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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO SEXTO
Niebla de invierno
(Enero a abril de 1928)
Capítulo primero

Dias de perplejidad.



LLUVIA DE INVIERNO.
NUEVOS JEFES

El frío era intenso y si se tenía en el cuerpo, mayor era el que se tenía en el alma. Con la muerte de Dionisio Eduardo Ochoa, los cristeros, principalmente los de la región del Volcán, se sentían huérfanos.

Al finalizar el año de 1927 y ya para iniciarse el de 1928, en tanto que el jefe Gral. Miguel Anguiano Márquez pasaba, como se ha dicho, a la distante zona del Naranjo, Cerro de Higuerillas y Sierra del Tigre, para visitar aquellos grupos, el Gral. libertador J. Jesús Degollado, con sana y cristiana intención y acatando órdenes expresas de quienes en aquella fecha estaban al frente del control militar de Jalisco, en substitución de don Antonio Ruiz y Rueda, el representante del comité especial de la Liga Nacional, que había tenido necesidad de marcharse a México, lo cual en Colima a esa fecha no se sabía, se presentó en la región del Volcán para hacerse cargo de los grupos que ahí operaban. Le acompañaba el coronel cristero Manuel C. Michel, a quien entonces se dio su ascenso a general, su estado mayor y su escolta.

Con objeto de hacerse reconocer como nuevo jefe militar de las fuerzas de Colima, de recibir la adhesión de los libertadores, de presentar al Gral. Michel, quien quedaría como jefe de las fuerzas del Volcán, y de dar nuevas disposiciones, se convocó a una reunión de jefes de los núcleos cristeros de la región, la cual tuvo lugar a inmediaciones de la antigua hacienda de La Joya; se levantó un acta que suscribieron los jefes presentes, y quedó instalado un nuevo gobierno militar cristero. Cuando aquello quedó así concluido, el Gral. cristero don Jesús Degollado regresó a sus campamentos y el Gral. Manuel C. Michel estableció su cuartel general en la Mesa de la Yerbabuena.

En todo este movimiento no se tuvo la atención, al menos, de enviar al Gral. Anguiano Márquez siquiera un aviso. Ellos traían autorización inmediata del control militar cristero de Guadalajara y bastaba.

Una de las primeras providencias del Gral. Manuel C. Michel, fue fundir todas las fuerzas libertadoras de aquellos campamentos en un solo regimiento, de suerte que cada escuadrón quedase integrado por los libertadores de alguno de los tres grupos que el Gral. Ochoa había puesto al mando del mayor FiIiberto Calvario, con otro de los que eran del coronel Salazar. Se incorporó, además, un nuevo grupo al mando del capitán Diego López, el cual constituyó un cuarto escuadrón. De esta suerte quedó formado un solo regimiento, con elementos de los dos antiguos. Como mayor de órdenes, fue puesto Víctor García y, como jefe del estado mayor del Gral. Michel, fue nombrado el coronel Andrés. Salazar. Más todavía: para que al nuevo gobierno cristero -el del general Manuel C. Michel y su jefe de estado mayor, coronel Andrés Salazar- fuese más fácil controlar la situación, fueron puestos como superiores inmediatos de cada escuadrón, los capitanes del viejo grupo de Salazar y subordinados a ellos -los del regimiento central del Volcán, hasta entonces considerado como el primero, o sea Andrés Navarro, Ramón Cruz y Plutarco Ramírez. Que en esta ocasión hubo penas muy íntimas entre los cristeros, que sólo el amor a Cristo Rey les hizo sobrellevar, se ve como consecuencia clarísima del nuevo orden de cosas que había sido implantado: ¡principiaba a caer sobre ellos larga e inclemente lluvia de invierno! La niebla de un invierno sombrío cubría las almas de los cristeros. Ellos, en verdad, no sabían explicarse lo que pasaba; su juramento de obediencia y subordinación a los jefes, les hacía aceptar aquello dócilmente. Sin embargo, ellos tenían dentro de sí este problema que no explicaban; a su jefe el Gral. Anguiano Márquez ni se le había tomado en cuenta, ni se le había dado aviso de aquella disposición del Control Militar de Occidente. Se encontraban perplejos.

EL GRAL. ANGUIANO MARQUEZ SABE LO ACAECIDO

Llegaba el Padre D. Enrique de Jesús Ochoa de su viaje a la lejana sierra de El Cocoyul a donde había ido a visitar al Santo Obispo de Colima Sr. Velasco que habitaba allá, en rústica y humilde morada. Era como la una de la madrugada del día 28 de diciembre cuando como vimos rendido del largo camino, entraba a la casita de don Aniceto Valle a las orillas de la hacienda de Buenavista. El general Miguel Anguiano Márquez hacía ya cuatro días que estaba allí mismo, en el caserío de la hacienda, pues de allí a Colima la comunicación era fácil y había muchas cosas pendientes con relación a pertrechos de guerra, ropa y demás.

Y propiamente en esos días -acababa apenas de suceder- habían llegado a los campamentos del Volcán el Gral. cristero don Jesús Degollado y el coronel Manuel C. Michel a quien se otorgaba el grado de general, para dejarlo de jefe del movimiento cristero de Colima. Todos los jefes cristeros de la región, convocados, cedieron ante las órdenes de Guadalajara, y suscribieron su acta de reconocimiento a la nueva jefatura. Sólo Marcos V. Torres y sus muchachos -al fin estudiantes y más duchos- se negaron a firmar, con la promesa de que lo harían en cuanto su Gral. Miguel Anguiano regresara y después de que él firmara. Y el capitán Marcos V. Torres escapó y se vino a Buenavista en donde encontró ya a su Gral. Anguiano Márquez, y le participó la noticia.

ANTES DEL AMANECER

A Miguel Anguiano Márquez quemaba aquella noticia y ansiosamente esperaba que el Padre capellán del movimiento llegase para comunicársela. De esta suerte, apenas una hora más tarde, o sea como a las dos de la mañana, el Gral. Anguiano Márquez estuvo en el ranchito de don Aniceto Valle para hablar con el Padre Ochoa. Este estaría cansado y rendido del viaje, pero ese asunto era trascendental, pensó él. ¿Qué se iba a hacer? El esperaba la opinión del Padre a quien reconocía como sensato.

Miguel Anguiano Márquez estaba grandemente indignado -del diario personal del Padre capellán que se tiene a la vista al escribirse lo presente-.

Está bien, decía él, que se tenga autorización del Control de Occidente; pero ¿por qué se ha procedido con tan poca atención, sin habernos siquiera enviado un simple aviso?

El Padre don Enrique de Jesús Ochoa trataba de calmarlo. Si era orden del superior legítimo, pues ni hablar. Sólo el mal estaba -creía el Padre. y todos lo creían así- en el modo de proceder.

Mira -le decía-, tenemos obligación de evitar fricciones y dificultades con los compañeros de lucha. Y, aunque ellos sean los de la falta, por amor a la causa que se defiende, por Cristo mismo, hay que disculpar, y olvidar.

Miguel Anguiano Márquez calmó su indignación: era muchacho, al par que valiente, cristiano de verdad.

DIA 3 DE ENERO, EN COLIMA

Y tras ese problema, al Padre capellán se le presenta otro: ¿Al Gral. Manuel C. Michel -nuevo jefe de las fuerzas en Colima- será grato que él siga de Padre capellán de los cristeros? ¿Querrá que continúe su misión de capellán castrense, para atender en cuanto sea posible, así como antes, los diversos grupos de libertadores?

Habría que esperar y saber lo que el Gral. Michel pensara.

Por lo cual -resolvió-, en tanto que no haya base firme, habrá que marchar a Colima y tener paciencia.

De esta suerte, el Padre capellán, Miguel Anguiano Márquez, Marcos V. Torres y José Verduzco Bejarano, entraron a la ciudad, la noche del 3 de enero, llevando dentro la incógnita de lo que habría de hacerse.

DIA 4 DE ENERO

El Padre capellán y José Verduzco Bejarano se alojaron con una familia amiga. Miguel Anguiano Márquez y Marcos V. Torres, en otra casa; pues nunca era prudente reunirse muchos en un solo lugar. Pero Marcos salió luego a su campamento para no dejar solos a sus muchachos y, en su lugar, vino Anastasio Zamora para acompañar a su jefe el Gral. Anguiano. Por la noche se reunieron todos en donde el Padre estaba alojado.

Continuó él su tarea de convencimiento:

Aunque estos señoreS -Degollado y Michel- hayan obrado sin atención y miramiento ninguno, sin haber dado ni siquiera aviso de lo que por orden del Control Militar de Occidente hacían; sin embargo, eso no quita, si lo hicieron por orden de la jefatura del Control, que sean autoridad legítima. Tiene que djspensarse todo y la caridad de Cristo tiene que llenar los huecos que las desquebrajaduras del amor propio o que la falta de tino han abierto. Por otra parte, ustedes juraron luchar hasta vencer o morir y no pueden abandonar su actitud bélica.

Miguel objetaba diciendo:

- No abandonaré la causa; pero no hay necesidad de estar al lado del general Manuel C. Michel. Nos podemos ir a Michoacán, con el Gral. Gutiérrez (Luis Navarro Origel). El aceptará con mucho agrado nuestra colaboración; ya nos conocemos, ya nos hemos tratado, ya hemos combatido juntos muchas veces.
- No -replica el Padre capellán-, tu puesto está en el Volcán al lado del general Michel. Si tú te separas, habrá aquí dificultades muy serias, más aún con Salazar, como jefe de Estado Mayor. En cambio, trabajando tú en unión de él, puedes unificar a todos bajo su mando. Yo creo que tu puesto está con él. Ustedes tienen que ir y ponerse a sus órdenes. Claro que hay que machacar el amor propio; pero se hace por Cristo.

El Gral. Miguel Anguiano Márquez y sus compañeros se persuadieron, a Dios gracias. Al día siguiente marcharían al campamento de la Mesa de la Yerbabuena para entrevistar al Gral. Michel y ponerse a sus órdenes. El Padre quedaría solo allí en Colima, en espera de lo que el Gral. Michel dijera con respecto a él.
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