forman el estrado, a la derecha del centinela, seis butacas de piel oscura y un sofá. Varias sillas del mismo estilo, regadas a lo largo de las paredes. En el fondo una ventana herméticamente cerrada, y delante de la ventana, un bureau de lujo del intendente.

Madero me hizo sentar en el sofá y a mi izquierda ocupó un sillón. Pequeño de estatura, complexión robusta, ni gordo ni delgado, el Presidente rebosaba juventud. Se mOvía con ligereza, sacudido por los nervios; y los ojos redondos y pardos brillaron con simpático fulgor. Redonda la cara, gruesas las facciones, tupida y negra la barba, cortada en ángulo, sonreía con indulgencia y con dignidad. Reflejaba en el semblante sus pensamientos que buscaban, de continuo, medios diversos de expresión. Según piensa, habla o calla, camina o se detiene, escucha o interrumpe; agita los brazos, mira con fijeza o mira en vago; y sonríe siempre; invariablemente sonríe. Pero su sonrisa es buena, honda, franca, generosa. Una sonrisa antípoda de la sonrisa de Taft. Era como el gesto del régimen que con él se extinguía. De pronto me enseña un reloj de oro.

- Fíjese, ministro -exclama-: falta una piedra en la leopoldina ... Después, no sospechen que la robaron ...

¿Qué súbito presentimiento lo asaltaba? A grandes pasos recorrió la distancia del espejo, del cuarto contiguo, al centinela inmóvil. Acercándose de nuevo, me dijo:

- Un Presidente electo por cinco años, derrocado a los quince meses, sólo debe quejarse de sí mismo. La causa es ... ésta, y así la historia, si es justa, lo dirá: no supo sostenerse ...

Ocupa una butaca y cruza las piernas.

- Ministro -añade-: si vuelvo a gobernar a mi país, me rodearé de hombres resueltos que no sean medias tintas ... He cometido grandes errores. Pero ... ya es tarde ... y cortó el giro de la conversación ...

- ¿Qué cosa es la Enmienda Platt?

Después, interrumpiéndome:

- ¡No se me ponga triste, ministro! No habrá Enmienda Platt, porque no rige en el corazón de los cubanos. Cuando ustedes aceptaron la Enmienda Platt no habían sido libres todavía. Pudo serles impuesta, por eso; en el camino de la servidumbre a la independencia.

Y reanudó sus paseos del espejo al centinela. Y paseando, hablaba de su tío, don Ernesto, ministro de Hacienda, que con el de Justicia, un respetable caballero, el señor Vázquez Tagle, eran las únicas visitas que no se habían marchado todavía. Repentinamente, una duda lo alarma.

- Y la carta de Huerta ¿dónde está?

Sacudidos por un mismo impulso nos pusimos todos en pie.

Don Ernesto resolvió salir a informarse.

- Convendría que la redactases a tU gusto ... -dijo el señor Madero, y en un pequeño block de papel escribió el Presidente varios renglones que acto seguido nos leyó. Era un salvoconducto en el que incluía a su hermano don Gustavo, muerto lo mismo que el intendente.

- ¿Sabe alguno de ustedes dónde está Gustavo? -preguntó entonces sin la menor sospecha del crimen-.

¡De seguro lo tienen en la penitenciaría! Si no lo encuentro en la estación para continuar conmigo, no me embarco ...

Procuré disuadirlo de semejante proyecto.

- Eso ... realmente, comprometería la sitUación. Es a usted señor Madero, a quien hay que salvar, en las actUales circunstancias. El pobre don Gustavo ... ya veremos.

Volvió el Presidente a su mansa plática:

- El crucero Cuba ¿es grande, es rápido? He pedido que la escolta del tren la mande el general Ángeles para llevármelo a La Habana. Es un magnífico profesor del arma de artillería y acaso el Presidente Gómez le dé empleo en la Escuela Militar ... Escríbale usted, ministro, en mi nombre; recomiéndelo. Si dejara al general aquí concluirán por fusilarlo ...

Don Ernesto llegó con una extraña noticia:

-El señor Lascuráin, ministro de Relaciones Exteriores, va en este momento al Congreso a presentar tU renuncia ...

Madero saltó de la butaca.

- ¿Y por qué no ha esperado Lascuráin a la salida del tren? Tráelo aquí, en seguida, Ernesto; que venga en el acto; sin demora, corre, tú; vaya usted, señor Vázquez, tráigalo en seguida ...

Y a largos pasos, nerviosamente, cerrados los puños, rectos los brazos hacia atrás, recorría la distancia del espejo al centinela, más allá del centinela ...

Don Ernesto vuelve con peores noticias. La renuncia ya fue presentada ...

- Pues vé y dile a don Pedro que no dimita él la Presidencia interina hasta que no arranque el tren ...

- Iré -contesta don Ernesto-; pero cálmate, Pancho, que todo tendrá arreglo.

Y yo también intermedié, infundiéndole confianza en su destino.

- Llamen por teléfono ál ministro de Chile -exclamaba ansioso-: que venga a buscarnos; y traigan el salvoconducto de Huerta.

Lentamente fue recobrando su habitual sonrisa, e inundándose de conformidad su espíritu.

- Huerta me ha tendido un segundo lazo; y firmada y presentada mi renuncia no cumplirá su palabra ...

El señor Vázquez Tagle salió con don Ernesto para no regresar. ¡Todo estaba ya resuelto y decidido! Momentos antes, Huerta, proclamado Presidente Provisional, entró en Palacio con los honores de su alta investidura. Fue el último informe que nos trajo don Ernesto, disimulando su profunda angustia.

Lascuráin había evitado, a mi juicio, una matanza. Prolongó así tres días más la vida de los mártires. Y Madero no tuvo para él, en mi presencia al menos, una palabra de reproche. Intentó que don Ernesto hablase al propio Huerta, en persona; pero Huerta, fatigado por el trabajo, se había recogido en las habitaciones presidenciales. Flaqueaba el optimismo de Madero; Pino Suárez temía un atentado si los dejábamos aquella noche solos; y Angeles opinaba que no saldrían vivos del arriesgado trance. Cada uno pretendía, sin embargo, reanimar a los demás, y bordaba, sobre simples conjeturas, la vana y deleznable explicación.

Madero corre la distancia del espejo al centinela y don Ernesto recomienda serenidad.

Es posible -advierte- que Huerta haya ordenado la salida del tren para las cinco de la mañana, como hizo con don Porfirio Díaz, cuando lo escoltó en su fuga a Veracruz ... y aunque no me pareciera fundada la consecuencia, la di por lógica y evidente.

Si el señor ministro se quedara con ustedes hasta esa hora -continuó don Ernesto- apartaríamos el peligro y podría realizarse el viaje sin obstáculos.

Madero se opuso en un principio. ¡Como!, él proporcionarme molestia semejante, allí donde no tenía siquiera una cama que brindar ... Pero, a la vez, todos convenían en que si me marchaba era probable una desgracia ... Irme, tomar el sombrero tranquilamente y despedirme, hasta la vista, abandonándolos a la bayoneta del centinela, hubiera sido impropio de mi situación de ministro, de mi nombre cubano, de nuestra raza caballeresca. Amparar con la bandera de mi patria al Presidente a quien, un mes antes, había presentado, solemnemente, mis credenciales, era cumplir con el honor de nuestro escudo, interpretar, en toda su intensidad, la misión de concordia que en aquellas circunstancias desempeñaba.

Momentos después, don Ernesto salía de Palacio ocultándose para escapar de sus perseguidores, en la casa de un amigo. Y en seguida un oficial llegaba a la intendencia, solicitando al señor ministro de Cuba, en nombre del nuevo Presidente ...

- No es posible ya, esta noche, la salida del tren; y el señor Presidente de la República lo comunica al Excelentísimo señor ministro por si desea descansar ...

- ¿Cree usted que podrá efectuarse el viaje por la mañana?

El mensajero nada sabía; y haciendo una corta reverencia me pidió permiso para retirarse.

- No saldrá el tren a ninguna hora -dijo Madero en tono de suprema resignación. Tomando un retrato suyo, de la mesa del centro, me dijo:

- Guárdelo usted en memoria de esta noche desolada ... y escribió:

A mi hospitalario y fino amigo Manuel Márquez Sterling, en prueba de mi estimación y agradecimiento.

Francisco I. Madero.
Palacio Nacional, febrero 19 de 1913 (1).

Era la una de la mañana.

Diez y nueve días antes, precisamente a esa hora -continúa relatando el señor Márquez Sterling- había yo salido de ese mismo Palacio, alegre y contento, despues de un banquete servido con la vajilla de oro del emperador Maximiliano, y el intendente, hombre de elevada estatura y cierta distinción, don Adolfo Bassó, hacía los honores en la escalera a las damas y personajes que desfilaban por el patio, subiendo a sus coches y automóviles. Si entonces algún agorero me hubiera profetizado la dramática escena de la noche del 19 al 20, le habría tomado por un loco. Si nos fuese permitido contemplar a través de los misterios del horizonte el curso futuro de la vida, pensaríamos que una mano divertida y cruel jUega con los destinos del hombre. Descienden de sus tronos los reyes, y se elevan, y mandan y tiranizan los vasallos; el rico empobrece; el pobre se forja un potentado; y barajando, como naipes, voluntades y apetitos, hay un azar que pone, en estas manos, los triunfos de la partida, y en aquéllas coloca los desastres. El intendente, que me despedía, doblando la cintura, en el último escalón, ignoraba que pronto doblaría la esquina de otro mundo más allá, y que ésa era fatalmente su postrera despedida en el último escalón de la existencia. Huerta, en algún bar de las inmediaciones, bebía, seguramente, su tequila, tres semanas antes de dormir, en Palacio, su primer sueño de Presidente, sin el derecho y sin la tranquilidad de conciencia de Madero que, en estos momentos inolvidables, de tres sillas hacía una cama para el ministro de Cuba, rogándole que se acostara. De una maleta, marcada con las iniciales de Gustavo, sacó varias frazadas y mantas que suplieron sábanas y almohadas; revelando Madero, en el semblante, la gracia de quien afronta, dichoso, las peripecias de una cacería en la montaña profunda. El general Angeles, agazapado en su capote militar, se retiró al que fue despacho del intendente; y Pino Suárez, riendo, tuvo ánimo para esta frase: Ministro: jamás pensó usted hallar en la diplomacia lecho tan duro ...

- El tiempo lo ablandará en la memoria -interrumpió Madero-. ¡Y por Dios, ministro, no informe usted a su gobierno de que, en México, necesitan los diplomáticos andar con la cama en la bolsa! ...

Me quité la chaqueta, la corbata, el cuello, los tirantes ...

- ¡Vaya que es desarreglado este cubano -exclamó Madero recogiendo del sofá aquellas prendas y doblándolas prolijamente. Era un rasgo de su carácter el orden, la simetría, la regularidad. Y comenzó a desnudarse como en su alcoba del castillo de Chapultepec. Iba de un lado a otro acomodando las cosas y disponiendo los muebles que hacían de colgantes. De repente, soltó la carcajada:

Pero ministro querido, ¿va usted a donnir con zapatos?

Y me descalcé, disimulando el proyecto, adecuado a las circunstancias, de estar despierto.

Frente a nuestra cama a dos metros de distancia, improvisó Madero la suya; y se tendió en ella como Apolo, según Moratín, en un mullido catre de pluma.

Envuelto en la frazada blanca de Gustavo, apenas le quedaban visibles los ojos, simulando una figura morisca. Pero, al contacto de la ropa de Gustavo, como si el muerto le apretara entre sus brazos, se incorporó en el mullido catre de pluma, apartando, nerviosamente, aquella funda:

Ministro -exclamó, ahogado por súbita emoción-, yo quiero saber dónde está Gustavo.

Y en ese instante, desde fuera, apagaron los guardias la luz, desbordándose en el recinto las tinieblas. La ventana del fondo, cerrada hennéticamente, daba a una calle solitaria, y, por los cristales del montante, entraron los pálidos reflejos de una lejana farola que iluminaba la bayoneta del centinela. Poco a poco fuéronse aclarando, a nuestra vista, los objetos como si renacieran de la borrasca; y observé a Madero que dormía un sueño dulce, reposando en el alma de Gustavo. Respiraba con la fuerza de unos pulmones hechos para la vida sana y larga y en su disfraz morisco, entre las sombras pavorosas de la noche y el brillo de la bayoneta, que anticipaba la aureola del inmediato martirio, acaso transportábase al teatro de sus hazañas de héroe. Intenté adivinar el torbellino de su mente; y escuchaba el vocerío de las triunfadoras huestes de Ciudad Juárez que le piden la cabeza del general Navarro, su prisionero; y, en la oscuridad que sirve de cómplice a su corazón magnánimo, lo veo cómo sustrae de los verdugos al reo; y cómo, vencedor y vencido, en un automóvil, veloz como el viento, se internan en el bosque y ganan la orilla del río Bravo, y saltan sobre el dorado musgo. Es el primer acto del régimen inverso al de Porfirio. Y, después de estrecharse las manos, el viejo Navarro atraviesa, a nado, las aguas rizadas y desde la orilla opuesta, ya en territorio americano, da las gracias agitando su pañuelo ...

Madero vuelve a vivir su gloria y sonríe bajo el sudario de Gustavo ...

Pino Suárez duerme sentado en el sofá, abrigándose con una colcha gris. Ambas manos, descarnadas, sujetan sus bordes; y sobre el pecho, y las piernas, caídas sobre la alfombra, ensayan la rigidez de la muerte. La cabeza reclinada sobre el hombro flaco, en desorden los cabellos, afilada la nariz, trasparente la mejilla, rendidos los párpados, da frío contemplarlo. Por la boca entreabierta escapa suave, fino, el resuello; y, a veces, coptrae los labios como secando con un beso las lágrimas de sus tiernos hijos, que habían comenzado a ser huérfanos. Despertó a la incipiente claridad de la madrugada y, enderezandose díjome muy quedo, para no importunar el sueño de su amigo:

¿No ha dormido usted? Es una noche helada, ¿verdad? ¿Ha oído usted el constante, sordo y amenazador ruido de los aceros? Temen que inspiremos simpatía en cada centinela y los cambian por minuto.

Frotóse los ojos con el pañuelo, arrancándoles la visión del pesar que lo amargaba y respiró con todo el pecho como si no hubiera respirado mientras dormía. El poeta, seguramente, anulaba en su alma al político; y turnábanse en ella, deslumbrándola, el ideal de la patria por quien moría, y el amor de la esposa, por quien anhelaba vivir.

Al general Angeles -murmuro- no se atreverán a tocarle. El ejército lo quiere porque vale mucho, y, además, porque fue maestro de sus oficiales. Huerta peca por astucia, y no disgustará, fusilándolo, al único apoyo de su gobierno. En cuanto a nosotros, ¿verdad que parecemos en capilla? Sin embargo, lo que peligra es nuestra libertad, no nuestra existencia. Nuestra renuncia impuesta provoca la Revolución; asesinarnos equivale a decretar la anarquía. Yo creo, como el señor Madero, que el pueblo derrocará a los traidores, rescatando a sus legítimos mandatarios. Lo que el pueblo no consentirá es que nos fusilen. Carece de la educación menester para lo primero. Le sobra coraje y pujanza para lo segundo.

Pino Suárez, en lo íntimo, muy adentro, desconfiaba de la virtualidad de su lógica y argüía, con palabras optimistas, al pesimismo interno y secreto de su pensamiento.

Yo -añade- ¿qué les he hecho para que intenten matarme? La política sólo me ha proporcionado angustias, dolores, decepciones. Y créame usted que sólo he querido hacer el bien. La política al uso es odio, intriga, falsía, lucro. Podemos decir, por tanto, el señor Madero y yo, que no hemos hecho política, para los que así la practican. Respetar la vida y el sentir de los ciudadanos, cumplir leyes y exaltar la democracia en bancarrota, ¿es justo que conciten enemiga tan ciega, y que, por eso, lleven al cadalso a dos hombres honrados que no odiaron, que no intrigaron, que no engañaron, que no lucraron? ¿Es acaso que, el mejor medio de gobernar los pueblos de nuestra raza lo da el ánimo perverso de quienes lo explotan y oprimen?

Sumergido en esta dolorosa meditación, cerró los ojos y apoyó la frente en ambas manos. El centinela entregaba la guardia a otro centinela. Y el nuevo ocupó su puesto como un objeto inanimado que se coloca sobre una mesa. Lo miraba con curiosidad. Era un indio pequeño, de ojos pequeños, de brazos pequeños, de piernas pequeñas. Todo él era pequeño y representaba, no obstante, la brutalidad de la fuerza. El uniforme no le cuadraba: un uniforme descolorido, cortado para un cuerpo de mayor volumen que el suyo. Los calzones muy anchos y arrugados, producían el efecto de que se le estaban cayendo. En cambio, la bayoneta, erguida, se mantenía recta como el patriotismo de los presos a quienes cerraba el paso. Lejos, alguien caminaba con prisa franca de vendedor; una voz distante pregunta y otra voz aguda, más cercana, contesta sin que se entiendan las palabras. Es la luz que domina y la vida que comienza de nuevo a reinar. Y el propio Madero, despierto, se incorpora sobre los brazos de Gustavo para saber qué hora es.

- Las cinco y media.

- ¿Ve usted, ministro? Lo del tren a las cinco era una ilusión ... y continuó su sueño dulce y tranquilo, en el espíritu de su hermano ...

La esperanza, nunca marchita en su ineptitud para el mal, había perdido un pétalo entre millares de hojas que al riego de su apostolado retoñaban. Pino Suárez, poeta, concebía mejor la realidad que Madero, agricultor; y aunque disertando apartaba de sí la idea del martirio, no se desvanecía en su mente vigorosa la horrible visión del suplicio. Más tarde, cuando en torno de la mesa rústica sirve un muchacho desarrapado el desayuno, se sobrepone a la lógica de sus meditaciones el temor intenso:

No, ministro, no pruebe usted la leche, que podría estar envenenada.

Tomando rápidamente un sorbo, resolví el punto; y charlamos, a la manera de antiguos camaradas que se preparan a reanudar alegre cacería en la montaña profunda.

Madero recorre con la vista los trastajos y cachivaches amontonados en el extraño comedor; y volviéndose al sirviente, le dice:

- Con este peso, cómprame los periódicos del día. Quiero saber qué ocurre.

Ángeles, Pino Suárez y yo cambiamos una mirada de inteligencia. En los periódicos leería, con espantosos detalles, la muerte de Gustavo, Pero, a una sola reflexión, en el fondo hábil pretexto, cedió el desventurado Presidente:

- Sería peligroso para el criado y, de averiguarlo sus carceleros, acaso pagara la imprudencia con la vida.

- Entonces, permítanme ustedes dormir la media hora de sueño que aún debo a mi costumbre ... y se envolvió en el sudario de Gustavo (2) ...

Entretanto, el embajador de los Estados Unidos, míster Wilson, dirigió a Washington este informe telegráfico:

México, febrero 19 de 1913.

La ciudad ha estado perfectamente tranquila durante todo el día, aunque anoche anduvieron fuera muchos saqueadores. Hay muy pocas personas alrededor de la Embajada, y es completamente evidente que el público cree que la tormenta ha pasado.

Esto puede ser o puede no ser cierto, pues depende de que Díaz y Huerta continúen trabajando de acuerdo. A ese fin estoy dedicándome ahora.

Los originales de los dos arreglos hechos entre Huerta y Díaz anoche están archivados en esta Embajada. Estos documentos proveen a la reunión del Congreso, nombran el nuevo gabinete, estipulan la elección de Huerta como Presidente Provisional por el Congreso y contienen varias otras cláusulas para el mantenimiento del orden en toda la República.

Hay tres arreglos que yo estipulé, pero que no se pusieron por escrito:

Primero, la libertad de los ministros maderistas;
Segundo, la libertad de la prensa y el servicio telegráfico sin censura;
Tercero, acción conjunta entre los dos generales para el mantenimiento del orden en esta ciudad.

El Congreso está ahora en sesión, pero me imagino que la ratificación del arreglo hecho en la Embajada anoche será poco más o menos que una simple fórmula.

El Presidente y el Vicepresidente están todavía en el cuerpo de guardia del Palacio, lo mismo que los generales Delgado, Angeles y el ministro de la Guerra. Esta mañana corrió el rumor de que Gustavo Madero había sido muerto por el simple procedimiento de la ley fuga. No he verificado esto todavía.

He estado asUmiendo considerable responsabilidad al proceder sin instrucciones en muchos asuntos importantes, pero no se ha causado ningún daño con esto, y creo que se han obtenido grandes beneficios para nuestro país, y especialmente para nuestros paisanos residentes en México, quienes, según creo, encontrarán ahora removido el obstáculo del odio racial. La protección de sus intereses recibirá justa consideración a cualquier precio. Nuestra posición aquí es más fuerte de lo que ha sido menca, y sugeriría que se me dieran instrucciones generales inmediatamente para elevar, a la atención de cualquier gobierno que se pueda formar aquí, las quejas expuestas en nuestra nota del 15 de septiembre y apremiar, cuando menos, por un arreglo que las solucione todas ellas.

(Firmado).
Henry Lane Wilson (3).

En esta nota oficial el embajador de los Estados Unidos confiesa paladinamente su intromisión en nuestros asuntos internos: Hay tres arreglos que yo estipulé, pero que no se pusieron por escrito.

El gobierno de Washington recibe esta paladina confesión y no reacciona contra su representante en México, lo cual demuestra a las claras que está de acuerdo con su conducta intervencionista y reprobable.


Notas

(1) M. Márquez Sterling, citado en el libro de Acuña, op. cit., p. 213.

(2) Manuel Márquez Sterling, citado en el libro de Acuña, op. cit., p.219.

(4) Bonilla, op. cit. pag. 88.
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