Índice de Causas y consecuencias de la guerra de 1847 entre Estados Unidos y México de William JayCAPÍTULO XVIICAPÍTULO XIXBiblioteca Virtual Antorcha

CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA GUERRA DE 1847
ENTRE ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO

William Jay

CAPÍTULO XVIII

La misión de Mr. Slidell en México


Antes de que se intentara adquirir a California por obra de negociaciones, se hizo necesario restablecer las relaciones diplomáticas entre los dos países. A este fin el Cónsul americano en México, de acuerdo con instrucciones que se le dieron, dirigió una nota el 13 de octubre de 1845 al Secretario de Relaciones Exteriores. preguntándole si el Gobierno mexicano recibiría a un Enviado de los Estados Unidos dotado de plenas facultades para ajustar todas las cuestiones pendientes entre los dos gobiernos. Dos días después, el Secretario de Relaciones entregó personalmente al Cónsul su respuesta, expresando Que aunque la nación mexicana ha sido lastimada profundamente por los Estados Unidos con los actos realizados por ese país en el departamento de Texas, que pertenece a esta nación. mi Gobierno está dispuesto a recibir a un comisionado de los Estados Unidos Que venga con plenas facultades para arreglar la disputa presente en una forma pacífica, juiciosa y honorable, con lo que dará una prueba más de que aun en medio a los agravios recibidos y a su firme decisión de exigir una reparación adecuada, el Gobierno mexicano no rechaza con obstinación las medidas razonables y pacíficas a que lo invita su adversario.

Como se observará por lo anterior. esta nota contestaba indirectamente la pregunta hecha por el Cónsul. En vez de admitir que el Enviado que se recibiría tuviese plenas facultades para arreglar todas las cuestiones pendientes, el Secretario se refería expresamente a la disputa sobre Texas, y con un alarde de condescendencia, advertía que su Gobierno recibiría a un Comisionado que viniese al arreglo de la disputa presente. El lenguaje empleado en la nota expresa sin duda que el Comisionado llegaría a ofrecer y no a pedir una reparación por cierto agravio que se suponía cometido por los Estados Unidos en el departamento de Texas.

Tal es la conclusión equitativa y quizá la única que puede deducirse de la respuesta dada al Cónsul. Tal respuesta no fue dictada acaso por esa especie de malicia que los políticos confunden a veces con la prudencia. Puede haber sido el designio del Gobierno mexicano usar un lenguaie que posteriormente le permitiría rechazar a un Ministro americano o rehusarse a tratar con él negocios ajenos al asunto de Texas, si las circunstancias justificaban tal actitud. Igual sagacidad fue demostrada por el Gabinete de Wáshington al aceptar rápidamente la respuesta ambigua del Secretario de Relaciones de México considerándola como una contestación total y explícita a la cuestión propuesta por el Cónsul.

En caso de que se recibiera al Enviado, claro está que el asunto de Texas se haría a un lado como res adjudicata, en tanto que la alternativa de ceder a California o pagar las reclamaciones, se sometería en términos enérgicos al Gobierno débil y aturdido de México. Pero si se rechazaba al Enviado con el argumento de que el Gobierno de México sólo había consentido en recibir a un Comisionado para tratar el asunto de Texas, entonces se lanzarían ruidosas quejas acusando a México de faltar a su palabra y de haber mancillado el honor nacional, con lo cual se tendrían ya incentivos convenientes para la guerra.

Mr. Polk, evitando todo género de explicaciones, se apresuró a enviar a Mr. Slidell, de la Luisiana, como Ministro, a México, dentro de las tres semanas siguientes a la reunión del Congreso, y claro está que sin esperar a que el Senado confirmara su nombramiento. El Secretario de Relaciones Exteriores de México, teniendo presente la rudeza con que su Gobierno había sido tratado hasta entonces por los funcionarios norteamericanos, expresó la esperanza de que la persona que ahora se le enviaba poseyera dignidad y prudencia y moderación, y sus proposiciones fuesen discretas y razonables, para calmar hasta donde fuera posible la justa irritación del pueblo mexicano.

Hasta qué punto el caballero escogido por Mr. Polk: trató de ejercer la influencia calmante a que se refería el Gobierno mexicano, cosa es que ya veremos en el curso de los acontecimientos.

El 3 de diciembre (1845) se dijo en México que el nuevo Enviado había desembarcado en Veracruz. Inmediatamente el Secretario mexicano de Relaciones Exteriores se comunicó con el Cónsul y le rogó que indujese a Mr. Slidell a posponer por entonces su aparición en la capital, porque no se le esperaba antes de enero. cuando ya el Gobierno habría podido sondear la opinión pública y obtener el consentimiento de los departamentos, con lo que estaría capacitado para abordar con mayor seguridad los asuntos que iban a tratarse.

La Administración mexicana en ese momento era acusada por el partido de la oposición de ser demasiado amigable con los Estados Unidos.

Usted bien sabe -decía el Secretario de Relaciones al Cónsul- que la oposición nos llama traidores por tener estos arreglos con ustedes; y declaraba el funcionario de México Que su Gobierno tenía temor de Que si aparecía de pronto un Enviado de los Estados Unidos, esto provocara una revolución en su contra que podría terminar en su derrocamiento (1).

El Cónsul se apresuró a ir al encuentro de Mr. Slidell y le comunicó en Puebla los deseos del Gobierno mexicano. Lejos de acceder a lo que se le pedía, al Enviado se lanzó hacia la capital a la que llegó el sábado 6 de diciembre, y el lunes siguiente anunció oficialmente su llegada y solicitó audiencia con el fin de presentar sus credenciales como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos. La nota oficial respectiva se presentó ese mismo día al Secretario de Relaciones Exteriores de México por conducto del Cónsul, y el Secretario de Relaciones aseguró que él por su parte estaba dispuesto a arreglarlo todo amistosamente, pero que la oposición era muy vigorosa y se enfrentaba al Gobierno con gran fuerza en este particular, por lo que el Gobierno tenía que proceder con gran cautela; que nada podría hacerse en firme antes de que se reuniera el nuevo Congreso en enero.

El miércoles 10 de diciembre, Slidell recibió noticia de que su carta tendría que ser sometida al Consejo de Gobierno antes de que se le diese respuesta alguna. Pero este caballero no toleraba demora alguna y el sábado mismo envió al Cónsul a inquirir cuándo podía dársele la respuesta.

Se informó al Cónsul que su nota había sido turnada a una comisión del Consejo y que tan pronto como esa comisión rindiera su dictamen, se le enviaría la respuesta; que Mr. Slidell llegaba a México como Ministro residente y no como Comisionado para tratar de la cuestión de Texas, que era lo que esperaba el Gobierno mexicano.

El Secretario de Relaciones Exteriores apelaba al Cónsul de Estados Unidos, ya que este funcionario norteamericano conocía la situación crítica del Gobierno y cómo tenía que procederse con gran precaución y seriedad en este asunto, además de que el Gobierno por su parte estaba en la mejor disposición de arreglar los asuntos pendientes.

Estas seguridades de amistosa disposición de parte del Gobierno y sus encarecidas solicitudes de espera hasta que se obtuviese la aprobación del Congreso próximo a reunirse, parecieron afirmar a Mr. Slidell en sus resoluciones de forzar las cosas a todo trance, y por lo tanto, sin esperar a que rindiera su dictamen la comisión, el lunes siguiente dirigió otra nota al Secretario de Relaciones exigiendo se le dijera cuándo podía esperar la respuesta a su nota primera, y declarando, lo que era absolutamente falso, que desconocía en lo absoluto las razones que han causado tan larga demora. La larga demora, que no era sino de apenas siete días, no la había pasado sin informaciones, porque durante esos días dos veces se le había hecho saber oficialmente por conducto del Cónsul cuáles eran sus razones.

Se dió contestación a su nota diciéndole que la tardanza de que se quejaba era resultado de las dificultades derivadas de la naturaleza de su comisión, comparada con el carácter de negociador de un tratado sobre el asunto de Texas con que los Estados Unidos habían propuesto su envío a México; que el asunto en esa forma había sido sometido a la consideración del Consejo de Gobierno y que el resultado de esta medida se le comunicaría sin pérdida de tiempo.

Al día siguiente, 17 de diciembre, Mr. Slidell escribió al Gobierno de Wáshington relatándole la secuela de sus negociaciones hasta ese momento. Se observará que hasta ese día ni lo habían recibido ni lo habían rechazado, y sin embargo, en su nota al Gobierno expresa que la impresión que prevalece aquí entre las personas mejor informadas, es que el Presidente y su Gabinete tienen deseos en realidad de hacer negociaciones francas que pongan fin a todas las dificultades con los Estados Unidos.

Al día siguiente de haber llegado esta nota a Wáshington, se dieron órdenes perentorias al general Taylor de marchar hacia el Río Grande; y esta orden, calculada forzosamente y dirigida sin duda a provocar la guerra, ha querido explicarse con el pretexto de que el Gobierno de México se había rehusado a tratar con Mr. Slidell.

De lo que había ocurrido se deduce patentemente que la Administración de México, si bien era pacífica en sus sentimientos, no contaba con la confianza plena del público y se infiere naturalmente que no pudiera sentirse autorizada, aunque estuviese dispuesta a ello, para concluir un tratado por el cual se desmembraría a la República con la cesión de California. De aquí la determinación de Mr. Polk de ganar por la espada lo que veía que no podía adquirirse por medio de la pluma. Esta determinación se fortaleció más aún por la información siguiente transmitida en la misma nota por Mr. Slidell.

El país (México), destrozado por facciones que luchan enconadamente entre sí, se halla en un estado de anarquia completa y su hacienda está en situación verdaderamente desesperada. No veo yo cómo pudieran obtener recursos para sostener al Gobierno. Los gastos anuales del ejército unicamente pasan de 21 millones de dólares, mientras los ingresos no llegan en total sino a 10 o 12 millones. Habiendo posibilidades de guerra con los Estados Unidos, no hay, sin embargo, un solo capitalista que quiera prestar dinero al Gobierno a ningún tipo de interés, ni al más elevado. Todas las fuentes de ingresos gubernamentales se hallan hipotecadas de antemano. Es preciso pagar a las tropas o se rebelan. Claro está que a un Gobierno semejante sería muy fácil arrebatarle la California y tantos territorios cuantos nosotros quisiéramos.

Mr. Slidell, según hemos visto, se rehusó a permitir que el Gabinete mexicano pospusiera su acuerdo respecto a su recepción, para cuando el Congreso se hubiese reunido en enero. Esto se le hizo saber el 20 de diciembre. Se le recibiría como Comisionado para tratar las cuestiones relacionadas con Texas; pero mientras no se arreglaran estos asuntos, no podía recibírsele como Ministro Plenipotenciario. Claro está que Mr. Slidell contestó en forma muy ofensiva.

No registran los anales de ninguna nación civilizada tantos ataques arbitrarios a los derechos de personas y propiedades, como los que han sufrido los ciudadanos de los Estados Unidos a manos de las autoridades de México.

Es de temerse que ese caballero (Mr. Slidell) o tiene conocimientos muy imperfectos de los anales de todos los países civilizados o carece por completo de escrúpulos al deducir de ellos semejantes ininferencias. En la excitación del momento, y con el solo fin de irritar, invocó ante el Secretario mexicano de Relaciones Exteriores los millones de dólares exigidos por el Gobierno americano como indemnización forzosa de los agravios acumulados de que habían sido víctimas sus ciudadanos altamente ofendidos.

Según Mr. Slidell, las indemnizaciones que México debía eran las siguientes:

Lo concedido según el tratado de 1839 ... 2 026 139 dólares.

Reclamaciones no incluidas en ese tratado ... 4 265 464 dólares.

Reclamaciones presentadas posteriormente ... 2 200 000 dólares.

Lo que da un total de 8 491 603 dólares.

Total del que habría que descontar lo abonado por el Gobierno de México a cuenta de las indemnizaciones otorgadas por el tratado (2) que son: 303 919 dólares.

Quedando entonces un saldo de 8 187 684 dólares.

Hemos visto hasta aquí que el total de las demandas presentadas a la Comisión de Reclamaciones fue de 11 850 578 dólares.

Las demandas que después se fraguaron parece que representaban 2 200 000 dólares.

Así, el toral exigido de México ascendía a 14 050 578 dólares.

Quizá sea edificante para el lector que interrumpamos por un momento nuestra narración para hacerle ver la suerte de estas modestas reclamaciones de cuya custodia especial se hacía cargo del Gabinete de Wáshington.

Los comisionados y el árbitro que se designaron según el tratado, después de una investigación judicial, rechazaron como espurias o fraudulentas unas reclamaciones que montaban a la cantidad de 5 568 975 dólares. Las no liquidadas después de deducir lo que se aprobó según el tratado, llegaban a 6 455 464 dólares. De estas reclamaciones, según el tratado de paz, el Gobierno americano asumía la obligación de pagar, y prometía hacerlo, las que tuviesen validez según sus comisionados, siempre que no pasaran, sin embargo, de la cantidad de 3 250 000 dólares. Esta suma, deducida del saldo que aparece arriba, deja no menos de 3 205 464 dólares absoluta e irrevocablemente abandonados y repudiados por el Gobierno federal, en tanto que el Gobierno de México quedaba relevado por las estipulaciones del tratado de toda obligación pecuniaria.

La cantidad que se canceló en esa forma, más la suma que rechazaron los árbitros y el juez, montan a la respetable cifra de 8 774 439 dólares. Pero esta suma es todavía demasiado inflada. Las reclamaciones no liquidadas a que alude la cuenta, son aquellas que se fraguaron a última hora, cuando el Gobierno de Estados Unidos esforzábase por exagerar los padecimientos de sus ciudadanos a fin de amedrentar a México y hacerle renunciar a su propio territorio, porque se pensaba que mientras mayores fueran las reclamaciones, más dispuestos estarían los Estados Unidos a ir a la guerra. Las demandas mejor fundadas eran sin duda las que se presentaron primero. Y ya hemos visto que cinco séptimos de las que se investigaron resultaron espurias. En la muy justa y razonable suposición de que las reclamaciones restantes no sean más faltas de valor real que las primeras, menos de dos millones quedarán destinados a que los pague el Gobierno. Según toda probabilidad humana, un millón será más que suficiente para liguidar todas las demandas equitativas que se presenten; y de este modo, de los 14 millones reclamados resultará que 11 cuando menos son, en final de cuentas, ficticios.

De esta mala moneda llevaba Mr. Slidell al llegar a México 6 millones de dólares. El uso que haría de esos caudales se especifica así en las instrucciones que se le dieron:

Por fortuna, la resolución conjunta del Congreso en favor de la anexión de Texas a los Estados Unidos, ofrece los medios de satisfacer estas reclamaciones, de acuerdo absolutamente con los intereses así como con el honor de ambas Repúblicas. Dicha resolución ha reservado a este Gobierno el arreglo de todas lns cuestiones de límites que puedan surgir con otros gobiernos. Puede por tanto ajustarse la cuestión de nuestras fronteras de tal modo entre las dos Repúblicas, que recaiga el peso de la deuda que el Gobierno de México tiene pendiente por reclamaciones americanas, sobre el Gobierno de Estados Unidos, sin hacer daño ninguno a México (3).

En otras palabras, Mr. Slidell tenía el encargo de comprar un territorio y esas reclamaciones fraudulentas eran parte del dinero con que iba a liquidarse la transacción. Estaba autorizado para ofrecer el total del monto de esas reclamaciones, más 5 millones de dólares, por Nuevo México, y el monto de las reclamaciones más 25 millones de dólares, por Nuevo México y California juntos. Así que vemos al Enviado desempeñar una misión de compra de tierras, provisto para ello de reclamaciones hasta por 8 millones de dólares, destinadas a amedrentar al Gobierno mexicano, y hasta 25 millones de dólares; para cohechar a los mexicanos e inducirlos a desmembrar su República.

Mr. Polk estaba resuelto a adquirir territorio mexicano por medios pacíficos si le era posible o por la fuerza si Se veía obligado a ello. Si no podía comprar, tenía el propósito de conquistar. De aquí que tan luego como el Gabinete se enteró por la carta de Mr. Slidell de que no se le había recibido inmediatamente en México, aunque la cuestión de si se le recibiría no estaba aún resuelta, ordenó al ejército que marchara hacia el Río Grande.

Unos cuantos días después de que se dió a conocer esta decisión a Slidell, hubo un cambio de administración en México, y Paredes, jefe de un partido belicoso, tomó las riendas del Gobierno. Al saberse este cambio en Wáshington, recibió Slidell órdenes de presentar sus credenciales al nuevo Gabinete y exigir que se le reconociese su carácter, y estas instrucciones tenían declaradamente el objeto de promover la guerra.

Al regresar usted a los Estados Unidos se tomarán medidas enérgicas contra México por recomendación del Presidente, y quizá no se obtendría el apoyo del Congreso para tales medidas si se llegase a afirmar que el actual Gobierno de México no se había rehusado a recibir a nuestro Ministro (4).

La demanda se presentó según lo que se había acordado y, como era de preverse, el Gobierno mexicano no accedió a ella, y por lo tanto Mr. Slidell regresó a los Estados Unidos.

Al parecer, la intención de Mr. Polk era, por obra de esta negativa del Gobierno mexicano, pedir al Congreso que declarara la guerra (tomar medidas enérgicas) con el pretexto de que México se había rehusado a recibir a su Ministro Plempotenciario, lo cual nos obligaba a buscar reparación de los agravios recibidos, por medio de la espada.

Pero recapacitando sobre el punto, se resolvió abandonar este plan. Muy probablemente una recomendación del Ejecutivo de Estados Unidos al Congreso para que se emprendiera una matanza humana con semejante pretexto, no obtendría el apoyo de los legisladores. Por tanto se pensó que era más esxpedito provocar primero hostilidades y después apelar al Congreso para que ordenara la formación de ejércitos que defendieran el país. Así que, si bien el Congreso se hallaba en período de sesiones cuando el Presidente de los Estados Unidos recibió noticia de que Mr. Slidell había sido finalmente rechazado, no recomendó medidas enérgicas contra México como Mr. Buchanan dijo que lo haría. Se había preferido un procedimiento que dejaba muy poco a cargo del Cuerpo Legislativo. Pero antes de que nos pongamos a describir cuál era ese procedimiento, será preciso examinar las reclamaciones en que se basaría: el argumento de que el Río Grande era el límite occidental de los Estados Unidos.



Notas

(1) Documentos del Senado, número 337, página 18, 29 Legislatura, 1a. sesión.

(2) Se recordará que en los arreglos hechos por Mr. Thompson Ge estableció que los réditos de la indemnización concedida en total se pagarían el 30 de abril de 1843, y la deuda en veínte abonos, uno cada tres meses. El interés se pagó puntualmente, así como los tres primeros abonos. El dinero con que se hicieron estos pagos se obtuvo por medio de préstamos forzosos, porque el gobierno mexicano estaba realmente ansioso de cumplir con sus compromisos a pesar de sus dificultades pecuniarias. Las medidas tomadas por nuestro propio Gobierno en torno a la anexión de Texas, así como el estado del Tesoro mexicano, demoraron y finalmente impidieron que se hicieran los otros pagos.

(3) Las instrucciones dadas a Mr. Slidell fueron solicitadas por la Cámara de Representantes, pero el Presidente se rehusó a dárselas a conocer. Sin embargo de ello, subrepticiamente se obtuvo un ejemplar de ellas y aparecieron en los periódicos: la autenticidad de ese documento nunca ha sIdo puesta en duda.

(4) Para el estudio de la correspondencia de Slidell, véanse los documentos del Senado, 29th Cong. 1st Sess.

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