Indice de Los cristeros del volcán de Colima de Spectator Libro quinto. Capítulo séptimoLibro sexto. Capítulo primeroBiblioteca Virtual Antorcha

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO QUINTO
Florecen y se multiplican los mártires
(Agosto a diciembre de 1927)
Capítulo octavo

El voto de los libertadores en Colomos.
La acción del 23 y 24 de diciembre.



LA CRUZADA CONTINUA

A la muerte del general ochoa, quedó al frente del movimiento cristero en Colima, Rafael G. Sánchez, quien en unión de aquél había sido comisionado para que organizara el movimiento en tierras colimenses, y a quien Dionisio Eduardo Ochoa, ya agonizante, dejó encomendada la causa cristera en Colima. Sánchez, el mismo día de la muerte de los héroes, amplió su jurisdicción a Miguel Anguiano Márquez, nombrándolo jefe de todas las fuerzas colimenses.

Miguel Anguiano Márquez no estaba en el campamento cuando la muerte del jefe Ochoa; pero llegó horas más tarde, procedente de su lejana zona de El Naranjo. Desde ese día fue el sucesor del Gral. Ochoa.

A Dios gracias, no sufrió gravemente el movimiento libertador con la muerte del Jefe y de su intrépido colaborador el coronel Vargas. Tristes, pero resignados, siguieron todos trabajando con igual abnegación y - entusiasmo, siempre al unísono, sin división ni discordia.

El enemigo, no obstante, activó entonces su persecución. Creyó que con la muerte dél general Ochoa, el movimiento no podría sostenerse y que los primeros golpes bastarían para desorganizar definitivamente las filas de la Cruzada; pero pronto la experiencia le hizo saber que los libertadores seguían en pie y que, sobre los elementos humanos del movimiento cristero, estaba Dios, ayuda y fortaleza de sus hijos.

Entre los ataques más notables de los perseguidores en esos días, cuando apenas, con velocidad de rayo había llegado a sus oídos la noticia de la muerte del general Ochoa, estuvo el tenido en la zona de Cerro Grande, cuyo campamento principal se encontraba en la hacienda de La Palmita, Col.

COMBATE EN LA PALMITA

Seiscientos federales al mando del general Pineda atacaron las posiciones de aquellos cristeros. El combate fue largo y muy crudo; pues por una parte, las fuerzas de Calles, numerosas y bien armadas, lucharon con valentía y, por otra, los soldados de Cristo, si bien pocos, se defendieron con heroica bravura y en buenas posiciones. Al atardecer aconteció lo que con frecuencia sucedía: el parque de los cristeros se agotó y tuvieron que retirarse de sus trincheras, las cuales fueron invadidas por los federales; pero sin haber tenido aquéllos una sola baja de entre sus filas. En cambio, de los enemigos, hubo más de cincuenta muertos.

Las filas de Cristo Rey no se limitaron a defenderse; organizaron, además, algunos ataques que tuvieron mucho éxito, como el de la hacienda de Colomos el 30 de noviembre.

COMBATE DE LA HACIENDA DE COLOMOS, COL.

Y era necesario este ataque cristero a la hacienda de Colomos; pues por una parte, los agraristas se habían concentrado en este lugar, teniéndolo como centro de operaciones. De allí salían a efectuar sus incursiones por toda la zona del sur y oeste del Volcán de Fuego de Colima y al movimiento libertador cristero no convenía ese cuartel enemigo en la región de los Volcanes que ya ellos controlaban casi por completo. Había que echarlos fuera. Por otra parte, era conveniente dar una prueba al callismo de que ellos -los cristeros- seguían en pie no obstante que Dios les había quitado al iniciador y jefe del movimiento libertador en Colima, general Dionisio Eduardo Ochoa.

Y el ataque tenía que ser efectivo y para ello necesitaban coordinación de fuerzas, unión, fe en Dios y ayuda del cielo.

Conferenciaron los jefes cristeros; coronel Salazar y mayor Filiberto Calvario, e hicieron su plan de ataque.

De esta suerte, en la madrugada del día 30 de noviembre, antes de la luz de la mañana, se presentaron en sus puestos, conforme al plan de ataque, el mayor Orozco de la gente del general Salazar, con los escuadrones de los capitanes Leocadio Llerenas, Félix Ramírez y Victor García y el mayor Filiberto Calvario con los escuadrones de los capitanes Andrés Navarro, Plutarco Ramírez y Ramón Cruz.

Un voto se había hecho antes de la aurora cuando se preparaban para el combate:

Si Dios nos concede tomar las posiciones enemigas, desalojar de allí a los agraristas, matar al jefe de ellos y de nosotros no muere ninguno, iremos todos a rezar a la Santísima Virgen María un rosario de quince misterios sobre la tumba de nuestros mártires, esto es, de Dionisio Eduardo Ochoa y compañeros.

Y, con la confianza puesta en Dios, principiaron a luchar con bizarría.

Era tenido Colomos como cuartel general de los agraristas de toda aquella región, por ser el lugar muy defendible, estar armados aquellos hombres con muy buenos rifles, y abundantemente municionados; pero sobre todo, por haber tomado muy a pecho el ser enemigos del movimiento cristero.

Aquel cuartel era considerado por sus defensores como inexpugnable. Las fincas de la hacienda y la capilla levantan sus muros, una al lado de la otra, sobre una loma de no mucha elevación, que se orienta casi de oriente a poniente. En esta última parte está la hacienda; en seguida, hacia el oriente, la capilla y, al norte de la loma, y a poca distancia, pasa el arroyo.

La finca de la hacienda, que luce un portal en derredor, había sido circundada con cerca doble de piedra, que se apoyaba sobre las pilas tras del portal. Esta era la primera trinchera. Además, el terreno circundante había sido desmontado y limpiado en una amplia extensión, de tal suerte que tendrían que avanzar a pecho descubierto.

Pero los cruzados no vacilaron; unidas las fuerzas cristeras de Salazar y Calvario, se movilizaron la noche del veintinueve al treinta de noviembre, para sorprender al enemigo si era 'posible.

Cuando apareció la luz primera de la mañana principió el combate. Los agraristas por su parte, aunque sorprendidos, pero bien defendidos en sus trincheras, contestaron con arrogancia y bravura en los primeros momentos, haciendo difícil el avance de los cristeros, que siempre tuvieron necesidad de caminar pecho a tierra.

Así pasó la mañana, en medio de un nutrido tiroteo, sin que la victoria pudiese decidirse por ninguna parte; porque atacar a campo raso y descubierto, para sacar al enemigo de sus fortines, era cosa poco menos que imposible, y más aún el pretender salir ilesos de aquel ataque; pero los cristeros no desistían y seguían peleando con todo arrojo.

Al medio día ya estaban desalojados los agraristas de las primeras y segundas trincheras, y se parapetaron en la misma finca.

Sin embargo, los libertadores presionaban con tal energía, que al caer la tarde ya estaban desalojados los agraristas de sus posiciones de la hacienda y se habían visto precisados a parapetarse en la capilla, en donde, además, se habían concentrado sus familias. Desde este momento, todos los fuegos de los cristeros buscaron y batieron aquel objetivo. Los agraristas, rodeados materialmente por los cruzados, se dieron cuenta de que esta vez la cosa iba muy en serio. Pero era gente fogosa y se decidieron a disputarse la victoria.

Quienes más gritos lanzaban eran las mujeres, sobre todo la del jefe agrarista Ignacio Torres, alentando, animando, excitando a los hombres agraristas a luchar fuertemente y a no capitular.

Pero no obstante todo, ellos iban siendo vencidos cada vez más.

A la media noche los agraristas pidieron, no sin las protestas airadas de la mujer de Ignacio Torres, que se terminara el fuego; que estaban dispuestos a entregar las armas, pero que se les permitiera a las familias salir a beber agua, porque se estaban muriendo de sed. Los cristeros, creyendo de buena fe lo pedido por los agraristas, lo concedieron. De esta suerte, vestidos de mujeres, escaparon muchos por el arroyo a donde fingieron ir a tomar agua.

Los cristeros sólo tuvieron un herido. En cuanto a los agraristas, unos murieron en la lucha, otros, como se ha dicho, huyeron disfrazados de mujer, amparados en las sombras de la noche. El jefe Ignacio Torres, su esposa, que durante el combate se mostró enemiga acérrima del movimiento cristero, y que tomó parte en la defensa disparando su rifle y otros que cayeron prisioneros, fueron sujetados a juicio sumario y pasados por las armas. Se les recogieron doce rifles y abundante cantidad de cartuchos.

De parte de los cristeros, ni siquiera un muerto. El voto al cielo había sido aceptado. Después cumplieron lo prometido.

Es del todo falso lo que un articulista colimense escribía en su periódico en este último lustro, afirmando que al posesionarse los cristeros de la finca de Colomos, las mujeres fueron violadas por los atacantes victoriosos. Ese articulista estuvo mal informado. Como vimos en el capítulo Manuel Facio y sus muchachos del Libro segundo, estos delitos estaban severamente vedados. Manuel, no obstante sus relevantes méritos como guerrillero cristero y el cariño que por valiente y leal le tenía su jefe Dionisio Eduardo Ochoa, a duras penas fue absuelto, gracias a que pudo comprobarse que no había cometido ningún atropello.

En cambio, en tiempos del mismo Dionisio Eduardo, fue pasado por las armas un jefe de grupo por irregularidades graves que había cometido y, más tarde, en Cofradía de Juluapan, fueron fusilados un teniente cristero y su asistente porque allanaron un hogar y se apoderaron de una mujer que fue violada. Este teniente cristero pertenecía al escuadrón del capitán Joaquín Guerrero, el cual intercedió cuanto pudo por él para salvarlo, y lo lloró como se llora la muerte de un buen amigo y hermano. Las leyes eran duras; pero eran leyes que se habían jurado cumplir y que supieron guardarse.

GIRA DEL GENERAL ANGUIANO MARQUEZ

Durante este mes de diciembre el Gral. Anguiano, nuevo jefe de las fuerzas libertadoras colimenses, pasó a la región de El Naranjo y Vallecito de Cristo Rey en cerro de Las Higuerillas, a visitar aquellos grupos, pasar revista y dar algunas instrucciones y órdenes personales, completando así la obra que había quedado cortada con la muerte del Gral. Dionisio Eduardo Ochoa; mas antes de partir, apenas descansando un poco los soldados libertadores del rudo combate de la hacienda de Colomos, Col., quiso el Gral. Miguel Anguiano Márquez hacer una concentración militar de las fuerzas de los campamentos del Volcán, la cual tuvo verificativo en la tarde del día 3 en Lo de Clemente, aquel mismo lugar de las faldas del sur del Volcán en donde el 31 de enero, cuando la vida bélica se iniciaba, fueron nuestros novatos cristeros atacados por vez primera por las fuerzas militares de la plaza de Colima, al mando del Gral. Callista Talamantes y en donde hubo el primer muerto en combate en las filas de la Cruzada de Cristo Rey, el joven Plutarco Arreguín y el primer herido, el soldado cristero Daniel Magaña, que aún vive.

El entusiasmo de aquella multitud de fogosos guerrilleros era grande. El Gral. Miguel Anguiano Márquez los exhortó a la unión, a la valentía, al sacrificio, en patética arenga militar. También el Padre capellán Don Enrique de Jesús Ochoa les habló alentándolos y encareciéndoles la conducta digna y cristiana, como correspondía a su misión de cruzados de Cristo Rey.

Para esas fechas, las muchachas de las brigadas femeninas de Guadalajara, Jal., habían mandado hacer, como regalo para los cristeros de Colima, unos fotobotones con el retrato del extinto querido jefe Dionisio Eduardo Ochoa, iniciador de la cruzada en Colima. Todos recibieron con mucho beneplácito el fotobotón de su Gral. Ochoa difunto, cuyo recuerdo les seguía siendo muy querido.

Tampoco faltó en esta concentración el acto más importante desde el punto de visto religioso: la Santa Misa y la Comunión general de toda aquella grande multitud de cruzados de Cristo Rey. Este acto se celebró en la capilla vecina de El Naranjal, Col.

El día 5, poco antes del medio día, el Gral. Anguiano Márquez, acompañado del Padre capellán y de la escolta de la Jefatura, se despidió de aquellos soldados y emprendió el viaje rumbo a la hacienda de El Naranjo.

Esa noche durmieron en Buenavista. El día siguiente tocó al buen amigo el caporal don Ignacio González, recorrer la zona, hasta el río de El Naranjo, para reconocerla y ver si no había grupos de enemigos, fuesen escoltas de soldados de línea, fuesen agraristas.

El informe fue sin novedad y, en la noche de ese mismo día 6, se continuó el camino a través de los extensos llanos que hay entre la vía del ferrocarril y la hacienda de El Naranjo. La noche era diáfana. Una luna llena iluminó el camino a nuestros viajeros.

El día 7, por la noche, se estaba ya en el cerro de Las Higuerillas, en el campamento que los cruzados llamaban Vallecito de Cristo Rey. Allí se celebró, hermosa, la fiesta de la Inmaculada, al día siguiente.

Pasada la fiesta religiosa del día de la Inmaculada, el Padre Ochoa, con José Verduzco Bejarano y dos soldados más, partió hacia la lejana sierra del Cocoyul en donde habitaba, en una choza de la montaña, el anciano Obispo de la Diócesis, Excmo. Señor Velasco.

En la mañana del 10 fue la llegada y la visita se prolongó por algo más de una semana. Cuando el día 19 llegó el momento del regreso, con la efusión de su corazón paternal, el santo Obispo habitante de la montaña deseó al Sacerdote que partía las bendiciones de Dios:

- Yo te tendré diariamente presente en la Santa Misa para que el Señor te cuide y hagas a los soldados de Cristo Rey el mayor bien espiritual posible.
- Dios le pague, Su Excelencia.
- Mira, te voy a recomendar que en cuanto puedas, vayas en nombre mío y visites la tumba dé tu hermano Dionisio y de sus compañeros, allá en la serranía del Volcán en donde los sepultaste. Ya más tarde, cuando esto sea posible, iré yo, personalmente, si Dios quiere, a visitar su sepulcro y .a orar sobre él. Y la bendición de Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ti y sobre los soldados de la cruzada de Cristo y permanezca eternamente, amén.

Entretanto se entrevistaban en Coalcomán, Mich., los generales cristeros Miguel Anguiano Márquez, jefe de las fuerzas de Colima, y Luis Navarro Origel, jefe de las fuerzas de Michoacán. Esta entrevista era del todo necesaria para un cambio de impresiones, combinación de planes, etc., más aún que estos elementos, los de Colima y Coalcomán, siempre marcharon de acuerdo en plena armonía y sincera, fraterna colaboración.

El día 20 ya estaban de regreso de su gira, en el campamento del Vallecito de Cristo Rey, tanto el Padre Don Enrique de Jesús Ochoa, como el Gral. Miguel Anguiano Márquez; pero al Gral. Anguiano Márquez le urgía llegar presto a su zona de Colima y se adelantó en el regreso, saliendo del campamento del Vallecito el día 22. El Padre permaneció allí para celebrar la Navidad con los cristeros de aquellos lugares.

Al tercer día después de Navidad -el día 27-, salió el Padre capellán para sus regiones del Volcán. Como a la una de la madrugada del día siguiente llegó a la hacienda de Buenavista. Una hora más tarde, llevando noticias sensacionales respecto a disposiciones del control militar de Occidente, con relación al del movimiento libertador colimense, llegaba el general cristero Miguel Anguiano Márquez.

EL COMBATE DE LOS RUBIOS, COL.

En esos días de Navidad hubo en la región del Volcán un combate muy fuerte, tal vez el de más importancia del primer año de lucha, después del de Caucentla. Las fuerzas del coronel Salazar y del mayor Calvario se encontraban amistosamente unidas para mejor operar, y acampaban en la región de Lo de Clemente, Naranjal y Los Rubios.

Era el día 23 de diciembre. Caminaban ochenta soldados de las fuerzas cristeras al mando de Salazar, por el camino que va de la Mesa de La Yerbabuena hacia Cofradía de Suchitlán; habían pasado ya el plan de La Joya y subido a los terrenos accidentados que se llaman Los Rubios, antes de Cofradía.

En estos terrenos de Los Rubios se encuentra una serie de pequeñas lomas. Por todas ellas pasa un lienzo sencillo de piedra. Al llegar la columna cristera a aquellas piedras, se dieron cuenta de que allá abajo, en sentido contrario a como ellos caminaban, venía una gruesa columna de soldados callistas. Eran los que comandaba el Gral. Pineda.

Los cristeros no rehuyeron el combate, tomaron sus posiciones y empezaron a luchar. Después de un día de rudo batallar, cuando al caer la tarde pensaban los cruzados retirarse de sus trincheras por escasez de parque, fueron auxiliados por don Justo Rivera con buena cantidad de cartuchos, con lo cual, entusiasmados en medio de grande algazara, se decidieron a seguir resistiendo al enemigo hasta que fuese necesario.

Al siguiente día, vigilia de Noche Buena, se combatió desde el amanecer sin haber un momento de descanso. Los libertadores estaban cansados, mas no abatidos ni agotados. Ya esa tarde, tanto las fuerzas callistas como las fuerzas cristeras estaban reforzadas. El Gral. callista Pineda había recibido nuevos contingentes, y también los libertadores se habían organizado y formaban un duro frente de batalla, combatiendo unidos los escuadrones del coronel cristero Salazar y los del mayor Filiberto Calvario.

Al tercer día, finalmente, se hizo retroceder a los enemigos, a quienes se hicieron como setenta y cinco muertos y gran número de heridos. Por aquellas barranquillas, cerca de Los Rubios, hubo lugares en que corrió la sangre: muchos soldados callistas de los del Gral. Pineda, víctimas del pánico, se arrojaban al precipicio queriendo escapar de las manos de los cristeros vencedores. Se les quitaron máuseres y gran cantidad de parque.

De parte de los cruzados no hubo ni un muerto; pero sí seis heridos, entre los cuales estuvieron los valientes capitanes Leocadio Llerenas, Francisco Cruz y Plutarco Ramírez.
Indice de Los cristeros del volcán de Colima de Spectator Libro quinto. Capítulo séptimoLibro sexto. Capítulo primeroBiblioteca Virtual Antorcha