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Capítulo XLVIII

CÓMO EL GRAN MONTEZUMA DIJO A NUESTRO CAPITÁN CORTÉS QUE SE SALIESE DE MÉXICO CON TODOS LOS SOLDADOS, PORQUE SE QUERÍAN LEVANTAR TODOS LOS CACIQUES Y LOS PAPAS Y DARNOS GUERRA HASTA MATARNOS, PORQUE ASÍ ESTABA ACORDADO Y DADO CONSEJO POR SUS ÍDOLOS. Y LO QUE SE HIZO SOBRE ELLO

Como siempre, a la contina, nunca nos faltaban sobresaltos, y de tal calidad que eran para acabar con las vidas en ellos si Nuestro Señor Dios no lo remediara; y fue que como habíamos puesto en el gran , en el altar que hicimos, la imagen de Nuestra Señora y la cruz, y se dijo el Santo Evangelio y misa, parece ser que los Uichilobos y el Tezcatepuca hablaron con los papas y les dijeron que se querían ir de su provincia, pues tan mal tratados son de los teules, y que donde están aquellas figuras y cruz que no quieren estar, o que ellos no estarían allí si no nos mataban, y que aquello les daban por respuesta, y que no curasen tener otra, y que se lo dijesen a Montezuma y a todos sus capitanes que luego comenzasen la guerra y nos matasen.

Y les dijo el ídolo que mirasen que todo el oro que solían tener para honrarlos lo habíamos deshecho y hecho ladrillos, y que mirasen que nos íbamos señoreando de la tierra y que teníamos presos a cinco grandes caciques, y les dijeron otras maldades para atraerlos a darnos guerra. Y para que Cortés y todos nosotros lo supiésemos, el gran Montezuma envió llamar a Cortés para que le quería hablar en cosas que iban mucho en ellas. Y vino el paje Orteguilla y dijo que estaba muy alterado y triste Montezuma, y que aquella noche y parte del día habían estado con él muchos papas y capitanes muy principales, y secretamente hablaban que no lo pudo entender. Y despues que Cortés lo oyó fue de presto al palacio donde estaba Montezuma, y llevó consigo a Cristóbal de Olid, que era capitán de la guardia, y a otros cuatro capitanes, y a doña Marina, y a Jerónimo de Aguilar, y después que le hicieron mucho acato, dijo Montezuma: ¡Oh, señor Malinche, y señores capitanes: cuánto me pesa de la respuesta y mando que nuestros teules han dado a nuestros papas y a mí y a todos mis capitanes, y es que os demos guerra y os matemos y os hagamos ir por la mar adelante; lo que he colegido de ello, y me parece que antes que comiencen la guerra, que luego salgáis de esta ciudad y no quede ninguno de vosotros aquí, y esto, señor Malinche, os digo que hagáis de todas maneras, que os conviene: si no mataros han, y mirad que os va las vidas.

Y Cortés y nuestros capitanes sintieron pesar y aun se alteraron, y no era de maravillar, de cosa tan nueva y determinada, que era poner nuestras vidas en gran peligro sobre ello en aquel instante, pues tan determinadamente nos lo avisaban. Y Cortés le dijo que él se lo tenía en merced el aviso, y que al presente de dos cosas le pesaba: no tener navíos en qué irse, que los mandó quebrar los que trajo, y la otra, que por fuerza había de ir Montezuma con nosotros para que le vea nuestro gran emperador, y que le pide por merced que tenga por bien que, hasta que se hagan tres navíos en el Arenal, que detenga a los papas y capitanes, porque para ellos es el mejor partido si comienzan ellos la guerra, porque todos morirían en la guerra si la quisiesen dar; y más dijo, que porque vea Montezuma que quiere luego hacer lo que le dice, que mande a sus carpinteros que vayan con dos de nuestros soldados, que son grandes maestros de hacer navíos, a cortar la madera cerca del Arenal. Y Montezuma estuvo muy más triste que de antes, como Cortés le dijo que había de ir con nosotros ante el emperador, y dijo que él daría los carpinteros, y que luego despachase y no hubiese más palabras, sino obras, y que entretanto él mandaría a los papas y a los capitanes que no curasen de alborotar la ciudad, y que a sus ídolos de Uichilobos que mandaría aplacasen con sacrificios, que no sería con muerte de hombres.

Y con esta tan alborotada plática se despidió Cortés y los capitanes de Montezuma; y estábamos todos con gran congoja, esperando cuándo habían de comenzar la guerra. Luego Cortés mandó llamar a Martín López, carpintero de hacer navíos, y Andrés Núñez, y con los indios carpinteros que le dió el gran Montezuma después de platicado el porte que se podría labrar los tres navíos, le mandó que luego pusiese por la obra de hacerlos y poner a punto, pues que en la Villa Rica había todo aparejo de hierro y herreros, y jarcia, y estopa, y calafates, y brea; y así fueron y cortaron la madera en la costa de la Villa Rica, y con toda la cuenta y gálibo de ella, y con buena prisa comenzó a labrar sus navíos. Lo que Cortés le dijo a Martín López sobre ello no lo sé, y esto digo porque dice el coronista Gómara en su historia que le mandó que hiciese muestra, como cosa de burla, que los labraba, porque lo supiese el gran Montezuma. Remítome a lo que ellos dijeren, que gracias a Dios son vivos en este tiempo; mas muy secretamente me dijo Martín López que de hecho y aprisa los labraba y así los dejó en astillero, tres navíos.

Dejémosles labrando los navíos y digamos cuáles andábamos todos en aquella gran ciudad, tan pensativos, temiendo que de una hora a otra nos habían de dar guerra, y nuestras naborías de Tlaxcala y doña Marina así lo decían al capitán; y Orteguilla, el paje de Montezuma, siempre estaba llorando, y todos nosotros muy a punto y buenas guardas a Montezuma. Digo de nosotros estar a punto no había necesidad de decirlo tantas veces, porque de día ni de noche no se nos quitaban las armas, gorjales y antipares, y con ello dormíamos. Y dirán ahora dónde dormíamos; de qué eran nuestras camas, sino un poco de paja y una estera, y el que tenía un toldillo ponerle debajo, y calzados y armados, y todo género de armas muy a punto, y los caballos ensillados y enfrenados todo el día, y todos tan prestos, que en tocando al arma, como si estuviéramos puestos y aguardando para aquel punto; pues velar cada noche, que no quedaba soldado que no velaba.

Y otra cosa digo, y no por jactanciarme de ello: que quedé yo tan acostumbrado a andar armado y dormir de la manera que he dicho, que después de conquistada la Nueva España tenía por costumbre de acostarme vestido y sin cama, y que dormía mejor que en colchones; y ahora cuando voy a los pueblos de mi encomienda no llevo cama; y si alguna vez la llevo, no es por mi voluntad, sino por algunos caballeros que se hallan presentes, porque no vean que por falta de buena cama la dejo de llevar; mas en verdad que me echo vestido en ella. Y otra cosa digo: que no puedo dormir sino un rato de la noche, que me tengo de levantar a ver el cielo y estrellas, y me he de pasear un rato al sereno, y esto sin poner en la cabeza cosa ninguna de bonete ni paño, y gracias a Dios no me hace mal, por la costumbre que tenía. Y esto he dicho porque sepan de qué arte andábamos los verdaderos conquistadores, y cómo estábamos tan acostumbrados a las armas y a velar. Y dejemos de hablar en ello, pues que salgo fuera de nuestra relación y digamos cómo Nuestro Señor Jesucristo siempre nos hace muchas mercedes. Y es que en la isla de Cuba Diego Velázquez dió mucha prisa en su armada, como adelante diré, y vino en aquel instante a la Nueva España un capitán que se decía Pánfilo de Narváez.

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