Índice de Causas y consecuencias de la guerra de 1847 entre Estados Unidos y México de William JayPresentacion de Chantal López y Omar CortésCAPÍTULO IIBiblioteca Virtual Antorcha

CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA GUERRA DE 1847
ENTRE ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO

William Jay

CAPÍTULO I

Esfuerzos iniciales para arrebatar Texas a México


La Luisiana fue cedida por Francia a España en 1762 y devuelta a la primera potencia en 1800. Tres años después Francia la cedió a los Estados Unidos. En ninguna de estas transmisiones de dominio se especificaron claramente los linderos del territorio. Era éste una extensa e indefinida región situada al Oeste del Misisipí, y, salvo en puntos excepcionales, desprovista de habitantes civilizados. La Luisiana quedó, por supuesto, contigua a los dominios mexicanos de España y resultaba difícil señalar la línea divisoria. A medida que se iban extendiendo las colonias norteamericanas en la Luisiana, fue ineludible que surgiera la cuestión de límites entre los gobiernos de España y de los Estados Unidos. Finalmente se tuvo un arreglo en 1819, mediante un tratado que se hizo con el Gobierno español, en el Que las potencias contratantes se cedían mutuamente todo derecho sobre territorios que se extendiesen más allá de determinada línea.

En 1820, el Estado de Misuri, que se formó con territorio de la Luisiana, fue admitido en el seno de la Unión norteamericana como Estado esclavista. Para facilitar su admisión y vencer la oposición formidable de los Estados del Norte que no querían admitir la incorporación de otro Estado esclavista en el grupo confederado, los dueños de esclavos propusieron y efectuaron el celebrado Arreglo de Misuri, que era una ley en la cual se establecía que en lo futuro quedaba prohibida la esclavitud al Norte del paralelo 36° 30" de latitud Norte.

Pronto se puso en claro, a pesar de ello, que el Arreglo de Misuri, agregado a la fijación del límite Sur de los Estados Unidos por el tratado español de 1819, había reducido a una extensión relativamente pequeña el área de que se dispondría en lo futuro para formar Estados esclavistas. Excluyendo a la Florida, el territorio que quedaba al Sur de la línea fijada por el pacto de Misuri probablemente bastaría apenas para formar dos nuevos Estados.

Separaba el Estado de Luisiana de la provincia española de Texas el Río Sabinas, y su suelo, su clima y su posición geográfica hacían su adquisición muy deseable para los intereses esclavistas. De cuando en cuando se concibieron planes para apoderarse de tan codiciado territorio; tomarlo por la fuerza, colonizarlo, comprarlo, provocar su independencia y efectuar después eu anexión. El primer procedimiento se intentó poco después de Que el tratado español puso fin a las pretensiones de los Estados Unidos sobre Texas como parte supuesta del territorio de la Luisiana.

Cierto individuo llamado James Long, con unos setenta y cinco aventureros enemigos de la Ley, salió de Nátchez el 17 de junio de 1819 y se lanzó sobre Nacogdoches, que está a cuarenta millas de la frontera de Texas, dentro de este territorio. El 23 del mismo mes, Long lanzó una proclama que puede considerarse como el primer paso en la carrera de fraudes, falsedades y violencias que condujeron finalmente a la anexión de Texas y a la guerra con México. En ese documento, que probablemente se preparó en el Estado de Misisipí, Long, dándose a sí mismo el título de Presidente del Consejo Supremo de Texas, declaraba que:

Los ciudadanos de Texas habían abrigado por mucho tiempo la esperanza de que al ajustarse las fronteras de las posesiones españolas de América y los territorios de los Estados Unidos, se incluyese su región dentro de los límites de este último país.

Como esta esperanza se había perdido por obra del tratado reciente, la proclama anunciaba que, en consecuencia, se declara independiente la República de Texas. Este manifiesto tenía por objeto naturalmente invitar a los ciudadanos americanos a que se alistaran en las fuerzas de Long y participaran con él en el despojo que se proponía realizar. Poco después se publicó esa proclama en el periódico Louisiana Herald, que se editaba en Nueva Orleans.

No tardó mucho en dispersarse aquel grupo, cuando algunos de sus miembros fueron muertos y otros capturados por los españoles (1).

En seguida se adoptó el plan de la colonización. Moisés Austin, de Misuri, consiguió permiso en 1821 de las autoridades españolas, para llevar a Texas trescientas familias de colonos con determinadas condiciones. Obtúvose la concesión, según se dijo, porque basó Austin su solicitud en que los católicos estaban siendo perseguidos en los Estados Unidos, y convino en que todos los colonos que llevara a Texas serían miembros de esa religión oprimida. Al morir Austin, renovóse el permiso de colonización en favor de su hijo, en 1823, y éste inició desde luego la formación de una colonia en Brazos, con inmigrantes de Tennessee, Misisipí y la Luisiana. Según la concesión renovada, los colonos tendrían que ser exclusivamente católicos; pero cualquiera que fuese su credo en otros respectos, los colonos de Austin creían en el derecho del hombre a ejercer dominio sobre otros hombres, y por lo tanto llevaron consigo a sus esclavos.

En 1826, un cuerpo de emigrantes de los Estados Unidos establecido cerca de Nacogdoches, enarboló de nuevo la bandera de la insurrección, capitaneado por un hombre que se llamaba Edwards, y lanzó una declaración de independencia; pero poco tardaron esos hombres a su vez en ser aniquilados por las fuerzas mexicanas.

Cuando se firmó el tratado de límites, no estaba prohibida en México la esclavitud y por lo tanto su proximidad a nuestros centros de población fronterizos no se veía con tanta aprensión por nuestros estadistas surianos.

Los dueños de plantaciones, como hemos visto, bien podrían cruzar la línea divisoria llevando consigo a sus esclavos y seguir cultivando el azúcar y el algodón, y ni siquiera temerían que surgiesen dificultades para recuperar a los esclavos fugitivos que se internaran en el territorio de México.

Sin embargo de ello, estas relaciones fronterizas cambiaron por obra de un decreto que expidió el Congreso mexicano el 13 de julio de 1824, en que prohibía llevar a su territorio esclavos de países extranjeros. La Constitución mexicana que se adoptó ese mismo año, declaraba que en lo sucesivo nadie nacería esclavo, con lo cual se preparaba la abolición gradual pero completa de la esclavitud en toda la República vecina.

Las provincias unidas de Coahuila y Texas formaban un solo Estado, y su Constitución, promulgada en 1827, contenía un artículo por el cual se daba la libertad a todos los hijos de esclavos que naciesen después de esa fecha y prohibía además la introducción de esclavos. La obra de la emancipación se completó por medio de un decreto del Congreso mexicano expedido el 15 de septiembre de 1829, que manumitía a todos los esclavos en México.

Estas disposiciones sucesivas no sólo frustraban los designios de los colonos y desalentaban toda emigración posterior procedente de los Estados esclavistas, sino que irritaron y alarmaron grandemente a las empresas que explotaban la esclavitud. Ya la extensión en que era permitido ese negocio se había reducido bastante por obra del tratado de límites y del Arreglo de Misuri; pero ahora, aun esa extensión se vería contenida por el Sur y por el Este, así como por el Norte, por un área ilimitada de libertad. En tales circunstancias, el esclavismo norteamericano quedaba condenado a desaparecer. La influencia de los Estados libres predominaría pronto en el gobierno general del país, y el creciente espíritu abolicionista no sólo se extendería dentro del Sur mismo de los Estados Unidos, sino que en varias formas haría peligrar la seguridad y la permanencia del derecho de propiedad sobre los esclavos. Eran sumamente débiles a la sazón los colonos de Texas para romper el yugo que les imponía el Gobierno mexicano al proclamar la libertad de los esclavos. El Gobierno de los Estados Unidos no tenía pretexto alguno para declararle la guerra a México, y el tratado de límites era demasiado reciente y demasiado explícito para permitir que se presentase una reclamación sobre el territorio de Texas. Pero quedaba un recurso: proponer la compra de ese territorio.

Ya desde el 15 de marzo de 1827 el Gobierno americano se había resuelto a dar instrucciones a Mr. Poinsett, nuestro Ministro en México, para que hiciese saber que deseábamos modificar los límites existentes, de modo que se iniciaran en la boca del Río del Norte (Río Grande), siguieran su cauce hasta el Río Puereo, y desde su confluencia, siguiendo el cauce de este último arroyo, llegaran hasta su nacimiento; de allí siguieran hacia el Norte hasta el Río Arkansas, y por el cauce de éste hasta los 42° de latitud Norte. Por este cambio de límites daríamos nosotros un millón de dólares. Tan modesta proposición incluía casi el total del territorio de Texas que ahora se reclama.

La idea de efectuar esta compra se posesionó firmemente del cerebro de los surianos, quienes realizaron grandes esfuerzos por ilustrar a la opinión pública sobre la importancia que tenía Texas y la necesidad de su adquisición. En 1829 apareció en los periódicos una serie de artículos debidos a la pluma de Mr. Benton, Senador distinguido de Misuri. Puede uno formarse juicio del carácter de esos artículos por los siguientes conceptos que reprodujeron y comentaron ampliamente los periódicos de la época.

El diario The Edgefield Carolinian, refiriéndose a Texas, decía:

Unos impresionantes ensayos que aparecieron originalmente en la publicación St. Louis Beacon, firmados por Americanus y que se atribuyeron al coronel Benton, miembro del Senado, en los que se explican las circunstancias en que se hizo el tratado de 1819 y se hacen notar las ventajas de una retrocesión, han influído en la mente del público con fuerza y rapidez eléctricas en el Oeste del país. El autor de esos escritos presenta pruebas circunstanciales muy poderosas de que se renunció a Texas por obra del servilismo de nuestro gestor ante España en sus diferencias con México, a lo cual se unió como motivo secundario pero poderoso, la hostilidad que hay en nuestro país contra las regiones del Sur y del Oeste. Americanus demuestra los daños que sufrirán los Estados Unidos por efecto de su renuncia a Texas, en doce diferentes capítulos. Dos de ellos son de particular interés para esta parte del país y hacen ver que esa renuncia coloca un imperio en que no hay esclavitud, al lado de nuestro Suroeste, en que sí hay esclavitud, y además, que con esto se reduce la salida única que había para los indios que pueblan los Estados de Georgia, Alabama, Misisipí y Tennessee.

Un periódico de Baltimore, refiriéndose a los artículos de Americanus dice:

Una de las razones que ofrece en apoyo de la compra de Texas, es que cinco o seis Estados esclavistas podrían así agregarse a la Unión. En realidad, va todavía más lejos en sus cálculos y considera que podrían crearse hasta nueve Estados más, tan grandes como Kentucky, dentro del territorio de aquella provincia (Texas).

Una publicación de Charleston aborda el mismo asunto y observa:

No es del todo remoto que el Presidente Jackson esté ahora estudiando la posibilidad y la conveniencia de readquirir el vasto territorio de Texas; acción ésta que no dejaría de ejercer influencia muy importante y benéfica sobre el futuro del Sur, puesto que aumentaría el número de los votantes de los Estados esclavistas en el Senado de los Estados Unidos.

El Juez Upsher, de Virginia, que posteriormente fue secretario de Estado en el Gobierno del Presidente Tyler, declaró ese mismo año ante la Convención de Virginia:

Si consiguiésemos a Texas (lo que Upsher deseaba con gran vehemencia), esto haría subir de precio a los esclavos y resultaría grandemente ventajoso para quienes trafican con ellos en el Estado.

Mr. Doddridge, en los debates del mismo día, aseguró:

La adquisición de Texas elevará considerablemente el valor de esos bienes.

(Debates, p. 89).

Mr. Gholston, miembro de la Legislatura de Virginia en 1832, afirmó que a juicio suyo la adquisición de Texas elevaría el precio de los esclavos en un cincuenta por ciento cuando menos.

Como Virginia era un Estado que se dedicaba principalmente a la crianza de esclavos para su venta, esos caballeros estaban ansiosísimos de adquirir a Texas, porque creían que llegaría a ser un mercado más, y muy grande por cierto, para la venta de ese artículo.

Para obligar al Gobierno a que actuara, se hicieron circular rumores de que la Gran Bretaña tenía la intención de apoderarse de Texas, y este ardid se puso en práctica sin interrupción desde 1829 hasta el día en que se logró finalmente la anexión.

Tomamos estas palabras del periódico New Orleans Creole, de 1829, como botón de muestra:

Nos ha llegado en la última goleta procedente de México, el rumor de que una compañía de mercaderes británicos ha ofrecido al Gobierno mexicano la suma de $5.000,000.00 si accede a colocar la provincia de Texas bajo la protección de la Gran Bretaña.

El Presidente Jackson se sometió completamente a los designios de los esclavistas, y el 25 de agosto de 1829, Mr. Poinsett, Ministro de los Estados Unidos en México, recibió instrucciones de ofrecer cinco millones de dólares por el Estado de Texas. Aunque esta postura excedía con mucho a la anterior, fue rechazada al momento. El ofrecimiento fue, según cierto periódico mexicano, repetido poco después:

Cuando Poinsett se enteró de que su oferta suscitaba serias objeciones, todavía se atrevió a insultar a la nación proponiéndole un préstamo de diez millones, como lo haría cualquier usurero, en hipoteca sobre Texas, proposición insidiosa cuyo propósito verdadero era llenar el territorio de Texas con angloamericanos y con esclavos, para quedarse con él después a toda costa.

El fracaso de Mr. Poinsett en su empeño por obtener de México el compromiso de entregar a los esclavos que se fugaran de sus amos, dió nuevo impulso a los esfuerzos de los esclavistas para apoderarse de Texas.



Notas

(1) Discurso de Mr. Severance en la Cámara de Representantes, 4 de febrero de 1847.

Índice de Causas y consecuencias de la guerra de 1847 entre Estados Unidos y México de William JayPresentacion de Chantal López y Omar CortésCAPÍTULO IIBiblioteca Virtual Antorcha