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Capitulo XLV

CÓMO VOLVIERON LOS CAPITANES QUE NUESTRO CORTÉS HABIA ENVIADO PARA QUE VIESEN LAS MINAS Y PARA SONDAR EL RÍO DE GUAZAQUALCO, Y OTRAS COSAS MÁS

El primero que volvió a la ciudad de México a dar razón de lo que Cortés le envió fue Gonzalo de Umbría y sus compañeros. y trajeron obra de trescientos pesos en granos, que sacaron delante de ellos los indios de un pueblo que se dice Zacatula; que, según contaba Umbría, los caciques de aquella provincia llevaron muchos indios a los ríos, y con unas como bateas chicas, y con ellas lavaban la tierra y cogían el oro. Y era de dos díos; y dijeron que si fuesen buenos mineros y lo lavasen como en la isla de Santo Domingo, o como en la isla de Cuba, que serían ricas minas. Y asimismo, trajeron consigo dos principales que envió aquella provincia, y trajeron un presente de oro hecho en joyas que valdría doscientos pesos, y a darse y ofrecerse por servidores de Su Majestad. Y Cortés se holgó tanto con el oro como si fueran treinta mil pesos, en saber cierto que había buenas minas, y a los caciques que trajeron el presente les mostró mucho amor y les mandó dar cuentas verdes de Castilla, y con buenas palabras se volvieron a su tierra muy contentos. Y decía Umbría que no muy lejos de México había grandes poblaciones y de gente pulida y parece ser eran los pueblos del pariente de Montezuma, y otra provincia que se dice Matacingo; y a lo que sentimos y vimos. Umbría y sus compañeros vinieron ricos, con mucho oro y bien aprovechados, que a este efecto le envió Cortés para hacer buen amigo de él, por lo pasado que dicho tengo.

Dejémosle, pues volvió con buen recaudo, y volvamos al capitán Diego de Ordaz, que fue a ver el río de Guazaqualco, que son sobre ciento y veinte leguas de México, y dijo que pasó por muy grandes pueblos, que allí los nombró, y que todos le hacían honra, y que en el camino cerca de Guazaqualco topó a las guarniciones de Montezuma que estaban en frontera, y que todas aquellas comarcas se quejaban de ellos, así de robos que les hacían, y les tomaban sus mujeres, y les demandaban otros tributos. Y Ordaz con los principales mexicanos que llevaba reprehendió a los capitanes de Montezuma que tenían cargo de aquellas gentes, y les amenazaron que si más robaban que se lo harían saber a su señor Montezuma y que enviaría por ellos y los castigaría como hizo a Quetzalpopoca y sus compañeros porque habían robado los pueblos de nuestros amigos, y con estas palabras les metió temor. Y luego fue camino de Guazaualco y no llevó más de un principal mexicano. Y desde que el cacique de aquella provincia, que se decía Tochel, supo que iba, envió sus principales a recibirle, y le mostraron mucha voluntad, porque aquellos de aquella provincia ya todos tenían relación y noticia de nuestras personas de cuando vinimos a descubrir con Juan de Grijalva, según largamente lo he escrito en el capítulo pasado que de ello habla. Y volvamos a decir que desde que los caciques de Guazaqualco entendieron a lo que iba luego le dieron muchas y grandes canoas, y el mismo cacique Tochel y con él otros muchos principales, y sondaron la boca del río, y hallaron tres brazas largas sin la de caída en lo más bajo, y entrados en el río un poco arriba podían nadar grandes navíos, y mientras más arriba, más hondo, y junto a un pueblo que en aquella sazón estaba poblado di indios, pueden estar carracas.

Y después que Ordaz lo hubo sondado y se vino con los caciques al pueblo, le dieron ciertas joyas de oro y una india hermosa, y se ofrecieron por servidores de Su Magestad, y se le quejaron de Montezuma y de su guarnición de gente de guerra, y que había poco tiempo que tuvieron una batalla con ellos, y que cerca de un pueblo de pocas casas mataron los de aquella provincia a los mexicanos muchas de sus gentes, y por aquella causa llaman hoy en día donde de aquella guerra pasó Cuylonemiquis, que en su lengua quiere decir donde mataron los putos mexicanos. Y Ordaz le dió muchas gracias por la honra que había recibido, y les dió ciertas cuentas de Castilla que llevaba para aquel efecto, y se volvió a México, y fue alegremente recibido de Cortés y de todos nosotros, y decía que era buena tierra para ganados y granjerías, y el puerto a pique para las islas de Cuba y Santo Domingo y Jamaica, excepto que era lejos de México y había grandes ciénagas; y a esta causa nunca tuvimos confianza del puerto para el descargo y trato de México.

Dejemos a Ordaz y digamos del capitán Pizarro y sus compañeros que fueron en lo de Tustepeque a buscar oro y ver las minas; que volvió Pizarro con un soldado solo a dar cuenta a Cortés, y trajeron sobre mil pesos de granos de oro, sacado de las minas y dijeron que en la provincia de Tustepeque y Malinaltepeque y otros pueblos comarcanos fue a los ríos con mucha gente que le dieron y cogieron la tercia parte del oro que allí traían, y que fueron en las sierras más arriba a otra provincia que se dice los Chinantecas, y como llegaron a su tierra que salieron muchos indios con armas, que son unas lanzas mayores que las nuestras, y arcos y flechas y pavesinas; y dijeron que ni un indio mexicano no les entrase en su tierra; si no, que les matarían, y que los teules que vayan mucho en buena hora; y así fueron y se quedaron los mexicanos, que no pasaron adelante. Y después que los caciques de Chinanta entendieron a lo que iban, juntaron copia de sus gentes para lavar oro, y lo llevaron a unos ríos, donde cogieron el demás oro que venía por su parte en granos crespillos, porque dijeron los mineros que aquello era de más duraderas minas, como de nacimiento; y también trajo el capitán Pizarro dos caciques de aquella tierra que vinieron a ofrecerse por vasallos de Su Majestad y tener nuestra amistad, y aun trajeron un presente de oro; y todos aquellos caciques a una decían mucho mal de los mexicanos, que eran tan aburridos de aquellas provincias por los robos que les hacían, que no los podían ver ni aun mentar sus nombres.

Cortés recibió bien a Pizarro y a los principales que traía y tomó el presente que le dieron, y porque han pasado muchos años no me acuerdo qué tanto era; y se ofreció con buenas palabras que les ayudaría y sería su amigo de los chinantecas, y les mandó que se fuesen; y porque no recibiesen algunas molestias de mexicanos en el camino, mandó a dos principales mexicanos que les pusiesen en sus tierras y que no se quitasen de ellos hasta que estuviesen en salvo, y fueron muy contentos. Volvamos a nuestra plática. Y preguntó Cortés por los demás soldados que había llevado Pizarro en su compañía, que se decían Barrientos, y Heredia el Viejo, y Escalona el Mozo, y Cervantes el Chocarrero, y dijo que porque les pareció muy bien aquella tierra y era rica de minas y los pueblos por donde fue muy de paz, les mandó que hiciesen una gran estancia de cacahuatales y maizales y pusiesen muchas aves de la tierra y otras granjerías que había de algodón, y que desde allí fuesen catando todos los ríos y viesen qué minas había. Y puesto que Cortés calló por entonces, no se lo tuvo a bien a su pariente haber salido de su mandado; supimos que en secreto riñó mucho con él sobre ello, y le dijo que era de poca calidad querer entender en cosas de criar aves y cacahuatales. Y luego envió otro soldado que se decía Alonso Luis a llamar a los demás que había dejado Pizarro, y para que luego viniesen llevó un mandamiento. Y lo que aquellos soldados hicieron diré adelante en su tiempo y lugar.

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