Indice de Los cristeros del volcán de Colima de Spectator Libro tercero. Capítulo séptimoLibro cuarto. Capítulo primeroBiblioteca Virtual Antorcha

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO TERCERO
La llama
(Del 6 de enero al 27 de abril de 1927)
Capítulo octavo

Arterias enemigas.



RONDA DE ESPIAS Y SICARIOS

Resta ahora, antes de terminar estos primeros cuatro meses de lucha, primer período del movimiento cristero en Colima, el narrar algo de los muchos medios de que se valió el enemigo en su afán de acabar con el grupo de héroes que luchaban por la libertad religiosa; mas Dios velaba por ellos y de esta manera las maquinaciones diabólicas se frustraron, en términos generales, a pesar de haberse obtenido, infamemente, más de algún triunfo local sobre los soldados libertadores.

Viendo los de Calles que nadá podían contra los católicos luchadores en los combates, pues siempre que ellos salían a pelear volvían destrozados y con la convicción de no haber hecho ningún mal notable en las filas de los nuevos macabeos, a pesar de ser éstos muy inferiores en número y armamento, decidieron recurrir a otros medios.

Desde el mes de febrero, principiaron a aparecer en Caucentla, mandados y pagados por la persecución, viles hombres que, fingiéndose católicos buenos y fervientes, no llevaban otro fin que matar, en la primera oportunidad posible, a Dionisio Eduardo Ochoa y al Padre don Mariano de Jesús Ahumada, refugiado, como hemos visto, en el rancho de El Gachupín, en las cercanías del cuartel cristero de Caucentla; mas el auxilio de Dios no faltó, y unos fueron plenamente descubiertos y otros fracasaron en el atentado mismo.

Muchas veces los perseguidores, después de larga propaganda contra alguno de los jefes libertadores, para ver si se lograba hacerlo flaquear y rendir sus armas, llegaron a proponer, ya cuando consideraban suficientemente urdida la inicua trama, esta condición para el indulto: el asesinato de Dionisio Eduardo Ochoa. Así se lo propusieron, entre otros, al mismo jefe cristero Andrés Salazar. Mas todos amaban a Ochoa ardientemente y no sólo lo respetaban, sino que lo miraban con veneración como a padre, y con cariño sincero y, ante tan atroz condición, retrocedían espantados: por defender la vida de su jefe eran capaces de morir ellos, con toda voluntad.

BOMBA INOFENSIVA

En los primeros días de marzo, uno de los enviados del enemigo logró entrar a los campamentos libertadores de Caucentla y reconocer los sitios en que el jefe Ochoa solía apartarse a hablar o discutir algunos asuntos de reserva en compañía de alguno de sus subordinados, sobre todo con Vargas o Anguiano Márquez. Esperó el momento oportuno y una ocasión, cuando el Gral. Ochoa, sin más compañía que el coronel Antonio C. Vargas, a quien todos reconocían como su segundo jefe, iba por el fondo de una barranquilla, en un sitio algo apartado del campamento, seguro y desconocido para los demás y en donde se guardaban las provisiones y las cosas importantes, arrojó sobre ellos, desde la altura, una bomba explosiva que estalló al momento bañando a ambos jefes de arena y tierra y envolviéndolos en densa nube de polvo y humo, pero sin herirlos en lo más mínimo. Entre tanto, el malhechor, creyendo cumplida su misión, juzgando muertos o moribundos a los jefes libertadores, escapó al momento por entre la arboleda y nadie supo dar razón de él.

EL LOBO EN EL REDIL

Mas si con relación a Ochoa, quiso el Señor se frustraran todas las maquinaciones del enemigo, no fue así en la región de Zapotitlán, Jal., cuyo núcleo siguió siendo continuamente probado y objeto de la rabia satánica del perseguidor.

Ya se ha dicho que el 8 de febrero, en la primera entrada de los enemigos, fue el pueblo saqueado y casi destruido, y cómo, a consecuencia del desastre, quedó por lo pronto completamente abatido el ánimo de aquellos católicos; mas con el favor de Dios y alentados por el ejemplo de los luchadores del Volcán de Colima, se reanimaron y reorganizaron bajo el mando inmediato de José Ortiz, católico distinguido del lugar, por su honradez y vida cristiana.

Apenas se formalizaba de nuevo el escuadrón de cruzados, cuando con piel de oveja, apareció entre ellos un hombre malvado con el nombre, real o fingido, de Evaristo Moreno, quien, confesándose católico ferviente, simulaba ser de los cristeros de los Altos de Jalisco, en donde decía tener el grado de coronel. Venían con él otros dos individuos que eran como sus asistentes y nunca se le separaban.

Luego que el fingido coronel Moreno tuvo contacto con los elementos católicos dé Zapotitlán, Jal., dio principio a su nefanda labor, sin pérdida de tiempo. En primer lugar procuró captarse la simpatía de los católicos más distinguidos y aun del Párroco del lugar don J. Guadalupe Michel, a quien visitaba con frecuencia y en cuya mesa, en unión de sus dos compañeros, más de una vez comió. Platicaba de los triunfos obtenidos en los Altos de Jalisco, de las maravillas de la Providencia y fingidos proyectos que procuraba dibujar con los colores más vivos y halagüeños.

EL FINGIDO CORONEL EN SU OBRA.

Ya que hubo dado con éxito el primer paso y se había captado la admiración, gracias a tantas falsas hazañas que contaba, dio el segundo, dedicándose a sembrar la desunión de los soldados, enemistándolos con su propio jefe José Ortiz, a quien él empezó a censurar y calumniar. Y trabajó con tan diabólica astucia, que en pocos días sembró la desunión y consiguió que casi la totalidad de los soldados cristeros de Zapotitlán, Jal., desconociesen a su valiente, legítimo y honrado capitán Ortiz, y se le adhiriesen a él como a nuevo jefe.

Un día, cuando él comandaba ya un grupo de cristeros, se presentó el enemigo y era menester combatir, mas la trama estaba bien hecha y así mientras los soldados de Calles estaban ya posesionados del lugar, se acercó Moreno con los suyos y los metió en él con el fin de que fuesen exterminados. El mismo, al frente de ellos, en un buen caballo, con una bandera en la mano -que sólo él sabía que era su defensa, pues era la contraseña que llevaba-, en medio de vivas a Cristo Rey y animando con su ejemplo y con gritos a los libertadores, llegó hasta los mismos fortines callistas.

Aquello fue horrible, porque mientras él, ileso y sin peligro, gritaba y corría en medio del ruido. de la lucha, tremolando su bandera, los soldados callistas hacían el mayor número posible de víctimas.

Gracias a la mano de Dios providentísimo, no hubo allí gran mortandad de cristeros; pero sí llegaron a seis u ocho entre muertos y heridos. Y seis u ocho, para los grupos cristeros, era algo extraordinario que casi nunca se tenía.

Sin embargo, esto no le descubrió como a lobo, a pesar de la admiración que a todos causaba aquel, no valor, sino temeridad y más aún el que hubiera salido ileso, habiendo estado en tanto peligro.

Con política artera siguió ganándose la simpatía de su grupo y sembrando cada vez más la animadversión contra el jefe legítimo José Ortiz.

EL DIABLO HACE SU LABOR

No obstante, muchos ojos perspicaces, aunque no adivinaban todo el fondo, sí veían la gravedad de las consecuencias y mandaron como enviado a Filiberto Calvario, para que entrevistase al general Dionisio Eduardo Ochoa, en su cuartel de Caucentla, comunicánqole todo y dándole los mayores datos para que definiese la situación y pusiese el remedio que fuese necesario.

Filiberto N. Calvario desde hacía ya largos años era amigo de Ochoa en la misma ciudad de Colima; puesto que era de los muchachos de la A. C. J. M. y por lo tanto ya viejo compañero de luchas; joven de toda confianza, íntegro de espíritu y sagaz. En el camino hacia Caucentla se encontró con el propio Evaristo Moreno, quien quiso saber a dónde iba y con qué fin. El joven enviado supo encubrírsele y le hizo creer que pensaba pasarse a Caucentla, para militar al lado del general Ochoa, amigo suyo, si éste lo permitía.

Entonces el astuto Moreno, anhelando un mayor triUnfo que el que inmediatamente buscaba y para el cual había venido, o sea la destrucción del grupo de católicos de Zapotitlán, soñó al momento que sería fácil intentar la muerte del propio Dionisio Eduardo Ochoa, e intentó comprar a aquel íntegro libertador y hacerle caer en la red.

Ofreciéndole como regalo unas monedas de oro, le suplicó insesantemente, que con el fin de combinar los movimientos militares y para propia seguridad del jefe amigo suyo, general Ochoa, mas sin que él lo fuese a saber, le pusiese un correo especial siempre que Ochoa quisiese salir a alguna parte, indicándole el lugara donde se dirigía, el camino que se haría y la hora de la salida. Unas monedas de oro, en aquel tiempo y para los soldados libertadores que casi nunca traían ni siquiera una moneda de plata de a peso, porque todos trabajaban y luchaban sin recompensa terrena ninguna y sólo por Cristo y la libertad de su Iglesia, era como encontrarse un rico tesoro.

Perfectamente y al momento comprendió Calvario de qué se trataba y cuál era el fin perversísimo de aquel hombre; pero nada dejó traslucir y, aparentando aceptar todo lo que Moreno proponía, se despidió de él para proseguir su camino hasta Caucentla.

Entre las cosas que más confirmaban las sospechas de las malvadas intenciones que aquél abrigaba, estaba su gran interés por saber todos los pasos del jefe Ochoa, pues ofrecía dar buena recompensa al que le llevase las noticias, con tal que fuese eficaz y diligente; luego las preguntas encubiertas que hacía, de si solía el jefe Ochoa salir acompañado de pocos o de muchos, y por fin el completo secreto que pedía, pues no quería lo supiese ninguno.

Amargado por tanto atrevimiento, siguió Filiberto Calvario su camino y llegó al Cuartel General, en donde Dionisio Eduardo Ochoa le recibió con todo cariño como a viejo amigo. Le descubrió todo lo que estaba pasando en Zapotitlán, Jal., el desconcierto reinante, el fin que se preveía, lo que él había visto y oído; le contó también con todos sus detalles la entrevista última con Moreno, y cómo todos los pasos de éste no hacían sino ir descubriendo cada vez más sus negras intenciones.

Con el fin de no dar un paso precipitado, Ochoa resolvió dejar transcurrir uno o dos días más, durante los cuales pensaría detenidamente aquel grave problema. Era entonces la primera quincena del mes de abril, en los días precisos en que en la hacienda de Chiapa, Col., fue pasado por las armas el joven seminarista Rafael Borjas.

En tanto, en Zapotitlán, Jal., la situación se agravaba de momento a momento.

LA REBELION ARMADA

El perverso Moreno encontró con su astucia, un pretexto para llegar al fin que anhelaba: así como Judas reclamó en favor de los pobres el precio del perfume de la cena de Betania, así éste quiso reclamar totalmente, en favor de los soldados cristeros, cierta cantidad que el honrado y muy cristiano capitán José Ortiz había recibido y la cual se emplearía, acatando órdenes de la Jefatura Cristera, en elementos de guerra, cuya compra estaba urgiendo.

La circunstancia era, pues, propicia y Moreno contempló con placer el desarrollo completo de los acontecimientos que él con toda intención había provocado, y juzgó que había llegado el momento decisivo y último.

Después de excitar a una docena de atolondrados, aquellos a quienes más había sugestionado, para que reclamaran sus mentidos derechos, salió, en unión de ellos, a entrevistar al capitán José Ortiz, quien, en compañía de muy pocos, se encontraba en Zapotitlán, Jal., en su propia casa.

En honor de la verdad y antes de referir la consumación del crimen, hay que afirmar que a aquellos a quienes sugestionó la astucia de Moreno, no se les comunicó toda la maldad que se proyectaba, y así no fueron del todo culpables; pues ellos creyeron que se trataría de aprehenderlo y exigirle por la fuerza el dinero, mas no de matarlo.

Acompañado, pues, de ellos y de sus dos malvados compañeros que había traído de fuera y estaban completamente en el secreto de todo, el falso libertador, llevando con inmensa hipocresía en sus propias manos una bandera con la sacra imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe, y vitoreando a Cristo Rey llegó a las puertas de la casa habitación de José Ortiz, exigiéndole que saliese.

El Jefe Ortiz salió al momento y, con buenas palabras, trató de aplacar la cólera de aquel hombre que, a gritos y con insultos, le recriminaba; pero sus razones y buenas maneras más excitaban el enojo del traidor, quien, al mismo tiempo que arrebataba por la fuerza la pistola de José Ortiz, ordenó con un grito que fuesen desarmados los pocos cristeros fieles que habían permanecido bajo la obediencia de su jefe legítimo y que se encontraban a unos cuantos pasos.

Ai punto la justa indignación, ante violación tan grande, encendió el rostro de los leales y algunos intentaron resistir; pero el primer grito que ordenaba el desarme, fue seguido de un segundo, ordenando que se hiciese fuego contra ellos ... Un momento después, yacían en el suelo los cadáveres de José Ortiz y de algunos de los suyos.

La misión del fingido coronel estaba ya cumplida, sus anhelos estaban satisfechos y no le quedaba sino huír inmediatamente para escapar de la justicia humana; pues el pueblo de Zapotitlán, Jal., estaba indignadísimo.

Habiendo él escapado, se dispersaron gran parte de sus soldados. Algunos le acompañaron aún durante algunos días; pero, poco a poco, lo fueron dejando solo y así anduvo caminando durante algún tiempo por las cercanías de Puerto Vallarta, en donde se dice, con muchas probabilidades de verdad, que fue matado en el fondo de una barranca, en donde quedó su cadáver insepulto y fue pasto de las fieras.

Por segunda vez había acabado el perseguidor con el grupo libertador de Zapotitlán, Jal.; mas el Señor velaba por la causa de los cristeros y el germen no fue destruído sino sepultado temporalmente.

REORGANIZACION

Con velocidad extraordinaria, la noticia de tan grande pecado llegó luego a Caucentla. No había sido posible impedir el horrible desenlace, pues Moreno precipitó los acontecimientos, sabedor tal vez de la misión que Calvario llevaba a Caucentla y temiendo estar ya descubierto; pero se enmendarían sus consecuencias en cuanto fuera posible. Al mismo Filiberto Calvario, reconocido como joven de prudencia y valor, se extendió nombramiento de Delegado de la Jefatura para que hiciese lo que más conviniese en el lugar de los hechos.

Calvario desarmó inmediatamente a todos los desleales, los dio de baja del Ejército y procedió a procurar la aprehensión de los criminales instigadores. Evaristo Moreno había huído ya en unión de algunos de su grupo y sólo se pudo hacer prisionero a uno de sus asistentes o compañeros. Este, después de ser sujetado a un juicio sumario de guerra, fue pasado por las armas.

Con esta necesaria y enérgica conducta del joven Filiberto N. Calvario, inmediatamente renació el espíritu en aquel pueblo atrozmente escandalizado y desorientado. Los leales empezaron a aparecer y agruparse; pues muchos se habían retirado a sus hogares hacía varias semanas, en vista de la confusión y división reinante, y aun algunos se habían escondido, temiendo ser víctimas del criminal que falsamente se había hecho pasar por coronel cristero. En el puesto del extinto capitán José Ortiz fue nombrado Melesio Padilla, hombre honrado y conocido de todos, y sobre él permaneció la autoridad de Filiberto Calvario, representando a la Jefatura. Este joven Calvario, aunque no originario de Zapotitlán, había vivido allí largos años y era perefectamente conocido y estimado por todos: había hecho sus estudios en Colima en el Seminario Diocesano, y era, como se ha dicho, miembro de la A. C. J. M.

LLAMADO ... PERO NO ELEGIDO

Llegados ya a los últimos días del mes de abril. Las tropas de los callistas seguían siendo horriblemente destrozadas; mas con furia diabólica y ciega la razón, seguían saliendo a combatir a los cruzados.

Pasada la semana de Pascua, determinó el perseguidor ir a batir a los libertadores de Cerro Grande que, al mando de Jesús Peregrina, seguían organizándose cada día mejor.

El jefe callista que fue a combatirlos era Tranquilino Corona. Este había sido católico y, arma en mano, con un puñado de valientes, había combatido los desmanes de los agraristas que en ese tiempo, impulsados y armados por el gobierno perseguidor, eran enemigos de todo rden y derecho. El gobierno logró rendirlo antes de que se iniciase en Colima la defensa armada en pro de la libertad religiosa.

Al iniciarla, Dionisio Eduardo Ochoa le mandó invitar, como se dijo al principio, para que fuese Jefe en el naciente Movimiento Libertador y aun le ofreció el inando de la zona de Cihuatlán, Jal., en la cual ya había operado antes como guerrillero.

Corona no contestó; tal vez ya no encontró modo de comunicarse, pero hay pruebas de que acogió de buena voluntad la invitación: no denunció al que se la llevó y nombró un segundo suyo, quien empezaría a organizar el grupo de cristeros de que él sería jefe más tarde, pues por el momento no le era posible salir personalmente a encabezarlo, dijo.

Pasaron unas tras otras las semanas y aun algunos meses, y Tranquilino Corona no volvió a dar señal de adhesión al Movimiento Libertador, antes al contrario, los enemigos mismos le contaban como a uno de sus más valiosos elementos. ¿Acaso se pervirtió su espíritu y se hizo formalmente enemigo de los católicos? Dios solamente lo sabe; pues ni aun el mismo jefe cristero que por encargo de él y aun nombrado por él se lanzó a las armas, pudo asegurar alguna cosa con firmeza. El caso es que, por convicción o conveniencia, siguió aliado a los perseguidores y, como a hombre valiente y conocedor de las montañas, se le puso al frente de un grueso grupo de soldados, en su mayor parte elementos de las guarniciones del Estado, que pasaban de doscientos cincuenta hombres.

VICTORIA DE MINATITLAN

Era entonces el fin de la primera semana después de Pascua. El término de su viaje sería Minatitlán, Col., el lugar tal vez de más importancia en aquellas regiones montañosas, que los cruzados de Peregrina habían controlado ya casi por completo. En Minatitlán, Col., al amparo de las fuerzas libertadoras, se habían celebrado con solemnidad los oficios de la Semana Santa y esto puso fuera de sí a los enemigos y los determinó a organizar formal campaña contra los católicos de aquella región; mas el Señor trastornaría sus planes y volvería contra ellos sus malévolos intentos.

Salió pues Tranquilino Corona al frente de sus hombres y logró llegar al lugar deseado, llenando el pueblo de terror y espanto. Cuando sus instintos quedaron saciados, decidieron regresar a Colima, llevando, como señal de victoria, grueso botín, y. emprendieron el camino de regreso. Era el 27 de abril, miércoles de la segunda semana de Pascua. Mas ¡qué sorpresa! todas las salidas estaban ya custodiadas por los cristeros y los perseguidores se encontraron en verdaderá angustia.

En vano intentaron buscar un camino por donde salir con facilidad; en todas partes se encontraron con soldados de la Cruzada Cristera que, si bien pocos en número, pues no pasaban de 20 o 25 distribuídos en las diversas posiciones, sí estaban en buenos puestos, peleaban como héroes y tenían sobre ellos la asistencia divina. Las fuerzas de Tranquilino Corona caían a cada momento en sus emboscadas, ya fuese que avanzaran o retrocedieran, por uno o por otro camino.

En esa ocasión fue casi destrozado el ejército perseguidor y murieron varios jefes callistas, entre otros el mismo Tranquilino Corona, y más de 25 soldados rasos. Además de esto, hubo gran número de heridos y desertores, con todo lo cual no sólo quedaron diezmadas sino mermadas como en su cuarta parte las tropas enemigas. Por parte de los cristeros, hubo únicamente un muerto y un herido.

Se recogieron a los perseguidores tres armas largas y quince caballos.

La razón de que en esta acción y otras semejantes no recogieran los cruzados sino un escaso botín, es que, habiendo sido en este tiempo tan corto su número y estando tan mal armados, frente a un enemigo numeroso y bien provisto, no les era posible abandonar sus puestos para arrebatar las armas de los adversarios que morían.

EN CUATRO MESES
BALANCE SATISFACTORIO

Ahora; dando una ojeada general, ya para terminar este primer período de la defensa armada, encontramos que al fin del cuarto mes de lucha, el movimiento libertador cristero, gracias a la maravillosa ayuda del cielo, estaba extendido en casi todo el Estado de Colima y zonas limítrofes. Se contaban ya más de quinientos luchadores cristeros, repartidos en las regiones del Volcán, Pihuamo, Cerro Grande y Zapotitlán, aunque si bien es cierto, casi la mitad de ellos, no tenía más armas que su cuchillo o una pistola y, los restantes, casi en su totalidad, armas largas muy deficientes.

El incendio se había comunicado casi por todas partes.

El Cuartel General no se había trasladado de Caucentla, y cuantas veces, después de aquel primer combate con federales del 31 de enero, los callistas lo habían atacado, otras tantas se habían retirado derrotados, sin lograr, no ya exterminar, mas ni siquiera desalojar a los libertadores de aquel campamento.

El entusiasmo de los soldados de Cristo había sido siempre y en todas partes desbordante; el miedo no se conocía; cuando los cristeros oían hablar de la venida del enemigo, saltaban de contento, llenos de una fe admirable, y con sus pistolas mohosas o sus carabinas de caza, o con lo que tenían, salían al encuentro del perseguidor, sin importarles que ellos fuesen ocho o diez y los callistas quinientos o más; la ayuda de Dios había estado siempre a la medida de su fe.

La raíz había penetrado en la tierra lo suficiente y era preciso que el vendaval viniese a poner más en claro la asistencia de Dios y la fe heroica de los luchadores.
Indice de Los cristeros del volcán de Colima de Spectator Libro tercero. Capítulo séptimoLibro cuarto. Capítulo primeroBiblioteca Virtual Antorcha