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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO OCTAVO
Cuando se perfilaba el triunfo
(1929, enero a abril)
Capítulo segundo

Nuevos mártires.



EL PADRE GUADALUPE MICHEL

En estos primeros meses del año hubo tres principales mártires: el señor Cura don Guadalupe Michel, el 7 de marzo; Sor María Rosa, religiosa de la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento, el 3 de abril, y el joven Prudencio Dávila, que murió el 28 del mismo mes.

El Pbro. don Guadalupe Michel era Párroco del muy cristiano pueblo de Zapotitlán, población de la diócesis de Colima, que por la causa de Jesucristo fue tal vez la que más sufrió, de entre todas las poblaciones del obispado colimense. Fue saqueada e incendiada muchas veces y sus habitantes fueron obligados a trepar a las montañas para buscar asilo en las oquedades de las peñas, en donde siguieron siendo perseguidos con diabólica saña.

El señor Cura Michel, su virtuoso y ejemplar Pastor, no los abandonó un momento en medio de tal persecución. Con ellos vivió en las serranías; con ellos condividió siempre las incomodidades, el frío, la angustia, el continuo peligro, la zozobra y la persecución. A la playa de un río, al pie de la montaña que servía de asilo al Párroco, acudían presurosos, semana a semana, sus perseguidos hijos para oír de sus labios la palabra de Dios, asistir a la Santa Misa y recibir sus sabios consejos.

Aconteció en los primeros días de marzo, después de haber pasado el primer domingo del mes, que le fue preciso ir al pueblo de Minatitlán, Col., a un asunto de su ministerio sacerdotal y de donde regresaría inmediatamente, según él proyectaba, para no dejar a sus feligreses sin Misa al domingo siguiente. Minatitlán es una pequeña población situada entre montañas, que había estado bajo el control de los cristeros desde los primeros meses del movimiento libertador y a donde casi nunca llegaban las fuerzas callistas, por lo difícil que era para ellos entrar hasta esa región. Mas sucedió que por aquellos días los soldados cristeros habían salido en una gira, y el enemigo aprovechó la oportunidad para entrar y ejercer en contra de las familias de los jefes libertadores sus acostumbradas venganzas.

LA SORPRESA FATAL

Era la madrugada del día 5, el señor Cura don Guadalupe Michel dormía tranquilo en casa de la familia que lo había hospedado. Ya la víspera, cuando había llegado al pueblo, se rumoraba que estaba cerca un grupo de agraristas armados, mas se creyó que eran alarmas infundadas. Siempre acompañaban al buen Párroco, temerosos de que algo le fuese a acontecer, alguno o algunos hombres armados, para defenderlo en caso de peligro. En esta ocasión eran tres sus compañeros, a saber, Benito Nava y Epigmenio Rodríguez de Zapotitlán, Jal., y el señor J. Félix Serratos, de allí de Minatitlán, Col., compadre del Sr. Cura, en cuya casa estaba hospedado.

Entre tanto los enemigos, amparados por la oscuridad de la noche, entraron al pueblo. No faltó quien denunciase al sacerdote y, sin otro motivo que el ser sacerdote, puesto que ni siquiera sabían quién era, se acercaron a las puertas de la casa para aprehenderlo.

OBEDIENCIA HEROICA

Pronto el señor Cura se dio cuenta del peligro y sus valientes acompañantes quisieron resistir. Tal vez, con la ayuda de Dios, hubieran logrado salir de entre los enemigos, haciendo uso de sus armas, batiéndose en retirada; mas el Padre lo impidió:

Hijos, esto viene de Dios -dice-: ya El lo dispone así y quiere el sacrificio de mi sangre. No hagan resistencia.

Obedecieron, escondieron sus armas para que no cayesen en manos de los enemigos y volvieron al lado del Sr. Cura, en unión del cual fueron aprehendidos y conducidos a Manzanillo, Col.

Coincidiendo con la aprehensión del señor Cura J. Guadalupe Michel, un grupo de cristeros de Cerro Grande, al mando del mayor Candelario B. Cisneros, se encontraba de gira en el Veladero, Col., en donde supieron que fuerzas armadas enemigas habían entrado a Minatitlán, Col. Inmediatamente salieron al encuentro de ellas para atacarlas; mas cuando, a las 3 de la mañana del día 6, llegaron los cruzados al lugar que habían escogido para la pelea, ya el enemigo había pasado con sus víctimas, pues iban caminando a marchas forzadas, temerosos de que los cruzados les saliesen al encuentro y les quitasen a los prisioneros. Todavía a medio camino, los callistas no sabían quién era el sacerdote que llevaban preso. Fue en la ranchería de La Lima, Col., en donde don Gregorio Ochoa Gutiérrez, interrogado por ellos, les dijo que era un sacerdote muy respetable, a saber, el Padre fon Guadalupe Michel, Párroco de Zapotitlán, Jal. Habló en favor suyo, pero nada logró.

Ya en el Puerto de Manzanillo, el sacerdote mártir J. Guadalupe Michel, con una serenidad cristiana que pasmaba a los mismos asesinos, después que hubo dado a éstos el perdón y la bendición, fue fusilado en unión de sus tres compañeros el día 7 de ese mes de marzo.

Este crimen fue llevado a cabo por las autoridades civiles del Puerto, y cuantas gestiones hicieron los cristianos habitantes del lugar para salvar la vida de los mártires, fueron inútiles. Más aún: se les impidió comunicarse con Colima para llevar la causa al Tribunal Superior. Aun el mismo general Heliodoro Charis, jefe de las Operaciones Militares callistas en el Estado, reprobó el hecho cuando tuvo noticia de él y tuvo palabras de enojo contra las autoridades civiles que se adjudicaban, arbitrariamente, facultades que no eran de su incumbencia.

Los cadáveres fueron conducidos a Colima y exhibidos, arrojados sobre el suelo, frente al Palacio de Gobierno, en la plaza de La Libertad (!).

SOR MARIA ROSA

Tenía esta mártir unos cuarenta años de edad; pertenecía a una de las familias más piadosas de Ejutla, lugar de su infancia y de su vida casi entera. A los veintidós años ingresó como religiosa al convento de Adoratrices del Santísimo Sacramento, fundado allí mismo. Desde el noviciado se empezó a distinguir por su vida santa. Sus compañeras la consideraban como la regla viviente. Fue, primero, Maestra de Novicias y en 1922 fue electa Madre Vicaria. En esto vinieron los tiempos angustiosos de la persecución de Calles y tuvo que salir de Ejutla en unión de las demás religiosas, arrojadas por las tropas del general callista Juan B. Izaguirre, el 27 de octubre del primer año de 1927.

Huyendo del perseguidor, con trajes seglares y en medio de mil angustias, se refugiaron desde entonces, muchas de aquellas esposas de Cristo, en Autlán, Jal. A ese grupo se incorporó Sor María Rosa en febrero de 1929. Mas el primero de marzo la casa de las religiosas fue asaltada a la una de la madrugada y fueron hechas prisioneras todas ellas. En medio de gruesas columnas de callistas, fueron llevadas a Sayula, Jal., y de allí, en ferrocarril, a Guadalajara.

TRABAJOS Y RESIGNACION

En esta ciudad no estuvieron sino una noche, la cual pasaron en uno de los departamentos de la Jefatura de Operaciones, rodeadas de feroces soldados. Cada hora se presentaba el centinela para pasar revista de las víctimas. Sor María Rosa era siempre de las primeras en ponerse de pie, intensamente pálida y con el rosario entre las manos. De allí fueron llevadas hasta la ciudad de México, D. F., a donde llegaron el 12 de marzo.

En estos doce días de penosa travesía, Sor Rosa no había dormido; siempre velando junto a las más jóvenes, siempre consolando a las más afligidas:

Ahora es cuando -decía al oído de las más atribuladas- debemos atesorar para el Cielo. Ofrezcamos todo a Nuestro Señor.

Inmediatamente que llegaron a México se las internó en una casa particular, donde en unión de otras religiosas y de la señorita Alcorta, dueña de la casa, estuvieron presas y del todo incomunicadas, custodiadas por guardias enemigos y en completa pobreza, sin tener muchas veces un solo bocado con qué mitigar el hambre.

EL NUNC DIMITTIS

El día 14 Sor María Rosa cayó enferma, víctima de tantos sufrimientos. En su enfermedad brilló más su grandeza de ánimo y santidad. Muchas veces, cuando alguna de sus hermanas le hablaba de las esperanzas que tenían de salud, ella contestaba tranquilamente y con una ligera sonrisa:

¡Me voy! ¡Bendito sea Dios!

Un día, una de las religiosas del Oasis de la Cruz, con ellas prisioneras, le dice en tono de broma:

- Rosita, ¿cambiamos?

La enferma, sonriendo, levantó el índice de su mano derecha y lo movió en sentido negativo.

En medio de tantas dificultades y enemigos, quiso la Divina Providencia que no faltase a aquella virgen el Pan Santo de los mártires. Un sacerdote jesuita, burlando la vigilancia de los perseguidores, logró llevarle varias veces la Sagrada Comunión.

EL VUELO DE UN ANGEL

Cuando la virgen mártir comprendió la gracia que el Señor le daba de morir por El, se alegró en extremo:

Dios mío -dijo transportada de júbilo-, os ofrezco mi vida por la paz de mi patria, por mi comunidad y por mi familia. In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum.

Por fin, el 3 de abril, miércoles de Pascua, voló al Cielo su preciosa alma.

Las religiosas de la Cruz estaban edificadas con la muerte de aquella víctima y con gran devoción se acercaban a besar el cadáver.

Ha muerto una santa -decían-. ¡Quién fuera ella!

EL CAPITAN PRUDENCIO DAVILA

Era también originario de Ejutla, lugar de los primeros años de su vida. De allí pasó a Colima en donde fue alumno del Seminario Diocesano.

Cuando la persecución sectaria arreció, constreñido por los enemigos que le perseguían a muerte por el simple hecho de ser seminarista, y arrastrado por el ejemplo de valor de los soldados de Cristo, ingresó a las filas libertadoras, en abril del primer año de lucha.

Su vida militar la pasó generalmente en la región de Pihuamo, entre los cruzados del Vallecito de Cristo Rey, en donde tenía el grado de capitán.

Con el objeto de conseguir cartuchos y algunos otros elementos, se encontraba en la ranchería de San Joaquín, acompañado del teniente Ignacio Mendoza y de tres soldados cristeros, en uno de los últimos días del mes de abril. Una persona enemiga que logró saber de la presencia de aquellos cristeros, los denunció ante los gendarmes de Colima, y éstos salieron inmediatamente a aprehenderlos, lo cual consiguieron sin dificultad. A pie y en medio de injurias y golpes, los condujeron hasta la ciudad, donde fueron internados en el cuartel de policía.

CRUEL MARTIRIO

Y allí en el cuartel sujetóseles a suplicio, a fin de que descubriesen todo cuanto sabían; y era el mismo Presidente Municipal profesor normalista Benjamín Ortiz, estando presente el gobernador del Estado Laureano CerVantes, el que ejecutaba el tormento, ayudado de los gendarmes. Les hicieron sangrar abundantemente la cabeza a golpes, que personalmente daba el profesor Ortiz a cada una de sus preguntas que no tenían contestación; les hicieron algunas heridas con cuchillo, les suspendieron del cuello con una soga, con los pies que apenas tocaban el suelo y, mientras más sufrían las víctimas, parecía más insaciable la sed de los verdugos. Con lo áspero de la reatilla de jarcia con que estaban colgados, el cuello principió a sangrar, y al capitán Prudencio Dávila soltósele fuerte hemorragia. No queriendo que muriesen luego, vendáronles las heridas y restañaron su sangre con hilachas empapadas de aguarrás para que el martirio fuese más prolongado, con la esperanza de hacerles revelar grandes cosas. Ellos se retorcían y quejaban y casi se desvanecían con el dolor que les causaba el aguarrás. Y les fueron inyectadas drogas especiales a fin de trastornar su razón para poder hacerles hablar.

Y mientras el capitán Prudencio Dávila y el teniente Ignacio Mendoza eran así atormentados, los otros tres cristeros, también allí prisioneros, estuvieron atados, casi desnudos, sangrándoles las espaldas por los azotes con que habían sido torturados. y como consecuencia del tormento, como en los espasmos del dolor, interrogado Prudencio Dávila acerca de dónde había vivido y quiénes habían sido sus protectores cuando seminarista, hubiese él dicho, que en el hotel Fénix de la señorita Leonor Barreto le habían dado sus alimentos, y que la señorita Juanita Ochoa, hermana del señor don Salvador del mismo apellido, había sido su bondadosa protectora, creyendo que ningún mal causaba con esta declaración, el mismo profesor Benjamín Ortiz, en persona, fue a llevar presas a las distinguidas damas señorita Leonor Barreto, a su tía Sofía del mismo apellido, a la señorita Juanita Ochoa, a la señora Rosa García que vivía en el mismo hotel Fénix, y pretendía llevarse a doña Josefina Hurtado viuda de Pons; mas no fue posible, porque estaba muy delicada de salud, enferma del corazón; pero fue llevado Teófilo Pons, el hijo, por el único motivo de que vivían allí, con la señorita Barreto.

Y aquellas distinguidas damas, de la mejor sociedad colimense, fueron también objeto de majadero interrogatorio por el mismo profesor Benjamín Ortiz, que perdió toda cortesía con ellas, como si tratase con las mujeres más vulgares, y, en presencia de ellas, se continuaba golpeando y atormentando a los mártires.

Tinto de sangre el capitán Dávila, dejando en el suelo el rastro de sus pisadas sangrientas, con la soga aún al cuello, fue llevado por el gobernador señor Laureano Cervantes en su coche al hospital, para que le contuviesen la sangre que no dejaba de chorrear y así poder continuar el cruel interrogatorio y aquel duro martirio.

Esa misma noche fueron fusilados todos ellos -el capitán, el teniente y los tres soldados rasos cristeros~ en el cementerio municipal. Era el día 28 de abril.
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