Índice de Historia verdadera de la conquista de la Nueva españa de Bernal Diaz del CastilloCapítulo anteriorSiguiente capituloBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo V

DE CÓMO LLEGAMOS AL RÍO DE TABASCO, QUE LE LLAMAN RIO DE GRIJALVA, Y DE LO QUE ALLÍ NOS AVINO

Navegando costa a costa la vía del poniente, y nuestra navegación era de día, porque de noche no osábamos por temor de bajos y arrecifes, a cabo de tres días vimos una boca de río muy ancha y llegamos cerca de tierra con los navíos; parecía un buen puerto, y como nos fuimos acercando de la boca vimos reventar los bajos antes de entrar en el río, y allí sacamos los bateles y con la sonda en la mano hallamos que no podían entrar en el puerto los dos navíos de mayor porte. Fue acordado que anclasen fuera, en la mar, y con los otros dos navíos, que demandaban menos agua, que con ellos y con los bateles fuésemos todos los soldados el río arriba, por causa que vimos muchos indios estar en canoas en las riberas, y tenían arcos y flechas y todas sus armas, según y de la manera de Champotón, por donde entendimos que había por allí algún pueblo grande; y también porque viniendo como veníamos navegando costa a costa, habíamos visto echadas nasas con que pescaban en la mar, y aun a dos de ellos se les tomó el pescado con un batel que traíamos a jarro de la capitana. Este río se llama de Tabasco porque el cacique de aquel pueblo se decía Tabasco, y como lo descubrimos en este viaje y Juan de Grijalva fue el descubridor, se le nombra río de Grijalva, y así está en las cartas de marear.

Tornemos a nuestra relación; que ya que llegábamos obra de media legua del pueblo, bien oímos el gran rumor de cortar madera de que hacían grandes mamparos y fuerzas y palizadas y adererezarse para darnos guerra, por muy cierta; y desde que aquello sentimos, desembarcamos en una punta de aquella tierra, adonde había unas palmeras, que será del pueblo media legua, y desde que nos vieron entrar vinieron obra de cincuenta canoas con gente de guerra. y traían arcos, flechas y armas de algodón, rodelas y lanzas, y sus tambores y penachos. Y estaban entre los esteros otras muchas canoas llenas de guerreros, y estuvieron algo apartados de nosotros, que no osaron llegar como los primeros. Y desde que los vimos de aquel arte, estábamos para tirarles con los tiros y con las escopetas y ballestas, y quiso Nuestro Señor que acordamos de llamarlos; con Julianillo y Melchorejo, que sabían muy bien de aquella lengua, se les dijo que no hubiesen miedo, que les queríamos hablar cosas que desde que las entendiesen habrían por buena nuestra llegada allí y a sus casas; y que les queríamos dar de las cosas que traíamos. Y como entendieron la plática, vinieron cerca de nosotros cuatro canoas, y en ellas obra de treinta indios, y luego se les mostró sartalejos de cuentas verdes y espejuelos y diamantes azules. Y desde que lo vieron parecía que estaban de mejor semblante, creyendo que era chalchiuites, que ellos tienen en mucho.

Entonces el capitán les dijo, con las lenguas Julianillo y Melchorejo, que veníamos de lejas tierras y éramos vasallos de un emperador que se dice don Carlos, el cual tiene por vasallos a muchos grandes señores y caciques, y que ellos le deben tener por señor, y que les iría muy bien en ello, y que a trueque de aquellas cuentas nos den comida y gallinas. Y respondieron dos de ellos, que el uno era principal y el otro papa, que son como sacerdotes que tienen cargo de los ídolos, que ya he dicho otras veces que papas los llaman en Nueva España, y dijeron que darían el bastimento que decíamos y trocarían de sus cosas a las nuestras, y en lo demás, que señor tienen, y que ahora veníamos y sin conocerlos ya les queríamos dar señor, y que mirásemos no les diésemos guerra como en Potonchán, porque tenían aparejados sobre tres xiquiples de gente de guerra, de todas aquellas provincias, contra nosotros; son cada xiquipil ocho mil hombres. Y dijeron que bien sabían que pocos días había que habíamos muerto y herido más de doscientos hombres en Potonchan, y que ellos no son de tan pocas fuerzas como fueron los otros, y por esta causa habían venido a hablar para saber nuestra voluntad, y aquellas palabras que les decíamos que se las irían a decir a los caciques de muchos pueblos que están juntos para tratar guerra o paces. Y luego el capitán les abrazó en señal de paz y les dió unos sartalejos de cuentas y les mandó que volviesen con la respuesta con brevedad, y que si no venían, que por fuerza habíamos de ir a su pueblo, y no para enojarlos.

Y aquellos mensajeros que enviamos hablaron con los caciques y papas, que también tienen voto entre ellos, y dijeron que eran buenas las paces y traer comida; y que entre todos ellos y los más pueblos comarcanos se buscaría luego un presente de oro para darnos y hacer amistades, no les acaezca como a los de Potonchan. Y lo que yo vi y entendí después el tiempo andando, en aquellas provincias y otras tierras de la Nueva España se usaba enviar presentes cuando se tratan paces, como adelante verán. Y en aquella punta de los palmares donde estábamos vinieron otro día sobre treinta indios, y entre ellos el cacique, y trajeron pescado asado y gallinas, y frutas de zapote y pan de maíz, y unos braseros con ascuas y con sahumerios y nos sahumaron a todos: y luego pusieron en el suelo unas esteras, que en esta tiérra llaman petate, y encima una manta, y presentaron ciertas joyas de oro, que fueron unas como diademas y ciertas joyas como hechura de ánades, como las de Castilla, y otras joyas como lagartijas, y tres collares de cuentas vaciadizas, y otras cosas de oro de poco valor, que no valían doscientos pesos, y más trajeron unas mantas, y camisetas de las que ellos usan, y dijeron que recibamos aquello de buena voluntad, y que no tienen más oro que nos dar; que adelante, hacia donde se pone el sol, hay mucho; y decían: Colúa, colúa, y México, México, y nosotros no sabíamos qué cosa era colúa ni aun México. Y puesto que no valía mucho aquel presente que trajeron, tuvímoslo por bueno por saber cierto que tenían oro. Y desde que lo hubieron presentado, dijeron que nos fuésemos luego adelante. Y el capitán Juan de Grijalva les dió gracias por ello, y cuentas verdes, y fue acordado de irnos luego a embarcar, porque estaban a mucho peligro los dos navíos, por temor del norte. que es travesía, y también por acercarnos a donde decían que había oro.

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