Índice de Hidalgo, las primeras siete cartas del Cuadro histórico de la revolución mexicana de Carlos Ma. de BustamanteCarta cuarta (Primera parte)Carta quinta (Primera parte)Biblioteca Virtual Antorcha

CARTA CUARTA

Segunda parte

HORRIBLES EJECUCIONES

El martes 27 se diezmaron ciento ochenta, y los dieciocho que resultaron de esta operación fueron ahorcados esa misma tarde en la Plaza Mayor. El miércoles 28 sufrieron la misma pena en la horca de Granaditas ocho individuos, en cuyo número se comprendieron D. Casimiro Chovell, colegial de minería y empleado en dicha mina de administrador; D. Ramón Favié, D. Ignacio Ayala. el primero coronel, el segundo teniente coronel, y el último sargento mayor del regimiento de infanteria de Guanajuato.

Antes de pasar adelante con esta molesta y sangrienta relación, déjeme usted que deplore la suerte que cupo a estos jóvenes, principalmente a Chovell, a este hijo querido de las ciencias. Execrable ha sido la memoria de los tiranos que oprimieron a Francia en sus días de luto, principalmente por haber dado muerte a Lavoisier; por igual motivo debemos anatematizar particularmente la memoria de Calleja, que privó a esta patria de unos hombres muy dignos de vivir centurias de años ... ¡Infame y carnívoro leopardo! La terrible sombra de joven tan virtuoso turbe tus placeres aun los más inocentes a la tarde, a la mañana y a la noche (si puedes tener un placer que no sea criminal, tú, cuyo corazón nada en un flúido de veneno). Ella te hable y reclame un asesinato que sólo tú fuiste capaz de cometer entre los mismos monstruos de tu especie ... ¡Ah, hombre vil! ¿Por qué no mediste tu espada cuerpo a cuerpo con ese tierno mancebo que era el brillante más hermoso de la estudiosa juventud mexicana, y no que para entrarla en su corazón te cubriste con la respetable égida de las leyes? ... ¿Por qué no oíste su voz? ¿Por qué no le presentaste los artículos de acusación? ¿Por que un sencillo papel hallado en la vuelta de la manga de su frac te sirvió de cuerpo de delito y bastó para que lo condenaras? Porque no eras capaz de sostener la presencia del bueno ..., porque las tinieblas no osan comparecer ante la luz ... Déjame que te diga con Veleyo Patérculo hablando de los asesinatos de Cicerón: nada pudisteis cortando aquel cuello divino por donde resonaron los clamores de la inocencia oprimida y de la libertad encadenada. La América ha sido y será libre a despecho tuyo, y de las cenizas de Chovell renacieron mil jóvenes que hollaron tu orgullo y el de tu petulante amo a quien sólo creíais agradar con sangre y desolación.

El jueves 29 por la tarde se mandó imponer la misma pena del último suplicio a cuatro individuos, y cuando ya dos la habían sufrido en la horca de Granaditas, mandó Calleja publicar el bando de indulto, y con este motivo se suspendió la ejecución en los dos restantes. Mandó igualmente reunir a los eclesiásticos para hacerles presente el sentimiento que tenía de que hubieran predicado a favor de la revolución. Suplió por la voz de este general la de Fr. Diego Bringas Encinas, crucífero de Querétaro, el cual tenía hasta entonces zanjada su reputación literaria, pero cuánta fue la sorpresa de los que le oyeron hablar en esta vez comenzando su razonamiento con estas palabras: ¡Oídme, teologastros! Esta fue mayor cuando le vimos constituirse apóstol de la tiranía en los púlpitos, y defensor de ella en escritos y diatribas contra el Dr. D. José María Cos, escritos en que no sólo falta a la caridad religiosa, sino aun a los comedimientos que se le deben al último de los hombres. Concluída esta junta, mandó Calleja arrestar a varios eclesiásticos, a quienes mandó a Querétaro. El convento de San Francisco de aquella ciudad fue el receptáculo de muchos de ellos, distinguiéndose por sus padecimientos el Dr. D. José María Gastañeta, que trasladado de prisión hasta San Juan de UIúa, fue al fin llevado a España en el año de 1818. Procedió después Calleja a destruir la fábrica de cañones, dejando algunos, reservóse otros, y de ellos mandó desmuñonado en un juego de coche el llamado Defensor de la América, que situado en el cerro del Cuarto, como hemos visto, le causó grande estrago. Presentóse esta pieza en espectáculo en el patio del Palacio de México y se vió con admiración: no la excitó menos los útiles de la Casa de Moneda y troqueles que había construído el sabio Chovell, y el fiel, ejecutado todo en brevísimos días: todo lo arrasó este ferocísimo Atila, y la experiencia hizo ver que el cura Hidalgo tenía conocimientos políticos cuando planteó aquella Casa de Moneda, que después el Gobierno español repuso, y que si la hubiera conservado, Guanajuato no se habría arruinado como lo está, y la extracción de oro y plata no habría cesado hasta el extremo a que ha llegado.

Para dar la última brochada al cuadro horrible que he trazado, ocurramos a la historia de las Campañas de Calleja, donde en la página 26 se lee lo siguiente:

Poco tenemos que añadir a la circunstanciada relación que hemos hecho de la expedición del general Calleja sobre la infeliz ciudad de Guanajuato, porque está arreglada a los partes de este general dados al Gobierno, y a las circunstanciadas exposiciones que se remitieron de varios hombres de buena crítica, y testigos presenciales de este acontecimiento, a los señores conde de Valenciana, marqués de Rayas y otros sujetos particulares. Merecerá únicamente nuestra detención el modo bárbaro con que Calleja se condujo para asegurar aquella reconquista a la corona de España y condenarnos a una perpetua esclavitud. De esto da la más cabal idea el capitán de dragones de Puebla, Francisco Guizarnotegui, en su parte a Calleja, fechado en Guanajuato el 25 de noviembre, en el que dice: Que al pasar por Granaditas oyó decir que allí estaban muertos a lanzadas todos los gachupines, expresión que lo irritó bastante, y por lo que mandó echar pie a tierra a doce dragones para cerciorarse de la verdad y auxiliar a los que se hallasen vivos; mas sólo oyó decir que todos eran cadáveres, cogiendo a seis o siete hombres que los hallaron allí, los cuales entraron a ver si había algún despojo que rapiñar, o quizás a ver la catástrofe en que se supusieron cómplices; por lo que bien asegurados (son sus palabras) se los presenté al señor general en jefe, quien al oír mi razonamiento mandó en el momento matarlos, como así se ejecutó, ordenándome volviese a la ciudad tocando a degüello, como lo verifiqué hasta llegar a la plaza o parroquia, donde me uní con la tropa que parada hallé allí.

He aquí demostrada la ligereza con que Guizarnotegui calificó de reos a aquellos hombres porque o entraron a ver lo que rapiñaban, o quizás a ver dicha catástrofe; y también la ligereza y crueldad al mismo tiempo del general Calleja en haberlos mandado matar luego sin examen ni averiguación de su crimen, extendiéndose a mandar tocar a degüello contra los espectadores de la entrada de su ejército, que por lo mismo de haberse mantenido tales y tranquilos demostraban a toda luz que eran inocentes, y que no les acusaba su conciencia de delitos, motivo por lo que no huían.

A qué número llegaron los muertos en Guanajuato ya por esta orden bárbara, ya por los que murieron batiéndose con los españoles, lo dice un impreso publicado por el Lic. D. Ramón Martínez, abogado en Querétaro; mas como este sujeto se propuso zaherir la conducta del Ayuntamiento de Guanajuato imputándole colusión con los primeros caudillos, y adula bajamente al Gobierno español, es menester negarle asenso; así como debemos en buena crítica dárselo al párroco del real Marfil, que dirigió a Calleja dos partes sobre este asunto. El tal letrado obsequió a este general con cien ejemplares y una carta en extremo lisonjera fechada en 21 de febrero de 1811, que se la contestó en 25 del mismo.

Consecuente (dice el cura) al oficio de V. S. del día de ayer, debo decir que puntualmente se está practicando la caritativa diligencia de dar sepultura a los cadáveres que se van encontrando por los cerros que circundan este real; quedando sepultados en dichos cerros la mayor parte de cuerpos por encontrarse ya incapaces de transportarlos a este cementerio si no es a menudos pedazos, y expuestos los conductores a una funesta resulta en su salud, por la hediondez que despiden; habiendo dado motivo esta demora el no encontrarse en los días pasados más que mujeres, y tal cual hombre que hiciera sus funciones.

Si V. S. lo tuviese a bien, concluida esta diligencia participaré en un cuerpo el número de todos ellos, con especificación de los parajes en que se encontraren según me relacione el mozo que para ello tengo comisionado; pues por lo desparramados que se asegura se hallan los cadáveres, se considera imposible un inmediato cálculo en los que puedan hallarse insepultos.

En oficio de 10 de diciembre dice:

Concluida ya la operación de dar sepultura a los cadáveres que se fueron encontrando en los cerros, y finalmente en el campo de batalla, me ha informado José Vicente Manjarrés, vecino del Real, a quien comisioné para el efecto, que al cementerio de esta parroquia se trajeron dieciocho. Que en el cerro llamado antiguamente del Tumulto, y ahora conocido por el de la Guerra, se sepultaron doscientos catorce, muchos de ellos sin cabeza. Que en unas cañadas intransitables que median entre dicho cerro y el de la Bufa se consideraba habría algunos cuerpos por la mucha fetidez que de allí salía, por los ladridos de los perros y vuelo que levantaban las aves que se sustentan de carne muerta (1), y que era imposible formar ningún cálculo de los que allí habria; que en una mina vieja del cerro de la Bufa, bajando a ella hasta donde se pudo, se observaban catorce cuerpos, y es de presumir irían otros a lo profundo; y aunque el día 25 de noviembre por la tarde subí a dicho cerro de la Guerra para confesar u olear a algunos que se me aseguró que aun alentaban, sólo lo ejecuté con tres que hallé en esta disposición; y como ya estaba puesto el sol me pareció que en otro cerro contiguo a éste que llaman Cerro Alto había muchos bultos por el suelo, los que creí fueran cadáveres; pero ni era ya hora de investigar, ni había por todo aquello más que mujeres, por lo que me retiré antes que se acabara la luz del día.

Al siguiente mandé explorar dichos cerros y se me aseguró que los que parecían bultos o cuerpos tendidos por el suelo no eran sino montecillos de piedra que habían acumulado los honderos, que mandé desparramar luego.

El total de las partidas expresadas que a punto fijo se pudo llevar asciende a doscientas cuarenta y seis personas. Es lo que ha ocurrido, y lo que en verdad puedo informar a V. S. en contestación a su oficio del día 7 del que rige. Dios, etc.

José María Iriarte.

Examinemos ya los que perecieron por ejecuciones militares.

El día 26 de noviembre fueron pasados por las armas en Granaditas veintitrés individuos, según certifica José María Monter, de los cuales eran (dice el mismo) decentes D. Francisco Gómez, administrador de tabacos, ayudante mayor de infantería de Valladolid, y aquí obtuvo empleo de intendente de la provincia; D. José Ordóñez, teniente veterano del Príncipe, y sargento mayor por Hidalgo con grado de teniente coronel.

D. Rafael Dávalos, colegial de minería, capitán.

D. Mariano Ricocochea, administrador de tabacos de Zamora, coronel.

D. Rafael Venegas, coronel.

Los restantes eran de la gente común, cuya ejecución se verificó por el piquete de granaderos que pasó a mis órdenes en el callejón de Granaditas.

Monter (2).

Los restantes eran de gente común. Déjeseme repetir esta expresión, porque yo entiendo que es noble y heroico el que da la vida por su patria, y más si es en un patíbulo afrentoso.

El escribano José Lucas Cabeza de Vaca certifica: que en la tarde del 27 de noviembre fueron ahorcados en la Plaza Mayor de Guanajuato dieciocho personas. En la de Granaditas, el 28, ocho personas. En la misma, el día 29, dos, y otras tantas en 5 de diciembre. El escribano José Ignacio Rocha, encargado de formar la lista de los que admitieron empleos del cura Hidalgo, la concluye con estas palabras: Ignacio Rocha, y añade: éste es hijo mío: le nombró capitán el cura Hidalgo, a quien le hice presente el perjuicio que a mi prolongada familia de doce hijos se le seguía de ocuparme a éste, único grande, pues los demás son chiquillos: me conminó, por conducto del coronel, con que perjudicaría mi casa si no lo admitía; hícelo así por cuatro días, pues luego que se fue retiré al muchacho del servicio, quien ha sido muy poco el que hizo, como es público y notorio ...

A este punto impulsó la crueldad de Calleja a un infeliz padre de familia, esto es, a denunciar a su pobre hijo por libertarlo de la muerte; ¡oh días horribles de proscripción en que se rompieron los dulces lazos de la naturaleza, maldita sea tu memoria, y más execrado aún el que nos la hace recordar con lágrimas! He aquí, por los datos ciertos presentados, que sin echar por copas y sin olvidarnos de la muerte que sufrió el benemérito joven Casimiro Chovell, el genio de las ciencias exactas, el Lavoisier de nuestra revolución, y sin contar los extraviados y perdidos, y los que hallaron su sepulcro en las mismas cavernas en que abunda aquel terreno, podemos decir que murieron trescientas personas dignas por cierto de existir y de nuestra eterna memoria.

Los presos que se encargaron al capitán de frontera D. Manuel Solórzano fueron:

El coronel de dragones de la Reina D. Narciso María de la Canal. El presbítero D. Pablo García Villa. Idem D. Juan Nepomuceno Pacheco. Idem D. Francisco Zúñiga. Idem D. José Apolinario Azpeitia. Idem el Dr. don José María de Oñate. Idem D. Manuel Fernández. Fr. José Escalante, laico de San Diego.

Se me había hecho duro creer que en los días del establecimiento del tribunal de acordada se condenara a los reos por una sola hoja de papel en que apareciese su acusación, su sentencia y su ejecución; mas esta que me parecía una quimera, veo ahora que es una realidad ocurrida en Guanajuato.

Acusóse a un tal Cesáreo Torres (alias el Gallo) de haber intervenido en la matanza de Granaditas; pidió Calleja informe al alcalde D. Miguel de Arizmendi, quien lo extendió en los términos siguientes:

Cesáreo Torres está procesado por el juzgado del señor asesor por el homicidio de Guadalupe Torres Pinole. Estando preso en la cárcel se fugó de ella, y estando en la calle se robó una muchacha doncella y la forzó, resultando lastimada y herida según declaró lo primero ella; esto es lo del robo, porque él dijo la había llevado con su voluntad, aunque sí confesó haberla violado y tenídola oculta ocho días; y lo segundo se justificó por las declaraciones del cirujano y partera, sobre cuyos delitos también está procesado.

El homicidio de Pinole fue estando ambos ebrios, lo hizo con un garrote y murió a los catorce días: me remito a la causa.

Habiendo sido cogido el Gallo y puesto en la cárcel, se le siguió proceso por el rapto y fuerza, y de ella fue puesto en libertad con todos los demás presos por los insurgentes.

Me asegura la señora mujer del capitán D. Angel de la Riva que de tres individuos que mataron y degollaron a los europeos, fue uno el citado Gallo.

Guanajuato, diciembre 4 de 181O.

Miguel de Arizmendi.

Decreto. Guanajuato, diciembre 4 de 1810.

Respecto al anterior relato del alcalde ordinario D. Miguel de Arizmendi, impóngase a este reo la pena del último suplicio.

Calleja.

Certifico que el regidor alguacil mayor D. Mariano Otero hizo sacar de la prisión en que se hallaba al reo Cesáreo Torres (alias el Gallo) y conducido a la horca fue ejecutada en él la pena del último suplicio, a que se condenó por el antecedente superior decreto del señor general brigadier del ejército de operaciones D. Félix María Calleja, para escarmiento de otros. Y para que conste siento la presente en Guanajuato a 5 de diciembre de 1810, siendo testigos D. Antonio Barajas, D. José María Suárez y D. Francisco Piña, de esta vecindad. Aquí un signo.

José Lucas Cabeza de Vaca.

He aquí un proceso instruido en una hoja de papel simple (ni aun está sellado) escrito en 26 renglones, sin prueba de testigos, sin cargo ni confesión del reo, sin vista de las causas antecedentes de que hace mención el informe (gachupín y en causa de gachupines), sin más apoyo para confirmar este concepto que decir que lo asegura la mujer de otro gachupín (D. Angel de la Riva).

En Granaditas existían doscientos cuarenta y siete españoles; sólo salvaron la vida treinta y tantos. ¿Sería creíble que sólo tres fueran los asesinos de aquellos infelices, y precisamente uno de ellos este reo, cuando sabemos que todo se hizo en una horrible sedición, en la que las mujeres se mostraron más feroces aún que los hombres?

Me he detenido en presentar al mundo esta constancia, aunque parezca que he abusado de la paciencia de mis lectores, para que se vea en su deformidad el despotismo y saña brutal de Calleja, y no se tenga por apasionados y ponderativos los mexicanos que se quejan de este tigre. ¡Cuántas causas de esta naturaleza instruiría este monstruo que ignoramos! Y nótese que remitió este proceso original a Venegas para comprobar su modo justificado de obrar. Sin embargo, tuvimos de entre los americanos otro monstruo mayor por cuyo cetro suspiran sus amigos, el que sacrificó a trescientos en la hacienda de Pantoja, a casi igual número en Cuerámbaro, al que se lisonjeaba de haber mandado a centenares al infierno en el puente de Salvatierra, al que contribuyó a hacer que los prisioneros de Valladolid abriesen con sus propias manos la zanja que les sirvió de sepulcro en el punto del Zapote y cuya operación regentó D. V ... F ... ¡Desgraciada Patria mía, en qué manos he visto puestos tus destinos! ¡Ojalá tus hijos se aprovechen de estas terribles lecciones para que tengan juicio y conozcan los que aun pueden causarle y hoy ya le causan nuevas desgracias!

Otro acontecimiento se presenta en la historia de Guanajuato, que no llamará la atención de mis lectores menos que el que acabo de referir.

Don Manuel García Quintana, teniente coronel del batallón provincial de aquella ciudad, informó a Calleja que su mujer fue sorprendida en su casa por un oficial de su ejército que se le presentó estando él ausente de ella, con el fin de recoger todas las armas que hubiera en su casa. Temerosa de una violencia, le entregó la señora dos pistolas, una espada y una escopeta. Quintana reclamó este ultraje y pidió la devolución de dichas armas que debía tener como militar, y como ciudadano y caballero, para defensa de su persona. Hizo además presente que por las difíciles circunstancias en que se hallaba no podía comprarlas en ninguna parte porque no las había.

Calleja respondió a tan justa solicitud del modo siguiente:

Es muy de admirar que reclame usted las armas que se le han recogido como correspondientes a su graduación y condecoración, cuando no ha sabido emplearlas en defensa de su soberano, y en sostener ese mismo decoro, y cuando se le encuentra dentro de un país ocupado por los insurgentes, sin haber dado antes paso alguno, que yo sepa, en desempeño de las obligaciones que como jefe de un cuerpo y como fiel vasallo le correspondía. En esta virtud, y debiendo usted dar cuenta de su conducta al Exmo. Sr. Virrey de estos reinos, le incluyo el adjunto pasaporte para que, en el término que en él señala, se presente en aquella capital. Dios, etc. Guanajuato, diciembre 23 de 1810.

Calleja.

El virrey aprobó estas operaciones porque su alma estaba fundida en el mismo molde que la de Calleja. La espada de Quintana era un asador; pero tenía empuñadura y contera de oro, esto era lo que se buscaba, no la espada misma: por igual razón despojaron de ellas a los regidores y demás caballeros de Guanajuato; porción de estas y de otras alhajas de este metal se trajeron a México a la llegada de Calleja, se machacaron y se entregaron al montador D. José Vera a cambio de piochas de diamantes para su mujer. Otras veces lo he dicho hasta el fastidio.

En los procedimientos de este jefe no se notaba la menor lenidad, solamente aparentó alguna en el modo de proceder contra eclesiásticos, esto es, en cuanto a mandar fusilar los que hacía arrestar, aunque no por eso se abstuvo de condenar a la muerte a algunos como al general Morelos, diputado Crespo y otros. En razón de esto le dijo varias veces por escrito a Venegas que debía procederse con menos precipitación, y más templadamente. Esta sombra de piedad o benignidad provenía de que conocía la impresión profunda que causan en el público estas ejecuciones, y el odio que engendran contra el que las dicta. Venegas siempre se destemplaba sin miramiento contra frailes y clérigos. No obstante, en Guanajuato obró Calleja de una manera extraordinaria con el cura de aquella ciudad Dr. D. Antonio Labarrieta, hombre célebre por sus talentos, y más célebre aún por haber conseguido, con un solo informe que dió al Gobierno de México, separar de la provincia de Guanajuato al comandante de ella D. Agustín de Iturbide cuando la extorsionaba de la manera más cruel que pudiera imaginarse. Este triunfo hará que en todos tiempos Labarrieta sea mirado como un Hércules que purgó la tierra del león nemeo que la aquejaba y llenaba de pavor. Este cura fue uno de los primeros que predicaron en Guanajuato a la entrada de Hidalgo contra la tiranía del Gobierno español; odiábalo de corazón y amaba sinceramente al cura de Dolores, que había sido su rector en el colegio de Valladolid; por tanto, se consideró reo y precisado a implorar la gracia del indulto. El escrito en que lo hizo está encabezado de este modo: Señor general de los ejércitos españoles de pacificación. En esta palabra está una sátira que Calleja no entendió. Las leyes de Indias llaman pacificación a la sanguinaria conquista de las Américas; tan injusta fue que para cohonestarla la bautizaron con este nombre ... Ubi solitudinem faciunt pacem apellant, decía Tácito de la paz de los tiranos. Labarrieta protestó en su escrito que había lisonjeado a Hidalgo porque era hombre de tan poco espíritu, que le hacía temer mil peligros a cada paso, y no hallaba otro asilo que el de la lisonja. Calleja le exigió juramento especial delante de varios testigos eclesiásticos para humillarlo, y sólo para él trabajó su secretario la fórmula especial siguiente: ¿Jura usted a Dios y promete al rey defender abiertamente y sin disimulo los derechos del trono, la paz de los pueblos y la observancia de las leyes patrias, predicando, persuadiendo y exhortando a sus feligreses, igualmente haciéndoles conocer los males en que envuelven al reino los sediciosos, y manifestándoles los errores e injusticias y crímenes de que se han cubierto? Para hacer todo esto se necesitaba un ánimo extraordinario, que el juramentado no tenía; mas a todo dijo que sí, y él se dió tal maña que consiguió cuanto quiso de Calleja, el cual le tornó tal amor que no comía si no era con Labarrieta, y le hacía asistir todas las noches a su tertulia. Ciertamente que poseía un arte encantador para ganar corazones; fue mi maestro de pasantía en jurisprudencia, y le conocí mucho.


SALE CALLEJA DE GUANAJUATO

El 13 de diciembre salió Calleja de Guanajuato para la villa de León al mismo tiempo que salieron sesenta patriotas para México conduciendo las barras de plata rescatadas; un cañón de a 12 que trajeron desmuñonado en el juego de un coche, de muy regular construcción, y que fue dado en espectáculo de curiosidad en México. El total de piezas de plata del rey y particulares fueron seiscientas dos. Asimismo condujeron muchos efectos de maestranza; los útiles de la casa de moneda que estaba al concluirse; pesos de excelente construcción; máquinas muy a propósito para facilitar la amonedación, que había salido tan buena como la mexicana; punzones, matrices y troqueles que llenaron de admiración a los artistas rutineros de México; el plano de la casa de moneda, etc., todo lo cual entiendo que se remitió a España, y era obra del joven Chovell, con cuya muerte se hizo más daño a la patria que con la pérdida de diez acciones de guerra.

Guanajuato quedó sin tropas de línea que la custodiasen, y tan expuesta que el intendente Marañón se resistió a quedarse solo. Suplióse esta falta levantando compañías en la ciudad, de los llamados cívicos, y en las minas, aunque con grave extorsión de sus dueños; medida que surtió en lo sucesivo buenos efectos, porque fogueadas aquellas tropas con repetidas escaramuzas supieron después defenderse en las invasiones que hicieron Albino García en noviembre de 1811 y el general Mina en octubre de 1817.

El ejército realista sufrió en Guanajuato muchas bajas, así por la deserción como por las enfermedades y desnudez que lo afligía; tanto más que no había cesado de dar gruesos destacamentos, porque recelaba mucho Calleja de los cuerpos de americanos que bajaban por las villas de San Felipe, Lagos y Aguascalientes, y temía ser sorprendido; causa porque acampó fuera de Guanajuato para no verse encorralado. Quejábase al virrey de la disminución de sus tropas, pedía reemplazos a México, y por su parte no se descuidaba en proporcionárselos; así es que de algunos jóvenes gachupines que sobrevivieron a la matanza de Granaditas formó una compañía de voluntarios de caballería, y agregó también a varios jóvenes guanajuateños que habían recibido empleos de Hidalgo, vendiéndoles esta agregación por una fineza inapreciable; incluyéronse entre éstos los acaudalados D. Pedro y D. Mariano Otero, quienes no solamente pidieron que se les admitiese por gracia, sino que ofrecieron un donativo anual de mil pesos al erario español.

La marcha de este general para Guadalajara es la de un leopardo que sale por el bosque a carnear y marcar sus huellas con la sangre inocente de los animales que despedaza, y de cuya sangre parte de su guarida sediento. Al pasar por la villa de León en los días 21 y 22 de diciembre ahorcó a dos infelices. Luego que entraba en un lugar, el primer objeto que buscaba era la horca en la plaza, y si no la había la mandaba plantar al momento. Irritóse mucho cuando al entrar en la villa de Lagos supo que sus habitantes habían arrancado de los lugares públicos el edicto de la Inquisición que excomulgaba a Hidalgo; este papelote precedía a su ejército (3). Montó en cólera y en el exceso de ella escribió a Venegas: No economizaré (son sus palabras) los castigos contra los que resulten reos de tan grave delito ... Este es uno de los pueblos (añade) que merecía incendiarse por su obstinación. Consistía ésta y la calificaba de tal aquel silencio con que se le recibió. Quería este monstruo que los pueblos se alborozasen y arrancasen los edificios de sus cimientos para recibirlo con vivas muy festivos, cuando su marcha era precedida, como la de D. Pedro el Cruel, de la desolación y la muerte, y él y su ejército presentaban la imagen de una camada de lobos carniceros que aun crujían los dientes viniendo de destruir los rediles de ovejas, saboreándose con la sangre que todavía quedaba pegada en sus devoradoras fauces.

Llegó no obstante a entender que en su ejército se desaprobaban, aunque secretamente, las ejecuciones que había hecho. Temió por sí, porque al fin eran americanos los que engañados derramaban la sangre de sus hermanos, y que una voz seductora pudiera hacerles entender la ignominia y degradación con que se cubrían sosteniendo a tal tirano; por tanto, procuró ganar primero el afecto de sus oficiales remunerándolos con oropeles que brillasen, aunque en sustancia ningún provecho les diesen. Habíanlos tenido los españoles a diente, en esto de gracias, honores y empleos; eran unos perros colocados a los pies de la mesa de sus amos, cuyos relieves recibían como de favor extraordinario. Este era uno de los motivos de la guerra y porque habían levantado la voz los caudillos de Dolores, y éste fue uno de los flancos que procuró cubrir el canónigo Beristáin en sus despreciables diálogos, presentándonos un abultado catálogo de americanos colocados en los primeros puestos de la nación. Por tanto, dirigió al virrey desde Silao, con fecha de 12 de diciembre, el oficio siguiente:

Reservado.

Exmo. Sr.

El ejército que V. E. se ha servido confiarme se compone de hijos del país, que siempre han tenido la queja de que los servicios hechos en América han sido desatendidos.

Ha tenido dos acciones que han hecho cambiar de aspecto la insurrección más bárbara que jamás ha intentado nación alguna, y se creen con derecho a alguna próxima distinción, ya que por la distancia del trono no puede ser recompensada su fidelidad. El corazón del hombre no tiene más resortes que el premio y el castigo; y aunque para las almas generosas la recompensa de la virtud es la virtud misma, no son todas de este temple.

Por esto, y porque observo algún disgusto, o llámese sentimiento, podría convenir, si V. E. lo tuviese a bien, que sin otra distinción que la conveniente entre el oficial y el soldado, se acordase indistintamente a todos una medalla con la inscripción de las acciones.

Nada desean ni nada pretenden los jefes y oficiales europeos más que la gloria de servir a la patria; tanto más pura cuanto menos son sus aspiraciones.

Dios, etc.

Venegas respondió en 16 de diciembre de 1810:

Aseguro a V. S. que incesantemente he meditado sobre este punto, y que no me quedará que hacer para manifestar a sus beneméritos individuos el aprecio que haga de sus fatigas.

Contemplo próximo el fin (4) y la coronación de ellas, y en los pocos días que probablemente se terminarán, se arreglarán con aquella detención que hace apreciables los premios, los que deban concederse, y que han debido esperar sin desconfianza de las públicas aprobaciones y elogios que les ha expresado un general que tiene por principio de su conducta no prodigar alabanzas sino en los casos de persuadirse sinceramente de que se han merecido, y que en nada tiene más satisfacción que en ver desempeñados dignamente los deberes militares por las tropas de su mando, y proporcionarles las debidas satisfacciones ... Conozco el mérito de los hijos de Nueva España; cuento con el generoso y desinteresado desempeño de los europeos, y espero llenar la parte que a mí me toca en la manifestación de la gratitud del supremo gobierno y de la patria a los unos y a los otros.

Me lisonjeo de que V. S., con su natural discreción, les persuadirá de aquellas disposiciones.

Venegas.

Este jefe llevó a cabo su pensamiento después de la batalla de Calderón. Cuando hablemos de este acontecimiento, referiremos las contestaciones que nuevamente ocurrieron en razón de este asunto, que se repitieron en Toluca después de la acción de Zitácuaro, y que pusieron en la mayor consternación al virrey, pues llegó a creer que Calleja se sublevaba con el ejército.

Antes de seguirlo en su marcha nos llaman la atención otros acontecimientos muy interesantes ocurridos en aquella misma época.

La sencilla relación que he hecho presenta a Calleja en su verdadero punto de vista. No es un general que a semejanza de los primeros guerreros del mundo se venga de los enemigos a quienes vence en campaña; es un tigre sediento de sangre que se entra por entre un redil de ovejas, o para hablar con propiedad, es una pantera que no tiene más complacencia que destruir y talar. El se lanzó sobre un pueblo inerme; recogió como en una red a cuantos pudo, ignorando si eran inocentes o criminales, y sin más averiguación que informes de uno u otro, se decidió a fallar contra ellos sin ninguna acusación, cuerpo de delito, ni aun semiplena prueba de él. Los oficiales a quienes comisionó, que como extraños de Guanajuato no podían conocer a sus vecinos ni a su pueblo bajo, tampoco podían calificar la conducta de aquéllos; así es que se constituyeron árbitros soberanos de la vida, de la muerte y de la fortuna de las personas a quienes prendían; muchos que entraron allí sin camisa, salieron llenos de onzas y barras de plata, porque con estas riquezas redimieron los infelices su vida. La orden que se dió para recoger los tejos de oro y plata vendidos entraron directa o indirectamente en el tesoro de Calleja y de sus amigos; él puede decir de sí lo que la Historia dice de Lúculo, que regresó a Roma cargado de los tesoros de Mitrídates, y también de la execración de los pueblos de Asia. De aquí esas fincas compradas en el reino de Valencia, de aquí ese lujo sostenido en Madrid, hasta que al fin se le ha desterrado y puesto de cuartel en Ibiza (5). Adiós.




Notas

(1) También abundan allí los gatos monteses.

(2) Ignoro si existe este verdugo; tal vez hoy se presentará y registrará colocado en el catálogo de los eminentes liberales, como muchos que pueblan nuestros cafés de México y nos cacarean su patriotismo.

(3) cEra como la oriflama de los antiguos franceses.

(4) Faltaban once años de guerra, y en el de 1821 se hizo la Independencia. ¡Buen profeta para un monumento!

(5) No debo omitir que una de las principales providencias que dictó Calleja en Guanajuato fue publicar las excomuniones de la Inquisición. ¡Qué dulce armonía guardaban los bordados con los puños azules! ... Hijitos de un mismo padre y de una misma madre ... Ignorancia y despotismo ... Mas aun tienen defensores.

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